Notas sobre la concepción positiva de la producción y la obsolescencia programada

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Descripción

Algunas notas sobre la concepción positiva de la producción y la obsolescencia programada Juan Pablo Ripamonti IDAES-Universidad de San Martín [email protected]

La concepción positiva de la producción El Producto Bruto Interno es uno de los indicadores macroeconómicos más popularmente utilizados. Como todo indicador, tiene la cualidad de arrojar luz sobre algunas cuestiones que no se pueden medir directamente al costo de oscurecer otras. En no pocas oportunidades su aumento es referido como algo deseable. Sin duda, esto ocurre cuando se lo toma equívocamente (o maliciosamente) por un indicador de bienestar o de progreso, como quiera que se los defina. Hoy en día, aunque parece estar saldada la discusión de si el PBI puede ser tomado como un indicador de bienestar, ya que el repertorio de debilidades de la identidad de éste (o del progreso) con el indicador es extenso y difundido1, la carga positiva de él persiste por fuera de esa asociación errónea. Aún cuando se lo interpreta como lo que es, esto es, como indicador del tamaño y la evolución de una economía capitalista, su aumento es considerado algo deseable. Técnicamente se define como la suma del valor económico de todos los bienes y servicios que se producen en un año. Esta definición técnica puede ofrecer una primera pista de la distancia que hay entre el valor económico de lo producido y algo entendido como bienestar, aún considerándolo junto con otros indicadores macroeconómicos relevantes como la inflación y el desempleo. Es que cualquier cualidad de estos bienes o servicios, sea ésta física o social, es hecha a un lado para realizar la operación. 2

En una sociedad en la que aumenta la producción de armas, es decir mercancías cuyo valor

de uso es la destrucción o la sumisión de personas, aumenta el PBI. Esto lleva a preguntarse

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Es tal la cantidad de objeciones que puede hacerse a la interpretación del producto de una nación como un indicador de progreso o bienestar como la frecuencia con que diversos actores sociales, como políticos, medios de comunicación, organismos internacionales la reproducen. 2 Otra cuestión que se deja de lado es la manera en la que se produce; si el trabajo lo realizan niños esclavizados u obreros con protección social, si la fábrica tiene las mejores condiciones de higiene y comodidad o es un tugurio mal ventilado a punto de derrumbarse. Tampoco cuentan las externalidades de esa producción, si se vierten a un río deshechos tóxicos o se trata de una unidad de producción autosustentable.

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por lo “valioso” del valor económico o más precisamente por la fuente de la concepción positiva del valor económico. Las dos teorías económicas que explican el valor económico son la llamada Teoría del Valor Subjetivo3 y la Teoría del Valor-Trabajo. En ambas la fuente última de la concepción positiva del valor se encuentra de una u otra manera en el mercado. Para la primera, también conocida como Teoría de la Utilidad Marginal, el origen del valor está en el encuentro de productores y consumidores. Estos últimos, guiados por la maximización de su utilidad y con un presupuesto limitado deciden cuánto demandan de cada bien. El valor económico del bien es, entonces, el punto de equilibrio en que los oferentes están conformes con vender y producir porque les reporta una ganancia y los consumidores con comprar porque les reporta el máximo de utilidad a cambio de su dinero. Se entiende que mientras más valor económico se produzca habrá más productores y consumidores satisfechos o, más precisamente, se reportará mayor utilidad a los consumidores y mayor ganancia a los productores. La segunda, la Teoría del Valor-Trabajo, sostiene que el valor de las mercancías está dado por el tiempo de trabajo que se requiere para producirlas. No el trabajo que puntualmente llevó producir una mercancía particular sino el tiempo socialmente necesario para su producción genérica. Ahora bien, además de ser un producto del trabajo humano debe ser un valor de uso, es decir, satisfacer necesidades humanas sea cual sea su origen. Este carácter dual del producto del trabajo y por lo tanto su carácter mercantil se verifica en el momento en que la mercancía se realiza en el mercado. Es entonces el consumo lo que da su sello de aprobación al valor que se produce en la fábrica. Se comprende que desde esta perspectiva, mientras más valores sean producidos -y realizados en el mercado- no solo aumenta la riqueza de la humanidad sino la cantidad de bienes o servicios que satisfacen necesidades humanas. Las dos teorías del valor dan un sustento sólido a la concepción positiva del aumento de la producción, una porque supone el aumento de la utilidad de consumidores y de ganancia de los productores y la otra porque implica un aumento en la producción de bienes útiles y de riqueza social. Es por ello que no llama la atención que prácticamente todas las escuelas del desarrollo compartan la visión de que el aumento de la producción es una de las condiciones para el desarrollo de una nación. Y si en los últimos años se ha difundido la sospecha de que el crecimiento económico no conlleva todo lo bueno que se creía no es porque se ponga en

