Nos robaron las palabras. La literatura como forma de subversión

May 23, 2017 | Autor: Daniel Pinto | Categoría: Languages and Linguistics, Literature, Linguistics, Lingüística, Literatura
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Treći međunarodni interdisciplinarni skup mladih naučnika društvenih i humanističkih nauka The Third International Interdisciplinary Conference for Young Scholars in Social Sciences and Humanities

Zbornik radova Book of Proceedings www.ff.uns.ac.rs

Treći međunarodni interdisciplinarni skup mladih naučnika društvenih i humanističkih nauka KONTEKSTI Univerzitet u Novom Sadu Filozofski fakultet 1. decembar 2015. ZBORNIK RADOVA

The Third International Interdisciplinary Conference for Young Scholars in Social Sciences and Humanities CONTEXTS University of Novi Sad Faculty of Philosophy 1 December 2015 BOOK OF PROCEEDINGS http://digitalna.ff.uns.ac.rs/sadrzaj/2017/978-86-6065-409-2 ISBN 978-86-6065-409-2

Novi Sad 2017

FILOZOFSKI FAKULTET UNIVERZITETA U NOVOM SADU Za izdavača Prof. dr Ivana Živančević Sekeruš, dekanica Filozofskog fakulteta Urednik Doc. dr Željko Milanović Tehnička redakcija Kristina Ivšić Lektura Iva Tešić Sanja Maričić Mesarović Ana Halas Ana Rimar Željko Marković Daniela Marčok Pokrovitelj Pokrajinski sekretarijat za nauku i tehnološki razvoj

FACULTY OF PHILOSOPHY, UNIVERSITY OF NOVI SAD For the publisher Prof. Dr Ivana Živančević Sekeruš, Dean of Faculty of Philosophy Editor Doc. Dr Željko Milanović Technical Editing Kristina Ivšić Proofreading Iva Tešić Sanja Maričić Mesarović Ana Halas Ana Rimar Željko Marković Daniela Marčok Supported by Provincial Secretariat for Science and Technological Development

Daniel Pinto Pajares Universidad de Vigo [email protected]

UDC: 81'1:82.0

NOS ROBARON LAS PALABRAS: LA LITERATURA COMO FORMA DE SUBVERSIÓN

The ordinariness of words has taken them off a subversive value that has been noticed in this article. Human language offers to us an unlimited capacity which, nevertheless, restrict us its true shape, different languages. The aim of this work is to enclose the only tool that can give us back an essence not only symbolic, but especially revolutionary. This tool cannot be other one than literature, since through it, Homo sapiens recovers his thinking character that allows him to conceive culture as an emancipating way. In this paper, I will firstly introduce the topic to highlight its relevance. Secondly, I will talk about the language as a subversive faculty. In front of this, I will thirdly show how human languages betray this potentiality that, finally, the literature recovers. Keywords: Human language, culture, languages, emancipation, literature.

Introducción El campo de la literatura posee el poder de construir al ser humano a través del rol social que juega el lenguaje entendido como facultad intrínsecamente humana. La literatura ha de entenderse no únicamente como un arte capaz de remover sentimientos sino también como una herramienta de cambio social. Una de las facetas de las sociedades contemporáneas es el nivel cultural, todo ese mundo simbólico mediante el que representamos la realidad y que debe ser arma de las capas bajas de la sociedad sin parapetarse en la marginalidad. La nueva cultura nacida de una concepción distinta del mundo ha de disputar el espacio a la cultura dominante. Para Antonio Gramsci, la hegemonía alternativa a la dominante tiene que librar una guerra de posiciones con el fin de subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social (Gramsci 1979). En este artículo, se abordan los conceptos de lenguaje y sociedad como elementos paralelos a la literatura. El objetivo es demostrar que la literatura es una herramienta lingüística que, mediante el lenguaje como mediador, puede llegar a ser un recurso potencialmente subversivo. Las características del lenguaje son

