Nuevos datos sobre una alineación de menhires en el norte de Burgos: el yacimiento de Las Atalayas, en Avellanosa del Páramo (Burgos)

August 17, 2017 | Autor: Javier Basconcillos | Categoría: Archaeology, Arqueología, Arqueología del Paisaje
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Descripción

Sautuola / XVI-XVII Instituto de Prehistoria y Arqueología “Sautuola” Santander (2010-12), 71 - 93

Nuevos datos sobre una alineación de menhires en el norte de Burgos: el yacimiento de Las Atalayas, en Avellanosa del Páramo (Burgos)1 New information about a menhir alignment in the north of Burgos: The site of Las Atalayas, Avellanosa del Páramo (Burgos) Miguel Á. MORENO GALLO2 Germán DELIBES DE CASTRO3 José A. LÓPEZ SÁEZ4 Saúl MANZANO RODRÍGUEZ5 Rodrigo VILLALOBOS GARCÍA6 Alberto FRAILE VICENTE7 Javier BASCONCILLOS ARCE8 RESUMEN Se presentan los resultados de un sondeo arqueológico realizado al pie del menhir de La Buena Moza (Avellanosa del Páramo, Burgos), que confirman la cronología prehistórica del monumento. A partir de ellos y de otros muchos datos obtenidos en prospección, se avanza en el estudio de la alineación de menhires que, a lo largo de un centenar de kilómetros, une las cimas del Sistema Cantábrico y los páramos calcáreos del Noroeste de Burgos. ABSTRACT The aim of this paper is to present the results of archaeological work underneath the standing stone of “La Buena Moza” (Avellanosa del Páramo, Burgos). They confirm its prehistoric chronology. In the light of these results and new data obtained in a wide regional survey, we discuss a surprising alignment of menhirs that link the Cantabrian Mountains and the limestone plateaus located in Northwest Burgos. PALABRAS CLAVE: Alineación. Larga duración. Megalitismo. Menhir. Prehistoria. KEYWORDS: Alignment. Longue durée. Megalithism. Menhir. Prehistory.

I. INTRODUCCIÓN La comarca de Valdeolea, al Sur de Cantabria, en la zona limítrofe con Palencia, es un sugestivo lugar de colinas desnudas y valles planos, casi endorreicos, que anticipa la majestuosidad del Alto Campoo. En este punto de transición del páramo a la alta montaña se conocen desde siempre siete menhires (TEIRA, 1994) que forman una alineación Este-Oeste. Razones de vecindad invitan a establecer, además, una relación en-

1. Investigaciones realizadas en el marco de un proyecto financiado por la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. 2. Departamento de Ciencias Históricas y Geografía. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Burgos. Correo electrónico: [email protected] 3. Departamento de Prehistoria. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Correo electrónico: [email protected] 4. Grupo Investigación Arqueobiología. Instituto de Historia (C.S.I.C.). Madrid. Correo electrónico: [email protected] ISSN: 1133-2166

tre ellos y las grandes piedras hincadas de Los Lagos (GUTIÉRREZ MORILLO, 1999) de Mazandrero, que se repite también con los menhires palentinos de Sansón en Villanueva de Henares y de Canto Hito en Revilla de Pomar (ALCALDE, 1992), o con el burgalés de La Cuesta del Molino (MORENO GALLO, 2005), en el páramo de Valdelucio. Igualmente, al observar el conjunto dibujado sobre un mapa, surge el impulso de prolongar la línea hacia

5. Grupo Investigación Arqueobiología. Instituto de Historia. (C.S.I.C.). Madrid. Correo electrónico: [email protected] 6. Departamento de Prehistoria. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Correo electrónico: [email protected] 7. Departamento de Prehistoria. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Correo electrónico: [email protected] 8. Asociación Geocientífica Burgalesa. Correo electrónico: [email protected]

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NUEVOS DATOS SOBRE UNA ALINEACIÓN DE MENHIRES EN EL NORTE DE BURGOS: EL YACIMIENTO DE LA ATALAYAS, …

Figura 1: Alineamiento de menhires en las provincias de Burgos, Palencia y Cantabria.

el Noroeste y hacia el Sureste dada la profusión de yacimientos megalíticos existentes en esta zona de la provincia de Burgos (MORENO GALLO, 2004), incluidos varios menhires, que festonean la zona más meridional de la Lora y los páramos situados al Oeste de la capital (Fig. 1).

cereal intensivo hasta las brañas cántabras sin grandes desniveles, sin tener que cruzar ríos caudalosos y sin adentrarse -a juzgar por la flora actual y por lo que sugiere el subsuelo- por bosques o lugares de vegetación espesa. II. ALGUNAS HIPÓTESIS SOBRE LA ALINEACIÓN

Los vestigios aislados, algunos ciertamente llamativos, cobran de repente una especial significación cuando se proyectan sobre el mapa. En algunos casos, como en Valdeolea, la acusada proximidad de unos menhires respecto a otros obliga a usar escalas amplias para visualizar el conjunto. Otras veces, en cambio, la impresión de vacío aconseja invertir la escala para entender la continuidad entre unos yacimientos y otros. Al final, el resultado es que medio centenar de grandes piedras, la mayoría hincadas, aunque otras yazgan derribadas junto a sus lugares de erección, forman una alineación, prácticamente recta, entre los páramos calcáreos que se asoman a los valles de los afluentes del Arlanzón, y las cumbres del sistema Cantábrico. ¿Es exactamente una recta? No del todo. La correlación de los puntos individuales es elevadísima y admitiría cualquier control estadístico, pero bajando al detalle se aprecia que en realidad se trata de una línea levemente sinusoidal que va buscando los lugares más llanos, los cambios de cuenca por los sitios más propicios, los encharcamientos que mantienen el verdor a lo largo del estío, en definitiva, una sucesión de paisajes amenos que permiten pasar desde las comarcas de

Aceptada la alineación de los menhires, el principal problema que se plantea es su interpretación. Porque una línea une puntos, pero separa planos. Una línea puede representar el lugar de confluencia de dos espacios diferentes, un camino a recorrer, la frontera que no se debe sobrepasar, etc. Una línea es un río y un cordal montañoso, el límite y la intersección. La alineación de menhires que nos ocupa puede corresponder, además, a una de las categorías anteriores o a varias. Si se amplía la visión del conjunto, en torno al trazado abundan los dólmenes y las estructuras tumulares, en número próximo al centenar. La línea también podría entenderse, entonces, como una pintoresca avenida funeraria que partiera del conjunto del Collado de Sejos (alto Saja, en Cantabria), con un menhir, con un dolmen y, sobre todo, con un crómlech cuyos ortostatos grabados, como defiende Bueno (1982), guardan relación con las estatuas-menhir y estelas antropomorfas que en el III milenio a.C. se erigían en toda Europa Occidental y, muy especialmente, con las representaciones tipo Peñatu (BUENO y FERNÁNDEZ MIRANDA,

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1981). Camino del Sur estaría el conjunto de Los Lagos de Mazandrero, en Cantabria. Excavado por Gutiérrez Morillo (1999; 2001; 2002; 2003) y con una datación radiocarbónica de 3270±70 B.P. Los Lagos aparece también citado por Teira, quien coincide en contextualizar el conjunto en un momento tardío del megalitismo cántabro. Y al entrar en Castilla y León, la línea se completaría asimismo con los túmulos de la Lora de Valdivia (Palencia) aún inéditos, con los del páramo de Valdelucio en Burgos ( ARATIKOS, 2001; MORENO GALLO, 1999; MORENO GALLO; 2005 y DELIBES, 2007a) y con otros manifiestamente dolménicos apenas referenciados bibliográficamente (MORENO GALLO, 2004). La línea de menhires, que en una primera hipótesis constituiría el festón de los enterramientos megalíticos, también sirve por tanto como divisoria de dos espacios, uno con abundantes yacimientos dolménicos (Cantabria, Palencia, Loras de Burgos) y otro, a poniente, desprovisto de ellos. A pesar de algunas aproximaciones geográficas, sigue siendo una incógnita la acumulación de megalitos de los páramos de Burgos en contraste con el silencio de las campiñas y valles, por más que se ajuste al modelo de distribución periférica -excepción hecha del dolmen de Los Zumacales de Simancas (ALONSO DÍEZ, 1985) de los sepulcros megalíticos de toda la cuenca del Duero. Tampoco se puede descartar que la alineación de piedras hincadas expresara o simbolizara la condición de lugares de encuentro de los páramos respecto a los valles próximos, como si se tratara de las vértebras de una espina dorsal. En muchos casos se ha comprobado que los menhires no sólo están en lugares culminantes de las lomas, sino que se reparten de acuerdo con un segundo eje transversal correspondiente a las vaguadas que comunican las altiplanicies con las zonas más bajas de las cuencas hidrológicas próximas. Por último, si se valoran otras atractivas particularidades de la alineación, como su paso por zonas endorreicas, por horizontes despejados, por pastizales, por fuentes, etcétera, queda margen también para la hipótesis de que los menhires pespuntearan un camino natural seguido por las manadas de grandes herbívoros en sus movimientos estacionales. Para entender este planteamiento es necesario situarse en un momento de la Prehistoria, tal vez el Paleolítico, en el que la presencia humana no fuera determinante para el equilibro de los ecosistemas. Parece evidente que las especies que se alimentan principalmente de pasto tendrán la necesidad de buscar los mejores lugares, que raramente permanecen todo el año; al contrario, lo normal es que los pastos de invierno estén alejados de los primavera o de los de verano. En invierno, hasta la primavera, los páramos castellanos permiten sobrevivir sin aporte de forraje a importantes rebaños de ovejas, cabras o vacas. Pero cuando comienza el estiaje, no exis-

