NUEVAS EVIDENCIAS DE ARTE RUPESTRE EN EL PALEOLÍTICO DEL VALLE SELLA-GÜEÑA. CONTEXTO Y TERRITORIO

July 27, 2017 | Autor: A. Martínez Villa | Categoría: Rock Art (Archaeology), Prehistoric Rock Art
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Descripción

ISBN: 978-84-9012-480-2

NUEVAS EVIDENCIAS DE ARTE RUPESTRE EN EL PALEOLÍTICO DEL VALLE SELLA-GÜEÑA. CONTEXTO Y TERRITORIO Rock Art Paleolithic, New Evidences in the Sella-Güeña Valley. Territory and Context Alberto Martínez Villa Aula de Interpretación de la Fauna Glacial de los Picos de Europa. Avín. Onís. Asturias. [email protected] Resumen: El valle del río Güeña es afluente del río Sella, en la comarca de Picos de Europa (Asturias, España). Un territorio ocupado, al menos, desde el Paleolítico medio. Desde los años setenta se han investigado varios yacimientos y desde principios de siglo se llevan estudiando cuevas con arte rupestre, en concreto el Buxu. Varias campañas de prospección han ido descubriendo nuevas evidencias. Estamos en la actualidad con toda la información proveniente de las diferentes investigaciones, en disposición de plantear una hipótesis de territorialidad basado en los restos –propios y característicos de esta comarca– de arte mueble y arte rupestre y su posible evolución en el tiempo. Un modelo que puede ser replicado en otros territorios. Palabras clave: Arte Paleolítico. Territorialidad. Valle Sella-Güeña. Asturias. Abstract: The river valley Güeña, is tributary of the River Sella, in the Picos de Europa region (Asturias, North of Spain). A territory occupied from the Middle Paleolithic at least. Since the seventies have been researched several sites and since the beginning of the century have been studying caves with rock art, specifically Buxu. Several prospecting campaigns have discovered new evidences. We now have more information from the different investigations, we can to design a hypothesis about territoriality based on portable art and rock art – remains and evidence and typical characteristic of this region– and its possible evolution in time. A model that can be replicated in other areas. Keywords: Paleolithic art. Territoriality. Sella-Güeña valley. Asturies.

1. Introducción y planteamiento

La comarca objeto de este estudio se centra en el valle del río Güeña, afluente del río Sella, ambos situados en el extremo oriental del Principado de Asturias en el área central de la región Cantábrica (norte de España). El río Sella discurre de sur a norte, desde los Picos de Europa hasta la costa asturiana desembocando a la altura de la población de Ribadesella. En su curso medio se le une el río Güeña que fluye de este

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a oeste uniendo esta zona con otros dos cursos, el río Las Cabras –que une el interior de la región con la costa– y el sistema del Cares1. La parte baja del valle del río Sella ha sido amplia e intensamente investigada desde principio del siglo xx (Cuevona, San Antonio...), especialmente   Se trata de otras dos áreas de concentración con alta concentración de asentamiento. El valle Cares-Deva y el macizo de La Llera en la costa llanisca con las referencias de la desembocadura del río Bedón y la pequeña ría de Niembru. 1

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durante los años sesenta y setenta. Durante este periodo se han ido realizando la mayoría de los descubrimientos de estaciones con arte y yacimientos paleolíticos: Lloseta, Cierru, Pedroses, Cova Rosa, Tito Bustillo, etc. En el eje orográfico del río Gúeña se conocía, desde principios de la pasada centuria, la cueva del Buxu (Cardes, Cangues de Onís). Esta cavidad –con importantes manifestaciones artísticas– había sido descubierta e investigada por Hugo Obermaier y el conde de la Vega del Sella. Ambos prehistoriadores realizaron una magnífica monografía de sus pinturas y grabados en 1918. Durante los años setenta comenzará la excavación de la cueva de Los Azules (Cangues d’Onís) y en las décadas siguientes se volverá a estudiar la cueva del Buxu, dará comienzo la excavación de la cueva de La Güelga (Narciandi, Cangues d’Onís), el yacimiento al aire libre de La Cavada (Corao) y posteriormente –en la cabecera del valle– el abrigo de Sopeña (Avín, Onís) y Jullobu (La Robellada, Onís). Será en 1986 cuando se elabore la carta arqueológica de la zona inventariándose un gran número de nuevos yacimientos. Los últimos hallazgos se han venido produciendo en estos últimos meses, se trata de pinturas y grabados en el interior de tres cuevas situadas en la cabecera del valle: Pruneda, Molín y Soterraña. Este prolongado trabajo arqueológico ha proporcionado los suficientes datos para estar en disposición de formular diferentes hipótesis sobre el modelo de ocupación y aprovechamiento de ese espacio por las poblaciones paleolíticas a lo largo del tiempo, su evolución y la identificación –dentro de su gran riqueza– de distintos rasgos artísticos intrínsecos. Evidencias plásticas específicas (decoraciones, iconografías, objetos) de esa comarca que se han venido reforzando con nuevos hallazgos en los últimos años. El conocimiento del territorio junto con el estudio de la interacción de aquellas poblaciones con el mismo puede ser un punto de partida para llegar a entender la dimensión ideológica y simbólica que ese paisaje tuvo para un grupo humano cazador/ recolector. Cómo éstos percibían su entorno y cómo esa relación se pudo reflejar en expresiones y concepciones simbólicas, religiosas y míticas que les ayudaran a entender y explicar ese mundo circundante en el que se hallaban inmersos y del que dependían. Un rico mundo interior y espiritual que estructuraría su © Universidad de Salamanca

sociedad. Éste se plasmaría en un amplio número de representaciones gráficas, muchas de ellas propias del territorio donde aquellos grupos humanos habitaban y extendían su actividad. El arte se concebiría como parte de un sistema de comunicación colectivo y por tanto reflejo de la sociedad y sus cambios. Un código entendido e interpretable por las diferentes bandas y que serviría, según contextos, para difundir diferentes mensajes, conocimientos y creencias2. La geomorfología y orografía de esta comarca es tremendamente singular, un país marcado por la proximidad de alturas alpinas a la costa y con una superficie muy irregular surcada por estrechos y profundos valles. Una región que presentó a lo largo de todo el Pleistoceno una gran masa glaciar –en especial– sobre los Picos de Europa. Casquete que no sufriría grandes variaciones durante buena parte del tardiglaciar y que marcaría, restringiría y limitaría los movimientos y vida de animales y humanos. Estos rasgos físicos condicionarían los diferentes estadios de ocupación paleolítica así como la manera de explotar los variados biotopos de la comarca formados a lo largo del tiempo3. Este paisaje tan particular marcaría la logística de captación de recursos diseñada por aquellas bandas de cazadoresrecolectores paleolíticos. Una estrategia donde la ubicación y representaciones artísticas de algunas cuevas jugarían un papel fundamental en su vida social e interior y –de alguna manera– articulador del espacio definido por el hombre. Las distintas manifestaciones de arte como parte de su sistema de comunicación visual y colectivo podrían ser –en alguna de sus derivadas interpretativas e iconológicas– una expresión de esa articulación, uso y comprensión del medio, así como de la relación del hombre con el mismo. La repetición y concentración de algunas de ellas en un territorio concreto   Aunque estamos lejos de llegar a conocer si detrás de todas esas manifestaciones específicas y propias dentro de ese paraje existía sentimiento de pertenencia por parte del grupo humano que las elaboró a lo largo del tiempo tal como nos muestran numerosos ejemplos de poblaciones primitivas actuales y otras ya desaparecidas pero que conocemos por los estudios etnográficos. 3   Se ha visto tradicionalmente este comarca como un fondo de saco de la actividad humana paleolítica. Aunque resulta tremendamente chocante que estas poblaciones no se desplazaran más allá del río Nalón por la costa, un paisaje accesible y con altas posibilidades para el asentamiento. 2

