Observaciones sobre el Estado de Cartago y su papel en las Guerras Púnicas

June 7, 2017 | Autor: Aitor Merino Vázquez | Categoría: Antiquity, Ancient Rome, Punic Wars, Cartago, Carthago, Guerras púnicas
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Aitor Merino Vázquez

Cartago y las Guerras Púnicas

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Índice

1.

Introducción

2.

Origen de Cartago y características de su sociedad

3.

Contexto histórico anterior a las guerras

4.

Primera Guerra Púnica

5.

Segunda Guerra Púnica

6.

Tercera Guerra Púnica

7.

La caída de Cartago

8.

Bibliografía

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1. Introducción Entre los años 264 y 146 a.C., las dos mayores potencias del mediterráneo se enfrentaron en una serie de conflictos, que, además de afectar a territorios coloniales pertenecientes a ambos contendientes, terminó por asegurar la hegemonía absoluta de Roma en el comercio marítimo y la desaparición de Cartago, que había nacido como una extensión más de los fenicios en el norte de África y, que tras haber alcanzado unos extensos límites territoriales, acabaría como un vago recuerdo conservado en las hojas de pergamino de aquellos que decidieron plasmarlo para los anales de la Historia. Autores como Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso o Polibio, nos legaron su visión de estas tres guerras. Es difícil llegar a comprender en conjunto la enorme influencia que han tenido las Guerras Púnicas en la Historia de Roma –y en cierto modo, en toda la Antigüedad-. Cuando Aníbal Barca penetró en la Península Itálica durante el segundo conflicto, los romanos temieron por primera vez por la seguridad de su ciudad. Varias teorías afirman que este es el momento en que se da el punto de partida para el imperialismo de Roma. Destruida Cartago, tenían las puertas abiertas para colonizar el sur de la Península Ibérica y la costa norte de África. Asimismo, con su mayor rival en el mediterráneo derrotado, ya podían expandirse sin control más allá del territorio peninsular. Mientras en que las dos primeras guerras había un cierto equilibrio de fuerzas, la tercera apenas fue anecdótica para Roma. Escipión el Africano había alcanzado Cartago ya al final de la segunda guerra, el ejército púnico –formado básicamente por mercenarios númidas e íberos- estaba diezmado, y su enorme y poderosa flota naval era superada ampliamente por la romana, que hasta hacía relativamente poco no existía. Podemos observar entonces que mientras que al principio las guerras con Cartago estaban en cierto modo justificadas, al final ya sólo pensaban en acabar con ese rival –Cartago delenda estde forma definitiva, de cara al dominio de sus antiguos territorios y para evitar posibles conflictos posteriores. Por todo esto, es imposible intentar entender a Roma sin haber estudiado antes sus luchas contra los púnicos, que son consideradas la génesis del imperialismo y también lo que podría haber sido la causa de su destrucción. Destrucción que habría cambiado la Historia tal y como la conocemos en la actualidad. Aún a pesar de su corta existencia a lo largo del tiempo, Cartago nos ha dejado un legado en forma de lenguaje –los topónimos de las ciudades que fundaron en África y la Península Ibérica-, y de restos arquitectónicos como los que estudian los arqueólogos en su antiguo emplazamiento, prácticamente bajo la actual ciudad de Túnez. También conocemos varias cuestiones sobre su sociedad y creencias religiosas, aunque nos falta información. La pretensión de este trabajo es la de tocar varios temas distintos aparte de las guerras, como por ejemplo, todo lo referente al pueblo cartaginés –su origen, tipología de la ciudad, forma de gobierno…-, los antecedentes de los conflictos, e incluso un pequeño resumen sobre todo lo ocurrido en el emplazamiento de Cartago después de su destrucción. Si bien en algunas cuestiones tenemos muchas fuentes y bibliografía disponibles para su consulta, en otras apenas hay información a la que acudir. Por esto, unos apartados estarán más desarrollados y analizados en profundidad que otros, pero se intentará mantener un equilibrio para que no parezca que se le da una mayor importancia, por ejemplo, a la segunda Guerra Púnica que a la primera.

