Nuevas Territorialidades en el Horizonte de la Sustentabilidad Recife Conferencia

June 8, 2017 | Autor: Enrique Leff | Categoría: Environmental Geography, Political Ecology
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II Seminário Internacional Novas Territorialidades e Desenvolvimento Sustentável, Recife/Brasil, maio de 2012. Nuevas Territorialidades en el Horizonte de la Sustentabilidad: Racionalidad Ambiental, Interdisciplinaridad y Conflictos Socio-Ambientales. Enrique Leff



Del descubrimiento del territorio a la crisis ambiental de la modernidad Hace 500 años zarparon las tres carabelas hacia horizontes desconocidos en la búsqueda de nuevos territorios, surcando los mares para abrir las rutas del comercio al capitalismo naciente. Hoy, la economía globalizada ha colonizado al mundo. La conquista del “nuevo mundo” significó la desterritorialización de las formas de habitabilidad de los pueblos originarios. Desde el pensamiento crítico, la resiliencia ecológica y la resistencia cultural buscamos comprender las transformaciones del mundo que generó esa odisea del espacio terreno, para inventar nuevos sentidos y des-cubrir las nuevas territorialidades que emergen en el horizonte de la sustentabilidad de la vida. Si el imaginario que configuraban la teodisea del mundo antes de Copérnico, Galileo y Kepler fundado en la geometría euclideana dividía el espacio en un arriba y un abajo, en los cielos y los infiernos, antes y después de la vida, la geodesia del planeta conquistado por el capital terminó construyendo un mundo más dantesco. En este mundo convulsionado, al tiempo que el universo despliega impávido su devenir expansivo en el espacio sideral, mientras se apagan y surgen en el firmamento los nuevos soles que no alcanzarán a iluminar nuestra existencia terrenal, en este minúsculo punto del cosmos donde habita la vida, avanza ineluctable la degradación ecológica y el deterioro de las condiciones de sustentabilidad de la existencia humana como señales elocuentes que anuncian la muerte entrópica del planeta. “El desierto crece” anunció Nietzsche en una frase que hoy pareciera premonitoria: el nihilismo de la razón y del alma nos ha llevado a horadar la capa de ozono, a nublar los cielos, a desecar nuestros suelos y a violar a la madre tierra para explotar los últimos reductos de minerales y petróleo del subsuelo, fracturando la roca dura para extraer de los gases atrapados en los intersticios de los estratos geológicos hasta el último suspiro. En la irrefrenable expansión de la voluntad de dominio de la naturaleza y la manía de crecimiento del capitalismo insustentable llegaremos a extirparle el corazón a la tierra, cavando la tumba de la vida del planeta verde-azul del universo. Una falla del pensamiento se ha incrustado en el mundo. La esquizofrenia del capitalismo ha generado las fallas estructurales que fracturan los estratos geológicos en los que germinó la vida, dislocando los sentidos de la existencia humana. En tanto que las razones del mercado globalizado, de la racionalidad económica y de la voluntad del poder tecnológico devastan los fondos de la tierra; al tiempo que saturamos la atmósfera con los desechos que genera la transformación económico-tecnológica de la naturaleza,



Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.

