Occidente y Oriente: la ciudad histórica

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Descripción

REVISTA TRIMESTRAL DE LA RED DE INVESTIGACIÓN URBANA A.C. COMITÉ DE REDACCIÓN Jaime Castillo Palma José Fuentes Gómez Emilio Pradilla Cobos Blanca Ramírez Velázquez Jorge Regalado Santillán

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COORDINACIÓN DEL NÚMERO Olimpia Niglio CORRECCIÓN DE ESTILO Y FORMACIÓN Nereo Francisco Zamítiz Pineda FOTOGRAFÍA PUBLICITARIA América Fernández Cortezano

CIUDADES es una publicación científica trimestral con arbitraje, editada por la Red de Investigación Urbana A.C. con sede en el DIAU-UAP. Año 26, Nº 107, julio-septiembre de 2015. Todos los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por CIUDADES. Certificado de Licitud de Contenido Nº 3586. Certificado de Licitud de Título Nº 4424. Reserva de Derecho al Uso Exclusivo del Titulo Nº 369-90. Oficinas: Juan de Palafox y Mendoza Nº 208, 2º Patio, Tercer Piso, Cubículo 4, Puebla, Puebla, C.P. 72000. Teléfono: (222) 2462832. Fax: (222) 2324506. Correos electrónicos: [email protected], [email protected] Web: http://www.rniu.buap.mx Impresa por Gráficos eFe/Jesús Fernández, Urólogos 55, Colonia El Triunfo, 09430 México, D.F., Tel: (55) 56342822. La RED NACIONAL DE INVESTIGACIÓN URBANA está constituida por miembros de las siguientes instituciones: n Universidad Autónoma de Aguascalientes: Centro Tecnológico/Centro de Ciencias del Diseño y de la Construcción/Centro de Ciencias Sociales y Humanidades n INEGI-Aguascalientes n Comisión de Preservación del Patrimonio Cultural del Estado de Aguascalientes n COLEF-Tijuana: Depto de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente/Depto de Estudios de Población/Depto de Estudios de Administración Pública/Depto de Estudios Norteamericanos/Depto de Estudios Económicos/Depto de Estudios en Salud Pública/Maestría en Economía Aplicada/Maestría en Desarrollo Regional n Universidad Autónoma de Baja California-La Paz: Área Interdisciplinaria en Ciencias Sociales y Humanidades n Universidad Autónoma de Baja California-Mexicali: Facultad de Arquitectura/Instituto de Investigaciones Sociales/Facultad de Economía/CEC-Museo n Universidad Pedagógica Nacional-Mexi­cali n Universidad Iberoamericana-Tijuana: 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Centro histórico: criterios de análisis e intervenciones eNSAYO

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Occidente y Oriente: la ciudad histórica Olimpia Niglio Patrimonialización de la herencia colonial Víctor Delgadillo Patrimonialización del espacio urbano Noelia Ávila Delgado

Expediente

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Lecturas cruzadas: Buenos Aires, La Habana, Bangkok Andrea Catenazzi Estela Cañellas Alicia Novick Adriana Rabinovich Quito y Kioto: preservación del patrimonio edificado L. Gonzalo Hoyos Bucheli Darío Humberto Cobos Los suburbios de los antiguos centros históricos Laura Elisa Varela Cabral Luis Alberto Mendoza Pérez

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expediente El downtown histórico estadounidense Jeremy C. Wells

SIN LÍMITE

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El arte, ¿motor de desarrollo urbano? Carina Nalerio Raúl De León Transformación a través del color Juan Carlos Etulain Alejandra González Biffis

ENSAYO

Occidente y Oriente: la ciudad histórica CIUDADES 107, julio-septiembre de 2015, RNIU, Puebla, México