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2. Origen de Cartago y características de su sociedad El origen de Cartago se remonta al pueblo de los fenicios. Estos se asentaron originalmente en el Levante mediterráneo (se establecen en el siglo XIII y son conquistados por Ciro II pasando a formar parte del Imperio persa de los aqueménidas en el siglo VI), y etimológicamente su nombre procedía del color rojo púrpura con el que teñían sus túnicas y comerciaban (phoínikes en griego antiguo, ya que fueron los helenos los que se lo pusieron). A sí mismos se nombraban canaaneos, y con las deformaciones propias del uso de una lengua distinto, el término derivaría en poenicus (púnicos) para los latinos. Debido a su carácter expansionista, motivado por la enorme importancia del comercio en su sociedad y la necesidad de repostar durante esos viajes en distintos puntos o enclaves que irían evolucionando hasta formar ciudades, acabarían por alcanzar la Península Ibérica (fueron sus primeros colonizadores) y el norte de África, fundando en la primera colonias como Gadir (Cádiz) o Malaka (Málaga) y en la segunda, dando a luz a la ciudad de Qart Hadašt (ciudad nueva, Cartago). Lo que las leyendas cuentan es que fue la princesa Dido quien fundó la ciudad en el año 814 a.C. Dido era hija del rey de la ciudad fenicia de Tiro, Matán I o Belo. Según el mito, Dido (o Elisa) tenía un hermano llamado Pigmalión que codiciaba el tesoro escondido de un sacerdote de Melqart. Por ello, hizo casar a su hermana con él para que adivinara dónde se hallaba ese tesoro. Dido no amaba al sacerdote, de nombre Siqueo, y tras engañar a su hermano (que asesinó inútilmente a Siqueo) y encontrar el tesoro en el jardín, se lo llevó y huyó de Tiro. En su huida, Dido llegó a la costa de África. Allí se encontró con la tribu de los libios, a cuyo rey pidió tierras para asentarse y fundar una ciudad. Según la leyenda, este le concedió el terreno que ocupara la piel de un toro. Dido, de forma ingeniosa, cortó en muchas tiras la piel y delimitó así una gran extensión de terreno, donde construyó una fortaleza que llamó Birsa y que posteriormente sería la ciudad de Cartago. Dentro de la estructura social de Cartago podemos hablar de que su Estado comenzó siendo republicano pero con características propias de una monarquía o incluso de una dictadura. Posteriormente, con el tiempo llegaría a ser plenamente republicano. Esto recuerda a la historia de Roma, que comenzó como una monarquía y durante las guerras con Cartago era ya republicana. Por otra parte, su sociedad estaba separada en clases: una de ellas la aristócrata y la otra, la plebeya. Una primera división esencial sería la de pertenecer o no a la ciudadanía. Para esto, existía el requisito de ser descendiente de un padre cartaginés, aunque gracias a los epígrafes de algunas tumbas sabemos que hubo casos de extranjeros que la obtuvieron gracias a sus hazañas en el campo de batalla. Entre sus derechos, se encontraba el de participar en la política mediante la Asamblea Popular, aunque a menos que perteneciese a la aristocracia sus funciones eran muy limitadas en este ámbito. Por otra parte, sus deberes eran de carácter militar (contradiciendo las teorías que afirman la falta de implicación de este pueblo con su ejército), público (elegir y desempeñar distintos cargos) y religioso (ejercer funciones sacerdotales).