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te más alternativa que desplazarse a la montaña, en un movimiento de trashumancia o trasterminancia que garantice el acceso a nuevos pastos frescos. Naturalmente, la llegada de las nieves, hacia el mes de noviembre, obligará de nuevo a hacer el camino inverso, esto es, a abandonar las cumbres de brañas y a buscar refugio en lugares de menor altitud (CABO, 1994). Como resumen, puede decirse que en la zona de referencia existen numerosos menhires a los que, por sus similitudes tipológicas y aparente alineación, cabe considerar un conjunto; que todos ellos se localizan en entornos megalíticos; y que al menos en determinados casos, a juzgar por sus grabados, por su peculiar morfología o por lo que indica el carbono 14, remiten a fechas propias de la Prehistoria Reciente. No obstante, aún estamos lejos de conocer cuál es el motivo de su agrupación lineal. Hay variadas teorías sobre situaciones comparables detectadas en el Sur de Francia y Bélgica (BENÉTTEAU, ROUSSELEAU y GANDRIAU, 2000; PIGEAUD, 2006; TOUSSAINT et alii, 1999; TOUSSAINT y HUBERT, 1995), en Italia (SAULIEU, 2004) y en Córcega (CESARI, 1985; D’ANNA, LEANDRI y MARCHESI, 2000; GROSGEAN, 1964). E incluso en Portugal, como las expuestas por Rocha (1997), Forte (1998) y Duque (2005). Pero ninguna de ellas es definitiva. En algunos casos se apela a diferencias geológicas, como si la alineación correspondiera a la frontera de grupos que hacen un aprovechamiento singular del territorio en función del sustrato lítico. Pero en otros casos se ha hablado también de rituales, de marcas en el camino, etc. Para el caso que nos ocupa, entre las provincias de Cantabria, Palencia y Burgos, se observa alguna diferencia geológica, pues los de Cantabria suelen ser de origen silíceo y los de Castilla y León calizos, pero no parece que éste sea el factor determinante. Si la alineación correspondiera a una delimitación, tal vez se podría deber a la disimilitud, ya denunciada, entre la gran densidad de enterramientos megalíticos al Noreste del trazado, y la práctica inexistencia de tales yacimientos al Suroeste. Pero no deja de ser una formulación hipotética que, de momento, no conduce a nada. Y existe asimismo la opción, como insinuamos antes, de considerar que se trate de una señalización, ritual o de otro tipo, de una ruta de desplazamiento transterminante entre los páramos del Norte del Duero y los prados de la cordillera Cantábrica. Demasiadas posibilidades difíciles de contrastar. Por eso, antes de convertir cualquiera de ellas en una hipótesis convincente, parece importante determinar la sincronía de los elementos de la alineación. Con ese fin se han llevado hasta el momento algunas intervenciones en Burgos y Palencia, de cuyos resultados -recogidos muy por encima en el epígrafe siguiente- contribuyen a acotar poco a poco un tema cuya investigación, sería absurdo negarlo, continúa presentándose muy abierta: el sig-

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nificado de la alineación de menhires sigue siendo esencialmente un enigma. III. LA NECESIDAD DE CONTEXTUALIZAR Y DE DATAR LOS MENHIRES: PRIMEROS RESULTADOS DE UN PROYECTO La línea dejaría de ser línea si las unidades que a nuestro entender la componen, los hitos de piedra, carecieran de un mínimo de homogeneidad tipológica y cronológica. La primera es evidente -el inventario de que disponemos responde sobre todo a este criterioy discernir hasta qué punto es asumible la segunda se ha erigido en uno de los ejes y una de las principales preocupaciones de nuestra investigación. La labor de contextualización, realizada básicamente sobre el terreno, conlleva normalmente dos tipos de actuaciones: por medio de la prospección perseguimos localizar cualquier yacimiento prehistórico próximo a los menhires con el que pudieran estar asociados; y la excavación tiene por objeto una lectura individual del contexto de cada monolito, con la doble pretensión de obtener muestra para datación radiométrica y de perfilar su significado (p.e. saber si está hincado, como sucede a veces, sobre un contexto funerario). En todo caso, el alcance de la excavación siempre sería mínimo: una pequeña cata, con la finalidad de evitar daños mayores a los yacimientos. Con estas premisas se comenzó en 2005 un proyecto de investigación, aún en curso, que por el momento se ha traducido en la prospección de los alrededores de medio centenar de menhires burgaleses, palentinos y cántabros, y en la realización de sondeos al pie de media docena de ellos. Aquel trabajo ha venido a confirmar, no sin excepciones, que menhires y túmulos megalíticos (?) comparten prácticamente los mismos espacios. Las catas, en cambio, han proporcionado frutos desiguales, no habiéndose logrado en todos los casos la anhelada contextualización. Más adelante presentamos una muestra de la referida complementariedad entre túmulos y menhires en el páramo de Las Atalayas, en Avellanosa, que nos parece suficiente, de momento, para obtener una idea de dicha realidad. La presentación de los resultados de las catas, sin embargo, exige un repaso, siquiera somero, de cada una de las actuaciones. El primer sondeo se acometió al pie del menhir roto de la Cuesta del Molino (Villaescobedo), en el páramo de Valdelucio, a unos cientos de metros de una fenomenal acumulación de dólmenes dados a conocer en las jornadas del Primer Congreso de Arqueología de Burgos (MORENO GALLO, 2005). La parte hincada del menhir, con menos de un metro de vuelo, se erigía en un litosuelo en el que apenas había un arrasado túmulo de veinte centímetros de altura. Es decir, un espacio lunar, sin apenas acumulación de tierra, que no

hacía prever la existencia de yacimiento alguno. Por ello, en julio de 2005 la sorpresa fue mayúscula cuando en la estrecha cata efectuada al Sur del pequeño ortostato se sucedieron los hallazgos: casi en superficie, y en posición desplazada o secundaria, los huesos fracturados de al menos dos personas de entre 17 y 25 años para los que se obtuvo una fecha (GrA30209) de 2875±35 BP; inmediatamente por debajo la coraza intacta de un túmulo, y en la base de éste -sin duda posterior al menhir, a juzgar por cómo se apoyaba en él- la fosa del ortostato con unos providenciales restos de madera carbonizada en su relleno que remontan el hincado a 4460±BP, según datación devuelta por el laboratorio de Gröningen (GrA-30210). La secuencia alude, pues, a un menhir inicial, de finales del Neolítico; a una remonumentalización del sitio mediante la construcción de un túmulo funerario, seguramente en los inicios de la Edad del Bronce; y por último a la violación de éste, que se traduce estratigráficamente en ese echadizo de huesos localizado a techo de la formación (MORENO GALLO y DELIBES, 2007a). La campaña efectuada un año después en el imponente menhir del Canto Hito, en Pomar de Valdivia, no lejos de la Cueva de los Franceses, no fue tan afortunada a la hora de constatar el posible carácter prehistórico de un monumento que goza de gran protagonismo en numerosas tradiciones populares. El sondeo, que registró claras huellas de remoción moderna, no pudo llegar hasta el fondo de la fosa de cimentación por el riesgo de que el ortostato, partido cerca de la base, cayera. Pero, así y todo, es digno de valorarse el hallazgo casi superficial a un metro del monumento de restos tallados de sílex -un pedernal blanco de gran calidad ajeno a la litología de la zonaentre los que destaca el fragmento mesial de una lámina ancha de tipología dolménica, cuyo dorso recorren dos aristas longitudinales paralelas. En agosto de 2007 el yacimiento sondeado fue la Piedra Alta, sito en el páramo que bordea por el Oeste el pueblo de San Pedro Samuel (Burgos), y cabe decir que los resultados en absoluto defraudaron las expectativas de partida. Además de acreditar, mediante prospección, un estrecho vínculo espacial entre el menhir y varios túmulos presuntamente megalíticos de los alrededores, las excavaciones dieron cuenta de la existencia al pie del primero de los restos de un enterramiento múltiple a los que acompañaban cerámicas y útiles de sílex de cronología prehistórica. La importante alteración del yacimiento no permite asegurar que el monolito estuviera ya hincado durante el uso de la tumba, ésto es, no queda claro si el enterramiento buscó la vecindad de un menhir previo (por ejemplo para significarse espacialmente) o si fue hincado precisamente con ocasión de la clausura del sepulcro, sancionando la condición sagrada del sitio. En

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todo caso Piedra Alta reproduce la misma asociación documentada en Cuesta del Molino, y las fechas de radiocarbono que arroja invitan a pensar que, como mínimo, el sitio se hallaba en funcionamiento en la primera mitad del II milenio a.C. (MORENO GALLO y DELIBES, 2007b) (Fig. 2).