Olimpia Niglio*

L

os métodos de análisis y las aproximaciones metodo­ lógicas operativas tendientes a la conservación y a la protección de las ciudades históricas son muy varia­ dos, y las diferentes orientaciones culturales, verificables en los distintos continentes y en sus correspondientes realidades territoriales, constituyen una interesante oportunidad para la reflexión y el diálogo interdisciplinario. Obvia y precisamente, esta amplia referencia geográfica induce a proponer reflexiones sobre cuándo y cómo determi­ nadas temáticas se afrontaron y se desarrollaron bajo un perfil tanto teórico como metodológico. Todo esto, cierta­ mente, no simplifica el análisis de una vasta temática, la cual, sin embargo, introducimos aquí para comenzar a proponer ulteriores reflexiones con respecto a todo lo que ha sido ela­ borado por estudiosos e investigadores internacionales a partir de la segunda mitad del siglo xx. En Europa, al igual que en Medio Oriente, la historia del desarrollo de las ciudades mostró una fuerte atención en la estratigrafía, de modo que sobre lo preexistente se edificó la nueva ciudad, y con esta lógica se siguió durante todo el siglo xix. Desde las primeras señales del desarrollo industrial, los nuevos asentamientos –definidos como new towns para reto­ mar una definición anglosajona– impusieron las primeras interrogantes sobre cómo intervenir en la ciudad existente y cómo desarrollarla en relación a las más modernas configu­ raciones solicitadas por las nuevas funciones. En Inglaterra, Francia, Alemania e Italia no faltaron ocasiones –en nombre de la insalubridad de las ciudades antiguas– para intervenir las ciudades existentes remodelándolas y renovándolas esté­ ticamente. Las fuertes y bruscas transformaciones que cono­ cieron muchas de las principales ciudades europeas demos­ traron cómo el interés político por el tejido urbano y las arquitecturas existentes se limitó muy fuertemente a la monumentalidad, atribuida solamente a determinadas reali­ dades. Desafortunadamente, este interés negó –y muchas veces olvidó– un patrimonio cultural de inestimable valor * Kyoto University, Graduate School of Human and Environmental ­Studies. Correl: [email protected].

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humano, con la triste consecuencia de la pérdida, a menudo irreversible, de muchos barrios. Las transformaciones de las ciudades, inducidas por los procesos de renovación e industrialización, se manifestaron obviamente de modo completamente distinto, produciendo fuertes desequilibrios sobre el plan del orden físico que no siempre pudo ser reglamentado. Indudablemente, los proce­ sos de industrialización favorecieron una fuerte inmigración desde el campo hacia la ciudad, con la consiguiente urbani­ zación que también determinó proyectos urbanos no siempre bien planeados. Se comenzó así a hablar sobre los primeros planes de ampliación, que por supuesto dieron origen a fuertes presio­ nes y a intereses capitalistas. Estos procesos de planificación se redujeron sólo a simples mapas en donde, de modo bastan­ te sencillo, fueron indicados los límites de las diferentes funciones: calles, ferrocarriles, barrios obreros, edificios públicos, escuelas, etcétera (Calabi, 2004: 19). En Europa, hasta la mitad del siglo xix, todavía muchas ciudades estaban caracterizadas por las antiguas murallas de las épocas medieval, renacentista o del siglo xvii. Los proce­ sos de modernización produjeron grandes heridas sobre estas antiguas configuraciones urbanas, en particular los cortes para favorecer la entrada de las líneas de los ferrocarriles o los bulevares hacia el centro de la ciudad, los cuales interfi­ rieron fuertemente sobre los programas de conservación de la misma ciudad. En la ciudad de Florencia, Italia –propuesta en aquella época como nueva sede de la capital del reino–, se programó la destrucción de gran parte de las murallas orientales, dadas las nuevas leyes sobre las expropiaciones y el plan de ampliación de Giuseppe Poggi –entre 1864 y 1877–, con el fin de realizar una conexión más cómoda entre la ciudad antigua y la ciudad moderna (Poggi, 1882; Calabi, 2004: 56). Igual suerte corrieron las murallas de la ciudad de Milán, bajo la petición del ingeniero Cesare Beruto quien, entre 1883 y 1884 –después de la exposición nacional de 1881– planeó una nueva imagen vanguardista y, sobre todo, próxi­ ma a lo que se estaba planeando en otras importantes ciuda­ des europeas.

