NOTAS DE INVESTIGACIÓN: Geografía, política y Estado

July 14, 2017 | Autor: Nahuel Montes | Categoría: History of Social Sciences, Political Geography, Geografia, Cartografia
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Número 1 – 2015 – Versión digital http://www.revistaag.com.ar

NOTAS DE INVESTIGACIÓN: Geografía, política y Estado

Nahuel Montes*

Resumen En el artículo que presentamos intentamos reflexionar acerca de la productividad que el pensamiento político ejerce sobre la práctica del conocimiento del territorio en Argentina. En particular, lo hacemos examinando las críticas a la propuesta del mapa bicontinental y la producción simbólica de espacio que conlleva. Elegimos básicamente dos ejes para nuestro análisis: el primero, acerca del estatuto que adquiere el rol del Estado y, el segundo, sobre la cuestión de la autonomía del campo científico. Palabras Claves: Estado; Política; Geografía.

Abstract In the present article we try to think about productivity that political thought has on the practice of knowledge of the territory in Argentina.In particular, we do examine the criticisms of the proposed bi-continental map and symbolic production space involved. Basically we chose two axes for our analysis: the first, on the status that takes the role of the state and, second, on the question of the autonomy of the scientific field. Key Words: Sate; Policy; Geography.

*Departamento de Geografía, Facultad de Humanidades, UNMdP. Becario de Formación Superior y Ayudante de primera en Teoría y método de la investigación Geográfica. Grupo de Investigación Instituciones de la Geografía. Doctorando en Comunicación, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

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La productividad de lo político Las discusiones en torno a la productividad de lo político en la ciencia en general, y en la producción de conocimiento social en particular, estuvieron muy presentes en el marco de las evaluaciones acerca de la especificidad de la práctica de los intelectuales. Las mismas propusieron relacionar un ámbito propiamente intelectual con los que se dejaban enmarcar por lo cultural e ideológico. La literatura existente sobre el tema1 por lo general circunscribe un segmento temporal en donde estos debates habrían tenido mayor presencia, dado que es en los años sesenta y setenta en donde el compromiso militante de carácter revolucionario parece convocar con mayor énfasis a la figura del intelectual. Entre esas décadas y la siguiente se pueden ubicar también a los procesos de emergencia, consolidación e institucionalización de áreas de estudios que proponen a la cultura como objeto privilegiado2. Es quizá por esta razón que los balances disciplinarios propuestos a partir de la década del ochenta ubiquen a estas vinculaciones (cultura, intelectuales y política) como tópico recurrente. En primer lugar porque las mismas parecen ser parte de la formación del campo y, en segundo lugar, para habilitar el ejercicio de una posición crítica que cuestionó la supuesta pérdida de especificidad de la tarea intelectual. En la geografía, los balances disciplinarios críticos que trataron la relación política con el quehacer profesional se han realizado sobre todo a partir del último tramo de los años ochenta. La dimensión que trabajaron estos análisis ha estado anclada principalmente en la magnitud de las relaciones que se producen entre el campo político y el de la ciencia. Ha sido así relevante para los investigadores que hacen uso de esta perspectiva, la forma en que las demandas de la política son incorporadas al interior de instituciones científicas. Varios de los trabajos que enmarcamos en esta perspectiva 1 La supuesta pérdida de autonomía de la práctica intelectual fue considerada como una suerte de obstáculo epistemológico en relación con la producción de conocimientos. Beatriz Sarlo (1985) proponía un balance del vínculo entre intelectuales, cultura y política en los años sesenta y entendía que la intersección producida entre el trabajo intelectual con aquel que apuntaba a producir nuevas perspectivas políticas había provocado una funcionalización de la actividad propiamente intelectual a la actividad política. El núcleo de este argumento puede encontrarse también, aunque con matices, en: Sarlo (2007), Sigal, 2002; Fiorucci, 2011; Terán, 1993 y 2008; Gilman, 2003; y De Diego, 2007. 2 Dos ejemplos claros de lo que mencionamos son, por un lado, el caso del campo de estudios comunicacionales latinoamericanos y, también, aunque estrechamente relacionado, estudios en donde el giro antropológico tuvo una influencia notable.

