Nueve aproximaciones en busca de las voces de Cierta voz (2002)

July 1, 2017 | Autor: L. Cervantes-Ortiz | Categoría: Poesía mexicana contemporánea
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Descripción

NUEVE APROXIMACIONES EN BUSCA DE LAS VOCES DE CIERTA VOZ Leopoldo Cervantes-Ortiz José Manuel Mateo, Cierta voz. México, Hotel Ambosmundos, 2001. Casa del Poeta Ramón López Velarde, 17 de octubre, 2002 Acércate y contempla las palabras. Cada una tiene mil caras secretas sobre la cara neutra y te pregunta, sin interés por la respuesta, pobre o terrible que le dieres: ¿Trajiste la llave? CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE, “Búsqueda de la poesía”

1. Después de 13 poemas contra el polvo (1998), José Manuel Mateo vuelve a la carga. En aquella plaquette, intentó construir, por primera vez, un corpus poético más o menos coherente, luego de algunos años de tentativas que bien pueden remontarse hasta 1992, año en que se publicó el primer (y único) número de la revista Obra Negra. La mayoría de esos poemas reaparecen aquí con un buen caudal de poemas nuevos. Cierta voz es un libro concentrado en su dispersión, atento, en su forma final, al flujo de una conciencia que sabe que su estancia en el mundo la obliga a dejar constancia del filtro acústico, sonoro, rítmico, que obliga a traducir en poema el encuentro con la realidad, a veces tan reacia a transfigurarse estéticamente. Sus ocho secciones le otorgan una arquitectura alargada que prolonga los asombros breves y los descubrimientos fugaces. El verso libre, asumido como bandera, abandonado en tres ocasiones para afrontar el desafío del soneto, vehicula el paseo de la mirada por la mujer, la ciudad, el cuerpo, el cielo, en fin, por todos aquellos topoi que encuentra el ojo poético en su viaje infatigable e, incluso, el ánimo le alcanza para acometer un palíndromo: “la mar aleve te velará mal” (p. 25). 2. En la época mencionada —10 años atrás— los poemas de tema cósmico escritos casi por encargo para acompañar unas fotografías, manifestaban, lo sabíamos y lo conversamos desde entonces, cierta afinidad con algunos textos de Severo Sarduy. Las versiones definitivas, recogidas en la sección “Luz, más luz”, refulgen con intensidad propia, pues a su humildad autoconfesada le suman la vastedad de elementos a los que remiten: los cometas, la vía láctea, las lunas... Acaso los poemas que mejor encarnan, formal y temáticamente, la madurez poética, sean “Correspondencia”, de título baudeleriano, y “Contemplación in situ”, con sus preguntas para el espacio nocturno: ¿hacia dónde la noche con fiel inteligencia? ¿hacia dónde, galaxia, tu amante compañera? de ustedes no sabemos sino el viaje, el paso de baile hacia todas las distancias.

El contacto de José Manuel con imágenes, alusiones y referencias al mundo cósmico, hacen de estos poemas, colocados como están en el libro, un contrapunto temático con la cotidianidad transfigurada, casi epidérmica.

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3. Algunos de estos poemas aparecieron en Etcétera y en la plaquette colectiva El poeta esteta (2000). Uno de ellos le dio título a una antología conjunta sobre un tema tan amable como es el de los senos (“Sendos placeres”), el tercer soneto del libro, donde Mateo confiesa ampliamente su fe en la abundancia carnal: cada vez que nos vimos frente a frente tus pechos incisivos me apuntaban. sin violencia ni cólera —tú sabes—, más bien seguros de mover montañas. cada tarde los vi como alimento tan bien servido para mí en la mesa, que dudo mucho hallar mejor sustento como el tuyo a la hora de la cena. […] (p. 54)

4. “Tanta mujer abruma/ tanta mujer y tanta estrella”, dice uno de los poemas breves, que bien podría condensar la presencia de esta fe alimenticia —en todos los sentidos— en la mujer, que ronda todo el poemario, zigzagueando temáticamente y transfigurándose en cada nuevo tratamiento. Así, es posible encontrarse a la mujer desnuda “detrás de una palabra” (p. 26), como naranja que espera el corte lascivo (p. 27), como camino (p. 33), entre mis pensamientos encendidos (p. 36), o como “eva/ la de siempre” (p. 38). 5. Los otros dos sonetos manifiestan, lado a lado el uno del otro (pp. 34 y 35), el contraste entre el erotismo militante y la escritura como paréntesis amoroso, acaso posterior al combate corporal. El primero, otra confesión de tono segoviano (por Tomás Segovia, obviamente) y enérgico erotismo, refleja la fusión de cuerpos y almas: úsame como una de tus manos, siente conmigo el nombre de tus partes, invéntame los labios con sabor de tus pezones. deja celebrarte […] estoy listo. no hay nada que vencer y me pliego al dictamen de tu sexo.

El segundo, sosegado en la contemplación de la amada dormida, recurre nuevamente al tono cósmico y encuentra en la tranquila enunciación de la convivencia la luminosidad que la noche no anula, sino que aviva en el cuerpo visitado y revisitado: no habiendo mejor medio para hablarte escribo: mientras duermes fatigada, una luz, que no es de luna, es luz, viene y reconforta ese cuerpo tuyo […] en tu ausencia escribí los apuntes de una luz que te inunda y me devuelve amor en cada uno de tus miembros.