Las demoliciones de antiguas fortificaciones ya se reali­ zaban desde el siglo xviii en muchas ciudades del centro y norte de Europa. Recordamos en particular a Estrasburgo, Berlín, Frankfurt y Hannover en Alemania, Amberes en Bél­ gica, Graz y Viena en Austria. Claro está que en Viena fue particularmente difícil por la oposición de muchos grupos conservadores, aunque la voluntad de renovación prevaleció con la consiguiente realización de la Ring-Strasse, una gran avenida circular que delimita hoy en día toda la ciudad anti­ gua con respecto a la ciudad ampliada en el siglo xix. Sin embargo, con todo esto se consiguió la realización de amplios sistemas verdes y parques que sirvieron de bisagra entre la ciudad preexistente y la ciudad nueva, como sucedió en París, en dónde la antigua muralla fue reemplazada por una amplia avenida con árboles y parques (Calabi, 2005: 91). Desde la segunda mitad del siglo xix, además de una fuerte renovación urbana y arquitectónica en Europa, se asis­ tió también a la valorización de los estilos artísticos del pasado, necesarios para fortalecer una connotación estilística nacional. Se construyeron muchas obras en distintos estilos del pasado, como el neogótico, el neorenacentista, etcétera, según cánones y métodos ampliamente experimentados, especialmente en Francia después de la revolución de 1789, con criterios que tuvieron la fuerza de imponerse en muchas otras regiones europeas y, en particular, en Italia. Estas orien­ taciones no tardaron en penetrar en las ciudades costeras mediterráneas, ya sean africanas o del Medio Oriente, con la histórica llegada expansionista europea. En ellas, muy rápi­ damente se arraigaron los nuevos estilos urbanísticos experi­ mentales y propios de la modernización. En aquellos mismos años, las grandes transformaciones urbanas no tardaron en manifestarse en el continente ameri­ cano, en donde las experimentaciones más interesantes apa­ recieron sobre todo en Centro y Sudamérica. En realidad, a principios del siglo xix, después de las primeras guerras de independencia, los nuevos gobiernos que se establecieron empezaron a programar grandes renovaciones urbanas en nombre de una “modernidad”, que al final no siempre se reveló como tal. Como consecuencia normal del nacimiento de las prime­ ras repúblicas, se inició la búsqueda de un estilo que pudiera representar la renovación y el tan esperado cambio social y político, cuya consecuencia fue el desarrollo de un estilo conocido como “republicano”, que encontró connotaciones varias en los diferentes territorios, siempre conectado con las experiencias europeas. La situación se manifestó bastante contradictoria, porque a una fuerte voluntad de independen­ cia política no correspondió una igual capacidad de identifi­ cación cultural, en tanto que el “faro cultural europeo” siem­ pre fue –y es todavía– una referencia ineludible. A una firme voluntad de renovación urbana, unida también a una forma de revancha social, no correspondió un mismo y adecuado interés de identificación cultural específica, y esto es lo que emerge hoy claramente en la lectura de la evolución urbana, sobre todo del urbanismo latinoamericano (Almandoz, 2002). Si nos referimos en particular a las grandes ciudades, ninguna atención le fue concedida a la conservación del tejido urbano, cuyos principios –conservadores en general– eran todavía muy lejanos y muy poco practicados, tanto a nivel teórico como proyectual y operativo. Toda esta reno­ vación determinó, en la mayoría de los casos, la supresión

del tejido urbano colonial y de su arquitectura, que hoy todavía es posible observar en su plena autenticidad sólo en algunas realidades, para nada explotadas por el turismo comercial y de masa. Estas manifestaciones se refirieron a la voluntad de ser diferentes con respecto a un pasado colonizador que, sin embargo, se sustituyó muy pronto por otra forma de sumisión cultural y de colonización, una vez más de visión eurocéntri­ ca, filtrada por los países del norte de América, con particular referencia a la introducción indiscutida del Internacional Style y de la Carta de Atenas de 1933 (Almandoz, 2002). No fue por casualidad que las ideas de Le Corbusier fueran recibidas con gran énfasis y entusiasmo, porque pro­ vinieron de más allá del Océano Atlántico y porque faltaron reflexiones objetivas sobre las que habrían sido luego los reflejos de sus aplicaciones: no fueron examinadas para nada, y hoy son bien evidentes las tristes consecuencias en muchas ciudades de Latinoamérica. Así, aquella frenética voluntad de borrar la ciudad de origen español, que a su vez contribuyó a reducir a ruinas muchos asentamientos preco­ loniales –como Tenochtitlán, la capital azteca en México, conocida hoy como ciudad de México–, creó sólo un terreno favorable para arraigar una nueva colonización cultural de visión eurocéntrica. Desde mediados del siglo xix, las principales ciudades del continente americano habían promovido varios progra­ mas de renovación y modernización, no acompañados siem­ pre por líneas urbanísticas y programas estratégicos, sino más bien por una fuerte voluntad de modernización que pudiéramos asociar a una forma de rescate político y econó­ mico que, tristemente, no favoreció la democratización social ni tampoco una ciudad vivible y democrática. La fuerte migración desde el campo hacia las principales ciudades –que todavía se sigue dando en toda América por motivos sociales y de seguridad– produjo formas de fuerte segregación y aislamiento social. Estas últimas se dan en gran contraste con los principios éticos y morales de la civitas, de donde fue generado el concepto propio de ciudad. En realidad, ya desde las primeras décadas del siglo xx se asistió en las principales ciudades americanas al fenómeno del eclipse de la ciudad histórica, a la trituración del pasado ya tragado por nuevas formas de urbanización en donde no exis­ te más el derecho a la ciudad, sino el derecho a lo que Cami­ lo José Vergara define justamente como The New American Ghetto (Vergara, 1995). Diferentes e interesantes caracteres se pueden observar en el extremo opuesto al continente americano, y en particu­ lar en Japón, en donde la larga dominación del shogunato Tokugawa (1603-1867) favoreció en todo el país un conside­ rable retraso con respecto al desarrollo que se registró –sobre todo en Europa– durante el mismo periodo en Medio Oriente y Norte América. La configuración de las antiguas ciudades japonesas está estrechamente atada a requisitos de carácter sagrado y de centralidad, cuyas referencias llegaron de China a partir del periodo Kofun (siglo vi). Un primer ejemplo interesante está representado por la antigua ciudad de Nara, capital del Japón de 710 a 794, hoy prácticamente desaparecida. Otro ejemplo es la ciudad de Kioto, capital del imperio desde 794 hasta 1867, cuya instalación urbanística reelaboró el esquema reticular de la antigua ciudad de Chang’an, capital

