Oficialista o traidor: ¿el dilema de la segunda vuelta?

June 13, 2017 | Autor: Andrés Monares | Categoría: Columnas de Opinión
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Oficialista o traidor: ¿el dilema de la segunda vuelta? Lo mismo que en la segunda vuelta presidencial que enfrentó a Ricardo Lagos y a Joaquín Lavín, también ahora los concertacionistas esgrimen pródigamente argumentos a fin de lograr sufragios para Michelle Bachelet el 15 de enero. Sobre todo están sermoneando a quienes el 11 de diciembre pasado respaldaron a Tomás Hirsch. Asimismo, les predican a quienes aunque disconformes con la política neoliberal de la Concertación, la votaron de todos modos como el mal menor. Principalmente, me quiero referir aquí a las razones de los concertacionistas sinceros que aceptan el neoliberalismo de su coalición y lo explican como una situación “obligada” por el contexto mundial. Lo cual cargan estoicamente con cierta pesadumbre y sentimiento de culpa. Sin embargo, lo sobrellevan con una especie de voluntarismo optimista: lo importante serían las benéficas intenciones de quienes aplican el modelo y no el modelo en sí. No tomaré en cuenta a los que sostienen el centro izquierdismo —e incluso desvarían con un socialismo de la Concertación— tal como Ud. no se detendría a discutir con quien afirma que la Tierra es plana. Esos concertacionistas sinceros-estoicos-optimistas, nos ponen las cosas de la siguiente manera: existe una derecha “mala” representada por Sebastián Piñera y una derecha “buena” representada por Bachelet. De salir elegido el primero nos espera lo peor. De salir elegida la segunda todo mejorará aún más. Por eso sería una falta imperdonable no votar por Bachelet, pues se le estaría dando en bandeja el gobierno a la derecha “mala”. Desde ese punto de vista, los críticos de la Concertación y los antineoliberales en general, al renunciar al mejor de los mundos posibles al cual hoy se podría aspirar, se hacen cómplices de la derecha “mala”. Así, les enrostran que para ellos es fácil darse el “gustito” de votar nulo o en blanco y posar de consecuentes. Más allá de la ironía de que las campañas del terror sean típicas de la derecha “mala” (¿se acuerda de los tanques rusos frente a La Moneda o del caos que vendría de ganar el NO?), al menos por lógica, sería correcto analizar qué podría pasar de ser elegido presidente Piñera y no la candidata que representa el continuismo del “exitoso” gobierno de Lagos. Continuismo que con orgullo la propia Bachelet, su comando y él mismo presidente nos vienen recordando con majadería (éste último en cada inauguración de primeras piedras en que, casualmente, está empeñado en el último tiempo).

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Visto de esa manera, podemos hacernos algunas preguntas —entre las muchas posibles— para aclarar el dilema que nos presentan. ¿Podría Piñera mantener el sistema electoral binominal que asegura un cogobierno entre las dos derechas?: Lagos ya lo hizo (por más que envíe un proyecto al Congreso en plena campaña electoral y cuando está a punto de terminar su gobierno). ¿Podría Piñera defender a Pinochet si fuera detenido en el exterior?: Lagos ya lo hizo. ¿Podría Piñera dar un decisivo paso en la privatización de la enseñanza superior al fabricarle un negocio redondo a la banca garantizándole clientes cautivos y aval estatal?: Lagos ya lo hizo. ¿Podría Piñera tener una “no-política” ambiental y una CONAMA que sólo fuera una mera ventanilla para aprobar los proyectos empresariales?: Lagos ya lo hizo. ¿Podría Piñera privatizar el espacio público a través de concesionar las vías urbanas?: Lagos ya lo hizo. ¿Podría Piñera cambiar el uso de suelo en Santiago para agrandar aún más la ciudad y dar lugar a una millonaria especulación inmobiliaria a costa de la calidad de vida de sus habitantes?: Lagos ya lo hizo. ¿Podría Piñera tomar medidas todavía más favorables a los grandes empresarios que las tomadas por Lagos para que estos también lo lleguen a amar?... En lo personal, sinceramente no dudo de las buenas intenciones de Bachelet. Sin embargo, su pasado comprometido y crítico no implica de por sí a su presente; muestra de ello es su muy neoliberal equipo asesor. Incluso, obviando el dato duro representado por la gente que ella elige para rodearse y aconsejarse, por mucho que quisiera dar un giro en la política neoliberal de la Concertación, ¿sería posible cuando sus mismos gobiernos han construido una camisa de fuerza por medio del propio estado de derecho para sostener y reproducir el modelo? Por más que forzando los hechos quisiéramos creer en una voluntad política tal de Bachelet, estaría de manos atadas condenada a administrar lo que hay. Por lo cual, a lo más, como lo dijimos antes en este mismo espacio, con Bachelet sólo se puede aspirar a ciertas medidas cosméticas que den la imagen de un neoliberalismo de rostro humano. En todo caso, casi cualquier disposición es bienvenida en un país que figura en el puesto 16 en desigualdad del ingreso luego de los tres “exitosos” gobiernos “centroizquierdistas” de la Concertación. Pero, no por ello será muestra de socialismo y ni siquiera de una revisión socialdemócrata del modelo. Entonces, por un mínimo de pudor deberían terminar con la campaña del terror sobre una eventual presidencia de Piñera. Una cosa es la inocencia y otra la desfachatez. Hay que dejar de buscar culpables externos a la gestión y voluntad política de la propia Concertación. Por otro lado, me parece una falta de respeto, sino de una gran soberbia, no reconocer que hay ciudadanos antineoliberales que se oponen con argumentos serios y

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de peso a los gobiernos de la Concertación. Así de simple y válido: se llama democracia. Ellos no votan para ganar, porque expresar las ideas políticas a través del voto no es un concurso ni un campeonato. Simplemente asumen que con Bachelet no ganan y con Piñera pierden. Saben que en el fondo entre esos bueyes no hay cornada. Uno puede aceptar la buena voluntad de los concertacionistas sincerosestoicos-optimistas (eso sí, ojalá algún día se acuerden de que el mejor de los mundos posibles es un proyecto a construir, no el contexto que nos tocó vivir asumido como inamovible). Mas, la motivación que se deja ver en la preocupación de otros concertacionistas es muy diferente: para una mayoría significa el entendible temor de la pérdida del empleo en el aparato del Estado; mientras que para la élite y sus cortesanos, la pérdida de las no pocas ventajas económicas que les ha reportado estos años en el poder. Quien quiera comulgar con ruedas de carreta es libre de hacerlo: si uno asume unas premisas —por incorrectas, absurdas o falaces que sean— puede construir una “lógica” a partir de ellas. Por eso han llegado a la “indesmentible” conclusión de que la situación en la segunda vuelta se limita al dilema de ser oficialista o traidor. De ese modo, los derechistas “buenos” nos quieren convencer que quemarse dentro de la olla es lejos mucho mejor que caer a las brasas.

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