en esa estrecha capa de vida –en la biosfera– se libra una batalla final de la humanidad por la supervivencia de la vida. La crisis ambiental generada por la exacerbación de los efectos destructores de la naturaleza aparece como señal elocuente de los límites del crecimiento y del progreso impulsado por la racionalidad moderna. La degradación ecológica y el calentamiento global son indicaciones contundentes de la criticidad de las condiciones de habitabilidad sustentable del planeta. El “cambio global” ha desencadenado un complejo proceso de cuestionamientos y transformaciones sociales en el que se debaten múltiples y diversas respuestas, replanteando y redefiniendo los modos de producción y los estilos de vida. En este proceso emerge el ecologismo dando un vuelco a las formas de comprensión del mundo, fertilizando el campo de la ecología política y abriendo las perspectivas de una racionalidad ambiental para la construcción de un futuro sustentable. La interdisciplinariedad y la forja de nuevos territorios epistémicos La crisis ambiental emerge como la expresión en lo real de una crisis del conocimiento, de las formas de entendimiento del mundo con las que construimos el mundo que habitamos. La racionalidad científica es la estructuración objetivista del modo metafísico de comprensión del mundo. Sus principios axiomáticos, su visión mecanicista, su mirada vectorial y su racionalidad instrumental se convirtieron en los dispositivos de poder de una racionalidad que hoy impera sobre el mundo globalizado: la racionalidad económica, la dominación tecno-económica del mundo –la valoración económica de todas las cosas y todo lo existente–, por encima de una ontología plural – de la diversidad y de la diferencia– en la constitución del mundo de la vida. En el campo de la ciencia, la parcelación positivista del conocimiento apareció como una de las causas de la crisis ambiental. La interdisciplinariedad surgió así como una fórmula y un método para la restauración ecológica del mundo desquiciado por la fragmentación del conocimiento, que habría de manifestarse en el cortocircuito de los complejos flujos de materia y energía que conforman y sustentan a la biosfera, ese espacio vivo donde mora el hombre en la tierra. En los límites paradigmáticos de la ciencia estructuralista se fue configurando una episteme ecologista, una mirada holística y un pensamiento complejo para dar cuenta de las interrelaciones, las retroacciones, las interdependencias y la hibridación de diversos órdenes ontológicos: físicos, biológicos, termodinámicos, económicos, tecnológicos y sociales. Frente al método de la “simplificación” cartesiana –del a priori de la razón, del cálculo de procesos basado en la artificial configuración de trayectorias vectoriales y de las forzadas condiciones de equilibrio–, surgen las ciencias de la complejidad para reconocer los procesos disipativos y negentrópicos que crean y en los que opera la vida (Prigogine & Stengers, 1984). La recomposición interdisciplinaria del conocimiento habría de generar nuevos paradigmas y disciplinas ecologizadas. Surge así una nueva geografía del saber; nuevos dominios del conocimiento. Pero ellos no habrían de transformar desde las alturas del conocimiento las formas de habitabilidad de la tierra sin decantarse en un novedoso proceso de territorialización.

Foucault (1980) usó la metáfora geográfica para comprender los efectos de poder en el saber. En la composición y recomposición de los saberes y los paradigmas del conocimiento, las disciplinas científicas son concebidas como dominios de saber. Como en el caso de la política, las ciencias ejercen sus formas de dominio a través de estrategias de poder en el saber. En su categorización y conceptualización del mundo, las ciencias nombran las cosas del mundo y al denominarlas forjan y configuran mundos de vida. En el discurso de las teorías sistémicas y estructuralistas se dice que cada disciplina es un recorte del mundo: a cada orden ontológico corresponde una ciencia que permite aprehender los procesos que ocurren dentro de su dominio regional. El conocimiento del mundo es una metáfora y un mapa del mundo. Así como en los niveles geológicos y cósmicos reconocemos diferentes capas y estratos de la ecosfera – geosfera, biosfera, atmósfera, estratósfera–, como registramos diferentes continentes en la superficie del planeta, lo real se construye por estratos, por órdenes, por regiones, a los que corresponde una ciencia que da cuenta de su estructura, funciones y procesos. De tal episteme estructuralista surge la concepción althusseriana de las ciencias, que desde sus estructuras teóricas dan cuenta de la verdad de los diferentes órdenes ontológicos de lo real: de la posible articulación de las ciencias y de sus posibles articulaciones interdisciplinarias (Leff, 2001). Michel Foucault habría de adoptar una metáfora más tectónica y geológica en su método arqueológico para desenterrar las capas epistémicas que se fueron sedimentando en la historia de las ciencias sociales en la modernidad. En las excavaciones de su Arqueología del saber vemos estructurarse en una mathesis universal los estratos de unas ciencias incipientes en el campo de la vida, la producción y la significación que se configuran y demarcan sus dominios de saber en un juego de similitudes y diferencias, hasta solidificarse en el estrato del estructuralismo que abarca y condensa a las ciencias sociales desde la lingüística de Saussure y la antropología de Lévi-Strauss, hasta el materialismo histórico de Althusser y el psicoanálisis de Lacan (Foucault, 1966, 1969). Con el post-estructuralismo y el pensamiento posmoderno emergen nuevos estratos del saber. Sobre las capas epistémicas del estructuralismo irrumpe una episteme ecológica. La mirada espacial de la geografía, decurrente de una panóptica cartesiana y kantiana, se resignifica al ser fertilizada por diversas corrientes de pensamiento que confluyen en un nuevo territorio del saber: la ecología, la cibernética, el pensamiento complejo, las ciencias de la complejidad, la ontología existencial y una ontología de la diversidad donde brillan los nombres de Leibnitz, Bergson, Heidegger, Derrida, Deleuze, Prigogine y Morin. La escuela francesa de la geografía se enriquece con la ecología para incorporar las diversas dimensiones de temporalidad que inciden en la transformación del territorio, pasando de las cartografías descriptivas de la geo-grafía a los procesos dinámicos de la eco-logía (Bertrand, 1982; Tricart, 1978, 1982; Tricart y Killian, 1982). En este diálogo interdisciplinario entre geografía y ecología, el territorio no se absorbe en una visión ecosistémica; su relación con la población no se reduce a una ecología humana. Pues no hay territorio sin cultura. El territorio es espacio habitado. Deleuze y Guattari (1980) pensarán el territorio como la imbricación de lo semiótico y lo material, consistencia de ensamblajes y estratificación de milieus. Milton Santos observará las rugosidades del territorio como el efecto de una “acumulación desigual de tiempos” (Santos, 1996).

