“Nuria Espert – Medea: la reencarnación de un mito imperecedero”, en J. Huerta Calvo & A. López Fonseca (eds.), Madrid Barcelona Escenas Paralelas, Madrid, Ediciones del Orto, 2011, pp. 115-132

August 31, 2017 | Autor: A. López Fonseca | Categoría: Theatre Studies, The Classical Tradition, Classical Reception Studies, Medea, Teatro español contemporáneo
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N URIA E SPERT – M EDEA : LA REENCARNACIÓN DE UN MITO IMPERECEDERO

Antonio López Fonseca SI HAY UN NOMBRE en el teatro mundial que resuene de forma especial junto al de Medea es el de Nuria Espert. Desde el año 1954 ha estado representando, de forma intermitente a lo largo de toda su vida profesional, esta tragedia con distintos directores. Ha vivido tantos años con la heroína, pensándola, sintiéndola, entendiéndola, poniéndole rostro y voz que podría decirse que ha crecido con ella y que la conoce como nadie, porque nadie ha convivido con ella tantas horas, tantos años. Con Medea se consagró en el mundo del teatro y ha sido uno de los personajes de mayor repercusión en su carrera, junto a otros bien es cierto, pero éste de manera especial, al punto de que casi hay una identificación: Medea, por antonomasia, es Nuria Espert. Sólo una gran, una excelente actriz, es capaz de encarnar las atrocidades de las heroínas trágicas y hacerlas creíbles, verdad, regalándonos interpretaciones que ya forman parte de la historia cultural de

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nuestro país. Nuria Espert infunde un enorme respeto; la envuelve una suerte de halo legendario compuesto por todos los grandes papeles que ha interpretado y cuando se mira a sus ojos parece que en cualquier momento puede aparecer, nuevamente, Medea. — Vente ahora mismo al Hospital de la Santa Cruz.

Era la voz de Juan Germán Schroeder una tarde en que los ensayos de la compañía se habían suspendido temporalmente tras el abandono de la gran Elvira Noriega, a falta de sólo un mes para el inicio de las representaciones. Allí, en el patio del hospital, Juan Germán colocó a Nuria, que formaba parte del coro de la tragedia, en un extremo, le dio el texto de Medea, se fue al extremo opuesto y le dijo que comenzase a leer. — «¡Oh dioses conyugales, que habéis sido custodios de mi tálamo nupcial …!» — ¡Más alto, más alto …!

Y así fue leyendo los monólogos de la obra a grito pelado. Juan Germán se despidió y se marchó sin decirle nada. Luego supo que había ido a ver a Antonio de Cabo y Rafael Richart, directores de la nueva compañía creada en Barcelona para hacer una gira por España, a decirles que Nuria iba a hacer la Medea. Por supuesto que no, dijeron. Pero Juan Germán insistió. Comenzaron nuevamente los ensayos y cedieron ante su interpretación. Nuria se aprendió las cuatro funciones de la gira en sólo catorce días. Primero se estrenó Fuenteovejuna, cuyo éxito sirvió para crear una gran expectación para la Medea que se estrenaría el

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21 de junio de 1954, en el Grec de Barcelona, con Félix Navarro como Jasón y Miguel Narros como el mensajero. Fue su primer gran éxito, con críticas extraordinarias. Fue su primera Medea, con sólo 19 años. Así lo cuenta en De aire y fuego. Memorias (Madrid, Aguilar, 2002, p.41), escrito con Marcos Ordóñez, un libro que comienza con un fragmento de diario de noviembre de 2001, cuando ensayaba precisamente Medea bajo la dirección de Michael Cacoyannis, en el que se plantea por qué a los actores les gusta seguir, seguir buscando, ponerse en peligro, ir más allá, y afirma que las actrices actúan «para que ‘nos pase algo’, algo que no nos sucedería en la vida cotidiana» (De aire y fuego, p.12). Grandes personajes como los de la tragedia griega, que son más grandes que la vida y que la vida de los actores, son los que permiten justo eso. Este mismo momento de sus primeros recitados de la gran tragedia que le pellizcó el alma será evocado también en muchas entrevistas y en el otro libro sobre su figura, el de Juan Cruz (Nuria, Madrid, Ediciones y Publicaciones Autor, 2007). Sus primeros contactos con el teatro tuvieron lugar en los «nidos de arte» de la Barcelona de la década de los 40, cuando «no quería ser actriz». Pero una serie de personas fueron apareciendo en su vida para hacerle cambiar de opinión. Tal vez el primero fue Sandro Carreras, que en sus clases le dijo que se escondía en sí misma cuando actuaba (¡lo mismo que 50 años después le diría Cacoyannis!). Y de los «nidos de arte» pasó al Romea, que formaba la primera compañía de teatro catalán de posguerra, donde se