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absolutamente revolucionarias y solo hace falta una chispa, la literatura, que detone semejante carga. El lenguaje y su potencialidad subversiva A lo largo de la historia de la lingüística se han formulado diferentes hipótesis y teorías con respecto al origen del lenguaje. En esta ocasión, nos interesan dos corrientes de pensamiento: la ambientalista y la innatista. La primera suponía que el ser humano nace como una tabla rasa siendo la experiencia en el entorno ambiental quien le otorga la capacidad de hablar. La segunda, en cambio, ha insistido en el carácter congénito de dicho aprendizaje. Ambas tesis han convivido en una proporción semejante de aceptación hasta que las propuestas generativistas de Noam Chomsky se han afianzado (Beorlegui Rodríguez 2007: 584). Para este lingüista estadounidense (ibíd.), todas las personas poseemos una dotación innata que en un primer momento se encuentra en estado cero pero que el contacto con el ambiente social correspondiente hace que el lenguaje se plasme en una lengua determinada. Chomsky caracteriza al lenguaje como una gramática universal, es decir, un conjunto de principios y reglas que comparten todas las lenguas (Chomsky 2002: 134). El emisor, nativo de determinada lengua, es capaz de producir proposiciones espontáneas que nunca antes se habían pronunciado y el receptor, también nativo, las entiende a la perfección. Tomemos la oración siguiente, totalmente inventada en el momento en el que escribo: Ayer pude ver en el parque de enfrente de tu casa cómo una cigüeña enorme recogía palitos del suelo y los llevaba al nido que estaba construyendo. Es altamente probable que la oración anterior no se haya producido nunca. Sin embargo, yo, como hablante nativo de castellano, la he generado sin pararme a pensar en concordancias gramaticales de ningún tipo. A su vez, el receptor nativo de castellano la ha entendido perfectamente sin necesidad de analizar la correcta utilización de los tiempos verbales. En cierta medida, puede resultar abstracto este carácter infinito del lenguaje, pero es fácilmente demostrable en tanto que las oraciones siempre se pueden alargar. No puede existir una oración que sea la más larga porque siempre se le pueden añadir nuevos sintagmas. Si nunca existe una oración que sea la más larga, es evidente que el número de oraciones posibles en una lengua es infinito. Tal y como asegura Chomsky, “el hecho crucial del lenguaje humano es la potencialidad de formar oraciones nunca antes formadas y de entender oraciones nunca antes oídas” (Chomsky 1970: 35). Por consiguiente, la gramática universal se define 300

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como el conjunto finito de leyes que permiten producir un número infinito de expresiones orales. Pese a existir comunicación en algunas especies animales como las abejas, solo la comunicación humana cuenta con un nivel de abstracción mayúsculo. Dicho nivel se puede justificar con el análisis que Ferdinand de Saussure hizo sobre los signos lingüísticos. Para este lingüista, el signo es dual porque está formado por un significante – la imagen acústica, la huella física (sonora) – y un significado – la representación mental de una realidad, la idea – (Saussure 2007: 40). Veamos un ejemplo: la representación mental de madre es común a todas las personas, independientemente de su lengua materna, puesto que todos somos capaces de reconocer una mujer, o hembra en el caso de los animales, que ha tenido descendencia. Sin embargo, cada comunidad lingüística elegirá un significante diferente: para un hausa será uwar, para un francés será mère, para un uzbeco será ona, para un holandés será moeder, para un ecuatoriano será madre o para un maorí será whaea. Como vemos, la idea de “madre” no está vinculada a un significante concreto sino que cualquiera de los anteriores es válido. Esto conduce a Saussure a afirmar que el signo lingüístico es “inmotivado, es decir arbitrario en relación con el significado, con el cual no tiene nexo ninguno natural en la realidad” (Saussure 2007: 94). La realidad es universal, pero la palabra es particular. Una vez descritos los dos elementos que forman el signo lingüístico, es necesario indagar en su servicio a concepciones particulares del mundo. A continuación voy a comentar algunos ejemplos. En primer lugar, en latín famulus – de donde deriva nuestra palabra familia – significa esclavo. Las familias romanas, que albergaban parientes de diferentes generaciones y lazos de sangre, también reunían en su interior a los esclavos. De modo que al hablar de familia se alude literalmente a un conjunto de esclavos (Bordelois 2003: 50). Por otro lado, recordemos que la palabra latina tripalium – que daría lugar a trabajo –, significa tres palos y aludía a una forma de tortura aplicada en la Edad Media que conducía a la rotura de los huesos del castigado (ibíd.: 63). Así, al llegar a casa hablamos del trabajo sin percatarnos del oscuro origen de esta palabra. Un último ejemplo revela que los conquistadores españoles negaron a los indígenas latinoamericanos el concepto de alma, y los nazis exterminaron a los 301