El sustrato geológico es terciario, con predominio de rocas calizas, como corresponde a todas estas comarcas de páramos y campiñas próximas al río Arlanzón. No hay en las proximidades recursos mineros, cuevas, ni otros indicios geomorfológicos sobresalientes. El páramo tiene una altitud homogénea de unos 1.000 metros sobre el nivel del mar, y presenta con frecuencia, en el nivel superior, un estrato de calizas muy alteradas, sobre arcillas, margas y dolomías. Precisamente el menhir de Las Atalayas es una laja de aquel tipo de caliza. El suelo que recubre estas formaciones calcáreas es exiguo y en la coronación de los páramos se desarrolla sobre materiales arcillosos, restos de la meteorización de las calizas, por lo que presentan una baja permeabilidad.

Figura 2: Menhir de Piedra Alta (San Pedro Samuel).

Una intervención posterior -no la última9- tuvo como escenario finalmente la piedra hincada de La Buena Moza, en el páramo de Las Atalayas, en Avellanosa del Páramo. La misma constituye, básicamente, la razón de ser de este trabajo. Pero antes de presentar los resultados del sondeo correspondiente, tenemos especial interés en dar a conocer los frutos de la prospección de los alrededores del yacimiento, muy ilustrativos del “ambiente megalítico” que tan profundamente se respira en estas tierras. IV. RESTOS MEGALÍTICOS EN EL PÁRAMO DE AVELLANOSA-SUSINOS El páramo de Las Atalayas donde se localiza el menhir de La Buena Moza es una extensa planicie, con el eje mayor Norte/Sur delimitado al Este por el Río Ruyales, y al Oeste por el río Hormazuelas; el primero de ellos tributario del segundo, y éste último, a su vez, del Arlanzón. Desde los ríos principales se accede al páramo por numerosos vallejos que drenan hacia el Este y hacia el Oeste las aguas de las zonas altas. Precisamente Las Atalayas se encuentra en un punto muy próximo a dos vaguadas enfrentadas o, por decirlo de otra manera, en un estrechamiento del páramo. En cuanto a la hidrología, pertenece a la cuenca del Duero, subcuenca del Arlanzón, por más que sea necesario señalar que en el páramo propiamente no hay puntos de agua pues las fuentes, que manan en un estrato inferior, se limitan a festonear los bordes de la plataforma.

9. La última realizada hasta el momento (julio de 2009) tuvo lugar en el menhir de Sansón en Villanueva de Henares (Palencia).

El clima es mediterráneo moderadamente cálido y seco, con inviernos frescos, y se correspondería con planicaducifolios, planiperennifolios esclerófilos, según la fitoclimatología de Allué. La duración media del periodo frío (heladas) es de 5 a 7 meses, con unas 2.000 horas de sol al año, una temperatura media anual del entorno de los 9ºC y una precipitación media anual que no llega a los 700 milímetros. El balance hídrico anual es muy equilibrado, coincidiendo prácticamente la transpiración con la precipitación, lo que no impide que durante seis meses el balance hídrico sea negativo. El suelo, cambisol cálcico, arable y con apenas pendiente ni erosión, raramente presenta más de treinta centímetros de profundidad, hecho que ha llevado en los últimos tiempos al empleo de maquinaria pesada para romper el sustrato calizo y limpiar las fincas de piedras. El cultivo actual preponderante es el cereal, si bien en las proximidades hay un pinar de repoblación, y algunas fincas en baldío, como la propia de Las Atalayas que, por su escasa arabilidad, se ha dedicado desde tiempo inmemorial al pasto. En la vegetación de la comarca dominan los robledales supramediterráneos de tipo atlántico, quejigares, melojares, etcétera. Pero, nuestro páramo se presenta básicamente denudado, con el adorno del pinar de repoblación mencionado y de ciertos rodales aislados de aulaga y quejigo. Por último, el rendimiento del cereal es levemente superior a la media provincial y la fauna -perdices, corzos, conejos y liebres- la propia de cualquier zona de páramo con una mínima cobertera vegetal. IV.1. Menhires y túmulos En este desolador páramo de Las Atalayas se yergue todavía hoy el menhir de La Buena Moza (coordenadas 42º 29’ 28,5” N; 3º 52’ 55,9” W; 1000 m.s.n.m.), como parte de un interesante y variado

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Figura 3: Construcciones monumentales del páramo de Las Atalayas.

“paisaje megalítico” que se extiende además de por Avellanosa por los vecinos municipios de Las Hormazas y Pedrosa de Río Úrbel. Allí, en efecto, se registra la existencia de varios menhires y sobre todo de numerosos túmulos, solitarios y agrupados, de los que al menos uno cobija todavía en su interior y en perfecto orden la mayoría de los ortostatos correspondientes al esqueleto de un canónico sepulcro de corredor (Fig. 3). En lo concerniente a los menhires, a escasos centenares de metros al Sur de la Buena Moza se conservaban en tiempos otros dos conocidos como El Buen Mozo y El Borquillo. El Buen Mozo, de tamaño algo menor que su “buena compañera”, se ubicaba en un majano en el cruce del camino de Susinos a Los Tremellos con el de las Hormazuelas (coordenadas 42º 29’ 23,7” N; 3º 53’ 02,3” W; 1003 m.s.n.m.), hasta que desapareció hace unas décadas con motivo de la concentración parcelaria. Por su parte, en el pago de El Borquillo se alzaba hasta hace cinco años otro menhir (coordenadas 42º 29’ 23,1” N; 3º 52’ 58” W; 1000

m.s.n.m.) que, al cabo, sucumbió durante la explanación de unas fincas. De esta solitaria laja se sabe que alcanzaba 1,30 m de altura, siendo sus medidas 0’90 m en el eje Norte-Sur y 0,30 m en el Este-Oeste. Pero no son los únicos menhires de la zona: a unos 5 km al Sur y en el término municipal de Pedrosa de Río Úrbel se levanta el formidable ejemplar de Piedra Alta (coordenadas 42º 26’ 51,8” N; 3º 53’ 26,9” W 960 m.s.n.m.) que, como vimos, corona una sepultura de inhumación múltiple a la que se asocian materiales prehistóricos diversos. Más abundantes en este entorno son las construcciones tumulares. A menos de un kilómetro al Sureste de los tres menhires de Avellanosa existen varios pequeños túmulos en el Páramo Mayor, en cuya parte oriental, ya en el Vallejo del Río Ruyales (coordenadas 42º 29’ 00” N; 3º 52’ 20” W; 940 m.s.n.m.), se encuentran otro par de ejemplares, mayores, que alcanzan los 10 m de diámetro. Esta estrecha relación entre menhires y monumentos tumulares, de la que ya se hizo eco Uríbarri (1975) hace más de treinta años, se re-

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pite aún con mayor claridad en Piedra Alta, en cuyo entorno aparecen los túmulos de Carralba, Rosario y Marcuero Rosilla. Y nuevas construcciones similares se han documentado salpicadas por diferentes localizaciones de la misma paramera, como el desaparecido túmulo, de 6,5 m de diámetro y 0,9 m de altura de Espinillaibal (coordenadas 42º 28’ 11,9” N; 3º 52’ 47,9” W; 978 m.s.n.m.), en Avellanosa, el campo de túmulos de Cerro de Olimpia (coordenadas 42º 31’ 05,9” N; 3º 54’ 22,4” W; 1000 m.s.n.m.) y el túmulo solitario de 14 m de diámetro de Fuente de la Estaca (coordenadas 42º 30’ 17,2” N; 3º 53’ 01,9” W; 1000 m.s.n.m.), pertenecientes los dos últimos al municipio de Las Hormazas. No se puede asegurar de antemano que la totalidad de estos monumentos sean prehistóricos, pero también pecaríamos de falta de objetividad pasando por alto las nada desdeñables evidencias que apuntan en dicha dirección. En este sentido es, sin duda, significativa la abundancia de cerámica a mano que se advierte en el campo tumular de Cerro de Olimpia, pero aún lo es más la identificación en este mismo término municipal de Las Hormazas, concretamente en El Corral, de un clásico sepulcro de corredor (coordenadas 42º 30’ 55,2” N; 3º 53’ 40,1” W; 1.000 m.s.n.m.) (Figs. 4 y 5). En efecto, hacia el centro de un muy degradado túmulo de por lo menos una decena de metros de diámetro, se perciben nítidamente los restos de una cámara ortostática de la que parte un pasillo en dirección Sureste. En este caso, por tanto, la tipología arquitectónica avala la adscripción del megalito al IV milenio AC, y la posibilidad de que la mayoría de los monumentos tumulares mencionados revista parecida antigüedad gana enteros visto el resultado de una datación por radiocarbono obtenida para un nuevo túmulo, El Silo, que como vamos a ver a continuación, hay que dar irremisiblemente por perdido10. IV.2. Un túmulo neolítico, destruido, en El Silo En el año 2004 uno de nosotros (M.M.G.) localizó al Suroeste de Avellanosa del Páramo, en el pago de El Silo, un túmulo de 20 metros de diámetro y 2 de altura (coordenadas 42º 27’ 06,6” N; 3º 53’ 46,5” W; 958 m.s.n.m.), que presumimos prehistórico tras reconocer sobre él y en sus proximidades restos líticos tallados (Fig. 6). Dos años después una nueva visita revelaba, con desolación, que el yacimiento había desaparecido, había sido completamente arrasado en el trans-