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estrenó el 12 de diciembre de 1949 con un papel de gato en Lali de Claudi Fernández Castanyer, y donde luego haría de princesa, en una época en la que no acababa de disfrutar del teatro y vivía angustiada y aturdida, en la firme convicción de que lo suyo era realmente la danza y sus clases con Charo Contreras. En el Romea conoció a Julieta Serrano con quien pasó a la compañía «adulta» haciendo papeles de criaditas. Y entonces llegó otro momento fundamental para su vocación: ver entre cajas actuar a Emilia Baró y descubrir en su trabajo una verdad instantánea, una credibilidad absoluta (De aire y fuego, p.32). En esas fechas, a comienzos de la década de los 50, fue con su amiga Julieta a ver La muerte de un viajante y Edipo, con Paco Rabal, y pronto entendieron que había «otro teatro». Y, para confirmarlo, poco después aparecería Esteve Polls, prototipo de director «a la europea», que le propuso un repertorio como nadie entonces hacía en Barcelona. Con 17 años plantó al Romea y se fue al Orfeó Gracienc iniciando así una nueva época como primera actriz: una auténtica aventura con un gran director que se convertiría en otra pieza clave de su carrera. Ya en el Orfeó, un día se presentaron Antonio de Cabo y Rafael Richart, directores a la sazón del Teatro de Cámara de Barcelona. También asomó Juan Germán Schroeder, otro personaje fundamental del teatro catalán de la época. Estos directores hacían un teatro difícil e, incluso, habían comenzado montando en casas particulares. En 1954 deciden incorporarse al programa de Festivales de España con cuatro espectáculos, uno de los cuales era Medea. Consiguieron una primera actriz cotizadísima, Elvira Noriega, la reina del María Guerrero. Se presentarían en el Grec

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ese verano. Nuria tenía papeles pequeños, pero estaba tremendamente ilusionada. A falta de un mes, Elvira Noriega se excusó y dijo que no haría la gira. Y llegó la llamada de Juan Germán, autor a comienzos de los 50 de la versión libre de Medea, a partir de los textos de Eurípides y Séneca, que leyó a voces en aquel patio, versión que estará con ella a lo largo su vida. Ésta su primera Medea giró por toda España menos, precisamente, Madrid. Y lo hizo con gran éxito, al punto de que ella misma reconoce en sus memorias (De aire y fuego, p.43) que se le subió a la cabeza. Después, nada. Todo el mundo decía que había estado maravillosa pero nadie le daba trabajo; hasta que un día le dijo a su madre: — Estoy harta. Me voy a Madrid a probar suerte.

En la conversación que durante diez días mantuvo con Juan Cruz, y que se publicó directamente transcrita, dice de Madrid que debería tener un letrero a su entrada que dijera: «Madrid: la ciudad más acogedora del mundo» (Nuria, p.76), y destaca el respeto que sienten los madrileños por la cultura catalana: «Eso me gustaría que estuviera en el libro». De Barcelona a Madrid, y viceversa. Así comenzó una nueva vida vinculada al teatro con su esposo, Armando Moreno. Fundaron su propia compañía e hizo Gigi de Colette en Madrid en 1959, y otras Medeas, antes en 1957, y en 1959, por primera vez en Mérida. Y trabajó con José Tamayo, y salió de gira con la compañía Lope de Vega… Pero con aquello no acababa de sentirse bien y llegó a plantearse, incluso, dejar el teatro, volver a Barcelona, retomar

