Notas sobre la Dictadura chilena y sus efectos sobre la filosofía (2013)

June 30, 2017 | Autor: Tuillang Yuing | Categoría: Chilean Politics, Filosofia y Derechos Humanos en America Latina, Universidad
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Descripción

ART Í C ULO

Notas sobre la Dictadura chilena y sus efectos sobre la Filosofía TUILLANG YUING IDEA/USACH Doctor en Filosofía

Resumen

Abstract

La presentación explora algunos puntos de encuentro entre la Filosofía y la Dictadura chilena a través de ciertos ejes deliberadamente dispersos. El primero de ellos testimonia sobre el alicaído panorama que presentaba la Filosofía durante los años de la post-dictadura. En un segundo momento se trata de mostrar cómo un perfil especializado, profesionalizado, propio de la Filosofía académica de nuestros días, surge precisamente en el marco de una institucionalidad totalitaria que se asentó en una estabilidad ganada por fuerza y mantenida por la amenaza. Con este fin, se pasa revista a los análisis de filósofos chilenos, Cecilia Sanchez, Carlos Ruiz y Willy Thayer, para hilvanar distintos aspectos que explican el lugar de la Dictadura en la construcción del rostro profesional de la Filosofía, tal como se presenta en la actual universidad neoliberal. Finalmente, atendiendo a una sugerencia de Patrice Vermeren, se explora la experiencia de filosofías cuyo valor radica, precisamente, en la exclusión de la que fueron parte durante la Dictadura.

This presentation explores some points of contact between philosophy and Chilean’s dictatorship throw some disperses axes deliberately disperse. The first one shows the gloomy scene that showed philosophy during the years of the post-dictatorship. In a second stage will try to show how a specialized profile, professionalized, own profile of the academic philosophy of our days, arises precisely in the context of a totalitarian institutionality that was based on a stability gained by force and maintained by the threat. In order to do that, we examine the analysis of Chilean philosophers, Cecilia Sanchez, Carlos Ruiz y Willy Thayer, to link together different aspects that explains the dictatorship´s place in the construction of the professional face of philosophy, as it is presented in the current neoliberal university. Finally, attending to Patrice Vermeren’s suggestion, we explore the experience of philosophies which value lies in, precisely, the exclusion of which they were a part during the dictatorship.

Palabras clave: Dictadura - Filosofía - profesionalización - universidad - Chile.

Key words: Dictatorship - Philosophy - Professionalization - University - Chili.

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NOTAS SOBRE LA DICTADURA CHILENA Y SUS EFECTOS SOBRE LA FILOSOFÍA · TUILLANG YUING

Notas sobre la Dictadura chilena y sus efectos sobre la Filosofía TUILLANG YUING

Intentaré montar un ejercicio reflexivo en torno a tres sugerencias dispersas pero no ajenas. Tres momentos distantes pero implicados que apuntan al encuentro entre Filosofía y Dictadura. Si arribamos con éxito tal vez podamos hacer alguna lectura de conjunto. 1.

El primer momento es deliberadamente testimonial y se escribe por tanto en pri-

mera persona. Lo anterior obedece precisamente a un ensayo por marcar distancias con aquella suerte de negación de la primera persona de la que ha sido hegemónicamente cautiva la escritura profesional y académica. De este modo, este primer momento es una pequeña reivindicación del yo que dibuja fragmentos del paisaje en que me inicié a la Filosofía, precisamente algunos años después de que Pinochet dejase el poder. Se trata de una mirada a lo que fue mi tesis de Licenciatura —una tesis sobre Foucault—, y ISSN 0718-9524

