Nobleza cortesana: la vía privilegiada de acceso al generalato en el siglo XVIII, en El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, T. II, Santiago de Compostela, 2009, pp. 489-500.

July 25, 2017 | Autor: F. Andújar Castillo | Categoría: Nobility, History of Elites, late medieval and early modern history of European nobility and courts
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Descripción

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Nobleza cortesana: la vía privilegiada de acceso al Generalato en el siglo XVIII1 Francisco Andújar Castillo Universidad de Almería

En diversos estudios hemos demostrado que en el ejército borbónico hubo dos estructuras claramente diferenciadas, integradas por el ejército de línea u ordinario –infantería y caballería, más armas técnicas– y el que hemos denominado como «ejército cortesano», formado por las tropas de la Casa Real que habían sido creadas por Felipe V durante los primeros años de su reinado. Ese ejército cortesano gozó de innumerables privilegios profesionales y sociales que le diferenciaron del ejército ordinario y que, entre otras cosas, le permitieron copar los puestos del generalato2. Los recientes estudios de Thomas Glesener han corroborado nuestras tesis iniciales y han profundizado en las mismas3.

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El presente estudio se enmarca dentro del proyecto de investigación El ejército cortesano. La Corte y los militares en el siglo XVIII (HUM 2004-05868) financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia. ANDÚJAR CASTILLO, F., «Las élites de poder militar en la España borbónica. Introducción a su estudio prosopográfico», en CASTELLANO, J. L. (ed.), Sociedad, administración y poder en la España del Antiguo Régimen, Universidad de Granada, Granada, 1996, 207-235; «Elites de poder militar: las guardias reales en el siglo XVIII», en CASTELLANO, J. L., DEDIEU, J.P. – LÓPEZ CORDÓN, Mª V., (eds.), La pluma, la mitra y la espada. Estudios de historia institucional en la edad moderna, Marcial Pons, Madrid, 2000, 65-94; «La corte y los militares en el siglo XVIII», Estudis, 27, 2001, 91-120; «La reforma militar del marqués de la Ensenada», en El equilibrio de los imperios: de Utrecht a Trafalgar. Actas de la VIII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna (Madrid, 2-4 de Junio de 2004), Fundación Española de Historia Moderna, Madrid, 2005, 519-536. GLESENER, T., «Les ‘étrangers’ du roi. La réforme des gardes royales au début du règne de Philippe V (1701-1705)», en Mélanges de la Casa de Velázquez, 35-2, 2005, 219-242; «¿Nación flamenca o élite de poder? Los militares ‘flamencos’ en la España de los Borbones» en GARCÍA GARCÍA, B. J. y ÁLVAREZOSSORIO ALVARIÑO, A.: La monarquía de las naciones: patria, nación y naturaleza en la monarquía de España, Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2004, 701-719.