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las clases de danza e intentar vivir del doblaje. En 1961 volvió a hacer Medea, bajo la dirección de Juan Germán Schroeder, en el Grec de Barcelona; y en 1963 haría dos giras agotadoras, en la primera de la cuales volvió a representar la tragedia. Decía de la actriz la crónica de Santino para ABC (11 de diciembre de 1963, «Brillante representación de ‘Medea’ en el Teatro Álvarez Quintero») que «compuso el tipo de la heroína con todo su desgarrador dramatismo, (…) manteniendo siempre transparente el juego expresivo de matices y reacciones y firme y emotivo acento discursivo situando siempre la voz en mágico engarce con situaciones y gestos. A tono con la excepcional labor de la admirable actriz se comportaron las distintas figuras». La heroína mítica iba y venía, siempre con ella. Pero no iba a ser el único gran personaje femenino que el mundo clásico le iba a ofrecer y que ella iba a interpretar de manera magistral; grandes mujeres, personajes con una enorme profundidad que requerían de una gran actriz. Poco después recibiría la llamada de José Luis Alonso para hacer, en el María Guerreo, A Electra le sienta bien el luto, de O’Neill. Alonso le impresionaría como director, lo que ella llama un «director maestro», como Jorge Lavelli, o Mario Gas, o Lluís Pasqual. Electra se estrenó el 28 de octubre de 1965. Era una obra muy larga que trasponía el ciclo de la Orestíada a Nueva Inglaterra tras la Guerra de Secesión americana y esa mezcla de pathos con naturalismo no acabó de convencer.

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Algo más de una década después de agotador trabajo y multitud de montajes, Nuria vuelve a toparse con otra gran mujer: Fedra, personaje poco frecuente antes de 1975, que en los comienzos de la democracia se convirtió en una metáfora de la urgente necesidad de libertad. Era el año 1977 y Armando quería volver a hacer teatro en catalán. Deciden pedirle a Salvador Espriu un texto para que lo dirigiera Andrezj Serban. Espriu preparó una revisión de Fedra bellísima, que tituló Una altra Fedra, si us plau, pero, seguramente por un malentendido, demasiado breve: sólo cuarenta minutos, y sin tensión teatral. ¿Cómo decirle nada al gran poeta? Había que hacerla, pero Serban dijo que no. Así es que, a mediados de 1977, Nuria tenía una bellísima Fedra, ya anunciada, pero no tenía director. Recurrió a su buen amigo Terenci Moix que le habló del joven Lluís Pasqual que acababa de hacer un gran trabajo en el Lliure. Otro gran director, de esos a los que les gusta «pisar» el escenario, que se convertiría en otro personaje importante en su vida: de Fedra a Lorca, pasando, ¡cómo no!, por Medea. El texto se montó a tiempo para el estreno el 27 de febrero de 1978 en el Municipal de Girona, con Gabi Renom, que venía de Joglars, como Hipólito. Era justo el momento del affaire con Joglars y Gabi, incluso, faltó a varios ensayos porque tenía que presentarse en comisaría. Lluís hizo venir a Abel Folk porque la detención parecía inminente. Estrenaron el día previsto pero, poco antes de la segunda representación, Gabi fue detenido con el resto de miembros de Joglars. Estrenaron poco después en Barcelona, con una gran tensión, y Abel leyó un manifiesto al acabar en presencia, entre otros, de Josep Tarradellas. El 17 de enero de 1979 la