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La aristocracia era propietaria de las tierras de cultivo, y transmitía los cargos de los que gozaba a sus hijos (de forma hereditaria). Por su lado, el pueblo se constituía de campesinos, comerciantes y artesanos. Parece ser que algunos de estos grupos sociales tenía cierta soltura económica, ya que poseía esclavos que le realizaba parte del trabajo. Finalmente, en relación a este apartado sólo nos queda tratar de la familia cartaginesa. Por lo que se sabe, esta era nuclear y normalmente reducida (de cuatro a siete miembros más los criados domésticos). Además parece ser que era tradición el matrimonio endogámico de un hombre con su prima. La economía de Cartago se basaba en el comercio marítimo. Es por ello que el control del mar constituía una necesidad primaria. Esto influía en muchos aspectos de la sociedad cartaginesa, sobre todo en el tema bélico. Mientras que la fuerza naval de Cartago era imponente y tremendamente poderosa, su ejército de tierra era escaso y formado por mercenarios a los que se pagaba con las enormes riquezas obtenidas durante las actividades comerciales. Estos mercenarios provenían de las numerosas tribus númidas con las que cohabitaban en el norte de África. Tribus que, por otra parte, se hallaban supeditadas al enorme poder de Cartago y buscaban librarse de su yugo de cualquier forma posible. Por esta cuestión, cuando Roma comenzó a expandirse por todo el mediterráneo los cartagineses lo vieron como un grave peligro para su principal actividad económica, y prefirieron enfrentarse a ellos antes que sufrir las consecuencias de dejar que esta les arrebatara el control del comercio. Además pensaban, no sin falta de razón, que los romanos no tendrían nada que hacer contra su fuerza naval. Es importante tener en cuenta que si bien los cartagineses fundaron multitud de ciudades nuevas en los momentos de expansión de su imperio comercial, también aprovecharon asentamientos ya existentes que habían fundado los fenicios. Para hacerse una idea de todo el territorio que abarcó su Estado, basta con decir que comenzaron con el terreno que ocupaba la ciudad y el área que la rodea, unos 50 kilómetros cuadrados. En su momento de máximo apogeo, el imperio púnico se extendía a lo largo de 50.000 kilómetros cuadrados y se componía de aproximadamente 300 ciudades (propias, sin contar a sus aliados). Era la mayor potencia en el mediterráneo hasta que fue derrotada por los romanos. Pasaremos ahora al apartado de la política. En sus comienzos, la sociedad de Cartago era una oligarquía aristocrática con ciertas formas de la Monarquía. Los dos sufetes (llamados reyes por algunos autores) acaparaban la mayoría de poderes. Esto comenzó a cambiar en el siglo V a.C., cuando las derrotas a manos de los griegos hicieron perder fuerza a estas grandes familias aristócratas y algunas de sus funciones pasaron a otros órganos de gobierno de más reciente creación. Su gobierno durante la época de la República estaba al de cargo de varios órganos públicos de poder, el más influyente sin duda la Asamblea Ciudadana formada por individuos pertenecientes a familias de la aristocracia cartaginesa. Esta asamblea tenía la potestad de elegir quién iba a ocupar los distintos cargos de la ciudad, por ejemplo, en el Senado de los Cien (constituido por cien aristócratas de forma vitalicia) o el Consejo de Ancianos.