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parecen apuntar en ese sentido, en especial cierto tipo de decoraciones, signos e iconografías, tanto en el arte mueble como rupestre. Estas características plásticas podrían verse o interpretarse como manifestación de unos rasgos “identitarios” y propios de una comarca dentro de un área de actividad mayor. Este conjunto de rasgos comunes asociados a un territorio nos han llevado a plantear la posibilidad de encontrarnos en una zona que en diferentes momentos mostró una idiosincrasia “social” propia. Centrándonos más en la hipótesis aquí planteada, si bien existe una mayor uniformidad geográfica –con singulares variaciones como se verá más adelante– entre las figuras animales, se han observado unas diferencias más marcadas entre los signos. Entre éstos se observan variaciones regionales más evidentes, emblemas que podrían ayudar a identificar grupos y territorios. Una idea planteada en su momento por Leroi-Gourhan(1980), según la cual éstos se podrían interpretar como marcadores étnicos. Teoría que habría apuntado con anterioridad Jordá Cerdá (1979) al estudiar los ideomorfos en parrilla pintados en la cueva Herrerías y donde destacaba como peculiaridad del arte rupestre paleolítico cantábrico la existencia de santuarios exclusivamente de signos. La profusión de signos en el arte cantábrico es un rasgo destacado por diferentes autores pero es más significativa esa concentración por temas, cronología y dispersión geográfica (González Sainz, 2012). Ambos principios –territorio y singularidad artística– parecen encajar con nuestra hipótesis de partida. En líneas generales seguimos el principio sobre la cultura expuesto por L. White en 19594, aunque yendo más allá del puro determinismo y funcionalismo cultural que estableció la arqueología procesual. Estos pueblos, en función de ese medio y de los recursos a mano, establecerían sus diferentes estrategias de explotación y aprovechamiento del medio hasta identificarse con ese paraje. Posiblemente se asociaría grupo-territorio y espacio social y mítico. Reflejo –por su componente ideológico y 4  L. White (1959): The Evolution of Culture. Nueva York: MacGraw Hill. Según el cual veía la cultura como adaptación del hombre y su capacidad de simbolizar, función que sólo éste posee. Gracias a ella el hombre crea objetos que llena de sentido, sentido que puede apreciarse, decodificarse, aprenderse.

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social– de la interacción humana con el mismo sería la plasmación de todo un tipo concreto de signos y rasgos estilísticos junto con otros grupos de elementos decorativos e iconografías. Éstos podrían ser la imagen y manifestación externa de esa idiosincrasia territorial5,. A la vez –y como se apuntaba anteriormente– formaría parte del sistema de comunicación de las bandas asentadas en ese territorio hacia el interior y exterior de las mismas. Un espacio con el que se identifican social, económica y espiritualmente sus pobladores. Rasgo que no deja de ser consustancial a la naturaleza humana. Esa comarca durante el final del Pleistoceno y con todos sus componentes geográficos (orografía, clima, flora, fauna...) proporcionaría una serie de recursos muy concentrados y concretos que modelarían las estrategias de aprovechamiento para la supervivencia de las bandas paleolíticas. Durante los últimos años, diversos investigadores han ido apuntando la tesis sobre un espacio común y bien identificado en el centro de la cornisa cantábrica diferenciado de otras áreas como la pirenaica o aquitana (Moure Romanillo, 1994 y 1995)6. 5   Sobre el planteamiento de Leroi Gourhan, los trabajos de Moure Romanillo (1994) o las hipótesis de trabajo sobre la movilidad de grupos de cazadores en el valle del Sella y ciertos objetos de arte mueble desarrolladas por Mario Menéndez y su equipo, Alberto Mingo Álvarez plantea la posibilidad de identificar un territorio para el área del Pas, Saja-Besaya, Camargo y ría de la Rabía. La concentración de una tipología de signos cuadrangulares con divisiones internas en cuevas como Castillo, Altamira y Pasiega; el núcleo de omoplatos grabados con ciervas estriadas; las denominadas máscaras al final de galerías en Altamira y Castillo próximas a los signos antes descritos; o similitudes formales en los conjuntos industriales óseos, parecen evidencias suficientes para plantear esta hipótesis (Mingo, 2008). La concentración de azagayas y varillas con tectiformes, o lo que es lo mismo, combinaciones de triángulos con trazo vertical, series paralelas, zigzags o escaleriformes son más abundante en la zona de Altamira-Castillo junto con los mencionados tectiformes, flechas, meandriformes, cometas... Son ejemplo de “territorialidad y desarrollo de contenidos culturales propios” (Corchón, 2004). Este motivo también se encuentra en varios asentamientos del oriente asturiano: Cova Rosa, Cierru, Lloseta o Balmori, (vid. Utrilla, 1994). Este motivo P. Utrilla lo relaciona con cazaderos. 6   Estas diferencias entre la zona occidental cantábrica y oriental han sido planteadas por autores como L. G. Strauss (1983) y González Sainz (1989); incluso en rasgos industriales del Solutrense y Magdaleniense Inferior, a las que se superponen las diferencias iconográficas. L. G. Strauss

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Una región definida entre los valles del Sella y Asón. Este espacio se configuraría durante aquellas fases del Gravetiense y Solutrense Inicial de Paleolítico superior cantábrico (24000-17000 bp) momento particularmente interesante y donde predomina el horizonte de figuras rojas, técnicas de tamponado7, etc. Pero será en el máximo gélido correspondiente al Dryas antiguo –al menos desde el Solutrense Superior/Final y durante el Magdaleniense inferior Cantábrico o entre el 17000 y 14000–8 cuando el (1983: 153) llega a plantear, basándose en el análisis de las puntas solutrenses, la existencia de una entidad tribal/ lingüística en la zona Pas-Nalón donde predominan las puntas de base cóncava. Se ha asociado tipología de puntas solutrenses tanto de base cóncava como de pedúnculo con territorios concretos, características asociables a otros rasgos como huesos grabados. Una idea que vuelve a recogerse por Rasilla Vives y Santamaría al analizar ciertos rasgos técnicos de las puntas de base cóncava (Rasilla y Santamaría, 2005; vid. Strauss, 1977; Balbín, 2004). Se ha especulado sobre las razones de este aislamiento, posiblemente las extremas condiciones climáticas, sobre todo durante el Magdaleniense Inferior Cantábrico y en fechas anteriores al 14500 bp. Un ambiente frío y seco correspondiente al Greenland Stadial 2 (gs 2). Soledad Corchón (2004) defiende la existencia de microclimas locales generados por una orografía irregular, que propiciarían el desarrollo de biotopos fruto de ese aislamiento cantábrico. Refugio de numerosas especies que podrían verse como climáticamente distantes: corzo, ciervo, reno, jabalí... 7   La denominada Escuela de Ramales. Apellániz (1982) relaciona esta escuela con un núcleo claro en el valle del Asón, que se extiende hacia el occidente de la región. Observamos esta técnica en varios trazos de cueva Molín (Avín) o cómo recuerda a las ciervas de Ramales, el ciervo pintado en rojo de cueva Pruneda (Benia). 8   Como ya apuntaba Jordá (1963), en estas cronologías se produce un aumento en la densidad ocupacional y actividad cultural. Es interesante cómo, de manera intuitiva, este autor llega a percibir un cambio profundo en los restos materiales y artísticos respecto a momentos anteriores, que caracteriza una nueva concepción del mundo y la vida basada en nuevas estrategias económicas. Los trabajos de Marco de la Rasilla han venido a plantear un proceso de “desolutreanización” entre 18200/18000 bp y 17100/17000 bp Proceso que se observa en Las Caldas (niveles 6 a 3) y La Riera (niveles 9 a 14), niveles donde se produce una rarificación creciente del utillaje solutrense. Por el contrario, en asentamientos como Chufín (y por extensión Morín y Buxu con las debidas reservas) se informa que, en un momento bastante avanzado de dicha etapa, hay una considerable cantidad de útiles característicos. En el mismo sentido, otro grupo de niveles contienen conjuntos industriales que apuntan a un denominado proceso de