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analizan distintos tipos de textos producidos por el saber territorial que tuvieron la capacidad de construir imágenes sobre la identidad nacional. En este artículo pretendemos dar cuenta de algunas reflexiones sobre la interpretación de la relación entre la disciplina geográfica, la influencia de la dimensión política en el horizonte de problemas que identifica la ciencia y la conceptualización del Estado, en tanto demandante y productor de saber y articulador de políticas para el ejercicio del poder. Lleva este trabajo el apelativo de notas para designar la manera en que se va a exponer la reflexión propuesta, dado que tienen un carácter poco orgánico y no responde a la aplicación de las ideas concebidas sobre un plan de aplicación concreto. Es claro que las mismas forman parte de indagaciones para circunscribir la construcción del objeto de investigación que motivó esta preocupación, pero en este espacio preferimos hacer uso de un tipo de escritura más libre, ensayística, para proseguir en la pesquisa y proyectarla hacia futuros trabajos. Comenzamos el trabajo con una discusión particular en torno a los debates suscitados por el mapa bicontinental y la producción simbólica de espacio que conlleva. Luego, destacamos en forma expositiva las preguntas que nos provocaron las maneras con las cuales son pensados el estatuto que adquiere el rol del Estado y la cuestión de la autonomía del campo científico.

1. Lucha por los mapas: dilema de la bicontinentalidad En el año 2010, el Estado Argentino estableció con la ley 26.651 el uso obligatorio del mapa bicontinental para todos los niveles del sistema educativo. De esta manera, se propuso representar en un mismo mapa el territorio nacional junto a porciones de espacio en dónde Argentina no posee soberanía efectiva pero la reclama. El artilugio no es nuevo, dado que el anterior representaba en su margen dicho espacio mediante un recuadro que utilizaba una escala mayor. La novedad que introdujo la ley mencionada es la utilización de la misma escala en un continuo visual que integra la Antártida. Esto suscitó un tímido debate en la comunidad de geógrafos, no exento de pasión y convencimiento por las personas que intervinieron. Sus argumentos, válidos y fundados, reconocían en forma velada que basaban su crítica en la capacidad de realizar 147

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una analogía con situaciones a las cuales los autores les merecía ejercer la crítica. El problema entonces era la utilización política de los mapas propuestos en consonancia con la manera en que se habían utilizado anteriormente los mapas. Carlos Reboratti (2010) sostuvo entonces que el mapa se basa en las ideas del nacionalismo enfermizo de los argentinos y en sus devaneos geopolíticos y, peor, las hacía renacer. El resultado era un engaño: se naturaliza la posesión de un territorio en donde no se tiene soberanía. Con buen criterio, Carla Lois (2012, 2013, 2015) coloca al nuevo mapa dentro de una serie de tres intervenciones legales sobre la cartografía que se produjeron desde el siglo XIX para incidir en los modos de visualizar el territorio nacional. Según la autora, las mismas estarían hilvanadas en el hecho de estar vinculadas a situaciones militares. Además de cuestiones de economía gráfica y comodidad, el argumento que desarrolla la autora para ejercer su cuestionamiento se centra en la posible reactivación de un nacionalismo territorial que ahora emerge en discursos que rozan la xenofobia y cuya intención sería la de seguir anexando territorios. Por último, este tipo de cartografía no serviría a los fines de contribuir al análisis crítico de los argumentos que sostiene el Estado para reclamar territorios en disputa sino, en todo caso, para dar una imagen cristalizada e inexacta sobre la geografía política Argentina.