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Los primeros tenían el poder judicial, y además se encargaban de la supervisión de los individuos que trabajaban para su gobierno. Aparte de los ya mencionados, estaba la Asamblea de Ciudadanos (o Asamblea Popular), cuya función era elegir a los sufetes (miembros del Senado cartaginés), a los sumos sacerdotes y a los generales del ejército. En orden de importancia, el Senado estaría ocupando el primer puesto sin duda. El ejército cartaginés estaba formado principalmente por mercenarios contratados de los pueblos cercanos. Debido a esto, no profesaban excesiva lealtad a Cartago, sino que lo que les movía eran los beneficios económicos sustraídos de los salarios y los saqueos a poblaciones conquistadas. La principal razón por la que esto era así es porque el pueblo púnico no era esencialmente conquistador, sino más bien comercial. Dentro de su sistema religioso, se han encontrado evidencias de que practicaban el sacrificio de animales y niños en honor de los dioses. Lo que al principio parecía un intento de crearles mala fama por parte de autores clásicos como Plutarco, ha resultado verídico, puesto que durante el siglo XIX en excavaciones en los alrededores del emplazamiento de la ciudad de Cartago se han sacado a la luz restos de infantes y de varios tipos de animales frente al santuario de Tofet. El hecho de que no hubiera solo niños allí enterrados indica que no era un cementerio, sino que muy probablemente fueron sacrificados. Por último, se tratará la cuestión de las características de la ciudad y de sus dos puertos. Esta se hallaba en la península de Túnez y su morfología se basaba en el plano hipodámico. Gracias a excavaciones recientes (finales siglo XX), se conocen muchos detalles de la ciudad. Por ejemplo, que constaba de una muralla triple y que su diseño arquitectónico aunaba distintos estilos: uno como base cercano al sirio-palestino y otro más reciente de carácter helenístico. En el centro de la ciudad, donde se hallaban el foro, el ágora y probablemente el Senado, se situaba el barrio de Salambó. Había una zona elevada sobre la colina de Byrsa, con fortaleza incluida, y en sus laderas, las casas de la aristocracia cartaginesa. Otro barrio destacado era Magón, el cual al parecer fue remodelado alrededor del siglo II a.C. En la ciudad había multitud de templos dedicados a las distintas divinidades del panteón púnico. Aparte del ya mencionado templo de Tofet, otro santuario destacado es el de Melqart (relacionado con Heracles). Cartago gozaba de dos grandes e importantes puertos que destacaban la importancia del comercio marítimo para este pueblo. El puerto civil era rectangular, y allí era donde fondeaban las naves comerciales con sus importaciones y exportaciones. Por otro lado, dentro del puerto militar la dársena era una instalación vital que los púnicos lograron utilizar con astucia durante la primera guerra con los romanos. Cuando la escasa flota de Roma perseguía algún barco de Cartago hasta el puerto, este entraba en la dársena (estructura circulara cubierta donde se construían y reparaban los navíos) y allí desaparecía a los ojos de los primeros, evadiendo así el combate. Según algunos autores, este puerto podía llegar a albergar unas 220 naves de guerra.

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3. Contexto histórico anterior a las guerras Siglos antes de que se emprendieran estas guerras, ya se habían firmado tratados diplomáticos entre Roma y Cartago. Remontándose el primero al siglo VI a.C., hubo nada más ni nada menos que ocho tratados, siendo el último el tratado de paz que siguió a la segunda Guerra Púnica. En ellos se puede observar la relación que había antiguamente entre ambos Estados. Mientras que Roma en aquellos momentos sólo estaba interesada en expandirse a lo largo de la Península Itálica, Cartago se conformaba con tener el control del mar mediterráneo (aunque parece ser que algunos individuos de la aristocracia tenían ánimos expansionistas). En el año de comienzo del primer conflicto (264 a.C.), el imperio de Cartago se extendía a lo largo de la costa africana, el sur de Hispania, las islas Baleares, Cerdeña y Sicilia. Dado su enorme poder, era de esperar que en algún momento chocara con la mayor potencia terrestre en alza del territorio, Roma, que en ese momento se hallaba en el período de la república. Por su parte, Cartago adolecía de unas fuerzas bélicas terrestres muy escasas y formadas básicamente por mercenarios, soldados contratados con poca lealtad hacia este pueblo pero con mucho amor por el oro. En contraste con esto, el ejército de tierra de Roma era el más potente de todo el mediterráneo, y ya se había enfrentado con prácticamente todos los pueblos cercanos que desafiaron el poder de la gran ciudad. En estos momentos, fijaba su mirada en el norte y el sur de sus fronteras (que abarcaban la península itálica al completo). Por lo tanto, Sicilia corría el peligro de ser incluida dentro del creciente Imperio Romano. Y Cartago, viendo amenazada su posición hegemónica en el mediterráneo, decidió actuar en el conflicto.