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arte más profundiza en sus rasgos propios y específicos. Esta área funcionó de manera diferente a otros puntos de Europa al menos hasta el 14000 bp como un ámbito de actividad y vivencia, económico y de creencias para unos grupos humanos concretos (Menéndez et al., 2005). Autores como G. Sauvet y Wlodarczyk (2000-2001) achacan este desarrollo autóctono de las manifestaciones artísticas –tanto temáticas, técnicas como estilísticas– a un relativo aislamiento y complicación de las comunicaciones entre las regiones cantábricas y francesas. Comunicaciones que se restablecerán e intensificarán a partir de ese momento –en especial durante el Magdaleniense Medio– como parece ponerse de manifiesto tanto en similitudes iconográficas, como soportes y figuraciones de arte mueble, etc. Parece que pudieron producirse cambios en cuanto al sistema de valores o creencias durante esos periodos de marcada regionalización pero, posiblemente –como bien señalan Souvet y Wlodarczyk– sin que existiese un vacío o abandono de las prácticas generales y comunes que una vez restablecidos los contactos, volverían con la misma intensidad (Sauvet y Wlodarczy 2000-2001: 231). Una comarca habitada por bandas de movilidad reducida. El uso de objetos singulares9 y la repetición de convenciones, iconografías y especialmente «magdalenización» con dataciones en torno al 17000 bp. Un grupo de dataciones 17225 bp (La Riera 15), 17050 y 16900 bp (La Riera 17), y las más recientes del denominado Solutrense superior en proceso de “desolutreanización” (Chufín 1 y La Riera 12), fijan el límite inferior, mientras que las fechas de Ekain vii (16510 bp), Rascaño 5 (16433 bp) y La Riera 19 (16420 bp), atribuidos al Magdaleniense inferior, marcan la continuación del mismo proceso (De la Rasilla, 1989; Straus et al., 1978). Este proceso de continuidad se observa dentro de la Facies Juyo. Varios motivos y temas decorativos hunden sus raíces en el Solutrense regional, al que suele suceder en varios yacimientos (Corchón, 2004). 9   Por ejemplo el hioides de ciervo en la cuenca fluvial de Sella-Güeña o las azagayas con tectiformes grabados tipo Altamira más propias del área central de Cantabria. Pilar Utrilla (1996) a la hora de definir su facies Juyo identificaba una serie de rasgos tanto territoriales como materiales. Por un lado se trataba de un grupo bien definido en el área central de la región cantábrica (Oriente de Asturias y Occidente de Cantabria). Por otro nos encontramos con una serie de azagayas con una decoración específica como eran los escaleriformes tipo Cierru, Cova Rosa, Balmori, Cuetu La Mina D y Juyo; asimilables a los tectiformes clásicos.

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de determinados signos así como su repetición en ámbitos próximos permiten suponer que durante un periodo de tiempo prolongado existió una red de grupos y generaciones que actuaron en ese territorio. Bandas con diferentes grados de desplazamiento y penetración a lo largo de la región y donde algunos signos detectados en ellas –junto a otros rasgos– o parte de ellos se pueden valorar desde una perspectiva espacial y antropológica. Las similitudes formales de aquellos parecen apuntar hacia la idea de una territorio amplio –como se decía– pero ciertas diferencias y especificidades –como las contempladas en el valle del Sella o Pas– podrían sugerir la existencia de subterritorios ocupados por grupos sociales o bandas específicas. Llama la atención que tanto este periodo (Solutrense superior-final/Magdaleniense inferior) sea, en el Cantábrico, un periodo donde se intensifica la representación de cérvidos, incluso con técnicas artísticas muy significativas como es el grabado estriado. Técnica y estilo cuyo núcleo se identifica en la cuenca del Pas pero que se extiende hacia el oriente asturiano encontrándose tanto en arte mueble como rupestre en cuevas como Llonín, Tito Bustillo, Cierru (estas dos últimas en el valle del Sella)10. A la vez y coincidiendo con este proceso artístico se aprecia una intensificación y especialización de los modelos cinegéticos, en concreto de cérvidos (Utrilla, 1994: 110-111). Durante el Solutrense se comienzan a emplear estrategias de caza y matanza masiva de ciervos y cabras producto de una creciente presión poblacional cada vez más densa como indica L. G. Strauss (1983: 134). Evidentemente quedaría por ir determinando el papel jugado por cada asentamiento en esa red de uso del espacio en radios cortos y medios. Cómo funcionaron los diferentes “santuarios” rupestres 10   Soledad Corchón (2004) establece la existencia de esta técnica en un espacio de 140 km que desborda ampliamente las azagayas tipo Juyo. Se extiende desde Candamo hasta las cuencas media-baja del Sella (Buxu y Tito Bustillo) y Cares (Llonín). En Cantabria el núcleo principal se encuentra en Altamira, Castillo y Pasiega. Emboscados y Cobrantes sería el límite oriental. En cuanto al arte mueble encontramos cérvidos y caballos (Cierro, Rascaño, Juyo, Altamira, Castillo) dentro del magdaleniense Inferior y una espátula del tb en Magdaleniense Superior. Otros temas figurados presentan perfiles simples. Por contra en la zona occidental astur y en la parte vasca las representaciones figuradas son escasas y sintéticas.

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como puntos de articulación y en casos de agregación de territorio y grupos. 2. Las cuevas con arte y manifestaciones plásticas propias del territorio Sella-Güeña: tectiformes, arte mueble, elementos decorativos, técnicas e iconografías La comarca presenta dos áreas de ocupación bien marcadas donde se concentran los yacimientos paleolíticos: la zona del macizo de Ardines en la desembocadura del río Sella (Ribadesella) con cuevas como Tito Bustillo, Lloseta, Cierru, Pedroses, Cuevona o Cova Rosa. Y la zona del río Güeña con yacimientos como Azules, Buxu, Güelga, Cavada, Sopeña, Soterraña, Molín, Jullobu o Pruneda. Ambos unidos por el eje fluvial del Sella-Güeña. Entre ambos las diferentes prospecciones han ido detectando varios asentamientos que claramente los relacionan. Un territorio con dos grandes biotopos (costa e interior montañoso) que contiene –en cuanto a ocupación humana– evidentes similitudes (cronología, industria, logística...) y un modelo de explotación y asentamiento bien definido. De esta intrincada red de yacimientos destacan principalmente cuatro: Tito Bustillo, Azules, Güelga y Buxu. Aunque nos centraremos en tres de ellos. Las manifestaciones artísticas del Buxu y La Güelga (Menéndez Fernández, 2003) encuentran sus correspondientes paralelos en Tito Bustillo (con la limitación de la corta secuencia ocupacional atestiguada hasta hoy de Tito Bustillo: Magdaleniense Medio-Superior). Aunque se pueden entresacar de otros asentamientos cercanos otras evidencias de ocupación más larga. Evidencias (Magdaleniense Inferior y Solutrense) que nos aportan yacimientos como son Cierru, Cova Rosa, Lloseta, Azules, Cavada... A su vez encontraríamos evidencias anteriores desde el Auriñaciense al Gravetiense, se trataría de una primera fase o capa cultural donde se empiezan a apreciar algunos elementos iconográficos y simbólicos comunes dentro de la zona estudiada tales como los círculos o vulvas en rojo que se encuentran en Sidrón, Tito Bustillo y Buxu. En este grupo se podría incluir en signo cuadrangular cerrado y otro ovalado de Pruneda. La otra fase o segunda capa, la que más nos interesa en este momento, se centra en el ciclo Solutrense-Magdaleniense Inferior (18000 al 14000 bp). Momento donde se determina un comportamiento Cien años de Arte Rupestre, 00-00