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estrenaron en el Teatro de la Comedia de Madrid donde tuvo la misma discreta acogida que en Barcelona. La obra siguió de gira y siguió perdiendo dinero. Ese año de 1979, Nuria y Armando fueron al ministerio a reclamar una subvención, tremendamente necesaria pues la obra no acabó de «funcionar». En medio de todos los problemas, allí se encontraron con Alberto de la Hera que le hizo dos propuestas: montar con José Tamayo una Medea para Mérida y codirigir, junto a José Luis Gómez y Ramón Tamayo, el Centro Dramático Nacional. Así pues, 20 años después de su primera Medea en Mérida, hollaba de nuevo las majestuosas piedras del templo laico del teatro. Esa primera loca de celos que hizo con Antonio de Cabo y Rafael Richart, y luego con Armando Moreno y Juan Germán Schroeder, se había atemperado un tanto y perfilaba un personalidad más madura, eso sí, siempre sobre la versión de Juan Germán a partir de los textos de Eurípides y Séneca. Este dato es importante porque la Medea senequiana le aporta un enfoque algo diferente al personaje de Eurípides, lo hace más humano, más una mujer. Permítaseme una breve digresión sobre este particular. Al trágico griego le tocó vivir la derrota de la democrática Atenas en beneficio de la oligárquica Esparta. Ello condujo a un evidente pesimismo y a una transmutación radical de valores que deja marcados a fuego a los personajes de Eurípides. La habitual nobleza solemne de Esquilo y Sófocles da paso al trastorno patológico de unos héroes ruines e, incluso, criminales, una crueldad que también alcanzará a las mujeres, como a Medea.

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Eurípides se niega a hacerse ilusiones sobre la naturaleza humana y se convierte en un psicólogo que escudriña en el turbio corazón del hombre, interés por la psicología de los personajes que suponía una auténtica novedad en la literatura griega. El famoso tópico aristotélico de que «Sófocles representa a los hombres como deberían ser y Eurípides como son» puede servir para analizar el nudo de contradicciones reales en que se debate su Medea. La tragedia, estrenada en el 431 a.C., presenta un panorama completo de las posibles reacciones ante el hecho del amor y su protagonista hace un absoluto, nihilista, de lo que ella considera un fracaso máximo: la ruptura de su relación amorosa con Jasón. Y es en nombre de ese absoluto, fabricado por su razón, como somete a revisión y aniquilación todo su pasado y su presente. A su fracaso y a su venganza queda subordinado todo lo demás: maldice a sus hijos, planea su muerte y la justifica por la razón de la sinrazón, poniendo en cuestión el orden social a través de un lenguaje tremendamente seco, parco en metáforas. Séneca, si bien trata el tema a partir de una situación básica similar a la del trágico griego, introduce algunas modificaciones, como la supresión de la visita del rey Egeo a Corinto para desarrollar en su lugar la escena de los encantamientos mágicos, o la relación afectiva entre los hijos y su padre, que se acentúa para cargar así las tintas en la cruel venganza. El planteamiento es radicalmente diferente pues Séneca usa el conflicto entre dos actitudes individuales, la infidelidad de Jasón y los celos de Medea, para ejemplificar las funestas consecuencias de una pasión desenfrenada. Ahora, más que una mujer, es una auténtica ménade

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que nos transporta en su arrebato al terreno de la irracionalidad (lo que estaría en consonancia con su faceta de maga o bruja y la escena de los encantamientos mágicos): el fatalismo de la pasión. La ira extrema se debe, en buena medida, a no haber podido, o mejor, no haber sabido controlarse por no responder al modelo de mujer estoica; es la negación de la constantia. Esta Medea, como pone de manifiesto Julio Mangas («La Medea de Séneca», en S. López Moreda & J. Gómez Santa Cruz [eds.], Ideas para un cincuentenario, Madrid, Ediciones Clásicas, 2005, pp. 111-124), no sólo es un reflejo de su cultura, sino sobre todo de su particular pensamiento estoico, comprometido con la defensa de los valores éticos. Nuria Espert alternó entonces su actividad teatral con la gestión durante dos años al frente del María Guerrero, hasta que en 1981 decidió abandonar el Centro Dramático Nacional. ¿Qué sería lo primero en hacer? Medea. Ahora la dirección correrá a cargo de Lluís Pasqual, nuevamente con la versión de Juan Germán y para el Grec de Barcelona. Una gran producción que, como recogen las crónicas (El País, 9 de agosto de 1981), registraba un lleno diario con más de mil espectadores, pero que no acabó de satisfacer plenamente a Nuria. Ahora, la heroína se había convertido en una feminista violenta y furiosa. El personaje seguía creciendo con la intérprete que le daba vida en una auténtica simbiosis. Su relación con la princesa de la Cólquide no había terminado. En 1992 recibió la llamada de Mario Gas proponiéndole