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De todos los cuerpos de las Guardias Reales el más aristocrático, el que más privilegios gozó y el que mayor peso iba a tener en el conjunto del ejército, fue el integrado por las compañías de Guardias de Corps, cuyos mandos –los capitanes de cada compañía– debían tener la condición de Grandes de España para ejercer ese puesto. La proximidad a la persona del rey les otorgó una fabulosa posición de privilegio hasta convertirlas en la principal cantera de generales del ejército borbónico. En la fuente de toda clase de mercedes, en la fuente de la «gracia» real, los oficiales que iniciaban su carrera en las Guardias de Corps, con el apoyo de una sólida red familiar, solían obtener los mejores puestos del generalato, los gobiernos políticos mejor dotados, o los destinos cortesanos y de gobierno más apetecidos. En cuanto que cuerpos autónomos, que dependían directamente del monarca a través de sus capitanes, funcionarán a lo largo de todo el siglo como un poder separado, como un especial «ejército» dentro del ejército, pero con una clara incidencia sobre el ejército de línea, fundamentalmente sobre los cuerpos de caballería y dragones. Los privilegios eran múltiples. Desde las Guardias de Corps, con escaso tiempo de servicio y con nula experiencia en la milicia, se podía pasar directamente a los regimientos de caballería y dragones, e incluso, en algunos casos excepcionales, a regimientos de infantería. Un cadete de Corps podía pasar directamente a capitán de caballería de cualquier unidad, en tanto que un exempto de Corps podía ser nombrado coronel de un regimiento de caballería o dragones, relegando así a oficiales que acreditaban largos años de servicios y que, habiendo seguido una carrera normal, se hallaban en posesión del grado de teniente coronel4. El cursus honorum en las compañías de Guardias de Corps estaba plenamente marcado por la dependencia directa de la persona del monarca, el cual siempre las utilizó como instrumento de fidelización de la clientela nobiliaria, tanto de la nobleza española como de la italiana y flamenca. Entre el soberano y cualquier oficial de cada compañía de las Guardias de Corps tan sólo se interponía la figura del capitán de corps y, en consecuencia, dicha relación directa impedía cualquier control por parte del Secretario del Despacho de Guerra sobre los asuntos de estas privilegiadas unidades. Tan sólo, el marqués de la Ensenada, entre 1749 y 1754 logró cercenar su autonomía al conseguir de Fernando VI que pasasen a estar subordinadas a la Secretaría del Despacho de Guerra5. Salvo ese breve paréntesis, las tres compañías de Guardias de Corps6 funcionaron, por un lado, como un reducto para la integración de nobleza en la Corte, como un vivero privilegiado de jóvenes oficiales para el ejército, y como una importante cantera de hombres que, gozando de la plena confianza del rey, consiguieron ocupar numerosos empleos de gobierno político y militar de la monarquía. Tan particular cuerpo no podía regirse por las mismas normas ni ordenanzas que regulaban la jerarquía castrense en los regimientos ordinarios. No

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ANDÚJAR CASTILLO, F., «Espacios de poder en el seno del ejército borbónico: coroneles, inspectores y guardias reales», en Homenaje al profesor Antonio García-Baquero (En prensa). ANDÚJAR CASTILLO, F., «La reforma militar del marqués de la Ensenada...», p. 530. Desde 1703 hubo cuatro compañías de Guardias de Corps –dos españolas, una italiana y otra flamenca– pero una reforma general en 1720 acabó reduciéndolas a tres al quedar suprimida una de las dos compañías españolas. En adelante conservarían esta estructura hasta el año 1794 en que se creó una nueva compañía, la Americana de Guardias de Corps.

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en vano uno de sus principales elementos distintivos radicó en disponer de unas equivalencias de grados muy superiores a los del ejército regular. Así, un guardia de Corps tenía el grado de alférez de caballería, en tanto que un cadete de Corps podía tener el de teniente o capitán de caballería, y así sucesivamente en el escalafón, de tal manera que el grado inherente al de capitán de una compañía de Guardias de Corps era el de teniente general de los reales ejércitos. En este espacio marcado por la distinción y el rango nobiliario, el poder del monarca se manifestó con toda su excepcionalidad, no sólo por el control directo sobre los tres capitanes de cada una de las compañías de Guardias de Corps que le elevaban las propuestas internas de promoción en el seno de sus unidades sino por las amplias facultades que el propio monarca aplicó para quebrar los cursus honorum reglados y hacer uso permanentemente de una vía excepcional que suponía la más clara y contundente expresión de su poder absoluto. El rey, a través de las compañías de Guardias de Corps, podía nombrar oficiales del ejército sin que jamás hubiesen visto un arma y sin que contasen con servicio alguno previo, ni en la milicia ni en las propias Guardias de Corps. Y ese poder extraordinario podía llegar hasta el nombramiento directo de coroneles –exemptos de corps– sin que acreditaran servicio previo alguno ni en la Corte ni en el ejército de línea.