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judíos, a los que previamente habían denominado unmenschen (no humanos) (Monedero 2012: 53). En ambos casos, los que disponían de las armas negaron a los débiles su propia esencia humana. Se podría concluir que quien nombra, manda, y quien acepta las denominaciones es un subordinado. La conexión entre lenguaje y poder no es fortuita, pues dominando las palabras, se domina la mente. Con todo esto no se pretende desacreditar el sentido actual de las palabras, pues las lenguas cambian con el tiempo. Sin embargo, convendría acercarse a los orígenes para observar cómo se han modificado intencionalmente ciertos significados. Esta inquietud por retrotraernos a la etimología nos conduce al ethymon (procedente del griego ἔτυμος), es decir, lo cierto. En la Grecia clásica, el significado veraz de las palabras había que buscarlo en el momento inaugural en el que se pronunciaron por primera vez. El escritor austriaco Karl Kraus afirmó que “cuanto más de cerca contemplamos una palabra, más lejos esta mira” (Kraus 1990: 98). Seamos científicos de las palabras, analicémoslas con lupa y averigüemos quién es el responsable de que la “democracia” consista en el poder de las multinacionales. Habiendo quedado claro que al hablar de lenguaje nos referimos a una facultad estrictamente humana, el lenguaje puede ser subversivo en la medida en que ordena nuestro mundo simbólico. Mediante el lenguaje representamos la realidad gracias a los signos lingüísticos compartidos en nuestra comunidad de hablantes. El lenguaje es subversivo porque sus características se oponen a la sociedad de la opulencia en la que estamos inmersos. Se podría decir que el modelo capitalista ofrece una esclavitud muy sutil a través de bienes de consumo costosos, agotables y no compartidos con la sociedad. Frente a ello, el lenguaje es gratuito, infinito y solidario. Es por ello que las clases dominantes amordazan al lenguaje, vulneran su potencialidad y silencian su riqueza. La transformación social se encuentra en numerosas situaciones, y también en los intercambios lingüísticos, en los diálogos en la mesa familiar, en las riñas adolescentes o en los merecidos descansos de los trabajadores en la puerta de la fábrica. Porque el lenguaje es una tecnología social perfecta que permite trasladar pensamientos desde una mente a otra, posibilitando, de este modo, la comprensión del ego y el reconocimiento del alter. La lengua y su impotencia subversiva Si, como he señalado, el lenguaje es una facultad natural e innata del género humano, la lengua no es más que la manifestación de esa facultad. La lengua es la 302

