OBJETIVIDAD, IMPARCIALIDAD Y EL \"LIBRILLO\"

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Descripción

OBJETIVIDAD, IMPARCIALIDAD Y EL "LIBRILLO"



En este post argumento sobre el fundamento heurístico de mi "librillo" y la
conexión con las premisas axiológicas en que se basa. Todo ser humano
contempla el mundo en que vive o la representación que se hace del pasado
reciente a través de una retícula de valores. Es imposible no hacerlo. No
somos chimpancés, calamares o piedras. Tal retícula está influída por
numerosos factores que han ido desvelando, entre otras, la sicología, la
antropología y la sociología. Unos son de naturaleza personal, otros
proceden del medio. Unos se absorben en la familia. Otros fuera de ella,
generalmente en un proceso de socialización dominado por la enseñanza
escolar. No hay historiador que escape a ello.



Ningún sistema político moderno deja a sus futuros ciudadanos al albedrío
de una enseñanza no reglada. El tiempo de esta periclitó hace varias
generaciones. Ahora bien, ese pasado comúnmente admitido, transmitido en
base a un currículo generalmente explícito, no es estático. De lo
contrario, el historiador desaparecería en un mundo orwelliano en el que
las necesidades del presente y las conveniencias del futuro definen una
interpetración impuesta respecto a lo que se deba creer y no creer. Tal
mundo orwelliano florece en las dictaduras. Es incompatible con una
sociedad que valore la libertad y la democracia y en la que se acepten
plenamente el disentimiento y la heterodoxia.

El pasado, escribió L. P. Hartley en una novela famosa, The Go-Between, es
"un país extraño" en el que las cosas "se hacían de manera diferente". Como
está pasado no es fácil reconstruirlo, aunque se intenta desde la más
remota antigüedad. Hoy nos apoyamos en una metodología adecuada, con base
científica y criterios específicos de calidad, contrastabilidad y
"falsabilidad". No llegamos a pretender la sedicente exactitud de otras
ciencias sociales (a la cabeza de las cuales la economía siempre ha
defendido sus pretensiones) pero tampoco nos limitamos a la recreación
literaria. Una novela histórica ni es historia ni la sustituye.

Todo esto, sucintamente expuesto, viene a cuento porque existe una
tendencia entre ciertos historiadores que destacan orgullosamente que la
historia es la exposición de "datos", de "hechos". Una entelequia como otra
cualquiera porque ni unos ni otros existen por sí solos. Sus consecuencias
y su contextualización son los que les dotan de significación. Un "dato"
puede no existir para un historiador hasta que otro le atribuye un
significado determinado. La recuperación de ciertas dimensiones de la
historia medieval (antes un amasijo informe de gestas, reyes y trobadores)
lo ha puesto de relieve. Esta atribución es, esencialmente, valorativa y
el historiador la lleva a cabo desde su peculiar retícula axiológica, desde
su cosmovisión o, si se me apura, desde su ideología.

¿Indica esto que todas las atribuciones son igualmente aceptables? La
respuesta es no. Para que una atribución pueda mantenerse en pie tiene que
estar conectada con un hecho cuya existencia se haya demostrado por los
procedimientos de criba propios de la hermeneútica histórica. De aquí que,
en último término, toda afirmación debe estar íntimamente relacionada con
el sustrato que la inspira. Debe estar documentada, probada, evidenciada.

Es entonces cuando surge un segundo problema. Si el historiador se acerca a
los hechos provisto de una cosmovisión particular, de una ideología, ¿cómo
demostrar que una es mejor que otra? Aquí es imprescindible diferenciar
entre objetividad e imparcialidad, que no son términos sinónimos.