2. Nacionalismo y dispositivo Lois (2012) reconoce que cada uno de los tres momentos de intervención en la cartografía que destaca está marcado por particularidades propias, no obstante –creemoslas diluye en la serialización que propone. Si bien compartimos algunas de las preocupaciones o puntos de vista de los autores mencionados, quisiéramos deslizar la discusión a un terreno concomitante pero diferente de lo planteado hasta acá. Esta conceptualización de los hechos nos abre un horizonte de problematización sobre la manera de interpretar la relación entre saber, política y Estado. En este caso, nos es relevante preguntarnos por el tipo de vínculo que esas curiosas iconografías que constituyen los mapas mantienen con las instituciones encargadas de elaborarlas y las mismas con la administración del Estado en su ejercicio de poder –otro tanto podríamos decir para los textos-. Ese marco epistémico, en términos foucaultianos -es decir, en 148

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cuanto a una verdad impuesta desde un poder- que produce una cartografía determinada ¿es capaz de brindarnos un todo cerrado acerca de las oscuras intenciones del Estado? Parafraseando a Horacio González (2007) en sus observaciones acerca del abuso de recurrir al dispositivo3 para explicar los textos y disolverlos en su contexto, nos preguntamos si quizá, las interpretaciones precedentes no construyan ese gobernante ideal que distingue por doquier la amenaza contra el orden establecido. ¿Es el poder del Estado tan coherente, eficaz y científicamente fundado? Consideramos que de esta manera corremos el riesgo de que el mapa bicontinental cargue sobre sus espaldas con una interpretación que le adjudica intenciones inmutables que comprometen el orden político desde el siglo XIX hasta nuestros días. Estamos de acuerdo, en todo caso, que la matriz del nacionalismo territorial que se critica es transversal a distintos proyectos políticos y académicos. La elaboración de obras geográficas durante el siglo XX parece responder a esa tradición intelectual que interpretó la evolución de las fronteras como un aspecto central de la constitución de un territorio y para inferir características de la población. También funcionó como modelo que indicaba un entendimiento correcto del espacio nacional, aportara a la construcción de identidad y tuviera la capacidad de difundir imágenes del país. La tradición a la que hacemos referencia tuvo el poder de orientar la producción intelectual de las personas abocadas al pensamiento territorial. Es factible rastrear este pensamiento en las prácticas intelectuales que se van relacionando con el uso de los documentos públicos y privados en el estudio de la historia argentina en la segunda mitad del siglo XIX. Irina Pordogny (2011) se ocupa de este proceso concurrente al de las sociedades geográficas: en particular analiza la labor de los bibliófilos Ricardo Trelles y Juan Martín Leguizamnón. Ambos se abocaron a la tarea de reconstruir la unidad territorial de la Argentina con la reorganización de los archivos coloniales. Éste fue un proceso paralelo a la definición de las fronteras entre los países que resultaban de la disolución del orden colonial. Los archiveros modernos fueron instrumentos para la resolución de litigios y repositorio de evidencias.

3 Dispositivo como aparato estatal de observación que produce un saber clasificador que fabrica individuos y controla a lo que transgrede la norma.

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Los argumentos en favor de la idea de La Gran Argentina, heredera territorial del Virreinato del Río de La Plata, tuvo en Vicente Quesada uno de sus ideólogos más destacados. A través de la vitrina que le confirió la publicación La Nueva Revista de Buenos Aires, éste razonamiento tuvo un punto álgido cuando en el último cuarto del siglo XIX se estaba estableciendo la demarcación de los límites con la República de Chile. La idea principal que perduraría hasta bien entrado el siglo XX es que Argentina fue la principal perjudicada por el desmembramiento de la unidad territorial del Virreinato del Río de la Plata. En razón de esta situación, el país habría perdido los espacios que actualmente corresponden a Bolivia, Paraguay, Uruguay y porciones de Chile y Brasil. Este relato fundacional del nacionalismo territorial justificaba su prédica en un uso flexible del uti possidetis, el principio que comprendía la preservación de las fronteras que existían bajo el régimen español (Cavalleri, 2004). A este tipo de razonamiento dirigen su crítica lo detractores del mapa bicontinental. Ahora bien, retomamos nuestro argumento: tanto el Estado al hacer uso del saber geográfico como las obras de los intelectuales identificados con el pensamiento territorial son el lugar de sedimentación de discursos producidos en otros campos allende sus límites. Es fácil constatar que el nacionalismo liberal con el que se identifica al Estado finisecular es diferente al gobierno kirchnerista que administró el Estado cuando propuso la nueva cartografía. La tradición del nacionalismo territorial no es la única que tiene el poder de manejar el inconsciente de los agentes como para no disputar con ninguna otra tradición el sentido común de la sociedad. Esto, sin discutir sobre la eficacia que tiene hoy el sistema educativo para ejercer el monopolio de la producción de actividad simbólica. Entonces, ni el Estado es el mismo, ni sus efectos. Como no podemos interpretar el mapa en cuestión como si el nacionalismo territorial no hubiera existido y no hubiese tenido la capacidad de orientar el deber ser de los geógrafos, tampoco podemos hacer como si el gobierno que lo propone no busque en otras inspiraciones ideológicas que intenta actualizar, como bien podrían ser las visiones tercermundistas, el nacionalismo populista o el antimperialismo, presente en sus discursos sobre política exterior. Lo mismo podríamos decir acerca del el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas. Seamos claros: poner en crisis el sentido común sobre la pertenencia de esas porciones de territorio es necesario y deseable. Tanto como buscar 150