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forma particular que toma el lenguaje para constituirse como un medio de comunicación entre miembros de una misma comunidad lingüística. Un niño nacido en Perú y otro en Islandia poseen la misma capacidad de lenguaje, pero sus condiciones ambientales hacen que adquieran lenguas completamente distintas. Es, por tanto, la lengua una confluencia de una dotación genética y de la influencia externa, sirviendo esta última como el detonante de la lengua materna. Las lenguas del mundo implican una riqueza incuestionable para la humanidad. No obstante, a la hora de planificar esa subversión social y cultural que nos interesa, las lenguas se sitúan enfrente de nuestro objetivo porque el poder reside en ellas. Para Roman Jakobson (ápud. Barthes 1973: 68), un idioma se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir. Hablar una lengua, sea la que sea, implica transmitir una ingente cantidad de información de la que normalmente no somos conscientes porque pertenece a la propia estructura del idioma. Cada lengua elige sus categorías gramaticales, de modo que la visión del mundo de una comunidad de hablantes concreta se heredará a las generaciones futuras imponiéndoles, por tanto, esquemas mentales determinados. Como hablante de español, mi lengua me obliga a elegir el grado de cordialidad con el que trataré a mi interlocutor – tú o usted –. Asimismo, la relación espacial y temporal debo marcarla tomando como punto de referencia al sujeto de la oración: en la frase “estoy aquí” se infiere que el lugar geográfico al que alude el adverbio deíctico aquí corresponde con el espacio que ocupa el hablante. Por ejemplo, el chino mandarín interpreta el futuro mediante adverbios, lo cual se traduce en que aquellos hablantes identifican dimensiones diferentes a los tiempos pasado y presente, por un lado, y al futuro por otro lado. Asimismo, mientras que el castellano puede marcar morfológicamente el pasado, presente y futuro – trabajó, trabaja, trabajará –, el inglés solo puede marcar morfológicamente el pasado y el presente – worked, Works –, pero no el futuro – will work, be going to work –. (Comrie, Matthews & Polinsky 1997: 89). La lengua ibo solo conoce ocho adjetivos que marcan color, dimensión, edad, etcétera, de modo que estos hablantes entienden el resto de cualidades mediante otros procesos. Sin salir del mundo de los adjetivos, el grado de los mismos se expresa en español a través de otras palabras – muy alto –, mientras que el inglés lo hace igual – more beautiful – o con morfología – bigger –.

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En yidín, una lengua australiana, yuyurungul significa “ruido de la serpiente cuando se desliza por la hierba”. Como vemos, el yidín sintetiza la información mientras que los hispanohablantes estamos obligados a desglosarla. El castellano puede referirse a distintos modos de caminar pero siempre teniendo como base el lexema verbal, en este caso caminar. Sin embargo, en sona, lengua bantú hablada en Zimbabue, existen hasta doscientos verbos diferentes que indican diversas formas de caminar. A continuación reproduzco una lista exigua (Comrie et al. 1997: 89):                 

Chakwair: caminar por un sitio con barro produciendo chapoteo. Chwakatik: caminar haciendo ruido de quebrar ramas. Dowor: caminar largo rato descalzo. Donzv: caminar con un bastón. Duduk: caminar hacia atrás. Kokonyar: caminar encorvado. Kunzvur: caminar sin descanso. Mbey: recorrer un área caminando. Mbwembwer: caminar arrastrando el cuerpo o el culo. Minair: caminar contoneando las caderas. Panh: caminar un trecho largo. Pfumbur: caminar levantando polvo. Pushuk: caminar con una vestimenta muy corta. Rauk: caminar a zancadas. Rindimar: caminar altivamente. Shwitair: caminar casi desnudo. Vefuk: caminar doblado por un gran peso.

Hay quien podría sospechar que este autoritarismo de la lengua que acabo de ejemplificar escaparía a un género discursivo palmariamente objetivo: el lenguaje científico. Las verdades de la ciencia son incuestionables en tanto que ideas y procesos. Sin embargo, cuando se trata de utilizar la lengua para traducir con palabras las distintas observaciones y teorías, ni siquiera el lenguaje científico se escapa de la traición de los consensos lingüísticos. La oración “el agua hierve a cien grados” manifiesta una verdad categórica; no obstante, su verbalización contiene elementos que impone la lengua: el presente de indicativo en castellano 304