10. También en los páramos localizados un poco al Sur de nuestra zona, en Hornillos del Camino, pudieron existir yacimientos megalíticos a juzgar por el frecuente hallazgo de puntas de flecha de pedernal de tipología dolménica (MONTEVERDE, 1969: 225)

Figura 4: Planta y corte del túmulo ortostático de El Corral (Las Hormazas).

curso de labores agrícolas acometidas con maquinaria pesada, y que en su lugar apenas sobrevivía un lentejón de tierra oscura cuajada de huesos humanos: un húmero, varios cúbitos, vértebras, costillas... Se trataba, pues, de un monumento funerario, con toda probabilidad un enterramiento colectivo, lo que nos impulsó a utilizar uno de tales huesos -el húmero en concreto- como muestra para una datación radiocarbónica que ha aportado los siguientes resultados: Laboratorio Datación BP Cal. 1 sigma Cal. 2 sigmas11

GrA-38105 4955 ± 30 3772-3699 AC 3791-3658 AC

El elevado número de dataciones absolutas disponibles para sepulturas dolménicas constituye un excelente marco de referencia para ubicar la de El Silo en el heterogéneo y temporalmente dilatado fenómeno megalítico de la Submeseta Norte (Fig. 7). Las más vetustas fechas con que contamos son las devueltas por los materiales constructivos lígneos del dolmen simple de Fuentepecina II, que sitúan el punto de arranque de este uso funerario, en sepulcros or-

11. Calibraciones de acuerdo con el software OxCal 4.1 y la curva de calibración IntCal 09.

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ma fase I se remontan a los primeros siglos del IV milenio cal AC (ROJO et alii, 2005). En el extremo meridional del valle del Duero, por último, un carbón de la base del túmulo del sepulcro de Dehesa de Río Fortes viene a revelar que durante el primer tercio del IV milenio cal AC (ESTREMERA y FABIÁN, 2002) no había acabado la época de la construcción de estas tumbas monumentales.

Figura 5: Apunte del natural de la cámara ortostática del túmulo de El Corral (Las Hormazas) efectuado por Ángel Rodríguez González.

Figura 6: Túmulo de El Silo, en un momento previo a su destrucción.

Éste sería el contexto en el que el túmulo de Avellanosa fue utilizado por los habitantes de estos páramos, siguiendo un proceder funerario plenamente aceptado ya desde medio milenio atrás. Y no puede decirse que estuviera cerca el ocaso de este mundo, conociéndose la utilización de tumbas como las también burgalesas de La Vega I de Jaramillo Quemado (DELIBES et alii, 1992) o Las Arnillas (DELIBES, 1984), así como otras como el tholos de La Sima fase II (ROJO et alii, 2005) o el redondil de Los Zumacales (DELIBES, 2010) a lo largo de los dos últimos tercios de este IV milenio cal AC, pudiéndose incluso datar la singular clausura ceremonial de El Miradero en un momento previo, pero no muy lejano, al 3000 cal AC (DELIBES y ETXEBERRÍA, 2002). El carácter tumular de El Silo y la antigüedad de los restos humanos recuperados permiten sostener, sin duda alguna, la correspondencia de este yacimiento con un modélico enterramiento colectivo monumentalizado, propio del Neolítico Final. Cabe también añadir que el análisis de un carbón recogido en el potente nivel neolítico de El Portalón de Cueva Mayor (ORTEGA et alii, 2008), en la Sierra de Atapuerca, indica que de forma sincrónica a la utilización del túmulo de Avellanosa estas cuevas eran frecuentadas, probablemente por las mismas gentes cuyos rituales funerarios se desarrollaban en los varios sepulcros megalíticos sitos al pie de esta sierra burgalesa (PALOMINO et alii, 2006). IV.3. Dudas razonables sobre la autenticidad de los dólmenes de Ruyales del Páramo

Figura 7: Algunas dataciones absolutas del megalitismo meseteño.

tostáticos simples, durante el último tercio del V milenio cal AC (DELIBES y ROJO, 1997). No mucho después, en el tránsito del V al IV milenio cal AC, varias muestras de carbones recogidas bajo los túmulos de Ciella, La Cabaña y El Moreco (DELIBES y ROJO, 1997) aportan las más antiguas evidencias de construcciones de sepulcros de corredor, el modelo arquitectónico megalítico más extendido no sólo en tierras burgalesas, sino en toda la Meseta. Pese a ello, no se trata del único tipo de sepultura colectiva en uso por entonces, puesto que las fechas que ofrecen las tumbas-calero sorianas de La Peña de la Abuela o La Si-

Resulta obligado referirse a estos monumentos habida cuenta de la escasa distancia -una decena de kilómetros- que les separa de los megalitos más septentrionales del páramo de Las Atalayas. Fueron citados por primera vez en 1971, en la entonces magra relación de yacimientos megalíticos burgaleses que se adjuntaba a la memoria de excavación del sepulcro de corredor de Cubillejo de Lara (OSABA et alii, 1971). Y Uríbarri (1975), cuatro años más tarde, se detuvo a describirlos y a presentar sus plantas a la vez que ofreció mayores detalles sobre su localización y tipología. De La Mina 1 se dice allí, sin demasiado fundamento porque los únicos tres ortostatos conservados en pie no dibujan ninguna geometría reconocible, que se trata de un sepulcro de corredor, mientras que La Mina 2 se describe como “una cámara completa de planta elíptica” de cinco metros y medio de diámetro.

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No faltan argumentos de algún peso para defender la inclusión de tales monumentos en una relación de dólmenes de la provincia de Burgos. El primero, su construcción ortostática que en poco difiere de la de los monumentos más genuinos. Tampoco el amplio diámetro de La Mina 2 es rasgo insólito, pues casi iguala el de El Moreco de Huidobro y resulta incluso un metro inferior al de Cubillejo. Y hasta el propio topónimo con el que se conocen las ruinas -La Mina- no es otro que el que se atribuye a múltiples dólmenes burgaleses, de por ejemplo Sedano, Moradillo o Robledo (URÍBARRI, 1975: 62), todos ellos víctimas inevitables del expolio desatado por la casi universal leyenda del oro. No podemos evitar cierta desconfianza, sin embargo, a la hora de valorar otros detalles. La planta elíptica de La Mina 2 es completamente inusual; ninguna de las dos arquitecturas cuenta con un mínimo de protección terrera que pueda delatar la huella de un primitivo túmulo; tampoco el emplazamiento de La Mina 2 puede considerarse típico sino al contrario, pues se localiza en una zona bien deprimida en vez de dominante; y dato por completo desconcertante es que la cámara de este mismo monumento aparezca, en palabras del propio Uríbarri, “cruzada por un arroyo”. Está claro que nunca nos hubiéramos detenido a repasar con tanto pormenor estas “irregularidades” de los presuntos dólmenes de Ruyales de no ser porque recientemente ha venido a añadirse a ellas otra de diferente naturaleza -no es constructiva ni remite a cuestiones de emplazamiento- pero no de inferior calado. Los trabajos de Hoskin (2001), que han incidido nada eventualmente en el estudio arqueoastronómico de los sepulcros megalíticos de la península Ibérica, insisten en la regularidad de las orientaciones de las tumbas y en la importancia que, en general, el naciente solar tuvo a la hora de alinear sus pasillos de entrada, trasunto de ciertas creencias religiosas. La observación parece aplicable, asimismo, a los sepulcros de corredor salmantinos (LÓPEZ PLAZA et alii, 1991). Y no otra cosa distinta plantean los resultados de un trabajo de medición sistemática de orientaciones en los dólmenes de Burgos. En este último caso se dispone de los datos de 26 yacimientos y el azimut de la inmensa mayoría de ellos apunta al SE (118º de media) revelando que están orientados hacia el amanecer del solsticio de invierno (GIL-MERINO et alii, 2009). Las dudas sobre la autenticidad de los dos dólmenes de Ruyales se incrementan irremisiblemente al comprobar que, junto con otro de Atapuerca, son los únicos monumentos burgaleses que presentan una orientación no estándar, apuntando abiertamente al Suroeste (Fig. 8). Habrá que permanecer atentos, pues, a posibles futuros hallazgos asociados a estos controvertidos yacimientos,

para juzgar con mayor solvencia su condición dolménica. IV.4. El menhir de la Buena Moza Ya citado con anterioridad, volvemos sobre él por constituir el eje principal de este trabajo. Se encuentra

Figura 8: Orientación del corredor en los sepulcros burgaleses, según Gil-Merino et alii (2009).