De esta manera se van configurando nuevos territorios conceptuales, nuevas geo-grafías que van reescribiendo y reconfigurando territorios, desde sus denominaciones de origen hasta la reinvención de nuevas territorialidades en las que se inscriben nuevos modos de morar en la tierra y de construir mundos de vida. Et territorio se va desplazando como concepto geográfico para constituirse en una categoría filosófica que abre nuevos modos de pensar una ontología existencial y política: las formas de habitabilidad en la perspectiva de la sustentabilidad. La “geofilosofía” (Deleuze y Guattari, 1991) desterritorializa el campo de la ciencia interdisciplinaria para territorializar una filosofía de vida. El concepto de territorio aterriza en el campo de la ecología política, donde se decanta una ontología de la diferencia y una ética de la otredad en la reapropiación social de la naturaleza y la reinvención cultural de territorios (Leff, 2012; Porto & Leff, 2012). El pensamiento de la territorialidad prepara así el acontecimiento inédito ante el fin de la historia. La política territorial abre los caminos y traza los senderos de la sustentabilidad. La reinvención del concepto de territorio Los actuales procesos de des/re/territorialización en la construcción de la sustentabilidad se enmarcan en el campo de la ecología política, en la redefinición del concepto de territorio que emerge de una filosofía política que se demarca y trasciende el marco de la interdisciplinariedad científica. Esta redefinición deconstruye el concepto de territorio circunscrito a una demarcación de fronteras políticas y de campos disciplinarios. Deleuze y Guattari abren esos nuevos senderos del pensamiento al postular un nuevo concepto de territorio, menos empírico y funcional. El territorio se desterritorializa del campo científico y adquiere un sentido categorial, filosófico. Más que un ensamblaje interdisciplinario de conceptos provenientes de la geografía, la ecología, la economía y la sociología, capaces de reconstituir el tejido conceptual de una ciencia del territorio, Deleuze y Guattari (1980) entretejen sus categorías en una re-visión filosófica del mundo: el rizoma como el despliegue de lo Uno hacia una diversidad que se estructura por ensamblajes estratos y mesetas en una conformación geológico/cósmica de la vida. El territorio vino a resignificarse en el campo de la geografía –y de la ecología política– como un efecto de sentido desde que Deleuze y Guattari lo reconstruyeran como una de sus principales categorías filosóficas para pensar la diversidad y diversificación del mundo en términos de territorialidades: de desterritorialización y reterritorialización. El territorio no es la reconstitución del espacio como factor de producción, área geográfica, medio ecológico o demarcación política. El territorio se convierte en espacio significado por nuevos sentidos de la vida. Más que una nueva geo-grafía que describe las marcas que van dejando sobre el terreno los procesos de ocupación del espacio y apropiación de la naturaleza, es el cuerpo moldeado por significados y sentidos. Los territorios se constituyen –se desterritorializan o reterritorializan– como un efecto de códigos, racionalidades e imaginarios que los re-ordenan y re-estructuran. En su vuelta al Ser, los mundos de la vida se territorializan desconstruyendo el espacio abstracto y uniforme del pensamiento metafísico y del valor económico, para reconstruir un mundo diverso, ensamblaje de múltiples territorialidades, de diferentes territorios de vida. Los territorios de vida se territorializan en un espacio político: de la ecología política; se convierten objetos del deseo: de una voluntad de poder.

