Nosotros, los historiadores españoles de las relaciones internacionales

June 8, 2017 | Autor: F. Quintana-Navarro | Categoría: International Relations, Historiography, Spanish History
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Descripción

IV JORNADAS DE LA COMISIÓN ESPAÑOLA DE HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

20 Aniversario

Conferencia inaugural Francisco Quintana Navarro

Universidad Rey Juan Carlos I Madrid, 17 de noviembre de 2011

Recordando a un clásico…

José María Jover Zamora

La historia de las relaciones internacionales va adquiriendo día tras día una compleja profundidad, insospechada por quienes identificaran “historia de las Relaciones Internacionales” con “historia diplomática”. En el fondo de aquélla hay siempre –perdonad la perogrullada– un haz de problemas nacionales llamados, por definición, a relacionarse; es decir, a interconectarse. Y los problemas nacionales suelen ser complejos […], como lo son los elementos de una existencia nacional: desde el solar geográfico, desde el conjunto de paisajes entrañables que le sirve de asiento a través de los siglos, a los grupos sociales que la conducen tiempo adelante, y de éstos a la configuración de un ideal de vida llamado a traducirse en un Estado y en una actitud cultural. En consecuencia, así de compleja también la Historia de las Relaciones Internacionales, que no podrá circunscribirse a la pura técnica de las relaciones diplomáticas, sino que habrá de tener cuenta simultáneamente de los tres campos – económico, cultural, político– que abarca la vida de una nación, y por tanto el campo de sus relaciones”. J.M. Jover, Política mediterránea y política atlántica en la España de Feijóo, 1956.

El tema.

Nosotros, los historiadores españoles de las relaciones internacionales (Desde las Primeras a las Cuartas Jornadas de la CEHRI)

La secuencia.

 La situación que teníamos a comienzos de los noventa.  Los avances que hemos realizado en las dos últimas décadas.  Y algunos desafíos que tenemos a la vista.

Aquellos apuntes para un balance historiográfico...  Un breve diagnóstico de situación: “progreso con rémoras”.

¡Menudo peso…! (el del tiempo histórico que nos tocó vivir)

 Un repaso al camino recorrido: “del páramo al huerto”: • En los inicios, “escasa tradición y excesiva mistificación”. • Luego, una “inflexión confinada”. • Y la etapa que estábamos cerrando, la de “implantación efectiva” de la disciplina.  El análisis de los resultados cosechados: un decálogo de características definitorias.

Aquellos apuntes para un balance historiográfico... El decálogo:  Marginalidad en la historiografía nacional.  Dispersión de esfuerzos y concentración geográfica.  Limitado diálogo interdisciplinar.  Ausencia de debate teórico y metodológico. ¡Menudo peso…! (el del tiempo histórico que nos tocó vivir)

 Persisitencia del discurso de corte descriptivo.  Polarización en torno al dominio de lo político.  Acusado hispanocentrismo.  Existencia de desequilibrios en los temas abordados.  Creciente tendencia a la subespecialización regional.  Progresivo desplazamiento cronológico hacia lo reciente.

Una visión panorámica de los avances recientes. En un tiempo histórico con mucho viento… …soplando a nuestro favor:  Un entorno social sensibilizado con nuestros objetos de investigación.

Lo internacional, cada vez más cerca de la gente, más transnacional, más global…

 Un mundillo académico que nos toma en consideración.  Una producción investigadora con resultados apreciables.  Y nuestro mayor logro: haber conseguido la homologación internacional. Todo ello, consecuencia del proceso de europeización de nuestra historiografía.

Una visión panorámica de los avances recientes. Media docena de retoques que han mejorado nuestra apariencia:  Nuevos objetos de estudio además de las relaciones políticas y sus derivas diplomáticas y estratégicas.  Otros sujetos históricos aparte del Estado, y otros hilos para el relato además de la secuencia cronológica. Lo internacional, cada vez más cerca de la gente, más transnacional, más global…

 No solo historia nacional, sino también historia europea y otras historias nacionales.  Más allá de nuestros tradicionales entornos geográficos y culturales.  Más acá de nuestro tiempo histórico, cada vez más.  Y más por aquí y por allá, con acercamiento de lo local a lo internacional.

Tesis doctorales de Historia de las Relaciones Internacionales, 2000/01-2009/10. Historia de las Relaciones Internacionales Total tesis Hª Cont.

España

2000/01

83

2001/02

Otros países

Supranacion.

Total HRI

Porcent.

10

7

3

20

24,1

82

8

3

1

12

14,6

2002/03

21

2

0

1

3

14,3

2003/04

3

0

0

0

0

0,0

2004/05

67

11

2

2

15

22,4

2005/06

53

8

1

1

10

18,9

2006/07

53

8

0

1

9

17,0

2007/08

68

11

3

2

16

23,5

2008/09

47

5

2

1

8

17,0

2009/10

68

10

2

2

14

20,6

545

73

20

14

107

19,6

Totales

Fuente: Explotación de la Base de Datos TESEO. Elaboración propia (igual para todas las tablas)

Grado de internacionalización temática de las tesis doctorales de otras especialidades, 2000/01-2009/10. España

Otros países

Total

Porcent.

2000/01

51

12

63

19,0

2001/02

49

21

70

30,0

2002/03

15

3

18

16,6

2003/04

3

0

3

0,0

2004/05

37

15

52

28,8

2005/06

33

10

43

23,2

2006/07

36

8

44

18,2

2007/08

49

3

51

5,9

2008/09

28

11

39

28,2

2009/10

41

13

54

24,1

344

94

436

21,6

Totales

Cobertura cronológica de las tesis doctorales de HRI de la España contemporánea, 2000/01-2009/10.