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una serie de manifestaciones artísticas propias del valle del Sella aunque con ciertos puntos en común con otras dentro de la comarca Sella-Pas. Tal y como se indicaba anteriormente el trabajo se centra en similitudes evidentes de las cuevas de Tito Bustillo, La Güelga y el Buxu. En parte reforzadas por nuevos hallazgos en la zona con las cuevas de Soterraña, Molín y Pruneda. Estas últimas más cerca de ese primer horizonte de figuraciones y signos rojos que se aprecian en Tito Bustillo y Buxu. A continuación se describirán algunos de los rasgos gráficos que entendemos comunes y particulares del territorio estudiado. 2.1  Tectiformes grabados Tradicionalmente se ha venido destacando la existencia de un “diseño general de signos cuadrangulares propio de un área muy extensa, que agrupa el occidente de Cantabria y el oriente de Asturias” reforzándo la idea de signoterritorio11. Aunque más allá de un diseño general de signos cuadrangulares propios del área entre el Sella y Asón Fig. 1.  Mapa de situación de la comarca del valle del río Sella y Güeña. donde el grupo Altamira-Castillo destaca principalmente, la comarca sellense –en el extremo de esa región uniforme y estable que comienza a cambiar en torvirtual cantábrica ya descrita– destaca por conjuntos no al 14000 bp como ya se indicaba anteriormente. Periodo donde los procesos de intercambio entre 11  Un territorio que Jordá y Strauss habían definido diferentes áreas franco-cantábricas parecen intensibasándose en algunos rasgos industriales. Moure, a su vez, ficarse (Sauvet et al., 2008). veía en este espacio todo un conjunto de omoplatos decoraEl análisis de los variados rasgos, evidencias e dos tipo Castillo-Altamira y cuyo estilo se apreciaba en las iconografías desde una visión macroterritorial a ciervas de Tito Bustillo y omoplato decorado de El Cierru una visión más centrada nos ha llevado a apreciar (Jordá y Mallo, 1972: 142-155; Straus, 2000: 39-58). © Universidad de Salamanca

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de tectiformes12 más específicos –repartidos entre las cuevas-santuario del Buxu y Tito Bustillo–. Ideomorfos que presentan similitudes formales, de diseño y de técnica (grabado frente al grupo del Pas donde se pintan). Se trata de los denominados signos plenos (S1) según el esquema de Leroi Gourhan, quien los interpretó como un elemento referencial dentro de un grupo paleolítico (Marcador Etnico) (Leroi Gourhan, 1980). Los tectiformes del Sector B del Buxu –magníficamente documentados por Vega del Sella y Obermaier– se efectuaron a base de trazos grabados finos, repetidos y múltiples. En general son líneas de haces cruzadas dentro de un rectángulo. Casi todos aparecen en la parte central del santuario (sector Fig. 2.  Panel de los tectiformes de la cueva del Buxu según M. Menéndez. C), en una reducida zona aumentando, así, la sensación de homogeneidad del conjunto. Presentan paralelos con objetos de arte mueble del yacimiento y se infrapoanimales grabados de forma única y por encima nen a otras figuras. Mario Menéndez los atribuye los animales grabados/pintados. Esta serie de tectia una fase solutrense y llega a indicar que la cueva formes y figuras grabadas la volveremos a encontrar fue en un primer momento un santuario único de en Tito Bustillo, así como la serie de figuras negras. ideomorfos similar a otros como Herrerías (MenénSus homólogos en la cueva de Tito Bustillo se dez, 2003: 189). Este conjunto se infrapone a otros reparten entre el panel principal (Conjunto x secgrabados y a la serie de pinturas negras. A tenor de tores b y c) (Balbín y Moure, 1982 y Moure,1980) esta serie de figuras trazadas y pintadas unas sobre y otros paneles de la cueva. Éste es el lienzo –que se otras, da la sensación de que las representaciones extiende por la pared derecha de la sala– más commás profundas son los tectiformes13, les seguirían los plejo de la gruta subdividido por un resalte rocoso en dos sectores (b y c). Está formado por más 12   Aún es pronto para determinar si alguno de los grabade 100 figuras, tanto grabadas como pintadas, y se dos de las cuevas de Pruneda y Soterraña se podrían encuarealizó en varias fases que se han resumido en, al drar en este grupo. Posiblemente sí podría encajar Soterraña. menos, nueve momentos siguiendo una metodoAmpliando y reforzando la idea territorial Güeña/Sella. 13 logía de superposiciones, técnicas, estilos (Moure,   Si quisiéramos llamar la atención sobre dos de los tecti1984) y fechas radiocarbónicas ams (Balbín Behrformes, el primero que se encuentra (tectiforme vii Mario Menéndez) es de forma rectangular realizado en trazo profundo, mann, et al., 2003). Fases que se pueden resumir con tres tramos horizontales y una serie de trazos a modo de en tres principalmente separadas dos de ellas por flecos a su alrededor. En un extremo superior derecho se apreuna gran mancha roja que reinició el lienzo al ficia un dibujo arborescente y una especie de pico o cabeza mal nal del proceso. Esta acumulación de figuras se sutrazada que recuerda un caballo. Esa figuración arborescente perponen en casos de manera diacrónica, en otros nos recuerda al colgante de la cueva de Collubil. A poco más sincrónica extendiéndose a lo largo de la pared. Un de un metro, Obermaier y Vega del Sella marcaban otro tectiforme ya desaparecido y a continuación otro signo alargado análisis pormenorizado de técnicas y estilos junto a en forma escaleriforme hecho con incisión profunda. Bajo éste las superposiciones y fechas muestran la existencia Obermaier y Vega del Sella describieron otro –muy desvanede una horquilla temporal que al menos iría descido– de rayas rectas y curvas. Y sobre el escaleriforme otro de el periodo Gravetiense hasta el Magdaleniense rectangular con trazos en flecos y bajo el otros en v entrecru(Balbín, 2008: 111). Se trata de un panel con una zándose. Este tectiforme de aspecto escaleriforme nos recuerda intensidad, densidad y perduración compositiva a la azagaya decorada de la cueva de El Cierru. © Universidad de Salamanca

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Fig. 3. Conjunto b. Panel principal de Tito Bustillo según J. A. Moure y R. Balbín. Reinterpretación.

que ha provocado la alteración y superposición de muchas representaciones haciendo dificultosa su lectura en muchas ocasiones. La superposición como indicaba J. A. Moure (1986) “refleja el orden en que las pinturas y grabados han sido realizadas”, aunque “las evidentes semejanzas existentes entre distintas fases parecen indicar que no se encuentran cronológicamente muy alejadas”. Todas las fechas radiocarbónicas del conjunto encajan en esa fase final Magdaleniense, con unos márgenes entre el 13000 y 11000 bp (siete de las trece fechas obtenidas). El encaje cronológico de fases compositivas y figuras –estamos de acuerdo con R. Balbín– debe hacerse conjugando todos los criterios, especialmente el arqueológico y estilístico. La secuencia de fechas obtenidos para las capas más recientes del panel mostrarían –a juicio de Rodrigo Balbín (2008: 111)– que “... no existían diferencias entre las figuras datadas. Todas ellas pertenecen a fases avanzadas en el desarrollo decorativo del conjunto xi, con matices”. Así se propondría una mayor antigüedad relativa para el panel xa (fechas F16, F20, F23). Moure (1995: 243-244) piensa que tanto la ocupación como la decoración de Tito Bustillo corresponden a un momento avanzado del © Universidad de Salamanca