Para Deleuze y Guattari, el territorio y lo territorial ya no se define a través de los ejes cartesianos que construyeron el espacio habitado por el hombre, sino como fenómenos de estratificación y expresión, donde lo fundamental es el juego de recodificaciones que producen desplazamientos y movimientos de las placas tectónicas que se han sedimentado en las formas de habitar la tierra. Los territorios se des/re/territorializan –se reensamblan y refuncionalizan– desde su espesor geológico, su multidimensionalidad temporal, sus identidades, imaginarios y significaciones culturales, hacia nuevas formas de habitabilidad, desplegándose como rizomas en el devenir de mundo reterritorializado por nuevos sentidos de vida. Deleuze y Guattari conciben la desterritorialización como un continuo devenir hacia nuevas territorialidades. Más que un punto de fuga o un proceso de emigración, es la marca de una deconstrucción. Tal deconstrucción/desterritorialización, entraña un proceso más terrenal, más corporal, más material que el de una indagatoria sobre los procesos de estructuración de la teoría y las instituciones construidas por los modos de pensar y las estructuras teóricas que lo precedieron: es el cambio de piel que lleva a recubrir el cuerpo de nuevas maneras, a reconectar los órganos por los que circula la vida a través de nuevos códigos. Los procesos de des/re/territorialización acontecen en un campo de poder y en el horizonte de la sustentabilidad donde la disputa de sentidos teóricos y la confrontación de racionalidades alternativas generan nuevas maneras de habitar el mundo; construyen diferentes territorios de vida. El territorio no sólo se expresa sobre la corteza de la tierra como la delimitación de un espacio geográfico o la demarcación de fronteras políticas resultante de la expansión y las divisiones del Estado-nación. El territorio no es la delimitación del espacio por la fuerza de las guerras de conquista, por la dinámica de expansión del capital, por la refuncionalización del valor de la tierra y el subsuelo por la globalización económica. El territorio no es sólo la demarcación de un espacio, sino sobre todo la reconstitución del suelo mismo, de los diversos estratos de orden físico, orgánico y simbólico donde habita la vida. Hoy en día, los conflictos territoriales en su sentido político-jurisdiccional tradicional no se manifiestan solamente como procesos de expansión territorial de los imperios, sino como luchas de emancipación de nacionalidades que han llevado al fraccionamiento de estados-nación y al reconocimiento de autonomías nacionales en el mapa político mundial, en particular en los países de Europa del este. Hoy la confrontación del Estado-nación se juega en su transformación constitucional para dar cabida a estados plurinacionales, pluriculturales y multiétnicos como en Bolivia. Pero concomitantemente los territorios no solo son zonas donde se expresan luchas por nacionalidades y autonomías culturales, espacios donde se disputan el poder políticoeconómico los gobiernos con los estados de excepción de narco-territorios de facto, de territorios ocupados, gobernados y construidos por grupos del crimen organizado. Deleuze y Guattari extienden el concepto de territorio a los ámbitos de la estética de la vida y la política del cuerpo. Hablarán así de los refranes que configuran los territorios: de los ritmos, melodías y contrapuntos que componen la armonía de la vida en un devenir espacio-temporal. Esos territorios no sólo reensamblan el espacio físico, marcan una geografía, definen la forma de labrar la tierra y los modos de habitar un mundo. El territorio viene a redefinir el habitar mismo, el hábitus y el hábitat. El territorio es cuerpo y alma: trasluce en la máscara y en el maquillaje: se configura en las identidades

de género que figuran y transfiguran el cuerpo, que transmutan el gesto y simulan la imagen en la que se reconoce el sujeto. Nada más lejano a la concepción del territorio como un factor fijo de la producción. El territorio no es el espacio geológico ya estructurado o la renta diferencial de la tierra. Si el capital y el trabajo son factores móviles de la economía, la des/re/territorialización no es la traslación de la tierra a otro espacio geográfico. La des/re/territorialización son acontecimientos que ocurren de manera indefectible in situ: en un lugar, en un espacio, en un tiempo, en un cuerpo, en un yo. El territorio es cuerpo simbolizado, significado, codificado. Que mejor ejemplo de la des/re/territorialización que las transfiguraciones del cuerpo que