Privilegio y gracia regia: el cursus honorum en las Guardias de Corps La jerarquía interna del escalafón de las Guardias de Corps quedó claramente establecida desde sus primeros reglamentos de creación de 1703-1705. Siguiendo el modelo de las Guardias de Francia, la escala se iniciaba en el empleo de «guardia» y le seguían el de «cadete», «subbrigadier», «brigadier de corps», «exempto», «alférez», «teniente» y «capitán». Por tanto, la carrera «ordinaria» comenzaba como simple guardia de corps, pero quienes accediesen esgrimiendo un acrisolado origen nobiliario podían ingresar directamente como cadetes, esto es, en un rango que posibilitaba el acceso directo al empleo de capitán de caballería, pues desde 1710 Felipe V ordenó la reserva de una serie de compañías en los regimientos de caballería y dragones para que sirvieran «de salida» a sus cadetes de corps. Como es obvio, el propio origen social marcaba de principio dos tipologías de carreras diferenciadas, una para quienes entraban como guardias y otra para quienes accedían como cadetes. Los innumerables privilegios que disfrutaban estos cuerpos siempre actuaron como un poderoso imán para aquellos oficiales que servían en los regimientos del ejército regular, fundamentalmente en los de caballería y dragones. Por eso una segunda vía de cursus se abría para quienes acreditaban años de servicio en los regimientos de línea y lograban acceder a alguno de los empleos de las tres compañías de corps, sobre todo en los siempre anhelados empleos de exemptos que suponían la obtención de un grado de coronel y, por ende, la posibilidad inmediata de acceder al generalato o al mando de cualquier regimiento de caballería o dragones7. Más usual que ese trayecto fue el que siguieron muchos oficiales que servían en

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A modo de ejemplo, el aragonés Fernando Sada Bermúdez, hijo primogénito del marqués de Camporreal, consiguió en 1751, cuando contaba con 19 años de edad, una patente de capitán del regimiento de dragones de Lusitania. Era su primer empleo en el ejército y lo había obtenido, bien por «gracia real directa» o

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otros regimientos de la Guardia Real, los que se encargaban de la seguridad del rey exterior de palacio, el regimiento de Guardias Españolas de Infantería y el regimiento de Guardias Walonas de Infantería. Estas unidades de mayor riesgo –pues en los momentos de conflicto bélico eran el principal cuerpo de intervención– y de menores privilegios, siempre contaban con oficiales deseosos de pasar a las Guardias de Corps, para disfrute de sus mayores preeminencias, privilegios y facilidad de acceso a las personas reales. La transferencia de oficiales de estas Guardias de Infantería hacia las Guardias de Corps se producía dentro del orden organizativo de naciones, de tal modo que hacia la compañía flamenca de Corps fluían oficiales del regimiento de Guardias Walonas de Infantería y hacia la compañía española de Corps llegaban oficiales procedentes de la regimiento de Guardias Españolas de Infantería. Por otro lado, casi siempre, estos cambios de unidad comportaban un ascenso para aquellos oficiales que se incorporaban a las Guardias de Corps, lo cual venía a ser un atractivo adicional a los que ya disfrutaba el cuerpo con mayores privilegios del ejército borbónico. Y precisamente por ello, para acceder a las Guardias de Corps desde fuera de las mismas, era imprescindible contar con una poderosa influencia con el capitán de cada compañía de Corps o con los principales agentes del complejo entramado de poder cortesano. Hasta aquí, lo que podríamos denominar como «vías ordinarias» de acceso y promoción en el seno de las Guardias de Corps. Pero junto a ellas, desde fechas muy tempranas funcionaron otras «vías extraordinarias internas» que supusieron la implantación de una especial senda privilegiada en la que la gracia regia se manifestaba con toda su plenitud y arbitrariedad. Sin duda era el instrumento más eficaz para ejercer con todos sus atributos el patronazgo regio y para conformar un cuerpo en el que los lazos de fidelidad estuviesen definidos por esa gracia que permitía al soberano colocar en tan distinguido cuerpo a jóvenes pertenecientes a familias aristocráticas que se vieron favorecidos –y que, en consecuencia, siempre estuvieron agradecidos– por esa extraordinaria facultad de romper el escalafón y el principio de antigüedad como elemento de mérito. En teoría, como la misión fundamental debía ser la seguridad de las personas regias, el monarca podía nombrar para tan delicada misión a personas de su confianza, y podía hacerlo sin tener en cuenta para nada ni las normas que él mismo había dictado ni la dinámica interna reglada de estos cuerpos. En la práctica, el problema no estaría tanto en la confianza como en la utilización deliberada del escalafón de estos cuerpos de las Guardias de Corps como elemento para anudar fidelidades con determinadas familias de la nobleza titulada. Los mecanismos que hemos denominado como «extraordinarios internos» fueron tan diversos como permitía la amplia liberalidad regia de nombrar a sus servidores. El problema, desde la perspectiva militar, radicaba en que tales nombramientos se hicieron, bien sin acreditar servicio alguno previo en la milicia o en la Corte, o bien con escaso tiempo de servicio. En ambos casos suponía la existencia de dos tiempos bien diferenciados, el del ejército regular y el del ejército cortesano, que luego acababan confluyendo cuando los bisoños oficiales que