Figura 9: Vista de Las Atalayas / La Buena Moza desde el Oeste.

Figura 10: Vista de Las Atalayas / La Buena Moza desde el Sur.

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en una zona desolada, un páramo llano en el que aflora el sustrato calizo. El lugar recibe el nombre de “Las Atalayas” (Las Talayas, dicen los paisanos) y administrativamente corresponde al municipio del Valle de Santibáñez (pedanía de Avellanosa del Páramo). Pero “la piedra” también es considerada propia por los habitantes de Susinos del Páramo y de Los Tremellos, otros dos pueblos de la comarca. Al parecer, el terreno (el pastizal, más bien) era un lugar de aprovechamiento comunitario al que accedían los rebaños de varias localidades. Incluso algunos mayores recuerdan que junto a la Buena Moza se reunían periódicamente los pastores de la comarca. Sin embargo, la línea de mojones, que no coincide con la alineación megalítica, está situada a escasos cien metros al Oeste del menhir confirmando la ubicación de éste en tierras de Avellanosa. Figura 11: Desarrollo de la excavación.

Se trata de una laja caliza de 1,90 metros de altura, por 1,10 metros de anchura máxima y un espesor de 22 centímetros, orientada en un eje Norte-Sur, con un desvío de 15º al Noreste (Figs. 9 y 10). La losa presenta abundantes agujeros, típicos de las calizas del páramo, aunque cabe reseñar la tradición popular de la comarca sobre estos orificios, que los lugareños achacan a los impactos de huevos que tiraban los agricultores cuando iban al mercado de Villadiego. Se trata de un relato oral que ha pasado de generación en generación, hasta el punto de que algunos vecinos de los pueblos limítrofes conocen también Las Atalayas como la Peña del Huevero. Esta tradición es exacta a la que escuchamos en 2007 durante la excavación del menhir de Piedra Alta, en el cercano pueblo de San Pedro Samuel. Aunque Piedra Alta era una laja mucho más compacta, también presentaba orificios similares, y por el mismo motivo se suponía en la tradición oral que las luchas de los hueveros a ambos lados del ortostato causaron los agujeros… V. UN SONDEO AL PIE DEL MENHIR DE LA BUENA MOZA La intervención se proyectó, como ocurre en estos casos, con la esperanza de obtener un mínimo de información contextual, ya que se carecía de cualquier referencia al respecto: ni constaba la existencia de restos arqueológicos en las inmediaciones del hito de piedra, ni se habían detectado grafías significativas sobre su patinada superficie. Optamos, entonces, por trazar una cata de 2,5 por 1,5 m (con una pequeña ampliación en uno de los lados mayores impuesta, a última hora, por el desarrollo de las excavaciones), que se planteó al Sur del menhir y que incluía en su interior la mitad meridional de éste, todo con la razonable pretensión de disponer al término de los trabajos de una sección del monolito y de su fosa de hincado (Fig. 11). Un planteamiento, justo es decirlo, que tuvo la precaución de dejar en reserva un espacio similar al excavado -a septentrión y en para-

Figura 12: Materiales arqueológicos recuperados en el “suelo” identificado en el nivel II.

lelo- por si en el futuro surgía la necesidad de reintervenir en el sitio. La excavación, que se llevaría a cabo por tallas artificiales de diez en diez centímetros, acabó adaptándose a la realidad estratigráfica del yacimiento, resumida en cuatro grandes estratos de disposición más o menos horizontal: abajo, a partir de 50 cm respecto de un suelo sensiblemente plano, la roca madre o losa caliza del páramo relativamente compacta (IV); inmediatamente por encima, un nivel de clastos, mayores en la base y más reducidos a techo, fruto de la descomposición del anterior (III); cubriéndolo, y aproximadamente entre -15 y- 30 cm, un nivel de arcilla amarillenta con piedrecitas incluidas y algunos restos prehistóricos (II); y como montera un nuevo lecho arcilloso más oscuro y rico en materia orgánica que se corresponde grosso modo con el suelo que sirve de soporte a la vegetación actual (I).

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Figura 13: Perfil estratigráfico del sondeo.

Figura 14: Detalle de los calzos del menhir en la fosa de hincado.

Figura 15: Vista del sondeo una vez concluidos los trabajos.

En cuanto a los restos arqueológicos mencionados, se reducen a una decena de fragmentos de cerámica oscura, elaborada a mano, y a tres lascas de sílex, una de ellas con retoque abrupto, que se reparten sin grandes vacíos por la superficie de la cata. Aunque dos de los restos cerámicos puedan atribuirse a vasijas de fondo convexo y base discretamente aplanada, en general se trata de materiales de valor diagnóstico casi nulo. No es intranscendente, sin embargo, significar que todos ellos reposaban sobre sus caras mayores y en un mismo plano, sin duda acomodados a un suelo, y que en general mostraban escaso rodamiento, seguramente por yacer en posición primaria (Fig. 12). Y parecido interés tiene, por último, el reconocimiento,

asociada al mismo plano, de una concentración de maderas quemadas, con seguridad un pequeño punto de fuego, de las que nos servimos como muestra para datación 14C con los siguientes resultados: Laboratorio

GrA-40518

Datación BP

2405 + 30

Cal. 1 sigma

511-406 AC

Cal. 2sigmas

734-690 AC 662-650 AC 546-398 AC

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Sin duda es destacable que en aquel desamueblado y monótono páramo, en un punto sin el menor protagonismo orográfico y en un lugar que diríamos por completo irrelevante de no ser por la adjetivación cultural del menhir, se registren restos de actividad humana de época prehistórica. Entendemos que esta concurrencia no es un hecho fortuito, trasladable a cualquier sitio de la paramera, sino una realidad significativa per se que refuerza la impresión de que nos encontramos ante un espacio singular y, con bastante seguridad, ante un escenario simbólico. En otras palabras, el hito de piedra y los restos de actividad localizados a Figura 16: Materiales descontextualizados hallados en el páramo. sus pies son partes de un mismo todo que se retroalimentan argumentalmente y que translucen el cacuánto tiempo antes? La documentación estratigráfirácter monumental del yacimiento12. ca no aclara en absoluto este asunto: sólo es definitivo (porque sus sedimentos recubren la parte superior Estamos lejos de aclarar con exactitud, sin embarde uno de los grandes calzos que sujeta la base del orgo, la cronología del monumento. No puede negarse tostato en la mitad oriental de la cubeta) que el menhir fue izado en el transcurso de la formación del deque la datación 14C obtenida para los carbones del pepósito que bautizamos como estrato II (Figs. 13 y 14). queño hogar localizado al pie del menhir nos sorPero los problemas para identificar, debido a las reprendió por su excesiva modernidad. El arcaísmo de mociones modernas, el borde superior del hoyo de los materiales asociados (los tres elementos de piedra hincado impiden saber con precisión si la excavación tallada y el conjunto de cerámicas a mano toscas, bien de éste fue anterior a la frecuentación a la que correscierto que dotadas de fondos planos) nos había hecho ponden las cerámicas, los sílex y la hoguera (la boca pensar, de entrada, en algún momento anterior, como estaría por debajo del plano en que se situaban todos mínimo de la Edad del Bronce, pero los datos remiten ellos) o prácticamente simultánea. Si en el sedimento concluyentemente a mediados del primer milenio aninterior de la cubeta, intacto a todas luces, se hubiese tes de Cristo, al tránsito de la Primera a la Segunda detectado algún material cronológicamente significaEdad del Hierro, una etapa, no se olvide, en la que los tivo (todo cuanto se recuperó fue un canto de cuarcialfareros de la zona todavía no empleaban el torno. ta golpeado) o si hubiera sido posible tomar allí muestra para datación radiocarbónica, el enigma de la funLa lógica interna de la asociación menhir / hoguedación del menhir de la Buena Moza hubiera quedara / restos de actividad constituye un indudable aval do desvelado. Pero ahora mismo, en rigor, cuanto puepara sostener que aquel se encontraba hincado unas de asegurarse es que hace dos mil quinientos años, a pocas centurias antes del cambio de Era. Pero ¿desde sus pies, se celebró una ceremonia, y que desde entonces la tierra que rodea su base ha sido mil veces removida tanto por el visitante curioso, depositario de algunas lozas, como por los lirones caretos a los que 12. La misma complementariedad entre el hito de piedra y los materiales arla protección de la piedra animó asiduamente a anidar queológicos que yacen a sus pies se defiende en el caso del menhir de Arlobi, en Álava, con la diferencia de que en éste los restos parecen anteen sus inmediaciones. En definitiva, un menhir prehisriores al monolito. Da la impresión, entonces, de que hincando éste se tórico, sí, pero cuya antigüedad absoluta sigue siénprocedía a monumentalizar un espacio singular previo (LOBO URRUTIA, donos una realidad esquiva (Fig. 15). 2006).