Número Períodos seculares Siglo XIX Siglo XX Siglos XIX y XX Etapas históricas circa 1790-1834 1834-1974 1974-1914 1914-1939 1939-1975 1975-nuestros días Total

Porcentaje

2 2 3

2,7 2,7 4,1

5 5 8 16 24 9 73

6,8 6,8 10,9 21,9 32,8 12,3 100,0

Cobertura geográfica de las tesis doctorales de HRI sobre otros países, 2000/01-2009/10.

Número

Porcentaje

Iberoamérica

9

45,0

EEUU

4

20,0

Europa

4

20,0

Asia-Pacífico

2

10,0

Magreb

1

5,0

20

100,0

Total

Cobertura temática de las tesis doctorales de HRI sobre cuestiones supranacionales, 2000/01-2009/10.

Integración europea Integración iberoamericana Alianza atlántica Relaciones euromediterráneas Geopolítica asiática Guerra y censura en Europa Total

Número

Porcentaje

7 3 1 1 1 1 14

50,0 21,5 7,1 7,1 7,1 7,1 100,0

Cobertura temática de las tesis de HRI de la España Contemporánea, 2000/01-2009/10 (1) Número Españoles en el extranjero y extranjeros en España Personas, grupos y entidades en el exterior 7 Colectivos regionales en otros países 5 Minorías extranjeras en España 4 Total 16 Relaciones diplomáticas bilaterales Con países europeos 4 Con países iberoamericanos 4 Con EEUU 2 Con países asiáticos 1 Total 11 Opinión pública e imágenes del otro Percepciones de otros países en España 4 Imagen de España en el exterior 3 Opinión pública y servicios de prensa 3 Total 10 Acción colonial española En el Noroeste de África 6 En América 2 En Asia 2

Porcentaje

21,9

15,1

13,7

Cobertura temática de las tesis de HRI de la España Contemporánea, 2000/01-2009/10 (y 2) Número Participación en procesos internacionales Guerras mundiales Otros: orden internacional, integración europea, operaciones de paz y cuestión romana Total Internacionalización de la Guerra Civil Represión y exilio Políticas exteriores ante el conflicto Participación extranjera Total Relaciones culturales De carácter bilateral Acción cultural extranjera o en el exterior Recepción de pensamiento y cultura Total Miscelánea Temas de difícil agregación Totales

Porcentaje

4 4 8

10,9

5 2 1 8

10,9

3 2 1 6

8,2

4

5,5

73

100,0

Algunos desafíos actuales: sugerencias para el debate.

 El reto de los enfoques: más historia comparada.  El reto temático: nuevos objetos de estudio a nuestro alcance y alguna que otra revisita.  El reto metodológico: el trabajo con las nuevas fuentes. Podían ser más, pero fijémonos en cuatro

 El reto interdisciplinar: lo internacional, como un todoterreno.  Y el reto organizativo: lo colectivo, clave en lo global.

Muchas gracias. [email protected]

Francisco Quintana Navarro Noviembre de 2011

CONFERENCIA INAUGURAL DE LAS IV JORNADAS DE LA CEHRI (Madrid, 17 de noviembre de 2011) Francisco Quintana Navarro Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Siempre es grato reencontrarte con colegas amigos en jornadas como estas, que sirven para compartir logros e inquietudes sobre lo que más nos gusta: ejercer nuestro “oficio” de historiadores. Más lo es en esta ocasión en que celebramos nuestro cumpleaños colectivo, los veinte añitos (¡que ahí es nada!) de la Comisión Española de Historia de las Relaciones Internacionales. Yo tengo, por ende, un motivo añadido para sentirme especialmente satisfecho hoy, que es el reconocimiento que me han hecho al encargarme impartir esta conferencia inaugural, todo un honor que acepto con sumo gusto y, también, con sincero agradecimiento a los miembros de la Junta Directiva de la CEHRI, y particularmente a su abnegado presidente, nuestro entusiasta movilizador Juan Carlos Pereira. Quisiera recordar que este año no solo celebramos nuestro vigésimo aniversario como asociación española de historiadores internacionalistas. También se cumplen 55 años de lo que podríamos considerar el acta de recepción de la nueva historia de las relaciones internacionales en España, que tuvo lugar con la publicación de aquel cuaderno ovetense sobre Política mediterránea y política atlántica en la España de Feijóo de la mano de José María Jover Zamora. Allí se hizo, por primera vez en nuestro país, el premonitorio anuncio de que nuestro campo de estudio –cito textualmente— no podrá circunscribirse a la pura técnica de las relaciones diplomáticas, sino que habrá de tener cuenta simultáneamente de los tres campos –económico, cultural, político— que abarca la vida de una nación, y por tanto el campo de sus relaciones”. Traigo a colación este recordatorio de nuestro primer socio honorario (q.e.p.d.) porque, desde que se me hizo este encargo, me vino a la memoria aquel 20 de octubre (que no 20-N) de 1994, en el coqueto salón de actos de Filosofía y Letras de La Complutense, en que celebramos nuestras primeras jornadas con Jover presidiéndonos. No tuve el privilegio de ser alumno suyo, ni de hacer Historia junto a él, pero confieso mi admiración por su obra, que es la de “un clásico” (con toda la carga de “larga duración” que tiene esta expresión), porque su relectura, por mucho tiempo que pase, siempre resulta sugerente; quieras o no, en ella acabas encontrando en cualquier momento una rendija abierta por la que descubres un hilo de luz que te 1

hace seguir avanzando. Afortunadamente, su magisterio ha echado sólidas raíces entre nosotros a través de sus discípulos, algunos de los cuales se encuentran hoy aquí. Dicho esto, entro en materia. A mí se me ha hecho un encargo finalista. Los colegas de la Junta Directiva de la CEHRI me han pedido que retome la ponencia que presenté en aquellas I Jornadas de 1994, que llevaba por título “La historia de las relaciones internacionales en España: apuntes para un balance historiográfico”, para que, contrastando sus contenidos con el rumbo que ha tomado nuestra actividad investigadora desde entonces, trate de ofrecer un estado actualizado de la situación en que se encuentra nuestro campo de estudio. Como suelo ser disciplinado, voy a procurar atenerme al guión marcado, y lo haré siguiendo tres pasos: -

Primero, nos introduciremos brevemente en el tema recordando los principales aportes de aquel balance historiográfico de 1994 para utilizarlo como punto de partida de nuevas reflexiones, a modo de referente que nos permita comparar la situación en que nos encontramos hoy con la que teníamos entonces.