bien por compra del mismo, únicos mecanismos que permitían iniciarse en la carrera de las armas desde el empleo de capitán. En marzo de 1755, cuando ni siquiera figuraba en una terna para cubrir un empleo de exempto de la compañía italiana de Guardias de Corps, fue nombrado para ejercerlo dejando apeados a tres subbrigadieres que aspiraban a ese empleo (AGS, Guerra Moderna, Leg. 2269).

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habían servido en la cercanía del rey obtenían destinos en los regimientos de línea, en los gobiernos político-militares o en el estrecho círculo del generalato. La coexistencia en el mando del ejército borbónico de oficiales generales vetustos y «barbilampiños» halla su explicación más directa en la convergencia de estas dos lógicas de carrera, la ordinaria del ejército de línea y la privilegiada de las Guardias de Corps8. Mientras que unos se habían curtido durante largos años en los campos de Marte y alcanzaban el generalato a edades próximas a la senectud, otros, curtidos en los pasillos de palacio, llegaban en plena juventud a los mismos grados y a los mismos empleos de mando. Una primera «vía extraordinaria» de carrera en el seno de las Guardias de Corps consistía en la promoción directa de los cadetes al empleo de exempto. Sin pasar por los empleos intermedios de subbrigadier y brigadier de corps, el monarca podía ascender a un cadete a exempto, lo cual, en la práctica, suponía que estaba concediendo un ascenso directo de teniente a coronel9. Por este procedimiento, con apenas unos meses de servicio en el empleo de cadete, el rey podía colocar a un individuo a las puertas del mando de un regimiento de caballería o a las puertas del generalato, sin que esta falta de experiencia supusiese impedimento alguno para su promoción futura, tanto en el cuerpo de las Guardias de Corps como fuera del mismo en los regimientos de caballería y dragones. La segunda «vía extraordinaria» era aún más excepcional, pues consistía en la concesión directa por parte del monarca de un bastón de exempto a un individuo sin que este hubiese servido jamás en la milicia. La excepcionalidad del caso radicaba en que el agraciado ingresaba en las filas del ejército directamente con los galones de coronel de caballería y, por tanto, con la posibilidad de mandar en breve plazo de tiempo cualquiera de los regimientos de caballería y dragones, una meta que, para quienes servían en esos cuerpos, se solía lograr tras numerosos años de servicio y dura vida militar. Algunos de estos exemptos permanecían en sus respectivas compañías de Guardias de Corps o pasaban a ejercer otros empleos de la Corte pero cuando eran destinados al mando de cualquier unidad de línea se escenificaba la misma abismal diferencia que tenía lugar cuando eran promocionados al generalato tras haber servido unos años en palacio. Con estos nombramientos directos de exemptos, el rey dispensaba, en aplicación de su «gracia», los años de servicio previos que hubiesen sido necesarios para alcanzar un empleo equivalente al de coronel de caballería. Pero la gracia regia no se limitó a estos nombramientos excepcionales. Más clara aún fue su expresión en una tercera vía de provisión de cargos, los denominados «nombramientos supernumerarios», esto es, oficiales provistos de un despacho que excedía la planta de una compañía y que no desempeñaban su empleo hasta que no quedase vacante una plaza del

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ANDÚJAR CASTILLO, F.: «La carrera militar en la España del siglo XVIII», en DEDIEU, J. P – VINCENT, B. (eds.), L’Espagne, l’Etat, les Lumières. Mélanges en l’honneur de Didier Ozanam, Casa de Velázquez, Madrid-Bordeaux, 2004, 189-214; «Las elites de poder militar en la España borbónica...», pp. 207-235. La posibilidad de disfrutar de los galones de un empleo del escalafón sin haber desempeñado los anteriores tan sólo era factible en las Guardias de Corps, o bien comprando un empleo cada vez que se abrían operaciones venales desde la Secretaría del Despacho de Guerra. Vid. ANDÚJAR CASTILLO, F., El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII, Marcial Pons, Madrid, 2004.