Reconstrucción de la ciudad de Cartago (Wikipedia Commons)

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4. Primera Guerra Púnica Todo comenzó como un conflicto de carácter local entre Siracusa y Mesina. Mientras que la primera estaba gobernada por el rey Hierón II, la segunda se hallaba bajo el control de los Mamertinos. La historia de este pueblo se remonta a inicios del siglo III a.C., cuando un grupo de mercenarios de la Campania que se había quedado sin trabajo masacró a los habitantes de Mesina y tomó esta población. Entonces, desde aquí comenzaron a enviar expediciones de saqueo contra las costas de Sicilia. Cuando el Hierón II decidió plantarles cara y asediar su ciudad, estos pidieron ayuda a los cartagineses como medida desesperada de supervivencia. Después, de forma traicionera hicieron lo mismo con Roma aludiendo a un ataque ficticio de Cartago. Tras enviar los romanos tropas para defender Mesina, el ejército cartaginés (cuyo general en ese momento era Amílcar Barca), ofendido por el engaño, se puso del lado de Siracusa en la batalla. Comenzó así el conflicto armado entre estas dos grandes potencias del mediterráneo. Dado que el poder de Cartago estaba concentrado en su armada naval, evitaron toda confrontación en tierra con Roma, sabedores de su superioridad bélica en ese terreno. Las razones por las que los púnicos eran mejores en el mar son: mayor experiencia en conflictos marítimos, superior número de naves y más avances técnicos en estas que sus rivales. De todos modos esta situación fue breve, puesto que nada más acceder Roma a los planos de fabricación de naves de los cartagineses, comenzaron a construir una armada equiparable a la de estos a un ritmo productivo demencial. Además, el enorme imperio comercial de Cartago necesitaba de la protección de muchas de sus naves, con lo cual no estaban siendo aprovechadas. Hasta entonces las técnicas de abordaje apenas se utilizaban en los conflictos navales. Cuando los romanos introdujeron en sus barcos un sistema que mediante ganchos tendía un puente entre las dos naves contendientes (llamado Corvus), fueron capaces de emplear a su famosa infantería pesada en la guerra, la cual estaba mucho mejor armada que la tripulación púnica (que normalmente era destrozada, dejando paso libre a la toma de la nave). A partir de aquí las victorias romanas no pararon de llegar (exceptuando unas pocas y deshonrosas derrotas). En el año 241 a.C., se firmó un tratado de paz y Cartago cedió a Roma el control de la isla de Sicilia, por la cual había comenzado todo el conflicto. La victoria de Roma trajo consigo una serie de exigencias a los vencidos. Cartago tuvo que destruir toda su flota de barcos como medida preventiva de otros conflictos, y además debían de pagar una muy cuantiosa suma como compensación económica. La consecuencia de esto fue la expansión de los púnicos en Hispania para obtener riquezas con las conquistas y poder pagar así esa ‘multa’, lo cual terminaría por resultar para Roma un grave error táctico.