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que tiene que ver con mi ingreso a Filosofía en la Universidad Católica de Valparaíso en el año 1993. En aquel entonces, en Chile, y más aún en provincia, se respiraban los aires de lo que se llamó la post-dictadura. Parecía que en ese escenario aún no se tomaba recaudo de los golpes y mutilaciones de los cuales había sido objeto la Universidad y con ella la Filosofía por más de quince años. Si bien el dictador había dejado la presidencia en 1990, su figura fantasmagórica vigilaba el país con comodidad desde el lugar de senador vitalicio. Se sabe que, durante la Dictadura, las universidades habían sufrido de constantes intervenciones de perfil totalitario: destituciones, reorganizaciones, suplantaciones y otros modos de un graduado terrorismo de Estado, habían dado forma a la Universidad chilena en la que yo, con 17 años, tendría ocasión de estudiar, nada más y nada menos, que Filosofía. Quiero dejar en claro que, al menos en esta ocasión, no es mi intención acusar ni distribuir culpas. Pero ello tampoco debe limitar mis esfuerzos por mostrar el estado famélico y agónico en que a mi ingreso se encontraba la carrera de Filosofía, sobre todo si se toma en cuenta el desinterés que envolvía al alumnado, la incapacidad de pensar el momento político que se vivía, el silencio aterrador de la exigua producción en torno a las heridas abiertas por la desaparición y la tortura; en fin, la distancia abismal entre el pensamiento académico inercial —con un grado de mudez, sordera y sonambulismo verdaderamente desolador—, y las inquietudes desorientadas y abandonadas de una generación de jóvenes que había sufrido una devastación cultural que se había metido hasta los huesos. Creo que, en general —guardo las excepciones para los ofendidos—, se leía poco y mal. Inversamente proporcional era nuestro aburrimiento y, muchas veces, nuestras ganas de huir de clases. Nada parecía cercano ni familiar: la Filosofía —esa actividad que ISSN 0718-9524

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nuestros profesores habían hecho suya—, hablaba en dialectos oscuros y con mensajes poco comprensibles. Nos hablaba de dios, el logos, el ser, la esencia, lo bueno, lo bello y la verdad… Y lo hacía principalmente en griego, latín o alemán. Quizás hoy pueda echarle la culpa a mi internalizada obediencia escolar, pero el caso es que terminé de cursar todas las asignaturas con éxito, sin haber leído nunca un libro completo, y lo más dramático: sin tener la menor idea de lo que podía significar vivir con y de la Filosofía, hacer de ella una actividad laboral, un oficio, o al menos algo con sentido. Y en esas condiciones llegó el momento de hacer la tesis, de ponderar lo aprendido en torno a un autor, una pregunta o un tema. Debo confesar que me manejé por tincadas e intuiciones primarias. Algunas conversaciones de pasillo me habían soplado de un autor a partir del cual se podía hablar de algo así como la resistencia o de como “salirse del sistema”. Eso me sonaba interesante, y me recordaba el ímpetu punk que me había llevado a elegir estudiar Filosofía cinco años atrás. Hasta ahí todo andaba bien, y un compañero me convidó unas fotocopias de algunos diálogos de Foucault de mediados de los setenta. Me entusiasmé, y casi sin pensarlo, decidí que insistiría en ese autor para hacer mi tesis. Fui entonces a la biblioteca. Había un libro, en ese entonces sólo un libro de Foucault; una edición de Las palabras y las cosas. Este texto de más de 300 páginas no se parecía en nada a las sabrosas fotocopias que tenía en casa: era complejo e intensamente aburrido. Tras un rarísimo análisis de Las meninas de Velázquez pasaba a un despliegue atosigante de nombres y autores, de los cuales apenas conocía alguno. Desistí por un tiempo, decepcionado y frustrado, y sólo la porfía y el apoyo de amigos y algunos profesores me ayudaron a encontrarme nuevamente con Foucault.

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No puedo entonces no mirar atrás, cuando he desarrollado una tesis doctoral que dedica parte importante a Las palabras y las cosas, y preguntarme por esos días, por esos encuentros frustrados con un tema, con un autor, con la Filosofía. ¿Por qué esa precariedad cultural de joven estudiante, de escolar provinciano, quinterano, nacido y formado en Dictadura, en un aislamiento devastado y barbarizante, llegó finalmente a encantarse con esos diálogos sobre el poder, la delincuencia y la locura? Como sea, en esos primeros intentos, mi contexto y horizonte, estaban sumamente distantes de lo que Foucault había escrito en Francia en los sesenta. No tenía manera de comprenderlo: mi formación de estudiante de Filosofía en plena post-dictadura chilena no permitía diálogo. 2.