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de la dinastía Tang en China (Niglio, 2014). Se Foto 1 trató de ciudades fortificadas en donde los tem­ El centro histórico y la plaza Bolívar de Bogotá plos y los santuarios tuvieron un papel funda­ en la primera mitad del siglo xx mental y de protección. Fundamental fue tam­ bién la caracterización natural del lugar de fundación. Durante todo el periodo del shogunato, las ciudades japonesas estuvieron definidas por siste­ mas defensivos, tanto naturales como construi­ dos, y estas características se pueden apreciar hoy en ciudades como Kioto, Nagoya y Tokio –­antigua Edo–, aunque también en ciudades más pequeñas como Kanazawa. No fue sino después del retorno de la familia imperial y con el joven emperador Meiji, que fueron restablecidas las relaciones con el mundo exterior. Esto fue consecuencia de una fuerte inmigración europea, que supo imponer allí, en breve tiempo, la misma cultura y los mis­ mos estilos artísticos y arquitectónicos. De esta manera, la nueva capital, Tokio, transformó su estructura urbana de ciudad de madera a ciudad de ladrillos y piedra. Entre el final del siglo xix y los primeros veinte años del siglo xx se asistió a fuertes proce­ Ya en esta época era muy clara la voluntad de renovación urbana, sin tener en cuenta el valor histórico sos de industrialización de las principales ciuda­ que tenía la ciudad. des que, de maneras diferentes, favorecieron la Fuente: Bogotá, vuelo al pasado (Villegas Editores, 2010: 44). cancelación –a veces sólo parcial– de muchos núcleos residenciales tradicionales, para dar amplio espacio cultural, que motivan fuertemente la valorización de la iden­ a la colonización cultural extranjera la cual, a diferencia de tidad nacional. lo ocurrido en el continente americano, fue reinterpretada y Esta premisa comparativa sobre los diferentes acerca­ remodelada, respetando la cultura local. Interesante es el mientos culturales y caracteres propios de las ciudades de ejemplo del asentamiento urbano denominado Yamate, fun­ distintas partes del mundo, constituye una base importante dado por los europeos en la ciudad de Yokohama, y el proce­ para analizar un tema –común en apariencia– que es el de la so de renovación urbana en la zona de Okazaki a Kioto a ciudad histórica. En efecto, justo después de las grandes fines del siglo xix (Niglio e Inoue, 2014). transformaciones que se registraron a partir del siglo xix se A diferencia del continente americano, la cultura arqui­ favorecieron las reflexiones inherentes a los principios y tectónica y urbana de origen occidental en Oriente no fue una criterios que habrían tenido que interactuar para gobernar la colonización cultural: la cultura europea estableció un diálo­ ciudad preexistente y la ciudad nueva. Los planes de amplia­ go bien evidente en el desarrollo de la literatura, la música y ción abrieron, en realidad por primera vez, interesantes cues­ la arquitectura. Obviamente, el encuentro entre Occidente y tiones sobre los puntos tangenciales o de superposición que Oriente es algo muy reciente, aplicable concretamente sólo a se manifestaron precisamente allí, en donde la ciudad del partir de finales del siglo xix con base en criterios de compa­ pasado le cedió el paso a la ciudad moderna. ración constructiva e intercambio cultural. Todo esto se refleja, por ejemplo, en la lectura de las Los valores históricos de la ciudad transformaciones urbanas de la ciudad de Edo, actual Tokio, en donde fue particularmente fuerte la experiencia arquitec­ A partir de finales del siglo xix, y en particular con la con­ tónica inglesa y alemana, cuyas manifestaciones se introdu­ tribución de Camillo Sitte, Der Städtebau nach seinen jeron dentro de un proceso de modernización que, sin embar­ ­künstlerischen Grundsätzen publicada en 1889 (Sitte, 1965), go, no destruyó el pasado sino que intentó localizar se puso en el centro de atención el tema del diálogo entre la convergencias de diálogo entre lo antiguo y lo moderno. En ciudad existente y la ciudad contemporánea. Sitte afrontó, Tokio aún continúa el proceso de reconstrucción: la ciudad de modo muy determinado, problemas cruciales sobre la ha sido destruida por terremotos y eventos bélicos, pero en cultura del urbanismo de su época, un urbanismo que pronto estas obras de reconstrucción el pasado cultural japonés se impactó con los nuevos planes reguladores y que al sigue viviendo junto a las experiencias occidentales, casi una mismo tiempo no pudo y no debió ignorar el tejido urbano nueva forma de estratigrafía histórica entre un pasado preexistente, sino que aseguró un sabio equilibrio entre las reconstruido, un presente y su próximo futuro. nuevas arquitecturas y las proporciones armónicas de la En realidad, las grandes transformaciones de las ciudades ciudad antigua. japonesas también están ligadas estrechamente a eventos Incluso, elaborando un juicio particularmente negativo calamitosos, ya sean naturales o inducidos por el hombre. Es sobre la ciudad contemporánea, y especialmente sobre las interesante destacar cómo las obras de reconstrucción siem­ intervenciones realizadas en la ciudad de Viena por la falta pre han seguido lógicas y programas con considerable interés de valor artístico y estético, Sitte propuso analizar criterios