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número, pero que recibían así la «expectativa» firme y efectiva de lograr dicho empleo. En el caso de las Guardias de Corps la «planta» de cadetes de las tres compañías estuvo en torno a los 20 por compañía, en tanto que la de los exemptos –salvo en tiempos de Ensenada que fue reducida– se cifró en torno a los 8 por compañía. Por tanto, el nombramiento de supernumerarios suponía que, estando ocupadas todas las plazas, el monarca nombraba futuros servidores que se garantizaban con antelación un empleo antes de ocuparlo de forma efectiva. En otros períodos del siglo XVIII y para otros ámbitos del gobierno de la monarquía hemos constatado que el uso de la facultad del rey de nombrar servidores en calidad de «supernumerarios» obedecía a la necesidad de dinero de las arcas de la hacienda real, esto es, a la venalidad de los cargos10, pero en el caso de las Guardias tales nombramientos supernumerarios, a priori, y a falta de más estudios en profundidad, parecen obedecer a la necesidad de establecer lazos de fidelidad con la nobleza titulada, aunque es probable que en algunos de ellos, además del rango ilustre, también mediara la poderosa «influencia del dinero». En principio, la cronología de los títulos de «exemptos supernumerarios» y los nombres de los agraciados no resulta sospechosa de una posible venalidad de los mismos, aunque es probable que el resurgir de este tipo de nombramientos a partir de 1795 –tras haber quedado paralizados desde 1782– cuando Manuel Godoy estuvo al frente de la Sargentía Mayor de las Guardias de Corps pudiera responder a ese mérito adicional dinero11. En todo caso los nombramientos supernumerarios nunca fueron institucionalizados en un número fijo sino que siempre funcionaron como en los demás ámbitos de la administración, como un resorte en manos del rey para derramar su gracia con prodigalidad y alterar los procedimientos normativos establecidos por la propia monarquía. En realidad, ora fuesen supernumerarios ora numerarios, el sistema de esta vía extraordinaria o privilegiada de nombramiento y promoción venía a ser el mismo: el pleno ejercicio de su capacidad de patronazgo y la facultad excepcional del monarca de situar en empleos de mando a jóvenes cuyo principal valor radicaba en la «sangre noble» que corría por sus venas. De lo primero da buena prueba el período de mayor intensidad de nombramientos supernumerarios, correspondiente a los primeros años del reinado de Carlos III, cuando, tras el intento de «castellanización» de las «compañías de naciones» del reinado de Fernando VI, el monarca procedió a otorgar el control sobre la compañía italiana –principal escenario de este tipo de nombramientos– a ilustres familias napolitanas12. De lo segundo, de la concesión de empleos de mando a jóvenes pertenecientes a ilustres familias, mostraremos algunos ejemplos en adelante. Por el momento, basta señalar que para unos y otros, a menudo la gracia real

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Así lo hemos constatado para el intenso período enajenador que tiene lugar en los primeros años del siglo XVIII para aplicar el producto de las ventas de cargos a la Guerra de Sucesión. Cif. ANDÚJAR CASTILLO, F., Necesidad y venalidad. España e Indias, 1704-1711, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2008. De momento, el único estudio monográfico no aporta referencias en este sentido. Vid. GLESENER, T., «Godoy y la guardia real: reforma y oposición nobiliaria», en JIMÉNEZ ESTRELLA, A. y ANDÚJAR CASTILLO, F. (eds.), Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el ejército de la monarquía hispánica (S. XVI-XVIII): nuevas perspectivas, Comares, Granada, 2007, 317-346. ANDÚJAR CASTILLO, F., «Entre la Corte y la guerra. Militares italianos al servicio de España en el siglo XVIII» (en prensa).