Al contrario de lo que ocurrió durante la Dictadura con gran parte de los estudios

de Ciencias Sociales, la Filosofía subsistió en la Universidad. Cabe entonces la pregunta por el sentido de este “ejercicio tolerado”1 y, por cierto, vigilado. Es decir, más allá de pasar revista a la merma sufrida por la Filosofía, compartida desde luego, por el conjunto de la Universidad y la ciudadanía, nos gustaría demandar por el sentido productivo de sus agónicos restos bajo la forma de una institucionalidad que aparentaba estar robustecida. ¿Por qué esta opción? Porque tal vez resulta muy fácil denunciar los atentados que la Dictadura cometió en contra de la Filosofía. No se trata tampoco de negarlos. No 1

Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en Chile, Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992, pp. 195 y ss.

desconocemos la desaparición, la persecución, la destitución, la exclusión y el hostigamiento del que fueron objeto muchos de los profesores. Pero por la misma razón, habría que preguntar ¿por qué la Filosofía, en tanto disciplina universitaria y espacio académico, no fue simplemente suprimida?

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Insistimos. Hoy, en este escenario civil, sería cómodo asumir el gesto crítico de la denuncia y decir que la Dictadura persiguió a la Filosofía, y que eliminó la “verdadera” Filosofía, para poner en su lugar a un impostor que simplemente se identifica con el conservadurismo. Eso sería sostener que “la Filosofía” es de por sí liberadora, transgresora, revolucionaria, y por tanto “naturalmente” opuesta a Pinochet. Así vista, la Filosofía sería siempre objeto de persecución por los tiranos, por los dictadores, por los chicos malos, esos a quienes sólo les cabría operar negativamente. Quisiéramos establecer otro tipo de conjeturas. En efecto, mucho ha señalado Foucault sobre las relaciones de poder y dominación. Entre esos análisis, uno me parece de interés: aquél que sostiene que para fines estratégicos muchas veces tiene más rendimiento ocupar el lugar del aduanero o del conserje. Así, la prisión es poderosa no tanto porque tiene el poder de encarcelar a la población sino porque administra ciertos protocolos y entonces decide cómo se entra, cómo se sale, quién entra y quién sale. Guardando las distancias, nos gustaría avanzar en esa dirección; si la Dictadura no exterminó la Filosofía quizás fue porque tal vez era también provechoso dominar y administrar su institucionalidad desde los estamentos académicos. Es desde ese lugar, desde la universidad, como instancia oficial y legitimada del saber, desde donde se podía organizar un cierto perfil para la Filosofía. Desde ahí se podía determinar, vía decreto, qué era, cuáles eran sus objetos, sus ámbitos de incumbencia, sus interlocutores, sus representantes autorizados, sus expertos y sus patrones de evaluación. En fin, establecer un marco para su ejercicio como disciplina. Desde luego, la Dictadura no partió de cero. Se apoyó en aquel espíritu de superioridad respecto de lo mundano, que ya en parte habitaba la Filosofía de los años 50, aquel período de modernización2 y estructuración rigurosa del campo de estudio, donde 2

Cfr., Ibídem, pp. 113 y ss.

algunos finiquitaron los vínculos con los problemas sociales en beneficio de la capitanía ISSN 0718-9524

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de la Metafísica. Por otra parte, para las autoridades del régimen, también era importante que la Filosofía cortase todo parecido de familia con la generación de intelectuales de los 60, que había hecho de la política el eje de las discusiones teóricas y que, finalmente, había alimentado las doctrinas de la Unidad Popular. Con la amputación de la dimensión política de la Filosofía en las instituciones académicas, la Dictadura pudo diseñar el rostro de cierto intelectual de Humanidades: aquel que escinde totalmente la disciplina del ejercicio docente, aquel que se mantiene lejos de la contingencia en nombre de la experticia y los resultados. En definitiva, aquel operario obediente a los mandatos del desarrollo que considera neutralmente sus objetivos. Un personaje que hasta hoy domina algunas instancias donde se juega la puesta en forma de la Filosofía y también de otras disciplinas. Hay algunos elementos que nos permiten esta sugerencia. Primeramente, la separación drástica entre la Licenciatura y la Pedagogía al alero de la re-estructuración de la legislación universitaria. Esto agudizó la brecha jerárquica ya existente entre estos rangos. A la larga, esto se corresponde con la distancia incuestionada entre el investigador y el profesor o pedagogo. Cabe preguntar, dice Cecilia Sanchez, “por aquello que bajo condiciones políticas semejantes, establece una ‘distinción institucional’ muy precisa entre, por una parte, la pedagogía y, por otra, la licenciatura y la investigación”3, y que determinó el carácter estrictamente académico de los estudios. A nuestro juicio, en esta cesura anida la aparición de académicos especialistas entrenados para rendir y orbitar en torno a detalles bibliográficos y cifras de logros. Así también la Filosofía se procura un rostro: el experto erudito y normativo, que asume una radical fragmentación entre la vida pública y el mundo universitario profesional. En cierto modo, se trata de un gesto sutil que apunta a la empobrecedora dicotomía entre un ejercicio filosófico mundano y otro académico, coincidente con la prioridad que des3