-

En segundo lugar, constataremos los avances que se han registrado en nuestra especialidad durante las dos últimas décadas, unos avances que trataremos de insertar en el marco de un proceso más amplio: la creciente apertura al exterior y la mayor permeabilidad al componente internacional que se ha desarrollado en el conjunto de la historiografía española desde finales de los años noventa. Se trata de algo que ya apunté en el Coloquio de Historia y Relaciones Internacionales que organizaron nuestros colegas del Centro de Ciencias Sociales y Humanas del CSIC hace dos años, aunque ahora me gustaría constatar con algunas evidencias esa tendencia hacia la internacionalización.

-

Y por último, intentaremos sugerir algunos retos actuales que hemos de afrontar en nuestro empeño de seguir creciendo como historiadores de las relaciones internacionales en la sociedad globalizada que nos ha tocado vivir.

El punto de partida: el balance de 1994 Aquellos “apuntes para un balance historiográfico” que presentamos en 1994 contenían tres piezas básicas: a) Un breve diagnóstico de situación, que se calificaba como de “progreso con rémoras”, porque si volvíamos la vista hacia atrás podíamos ver lo que habíamos avanzado en España desde mediados de los años setenta, pero si 2

mirábamos hacia fuera –que era nuestra obsesión entonces— comprobábamos la apreciable brecha que todavía nos separaba de la Historia de las Relaciones Internacionales que se hacía en buena parte de Europa. b) Un repaso al camino recorrido por los historiadores internacionalistas en nuestro país desde Jerónimo Bécker hasta los inicios de los años noventa, un camino que iba “del páramo al huerto” a través de tres etapas: - Una inicial, la de los orígenes disciplinares, marcada por la escasa tradición de la historia diplomática decimonónica y, cuando comenzaban a despuntar las relaciones internacionales, por la excesiva mistificación que se había impuesto al servicio de un régimen sometido al ostracismo en el mundo. - Otra intermedia, iniciada a mediados de los años cincuenta con la inflexión producida por la recepción de las nuevas corrientes historiográficas en España, que sin embargo quedó confinada en lo que afectaba al cultivo de lo internacional, por el atractivo que ofrecía lo político, lo económico y lo social para dar respuestas a las solicitudes de aquel presente, que tenía una prioridad: acabar definitivamente con la excepcionalidad que representaba el franquismo. - Y una última etapa, hacia el final de la cual nos encontrábamos en 1994, de implantación efectiva de la disciplina, que se abrió paso con los estertores del anterior régimen y los inicios de la transición y que luego se remató durante los dos primeros decenios de democracia, cuando se recogieron los frutos maduros de un grupo de universitarios que por primera vez había estado formándose en el extranjero y se realizaron nuevas siembras de investigadores que, al amparo de un buen número de tesis doctorales, permitieron obtener una primera visión general, completamente renovada, de la Historia de las Relaciones Internacionales de la España Contemporánea. Terminaba yo entonces aquel recorrido diciendo que, tras el asentamiento inicial, nos encontrábamos “a las puertas de una nueva etapa”, que debía ser la de “consolidación definitiva de la disciplina”, aunque para afrontarla con ciertas garantías de éxito teníamos que tomar conciencia, no solo de los logros, sino también de las limitaciones que ofrecían nuestras investigaciones hasta entonces. c) En eso consistía, precisamente, la tercera pieza de aquel balance, en la que enunciaba un decálogo de características definitorias del estado en que se encontraba la especialidad a la luz de los resultados de cosechados por la producción investigadora en comparación a nuestros principales referentes de entonces, que eran las otras historiografías europeas, fundamentalmente la 3

francesa y la británica, en parte también la italiana y la alemana, y asimismo, algo la portuguesa. Repasemos ese decálogo: - En cuanto al ENTORNO DE ACTUACIÓN en que nos desenvolvíamos: 1. Marginalidad en la historiografía nacional. 2. Dispersión investigadora y concentración geográfica. 3. Limitado diálogo interdisciplinar. - En relación con los ENFOQUES Y PLANTEAMIENTOS que hacíamos: 4. Ausencia de debate teórico y metodológico. 5. Persistencia del discurso histórico de corte descriptivo. 6. Polarización en torno al dominio de “lo político”. 7. Acusado hispanocentrismo. - Y en materia de PREOCUPACIONES TEMÁTICAS Y CRONOLÓGICAS que focalizaban nuestras investigaciones: 8. Existencia de desequilibrios en los temas abordados. 9. Creciente tendencia a la subespecialización regional. 10. Progresivo desplazamiento cronológico hacia la historia reciente. Ahora que retomo todo esto a toro pasado, me invade una extraña sensación: la de haber desempeñado, en aquellas primeras jornadas de la CEHRI, un papel similar al de un representante burgués en los Estados Generales de la Francia prerrevolucionaria, pues el decálogo del 94 tiene aspecto de Cuaderno de Queja. Algo de eso tenía, en el fondo, tanta autoexigencia de mejora, que trataba de llamar la atención sobre el necesario redoble de esfuerzos que teníamos que hacer para conquistar nuestra principal reivindicación colectiva de entonces, que era la demanda de reconocimiento, forjada a golpe de toparnos con aquellos muros casi infranqueables que se interponían a nuestro paso; sí: demanda de reconocimiento académico por parte de nuestros colegas historiadores que cultivaban otras especialidades; de reconocimiento institucional igualmente, comenzando por el Ministerio de Asuntos Exteriores, que aparentemente era la instancia más cercana a nuestro trabajo; y de reconocimiento social, también, en un momento en que lo internacional no acababa de ser preocupación generalizada entre los españoles. Afortunadamente, creo que hoy ya hemos superado buena parte de las limitaciones que teníamos entonces y que traté de expresar en ese decálogo a modo de cuaderno de queja. Ahora, pese a que sigan persistiendo algunos impedimentos serios (como el dichoso AMAE) y no pocas incoherencias de difícil comprensión (como la nonata Colección de Documentos Diplomáticos de España), por citar los asuntos más graves, la necesidad de reconocimiento ha dejado de ser una de nuestras preocupaciones. Y lo ha dejado de ser, en parte por perseguirlo, por nuestros afanes para tratar de cubrir 4