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Figura 17: Unidades morfo-estructurales en la zona de estudio.

Figura 18: Rocas competentes carbonatadas en la zona de estudio.

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Durante los trabajos de excavación del menhir de La Buena Moza se estableció contacto con vecinos de los pueblos próximos que dieron noticia de la recuperación de algunos materiales arqueológicos en la zona. Inmediato al menhir se consigna el hallazgo de dos bellas piezas, un molino de mano de arenisca y un hacha pulimentada que podría ser de ofita. Más cerca del pueblo de Susinos del Páramo apareció una punta Palmela (Fig. 16). VI. SOBRE LA LITOLOGÍA DE LOS MENHIRES DE PIEDRA ALTA Y DE LA BUENA MOZA La geología regional alrededor del alineamiento permite distinguir tres unidades morfoestructurales: al Sur, las facies terminales carbonatadas del Terciario de la Cuenca del Duero que dan forma a las parameras entre Sasamón y Huérmeces; en la zona central, la Banda Plegada de Montorio, que se extiende hacia el Noroeste en paralelo al curso remontante del río Úrbel; y por último, en la parte más septentrional, los materiales de la plataforma estructural de los ‘Páramos mesozoicos’, los cuales afloran en una sucesión de cerros mesetarios conocidos como ‘loras’ (Fig. 17). En los tres ámbitos es posible encontrar abundantes afloramientos de roca susceptibles de proporcionar bloques sueltos fáciles de extraer. La litología de los menhires es heterogénea y depende de la naturaleza de los materiales competentes que afloran en los alrededores de sus emplazamientos, por lo que la elección del tipo de roca parece responder a criterios de proximidad a las zonas más favorables para la extracción de bloques con el menor esfuerzo, tratando de optimizar el proceso constructivo (acopio-transporte-hincado). Tanto el menhir de Piedra Alta como el de La Buena Moza están constituidos por sendos bloques de caliza de naturaleza micrítica y color crema. Las piedras no presentan fracturas ni diaclasas, aunque su superficie es muy irregular, con múltiples oquedades centimétricas de tipo alveolar que les confieren un peculiar aspecto. Por sus características se relacionan con las calizas de la formación Páramo inferior, que en toda esta zona afloran intercaladas con margas en bancos decimétricos casi horizontales, formando escalones naturales en el terreno. Esta formación se dispone a techo de la sucesión margosa de las Facies Cuesta y es también el sustrato calcáreo de los suelos desarrollados sobre los cerros y parameras del bajo Úrbel. Hacia el Norte los términos de la formación Páramo son más carbonatados y menos margosos, y pueden alcanzar hasta 20 metros de potencia; pero en el borde meridional las capas calizas son más escasas y aparecen a menudo “arruinadas”, convertidas en acumu-

laciones de cantos y lajas sueltas de dimensiones variables, entre las que es posible encontrar algunas de un tamaño y forma apropiados para cumplir la función de monolitos. La textura nodulosa de estas calizas es la que determina su modelado por erosión diferencial, también apreciable en los bloques y cantos que salpican la paramera y que, a menudo, sirven de elemento decorativo en jardines y parterres. Análogamente, las formaciones mesozoicas que coronan los páramos de Las Loras constituyen la cantera natural para los menhires de Canto Hito y Cuesta del Molino, también formados a partir de prismas de roca caliza. Las piedras utilizadas en estos casos muestran formas más regulares en sus caras, como corresponde al modelado natural de las calizas sobre las que se asientan, por lo que no parecen encontrarse muy lejos de su lugar de origen. De hecho es posible encontrar bloques sueltos de parecidas dimensiones en los alrededores. No obstante, hay una característica que comparten dos de las unidades morfo-estructurales donde se emplazan los menhires: tanto los del Norte como los del Sur se han erigido sobre paisajes de acusada tendencia horizontal, con escasas referencias topográficas a media o gran distancia. Y ello llama la atención por contraste con lo que sucede en la zona intermedia, la Banda Plegada, donde el número de menhires catalogados es significativamente menor. Sobre este territorio, de mayor verticalidad visual, se erigen numerosos hitos naturales que pueden ser adoptados como referentes espaciales, como es el caso de Peña Amaya, Peña Ulaña o Peña Mesa (Fig. 18). VII. LA VEGETACIÓN EN EL PÁRAMO DE LAS ATALAYAS HACE 2500 AÑOS. RESULTADOS DE UN ANÁLISIS POLÍNICO VII.1. Introducción El análisis palinológico (pólenes, esporas y microfósiles no polínicos) se sustenta en una muestra de sedimento tomada en el sector occidental de nuestro sondeo, en el denominado Estrato II (-28 cm). Por el hecho de yacer directamente sobre el mismo plano en el que apoyaban las cerámicas a mano, los pedernales y la hoguera, se considera de su misma época, esto es, sedimento depositado hacia mediados del I milenio cal. AC, en un momento en el que en los alrededores de La Buena Moza -hincada con anterioridad- pudo celebrarse algún tipo de ceremonial. El sentido de este tipo de analítica está directamente relacionado con el interés de reconstruir la paleovegetación de la zona, entre otras razones para valorar si entonces los menhires, a diferencia de cómo ocurre hoy, se vieron enmascarados por una más pujante vegetación arbórea.

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VII.2. Metodología El tratamiento químico de la muestra se llevó a cabo en el Laboratorio de Arqueobiología del CCHS (CSIC). El método usado para la extracción, tanto de los palinomorfos polínicos como no polínicos, fue el clásico en esta disciplina (FAEGRY e IVERSEN, 1989; MOORE, WEBB y COLLINSON, 1991). Consiste en un primer ataque al sedimento con HCl para la disolución de los carbonatos, seguido de NaOH para la eliminación de la materia orgánica, y finalmente con HF para la eliminación de los silicatos. El sedimento se trató además con ‘licor de Thoulet’ para la separación densimétrica de los microfósiles (GOEURY y DE BEAULIEU, 1979). La porción del sedimento que se obtuvo al final del proceso se conservó en gelatina de glicerina en tubo eppendorf. No se procedió a la tinción de la muestra por la posibilidad que existe de que enmascare la ornamentación de ciertos tipos polínicos. Tras el tratamiento y conservación, la muestra se montó en portaobjeto con cubreobjeto y posterior sellado con histolaque, para proceder al recuento de los distintos tipos polínicos y no polínicos al microscopio óptico.

Figura 19: Resultados del análisis polínico.

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Los morfotipos polínicos han sido establecidos de acuerdo a Valdés y otros (1987), Faegry e Iversen (1989), Moore y otros (1991) y Reille (1992 y 1995). En la distinción de la morfología polínica del género Plantago se siguió a Ubera y otros (1988). Los microfósiles no polínicos se identificaron básicamente según Van Geel (2001). Se ha considerado que la muestra es válida, estadísticamente hablando, dado que su suma base polínica ha superado los 200 procedentes de plantas terrestres, albergando además una variedad taxonómica mínima de 20 tipos polínicos distintos (LÓPEZ SÁEZ, LÓPEZ GARCÍA y BURJACHS, 2003; SÁNCHEZ GOÑI, 1994). En el cálculo de los porcentajes se han excluido de la suma base polínica los taxa hidro-higrófilos y los microfósiles no polínicos, que se consideran de carácter local o extra-local, por lo que suelen estar sobrerrepresentados (LÓPEZ SÁEZ et alii, 1998; LÓPEZ SÁEZ, VAN GEEL y MARTÍN SÁNCHEZ, 2000; LÓPEZ SÁEZ, LÓPEZ GARCÍA y BURJACHS, 2003; WRIGHT y PATTEN, 1963). Además se han excluido de ésta a Cichorioideae y Aster tipo debido a su carácter antropozoógeno (BOTTEMA, 1975; BURJACHS, LÓPEZ GAR-

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CÍA e IRIARTE, 2003; CARRIÓN, 1992; LÓPEZ SÁEZ, LÓPEZ GARCÍA y BURJACHS, 2003). El valor relativo de los palinomorfos excluidos se ha calculado respecto a la suma base polínica.

rancia de un elemento pirófilo como Asphodelus albus, e incluso el origen de ciertos fenómenos erosivos en paralelo demostrados por la importancia cobrada por Glomus (LÓPEZ SÁEZ y LÓPEZ MERINO, 2007).