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se puede referir tanto a una verdad universal como a un acontecimiento que ocurre en el momento del habla. Por tanto, el agua hierve a cien grados, ¿qué significa? ¿Que siempre hierve a esa temperatura o que solo lo hace en este preciso instante? Como vemos, resulta imposible romper las cadenas que imponen las lenguas. La literatura como trampa de la lengua y arma subversiva El poder fue definido por Max Weber como “la probabilidad de que un actor dentro de una relación social esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad al margen de la base sobre la que descansa dicha probabilidad” (ápud. Castells 2009: 35). El poder puede aparecer en los intercambios sociales, en las manifestaciones culturales, en los consensos simbólicos, en las modas, en la publicidad y también, como hemos demostrado, en la lengua. La lengua nos dicta determinadas categorías de las que parece no haber escapatoria. Sin embargo, para recuperar esa libertad y esa subversión que nos brinda, como ya dijimos, la facultad innata del lenguaje, no queda más remedio que hacerle trampas a la lengua. Y este juego revolucionario se encuentra, invariablemente, en la literatura (Barthes, 1973). El lenguaje nos brinda algo más que una transmisión del pensamiento; también nos proporciona la capacidad de moldear, como si de un objeto de barro se tratase, esa traducción de ideas. Los pintores, escultores o músicos están condenados a la tiranía del medio, pues un objeto material externo a ellos – sea la pintura, el mármol o el piano – es su dependencia. Sin embargo, hay una categoría de artistas completamente independiente: el poeta. El poeta disfruta del medio más fluido de todos, el lenguaje, ese instrumento que le permite desarrollar sin límites las posibilidades de su expresión. En este sentido, el poeta conoce el grado máximo de la libertad por dos motivos fundamentales. En primer lugar, porque su herramienta de trabajo es el lenguaje con el cual ordenamos nuestro mundo simbólico y cuyas características sociales – gratuito, inagotable y compartido – se oponen a la sociedad de la opulencia – preciada, limitada y egoísta –. En segundo lugar, el poeta es libre en tanto que puede jugar con el contenido y la forma de sus obras sin límite alguno: crea obras y las puede dotar de tantas apariencias como le plazca porque la capacidad expresiva del lenguaje es ilimitada. Al hablar de poetas y de poesía, cometeríamos un grave error si limitásemos el campo semántico a un género literario determinado. Ya que hemos hablado de recuperar el ethymon, es decir lo cierto o lo real, adentrémonos en la fundación de 305

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la palabra poesía. Este vocablo procede del griego ποίησις (“poíesis”, creación) que, a su vez, deriva del verbo ποιέω (“poiéo”, crear, fabricar). Así pues, la poesía consiste en crear algo, en desmenuzar los recuerdos, sentimientos, anhelos o impresiones de la mente humana y plasmarlos a través de la palabra. Una palabra poética, la más bella de todas, que se enfrenta a la palabra oficial. Y es en este sentido como hemos de entender la poesía. La poetisa argentina Alejandra Pizernik describe esta “creación” exaltante del modo siguiente: A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Decir libertad o verdad y referir estas palabras al mundo en que vivimos o no vivimos es una mentira. No lo es cuando se las atribuye a la poesía: lugar donde todo es posible (Pizernik 1975: 67). Si existe un espacio donde se une un carácter permanente de libertad y de belleza, podemos sospechar que ese lugar se llama poesía, o en su sentido amplio, literatura. Resultaría desacertado marcar una ruptura entre la literatura y la poesía, puesto que la primera no es tan solo una disciplina artística y la segunda no se limita a un género literario. Ambos lemas han de entenderse como construcción de algo dentro de un espacio totalmente libre y original. La literatura es capaz de burlar las imposiciones de la lengua porque goza de cualidades que permiten jugar con ella, crear ambigüedades, potenciar el ritmo, referirse a algo utilizando recursos simbólicos e incluso alterar la rígida gramática de la lengua. Hemos de mirar más allá de la propia sustancia de la literatura, porque su arma revolucionaria es la forma, es decir, la capacidad de modular el lenguaje al antojo del poeta con el objetivo de otorgar una significación especial a lo que dicen esas palabras habituales. Las figuras retóricas y los tropos son mecanismos de expresividad que matizan el lenguaje a través de toda una carga intrínseca de afectividad. De este modo, disfrutamos de auténticas cargas emocionales como las siguientes:

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„Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento“ (Hernández 2010: 11).