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5. Segunda Guerra Púnica Después del final de la Primera Guerra Púnica, las exigencias de Roma obligan a Cartago a expandirse para ser capaces de pagar la deuda que se les había impuesto. Esta expansión la realizan a través de la Península Ibérica, territorio sólo ocupada hasta entonces en la costa y habitado por distintas tribus belicosas. Con esto, Roma, a fin de delimitar el área ibérica para que estas conquistas de Cartago no afectaran a sus intereses, impulsa el tratado del Ebro, una delimitación geográfica entre el sur (influencia de Cartago) y el norte (influencia de Roma) del río Ebro. De las batallas se encargaría la aristocrática familia de los Bárcidas, bajo el mando de Amílcar Barca. Cuando este fallece durante una lucha, le sucede uno de sus hijos, Aníbal. El conflicto comenzó con el ataque del general Aníbal a la ciudad hispana de Numancia por razones territoriales en el año 218 a.C. A pesar de que este enclave fortificado se hallara en la zona de influencia de los cartagineses (al sur del río Ebro), mantenía relaciones con el Imperio Romano y por tanto se hallaba bajo su protección. Incluso con esta evidente provocación, el Senado de Roma decidió no actuar en su ayuda para no comenzar así otro conflicto con el pueblo púnico, temerosos de los efectos devastadores que podría tener para ellos. El asedio costó a Aníbal mucho más de lo que se pudo esperar. Las resistentes murallas de la ciudad, sumadas a la valentía y el arrojo de sus habitantes, causaron numerosas bajas a los púnicos y alargó la batalla de forma exasperante. Es más, el propio general cartaginés resultó herido en una pierna gracias a la puntería de un numantino con su lanza. Pragmático conocedor de la inmensa capacidad del ejército romano de producir tropas (contra la que no podía competir Cartago), Aníbal sabía que debía de terminar la guerra rápidamente, obligando al senado de Roma a claudicar después de introducirse en la Península Itálica para amenazar esta ciudad. Después de lograr cruzar los Alpes con su ejército y un grupo de elefantes, el general bárcida fue derrotando a los romanos en todas las ocasiones en que se enfrentó a ellos (como ejemplo, la batalla de Cannas: un desastre total para Roma). A pesar de esto, no fue capaz de cumplir con sus objetivos de hacer aliados en la Península Itálica, puesto que los distintos pueblos que la constituían se mantuvieron siempre fieles a los romanos. Después de alcanzar los muros de la ciudad, Aníbal tuvo que retirarse por la falta de máquinas de asedio para poder tomarla. Con la muerte su padre y de su tío en estas primeras batallas, Publio Cornelio Escipión decide tomar el mando de sus legiones y, evitando luchar en la Península Itálica contra Aníbal (que en aquel momento se dedicaba al saqueo y a afianzar su posición), dirige sus tropas contra el sur de la Península Ibérica, concretamente contra la ciudad de Carthago Nova. Esta se trataba de un bastión estratégico para el ejército púnico asentado en la península, con lo cual su toma por las legiones romanas les daría una importante ventaja allí. Escipión confiaba en conquistar la ciudad mediante alguna estrategia inteligente, puesto que un largo asedio provocaría una llamada de atención hacia las tropas cercanas, que sin duda serían comandadas para rodear a los romanos contra el asentamiento fortificado.

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Busto de Publio Cornelio Escipión (Wikipedia Commons)

Lo que hizo Escipión fue rodear las murallas de la ciudad con un pequeño contingente de soldados, buscando un punto flaco del que había sido informado anteriormente. Este se hallaba en un área pantanosa, poco defendida por lo difícil de su acceso y donde las murallas eran más bajas. Abriéndose paso por allí, estas tropas lograron escalar los muros sin llamar la atención de los cartagineses e íberos que les ayudaban. Tras esto, tomar el fuerte sólo fue cuestión de luchar y esperar a que entrara el resto del ejército. Esto fue el comienzo de la conquista romana de Hispania. Teniendo ya una base que les servía de punto seguro en el sur de la península podían enfrentarse con más posibilidades al ejército cartaginés. Mientras tanto, Aníbal seguía dentro de Italia con sus tropas, prácticamente intacto pero sin recibir refuerzos aún. Asdrúbal, el general romano afincado en Hispania, decide entonces dirigirse a la Península Itálica para apoyar a su hermano. Roma le estaba esperando, y en la conocida como batalla del Metauro, le derrotó y mató. Queriendo llevar el juego del general púnico a su propio territorio, Escipión decidió navegar hacia el norte de África con el objetivo de obligar a Aníbal a regresar para defender Cartago. Tras una serie de enfrentamientos de los que Escipión logró salir triunfante, llegó el momento de luchar cara a cara con su mayor y más inteligente rival. El ejército romana apenas contaba con unas pocas legiones más el apoyo de la caballería númida que se le brindó para ayudar a derrocar el poder de Cartago en África. Todo terminó en el 201 a.C. con la derrota de Aníbal en la batalla de Zama. Roma había destruido prácticamente todo el ejército del que disponían los cartagineses y además, Escipión se encontraba dentro de su territorio, amenazando la misma capital del Imperio Púnico. Sin Aníbal saqueando en la Península Itálica y con Hispania bajo el control romano, ya no les quedaba otra opción que capitular y aceptar las duras condicionar que les fueron impuestas.