VII.3. Resultados

Sea como fuere, lo que el espectro polínico de esta muestra parece demostrar es precisamente un paisaje relativamente abierto, de vocación pastoril en el entorno inmediato del menhir, con parches de vegetación arbórea y arbustiva. En definitiva, un paisaje ganadero no muy diferente del que ha sido descrito, para periodos más o menos contemporáneos, en otras zonas de la Meseta Norte (LÓPEZ SÁEZ, 2007; LÓPEZ SÁEZ et alii, 2003; LÓPEZ SÁEZ, RODRÍGUEZ MARCOS y LÓPEZ GARCÍA, 2005; LÓPEZ SÁEZ y LÓPEZ MERINO, 2007).

En la siguiente tabla se muestran los valores porcentuales relativos de los tipos polínicos y no polínicos identificados, agrupados según su biotipo (Fig. 19). VII.4. Discusión y conclusiones El análisis polínico de una sola muestra, en el paleosuelo anexo al menhir de Las Atalayas, tiene una limitación temporal evidente, y es que éste sólo puede estar representando un momento cronológico muy concreto que es el recogido por la muestra, sin que puedan advertirse patrones evolutivos, diacrónicamente hablando, sobre la historia de la vegetación en el área de estudio. Los datos aportados por la tabla anterior demuestran, entonces, un paleopaisaje relativamente deforestado, donde la cobertura herbácea es del 46,1%. Entre ésta destacan elementos de carácter antrópico y nitrófilo, caso de Cichorioideae y Aster, que serían indicativos de una presión humana relativamente importante sobre el entorno inmediato del monumento (BEHRE, 1981; 1986; LÓPEZ SÁEZ, LÓPEZ GARCÍA y BURJACHS, 2003). La evidencia más importante de antropización parece corresponder al impacto de actividades ganaderas, posiblemente de tipo pastoril en el medio circundante, ya que en esta muestra son bastante frecuentes ciertos tipos polínicos de carácter antropozoógeno, caso de Plantago lanceolata, Plantago major/media y Chenopodiaceae (GALOP, 1998), así como ciertos microfósiles no polínicos indicativos precisamente de este tipo de actividades. Éste es el caso de ascosporas fúngicas de especies coprófilas del género Sordaria, cuya relativa abundancia indicaría, sin duda alguna, la presencia in situ de una cabaña doméstica y sus excrementos asociados (LÓPEZ SÁEZ y LÓPEZ MERINO, 2007). Este tipo de actividad, indudablemente, habría favorecido la extensión de zonas de pastizal, básicamente de gramíneas palatables, siendo por ello el porcentaje de Poaceae el más elevado de todos los tipos polínicos identificados. En cierta manera, es probable que las actividades anteriores llevaran aparejados ciertos procesos de incendios antrópicos, como elemento de aclareo del bosque, para así crear zonas abiertas dispuestas al ganado. Esto implicaría la presencia de esporas fúngicas de especies carbonícolas como Coniochaeta o la preponde-

La vegetación potencial actual del territorio, los quejigares supra-mesomediterráneos basófilos de Quercus faginea, está representada en el espectro polínico exclusivamente por el morfotipo Quercus caducifolios, cuyo 6,1% ofrecería el panorama de un bosque muy alterado, muy abierto, con pies de quejigo dispersos; cuyo subvuelo se poblaría también de un dosel arbustivo propio de etapas seriales degradativas del tipo brezal (Erica arborea) o jaral (Cistus). Su ubicación, en una zona relativamente húmeda, habría favorecido el desarrollo de pastizales hidro-higrófilos de Cyperaceae y abundantes helechos. Precisamente, en referencia a éstos, el alto porcentaje del tipo 181 permitiría admitir la existencia de ciertos remansos de agua o zonas de encharcamiento con tendencia a la eutrofía a causa de la consiguiente antropización ya citada (LÓPEZ SÁEZ et alii, 1998; LÓPEZ SÁEZ, VAN GEEL y MARTÍN SÁNCHEZ, 2000). Las zonas cercanas a los ríos, igualmente deforestadas, aún mantendrían ciertos elementos arbóreos, siempre con escaso bagaje, como alisos (Alnus), olmos (Ulmus), fresnos (Fraxinus), e incluso abedules (Betula) y avellanos (Corylus), aunque es probable que estos últimos, como el arraclán (Frangula), también pudieran formar parte del cortejo florístico de las formaciones de quercíneas caducifolias. La presencia puntual de castaño (Castanea) sólo cabe señalar su más que probable origen alóctono. En cuanto a los pinos (Pinus sylvestris), su porcentaje es notable, superior al 10%, pero no suficiente para admitir su presencia local, sino que probablemente haría referencia a formaciones de coníferas existentes entonces bien al Sur de la Cordillera Cantábrica bien en el Sistema Ibérico Septentrional (LÓPEZ MERINO et alii, 2008). VIII. MENHIRES Y VISIBILIDAD Una de las hipótesis más sugerentes respecto a la acumulación de menhires es la de su intervisibilidad. Sin embargo, conviene antes hacer algunas precisiones: La primera, y fundamental, es el desconocimiento de la

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distribución de la vegetación en la Prehistoria, y más concretamente durante el tiempo de erección de estos hitos megalíticos. Por supuesto, a través del análisis polínico será posible tener una aproximación a la abundancia o carencia de determinado tipo de árbol, arbusto o herbácea, pero salvo que se demuestre la inexistencia de vegetación de alto porte, es casi imposible saber, más allá de los porcentajes estimados, la situación exacta de los bosques, de los claros y de los rodales. Por otra parte, parece evidente que la vegetación, al ser cambiante -por lo general creciente-, puede arruinar en pocos años cualquier intención de comunicación visual.

ningún detalle que permita suponer una teoría más elaborada que la ley del mínimo esfuerzo.

La segunda limitación es el alcance visual del ojo humano. Podemos apreciar una cordillera a 50 kilómetros de distancia, pero es difícil reconocer (VÁZQUEZ MAURE y MARTÍN LÓPEZ, 1989), para un observador de 1,5 metros de altura (de los ojos), un detalle del paisaje a más de 4,6 kilómetros. Esta distancia se reduciría considerablemente en caso de presencia de vegetación arbustiva, y sobre todo cuando se intentara ver una piedra estática, probablemente entresacada del mismo contexto geológico, y por lo tanto de color similar, de un tamaño parecido al de una persona. Otra cosa diferente sería que la orientación de los menhires tuviera relación con la dirección que sigue la línea virtual, pero cabe suponer que el hincado está más bien relacionado con las diaclasas del sustrato pétreo, sin que se haya apreciado por el momento

En los mapas resultantes se aprecia que Piedra Alta, de San Pedro Samuel, tiene una amplia visión sobre los páramos del Suroeste del río Úrbel, pero apenas alcanza hacia el Norte. Su dominio se circunscribe a las lomas y zonas altas, con nulo alcance a los vallejos próximos.

Para estudiar el alcance visual desde los menhires puede recurrirse a la aplicación del módulo de visibilidad en un Sistema de Información Geográfica, que permite elaborar un mapa en el que se aprecia el territorio que alcanza la vista. En nuestro caso se consideran como puntos de referencia los menhires de Las Atalayas (La Buena Moza), Borquillo y Piedra Alta, perfectamente alineados, pero sin conexión visual aparente (Figs. 20, 21 y 22).

Los otros dos menhires, tan próximos, ofrecen unos campos de visión similares, bastante reducidos, particularmente en el caso de El Borquillo, si bien La Buena Moza amplía el abanico hacia los lugares situados al Norte y Oeste de la comarca. En general, como se puede apreciar en el mapa de conjunto (Fig. 23), los valles son lugares sin visibilidad desde los menhires, y en muy pocos casos los páramos

Figura 20: Visibilidad desde Borquillo.

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Figura 21: Visibilidad desde La Buena Moza.

Figura 22: Visibilidad desde Piedra Alta.