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la compleja trama que lo forma, pasada ya más de una centuria de las primeras formulaciones con las que se pretende anudar un único sentido.

3. Construcciones y esencialismos Si en un grado asumido de la discusión tenemos la convicción para decir que en el campo científico hay posiciones en pugna, con intereses, luchas y negociaciones, por qué no concebir al Estado como un lugar en dónde se lucha por establecer la hegemonía, lucha que no es clausurada con el ejercicio de la administración. En este sentido las políticas públicas son la cristalización de una forma de Estado, pero lo es en un momento dado en que se establece una determinada relación de fuerzas. La dirección ético política resulta ser no sólo coerción sino también consenso, en última instancia una mediación que intenta organizar la compleja trama de actores sociales. Este comentario último, nos sirve de reparo ante la interpretación sugerida para visualizar al Estado que propone el mapa como único y coherente con aspiraciones inmutables que desde su inicio se esforzaría para producir los mismos ciudadanos nacionales. El cuestionamiento a los supuestos que detectamos en las críticas al mapa bicontinental parte de considerar que las acciones del Estado no pueden ser escindidas del marco en dónde se juegan los conflictos. De otra manera perderíamos el sentido práctico que las guían. Si la invención de la nacionalidad argentina ha tenido éxito, ésta debe entenderse como parte de la mediación real con la cual las personas cuentan en forma de habitus. Pero la misma política de Estado se nutre de estos sentidos comunes construidos, sujetos a cambios, a desviaciones de significados. La noción de comunidad imaginada4 que utiliza Lois (2012) implica entender que la nación es una construcción, una fabricación humana. Razón por la cual sostenemos que esa invención no puede ser inmutable. Si la nación es una construcción, no es posible esencializar al nacionalismo. En todo caso, la tarea pasa por inquirir en el modo en que la heterogeneidad de lo real se articula. En este punto concordamos con Grimson (2011) en

4 El término es de Benedct Anderson (1993), quien plantea que la nacionalidad y el nacionalismo son artefactos culturales que crean comunidades en el nivel imaginario colectivo.