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Concretamente, estas consistieron en una cuantiosa indemnización económica para paliar los gastos de la guerra y la prohibición total de volver a formar un ejército, ya sea con tropas propias con mercenarios. De esta forma, pasaron a depender de Roma para cualquier cuestión relacionada con su defensa.

El imperio cartaginés al final de la Segunda Guerra Púnica (Wikipedia Commons)

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6. Tercera Guerra Púnica Las condiciones del tratado de paz con Roma habían dejado a Cartago indefensa ante los continuos ataques de su vecina Numidia. Roma aprobaba estas ofensivas, viendo en ellas una forma de tener controlado a su mayor enemigo (aunque en ese momento no tenían prácticamente ejército). Cuando los púnicos presentaban ante sus opresores romanos quejas hacia los belicosos númidas, estos hacían caso omiso o se ponían del lado de los agresores. Ocurrió que en esos momentos Roma vivía en una situación de tensión motivada por un brote de sentimentalismo nacional y enemistad surgido en las provincias bajo su control de Hispania y Grecia. No se podían permitir, por lo tanto, bajar la guardia en ningún momento. Este contexto es la principal razón por la que comenzaría el tercer y último conflicto entre romanos y cartagineses. Después de esforzarse económicamente durante años para poder pagar la deuda impuesta por Roma, Cartago logra aportar las últimas sumas acordadas y anuncia que ahora que ya están cumplidas las condiciones del antiguo tratado, rearmará su ejército de mercenarios (posible gracias a que de nuevo vuelven a tener ciertas riquezas) y combatirá a sus enemigos númidas que tanto daño les han hecho en los momentos de debilidad. Esto, evidentemente, alarma de sobremanera a Roma, que alerta a Cartago de las posibles consecuencias de desobedecer su autoridad en el área del mediterráneo. Los púnicos ignoran estas advertencias y se defienden de los ataques de Numidia. No logran contenerlos y vuelven a salir derrotados de la batalla. Mientras tanto, en el senado de Roma Catón no dejaba de insistir en la absoluta necesidad de arrasar de una vez por todas con la ciudad de Cartago, a fin de borrar esta amenaza contra su pueblo. Es aquí cuando acuña la célebre frase: “Carthago delenda est”, Cartago debe de ser destruida. Se inician entonces una serie de maniobras destinadas a provocar la guerra (ya que Roma siempre buscaba un motivo que justificara los conflictos que emprendía, el llamado casus belli). La idea era mandar tantas exigencias a Cartago que esta se rebelara y así poder emprender el asedio de la ciudad. Y lo lograron, cuando les pidieron a trescientos hijos de la aristocracia cartaginesa como rehenes y luego mandaron demoler la ciudad y emplazarla más en el interior de África, alejándoles de las costas (quitándoles su principal sustento económico comercial y sus posibilidades de emprender la reconstrucción de una nueva armada, además de dejarles a merced de las numerosas y belicosas tribus de la zona). Es así como comienza la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.). Tras la declaración bélica, Roma emprende el asedio de Cartago. Los púnicos, acostumbrados a confiar en sus ejércitos de mercenarios para que luchen por ellos, se ven ahora obligados a defenderse por sí mismos. Es sorprendente la tenacidad de este pueblo, puesto que a pesar de lo duro de su situación fueron capaces de producir una gran cantidad de armas y de luchar con arrojo durante el primer envite de Roma, llegando incluso a frustrar este intento.

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De todos modos, poco pudieron durar sus alegrías. Un segundo asedio comenzó poco después, esta vez liderada por el hijo de aquel general romano que les venció en la Segunda Guerra Púnica: Publico Cornelio Escipión Emiliano. Tres duros años de asedio resistieron los cartagineses, hasta que por fin sus murallas cayeron y la ciudad fue saqueada e incendiada hasta los cimientos.