Dryas antiguo. Un Magdaleniense medio final con arpones o un Magdaleniense Superior Inicial. Existe –a juicio de este investigador– una clara relación entre la zona de estancia y de arte (figuras polícromas). Las dataciones absolutas, el paralelismo de objetos de arte mueble, la cronología y estilo de las representaciones de arte rupestre, la fauna, etc., parecen corroborar esta hipótesis. Al menos para las fases finales presentan mayor homogeneidad estilística a partir de la segunda mancha roja que debe verse como un reinicio compositivo. Mancha que cubrió la Fase iv donde predominan los grabados. El profesor J. A. Moure (1980: 8) había planteado la existencia de dos “santuarios” (sectores b/c y d) en la misma sala donde se encuentra el panel principal –aunque separados por un ángulo de la roca– basándose en las diferencias de técnicas y estilos. Uno estaría compuesto por una serie de figuras negras contorneadas y el otro por el grupo de figuras bícromas. A su vez el análisis pormenorizado –tanto del sector b como c– llevaría a marcar otros dos grandes momentos: la serie de pinturas rojas en la base del panel principal y la serie de grabados situada entre las pinturas negras y polícromos (fase iv). Es en este momento cuando se trazan los diferentes ideomorfos y por tanto el momento que nos interesa para este estudio. La fase iv la forman grabados en trazo simple –único y repetido–, estriado o raspado, algunas zonas con modelado interior o repasadas con pintura negra. Se trata de un conjunto de signos cuadrangulares con retículas internas normalmente grabados en trazos múltiples, junto a signos dentados en zigzag hechos en trazo simple, ovoides y triangulares en trazo único. Todos ellos se van superponiendo y yuxtaponiendo con varias figuras de animales ejecutadas con grabado simple (ciervo, cabras...). Da la sensación de que el punto de partida son los signos y sobre ellos se van trazando figuras para acabar en un grupo de cabezas de ciervas ejecutadas con técnica estriada en uno de los lados del panel. Esta fase muestra –a nuestro entender– una cierta homogeneidad técnica dando una sensación de conjunto ejecutado ex professo y que sería borrado –tal vez de manera intencionada aunque sin querer perder el carácter sacro del lugar– por la segunda gran mancha roja sobre la que se trazó el nuevo panel de las figuras polícromas con nuevos contenidos iconográficos como la profusión de renos. Cien años de Arte Rupestre, 00-00



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Así, si se simplifica el lienzo abstrayendo sólo los grabados, se observan tres grupos singulares y alrededor de ellos varias figuras de cabras y ciervas: Conjunto a. Ciervas. Se trata de siete cabezas de este animal donde destaca la técnica de sombreado mediante estriado. Conjunto b. Tectiforme con cabeza de ciervo. Otro grupo que arranca con signo y sobre el que se van superponiendo y yuxtaponiendo figuras. Hay cinco elementos abstractos que se deben destacar por su posible simbología. Iconografías que se repiten en varias zonas de la cueva. Tectiforme o parrilla grabada en varios trazos, sobre ella un signo dentado (una sola hilera) y a continuación otra representación que Moure y Balbín denominaban pisciforme pero que podría ser una vulva grabada, al igual que otro pequeño signo a la Fig. 4.  Conjunto C. Panel Principal de Tito Bustillo, según J. A. Moure y R. Balbín. Reinterpretación. derecha. Finalmente una preciosa cabeza de ciervo ejecutada con técnica mixta (trazo único y repetido). ejecutado con un trazo simple único. El maxilar y Por debajo del grupo se pueden ver dos cabras el borde de la figura se despedazan por una línea. realizadas en trazo simple único, una incompleta de Se observan ciertas similitudes entre la crinera y líneas muy esquemáticos y una cabeza donde se ha cola de este équido y las de algunos caballos polímarcado con un trazo la diferencia de pelaje. Tanto cromos. Bisonte superpuesto al caballo. Realizado la técnica como el estilo recuerdan a otras figuras sicon trazo simple único y estriado a la altura del milares de la cueva del Buxu. Más abajo tres signos, muslo. Se infrapone a la cabeza de ciervo –llegó uno en Y que podría ser una vulva y dos posibles a repintarse en negro– hecho con trazo simple reparrillas (abierta y cerrada). Finalmente una cabeza petido y simple único. Por debajo del bisonte una de cierva, también muy esquemática. serie de líneas dentadas que tapan la cabeza del Conjunto C. Caballo-bisonte junto a tectiforciervo. Parte posterior de bisonte (pata) ejecutada me y signos dentados superpuestos o yuxtapuescon trazos simples repetidos, se superpone al cabatos en lo que parece una composición sincrónillo y bisonte. Finalmente a un costado del caballo ca. Situado por debajo de la mancha roja, podría se trazaron –grabado simple único– la cabeza de comenzar por un signo dentado de ángulos enun cérvido y una cabra sobre el anterior. A su detrelazados –motivo que encontramos de manerecha se observa otro ciervo que podríamos incluir ra reiterada en varios objetos de arte mueble del en el conjunto. yacimiento, así como en la Güelga– que aparece La sensación es que toda esta fase iv parte de sigen otro conjunto. Se sitúan por debajo de un tecnos donde se entrecruzan tectiformes/parrillas con tiforme formado por una retícula grabada con posibles vulvas. El eje central lo parece constituir trazos múltiples. Ambos se sitúan entre las patas de un caballo –siguiente figura– como formando un bisonte y un caballo a los que se asocian cabras y parte de una composición intencionada. Éste está cérvidos, siendo ésta la figura más dibujada. © Universidad de Salamanca

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paleogrupos localizados en el área objeto de este estudio. Marcadores que nos han llevado a plantear la posibilidad de encontrarnos en una zona que en diferentes momentos mostró una idiosincrasia “social” propia. Todo un conjunto de características que podrían ir acercándonos a una realidad nueva como son los paleoterritorios y su identificación con grupos humanos a lo largo del tiempo. Una hipótesis ya avanzada por Mario Menéndez para el valle del Sella. Más clara en ese segundo horizonte –mencionado anteriormente– del tecnocomplejo solutrense finalmagdaleniense inferior y posible en periodos más tempranos (Auriñaciense/Gravetiense) referidos Fig. 5.  Ciervo pintado en rojo de la cueva de Pruneda (Onís). a un primer horizonte. Momento donde se englobarían los signos y Las fases i y ii son estadios independientes –se pinturas rojas de Tito Bustillo, Buxu, Pruneda, Motrataría de las fases antiguas frente a los polícromos lín y Sidrón14. más recientes–, sus paralelos parecen encontrarse Dentro de esa segunda fase u horizonte soluen el conjunto xi (cercano a la entrada). Se trata de treo-magdaleniense, se observan una conjunción figuras rojas y destacan algunos signos tipo vulvar u de signos –tectiformes grabados–, piezas de arte ovoides que recuerdan otros de la misma cueva, al mueble (colgantes sobre hioides de ciervo decorasigno vulvar del Buxu y Sidrón y más recientemente dos) y elementos decorativos como marcas en los al signo cuadranfular de Pruneda. extremos de piezas, a las que se deberían sumarse las guirnaldas en zigzag que encontramos en colgantes de la Güelga y en las paredes del panel principal 2.2. Colgantes sobre hioides de ciervo. Arte mueble de de Tito Bustillo o algunos de sus objetos de arte la cueva de la Güelga y Tito Bustillo mueble. Además de composiciones, agrupaciones iconográfias y seriación de las mismas observadas El yacimiento está situado en un valle ciego sotanto en el Buxu como en Tito Bustillo. Esta repebre el río Güeña y frente a la cueva del Buxu pretición y confluencia de decoraciones en un espacio senta una ocupación Auriñaciense, Solutrense y Magdaleniense Inferior. Cuenta con una rica colec14   Se trata como se señaló en varias partes de esta comución de arte mueble en los niveles del Magdaleniennicación, de signos plenos y cerrados, tipo vulvar, con forse Inferior. En concreto nos interesa una serie de mas ovaladas, cuadrangulares, ovoides… pintados en rojo y colgantes sobre hioides muy similares al conjunto de los que hay varios testimonios en cuevas de la zona. La localizado en la cueva de Tito Bustillo (Menéndez y vinculación entre las vulvas de Tito Bustillo y Buxu, y por tanto la temprana relación entre ambas cuevas, se ha planMartínez Villa, 1992). Presentan, como otras piezas teado recientemente al realizar una serie de análisis de esde arte mueble de ambas estaciones, entalles en los pectrometría de los pigmentos y componentes de las pintubordes. ras (Menéndez y García, en este volumen). Éstos mostraron Todas estas manifestaciones descritas que se han una casi total coincidencia en composición y elaboración ido reinterpretando en páginas anteriores, junto a de los componentes pictóricos (vid. Hernanz et al., 2012). otras, son las que –a nuestro juicio– podrían entenRecientemente se han tomado muestras de las cuevas de derse como algunas evidencias o rasgos propios de Molín y Pruneda. © Universidad de Salamanca