lagunas y corregir deficiencias, y en parte por venirnos dado con la madurez, pues se requería tiempo, desde luego, para recortar aquellas distancias del atraso relativo que veníamos arrastrando de viejo. Pero también, y sobre todo, el reconocimiento ha dejado de ser nuestra particular batalla porque la Historia grande, esa que se construye a diario, la que va definiendo inquietudes sociales y moldeando comportamientos colectivos, se ha encargado de librarla por nosotros. Y essta referencia me lleva a entrar directamente en la segunda cuestión que quería plantearles hoy: la constatación de los avances realizados de mediados de los noventa para acá.

Constatando los avances realizados Efectivamente, las profundas transformaciones que se han producido en los últimos veinte o veinticinco años en el mundo, en Europa y en España, así como en la relación de España con el mundo y particularmente con Europa, han obrado mucho, muchísimo, en favor de nuestra causa. Bien sabemos los historiadores que, como todos los humanos, no vivimos en una burbuja de cristal, sino en una sociedad que cambia y se mueve, y lo hace de una forma cada vez más acelerada; pertenecemos, en suma, a un tiempo histórico, cuyo clima condiciona nuestra labor y a cuyos requerimientos tratamos de responder con nuestra práctica historiográfica. Pues bien, el tiempo histórico que nos ha tocado vivir nos ha facilitado mucho las cosas a los historiadores de las relaciones internacionales. El entorno de actuación en que nos desenvolvemos, sí; es ahí donde primero se advierten las grandes diferencias que existen entre la situación que tenemos hoy con la que teníamos veinte años atrás en nuestro campo de estudio. Para empezar, los historiadores de las relaciones internacionales ya no necesitamos dedicar muchos esfuerzos a vender nuestro producto. Ahora no predicamos en el desierto la relevancia de “lo internacional”, puesto que “lo internacional”, así como su propia mutación conceptual hacia “lo transnacional” o “lo global”, tan reveladora del cambio de percepciones y paradigmas producido en nuestro tiempo, ya no es algo reservado al entendimiento de minorías, ni precisa de desgaste alguno para su comprensión; al contrario, lo internacional está al cabo de la calle todos los días, y más en esta situación coyuntural de profunda crisis internacionalizada que nos ha caído encima, de modo que de nuestros objetos de estudio se habla continuamente en el taxi, en los medios de comunicación o en las redes sociales. ¡Quién nos lo iba a decir entonces! Atrás ha quedado, pues, nuestra vieja pelea por el reconocimiento. Porque, naturalmente, el cambio de entorno social ha provocado una profunda transformación en nuestras relaciones con los colegas de otras especialidades históricas. Ya suele ser 5

normal lo que antes era muy raro: que los historiadores de la política, la economía, la sociedad o la cultura nos inviten a elaborar contenidos para las revistas que coordinan o dirigen, a intervenir en los coloquios y congresos que organizan o a participar en los cursos de posgrado y doctorado que dirigen; a veces, incluso, hasta nos podemos hinchar de orgullo profesional al comprobar que ejercemos como señuelo para la captación de seguidores en algún que otro máster o congreso, como ha sucedido, por ejemplo, en los últimos encuentros organizados por la Asociación de Historia Contemporánea. Es más; resulta especialmente gratificante comprobar cómo nuestros otros colegas de profesión han desarrollado un interesantísimo proceso de internacionalización de sus respectivos campos de estudio. Luego aportaré algún que otro dato novedoso sobre esta cuestión, pero quizás convenga mencionar de pasada dos indicadores elocuentes de esta tendencia. El primero lo proporciona el análisis de la producción generada por las conmemoraciones de aniversarios históricos, uno de los grandes estímulos que ha animado el mercado editorial español durante las últimas décadas. Estas efemérides se han convertido en procesos de revisión historiográfica caracterizados por el cuestionamiento de los enfoques hispanocéntricos tradicionales. Hemos internacionalizado hasta la más nacional de todas las guerras que habíamos librado y la que había sido objeto de mayor nacionalización por parte de nuestra historiografía: la Guerra de Ia independencia, en cuyo bicentenario destacó su consideración como guerra peninsular. El segundo dato también es revelador: los últimos proyectos editoriales generalistas que se han realizado en nuestro país, ya se refieran a España en su conjunto o a comunidades autónomas en particular, empiezan a dedicar una parte sustancial de sus contenidos a analizar las cuestiones internacionales, como ha sucedido, por ejemplo, con la Historia general de España editada por Crítica y Marcial Pons, que ha dedicado uno de sus 12 tomos a resaltar la dimensión europea del pasado español con el título de España y Europa, algo que constituye una auténtica novedad en nuestro país; y también ha ocurrido igual con una recientísima Historia Contemporánea de Canarias en la que he tenido la fortuna de participar y que muy pronto verá la luz pública. Afortunadamente, los jóvenes historiadores que hoy se inician en el campo de las relaciones internacionales ya no tienen motivos para sentir aquella tremenda desazón que sentí yo cuando comenzaba mi tesis doctoral sobre la proyección de la II República en la Sociedad de Naciones y pude constatar que ese tema, cuando se mencionaba, se despachaba en los manuales de Historia de España en unas pocas líneas en las que se venía a decir que, como no había existido, no merecía la pena ni estudiarse. En fin, tenemos motivos sobrados para alegrarnos de todo lo que se ha producido a nuestro alrededor. De puertas adentro, también podemos sentirnos satisfechos, aunque con moderación, pues ya saben que el exceso de satisfacción puede provocar complacencia, que es la 6