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7. La caída de Cartago Tras la destrucción de la ciudad de Cartago al final de la tercera Guerra Púnica (146 a.C.), el Estado cartaginés como tal desaparece. Alrededor de un siglo después, sobre el 29 a.C., Octavio se ocuparía de fundar en su mismo emplazamiento la que sería la capital de toda la provincia romana dentro de África. Esta localización sería ocupada por distintos pueblos a lo largo de los próximos siglos, llegando finalmente a formar parte del extenso Imperio Bizantino. Antes de que Octavio llegase a decidir la construcción de esa ciudad, hubo varios intentos que fracasaron y quedaron en pequeños asentamientos de poca importancia. Fue Julio César el que durante la Guerra Civil de Roma observó que este lugar era un buen punto estratégico, legando la idea a su sucesor. Su nombre pasó a ser Colonia Julia Cartago, y tras crecer rápidamente se convirtió, como ya hemos mencionado, en la capital de los dominios romanos en África (sustituyendo a la anterior, Útica). De nuevo, su ubicación frente al mar sería una de sus mayores ventajas, puesto que llegaría a ser uno de los mayores productores de trigo de todo el Imperio Romano y necesitaba un lugar desde el cual transportarlo a la ciudad. Después de transformarse en la segunda ciudad más poblada del Imperio y de ver la construcción de numerosos edificios públicos, llegó el cristianismo y fue una ciudad vital para el desarrollo de este, ya que aquí nacieron numerosos teólogos y figuras importantes en la religión. Hasta la época de decadencia imperial, cuando los vándalos (bárbaros que venían del sudeste de Hispania) se desplazaron para ocupar África y de paso tomar esta ciudad en el año 439. Asimismo, conquistaron las islas del mediterráneo y consolidaron así su control sobre el comercio marítimo de la zona. De todos modos, su dominio fue breve, ya que pronto comenzaron a tener problemas con la oposición de la Iglesia católica (debido a confiscaciones de propiedades y bienes), que sumados a conflictos internos por el poder y ataques de las tribus norteafricanas definieron su decadencia hasta que en el año 534 el Imperio Bizantino la volvió a recuperar. De nuevo Cartago (ahora bautizada como Colonia Justiniana) volvía a estar en el cénit de su poder. Otra vez era capital del ahora llamado Exarcado de África, bajo dominio Bizantino. Pero con la llegada del Islam, sus fanáticos comenzaron a tomar territorios muy cercanos a la ciudad, amenazando su corto periodo de paz. Además, la propia capital del Imperio Bizantino estaba pasando por malos momentos y sus gobernantes se llegaron a plantear trasladar su sede hasta aquí. Mientras las tribus árabes no enfocaron sus miras hacia Cartago, esta se mantenía a flote gracias a mercenarios contratados de entre las tribus bereberes cercanas y a la llegada de refugiados de varios territorios distintos. Cuando se decidieron a atacar de verdad la ciudad, se logró una defensa sobre todo gracias a tropas visigodas que temían el avance de estas belicosas tribus hasta llegar a la Península Ibérica y que se prestaron a ayudar. Esto no fue suficiente, y en el año 698 fue tomada por última vez. Por penúltima en realidad, ya que los bizantinos la volvieron a recuperar durante un breve periodo de tiempo sólo para verla arder destrozada por un ataque de los musulmanes. Sus ruinas, después de pasar por el control de distintos países, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1975 y desde entonces han sido estudiadas.

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8. Bibliografía Dionisio de Halicarnaso. Historia Antigua de Roma: Libros X-XI y fragmentos de los libros XII-XX. Madrid: Gredos, 1988. Polibio. Historia de Roma. Madrid: Alianza, 2008. Tito Livio. Historia de Roma desde su fundación. Madrid: Gredos, 2006.

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