Además, el poeta, convertido en ángel solitario, se consuela con estrellas-palabras para, luego, lúbricamente, atender “el desdén/ de tu vulva fresa/ (tan seria/ en su papel/ de abeja reina)” (p. 56).

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6. Otro registro, que podría calificarse de reflexivo, aparece en el libro, sobre todo al principio, en la sección “Hora primera”, donde “Un respiro” y “Cuento de almas”, son emblemáticos. En el primero tiene como motivo al corazón que, si pudiera, “olvidaría las palabras impuestas”, deseoso de “vivir al fin su vida” (p. 12). El segundo es un poema-río, acuático donde el agua sirve como tranquilizante del espíritu. Las almas “abrevan en los flujos y en el agua mansa” y, “mientras beben, se abandonan a la frescura” (p. 13). Ese tono reaparece, junto con la imaginería marítima en “Cielo abajo”, donde aparecen unas naves, una dama insular y una afirmación tajante: “Sólo el mar”, donde “el mar engaña sirenas” y, precisamente, “cielo abajo,/ sólo el mar se beneficia/ del canto y la plegaria” (p. 21), y quien más tarde, “nada menos que un mar”, como “agua redonda” (p. 36) vuelve a encarnar a la mujer. 7. Varios espíritus, además de los ya mencionados, rondan por Cierta voz, pero su enumeración no busca afinidades gratuitas ni explicar las influencias posibles. A fin de cuentas, todo es influencia, pues como ya lo dijo el gurú Harold Bloom, éstas no se maman, se buscan, se ansían, y claro, uno tiene siempre las que se merece. De este modo conviven la feliz cercanía tutelar de Franci3sco Hernández (“amor/taja/dos”), la cotidianidad agradecida de Antonio Deltoro, el férreo apego a las minúsculas de e.e. cummings, la tutela epigráfica de Juarroz, el Paz de la naranja, pequeño sol sobre la mesa. Tal vez su autor no acepte ni le guste esta otra filiación, pero los poemas sobre el fauno, y especialmente la “Prevaricación...”, recuerdan bastante a Rubén Bonifaz Nuño, en sus arranques coloquiales de pasión boleresca y semi-clásica, al mismo tiempo. Incluso el verso se distiende y extiende porque el tema se lo exige: ¿y qué pasó, mi reina, que el amor se hizo ajeno a tu apetito? dime, ¿a nuevas formas quieres que arrime mi eficacia? ¿olvidas el fragor de sendas desveladas o el azor de amores con palabras te oprime? seré claro: acércate a que anime con mejores caricias tu furor o busca hondo tu valor y avanza, que pronto hallarás quien te acoja, mas ninguno que procure tu alabanza. (p. 60)

¡Cómo hace pensar en ese librito con título de canción ranchera: Albur de amor…! Porque el poema se dirige a una mujer, casi albureándola. El doble sentido al hablar de su eficacia, que se muere por arrimarse (acercarse y rimarse con la mada, ¡qué maravilla!) a su reina, y acogerla, preside la picardía implícita del poema, disfrazado en su impudicia de una forma final que cierra con elegancia al hablar de la alabanza aridjisiana (por aquello de “Construyo tu alabanza”...) y hace olvidar los ligeros deslices en la composición métrica de algunos versos. Porque Mateo se atrevió a contar las sílabas y a desafiar a los contadores semi-profesionales de las mismas y decidió que prevaleciera el sentimiento formal por encima de la forma momificante. 8. No comparto del todo las apreciaciones de Javier Sicilia acerca del perfil semi-teológico de todo el libro, pues me parece que, al tocar el tema religioso, estos poemas renuncian abiertamente a cualquier forma de ortodoxia y se ubican en una tradición disidente, seducido, eróticamente, por la figura de la mujer eterna y concreta, concreta y eterna, representada por María Magdalena, cuya figura condensa lo femenino de manera total: la “beatífica magdalena”, “la amante apócrifa” del Jesús poético, quien ya es la santa patrona de Mateo por derecho propio. Por cierto, aquí rondan los fantasmas —o los hallazgos 3

comunes— del propio Sicilia y Pablo Milanés junto con nuestro admiradísimo Joaquín Sabina, quienes cuentan la historia de “la más puta de todas las señoras”, y viceversa. Aceptaría, más bien, que desde el título, Mateo propone una forma muy propia de desarrollo de la otra, de cierta voz, modulada o modelada como está por los diversos asuntos que trabaja. El ángel Gabriel aparece “frente a la virgen desposada” y cohabita con ella, en una relación que se ha vuelto del dominio público. Cuando “Habla el profeta”, su mensaje es edificante porque vuelve a hablar de la mujer, de la Magdalena particular con quien él se asocia, con quien desea estar unido hasta en la muerte, ciertamente “más callados quizá, menos inquietos”, pero “felices de probar la eternidad”, donde sin duda “cómo extrañaremos nuestros cuerpos” (p. 63), los lugares donde el amor hace su agosto. El profeta renuncia a su reino, o mejor dicho, lo ubica en el cuerpo-manzana de la amada. 9. En suma, Cierta voz es una estancia en tránsito hacia la consolidación de una voz poética que quiere, con insistencia, ahondar en sus posibilidades para volcarse sobre el mundo, para cabalgar, no en la permanencia, “sino en el viento”.

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