Ibídem, p. 211.

de los sesenta se venía otorgando a la educación productiva a las políticas de desarrollo. ISSN 0718-9524

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En efecto, como bien señala Carlos Ruiz, desde mediados de los sesenta la influencia conjunta de las teorías modernizadoras y desarrollistas fue hilvanando un enfoque político de la Educación que privilegia un carácter funcional al crecimiento económico por sobre cualquier otra forma de aproximación. En ese sentido, la Educación en todos sus niveles debe responder a una planificación que gestiona cada área y disciplina en relación a los roles modernos requeridos para la industrialización y el mercado. De este modo, ganan protagonismo los discursos economicistas sobre Educación, cuyo sentido apunta a distribuir las disciplinas al interior del espectro de la productividad internacional. Desde luego, esto se radicaliza durante la Dictadura por medio principalmente de la privatización. Pues bien, en el marco de una Educación para la que toda instancia reflexiva es una subestimación del trabajo técnico, la Filosofía debe re-ubicarse en lo que Carlos Ruiz designa como “una nueva economía de las relaciones de poder al interior de las escuelas y las universidades”.4 Así, con la Dictadura, se asiste a un nuevo reparto de las experticias y las prioridades del saber, en el que la Filosofía, como instancia crítica sobre lo público, pasa a ocupar un espacio mendigado entre áreas de la cultura momificadas, un lugar casi ornamental pero de buena conciencia para el sentido común menos urgente. La Filosofía, como ya señalamos, sobrevive a las Ciencias Sociales y en esa medida usurpa su lugar, tomando eso sí un rol meramente simbólico que permite mantener el orden discursivo de las disciplinas y acceder a ciertos índices de pluralidad. Se trata de algo así como un certificado de buena conducta de la gestión educativa que con los años se fue sofisticando. De este modo, nuestro actual modelo educativo cumple con tener Filosofía como una de las tantas otras de áreas del saber. Cumple además con que sus 4

Ruiz, Carlos, De la República al mercado. Ideas educacionales y política en Chile, Santiago de Chile: LOM, 2010, pp. 83 y ss.

académicos se doctoren, se post-doctoren, publiquen sus relevantes hallazgos y suban los índices de la investigación, pagando responsablemente una cuota suntuaria, casi de asistencia, pero ineludible para la diversidad y el buen gusto por el saber. ISSN 0718-9524

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Y si Carlos Ruiz plantea la pregunta: “¿qué educación puede ser considerada como inversión?”5, también podemos atisbar la siguiente: ¿qué lugar toma la Filosofía en una Educación considerada como inversión? Por cierto, en lo que la se hilvana con lo educativo, la Filosofía, como a todo otro oficio pedagógico, también ha sido arrebatada de su palabra y se ha rebajado el valor de sus decisiones. La voz docente está ausente del distrito de la planificación, poblado de sociólogos, psicólogos y economistas. En virtud de esto, el profesor de Filosofía, no es más que un operador incapaz de asignarse un lugar y un propósito. A este respecto, es significativo el diagnóstico de la “Convocatoria para la Formulación del Colegio Autónomo de Filosofía en Chile” de 1984, según el cual la Filosofía se ha puesto “al servicio de un proyecto global de dominación que —como nueva Filosofía implícita a la cual se subordina la estructura de la universidad— ya tiene decidido lo que la Filosofía, en sentido profesional, debe ser y poder hacer, mientras quiera concedérsele todavía sitio”.6 5

Ibídem, p. 95.

6

Citado por Sánchez, Cecilia, op. cit., pp. 198-9.