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tan determinado y donde se observa un ciclo estacional de uso del territorio costa-interior es uno de los principales puntos de apoyo para la hipótesis que se viene defendiendo haciéndola factible. 3. La definición de territorio para su análisis La unidad de análisis y el punto de partida a la hora de considerar el espacio vital de un grupo de cazadores recolectores y su identidad con éste es el territorio geográfico donde despliega su actividad. Por tanto estamos obligados a repasar la idea del mismo tanto desde visión de la arqueología como de la antropología. Para ello se debería inferir de qué conceptos de territorio y territorialidad se parte para llegar a comprender la idea que de ambos pudieran tener los pueblos paleolíticos, o al menos qué evidencias podemos abstraer para aproximarnos al mismo. Así como qué restos materiales y comportamientos deducidos a partir de los mismos ayudarían a analizar y definir estos términos. Como se indicaba más arriba el análisis debe centrarse, en principio, en una primera capa de ámbito regional. El espacio donde el hombre paleolítico desarrolla su actividad económica. Toca en primera instancia definir la extensión de esa región. Para ello se han venido empleando análisis basados en sistemas de aprovisionamiento y captación de recursos definidos por Vita Finzi y Higgs (Vita-Finzi y Higgs,1970) y estrategias de explotación de un área relacionando medio y cultura como desarrollaban autores como M. A. Jochim (Jochim, 1981) dentro de una visión más de ecosistema –relación con el espacio– o de base geográfica para desarrollar el concepto de territorio. La “captación” de recursos y “gasto” de energía como principios que definen la estrategia de supervivencia de un pueblo cazador-recolector. Todo ello sin descartar otros factores. Bajo este principio Jochim planteaba –a partir de los estudios etnográficos de otros investigadores– diferentes causas desde las que se organizaba el espacio por un grupo humano, pero siempre en función de la captación del recurso pudiendo variar aquél en función del medio. Es decir, creando una movilidad vinculada a las variaciones de recursos aunque destacando un rasgo, la referencia de accidentes geográficos tales como ríos, pozos de agua © Universidad de Salamanca

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o lagos al tratarse de áreas más o menos estables de concentración de medios o ejes centrales. Éstos asegurarían el acceso a unos recursos. A partir de estas hipótesis restaría por analizar qué factores son determinantes para delimitar el espacio vital. Nuevamente surge una variabilidad de causas en función del pueblo y el medio, de la dispersión o concentración de recursos y hábitats. En función de estos dos factores se desprende una mayor o menor movilidad de los grupos y la competencia entre éstos por aquellos medios disponibles (Jochim, 1981: 170-171). La territorialidad va muy de la mano de la estrategia de definición y demanda de los recursos y por tanto de las logísticas de conservación de los mismos que incluiría unas prácticas de rotación. Como puede serlo la capacidad de almacenamiento de los mismos –seguridad en el aprovisionamiento mediante diferentes técnicas (secado, ahumado, congelación...) y por tanto menos movilidad (ej. sala de ahumado de salmón en la cueva del Buxu según M. Menéndez)–. A su vez se relacionarían con las previsiones de desplazamientos estacionales. Por tanto se puede afirmar –según todas estas premisas– que la seguridad en la logística de aprovisionamiento es clave a la hora de determinar el territorio que se quiere explotar. Este ciclo económico –estacional o plurianual– que parte del conocimiento del medio llevaría a otro ciclo social y vital que trasciende a una memoria colectiva. Ambas dinámicas articulan a ese grupo social y lo vinculan a un ámbito y un ciclo natural que parece configurar la sociedad y el ritmo de ésta (Mauss, 1906). El grupo llega a depender de la estructura del terreno y de la movilidad sobre el mismo (Gamble, 1990). La actividad se plasma en diferentes tipos de asentamientos definiendo diferentes tipos de movilidad en ese espacio definido por la experiencia acumulada –observación, conocimiento y trasmisión– y la estrategia de explotación guiada por los desplazamientos animales, el curso estacional y otros recursos. Las teorías de L. R. Binford (1980) en este sentido, basadas especialmente en sus estudios sobre los Inuit Nunamiut (Binford, 1978), o de J. E. Yellen (1977) sobre los Kung del Kalahari vienen a romper cierta visión más estática y homogénea sobre los comportamientos de las bandas de cazadores-recolectores. Estudios que como indica Clive Gamble practican la interpretación del pasado a través de la observación del presente (Gamble, 1990). Cien años de Arte Rupestre, 00-00

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área. Se planteaban dos modelos: forrajeros y recolectores. Patrones que debieran responder a estrategias de acción relacionadas con el tipo de posibilidades y por tanto del medio ambiente donde se desarrollaban, así como la adaptación a cada lugar. “La necesidad de considerar todos los yacimientos como parte de un sistema más amplio” (Binford, 1988: 140). Pueblos como los Nunamiut establecerían una serie de establecimientos en función de la estrategia (campamentos base, ocasionales…), de las formas de explotación (oportunistas y especializadas) o de los tipos de movilidad (residencial y logística) (Binford, 1988: 118-122). Desde esa área central de residencia se organizarían todas las tareas estableciéndose una interrelación de actividades y lugares (campamento base, cazaderos, áreas de matanza, escondrijos y almacenes). La etnoarqueología de los Nunamiut permitió considerar los yacimientos como parte de un sistema más amplio, que eran unidades interrelacionadas y valorar el análisis regional. Se estableció un patrón o modelo organizado en varios niveles de residencia, control y uso del territorio dentro de un ciclo estacional. Donde se aprecia como una misma banda o grupo Fig. 6.  Signo en rojo de la cueva de Pruneda (Onís). transita y utiliza repetidamente un territorio con el que se termina identificando. L. G. Binford plantea un cambio de enfoque tanEse complejo variado y rico uso e interpretato en la escala y como uso del espacio a la hora de ción del territorio por parte de las bandas de caanalizar los diferentes comportamientos de aquellas sociedades y su manera de obtener recursos en un zadores-recolectores se aprecia bien en los trabajos © Universidad de Salamanca