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la necesidad de aportar a una visión pos constructivista que se haga cargo de la crítica a la crítica del objetivismo. Una de las fórmulas que ensaya este autor es la de configuración cultural, definido como un espacio en el cual hay tramas simbólicas compartidas, horizontes de posibilidad, desigualdades de poder, historicidad, en suma una totalidad como articulación contingente de un entramado heterogéneo. Si el concepto antropológico de cultura planteaba la correspondencia necesaria entre territorio e identidad, los reparos deberían tener en cuenta la manera en que las mediaciones culturales existen empíricamente, por más ontológicamente subjetivas que sean. Las prácticas sociales devienen objetos reales (materiales, simbólicos) y las sociedades se organizan sobre las bases de su existencia. Silvina Quintero (1999) en su análisis de la Geografía del sistema escolar sostiene que el del nacionalismo territorial encontró en la escuela su vehículo principal. El rol que le cupo a la disciplina y al tipo de perspectiva dominante desde los años ´40 -la Geografía Regional- ha contribuido a sedimentar una visión que apeló a la distinción, nominación y ordenamiento de entidades subnacionales para ofrecer interpretaciones de conjunto sobre el territorio del Estado. Desde 1940 hasta fines de la década de 1980, los libros de geografía publicados en Argentina muestran una persistente homogeneidad de enfoques, que puede reconocerse en la combinación híbrida de dos tradiciones teóricas: la geopolítica y la geografía regionalista. Las claves interpretativas de las dos suponen un discurso sobre el Estado y la sociedad. Por un lado, un modo de pensar el Estado en función de las relaciones internacionales y, por otro, las diferencias internas de un país en relación con las características naturales de los territorios que lo habitan, buscando la unidad en la diversidad. Encubriendo lo que tiene de construcción y opacando la conflictividad de las relaciones sociales que crean las formas, se cristalizó una manera de abordar los territorios estatales como figuras físicas. Es por esta razón que se forja un tipo de representación anclada en un etnocentrismo nacional, que ha constituido a naciones y estados como categorías socio espaciales de otros cuya imagen se torna espejo negativo de la propia identidad. Esta combinación de tradiciones fue la que dominó el enfoque y el tono de los contenidos de la Geografía Argentina en programas y libros de textos hasta 1990. 152

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Ahora bien, la revisión de otras maneras de producción de sentido espacial que el Estado ha venido llevando a cabo conjuntamente con la que impulsa el nacionalismo enfermizo nos puede aportar algo de complejidad al momento de evaluar la direccionalidad de las políticas públicas de los últimos años. Los Núcleos de Aprendizajes Prioritarios para los ciclos comunes y orientados que establece el Ministerio de Educación de la Nación, establecen una marcada voluntad de abordar los problemas históricos de la construcción del territorio, alejándose así de una visión naturalizada. Con respecto al lugar de las fronteras y los países limítrofes es factible observar que el énfasis está colocado en la integración regional. En este sentido, algo similar podríamos comentar acerca del Plan Estratégico Territorial impulsado por el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, cuyo avance fue publicado en 2008. Este hecho también puede ser confirmado en los materiales didácticos que en formatos multimedia son brindados por el portal de internet educativo del Ministerio, entre los cuales cuenta con recursos de autoría de la propia Lois, incluso sobre el Tratado Antártico5.

4. Estado, autonomía y conocimiento Consideramos que con el uso extendido de las categorías de campo y su forma de medición por excelencia, autonomía, es posible delinear una forma establecida de interpretación. Es posible que en la misma exista en ocasiones una confusión entre lo que sería deseable para la ciencia desde la perspectiva de los sujetos analizados -también desde la que el investigador deja traslucir en sus escritos-, por un lado, y las formas en que se produce el conocimiento social, por otro. El riesgo de proyectar deseos hacia los procesos que se quieren estudiar reside en que resulten cristalizadas visiones normativas que no logran captar la complejidad de los cruces que se producen para que el conocimiento sobre lo social sea posible. La circulación tanto de ideas como personas entre diversas esferas (Estado, academia, ámbitos profesionales privados) configuran un espacio de entrecruzamientos múltiples (Plotkin y Neiburg, 2004) que resulta productivo 5

http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=20084&referente=docentes