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También conocida como Teoría de la Utilidad Marginal, que sostiene que el valor económico de un bien está dado por la evaluación subjetiva que los consumidores hacen acerca de la utilidad que el bien o servicio les reportará.

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duda que más bienes y servicios sean algo deseable, sino por los efectos devastadores que su producción implica sobre el medio ambiente, o directamente por su infactibilidad.

La obsolescencia programada Los productores de bienes durables enfrentan un problema de base. Si la vida útil de aquello que producen es demasiado larga, sus mercados tarde o temprano se saturan. Frente a esta dificultad existe un menú variado de respuestas. Una de ellas, la más obvia, es la de ampliar los mercados, algo que solo se puede hacer hasta cierto límite. Otra, la que nos interesa, es la obsolescencia programada o planeada. Se trata de la actividad dirigida por el productor o comercializador orientada a acortar deliberadamente el ciclo de vida del bien durable. El caso límite -el ideal de cualquier oferente- es el de los productos descartables ya que reducen al mínimo la posibilidad de saturar el mercado. La actividad dirigida a disminuir el ciclo de vida de los productos tiene distintos modos de operación: uno de ellos es la obsolescencia estética o simbólica. Se trata de incentivar al consumidor a desprenderse del producto perfectamente funcional que posee y adquirir uno nuevo, más a la moda. Ejemplos de ello son el “restyling” o “facelifting” automotor, la moda textil en general, etc.4 Otro tipo es el desarrollo de nuevos productos con características funcionales superiores5, lo que se ve de manera cotidiana en la industria del software y la electrónica. Aquellas, en muchos casos, se introducen en un nuevo producto generando la incompatibilidad parcial o total de muchos de los productos anteriores. Un ejemplo de ello es cada nueva versión de los sistemas operativos de código cerrado para computadoras6 , que van dejando a su paso un reguero de hardware obsoleto, en muchos casos por adornos visuales que no se pueden dejar a un lado; otro, los cargadores y baterías de celulares, computadoras y otros artefactos, cada uno con su ficha, su voltaje, su tamaño único, insustituible; también, la mayoría de las autopartes que varían de modelo en modelo, de año a año. Aunque

las firmas -principalmente las electrónicas y de software- introducen

frecuentemente productos con características funcionales superiores a las de los vigentes, lo 4

Es problemático distinguir el valor funcional del valor simbólico ya que los productos en muchos casos son adquiridos sopesando al menos semiconscientemente su valor simbólico. En otras palabras, los consumidores adquieren muchos de los productos por el estatus que reportan, por lo que al afectarse su efecto de status se devalúa su función. 5 Si aceptamos la idea antes mencionada de que la función de status es una función más del producto que se compra, entonces, este tipo abarca al anterior. 6 En la industria del software, un caso popular fue el del Microsoft Windows Vista, que demanda una cantidad exageradamente mayor de recursos que su antecesor, el Microsoft Windows XP, ofreciendo poco más que la novedad y algunas mejoras estéticas.