opera la reinvención de las identidades de género, que más allá de su transvestimento por la moda, el maquillaje y la invención de la imagen de uno mismo (el new look)–, permiten el rediseño tecnológico del cuerpo en el que habita la vida. Las aventuras y desventuras del goce no sólo van tatuando el cuerpo, moldeando sus formas y modulando sus sensaciones: convierten al cuerpo en un territorio habitado por el deseo, intervenido por la tecnología, modelado por el gusto. Los territorios son finalmente “cartografías del deseo” (Guattari, 1989). Deleuze y Guattari construyen así el territorio como una categoría ontológica, como modos de estar en el mundo y de construir mundos de vida donde se funde lo material y lo simbólico. Los territorios son físicos e imaginarios, corporales y espirituales: implican siempre a un sujeto o agente que viaja con su territorio a cuestas y que lo construye con sus prácticas. El énfasis en la desterritorialización señala ya un cierto privilegio por la perspectiva del agente por sobre el sentido del territorio como soporte. Es el agente el que se desterritorializa, se desplaza por el territorio, se reterritorializa en otra parte. Hoy en día, el nomadismo del capital y su capacidad de relocalizarse en función de su cálculo de ganancia habla de una desterritorialización como desanclaje y desvinculación de un lugar, independencia del espacio. La economía se virtualiza; los flujos mercantiles y las rutas comerciales acortan las distancias; se relocalizan las industrias y las actividades productivas. Al mismo tiempo se aceleran los flujos migratorios –por motivos políticos, económicos o ambientales– que hacen que la gente cambie de territorio. Los territorios de vida se multiplican con la migración, los mestizajes y la hibridación de las culturas. Todos esos procesos – económicos, políticos y culturales– producen efectos de desterritorialización, al tiempo que construyen nuevas territorialidades. No solo ocurren como desplazamientos en el espacio; en sus sinergias construyen territorios híbridos por la multiplicidad de sus funciones. Las nuevas territorialidades se despliegan en una multiterritorialidad (Haesbaert, 2004) Nuevas territorialidades y conflictos socio-ambientales: ecología política y racionalidad ambiental Hoy en día emergen nuevas territorialidades de la catastrófica condensación de los tiempos históricos y en la conquista del espacio terrestre. Ciertamente es efecto de los múltiples procesos que configuran el acontecimiento de la globalización económica, tecnológica, informática y migratoria, que van generando los movimientos de tierra, terremotos y maremotos, modificaciones del clima, transformaciones ecológicas y

reubicaciones humanas que al ir recodificando el mundo producen el reensamblaje de las capas tectónicas y de las esferas de la geo-ecosfera. El mundo se des/re/territorializa no porque al volverse más virtual pueda prescindir de un espacio material donde sustentarse, sino porque el capital, en su expansión hace estallar el planeta: porque el desierto crece… No es sólo porque el capital globalizado se deslocaliza y al expandirse reduce las distancias: pues si bien hoy consumimos lo que se produce a miles de kilómetros de distancia y lo que producen nuestras tierras y mares viaja distancias similares para ser consumidos a lontananza, no se independizan de la naturaleza: no se desmaterializa la producción. Si las mercancías pierden su denominación de origen, llevan la marca de un diseño del mundo que reclama fuentes de recursos localizados y consumidores que se incorporan las mercancías en algún lugar del mundo globalizado. Cada vez emigran más personas cargando sus territorios a cuestas hacia otros países, donde en algunos casos conservan memorias y trazas de sus fuentes territoriales y culturales; los pueblos originarios se han desterritorializado por exterminio o colonización de sus espacios vitales, o al verse forzados a emigrar en búsqueda de empleo o de libertad. Sus territorios originarios se pierden en el horizonte. Hoy los territorios en disputa no son solo los de la geosfera, la biosfera y el subsuelo. Las nuevas territorialidades se extienden y expanden a través de las diferentes “esferas” globalizadas –la econosfera, la tecnosfera, la noosfera y la linfosfera– hacia todos los ecosistemas, el ciberespacio y la atmósfera en una disputa entre los derechos y estrategias de apropiación y gestión privada, estatal o comunal, a todos los espacios donde se ejerce el poder político y económico sobre los “bienes comunes de la humanidad”. Hoy no solo