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„Y fui como un herido por las calles hasta que comprendí que había encontrado, amor, mi territorio de besos y volcanes“ (Neruda 2003: 52).

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„De piedra, los que no lloran. De piedra, los que no gritan. De piedra, los que no ríen. De piedra, los que no cantan“ (Alberti 2003: 33).

A través de recursos estilísticos como la hipérbole en el primer ejemplo, la metáfora en el segundo o el paralelismo en el tercero, la palabra poética moldea el mensaje y le da forma confiriéndole la excelencia estética. El crítico soviético Víktor Shklovski aportó el concepto de extrañamiento en su obra El arte como recurso, sosteniendo que la cotidianeidad provoca que se pierda la frescura de la percepción de los objetos (Todorov 2002: 55). La rutina se caracteriza por la repetición, al igual que la lengua. Un acto es entendido como rutinario cuando no hay sorpresas, cuando se asimila como un hábito; y la lengua funciona en tanto que se repite en la cotidianeidad por un grupo determinado de hablantes. Por tanto, la repetición genera estereotipos y consensos sociales que son la principal figura del poder. El ministro de Propaganda de Adolf Hitler, Joseph Goebbles, entendió hábilmente la repetición como un rasgo intrínseco de la lengua y afirmó que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” (Georg Reuth 2009: 340). Cuando se escucha hablar de la globalización, a menudo se olvida que su referente no es más ni menos que el imperialismo comercial. Los telediarios suelen hablar de daños colaterales para referirse a civiles bombardeados en tal o cual guerra. El Gobierno estadounidense se refiere a procedimientos de facilitación de ulterior información para evitar la dureza de la palabra tortura (Monedero 2012: 121). Por consiguiente, la literatura pretende destruir ese enmascaramiento de la verdad que supone la repetición y la cotidianeidad. La literatura es un agente moldeador del lenguaje, pues no solo se centra en el contenido de la obra sino especialmente en su forma, en la estética de la oración. Nuestra civilización parece conformarse únicamente con el efecto, con la reacción que le provocan los acontecimientos de la obra literaria. Se conforma así un objeto perteneciente al mundo de la mercancía, donde se adquiere una historia que haga sobresaltarse de un modo u otro. Pero nuestra sociedad parece olvidar el trabajo productor, las manos que moldean el lenguaje y cuyo fruto no es tan solo contenido sino especialmente forma. La palabra debe abandonar su confinamiento en los medios de comunicación y conquistar aquel espacio liberador que ayuda a completar el proceso de 307