7

Al respecto, José Santos Herceg muestra cómo la constitución de este corpus responde al cruce de variables muy acotadas: temáticas prioritarias organizadas en torno a autores y dispuestas históricamente. “Uniforme, eurocéntrica y conservadora. Un perfil de la enseñanza de la filosofía en Chile”, en Revista Cuadernos del CEPLA, Nº 19, 2012. http://www. cuadernoscepla.cl/web/wp-content/ uploads/Edi_19_Texto-7_Jos%C3%A9Santos.pdf

Desde luego, el marco altamente funcional que ofrece la política educativa a la Filosofía, deriva en una profesionalización de las doctrinas más tradicionales de la historia de la Filosofía, bajo una relación instrumental con el saber y con la delimitación ordenada de las disciplinas. Por cierto, esto coincide con la inhibición de un estilo crítico de reflexión en favor de un canon de conocimientos que, con prepotencia, pasa a usurpar el lugar y el nombre tanto de la Filosofía como de su oficio, es decir, como cuerpo de contenidos y como manera de llevarla a cabo. Son los grandes maestros del pensamiento, aquella monumental historia elaborada en base a una decena de nombres, la que habla por toda la Filosofía y se consolida como corpus oficial.7 La posibilidad de hacer Filosofía en torno a problemas, cede definitivamente lugar a una exposición de doctrinas consagradas bajo un nombre propio, el de un filósofo de turno, convertido en sujeto trascendental. Una historia de la Filosofía canonizada, pontificada y caricaturizada. ISSN 0718-9524

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No es desventurado entonces señalar que con la Dictadura tiene lugar un disciplinamiento de la Filosofía en el doble sentido del término: como una constitución y definición del saber —conformación de un canon curricular—, y como un ejercicio de disposición o actitud ante ese mismo saber —metodologías y diseño didáctico de su enseñanza—, actitud en este caso reverencial y dogmática, pero que luego llegará a ser “profesional”, especializada y rigurosamente académica. Este academicismo establece un contrato de sentido con una neutralidad científica cuya contracara es, por cierto, una opción sesgadamente ideológica. Por otra parte, con el fin de la gratuidad en la Educación Superior, una matriz de costo-beneficio se apodera de las universidades, disponiendo, tanto a estudiantes como a académicos, en un escenario gobernado por el pequeño negocio individual y la inversión personal. Sobre este punto, cabe señalar cómo la Dictadura devastó las organizaciones sindicales y toda instancia de articulación profesional, impidiendo a todos los docentes, y con ello a los profesores de Filosofía, la reunión y vinculación en torno a discusiones de carácter docente, gremial y político. Es lo que Carlos Ruiz señala como “el disciplinamiento de los actores sociales del campo”.8 En virtud de lo anterior, gana terreno la figura del académico como un empleado en carrera por aventura empresarial que, según los dividendos que genere, puede subir en el escalafón de estabilidad, garantías e ingresos. Al respecto, José Santos Herceg señala: “¿Será realmente necesario re-marcar —en el sentido de re-saltar— que el objetivo de esta nueva instituciona8

Ruiz, Carlos, op. cit., p. 103.

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Santos Herceg, José. “Filosofía de mercado. El filósofo profesional como MINI-PYME”, en Paralaje, Revista de Filosofía, Nº 7 de 2011, p. 48. http:// paralaje.cl/index.php/paralaje/article/ viewFile/185/137

lidad era introducir la “competencia” como móvil y motor de la actividad académica? Las universidades compiten por los alumnos y de esa forma compiten por los aportes fiscales, los académicos compiten por los fondos para investigar, los alumnos compiten por las becas, etc.”9 Santos Herceg muestra cómo los efectos de esta institucionalidad, creada durante la Dictadura, impone sus designios hasta el día de hoy, precisamente, bajo los efectos de la desarticulación de la Universidad en el modo de la competencia. ISSN 0718-9524

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Por otra parte, como bien muestra Carlos Ruiz, es sintomático de esta torsión, el retiro del discurso centrado en la seguridad nacional en favor del discurso economicista que dispone entonces la captura del tema educación dentro de la agenda del Ministerio de Hacienda. En definitiva, una lógica inversión-retribución se instala, desarticulando todo gesto colectivo y, por tanto, finiquitando toda posición política. Esta lógica rentable no deja fuera a la Filosofía, la que sucumbe a la exigencia de competitividad que se mide hoy por la cantidad de artículos, y que hace de los investigadores “empleados que venden habilidades y destrezas en un mercado de bienes y servicios”. En cierta medida, Willy Thayer10 ha dado cuenta de cómo estas tensiones señalan una pugna en las significaciones y sentidos que se atribuyen al trabajo filosófico. A partir de una lectura del Conflicto de las Facultades de Kant, Thayer muestra el choque entre, por una parte, la funcionalidad heterónoma de las instituciones educativas dependientes de propósitos administrativos, políticos e ideológicos, y, por otra, la labor filosófica insumisa a finalidades pre-establecidas, y lejana a todo proyecto que implique fijar los gestos de la crítica. En este sentido, se comprende que la Filosofía ensaye evadirse de la codificación definitiva como disciplina de estudio, o área del saber científico taxativamente establecida. Su valor radica más bien en su indisciplina y en su promesa de interrogar sobre las condiciones que hacen posible cualquier orden y división disciplinaria. De tal modo: “la Facultad de Filosofía no es una especialidad y resulta intraducible en un currículum”.11 Y si, como afirma Thayer, la Filosofía “desde dicha interrogación, se 10

Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma y reforma de la filosofía”, Archivos de Filosofía, Nº 1, 2006, pp. 116-35.

11

Ibídem, p. 120.

12

Ibídem, p. 119.

relaciona política y no técnicamente con el saber”12, la domesticación de su politicidad consiste entonces precisamente en hacer de la Filosofía una disciplina y del profesor un técnico o funcionario con límites dirigidos. Esta ha sido, a nuestro juicio, la modalidad de intervención que la Dictadura implementó desde el Estado y bajo la forma de la intervención universitaria. ISSN 0718-9524

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Si bien, como parte de la Universidad, la Filosofía ya era sometida a los criterios economicistas, bajo la gestión dictatorial, ella encuentra el escenario propicio para consolidarse, sin queja ni reclamo posible, como una especialidad cuyo objeto protagónico indiscutible es cierta versión de la historia de la Filosofía, abandonando la especulación sin norma en favor del comentario erudito cuasi-filológico y la organización administrativa de textos filosóficos en relación a otros comentaristas, configurando el panorama y el modo en que la Filosofía ocupa hoy un lugar entre otras áreas del saber: “La conversión de la Filosofía en investigación positiva del texto filosófico y de su historia, da necesariedad a la constitución de un currículum que acogía estudiantes de Filosofía, futuros investigadores y trabajadores del campo en esos estudios”.13 Ahora bien, si en palabras de Kant, se trata de la Facultad Docente, Superior —que es en definitiva el dictado monárquico del Estado—, versus, la facultad de Filosofía, entonces se asiste a una suerte de exilio de una facultad respecto de otra. Dada la asimetría de fuerzas entre los designios estatales y las tareas de la Filosofía, una Dictadura no puede sino empecinarse en excluir y marginar la Filosofía de sus instituciones. No obstante, como segunda operación y como astuto gesto solapado, lo que a nuestro juicio comporta la racionalidad dictatorial es la captura de la Filosofía como una disciplina dócil, su transformación en una especialidad académica, con su correspondiente perfil profesional validado por mezquinos cánones de calidad. Pero Thayer muestra además que es al interior de la misma actividad filosófica donde estas facultades entran en litigio. No es entonces únicamente la Dictadura la que actúa sobre la Filosofía de modo totalmente perverso. Su modo de operación toma puntos de apoyo un carácter adversarial que anida en el seno de la misma Filosofía, toda vez que ella se pone en forma bajo la forma de un currículum o una especialidad. Para 13

Ibídem, p. 121.

Thayer, es el propio Departamento de Filosofía, constituido como organismo técnico y ISSN 0718-9524

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curricular, el que cancela, o al menos restringe, a la Filosofía entendida como pregunta libre por la verdad. Paulatinamente, se pone en forma la consecuencia quizás más patente de este enfoque de la Filosofía: el reinado actual del investigador especializado bajo el modelo de la venta de servicios.14 En efecto, para los criterios actuales —al interior de los que la Filosofía encuentra evaluación, medición y financiamiento—, el investigador es quien se dirige a un corpus textual con protocolos que refinan su validez y le otorgan una estatura de producto: “el análisis, exposición y discusión científica de lo que los grandes textos de la tradición filosófica, positivamente organizados, bibliográficamente comentados”.15 Pero esta apuesta demanda, además, la renuncia a la propia historicidad del autor, el retiro de sus condicionamientos, la desaparición de todo rastro de materialidad contaminante de la justeza y precisión de los dichos. El filósofo especialista debe “trans14

Es también José Santos Herceg quien ha ilustrado esta figura bajo la forma de una anti-utopía que busca servir de advertencia sobre un amenazante trabajo filosófico “(…) donde toda la decisión académica se vuelva exclusivamente —estratégica— en vistas de la maximización de ganancias y minimización de los costos, donde habría que optar entre ser un filósofo exitoso en tanto que —hombre de negocios— o un fracasado —hidalgo harapiento— para usar las categorías de Rorty.”; “Filosofía de mercado. El filósofo profesional como MINI-PYME”, op. cit, p. 48.