los mares, sino la atmósfera son territorios en disputa. Los nuevos territorios tecno-económicos son anfibios, van de la tierra al mar y del mar a la tierra: los territorios petroleros se extienden hacia las plataformas marinas y se siembran territorios eólicos en los océanos; surgen los territorios transgénicos disputándole el espacio a los territorios ganaderos. Los territorios mineros y extractivistas disputan territorios espirituales. Pero quizá lo más novedoso en la emergencia de las nuevas territorialidades no sea la reestructuración de los territorios por el efecto de la implantación e institucionalización en el mundo de la racionalidad moderna: la sobreexplotación de los recursos de la geosfera y la biosfera; la degradación ecológica y la descomposición de la atmósfera por las emisiones de gases y residuos generados por la transformación entrópica de la naturaleza; las expansión de las corrientes migratorias y de la circulación de mercancías en la econosfera. A la devastación ecológica resiste la voluntad de poder negentrópico del planeta vivo: la potencia ecológica resiste a la degradación entrópica; la fuerza político-cultural resiste a la colonización tecno-económica del mundo. Estos procesos se decantan en conflictos de territorialidades, en formas antagónicas donde se expresan los procesos de capitalización de la naturaleza (los latifundios transgénicos, la megaminería neocolonial, el simulacro de la “economía verde” y las ficciones del “mecanismo de desarrollo limpio”) en la geopolítica del “desarrollo sostenible” (Leff, 2002). Las luchas de resistencia y estrategias de poder que se despliegan por la apropiación de la naturaleza y para la construcción de la sustentabilidad se manifiestan como conflictos de territorialidades alternativas. Estos conflictos no se limitan a los desplazamientos de los agentes, sino que implican sobre todo la agencia de múltiples procesos que conducen a la reconfiguración y reconstrucción del espacio habitable, la reconstitución

in situ del territorio, allí donde una cultura, una racionalidad, unas prácticas erigen su materialidad, enraízan sus funciones simbólicas, entretejen sus sinergias ecológicas, religan su conexión con el cosmos y enlazan sus relaciones sociales, rehabilitando los modos de habitar sus territorios de vida. Tales procesos de des/re/territorialización no sólo se manifiestan como procesos que se decantan en un espacio geográfico, sino en el plano mismo de los conceptos. La des/re/territorialización ocurre como una deconstrucción de dominios establecidos del saber, como cambios de paradigmas de conocimiento, como transgresiones de territorios científicos delimitados, como desplazamientos de estratos conceptuales y nuevos ensamblajes epistémicos, como la construcción de una nueva episteme que mira la relación de la teoría con la realidad no como una representación de lo real por el concepto, sino como la intervención de los conceptos en lo real, como la recodificación de la mirada que no sólo reconstruye a su objeto de estudio, sino que reconstituye al mundo. De esta manera, hoy se manifiesta un acontecimiento inédito en la historia moderna: la reinvención de territorios de vida y la reapropiación de la naturaleza en los que se reconfiguran las identidades culturales en el marco y perspectivas que abre una racionalidad ambiental para la construcción de un futuro sustentable. Del clamor por el sentido de la vida frente al nihilismo que producen los monstruos de la razón, la fuerza del espíritu arraiga en la tierra, en la reconstrucción de territorios de vida, en la labranza de nuevos senderos que se abren paso entre los surcos de la tierra hacia horizontes de sustentabilidad. Los territorios no se des-pliegan como fenómenos de superficie sobre la faz de la tierra. Estos se reconstituyen en el movimiento telúrico de los imaginarios que reconfiguran el espacio geográfico, que enraízan nuevos fundamentos teóricos en territorios que sostienen y dan vida a nuevos modos de habitar el mundo. Los poderes coloniales desterritorializaron a los pueblos originarios al invadir los territorios habitados por otras culturas. Hoy, esos pueblos resisten a los procesos de aniquilamiento, sumisión y subyugación cultural. En sus procesos de emancipación reinventan sus territorios de vida. Los pueblos de la tierra definen su territorio como naturaleza + cultura, como un lugar para reafirmar sus identidades y construir su futuro. El territorio es el espacio-tiempo donde el ser cultural despliega su existencia desde su memoria, sus imaginarios y sus prácticas