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de Stanner (1965) sobre las poblaciones aborígenes australianas. Estos estudios nos ilustraban sobre la riqueza social del uso de un espacio. Como éste podía ser identificado por un grupo entendiéndolo como el territorio personal que se ordenaba como núcleo y centro religioso. Por otro lado el territorio colectivo, vital para la existencia y por tanto con un matiz más económico. Este ámbito más amplio era compartido por otros colectivos. Hay, por tanto, un uso y aprovechamiento general donde interactúan varios grupos y otro más “íntimo” donde existe una vinculación más “espiritual” y que la comunidad identifica como un núcleo propio. Entran en juego –en este modelo social y geográfico– el sentido de identidad aunque sea mítica o espiritual, así como patrones de alianzas y contactos. Esta visión más compleja sobre esa simbiosis hombre-paisaje debe reconducir el análisis sobre territorialidad y paleoterritorios encajando no solo el uso y explotación del mismo como elemento de definición como hacía Binford y sus seguidores, sino otras evidencias. En definitiva un detenido estudio que permita trazar el atlas del mismo y su evolución en el tiempo. El análisis del medio lleva a plantear una perspectiva ecológica. El hombre es parte del aquél, depende de él y por tanto se identifica con el mismo. Uno u otro se determinan, el hombre analiza, explora y conoce el espacio para definirlo y establecer las estrategias adecuadas para su subsistencia. De alguna manera comienza a humanizarlo fundiendo aquella perspectiva puramente biológica (pura subsistencia) con una perspectiva social (visión de seguridad, identidad, pertenencia, referencia). De ahí –aunque es difícil saber cómo y cuándo– se traslada al mundo cognitivo y al plástico. Está cada vez más claro que el sentido de territorio es propio de nuestra especie. El ser humano lo hace trascender a una esfera más ideológica queriendo comprender el ámbito donde se desarrolla y busca comunicarlo y explicitarlo a través de mitos e imágenes. Llegados a este punto parece evidente que aquí es donde deben aplicarse el estudio y comprensión de otro tipo de restos, evidencias y documentos como son las representaciones de arte mueble y rupestre. Se traducen en iconografías propias de una región o comarca, técnicas plásticas, temas, etc. Todos ellos acumulados en un espacio geográfico concreto. Es fundamental la descripción del mismo, sus peculiaridades orográficas, sus recursos © Universidad de Salamanca

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y biotopos. Ese paisaje es sobre el que se desenvolvieron aquellas bandas de cazadores-recolectores, paraje con el que se debieron ir integrando. El análisis de las tribus primitivas actuales y su forma de entender el espacio y su uso demostró la complejidad de los modelos territoriales. La movilidad, aprovechamiento y relación anímica y espiritual con el mismo. Y es que el medio es más que un elemento de pura subsistencia para transformarse en una capa social y de creencias que definen al grupo y a éste con el territorio. Posiblemente esa visión se trasladó al mundo plástico como forma de explicar, identificar y conocer ese mundo en capas (natural/económica, social y espiritual). Al menos los trabajos de Service y Stannel en Australia mostraron la existencia de dos niveles territoriales para un grupo, una concreta con una carga religiosa y otra general –de agregación– donde confluirían varios grupos y con carga económica. 4. Planteamiento y concepto de territorio y etnicidad Como se ha ido indicando a lo largo de estas páginas, nos encontramos ante un territorio cuya orografía, paisaje y naturaleza debió determinar de manera marcada la vida de los grupos que habitaron en ella. Por un lado un relieve abrupto de pronunciadas sierras con una extensión Este-Oeste que obligaría a un transito Norte-Sur por los valles fluviales y oriente-occidente por la depresión prelitoral. Una costa con una gran rasa litoral cortada por varios estuarios (Sella, Niembru o Tina Mayor) y el macizo de Picos de Europa cuya superficie sería un gran campo glaciar. Una peculiaridad que presionaría a las bandas cazadoras-recolectoras a ubicarse en los puntos más bajos y protegidos de los valles interiores. Así como a un desplazamiento estacional primavera/verano y otoño/invierno desde la costa al interior para aprovechar mejor todos los recursos posibles. Una trashumancia –sujeta a los ciclos estacionales y a los movimientos de rebaños– estable durante el Solutrense y Magdaleniense como parece atestiguar el registro arqueológico. Así en la cueva del Buxu y la Güelga (Menéndez et al., 2005) (dos yacimientos muy próximo y situados en dos valles ciegos similares) el estudio de restos paleontológicos muestra unas prácticas venatorias especializadas Cien años de Arte Rupestre, 00-00

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en rebeco/cabra y ciervos jóvenes. Especies cazadas –fundamentalmente– en temporada cálida junto a la pesca del salmón. Este modelo de explotación de los recursos cinegéticos y del territorio cantábrico fue defendido en diversos trabajos por autores como L.G. Strauss (1976), L. G. Freeman, I. Davidson (1976) o L. Altuna (1983) entre otros. Todos ellos buscaban la definición de esa área a partir de estrategias de control y aprovechamiento de los medios naturales identificando diferentes y ricos biotopos. Una tentativa que debía reflejar un patrón de asentamientos, comportamientos y dinámica humana en un determinado ámbito. Estos estudios sirvieron de base a los postulados de geografía social expuestos por Utrilla, Conkey, Butzer o Aramburu-Zabala (Conkey, 1980, 1985, 1997; Butzer, 1972; Aramburu-Zabala, 1984; Utrilla, 1977 y 1994 ), o de paleoeconomía como los expuestos por J. M. Quesada (1998). Investigaciones que básicamente vuelven sobre la tesis de patrones de asentamiento centrados en la funcionalidad y jerarquía de yacimientos ya vistos en la Arqueología Procesual o Nueva Arqueología (campamentos permanentes, estacionales, de oportunidad, santuarios...). Un modelo de trabajo asentado sobre hipótesis de una supuesta movilidad estacional de los grupos humanos del paleolítico dentro de una comarca determinada y siguiendo los ciclos naturales como los rebaños de animales salvajes. Tal vez un paso más al establecer un comportamiento en red jerarquizado donde la geografía física, la economía y la geografía social son determinantes para establecer esa red de asentamientos (Conkey, 1997 y Utrilla, 1994). Dentro de esa red de asentamientos jugarían un rol importante no sólo aquellos vinculados con la pura explotación del territorio sino los lugares con arte. Una visión más cercana a las ideas de la denominada Arqueología del Paisaje (Tilley, 1994). La trascendencia que el entorno tenía para las sociedades de cazadores-recolectores estableciendo territorios simbólicos o sagrados (Santos, Parcero, Criado, 1997). El problema que se encuentra el investigador es cómo asociar las manifestaciones de los santuarios a ese territorio más allá de la pura descripción formal de técnicas, estilos e iconografías –tanto de arte rupestre como mueble– coincidentes en tiempo y espacio y posible reflejo de una serie de códigos simbólicos y tradiciones comunes © Universidad de Salamanca

al acerbo cultural de grupos que habitaban un área concreta. Grupos que en su deambular en busca de recursos para su subsistencia podrían llegar a compartir información con otros (González Sáinz, 2003; González Sáinz, San Miguel, 2001; Menéndez, y García, 1999; y Moure, 1994). Subyace en este planteamiento la idea mantenida por los trabajos de antropológos como Macintosh sobre los pueblos aborígenes australianos donde se establecían dos geografías: real y mítica. Ambas comprendían el territorio sagrado referenciado a un conjunto de mitos y cuya génesis era un tiempo lejano, “el tiempo del sueño”. El arte no dejaba de ser –en todo o en parte– la manifestación visual y simbólica de ese universo y su sistema de comunicación como se ha venido defendiendo. Pero este tipo de planteamientos sobre el uso y la identificación con un paraje por parte de un grupo humano, obliga a adentrarnos en los conceptos de territorialidad e etnicidad o identidad. El profesor Sauvet plantea en su ponencia15 en este congreso, tres posibles áreas de relación basándose en diferentes iconografías y rasgos artísticos. La red local que concentraría bandas residentes en un territorio concreto y que explotan de manera intensiva el mismo y cuya existencia se mostraría en ciertos rasgos decorativos y específicos del arte mueble (p. e. los motivos triangulares de La Marche). La Red Regional con implicación colectiva precisaría de concentraciones periódicas de bandas. La Red Supraregional que funcionaría cuando los recursos son escasos. Los modelos etnográficos o los mostrados por la etnoarqueológica nos permiten un cierto acercamiento a este planteamiento que compartimos y que parece bastante lógico. Detrás del mismo estarían patrones de explotación a escala local y regional. Estos implicarían la mayor movilidad del grupo, su tamaño, especialización, etc. Por ende –aunque difícil de demostrar en el mundo paleolítico– la existencia –como en los modelos 15   Destaca G. Sauvet (2014) la necesidad por parte de los grupos humanos de señalar su identidad con marcas de reconocimiento específicas aunque aspectos como ideología y creencias son compartidas por todos. “... mais quand on examine le domaine des productions artistiques, on constate que des régions voisines ont parfois développé des idiosyncrasies qui indiquent un certain repli sur soi”. Pre-actas de este congreso.