En mi opinión es historiador objetivo aquel que basa su argumentación en
"hechos", "datos", "evidencias" susceptibles de contrastación. Dicha
argumentación puede ser objeto de análisis intersubjetivos y resulta, por
ende, refutable en mayor o menor medida. En una palabra, sus argumentos
pueden evaluarlos otros historiadores con referencia a dichas evidencias,
nuevas o menos nuevas, quizá abiertas a interpretaciones varias pero tanto
o más constreñidas cuanto más abundantes y amplios sean el análisis y
contextualización a que abocan. La imparcialidad es otra cosa: está
relacionada con valores comúnmente aceptados, que son a su vez producto de
la historia y, por definición, contingentes. No hay historiador imparcial,
aunque lo parezca. Incluso las guerras medas siguen suscitando discusiones.
El debate científico abarca todas las áreas del conocimiento y la historia
no solo no es una excepción, sino que es un terreno muy abonado para el
mismo.

¿Ejemplos de valores como enraizados en la historia? Durante casi todo el
pasado para el cual disponemos de evidencias físicas, culturales o
documentales la esclavitud no se puso en discusión con carácter general.
Desde principios del siglo XIX fue atacada. Hoy existe en ciertas regiones
pero tiende a esconderse o a camuflarse. La sociedad actual no la acepta.
Lo mismo cabría afirmar de valores tales como la democracia o los derechos
humanos (que a su vez han experimentado un proceso de densificación desde
los de naturaleza política a otros de índole social, económica, de género
y, como ha reconocido valientemente el Papa, también medioambiental). Sus
contenidos eran desconocidos o limitados en el pasado. Hoy no.

De aquí se desprende que el historiador, aunque familiarizado con los
valores de ese país extraño que es el pasado, no pueda por menos de
abordarlos desde su manifestación presente. ¿Quién se atrevería hoy a
defender la esclavitud? ¿O la mera reducción de los derechos humanos a los
de naturaleza estrictamente política? ¿Cómo justificar el fascismo, el
nazismo, el comunismo?

No extrañará, pues, que mi "librillo", tal y como he expuesto en posts
precedentes, necesite ser complementado. Ningún historiador decente puede
permanecer impasible ante la violación de la libertad o de los derechos
humanos por las dictaduras del siglo XX. ¿Cómo exculpar a Hitler, a Stalin,
a Mao Tse Tung? O, más próximo a nosotros, ¿cómo exculpar a Franco?.

Todos ellos tuvieron a su servicio historiadores y corifeos que presentaron
una visión del pasado deformada pero coherente con los objetivos
ideológicos de sus respectivas dictaduras: imponer un futuro racialmente
homogéneo tras una pugna en pos de la supremacía o la conquista del paraíso
con un Estado periclitado y en el cual la felicidad individual se
armonizaría con la felicidad social.

De Franco puede decirse que no aspiró a sentar las bases para llegar a una
situación finalista. Se contentó con mantenerse en el poder todo el tiempo
que permaneciera con vida. Si acaso esperaba algo fue que su peculiar
concepto de "democracia orgánica" le sobreviviese. No duró dos años.

Sin embargo, todavía existen -y existirán quizá durante un par más de
generaciones- quienes se reclamen de las pretendidas bondades del
franquismo. Un caso curioso y que tiene mucho que ver con un proceso de
socialización por la vía de la enseñanza reglada que adolece de fallos
inmensos. Ni ha roto con el pasado ni ha suministrado a los ciudadanos,
presentes o futuros, el conocimiento y el instrumentario analítico para
pensar críticamente sobre el pasado común de una sociedad en rápido proceso
de mutación como es la española. Una sociedad que sigue necesitando de
buenas dosis de concienciación histórica.

¿Ejemplo último? Según la prensa, el manualito para los alumnos de sexto de
primaria en la Comunidad de Madrid que ha aflorado hace unos días y que
contiene, al parecer, (no lo he leído), una impresionante serie de sesgos
en los que destaca el nulo sentido del pudor de su alabadísima
expresidenta. Encargo un ejemplar de manera inmediata. A lo mejor da
materia para futuros posts.
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