Oficios para valientes

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OFICIOS PARA VALIENTES

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Oficios. Los años pasan y su voluntad sigue inquebrantable . Se niegan a abandonar sus ocupaciones aunque se afirme que están en peligro de extinción.    

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i el tiempo ni sus inclemencias logran quitarles la ilusión. Las primeras horas de la mañana, los sorprenden con el mismo objetivo que tienen desde edades tempranas: dedicarse a la actividad que les apasiona. Estas labores pueden extrañar a las nuevas generaciones, acostumbradas a navegar por los

interminables campos de la tecnología digital y las producciones en serie. En tiempos de la globalización, son estos ‘héroes anónimos’ los que rescatan valores particulares de una sociedad que se va perdiendo en el olvido. Los capariches, los ropavejeros, y más, han desaparecido. El fotógrafo de caballito, el soldador de lentes y el zapatero aún nos acompañan sin desmayar.

ta ciudad y me fui quedando hasta que decidí radicarme aquí”, recuerda. Lo que le gusta de su oficio es que puede poner su creatividad al servicio de los más necesitados. “Hay personas que no tienen los recursos económicos. Entonces yo con poco dinero procuro hacer mi mejor labor en beneficio de ellos”. Piensa que esta actividad puede estar en peligro de extinción. “Tengo cinco hijos. Ellos han aprendido, pero no les ha gustado. Para hacer lo que yo hago se necesita mucho cariño, amor y paciencia”. Con 56 años vive la vida como un luchador. Todos los días desde las ocho hasta las seis y media de la tarde trata de inyectar a todo quien pasa por su pequeño local optimismo con sus bromas y buena energía. Vende , además, una crema de silicona para dejar brillantes los lentes, gafas o vidrios de las computadoras. Realiza reparaciones, carga con gas las fosforeras, entre muchas otras cosas más. “  Í    ”

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Enrique Almeida es el dueño de la popular ‘Óptica de los pobres’, ubicada frente a la Plaza del Teatro. En un pequeño rincón, tras la parada del trole, se dedica a soldar y a arreglar cualquier clase de lentes a bajos costos. La alegría y la paciencia con la que atiende a cada uno de sus clientes es la característica que lo resalta y

que lo ha hecho acreedor al gran cariño de quienes acuden a él en busca de una solución. Se confiesa un enamorado empedernido de Quito, la ciudad que hace 36 años lo acogió. “Yo soy del Guayas, de Santa Lucía. La primera vez que vine a la capital fue gracias a la invitación de mi hermano, que se dedica a la venta de gafas y lentes. Pensaba darme un paseíto, pero luego me ilusioné con es-

Están ubicados en el mismo sitio, todos los días de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Siempre atraen las miradas de todo transeúnte que pasa por la pequeña plazoleta Velasco Ibarra, ubicada en el Parque El Ejido. Guillermo Rivera ha trabajado 53 años junto a ellos, y cree que sin sus caballitos su trabajo no tendría el mismo sentido. Con 84 años, ha visto pasar muchos rostros desde el lente de su cámara y con ellos, los cambios que ha sufrido la ciudad desde que lo acogió

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cuando apenas tenía 8 años. En l camino aprendió de muchas labores: carpintería, herrería, y más. Una cosa lo llevó a otra, hasta que en ese camino diverso descubrió su vocación. Disfruta ver cómo familias enteras se arreglan para posar junto a los animalitos de madera. Él los provee de los sombreros de mariachis, que dan un toque divertido al instante capturado por la ‘caja mágica’. Para él, los años no han pasado en vano, y puede contar la historia del desarrollo de la fotografía en el país porque la vivió paso a paso. Atribuye sus conocimientos a su insaciable curiosidad. De hecho, fue por su constante deseo de aprender, que empezó a fabricar los famosos daguerrotipos o cámaras de tres patas. “Una vez me tocó reparar una. Entonces la

desarmé y observé, cuidadosamente, cómo estaba hecha. Empecé a elaborarlas lo mejor que pude. Con el tiempo me venían a buscar de todas partes del país para encargar una”, recuerda. A pesar de el amor que le tiene a lo que hace, no deja de admitir que la situación ‘es fregada’. “Antes, si caminaba por la Alameda, podía encontrar hasta 12 fotógrafos de caballito. Hoy, apenas se puede hallar uno con suerte. Este oficio ha ido decayendo y en la actualidad no da para mucho”. Sin embargo, se siente feliz porque pudo dar a sus hijos la oportunidad de prepararse y escoger su camino. Uno de ellos se inclinó por su oficio y es quien ‘tomará la posta’. Luis Jorge Aníbal Rivera, lo acompaña ya hace 40 años en esta profesión.

Su oficina está llena de fotografías pero su mirada se fija en una que representa el punto de partida. Tenía 13 años cuando ya trabajaba con su padre en el oficio de zapatero. Su infancia y su adolescencia se desarrolló entre cueros, pegantes, tacos, hormas, cambrioles, correas, máquinas y más. El dueño de ‘Creaciones Suárez’ realiza una labor continua y en equipo. En su pequeña fábrica, cerca de siete expertos en la confección de calzado elaboran cuidadosamente cada una de las partes de un zapato. Desde el diseño, el corte de los moldes, la suela, la forma, los detalles, y hasta la reparación. Según Marco Suárez, pocos son quienes valoran aún el trabajo hecho a mano. En el centro histórico de Quito, ya casi nadie confecciona calzado bajo pedido. “Nosotros ayudamos a resolver los problemas de quienes hayan sufrido algún tipo de enfermedad o accidente que afecte a los pies y que no pueda adquirir cualquier clase de calzado. Al ser una fabricación a mano, se puede modificar ciertos aspectos para la comodidad del cliente. Si nos ponemos a analizar, el valor radica en que nadie puede caminar sin zapatos hoy en día”. Cuando le preguntan si cree que su oficio está por desaparecer, él responde que no lo sabe. Pero de lo que está seguro es que son muy pocos los que tienen el coraje para seguir a pesar de todo. En su caso, espera que el que continúe su legado sea su hijo mayor, quien está actualmente en Estados Unidos .

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