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en términos de conocimiento social6. De esta manera es que creemos acercarnos a la especificidad de la producción del conocimiento y difusión de imágenes sobre el territorio en Argentina. La teoría de los campos sociales se centra en la formación de espacios de producción de conocimiento que poseen lógicas de funcionamiento internas particulares. A su vez, los mismos serían autónomos respecto del desenvolvimiento de otros campos o, en todo caso, un aspecto que marcaría algún grado de madurez interna y legitimación al exterior de sus límites. El proceso de autonomización que se da en cada campo marca bajo la utilización que se ha realizado de esta interpretación- un camino con retrocesos y avances respecto del ideal según el cual cada espacio de producción intelectual define sus propias prácticas. La conformación de la Geografía como saber legítimo e institucionalizado ha sido interpretado en distintas instancias del pasado, en las cuales podrían tornanarse evidentes las relaciones entre el cambio político nacional y la transformación relativa de las instituciones culturales y científicas. Este aspecto tuvo la capacidad de habilitar preguntas que surgieron del examen de la marcha de la institucionalización de la Geografía vinculadas con las prácticas de producción disciplinar. Existen diversos estudios en el ámbito de la Geografía en el que aparecen tópicos referidos al desarrollo de un campo de la disciplina. Los mismos toman al pasado disciplinar como eje central de sus intereses. En este espacio nos nutrimos y discutimos en particular con trabajos que tematizan la construcción del campo de conocimientos. Este tipo de indagaciones sobre la historia de la Geografía en Argentina ha sido utilizada principalmente en investigaciones que han puesto el énfasis en brindar una visión más compleja y contextualizada del curso de los acontecimientos. Notamos que la noción de campo funciona de diversas maneras en estos estudios. No necesariamente los trabajos que comentamos remiten estrictamente a la teoría de Bourdieu. En cambio, la utilización flexible de la categoría analítica permite que desarrollemos algunas consideraciones al respecto y nos posicionemos en función de 6 Tomamos la expresión con la que Neigburg y Plotkin (2004) refieren a los espacios sociales heterogéneos en los que —cuando existen instancias de articulación y mediación— se produce el conocimiento sobre lo social.

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hacerla productiva a nuestros fines. En primer término, para abordar un horizonte de problemas relacionados con la producción de conocimiento sobre lo social y sobre el desarrollo disciplinar de la Geografía. En segundo lugar, para problematizar el lugar que le es asignado al Estado en la reconstrucción de los saberes sobre el territorio. Creemos así posible determinar qué tipo de vinculación entre esferas separadas por sus propios intereses puede ejercerse, tanto analíticamente como empíricamente. Cicalese (2012) reconoce cuatro tipos de abordajes sobre el pasado disciplinar que fueron construidos en las últimas décadas. Los mismos son modos diferentes de interpretar no solamente un desarrollo temporal, sino también la producción de conocimiento. Si bien no todos estos relatos de la ciencia tienen al pasado como objeto privilegiado de estudio es posible detectar que el devenir disciplinar encuentra una consideración destacada, aunque en algunos casos de forma soslayada. Relatos institucionales, disciplinarios internos que incluyen propuestas de programas, otros de tipo kuhnianos en clave paradigmática, y lo que el autor denomina los estudios sociales de la ciencia geográfica, son también diversas maneras de manifestar una ontología del conocimiento que establece a priori elementos a tener en cuenta y preocupaciones por destacar. El cuarto grupo que destaca, comentábamos, engloba a los más recientes estudios sociales de la ciencia geográfica. Éstos se inician a fines de la década de 1980 en la Geografía local y tuvieron un importante impulso en los programas de investigación de historia social radicados en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional de Buenos Aires7. Sostenemos que estos trabajos se encuentran influenciados en algunos puntos por las claves interpretativas que aporta la Sociología de la Cultura8. 7 Entre éstos podemos citar Escolar, Reboratti y Quintero (1995); Zusman (1997; 2001); Souto (1996); Barsky (2001); y Quintero (1995, 1997, 1999, 2002, 2005), entre otros. 8 La noción de campo intelectual propuesta por Bourdieu (2011) -quien inscribe sus reflexiones en un cuerpo más amplio de la sociología de la cultura- ha sido aplicada en la Geografía principalmente para dar cuenta de un recorte disciplinar. Ésta permitió reconocer un microcosmos con reglas propias en donde se lucha por el monopolio de la producción cultural legítima. A su vez, ese espacio de autonomía relativa ha servido para ordenar las relaciones producidas por las demandas de otros campos del espacio social. Este autor ubica al campo intelectual dentro en un tipo específico de campo político, el cual asigna una función determinada a la fracción intelectual y artística. También agrega que el campo intelectual ocupa una posición en el campo de poder. Es posible dilucidar que para el autor la categoría más abarcadora es la de campo de poder, pues ésta incluiría otras más específicas que dominan espacios sociales, las que a su vez arman el campo de poder. Esto implica la existencia de una relación entre lógicas específicas de un campo determinado, por un lado, y una estructuración entre los sectores dominantes de diferentes campos.