antesala del estancamiento. Cuando releo los enunciados de mi cuaderno de queja del 94, observo que todavía nos quedan, desde luego, aspectos importantes que mejorar. Entre ellos, la profundización en el debate teórico y metodológico, que siempre resulta poco, aunque cabe señalar el esfuerzo continuado que se viene haciendo en esta línea con el Seminario de Estudios Internacionales que organiza el grupo de investigación del CSIC; la intensificación del diálogo interdisciplinar, más en dirección a los estudios económicos que a los políticos, sociales o culturales, con los que hasta ahora nos ha resultado más fácil interactuar; y quizás también, la búsqueda de un mayor equilibrio en los temas abordados, especialmente entre “lo grande” y “lo pequeño” o “lo bilateral” y “lo multilateral”. Luego aludiré a algunos de estos aspectos al referirme a los retos de futuro. En cualquier caso, estas pervivencias de antiguas limitaciones nuestras se nos revelan hoy secundarias en relación con el gran vuelco que le hemos ido dando a la Historia de las Relaciones Internacionales que se hace en España con el paso del tiempo: su homologación internacional. Porque, en efecto, ya nos hemos despojado de todo remedo de acomplejamiento cuando miramos hacia fuera, que antaño era nuestra gran panacea; ya no tenemos aquella especie de pesadumbre, que se proyectaba desde Jerónimo Bécker (y aún desde más atrás) hasta nuestros días, de sentirnos prisioneros de una especie de atavismo histórico. Resulta especialmente gratificante para nuestra autoestima colectiva acudir a coloquios internacionales de nuestra especialidad y escuchar de nuestros colegas europeos palabras de reconocimiento a los logros de la historiografía internacionalista española, y lo es mucho más cuando esos estímulos proceden, sin ir más lejos, de los franceses que han recibido la herencia de Renouvin y Duroselle. Creo que este ha sido, sin duda, el resultado más importante que hemos conseguido con nuestro quehacer historiográfico durante estas dos últimas décadas, que es suma de lo que habíamos acumulado en las dos anteriores, desde mediados de los años setenta: al fin, “semos europeos”, somos tan europeos como los mejores europeos, si no en “deuda soberana” y “prima de riesgo”, al menos en Historia de las Relaciones Internacionales. En la base de este gran logro está el hecho de que nuestra historiografía, como el país entero, se haya europeizado, y al hacerlo, para ir al encuentro de otras historiografías europeas, ha tenido que desarrollar, como Europa entera, primero con el euro y luego con la integración de los países del Este, sus particulares procesos de convergencia y de ampliación de fronteras: en nuestro caso, convergencia de enfoques y métodos y ampliación de fronteras temáticas y espaciales. ¿En qué se nota este proceso de europeización de la historiografía internacionalista española? En muchas cosas, desde luego; pero, por citar algunas de las más significativas, voy a mencionar media docena de ellas, que bien pueden valer para 7

definir los nuevos perfiles que ha ido adoptando la historia de las relaciones internacionales en España: -

Nuestra área de investigación se ha convertido en una historia preocupada no solo por las relaciones políticas y sus derivas diplomáticas y estratégicas, sino también por las relaciones culturales y las interacciones entre culturas y prácticas sociales, por las corrientes de opinión y percepciones e imágenes del otro, por dejar constancia tanto de la impronta personal como de las fuerzas colectivas.

-

Las investigaciones ya no solo se centran en la acción exterior del Estado siguiendo la secuencia cronológica de acontecimientos; también abordan relaciones entre actores de la sociedad civil, introducen paralelismos entre épocas distintas, sugieren constantes históricas que se proyectan en el tiempo e indagan en identidades compartidas en el marco europeo.

-

Cada vez es más frecuente que los historiadores españoles contribuyan a la construcción de la historia de la integración europea; que aborden temas internacionales o de política exterior de otros países sin necesidad de que éstos tengan una relación directa con España, y que elaboren versiones españolas de otras historias nacionales.

-

Esta orientación ha cobrado tanta fuerza que la búsqueda de objetos de estudio no nacionales ha trascendido los entornos geográficos o culturales más próximo, como tradicionalmente eran los casos de Portugal e Iberoamérica, para ir a la conquista de los nuevos escenarios emergentes de la Europa centrooriental y balcánica, de Norteamérica e incluso de Asia. Y esto constituye, sin duda, otra novedad significativa.

-

La respuesta a las solicitaciones del tiempo presente ha conducido, como en toda Europa, a reforzar la tendencia, que ya venía apuntándose anteriormente, a desplazar el centro de gravitación de los esfuerzos historiográficos hacia las etapas más recientes de nuestra historia, reforzándose especialmente el conocimiento de las relaciones internacionales durante el franquismo y, también, de la actual España democrática.