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etnográficos actuales– de una territorialidad compartida o exclusiva. Al margen de modelos sociales que lleven a una de las dos, la naturaleza del territorio puede haber influido poderosamente en la configuración de una u otra. De alguna manera como señala M. T. Stark al plantear el valle como unidad básica de análisis (Stark, Bishop y Miksa, 2000), los territorios fragmentados pueden inducir a un mayor aislamiento y por tanto a una territorialidad más exclusiva, algo que parece que pudo ocurrir en la región cantábrica durante ciertos periodos. Adentrarse en la asociación territorio-grupo humano obliga a pensar en el concepto de etnicidad o identidad. Una idea cuya expresión por parte de una comunidad no debe quedar reducida –evidentemente– a la expresión de ciertos elementos materiales. El concepto sobre etnicidad/identidad (Gosden, 1999) de un grupo se ha ido enriqueciéndose y reinventándose (Gosselain, 2000)16 de tal manera que la visión de la arqueología postprocesual –la identidad se crea por medios simbólicos– permitió ir más allá, un fenómeno multidimensional que supera el mero argumento de manifestaciones materiales como funcionalidad y expresión de la adaptación a un medio propio como venía defendiendo la arqueología procesual (Gosden, 1999). Aunque detrás de todo ello subyacen unas formas de vida definidas por un racionalidad económica –la explotación del medio– sin dejar a un lado factores psicológicos (aspectos conscientes e inconscientes de las personas), sentimentales e ideológicos que van configurando el sentido de indentidad de un determinado grupo (Sian Jones, 1997). Sentimiento o sensación de grupo, pertenencia y etnicidad que se ven obligados a comunicar –por diversos canales– tanto interna como externamente. Es aquí donde pueden entrar en juego las manifestaciones gráficas. En cualquier caso parece que el punto de partida 16  Partiendo de ciertos principios de la antropología y de la teoría de círculos de Froebenius y Ratzer (Centros culturales y difusión), según la cual todos los elementos de los sistemas técnicos son estructurados a lo largo de líneas simbólicas y sociales mostrando cohesión entre ellas. La relación entre patrones de la cultura material y la identidad social o lo que es lo mismo entre sistemas técnicos y patrones simbólicos y sociales. La variabilidad de los artefactos como clave para reconstruir el pasado de fronteras sociales, las técnicas y cadenas de elaboración, herramientas y técnicas decorativas.

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son las manifestaciones materiales de la cultura de un pueblo17. 5. El modelo aplicado al valle Sella-Güeña. A modo de conclusión Volviendo al caso que nos ocupa, y una vez viendo las posibilidades que se abren a partir de la etnoarqueología y antropología aplicadas a los estudios prehistóricos se abre un campo de trabajo novedoso, si bien se cuenta con importantes precedentes que lo han ido poniendo de relieve. J. A. Moure avanzó en 1994 (Moure, 1994) en ese sentido así como otros autores de distinta manera pero siempre llegando a una misma conclusión, la existencia de un paleoespacio identificado entre los ríos Sella y Asón. Donde ciertos aspectos de las manifestaciones artísticas e industriales sirvieron para definir un ámbito común y poner en relación diferentes asentamientos. Desde una investigación más detallada basada en el estudio de la geografía de la comarca, sus patrones de explotación, ciclos estacionales y vitales y el conjunto de elementos materiales y artísticos como expresión de su mundo espirtual y sistema de comunicación nos llevarían a definir con más precisión núcleos y territorios de ámbito local como señalaba el profesor Sauvet. La relación singular –como se ha defendido y visto en este trabajo– de técnicas, estilos, iconografías, decoraciones, objetos, etc., podría ayudar a definir esos núcleos o microterritorios como el valle del Sella-Güeña –un espacio bien delimitada por ríos y montañas como hemos defendido– trabajado por el equipo dirigido por Mario Menéndez. Un complejo territorio de más de doscientos kilómetros de extensión con diversos biotopos (montaña, valle, ríos, bosque, costa, estuarios...) que aportarían variados recursos a explotar por el hombre paleolítico. Esa biodiversidad propiciaría diferentes estrategias bien planificadas y especializadas de uso   En este sentido es interesante el planteamiento realizado por O. P. Gosselain (2000) al analizar las producciones cerámicas de pueblos actuales en el África Central. La posibilidad de inferir fronteras sociales a partir del análisis de técnicas y procesos de producción alfarera y su distribución. Éstas pueden ser un buen punto de partida para entender esos límites sociales y los procesos históricos de la formación de un grupo y su trayectoria a través del tiempo. Para este autor se abre un nuevo camino para la reconstrucción de las sociedades pasadas. 17

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y ocupación de esta comarca, en concreto durante el periodo Solutrense final Magdaleniense Inferior, momento que observamos cierto aislamiento y una intensidad de las ocupaciones en cuevas. Un patrón especializado, intenso y más bien exclusivista según dictan ciertos modelos etnográficos. En éste jugaría un papel clave el establecimiento –como se ve en tribus australianas por ejemplo– de referentes de comunicación y visualización de cada grupo o banda concretados en manifestaciones materiales como armas, decoraciones, objetos varios, emblemas, arte, etc. Tal como podría ser nuestro ejemplo. En cualquier caso es evidente y así se ha puesto de manifiesto reiteradas veces la repetición de signos y convenciones plásticas en ese territorio que podrían ser originados por un mismo grupo en un tiempo o por varias generaciones y donde habría actuado una memoria común. La actividad de esos colectivos en ese espacio propiciaría distintos yacimientos y redes que los conectarían (Champion et al.,1988), estaciones donde los santuarios de arte podrían haber jugado un importante papel de articulación. Algo que podemos observar con bastante claridad en los valles del río Sella y Pas. Por tanto y concluyendo, la reflexión para establecer un modelo de identificación de un paleoterritorio parte de comparaciones etnográficas y más concretamente de la etnoarqueología, pero también de todo un bagaje que aporta el registro material –junto al análisis geográfico y paleoeconómico–. Incluidas las manifestaciones artísticas, tanto mobiliares como rupestres. De hecho pueden ser los documentos que mejor expliciten esa unión e identidad entre grupo y geografía. Un territorio que debe definirse partiendo de patrones de ocupación y explotación donde pueden jugar un papel importante la jerarquización de asentamientos y la red de relaciones establecidas entre ellos, así como los aspectos culturales (tecnocomplejos y manifestaciones industriales específicas) y simbólico-artísticos (espacios sagrados y su posible función como articuladores de ese territorio). Bibliografía Altuna, J. (1972): Fauna de Mamíferos de los yacimientos prehistóricos de Guipúzcoa. Munibe, Vitoria. 24 (1-4). Altuna, J. (1983): “Bases de subsistencia en los pobladores del yacimiento de Ekain a lo largo de su ocupación”,

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