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Figura 23: Visibilidad entre Borquillo, Buena Moza y Piedra Alta.

son vistos a la vez desde los tres menhires, excepción hecha de algunos puntos culminantes situados al Sureste de Piedra Alta o al Oeste de La Buena Moza. Otra característica que se observa es la enorme distancia entre Piedra Alta y Borquillo, que impide la comunicación visual directa. Aunque ésta se produjera, seguramente resultaría imposible identificar una laja (el Borquillo, de poco más de un metro de altura) desde una distancia que roza los 5 kilómetros de distancia. La visibilidad en arqueología ha sido estudiada de forma genérica, relacionada con la clasificación de redes (CRIADO, 1993; POLO, 1996) o vinculada a los Sistemas de Información Geográfica. También se ha analizado con carácter generalista (ESPIAGO y BAENA, 1997; MARTÍN DE LA CRUZ y BERMÚDEZ SÁNCHEZ, 1997); en ocasiones referida a épocas concretas, como el Calcolítico (BERMÚDEZ SÁNCHEZ, 1997; KALB y HÖCK, 1997; PIÑÓN VARELA, 1995;), Bronce Final (BAENA y BLASCO, 1997); la Edad del Hierro, cuando parece encontrarse una relación entre la altura, la visibilidad y la ubicación de los poblados (PARCERO-OUBIÑA, 2002; ROYO GUILLÉN, 1984), a veces con referencias al intercambio visual entre poblamientos y enterramientos (GRAU, 2001). Asimismo se encuentran referencias espaciales de visibilidad durante el poblamiento Ibérico (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS, 1984),

y asimismo hay interesantes estudios correspondientes al Megalitismo (CRIADO, 1984; CRIADO y VILLOCH, 1998; CUMMINGS y WHITTLE, 2003; VAQUERO LASTRES, 1994) en algunos de los cuales se vincula la visibilidad con el control de las zonas de paso o los cursos de los ríos (MARTÍN BRAVO y GALÁN, 2000), o con la integración en el paisaje (VENTURA, 1999), o con la ocupación de pequeñas colinas (ROUGHLEY, 2004). En todos los casos se trata de estudios parciales de los que parece desprenderse que los monumentos, en particular los megalíticos, no son faros en el territorio, lugares que todos ven, sino más bien observatorios desde los que mirar. Los menhires se convertirían así en puntos de observación, en referencias espaciales, en nodos territoriales, lugares de encuentro y partida cuyo significado no es evidente, aunque sí sugerente. En nuestro caso, atendiendo al estudio polínico, puede suponerse que la visibilidad no sería muy diferente de la actual en cuanto a la presencia de bosques, claros y zonas arbustivas, pero intentar ir más allá sería una temeridad que sólo aportaría una aproximación especulativa a la supuesta intervisibilidad de los menhires, sobre todo teniendo en cuenta que se conocen los porcentajes de cada tipo de vegetación, pero no es posible determinar en qué lugar exacto se encontraban los espacios abiertos de herbáceas y los cerrados de bosque.

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NUEVOS DATOS SOBRE UNA ALINEACIÓN DE MENHIRES EN EL NORTE DE BURGOS: EL YACIMIENTO DE LA ATALAYAS, …

IX. CONCLUSIONES La prospección arqueológica de La Buena Moza permite añadir datos a una investigación, la del alineamiento de menhires, que ya tiene cierto recorrido temporal aunque, sin duda, obligará a continuar trabajando en el futuro para desentrañar las circunstancias de esta singular acumulación de piedras hincadas de los páramos del Oeste de la provincia de Burgos, el Noreste de Palencia y el Sur de Cantabria. De momento, lo que más llama la atención es la recurrencia de menhires en una posible línea recta que apenas se desvía para apostar por el mejor paso a la hora de cambiar de cuenca hidrográfica, para buscar las pendientes más suaves o para reducir al mínimo el número de vados de ríos y arroyos a atravesar. La concentración de menhires no es una novedad en la Península Ibérica. Hay un grupo compacto en Navarra y Guipúzcoa (ALTUNA, 1982; RIPA, 1991), otro en Gerona (TARRÚS, 2002), y un tercero en Portugal (CALADO, 2010). El resto de manifestaciones megalíticas de este tipo se corresponde con casos relativamente dispersos, excepción hecha de los abundantes ejemplos de Cantabria (TEIRA MAYOLINI, 1994) que se vinculan, en su extremo occidental, con los de Palencia y Burgos. A la acumulación se suma otra característica significativa: la persistente relación con otros vestigios megalíticos. Allí donde hay menhires (o posibles menhires) también hay dólmenes y túmulos (Navarra y Guipúzcoa, Gerona, Portugal, Cantabria, Burgos...), aunque, paradójicamente, la existencia de tumbas megalíticas es razón necesaria, pero no suficiente, para la presencia de menhires. Una tercera cuestión comienza a abrirse paso: en prácticamente todos los menhires intervenidos hay evidencias prehistóricas. Ya hemos hablado del caso de Sejos, Los Lagos, La Cuesta del Molino, Canto Hito, Piedra Alta, y ahora La Buena Moza. Es muy probable que en otros menhires no haya resto alguno que pruebe su cronología. De hecho, el motivo de las prospecciones llevadas a cabo en los últimos años no era tanto fechar la erección de los monumentos, cuanto saber cómo habían sido hincados, cuáles eran las técnicas constructivas y, si había una especial suerte, poder recoger muestras que permitieran datación por 14C. En este sentido, los resultados han sido sin duda superiores a los esperados en cuanto a la recogida de vestigios. La cuarta reflexión que suscita el estudio de estos menhires tiene que ver, precisamente, con las dataciones radiocarbónicas y con los restos arqueológicos. Cavilando sobre el significado de menhires y estelas, S. Cassen anota sagazmente que aunque suelan remitir a hechos

del pasado (por ejemplo cuando monumentalizan enterramientos), no dejan de formar parte de paisajes vividos en presente y aún ser depositarios de expectativas de futuro alentadas, si más no, por su frecuente significado mágico o apotropaico (CASSEN, 2009: 26). He ahí la complejidad de la cronología de los menhires y un anticipo del aún más complejo problema de la cronología de una alineación constituida por un alto número de ellos. Los datos de la media docena de yacimientos sondeados, desde luego, no se compadecen con la idea de un izado general sincrónico; pero tampoco esto supone menoscabo de la hipótesis de la alineación porque ésta pudo formarse mediante la suma de unidades de diferente antigüedad y comprendiendo, por tanto, añadidos y reposiciones. En definitiva, la alineación, como la gran muralla china -a la postre una adición de diferentes lienzos construidos entre el siglo V a.C. y el XVI d.C.-, en absoluto deja de serlo por tener cierta trayectoria temporal y por ser un monumento de larga duración. En nuestro caso es evidente que muchos de los menhires de la línea o de los eslabones de la cadena fueron erigidos en la prehistoria, pero puede que otros se izaran con posterioridad, durante la protohistoria o incluso en momentos más recientes13. Y, por último, puestos a completar la historia de todos ellos, parece asimismo inevitable asumir que con el paso del tiempo, a la par que la alineación iba perdiendo su sentido originario (camino, frontera, monumentalización de lugares de tránsito), cada uno de los menhires, ya a título individual, debió seguir ejerciendo como reclamo territorial, cual se deduce del hallazgo común a los pies de cualquiera de ellos de objetos depositados en épocas históricas más o menos recientes. En suma, no es imposible que nos encontremos ante una realidad de larga duración, cuyas raíces se retrotraen a la prehistoria reciente. Si después de mirar dentro de las catas arqueológicas alzamos la vista y recorremos el horizonte, en la inmensa mayoría de los casos, por no decir en todos, nos encontramos con espacios abiertos, de amplias perspectivas, sensiblemente llanos, sin apenas fondo escénico. No puede asegurarse que siempre haya sido así, aunque la presencia de litosuelos (en el caso de la meseta) y zonas nivales (en el extremo occidental de Cantabria) permiten suponer que la visibilidad no habrá tenido grandes cambios a lo largo de los siglos. Más difícil es asegurar la visibilidad o intervisibilidad entre todos los menhires. Desconocemos cuántos había en cada momento, cuántos han desaparecido o 13. En trabajo reciente, Torres (2010: 708-713) incluye túmulos y menhires del Norte de Palencia, como los de Brañosera, entre los lugares de culto prerromanos.

Miguel Á. MORENO GALLO et alii

cuántos pueden ser de reciente factura. Pero incluso en el caso de considerar fosilizada la alineación, la intervisibilidad tampoco sería necesariamente un hecho revelador: los mojones territoriales de hoy en día tampoco son visibles entre sí. Un menhir no deja de ser una piedra de dos o tres metros de altura, que apenas se ve más allá de un kilómetro de distancia. Por último, parece corroborarse el carácter pastoril de los espacios ocupados por los menhires, no sólo en el pasado -a la vista de ciertos análisis polínicos- sino incluso en la actualidad. Ni siquiera la Política Agraria Común, que tanto ha promocionado a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI el cultivo de cereal en espacios marginales, ha podido acabar con el uso ganadero de los terrenos en los que encontramos la mayoría de estas grandes piedras. Acumulación, megalitismo, evidencias prehistóricas, larga duración, espacios abiertos y lugares de pasto. Seis características de un proceso que se antoja arduo y prolongado. Aún es pronto para obtener conclusiones, más allá de las individuales de cada intervención arqueológica, pero se van abriendo nuevas ventanas y, sobre todo, se va confirmando que no es mera casualidad la presencia de menhires a lo largo de un recorrido que une los páramos de la meseta castellana con los altos prados de la Cordillera Cantábrica. La investigación sigue abierta.

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