-

Simultáneamente, se ha producido un proceso de propagación geográfica de los grupos de investigación, de forma que los estudios internacionales han dejado de ser un campo abonado casi exclusivamente en Madrid, como sucedía hasta mediados de los años ochenta, para extenderse a casi todas las comunidades autónomas españolas, lo cual ha hecho que lo local entre de lleno en la historia de las relaciones internacionales, lo mismo que en otras historias especializadas. 8

Como historiadores que somos, no podemos hacer nuestros análisis fiándolo todo a nuestras intuiciones, sino fundamentarlos en evidencias –faltaría más. No podemos trabajar sin fuentes, desde luego; tampoco a la hora de hacer historia de nuestra propia trayectoria. Por ello me he permitido explorar una de ellas a la hora de preparar esta conferencia: la Base de Datos de Tesis Doctorales TESEO del Ministerio de Educación que, como todos ustedes saben, es alimentada por todos los doctorandos españoles a través de un formulario que es obligado procedimiento administrativo como requisito previo para la defensa de la tesis. Como toda fuente, tiene un alcance limitado, pues solo da cuenta de los trabajos de los jóvenes investigadores que han completado su proceso de formación doctoral; pero, en cualquier caso, su explotación resulta ilustrativa para verificar las anteriores tendencias que les he venido apuntado como características del desarrollo de nuestra disciplina en los últimos años. Permítanme, pues, que les someta a una breve sesión de datos estadísticos, sin los cuales no podemos vivir en esta sociedad tan cultivadora del número. Les comento primero el procedimiento que he seguido: Y ahora veamos esos datos: Para completar nuestro análisis depurándolo de todo sesgo, sería deseable, desde luego, practicar el contraste de fuentes. Confieso que lo he intentado indagando en la Base de Datos de Libros editados en España, a cargo de la Agencia ISBN del Ministerio de Cultura, pero esta exploración requiere más tiempo del que yo disponía. Lo apuntaré como aspecto manifiestamente mejorable de esta contribución menor a nuestra pequeña historia, pues sería sumamente interesante aplicar el rigor que permite la fuente a la producción historiográfica generada por los que ya no somos tan jóvenes en este oficio. De todas formas, el dato estadístico no debe obsesionarnos, para nada. Es mero indicador de cantidad que es preciso ponderar con el inexcusable componente de la calidad; y en la sociedad globalizada del conocimiento en la que vivimos, con la proliferación de tantos productos de variada naturaleza, cada vez nos resulta más difícil realizar esa tarea tan propia de nuestro oficio, que es saber distinguir el grano de la paja. Estamos ante un nuevo tiempo histórico, sin duda, en el que los historiadores, compartiendo protagonismo con politólogos, economistas, sociólogos, juristas y otros científicos sociales, nos enfrentamos a problemas críticos en el ejercicio de nuestra profesión, algunos de los cuales tienen visos de ser de naturaleza diferente a los que se nos habían presentado hasta ahora. Creo que nos adentramos en ese nuevo tiempo histórico con bastante mejor bagaje del que teníamos hace un par de décadas; pero, para poderlo encarar con ciertas garantías de éxito, lo cual significa crecer en calidad, debemos reflexionar bastante sobre lo realizado hasta ahora y sobre las nuevas 9

perspectivas que se abren ante nosotros. Para eso estamos aquí, sin duda. Ese es el propósito que tienen estas IV Jornadas de la CEHRI al cumplirse los 20 años de su existencia. Permítanme pues que, ya como último paso de mi intervención, apunte algunas sugerencias al debate que vamos a mantener estos dos días.

Apuntando algunos desafíos actuales Ya con el tiempo encima, me limitaré a poner algunas manchas de pintura –con brocha gorda, no con pincel fino— en ese cuadro de grandes desafíos de futuro que entre todos hemos de ir pintando entre hoy y mañana en los paneles y mesas redondas que tenemos programados. Para dar nombre propio a esos brochazos, cinco grupos de cuestiones percibo a simple vista: los enfoques, los temas, los métodos, las interrelaciones y la organización como colectivo. 1. El reto de los enfoques: la historia comparada, esencial Hace tiempo que venimos insistiendo en la necesidad de hacer más historia comparada en España. De hecho, ya se han dado algunos pasos con este propósito desde nuestra especialidad, pero quizás haga falta que esos pasos sean más largos y se orienten hacia múltiples direcciones. Se trata, básicamente de elevar el alcance de nuestra mirada hacia otras situaciones nacionales para detectar similitudes y diferencias que nos permitan interpretar, en clave de análisis internacional, los procesos históricos internacionales que tratamos de analizar En esta dirección, para el mejor conocimiento de la política exterior española podría resultarnos muy útil contrastar con otras realidades nacionales los conocimientos que tenemos sobre condiciones estructurales, maquinarias operativas, formulaciones políticas, prácticas diplomáticas, protagonismos individuales o comportamientos colectivos. Entre éstos, por tomar algún ejemplo concreto tomado de recientes vivencias históricas, sería interesante estudiar de forma comparada el antiamericanismo español, o las eclosiones de pacifismo que se producen ante situaciones críticas, que no son exclusivas de nuestro tiempo, sino con profundo anclaje histórico. Y por dar alguna que otra pista a partir de las investigaciones realizadas, las relaciones bilaterales han sido tratadas por país y en períodos históricos concretos; y quizá fuera bueno aplicarles el método comparativo por ámbitos temáticos y a través del tiempo. Las sugerencias aquí podrían ser numerosas, pues hay mucho terreno virgen en España para hacer historia comparada.