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que implica un progreso técnico, lo hacen en el momento en que la curva de ventas de éstos ha bajado lo suficiente -cuando el mercado está dando muestras de saturación-, de manera de que el nuevo no compita con su antecesor y se maximice el número de compradores de ambos. Además, el nuevo producto no dispondrá de la última tecnología que la firma posee sino sólo la suficiente como para convencer al comprador de desprenderse de su bien. De esta manera, la empresa innovadora se garantiza tener “algo” más que ofrecerle al consumidor en el ciclo posterior. La tercera modalidad de acortar el ciclo de vida de un bien durable es diseñarlo disminuyendo físicamente su vida útil7, lo cual puede hacerse adrede o simplemente utilizando insumos de peor calidad. En el caso de los medicamentos y alimentos, acortando su fecha de vencimiento; en el de impresoras, limitando la cantidad de impresiones que pueden efectuar los cartuchos de tinta (aunque la existencia misma de cartuchos de tinta son un caso de obsolescencia programada); en el de las medias de nylon, reduciendo su resistencia. Para los artefactos eléctricos y aparatos electrónicos esto se complementa con trabas para la reparación del producto, lo que se consigue limitando la difusión de diagramas esquemáticos, utilizando tornillos especiales, unidades selladas, repuestos únicos a precios exorbitantes, etc. Todas estas modalidades de la obsolescencia programada que perpetúan el ciclo productivo capitalista muestran las debilidades del concepto de valor económico y en consecuencia del cariz positivo de los indicadores basados en él. De la mano de aquella, una disminución de los ciclos de vida de los productos durables deviene en un aumento de la producción medida, lo cual no implica una mayor utilidad para los consumidores sino en gran medida todo lo contrario.

Reflexión final De aquí surgen varios interrogantes asociados a las distintas modalidades de obsolescencia programada. ¿De qué manera, según los distintos sectores sociales y etarios, las firmas productoras y comercializadoras de bienes durables incentivan la obsolescencia simbólica? ¿Cómo es que las empresas productoras de bienes durables consiguen disminuir el ciclo de vida físico de las mercancías sin que se vea afectado su valor económico? ¿Cómo es que en mercados competitivos se sostienen productores de bienes durables que aplican técnicas de

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También puede degradarse su funcionalidad por medio de factores externos al producto, afectando el medio con el cual funciona. Un ejemplo entre muchos es el cambio de frecuencias de banda de la radio FM en Estados Unidos a mediados del siglo pasado que convirtió a todos los equipos de radio en obsoletos de la noche a la mañana.

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obsolescencia programada en el diseño del producto sin ser destronados por otros que no lo hagan? ¿Cuál es la contracara del aumento de la producción, lo que deja a su paso, lo que destruye, desecha o externaliza? Recapitulando, mencionamos que existe una generalizada concepción positiva de la producción que se manifiesta en la aspiración al aumento del PIB que comparten tanto políticos como economistas y promotores del desarrollo. Dicha concepción positiva descansa en las dos explicaciones teóricas alternativas del valor económico: la Teoría del Valor-Trabajo y la de la utilidad marginal. Ambas otorgan a la instancia del consumo la potestad de dirimir aquello que es útil. Pero el consumidor sólo posee la información del proceso productivo y del producto que se le arranca legalmente al productor. Todo el resto le es escatimado o es difundido por la vía de la publicidad. Es por ello que el aumento de la producción medida de bienes durables no indica necesariamente un aumento de riqueza, bienestar o utilidad. Puede indicar justamente lo contrario si como resultado del avance del la obsolescencia planeada sobre el diseño productivo se acortan los ciclos de vida de los productos y por lo tanto se expande el valor económico total de lo producido. La obsolescencia programada trasluce las limitaciones de una organización de la producción que descarga sobre consumidores atomizados la evaluación de la adecuación de de los bienes duraderos a sus deseos (o su utilidad dependiendo de la teoría del valor que se adopte) en un marco de información imperfecta. El consumidor de bienes duraderos no compra un producto transparente sino una caja negra que supone que responde a sus necesidades por cierto tiempo pero de la que no sabe cómo se ha hecho ni cómo funciona ni de qué manera repararla. Esa caja no se diseña ni se produce ni se comercializa con el objeto de satisfacer necesidades humanas sea cual fuere su origen sino con el de maximizar la ganancia. Es por ello que sirve tan bien a esto último como de manera inexacta a aquellas. En función de lo planteado hasta aquí, podemos sostener que resulta un desafío obligado arrojar luz acerca de esa inexactitud.

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