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Los motivos de esta clase de programas de investigación9 están anclados en el cuestionamiento de los esquemas clásicos de la historia de la ciencia. Consideramos que los mismos se establecen sobre puntos de vista internistas formales que tributan hacia una representación del progreso científico que deviene en una sucesión lineal de aciertos. El enfoque de la historia disciplinar que deseamos destacar incluye una politización de la mirada sobre los productos consumados que presentan las actividades ligadas al conocimiento. De manera que la operación teórico metodológica de desarmar el camino de tales productos es efectuada para recuperar el proceso en que fueron gestados. Ahora bien, es preciso destacar al menos dos puntos. En primer lugar, es difícil en algunos casos establecer tabiques para delinear lugares o campos diversos. En segundo lugar, la lógica externa al campo -la política en la ciencia, por poner un caso- ha sido productiva para generar conocimiento sobre el territorio y lo social. La construcción de saberes también es demandada por ámbitos externos o, al menos, influida por los mismos. Como sostienen Neiburg y Plotkin (2004) en lugar de pensar ámbitos tajantemente separados de validación de ideas y prácticas, tal vez debamos prestar atención a la confluencia de espacios distintos para observar que en la fluidez también se produce conocimiento. El problema consiste, entonces, en detectar la particularidad de los procesos estudiados, antes que proyectar aspiraciones normativas sobre el devenir de la producción de conocimientos. Es posible que de esta manera observemos un juego de mutuas legitimaciones y de confluencias. En el caso de la Geografía, este proceso se vincula con la convergencia entre la demanda del Estado, las transformaciones del mundo universitario, y el surgimiento de instituciones y de una elite de especialistas. La conformación de un campo de conocimientos sobre el territorio y un espacio profesional de intervención territorial estuvieron vinculados a la definición de ámbitos para validar

9 Es posible reconocer la influencia de los aportes que se hacieron en la revista española Geocrítica fundada en 1976, dirigida por Horacio Capel. Vesuri (1993), examinando la trayectoria intelectual de Capel, expresa que, con una posición poskuhniana crítica de los mitos tradicionales, se instaló en la naciente corriente –por esos tiempos- de los estudios sociales de la ciencia; tocando temas como la institucionalización disciplinar, la formación de los practicantes, las estrategias de defensa de los intereses corporativos y cómo éstos condicionaron la difusión de la ciencia en la sociedad.

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sus prácticas que se ubicaron entre la academia, el Estado y las asociaciones profesionales.

Consideraciones finales El mapa bicontinental suscitó algunos debates entre los geógrafos. Las críticas que pusimos a consideración nos abrieron un horizonte de problemas acerca de la manera de interpretar la relación entre saber, política y Estado. Destacamos que para entender las producciones simbólicas de espacio que el Estado realiza es necesario reconocer y reconstruir una compleja trama de relaciones y tradiciones que se ponen en juego. Consideramos que el nacionalismo territorial al que los detractores del mapa dirigen su crítica es una de las formas cristalizadas de entender la nación, pero no la única que se halla presente en una especie de supra sentido común estatal. Por tal razón sostuvimos que las acciones del Estado no pueden ser escindidas del marco en dónde se establecen los conflictos, sino es a riesgo de soslayar las posibles desviaciones de sentidos que pudiera haber al momento de articular una determinada relación de fuerzas. Si consideramos que la política ha sido productiva en la tarea de los intelectuales es debido a que en la confluencia de espacios y demandas cruzadas es posible detectar la conformación de saberes. La misma constitución de la Geografía como saber legítimo e institucionalizado parece ser parte de un proceso de convergencia de ámbitos para validar las prácticas de los especialistas entre la academia, el Estado y las asociaciones profesionales. Por último, queremos subrayar que la actividad crítica de los autores mencionados nos parece destacable y deseable para ahondar en el debate sobre las maneras que tenemos de entender el territorio y la sociedad. Desde este espacio nos sumamos con la intención de dar testimonio de nuestra mirada.

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