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debió extenderse, además de al nombramiento, a las dispensas de la «menor edad» de los agraciados, esto es, a las dispensas de la edad mínima establecidas por ordenanzas para servir los empleos y percibir los correspondientes salarios. En el siglo XVIII los nombramientos extraordinarios de algunos «niños-capitanes» y «niños coroneles» respondieron, en unos casos al dinero, y en otros al uso de la gracia regia que permitía la aplicación de esta vía privilegiada o extraordinaria.

Nobleza cortesana Quizá el nombramiento que simboliza, mejor que ninguno, las posibilidades de esta vía privilegiada o extraordinaria de nombramientos en las Guardias de Corps se encuentra en la persona de Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV que se encumbró en escaso tiempo hasta las más altas cimas del poder merced al favor regio, pero también gracias a servir en una unidad tan especial como era la compañía española de Guardias de Corps que posibilitó excepcionales promociones desde que fuera creada en el año 1703. Manuel Godoy no recibió nombramiento supernumerario alguno pero ingresó en la citada compañía en abril de 1784 como cadete y fue promovido a exempto en diciembre de 1789, de tal modo que con apenas cinco años de servicios se había hecho con un grado asimilado al de coronel de caballería13. Esta promoción, en los regimientos de caballería y dragones no era factible, salvo que se comprara directamente un empleo de coronel, posibilidad que, en las fechas de su nombramiento, que sepamos, no estaba abierta pues no se enajenaban empleos militares por entonces. Pero Godoy, como toda su trayectoria vital, es una excepción, pues no pertenece ni al mundo de la nobleza titulada –que de forma mayoritaria se había visto favorecido por este sistema– ni al de las principales familias de la nobleza militar que habían copado durante generaciones los principales empleos de las compañías de Guardias de Corps. Frente a esa excepción, durante toda la centuria los monarcas de la Casa de Borbón utilizarán la vía privilegiada de las Guardias de Corps con una doble finalidad. En primer lugar, en las compañías de naciones, la flamenca14 e italiana15, para favorecer a las familias que

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AGS, Guerra Moderna, Leg. 5913. La compañía flamenca cuenta con el excelente estudio de GLESENER, T. Le Garde du Roi. Pouvoirs, élites et nations dans la monarchie hispanique, 1700-1823 (En prensa). Particular interés tiene en este trabajo el exhaustivo análisis que el autor hace de la familia Bournonville, que patrimonializó el mando de la compañía flamenca de Guardias de Corps entre 1720 y 1784, y que se vio favorecida en su segunda y tercera generación –Francisco José y Wolfgang José– con sendos nombramientos de exemptos al aprovechar el «canal extraordinario» de la vía privilegiada, del cual hicieron uso gracioso los tres primeros monarcas de la Casa de Borbón para recompensar el servicio de esta familia flamenca de probada fidelidad desde los primeros momentos de la llegada de la nueva dinastía al trono de España. Sobre la compañía italiana vid. ANDÚJAR CASTILLO, F., «Entre la Corte y la guerra. Militares italianos al servicio de España en el siglo XVIII» (En prensa). Uno de los casos más ilustrativos se encuentra en la familia italiana del marqués de Crevecour, Victor Amadeo Besso Ferrero, príncipe de Masserano, que en 1712 casa con una mujer perteneciente a la familia napolitana de los Caracciolo, Irene, dama de la reina Isabel de Farnesio. Militar y Grande de España de primera clase, en 1724 se instala en palacio como capitán de la compañía de Alabarderos reales, a cuyo frente estará hasta febrero del año 1740 en que es