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hacer algo para la Olimpiada Cultural. Inmediatamente pensó en hacer Medea, ahora como directora, en castellano y con Irene Papas, para el Grec. Iba a dirigir a la gran Irene Papas que tanto le había impresionado décadas atrás en la película Electra, de Michael Cacoyannis, el gran director de Zorba el griego con quien aún no sabía que acabaría trabajando (o, tal vez, sí). Su montaje integró plenamente el coro en la dramaturgia y, en esta ocasión, trabajaron sobre una versión del texto de Eurípides realizada por Ramón Irigoyen, respetuosa con el estilo «seco» del trágico (Medea. Eurípides, versión e introducción de Ramón Irigoyen, Madrid, Ediciones VOSA, 1992 [= Barcelona, Random House Mondadori, 2006 y Barcelona, DeBolsillo, 2008, con epílogo de Jodi Balló y Xavier Pérez]). Extraordinario montaje que, desgraciadamente, sólo pudo verse en Barcelona, a pesar de que lo pidieron de media Europa, por la dificultad de transportar los decorados. Abriendo el nuevo siglo, en 2001, Nuria vuelve sobre Medea. Un año antes había coincidido en Delfos con Michael Cacoyanis que le dijo que quería trabajar con ella. Nuria propuso otra tragedia de Eurípides, Ifigenia en Áulide, pero el director dijo que Medea, sin saber que la había representado ya en muchas ocasiones. Se estrenó en Mérida, sobre la versión de Ramón Irigoyen, con José Sancho como Jasón, en la 47º edición del festival. Un año antes, el 46º Festival de Teatro Clásico de Mérida había celebrado un homenaje «a la Medea por antonomasia» (reconocimiento que hasta el momento sólo se había tributado a Margarita Xirgu y a José Tamayo). Era un nuevo reto pues debía interpretar un texto diferente al de Schroeder que tan bien conocía. Cacoyannis

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transforma el mito en la base para una reflexión sobre la situación de la mujer en la actualidad: madres que abortan, que se exilian y tienen que abandonar a sus hijos, criarlos solas… El propio director, que calificó su montaje como «feminista», no busca en él la innovación formal y se mantiene fiel a la estructura de la obra con una idea en el horizonte: hacer mella en las emociones del público. Vale recordar aquí que Aristófanes de Bizancio se inventó la calumnia de que Eurípides era un misógino. Falso. El célebre coro radicalmente feminista del principio es una muestra de la extraordinaria modernidad y actualidad del trágico. Le preguntaba Pedro Manuel Víllora (ABC, 1 de julio de 2001) por el interés de Medea en 2001 y contestaba Nuria: «¿Para el público? El de la Gioconda, el de la Capilla Sixtina, el del Ulises de James Joice, el de este árbol: el interés de las cosas que perduran, el interés de las cosas que hacen que la vida sea mejor y pueda soportarse». El montaje pasó de allí al Grec de Barcelona, Sagunto y luego de gira. Es la primera vez que representó la tragedia en teatros cerrados. El mito parece no agotarse y la actriz descubre en él nuevos matices no presentes en anteriores puestas en escena. Como ella mismo dijo a propósito de este montaje, «Medea es débil pero hasta ahora nadie me había forzado a mostrar su debilidad amorosa (…) Capaz de cometer el más cruento de los asesinatos. No la disculpo pero la amo» (elcultural.es, 4 de julio de 2001). «Representar Medea es siempre para una actriz como emprender un largo, bello y peligroso viaje. No le quita incertidumbre y aventura el hecho de haberlo representado en el pasado. Al contrario, esa oscura