tradicionales hacia la reinvención de sus identidades colectivas. Ejemplar de tales procesos de reconstitución territorial es el sumak kausay –el “vivir bien” de los pueblos quechuas y aymaras– como expresión del territorio de vida, de su complejo existir en armonía del cosmos, la biosfera y la cultura, en la potencia ecológica y la creatividad cultural que surge desde sus imaginarios sociales y sus modos culturales de ser (Huanacuni, 2009; Acosta, 2013). Emergen así nuevas territorialidades de los procesos de emancipación de las poblaciones indígenas, campesinas y afrodescendientes en sus luchas por la reapropiación de su patrimonio natural y la reinvención de sus identidades culturales. Ejemplo de ello son los territorios zapatistas en México, los territorios seringueiros en Brasil y los territorios afrodescendientes en la costa pacífico de Colombia; los territorios mapuche al sur del continente y los territorios Comcáac (seri) al noroeste de México. Estos emergen como territorios en el campo de la ecología política: de una política de autonomía, diferencia y sustentabilidad (Porto Gonçalves, 1993, Escobar, 2008).

Hoy en día, los procesos de territorialización se expresan en escenarios conflictivos donde no sólo se manifiesta una disputa de conceptos en torno a los procesos de des/re/territorialización, sino donde se confrontan diversos modos de habitar el mundo, en el despliegue de estrategias de poder por la apropiación de la naturaleza y en la reconstrucción de territorios de vida: entre la capitalización del planeta y la emancipación hacia modos sustentables para habitar el mundo. Los pueblos de la tierra se reterritorializan; se reconstituyen descolonizándose, desconstruyendo los territorios tecno-económicos que los asechan constantemente. Los territorios se politizan desplegándose en nuevas territorialidades. Mas los territorios no son entelequias, entes autónomos guiados en su devenir por un telos inscrito en su ser, agenciados internamente; no son mónadas, mundos de vida autocontenidos en si mismos y destinados a su despliegue hacia la diversidad, la multiplicidad. Los territorios emergen como entes complejos en permanente proceso de reconstitución por sus fugas, migraciones, remodificaciones y reinscripciones como resultado de una lucha de estratégicas de poder que se despliegan en el campo de la ecología política. La multiplicidad y diversidad de territorialidades posibles no se despliega simplemente de sus interconexiones al redificarse, sino del hecho de que los territorios son cada vez más complejos, híbridos y multifuncionales. El cambio climático y la creciente demanda de naturaleza del capital expansivo transforman las condiciones ecológicas de los territorios, las razones para su puesta en uso, los procesos de construcción, las formas de habitabilidad. Esta multiterritorialidad no solamente es expresión de una ontología de la diversidad que se manifiesta en el mundo: las nuevas territorialidades emergen como efecto de racionalidades que construyen y transforman territorios. La reterritorialización del planeta –las formas concretas de apropiación y construcción de territorios– son el resultado de una confrontación de racionalidades que se decantan en formas concretas de transformación de la geosfera y la ecosfera a niveles globales y locales; que se incorporan en formas de habitar territorios de vida. Su devenir diversificante es resultado del complejo de condiciones ecosistémicas y culturales que confluyen en un proceso siempre vivo y cambiante de territorialización. La construcción de nuevas territorialidades no es obra de agentes sociales individuales, sino de un movimiento de culturas, de las formas liberadas y posibles de simbolización y significación de la naturaleza: de imaginarios, prácticas y habitus deshabilitados y rehabilitados en procesos de reidentificación en un campo de fuerzas políticas, de estrategias de poder. El campo de la ecología política es el campo de territorialidades en conflicto, de cambios tectónicos de la geosfera operados por las formas de inscripción y apropiación de su materia; de una red de significaciones que redifica territorios; de un diálogo de saberes como encuentro de seres culturales en cuyas sinergias, alianzas y antagonismos se expresan formas alternativas de habitar el mundo. Es este el sentido en el que la racionalidad ambiental y la ecología política preparan el terreno para la construcción de nuevas territorialidades que abran los senderos hacia un mundo diverso y sustentable.

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