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Foto 2 El centro histórico de Kioto a finales del siglo xix

Fuente: archivo del autor.

que pudieran favorecer un diálogo entre lo antiguo y lo nuevo, y tales criterios tuvieron que inspirarse en las razones de una belleza muy decantada de las obras propias de la antigüedad. Sitte puso así, en primer nivel, las razones de la estética y la percepción según unas leyes que hicieron nece­ saria la intervención coherente sobre la ciudad preexistente (Hanisch, 2010). Hacia finales del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx, en toda Europa se difundió una interesante prensa de propaganda sobre los temas del urbanismo, más precisa­ mente sobre el arte urbano, para sensibilizar sobre las razo­ nes de una adecuada conservación de la ciudad histórica y, al mismo tiempo, reducir las contaminaciones y retenciones formales inoportunas e inadecuadas. En las ciudades euro­ peas y del Medio Oriente tuvieron un papel importante los descubrimientos arqueológicos que, desde el siglo xviii, recondujeron al auge de los principios e ideales propios de la estética clásica. A la par de Camillo Sitte, pero con un acercamiento más sistemático sobre la conservación del tejido urbano, fue el pensamiento elaborado por el belga Charles Buls en el libro L’Esthétique des villes (1893), en donde él defendió el papel cívico y la importancia de planear estrechamente lo nuevo relacionado con la conservación de la arquitectura del pasado. En realidad, fueron éstos los primeros síntomas de una clase iluminada que puso las bases para desarrollar políticas de conservación del ambiente urbano y que carac­ terizaron las fuertes batallas entre urbanistas y conservacio­ nistas en el siglo xx. Lo que resulta interesante apuntar es que, a finales del siglo xix, comenzó a definirse la estética urbana que había legitimado la lectura y la valorización de la ciudad definida histórica, con sus valores artísticos y de monumentalidad cívica. Se sentaron así las bases para una lectura crítica y episte­ mológica de la ciudad, que puso en primer lugar el papel de la historia y su importancia en la planeación de las nuevas ampliaciones que, como ya hemos señalado, fueron interna­ cionalmente un fenómeno bastante difuso. Obviamente, a los

conservadores extremos se contrapuso la línea de los que, como Sitte, habían proyectado también la posibi­ lidad de planes de conservación con readaptaciones de los sitios históricos con fundadas intervenciones de liberación y aislamiento de los monumentos, prác­ tica reelaborada en particular en Italia por Gustavo Giovannoni. Fue precisamente Giovannoni quien, en un volu­ men publicado en 1931 bajo el título de Vecchie città ed edilizia nuova (Giovannoni, 1996), elaboró una teoría tendiente a conciliar las razones de la transfor­ mación de la ciudad en llave moderna pero en estre­ cha relación con las estrategias de conservación y valorización de la construcción histórica, tanto monu­ mental como menor. Por todo eso, a las políticas de demolición aplicadas en Francia –ya con el barón Haussmann–, Giovannoni contrapuso la política del diradamento (disminución), es decir, de intervencio­ nes tendientes a reequilibrar algunas estratificaciones de la ciudad histórica, valiéndose de análisis científi­ camente sostenibles coadyuvados luego por los prin­ cipios de la valoración y la valorización del tejido constructivo existente. El reconocimiento de valores y connotaciones específicas de la ciudad preexistente con respecto a las nuevas amplia­ ciones, favoreció la institución de líneas perimétricas que, incluso si eran aún sólo ideales, asumieron bien pronto un fuerte sentido administrativo y operativo. Tales líneas peri­ métricas estaban destinadas a diferenciar el tejido urbano preexistente y, por lo tanto, el de todo el siglo xviii, respecto de la ciudad de nueva concepción del siglo xix. Entonces, después de los eventos del segundo conflicto mundial, en Italia fue acuñado el término centro storico, en Francia aquél de secteurs sauvegardés, en Inglaterra el con­ cepto de conservation areas, en Oriente –y en particular en Japón– fue introducido el término rekishiteki chiku, “zona histórica”; y en América Latina, desde la segunda mitad del siglo xx aparece en las primeras leyes urbanísticas la deno­ minación de casco histórico, que es siempre un concepto claramente relacionado con la cultura europea. Sin embargo, estas definiciones, aunque sean originadas en contextos cul­ turales diferentes, en las últimas décadas han asumido un carácter común, esto es, cada vez más burocrático-adminis­ trativas, antes que de contribuir a la conservación de los valores históricos reales de estos tejidos urbanos estratifica­ dos y muy diferenciados entre ellos (Pickard, 2001). De cualquier forma, estas definiciones se han desviado y descon­ textualizado en cuanto han querido hacer prevalecer –como en un eslogan–, un concepto de historicidad del espacio ­urbano limitado a algunas especificidades culturales, pero al mismo tiempo extraño en su más amplia complejidad de contenidos y referencias (Choay, 1995). Este error es clara­ mente evidente cuando estas definiciones han sido exporta­ das, también por documentos internacionales, en contextos completamente diferentes a aquéllos en donde estas teoriza­ ciones han sido generadas. Es interesante preguntarnos entonces: ¿qué significa ciudad histórica fuera de Europa? ¿Tiene sentido afrontar la discusión sobre esta definición? Quizás la raíz cultural que puede ayudarnos a dar una respuesta objetiva a estas pregun­ tas está justo en el sentido del término “historicidad”, y por