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heroína te ha acompañado durante una larga carrera, has ido representándola una y otra vez, poniéndote en manos de directores que te ayudan a descubrir más de los repliegues oscuros o luminosos de su tormentosa personalidad» (Artez. Revista de las Artes Escénicas 52 [2001]). Años después, en una conversación con José Luis Gómez (El País, 3 de diciembre de 2006), decía Nuria que «donde la vida cobra sentido es actuando (…) como vivir dos veces (…) ¡Cuando estoy entera es en el escenario! Cuando yo soy más yo misma es cuando estoy interpretando a otra persona, curiosamente». Y Medea ha vivido con ella a lo largo de su trayectoria; es uno de los personajes que mejor conoce, uno de esos papeles en los que se trabaja con el estómago, con los intestinos, eso que sólo se hace en el grandísimo teatro y que precisamente por ello impacta al espectador. Pero es atroz hacer sus monólogos, doloroso: «No hay suavizante ninguno, no te da tiempo para que respires y te prepares para lo que viene (…) Es verdaderamente espeluznante y emocionante, y me han dado oxígeno después de alguna función en Mérida (…) ¿Cómo es posible que la gente no la aborrezca? (…) No es una enferma. Eurípides nos presenta un cerebro que funciona maravillosamente, tanto cuando grita y se desespera, como cuando maquina sus acciones. Era muy fácil hacer una loca, o mostrarla enloquecida en el momento de matar a sus hijos; pero lo razona todo», dice en una entrevista que los latinistas Andrés Pociña y Aurora López le realizaron cuando representaba el montaje de Cacoyannis en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, en febrero de 2002 («Visión de Medea a lo largo de una vida. Nuria Espert», en A. Pociña & A. López [eds.], MEDEAS. Versiones de un mito desde

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Grecia hasta hoy, Granada, Universidad de Granada, 2002, vol. II pp.1229-1247). Medea, su Medea, le ha hecho pensar y nos ha hecho pensar: «Medea te obliga a pensar qué podrías hacer por amor, o por traición» (entrevista con Alfonso Guerra, El País, 8 de agosto de 2008). Porque hace lo que hace por amor. Cuando la hizo con 19 años el sentimiento era de puro despecho, negativo, arrebatador, brutal. Luego la siguió haciendo, más mayor, más madura, y el amor siguió estando ahí, como pasión incontrolable, pero la traición se fue volviendo más fuerte que el despecho. No hay que ensalzar lo que hizo, pero hay que entenderlo. En 2008, la 54º edición del Festival de Mérida conmemoró el 75º aniversario de la primera representación de Medea por Margarita Xirgu en 1933, con una versión realizada expresamente por Miguel de Unamuno sobre el texto de Séneca, dirigida por Cipriano de Rivas Cherif. ¿Quién mejor que Nuria Espert, la gran heredera de Margarita Xirgu, para hacerlo? Interpretó durante treinta minutos los monólogos de Medea en su querida versión de Juan Germán Schroeder, vestida con traje rojo pompeyano y grecas en pan de oro, transformada en la Xirgu, incluso con su mismo peinado. Dijo Julio Bravo en su crónica (ABC, 26 de junio de 2008): «La Xirgu, La Espert y Medea se convirtieron en una sola y el teatro romano de Mérida vivió unos momentos emocionantes, con uno de los mitos que más noches ha visitado ese escenario mágico y con una actriz que lleva sangre de Medea por sus venas». Se cuenta que Margarita Xirgu, tras acabar la representación, tocó con sus

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pies descalzos aquellas piedra emeritenses y dijo: «Ahora ya me puedo morir». Y a esa frase lapidaria se puede unir otra no menos impactante de Nuria Espert: «En Mérida no te come el público, te devoran las piedras». Con ocasión de esta representación, charló de la tragedia con Blanca Portillo (El País, 14 de junio de 2008), que tomaría el relevo de las dos grandes y representaría Medea el 20 de agosto de 2009, bajo la dirección de Tomaz Pandur y con un texto adaptado de Eurípides por Darko Lukic. Hablaba entonces de la evolución del personaje: «Al llegar la liberación de la mujer, a Medea se la ve de otra manera. Antes era una loca vengativa, un monstruo; ahora una mujer ofendida, vejada, humillada, traicionada y que, desde luego, escoge una vía trágica». Hablaron de la grandeza del personaje, de la riqueza de matices que tiene, y le decía a Blanca: «Con Medea te enteras muy bien de quién eres y ahorras mucho en psiquiatras. Pero tendrás que hacer varias, porque con una vez no basta (…) Medea no tiene fin». Y Blanca Portillo representó la versión, digamos, «revolucionaria» de Pandur: una Medea del siglo XXI, tan abatida, vengadora, humillada, desterrada y soñadora como siempre, pero más humana, más apegada a la actualidad, en una mezcla de antigüedad y contemporaneidad. Podemos decir que la de Portillo es la Medea «después de la Espert», como la suya fue la Medea «después de la Xirgu». Según fuentes del Festival, antes de ésta ha habido dieciséis, el mito con mayor presencia en la historia de Mérida y Nuria Espert es quien más veces la ha encarnado en el Teatro Romano de Mérida: la verdadera Medea emeritense. Los cronistas dijeron de su primera representación en 1959 (dirigida por Armando