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2. El reto temático: muchos objetos de estudio a nuestro alcance Aquí nos encontramos con amplias posibilidades de seguir ampliando hasta lo infinito nuestro baúl de conocimientos sobre las relaciones internacionales. Son muchos los objetos de estudio que, a la luz de la práctica desarrollada, ya están a nuestro alcance, y no solo dentro de España, sino fuera de ella, pues es necesario que profundicemos en esa línea que hemos iniciado en las últimas décadas de contribuir a la producción de conocimiento sobre la historia de otros países y áreas geográficas. Sin rebasar nuestras fronteras, en lo que afecta a la España contemporánea, el análisis de nuestra reciente producción investigadora (ya lo apuntaba antes) sigue desvelando algunos desequilibrios notables. El primero es el abrumador diferencial que existe entre el tratamiento de lo grande y lo pequeño. Nuestra tradición historiográfica ha tendido a privilegiar el estudio de las relaciones con Francia, Gran Bretaña, Italia y Alemania y se ha mostrado renuente a buscar referentes en otros países europeos, salvo el caso de Portugal, por la existencia de una historia compartida desde la guerra peninsular hasta la integración comunitaria (y, tal y como se están poniendo las cosas, Dios quiera que no tengamos también que compartir rescate europeo). Pero también con otras pequeñas y medianas potencias España ha compartido mediatizaciones económicas, supeditaciones políticas y vulnerabilidades defensivas, por lo que el análisis comparado de sus comportamientos podría ayudarnos a contextualizar mejor los planteamientos y prácticas españolas tanto en Europa como en el área mediterránea. Otro acusado desequilibrio es la abundancia de trabajos que cubren las relaciones bilaterales y el tratamiento de las situaciones de conflicto frente a la escasez de los referidos a la acción multilateral y el análisis de las prácticas de cooperación. No me refiero solo a la involucración de España en el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, cuyo análisis precisa de más estudio; sino también a la contribución española a la cooperación económica, social, cultural, técnica y humanitaria desarrollada desde los albores del XX. Este ámbito, junto al estudio de las cosas pequeñas asociadas al desarrollo de la sociedad civil y la construcción de identidades colectivas, está falto de una exploración exhaustiva en nuestro país, pudiendo resultar crucial su estudio para abordar la historia transnacional que impulsa procesos de transferencias entre distintas realidades nacionales o la historia global que trasciende fronteras. Parece evidente, por otra parte, que después del cierto abandono al que hemos sometido al siglo XIX con nuestra propensión a hurgar en lo más actual, el ochocientos quizás necesite de una revisita con los nuevos pertrechos que hemos acumulado en el 11

tratamiento del siglo XX. En esta dirección, cabría plantear algunas posibles líneas de trabajo: una podría ser la actualización de ciertos temas relacionados con el apartamiento español de los asuntos continentales, pues, por poner un ejemplo, el estudio sobre la España en el Congreso de Viena que hiciera el Marqués de Villaurrutia en 1928 sigue siendo hoy casi la única referencia de la que nos valemos para el análisis de esta cuestión; otra pudiera apuntar hacia el estudio global de la política europea de España en algunos períodos dotados de unidad histórica, porque sorprende que aún no dispongamos de visiones de conjunto que integren los muchos conocimientos parciales que tenemos sobre el comportamiento de la España absolutista ante la Europa restaurada. Finalmente, intuyo que también sería deseable que nuestra específica historiografía internacionalista incorporara más en sus análisis las múltiples interrelaciones no específicamente derivadas de la acción exterior del Estado. Me refiero a la integración de ese constante trasiego de influjos políticos, económicos, sociales y culturales que los nuevos enfoques de las otras historias especializadas han puesto de relieve recientemente al hacer historia de España con una perspectiva más internacionalizada y cuya toma en consideración nos ayudará a enriquecer la perspectiva que damos a nuestras investigaciones. 3. El reto metodológico: el trabajo con las nuevas fuentes Aquí se encuentra, atisbo, uno de nuestros más grandes desafíos, referido a las fuentes. En el futuro los historiadores ya no tendremos un problema de fuentes, sino un reto metodológico extraordinario en nuestro trabajo con las fuentes. Hacer historia, más que paciente y perseverante pesquisa en archivos, va a exigir, además de rigor – como siempre—, mucha, muchísima destreza para tratar con la ingente masa documental que tenemos a nuestra disposición, muchas veces en nuestro despacho de trabajo o en nuestra propia casa a través de Internet. Se trata, básicamente, de saber navegar en un auténtico mar de información sin desorientar el rumbo para evitar todo riesgo de naufragio, especialmente al sortear los continuos vientos de subinformación y las aparatosas tormentas de deformación informativa a que nos enfrentamos en la reconstrucción del pasado. Estamos viviendo, desde luego, una auténtica revolución en la producción de las fuentes históricas. Hace dos o tres décadas, empezamos a descubrir el valor añadido que proporciona a nuestro trabajo la incorporación de fuentes orales y audiovisuales. Hoy ya empezamos a descubrir grandes filones electrónicos de información útil haciendo uso de una variada gama de tecnologías sencillas y de los metabuscadores que nos facilitan nuestras bibliotecas universitarias. Intuimos, además, que de momento solo se están dando los primeros pasos en la construcción de esa especie de Archivo Electrónico de la Humanidad que hará innecesaria la visita a los archivos 12

dentro de unas cuantas generaciones (aunque mucho me temo que con una salvedad: la del AMAE). Ahí están, en primer lugar, tanto los archivos electrónicos públicos que están almacenando una parte considerable de la documentación que se genera en nuestro tiempo, buena parte de la cual se pone a nuestra disposición desde el mismo momento de producirse, como los procesos de digitalización de la documentación depositada en archivos históricos. A ello hay que sumar la posibilidad de que cobren protagonismo las iniciativas civiles encaminadas a la difusión de documentación oficial no desclasificada, práctica inaugurada con la iniciativa tomada por WikiLeaks de desvelar una parte de los fondos del Departamento de Estado norteamericano. Pero también hay que tomar en consideración los archivos electrónicos privados, pues en nuestra época la potestad de generar documentos y de organizarlos en archivos ya no constituye un privilegio de las instituciones públicas y la minoría de actores políticos, económicos, sociales o culturales que hasta hace poco disponían en exclusiva de los recursos necesarios para dejar testimonio de su paso por la historia. El uso generalizado de Internet en el trabajo y en los hogares, unido a la paulatina democratización del conocimiento, está provocando que cualquier persona, actuando aisladamente o de forma interactiva con otras, pueda producir una variada gama de documentos susceptibles de utilización por el historiador, aun cuando todavía nos encontremos en fase embrionaria de su tratamiento con fines investigadores. Pensemos en los sitios y blogs que contienen presentaciones, diarios y todo tipo de testimonios personales y profesionales, así como en las redes sociales desde las cuales se activan movilizaciones ciudadanas o estados de opinión ante determinados acontecimientos, tal y como se ha puesto de manifiesto en la llamada “primavera árabe”, o en las noticias que han alcanzado relevancia pública después de haberse convertido en destacados tópicos en Twitter o Facebook. Menudo reto tenemos por delante si queremos hacer uso de este universo de testimonios privados en permanente expansión y transformación. Es previsible que esta revolución documental de la era digital refuerce la tendencia a desplazar aún más el centro de gravitación de la producción historiográfica hacia la historia reciente, algo que se percibe no solo en la historia de las relaciones internacionales, sino en todas las especialidades históricas. Pero, más allá de este corrimiento de nuestras miradas hacia el tiempo presente, pocas cosas están cambiando tanto actualmente como el concepto mismo de documento. Los recursos tecnológicos que tenemos a nuestro alcance (y piénsese que los que usamos ahora nos parecerán arcaicos dentro de veinte años), así como las crecientes demandas de transparencia informativa que la sociedad civil está planteando a los poderes públicos y a todo tipo de organizaciones (un aspecto más, interesantísimo, del avance hacia una 13