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lo tanto, en el valor que este término adquiere en las corres­ pondientes culturas de referencia, en especial en la percep­ ción de cada persona. Dos sociólogos holandeses, Kraaykamp y van Eijk, del Departamento de Sociología de la Radboud University en Nijmegen, al analizar distintos capitales culturales hicieron evidente cómo dichos capitales se transforman pronto en expresiones institucionalizadas, por lo que se apoyan en normas que vienen siendo fácilmente aceptadas y compar­ tidas si hacen parte de la construcción genética y cultural del contexto humano al cual nos referimos. Así que sólo si las teorizaciones y las creaciones, sean materiales o inma­ teriales, son incorporadas estrechamente en la mente huma­ na y en la cultura de referencia, podremos esperar que sean aceptadas y transmitidas a las generaciones futuras, de otro modo serán descartadas fácilmente (Kraaykamp y van Eijck, 2010: 209). Resulta interesante recordar lo elaborado por la unesco en el documento International Recommendation concerning the Safeguarding and Contemporary Role of Historic Areas de 1976, en el cual se define el significado de un área histó­ rica y sus contenidos específicos con relación a la realidad cultural de referencia y no de una línea perimétrica puramen­ te administrativa. Historic and architectural (including vernacular) areas shall be taken to mean any groups of buildings, structures and open spaces including archaeological and palaeontological sites, constituting human settlements in an urban or rural environment, the cohesion and value of which, from the archaeological, architectural, prehistoric, historic, aesthetic or sociocultural point of view are recognized (art. 1). Every historic area and its surroundings should be considered in their totality as a coherent whole whose balance and specific nature depend on the fusion of the parts of which it is composed and which include human activities as much as the buildings, the spatial organization and the surroundings. All valid elements, including human activities, however modest, thus have a significance in relation to the whole which must not be disregarded (art. 3).1

Por todo ello, resulta importante interrogarnos sobre el significado que tiene, a nivel internacional, el término histórico y de temporalidad, y cómo estas diferentes interpreta­ ciones podrían ayudarnos a no proseguir la ruta de la globa­ lización cultural, sino al contrario, la valorización de los capitales locales en estrecha relación con los valores cultura­ les de la comunidad de referencia (Mauss, 2002). El valor histórico y el concepto de tiempo. Una comparación entre los dos términos Analizar el término histórico significa valorarlo en las distin­ tas especificidades culturales, en cuanto a que son diferentes los contenidos que dicho término conserva. En la cultura europea, específicamente con referencia a la cultura latina y mediterránea, la palabra histórico indica algo que induce al recuerdo, al valor de conservación y, por lo tanto, de transmi­ sión al futuro; en cambio, el término historic anglosajón sobreentiende una pertenencia a una progresión de eventos y