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Moreno) que destacó por un perfecto equilibrio entre emoción y pasión; veinte años después, en 1979 (dirigida por José Tamayo), se habló de una representación más humana; y en 2001 (dirigida por Michael Cacoyannis) de una Medea sobria y contenida. Ahora, Nuria Espert está representando en la Sala Pequeña del Teatro Español a otra gran mujer de la Antigüedad con una atroz historia: Lucrecia. Dirigida por Miguel del Arco, sobre un texto de Shakespeare en el que se enfrenta sola a la interpretación de Lucrecia, de su violador Tarquinio y de su esposo Colatino, nos pone ante el dilema del poder y el papel de la mujer. Es una historia poco conocida pero plena de sentimientos, pasiones, arrebatos y delirios que nos legaron Tito Livio (Ab urbe condita I 57,6-59,11) y Ovidio (Fasti II 685-852); una historia que supuso el fin de la monarquía y el inicio de la república en Roma. «Corran a ver La violación de Lucrecia», decía Marcos Ordóñez al inicio de su crónica (El País, 20 de noviembre de 2010), y sigue: «Estamos ante una culminación y una suma (…) Esto es grandeza, señores. Esto es una faena de la Maestranza. Esto no es una actriz, es una fuerza de la naturaleza». Lo que hace Nuria, efectivamente, es una auténtica proeza interpretativa, de nuevo con una gran mujer del mundo clásico. El teatro siempre ha servido para los grandes temas de la existencia humana y los primeros modelos grecolatinos ya hacen, casi, abstracción de todos los componentes de la peripecia humana. Son los «viejos» temas, enfrentamientos mortales que turban las conciencias, esos tabúes antiguos que casan bien con las

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frustraciones modernas, los dilemas obsesivos y las monstruosas soluciones. Dijo Luis Díez del Corral de los grandes mitos (La función del mito clásico en la literatura contemporánea, Madrid, Gredos, 1957) que el tiempo está «como suspendido, pero no anulado, convertido en un ahora puntual y abstracto; es, antes bien, el suyo un condensado ahora». Esas Medea, Fedra, ¿están presas de la locura o son sólo mujeres queriendo afrontar la realidad? Todo lo contaron ya nuestros antepasados. El nombre de Medea está inexorablemente unido al de Nuria Espert, la gran actriz de Barcelona en Madrid. Y también a Margarita Xirgu, con quien, según ella misma, se siente especialmente ligada al pensar que continuó algo iniciado por ella. Permítaseme terminar recordando las palabras con las que Nuria Espert acababa la entrevista que le hicieron Andrés Pociña y Aurora López en 2002: «Y yo sé que el año que viene, o dentro de cinco años, hay una buenísima actriz, que ya debe de estar trabajando, alguna de esas magníficas actrices jóvenes, y hay muchas, y no tan jóvenes, ya con treinta años, una de ellas hará una Medea extraordinaria. Ya se tiene que estar preparando, aunque todavía no lo sepa ni ella misma. Y continuará tanta belleza. Y después habrá otras. Y dentro de otros dos mil quinientos años, que son los que van de Eurípides a nosotros, tendrá que haber otras actrices que transmitan tan inmensa belleza, tendrá que haber otras Medeas en Mérida, o el género humano se habrá perdido irremisiblemente».

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Antonio López Fonseca, Marcos Ordóñez y Nuria Espert. Foto Emilio Peral.

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