15

Ibídem, p. 122.

16

Ibídem, p. 122.

portarse a un presente del texto borrando todo lo que ha ocurrido y ocurre entre aquel presente y cualquier otro presente histórico, incluyendo el del propio investigador, el de su lengua, sus prejuicios”.16 En virtud de lo anterior, la Filosofía así dibujada demanda la desaparición del yo, y el profesional del pensamiento indexado exige entonces el finiquito e incluso la clausura de toda conjugación en primera persona. Hoy la formación, sobre todo de postgrado, apunta a formar investigadores sin garantía alguna de un buen desempeño docente. En efecto, algunos jóvenes investigadores —cegados por la ilusión inocente del éxito académico glamoroso tipo rockero o goleador estrella—, han sufrido un shock ante una audiencia de pregrado escolarizada, lejana de una ilustración a la europea, y que demanda además posiciones y posturas políticas de coyuntura. En virtud de este desencuentro, se arruina todo posible diálogo igualitario entre los alumnos y estos super-académicos archi-especializados, condenando ISSN 0718-9524

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a los estudiantes al abandono y al sinsentido de su oficio, tal como alguna vez yo lo sentí estudiando Filosofía. 3.

Para finalizar, me detengo en las últimas líneas de Una disciplina de la distancia,

donde Cecilia Sánchez plantea una severa querella: “Cabe preguntar asimismo de qué modo, en este nuevo contexto, (el de la recompuesta escena democrática), la Filosofía se buscará a sí misma; ya sea mediante la reposición de su autonomía y la aceptación de nuevas modalidades de trabajo filosófico; o bien ratificando la definición impresa en ella desde el régimen militar”.17 En efecto, Sánchez advierte cómo la voluntad para una Filosofía crítica y de iniciativas experimentales ha resurgido en espacios no oficializados por el canon disciplinario. Parece entonces que, pese a la Dictadura, y pese a la Dictadura hoy convertida en exigencia de especialización y mandato profesional, el pensamiento puede tomar otros caminos. En ese sentido es provechosa aquella figura del profesor interrumpido a la que alude Patrice Vermeren, quien señala que para responder por el sentido del profesor de Filosofía en América Latina hoy, hay que tomar noticia de la obra de “estos profesores que, por la perturbación de su carrera normal de profesor funcionario en una universidad que estaba fuera de sí, han devenido filósofos a los ojos de la humanidad entera”.18 Vermeren menciona, entre otros, a Roig, a Gianinni y Marchant, como ejemplo 17

Sánchez, Cecilia, op. cit., p. 213.

18

Conferencia “El profesor en filosofía: Desinstituir, desplazar, emancipar el pensamiento”, pronunciada el 24 de julio de 2012, en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

de filósofos que ante la imposibilidad de asumir el rol de profesor en una universidad vigilada y sometida al autoritarismo, no pudieron sino exceder el papel académico y procurarse otras maneras para practicar la Filosofía, transformando el exilio —y podemos añadir la exclusión—, en una oportunidad y una exigencia para el pensamiento. De este modo, asoma una Filosofía a la que hay que atender, pues en la desventura de su choque ISSN 0718-9524

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con la Dictadura, indica también el rumbo de la emancipación, socavando las barreras tanto de la institución como de cualquier totalitarismo anclado en la prepotencia de lo actual como sinónimo de verdadero.

Bibliografía Ruiz, Carlos, De la República al mercado. Ideas educacionales y política en Chile, Santiago de Chile: LOM, 2010. Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en Chile, Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992. Santos Herceg, José, “Filosofía de mercado. El filósofo profesional como MINI-PYME”, en Paralaje, Revista de Filosofía, Nº 7, 2011. , “Uniforme, eurocéntrica y conservadora. Un perfil de la enseñanza de la filosofía en Chile”, en Revista Cuadernos del CEPLA, Nº 19, 2012. Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma y reforma de la filosofía”, Archivos de Filosofía, Nº 1, 2006.

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