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acciones humanas que se suman al conocimiento del pasado (Jokilehto, 2007). Por otro lado, el término historic/historical americano está asociado a menudo con algo que se ha puesto viejo, que ya no tiene valor, que hay que olvidar y que, por ende, puede ser eliminado. De un modo distinto, el término encuentra un interesante significado en el mundo oriental, en particular en Japón, en donde la palabra histórico se traduce rekishiteki kachi aru: rekishiteki significa sencillamente histórico, kachi indica el valor o el mérito, y aru significa tener, mantener; por lo tanto, el término en su conjunto indica algo cuyo valor histórico está mantenido, confirmado, e indica algo que con­ tiene una vital continuidad con el pasado, que ha vivido y vive todavía hoy y por ello debe ser conservado y trasmitido al futuro. En términos más generales, podemos afirmar que el ­término “histórico” asume un significado particular de carác­ ter global cuando se convierte en adjetivo calificativo de un elemento reconocido por la comunidad, como cultural ­heritage en inglés, patrimonio cultural en español, o bene culturale en italiano. Claro que esta valoración contiene otro aspecto importan­ te que es la temporalidad, esto es, la manera en cómo se percibe el concepto de tiempo. Resulta interesante aquí apun­ tar el cambio conceptual ya introducido por el filósofo ale­ mán Immanuel Kant a finales del siglo xviii, poniendo al centro de sus observaciones no el objeto sino el sujeto: el concepto de tiempo se vuelve entonces, junto al espacio y a su materialidad, una “forma a priori de la sensibilidad” (Kant, 2006). Kant afirmó que si los seres humanos no fueran capaces de advertir el transcurso del tiempo no podrían percibir el mundo sensible, y por lo tanto sus objetos puestos en un espacio. Tal espacio está definido como “sentido externo”, mientras que el tiempo está considerado como el “sentido interno” de las cosas. De esta manera, no es difícil intuir que todo aquéllo que existe en el mundo físico es percibido por el sujeto, quien a su vez le concede una colocación temporal a cuanto está en el espacio que lo circunda. Tal temporalidad es también testimonio de las diferentes refe­ rencias propias de la memoria de cada individuo, y por eso el concepto de tiempo –afirma Kant– no es un concepto universal, global, sino una forma pura de la intuición sensi­ ble propia de cada individuo. Esta subjetividad del concepto temporal nos permite comprender las diferencias culturales que encierra el con­ cepto mismo de historicidad y los distintos modos de inter­ pretar el pasado. Así, tanto en el continente europeo como en el continente asiático, hablar de historia significa también referirse a eventos ocurridos en épocas muy remotas con respecto de la actual. Esta temporalidad se reduce enorme­ mente si nos enfrentamos con el continente americano en donde, con excepción de algunos países como México o Perú, hablar de eventos históricos significa referirse a un pasado muy próximo. Estas consideraciones son fundamentales para entender y reflejar los muchos sentidos que la ciudad histórica asume en las diferentes culturas de referencia. No es difícil intuir que las ciudades históricas, en su gran variedad, han sido y siguen siendo aún el producto de procesos en conti­ nua evolución. Necesariamente se reflejan ahí las intencio­

nes y las necesidades emergentes en las distintas épocas, además de las situaciones específicas ambientales, econó­ micas y socioculturales. Todo esto significa que las áreas urbanas definidas como históricas son tales porque se miden con valores de historicidad y de temporalidad reco­ nocidas por la comunidad a la que pertenecen, y por ello el concepto no es generalizable. Los valores culturales de las ciudades llegan así a asumir un significado local, merecedor de atención y protección según los correspondientes senti­ dos de historicidad y temporalidad. El futuro de la historicidad Pensar en la ciudad histórica, en los diferentes ámbitos geo­ gráficos, significa volver a reflexionar sobre el valor de la centralidad del hombre, de la comunidad, y sobre el derecho a la ciudad (Settis, 2014: 154). El futuro de la historia está en la capacidad que cada individuo tiene de medirse con ella y de devolverle parte de la evolución de la vida social. La historia es el fundamento de la creación de la civilización, es empeño de la democracia. Realidades en donde administradores, clientes y empresarios afirman la supremacía de una modernidad que violenta, ofen­ de y destruye la historia; entonces no son una ciudad, no son un lugar democrático en el que se pueda esperar a construir el futuro de un país. Las acciones que eclipsan la belleza de la historia y despiden para siempre la memoria del pasado no son ética ni moralmente admisibles. En cambio, en el respeto de las diversidades históricas y temporales que anteriormente hemos descrito, superando los límites de una neurótica modernidad, tenemos que volver a reflejar los valores históricos y culturales de las comunida­ des concretas, valorizar la estética y volver a reafirmar la ciudad de la armonía. Esta ciudad tiene que trabajar sobre la continuidad entre lo antiguo y lo nuevo, entre pasado y futu­ ro, y estos valores tienen que haber vivido y haber sido pensados de maneras diferentes en el respeto de las culturas, y en ningún caso negar irreversiblemente este diálogo, mucho menos favorecer la sordera, la insensibilidad que hoy más que ayer invade –a menudo de modo vulgar– la pérdida y la destrucción de la historia. Al contrario, esta última tiene que volver a constituirse en una referencia objetiva para los desarrollos de la ciudad moderna, fundada sobre la poética de Orfeo y no sobre el mecanicismo instrumental de Prome­ teo (Assunto, 1983). Sin embargo, cada vez más asistimos a fenómenos de “destrucción creativa indiscriminada”, como fue definida por el economista austríaco Joseph Alois Schumpeter, en donde los hechos culturales y los desarrollos urbanos ya no dialogan entre ellos, sino que compiten dentro de un proce­ so de recíproca destrucción al servicio de un violento capi­ talismo (Schumpeter, 1976). Todo esto es a lo que estamos asistiendo, precisamente en esta época, en los países del Medio Oriente, en donde parecen más interesados en forta­ lecer el odio que el interés por sí mismos y por su propia cultura. No es tan distinto en América Latina y en algunas realidades urbanas de China. De aquí las preguntas que sería interesante responder: ¿estamos seguros de que des­ pués de haber destruido una parte o toda una ciudad histó­ rica, un área de interés histórico, un monumento o una ins­ titución cultural, lo que iremos a reconstruir en su sitio es