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humanización que se dio nuestra especie tras la aparición de la cultura. Deteriorar la palabra supone en última instancia una lenta autodestrucción a la cual le sigue el exterminio de la cultura. Y la cultura es precisamente un aspecto que nos diferencia de cualquier otra especie animal; la cultura es quien nos hizo erguirnos y dejar atrás la sabana; la cultura es quien nos enseñó a derretir el metal y moldearlo a nuestro antojo; la cultura es quien nos permitió elevar edificios hasta rozar las nubes; la cultura es quien relata la historia de la humanidad de un modo sublime; la cultura es Brecht, Petrarca, Baudelaire, Poe, Lorca, Da Vinci, Carpentier o Maalouf; en definitiva, la cultura es quien abre un halo de luz en la tribu y rompe el cerco de oscuridad. Platón expulsa a los poetas de la ciudad porque los considera imitadores; pero nada más lejos de la realidad: los poetas son creadores subversivos. Al hacer esto, el filósofo griego está reconociendo la capacidad violenta que conlleva la poesía. Violencia contra la injusticia y contra la opresión, porque la palabra poética siempre va a violentar la palabra oficial. Conclusión A lo largo de estas páginas, he resaltado el poder de la facultad humana del lenguaje. En tanto que facultad innata en los humanos, es una de las características más relevantes para diferenciarnos de otras especies animales. En tanto que producto social, el lenguaje se opone a la sociedad de la opulencia y del consumo gracias a su carácter gratuito, infinito y solidario. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de su plasmación en la realidad: la lengua. Esta supone un autoritarismo feroz en la medida en que pone al hablante en una situación continua de elección y, diga lo que diga, el hablante no es libre de transmitir exclusivamente la idea que desee. Por ello, se hace imprescindible recurrir a la literatura como medio emancipador a través del moldeamiento del lenguaje. La forma que otorga la palabra poética a las ideas resulta inconmensurablemente subversiva porque sus circunloquios y recursos retóricos sortean las imposiciones primarias de la lengua. La dominación de unos hombres sobre otros se enmascara tras una falsa cortina de legitimidad que se consigue mediante el poder simbólico, el cual se encuentra en numerosas instituciones sociales, como en este caso lo es la lengua. La lengua como instrumento de opresión legitima la exclusión y naturaliza la dominación. Es en el sentido de la dirección cultural gramsciana donde hemos de jugar un papel extraordinario para cimentar una hegemonía cultural no subalterna, sino alcanzando la plena naturalidad intelectual. Para ello, los poetas, o creadores, 308

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se sirven de la palabra poética, aquella que cuenta en grado máximo con la subversión más digna de los hombres y mujeres. Porque la nobleza de la especie humana no puede ser otra que alcanzar los anhelos de libertad, de igualdad y de fraternidad y gracias a la literatura ascendemos varios peldaños en esta empresa. La poesía es revolucionaria porque es bella y es bella porque es revolucionaria. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Alberti, R. (2003). Antología poética. Córdoba (Argentina): Ediciones del Sur. Barthes, R. (1973). El placer del texto. París: Siglo XXI. Beorlegui, C. (2007). El lenguaje y la singularidad de la especie humana. Thémata. Revista de Filosofía, 39, 583-590. Bordelois, I. (2003). La palabra amenazada. Buenos Aires: Libros del zorzal. Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Madrid: Alianza. Chomsky, N. (1970). Aspectos de la teoría de la sintaxis. Madrid: Aguilar. Chomsky, N. (1996). Nuestro conocimiento del lenguaje humano. Perspectivas actuales con un desarrollo introductorio del programa minimalista. Concepción: Universidad de Concepción. Chomsky, N. (2002). On Nature and Language. Cambridge: Cambridge University Press. Comrie, B., Matthews, S. & Polinskym M. (1997). The Atlas of Languages. The Origin and Development of Languages Throughout the World. Londres: Bloomsbury. Georg Reuth, R. (2009). Goebbels: Una biografía. Madrid:La esfera de los libros. Gramsci, A. (1979). Scritti Politici. Roma: Riuniti. Hernández, M. (2010). Antología poética de Miguel Hernández. Matarò: Instituto Damià Campeny. Kraus, K. (1990). Escritos. Madrid: Visor. Monedero, J. C. (2012). El gobierno de las palabras. Política para tiempos de confusión. Caracas: CIM. Moreno Cabrera, J. C. (1997). Introducción a la Lingüística. Enfoque tipológico y universalista. Madrid: Síntesis. Neruda, P. (2003). Antología poética. Córdoba (Argentina): Ediciones del Sur. Pizernik, A. (1975). El deseo de la palabra. Barcelona: Ocnos. Saussure, F. (2007). Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada. Todorov, T. (2002). Teoría literaria de los formalistas rusos. México: Siglo XXI. 309

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