democracia más participativa en las sociedades avanzadas), están provocando cambios importantes en los procesos de producción, reproducción y divulgación de las fuentes de la historia que, inexorablemente, nos afectan de lleno a nosotros, los historiadores. En suma, se está produciendo una radical transformación de la relación que hemos venido manteniendo hasta ahora con los documentos, y esto nos obliga a una permanente adaptación de nuestros métodos y técnicas, así como a un constante replanteamiento de nuestra propia práctica historiográfica. 4. El reto del diálogo interdisciplinar: lo internacional, como un todoterreno. La historiografía española de las relaciones internacionales se ha inclinado tradicionalmente hacia el estudio de la diplomacia política. Hay que reconocer que también hemos integrado –y con notable éxito, en algunos casos— la diplomacia cultural, especialmente en lo que se refiere a los intercambios culturales y miradas cruzadas del otro. Sin embargo, quizás no podamos decir lo mismo de la diplomacia económica, cuyo análisis solemos dejar en manos de la historia económica, o de ese otro territorio de las prácticas y culturas políticas y los cambios sociales, cuyo tratamiento ha corrido a cargo de la historia política y la historia social. Ejemplos significativos de esta disociación los encontramos en los estudios referidos a la mediatización anglo-francesa en el siglo XIX o al proceso de integración en Europa durante el siglo XX: tanto en uno como en otro caso, todas las monografías de que disponemos están planteadas en una única dirección: o tratan los aspectos políticos o analizan las cuestiones económicas, pero todavía falta por englobar estos dos enfoques paralelos. Quizás a ningún otro campo de estudio le interese más propiciar la convergencia de historias especializadas que al nuestro. Por una parte, hemos de estar atentos a los procesos de desnacionalización que se están produciendo en otras especialidades, porque sus aportaciones están siendo cada vez más relevantes para nuestras investigaciones. Por la otra, quizás debamos auspiciar puntos de encuentro que faciliten el entrecruzamiento. Hay otra dirección hacia la que apunta el diálogo interdisciplinar. Ya lo comentábamos antes de pasada: con el aterrizaje de la historia local en las relaciones internacionales se han abierto nuevas posibilidades para el enriquecimiento temático de la especialidad. Pero no está siendo fácil integrar el ejemplo o la peculiaridad territorial en los estudios referidos al Estado ni tampoco alimentar la historia local a partir de la identificación de preocupaciones generales. Es necesario, pues, impulsar procesos y mecanismos que faciliten la retroalimentación de lo local y lo estatal en el tratamiento de lo internacional. Hasta ahora las conmemoraciones han servido para promover 14

buenas prácticas en esta dirección y a buen seguro que esta tendencia proseguirá en un futuro. Pero no creo que baste con quedarse en las efemérides para propiciar un salto definitivo hacia estos enfoques integradores; habrá que emprender proyectos coordinados de forma sistemática. También en este terreno puede servirnos de gran utilidad el recurso a la historia comparada, aunque en este caso es más adecuado afrontarla desde la acción colectiva que desde el protagonismo individual. Y con esto entro de lleno en el último brochazo que quería dar a este cuadro de desafíos. 5. El reto organizativo: lo colectivo, clave en lo global. El tiempo presente nos está planteando continuamente la necesidad de afrontar el quehacer historiográfico no solo desde el trabajo individual sino también a través de la acción cooperativa. Vivimos en un mundo caracterizado por la articulación de sociedades, redes y alianzas que tratan de superar todo tipo de fronteras: las nacionales, las de especialidades, las de escuelas,… Es cierto que hemos realizado algunos avances en la última década: la colaboración entre grupos de investigación para el desarrollo de proyectos es cada vez más frecuente… Pero creo que queda bastante por hacer en unos tiempos de globalización del conocimiento en que la acción colectiva resulta crucial para dar valor añadido a las investigaciones individuales y de grupo. Sobre todo, hemos de dar estabilidad y continuidad al trabajo colaborativo si queremos afrontar los grandes retos. Así será más fácil hacer más historia comparada, profundizar en los temas que han sido objeto de menor tratamiento, hacer uso de las nuevas fuentes e interactuar con otras ciencias sociales y especialidades de la Historia. Seguro que tendremos ocasión de debatir sobre todo esto aquí, entre hoy y mañana. Ojalá que también podamos, además de hablarlo, definir algunas líneas de actuación concretas de cara al futuro y, especialmente, reforzar nuestra articulación en torno a la Comisión Española de Historia de las Relaciones Internacionales como cauce para la acción colectiva del que podemos, y debemos, sacar mejor partido si lo potenciamos entre todos. Así podremos dar pleno sentido a este reencuentro tan grato y necesario al cumplirse nuestros primeros 20 años como colectivo organizado. Nada más y muchas gracias.

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