realmente de utilidad y beneficio para la comunidad y para las generaciones futuras? ¿Es realmente éste el futuro que queremos construir para nuestra historia, o solamente estamos acelerando la fecha de su definitiva muerte y, por lo tanto, estamos construyendo el no futuro? Bibliografía Planning Latin America’s capital cities, 1850-1950, Londres, Routledge, 2002. assunto, r. La città di Anfione e la città di Prometeo. Idee e poetiche della città, Milán, Jaca Book, 1983. calabi, d. Storia dell’urbanistica europea, Milán, Mondadori, 2004. —. Storia della città, Venecia, Marsilio Editore, 2005. choay, f. L’ allegoria del patrimonio, Roma, Officina Ed., 1995. giovannoni, g. Vecchie città ed edilizia nuova, Milán, Francesco Ventura, 1996. hanisch, r. “Camillo Sitte: City Planning according to Artistic Principles, Vienna 1889” en C. Hermansen Cordua (ed). Manifestoes and Transformations in the Early Modernist City, Burlington, Ashgate, 2010, pp. 125-135. jokilehto, j. “International Charters on Urban Conservation: Some Thoughts on the Principles expressed in Current International Doctrine” en City & Time, Vol. 3, Nº 3, 2007, en www.ct.ceci-br.org. Consultado: 4 marzo 2015. kant, i. Critica della ragion pratica e altri scritti morali, Turín, utet, 2006. kraaykamp, g. y k. van eijck. “The Intergenerational Reproduction of Cultural Capital: A Threefold Perspective” en Social Forces, Nº 89, 2010, pp. 209-232. mauss, m. Saggio sul dono. Forma e motivo dello scambio nelle società arcaiche, Turín, Einaudi, 2002. niglio, o. “Kioto, la antigua capital del Japón y el modelo chino de la ciudad ideal” en Arquitectura y Urbanismo, Vol. 35, Nº 1, 2014, pp. 92-96. — y n. inoue. “Okazaki in Kyoto. The Conservation of Suburban Area in the Historical City” en 18th icomos General Assembly and Scientific Symposium “Heritage and Landscape as Human Values”, Florencia, noviembre de 2014. pickard, r. Management of Historic Centres, Londres, Taylor & Francis, 2001. poggi, g. Sui lavori per l’ingrandimento di Firenze. Relazione di Giuseppe Poggi (1864-1877), Florencia, Tipografia Barbera, 1882. schumpeter, j. a. (1976), Capitalism, Socialism and Democracy, Nueva York, HarperCollins, 1976. settis, s. Se Venezia muore, Turín, Einaudi, 2014. sitte, c. (1965), City Planning according to Artistic Principles, Londres, Phaidon Press, 1965. vergara, c. j. The New American Ghetto, New Brunswick, Rutgers University Press, 1995. almandoz, arturo.

Notas 1



“Se consideran áreas históricas y arquitectónicas (incluyendo las tradicionales) a todo grupo de edificaciones, estructuras y espacios abiertos, incluyendo los sitios arqueológicos y paleontológicos, que constituya un asentamiento humano tanto en un medio urbano como rural, cuya cohesión y valor son reconocidos desde el punto de vista arqueológico, arquitectónico, prehistórico, histórico, estético o socio­ cultural” (art. 1). “Cada área histórica y su entorno deberá considerarse en su totalidad como un todo coherente, cuyo equilibrio y naturaleza específicos depen­ den de la síntesis de los elementos que lo componen, y que compren­ den tanto las actividades humanas como los edificios, la organización espacial y los alrededores. Todos los elementos válidos, incluidas las actividades humanas, por modestas que sean, tienen así un significado que no debe ser descartado en relación con el conjunto” (art. 3).

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