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controlaban los principales empleos de las mismas, de tal modo que se vieran recompensadas posibilitando el autorreclutamiento y la endogamia familiar y, de forma puntual, en el caso de la compañía italiana durante el reinado de Carlos III, para disponer de una clientela personal formada por miembros de familias que habían tenido una larga tradición de servicio a la monarquía en España o que habían formado parte de su entorno más próximo en Nápoles. En segundo lugar, para la compañía española de Guardias de Corps, la aplicación de esa senda privilegiada tendrá como fin la articulación de un particular espacio de poder en el que premiar a los vástagos de destacadas familias de la nobleza titulada, buena parte de ellas muy bien integradas en las complejas redes de poder de la nobleza cortesana. Conocidas en buena medida las pautas que rigieron en la compañía flamenca y en la italiana, sin duda la gran desconocida sigue siendo la compañía española, unidad clave para entender no sólo el funcionamiento del conjunto de las Guardias de Corps sino de un sector fundamental de la aristocracia española en el siglo XVIII. Aunque un análisis en profundidad de la citada compañía excede, con mucho, los límites de esta aportación, estudiamos la incidencia de la «vía privilegiada» entre algunos exemptos que ingresaron en el momento de la creación inicial del cuerpo, cuando existieron dos compañías españolas, diferenciadas como «primera» y «segunda». El estudio de estos primeros años resulta fundamental porque desde ese mismo momento se define una especial configuración del cuerpo con cuatro objetivos bien definidos, a saber, que sirviese de espejo en el que mirarse los demás cuerpos del ejército regular, que funcionase como espacio privilegiado para el desarrollo de carreras militares fulgurantes para los miembros de familias tituladas, que nutriese en buena medida los principales empleos del generalato, y que proporcionase hombres de confianza y probada fidelidad para el desempeño de empleos de carácter político-militar. En suma, desde el momento de su

nombrado capitán de la compañía española de Guardias de Corps. Durante ese período de tiempo la familia extiende su poder en la Corte (vid. un resumen biográfico en OZANAM, Didier, Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle, Casa de Velázquez, Madrid, 1998, p. 90). El primer beneficiado será el hermano del príncipe de Masserano, el conde de Candel, el cual ingresa en la compañía italiana de Guardias de Corps en 1718, y en la cual permanecería durante largo tiempo hasta alcanzar el grado de teniente general y el empleo de segundo mando de la compañía, el de primer teniente (AGS, Guerra Moderna, Leg. 5453). El primogénito, Felipe Víctor, ingresa en el ejército cuando sólo tenía trece años de edad pero en diciembre de 1732, a la edad de 19 años, es ya coronel en razón a su nombramiento como exempto de la compañía italiana de Guardias de Corps. En febrero de 1744 sucederá a su padre en el mando de la citada compañía y con tan precoz carrera acabaría alcanzado el grado de capitán general de los reales ejércitos cuando ejercía como embajador en Inglaterra (vid. OZANAM, D., Ob. cit., p. 186 ). Los hermanos de éste aprovecharán la misma vía privilegiada para alcanzar altos grados del escalafón militar, merced al favor regio dispensado a una familia que controla por completo la compañía italiana. Marino Besso, conde de Lavaña, tras haberse iniciado en la carrera eclesiástica ingresa como cadete en la compañía italiana en 1743 y tres años más tarde asciende directamente a exempto, es decir, a coronel, cuando tiene 25 años de edad. Ese fue el principio de una carrera militar –sería teniente general– y diplomática que mantenía una clara continuidad con la tradición familiar (AGS, Guerra Moderna, Leg. 2264). Por su parte, un tercer hijo del príncipe de Masserano, Carmén Nicolás, se vio beneficiado por el extraordinario poder de la familia en junio de 1738 –cuando aún no había cumplido los 18 años de edad– al recibir la gracia regia en forma de empleo de exempto supernumerario en junio de 1738 (Gaceta de Madrid, 10 de junio de 1738).

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creación se articula como un cuerpo de elite en el que convergerán, de una parte familias de la elite social, de la aristocracia, llamadas a obtener las principales preeminencias que reportaba el servicio en tan prestigioso cuerpo y, de otra parte, miembros de una nobleza baja y media con un horizonte profesional más limitado en razón precisamente a su origen social y a la escasa capacidad de influencia de sus familias en la promoción en la carrera futura. No obstante, algunos al ingresar en tan prestigioso cuerpo aprovecharán las enormes posibilidades que el «mercado matrimonial de la Corte» abría y conseguirán su ascenso social y profesional en razón no sólo a su pertenencia a las Guardias de Corps sino a las tareas desempeñadas por sus esposas en otras instancias de la Corte. Entre ese grupo inicial que conforman el primer núcleo de exemptos que se benefician directamente de esa vía privilegiada se encuentran algunos que estarán llamados a desempeñar un papel de primera línea en la política y la milicia durante el reinado de Felipe V. Entre los primeros nombres se encuentra el de José Francisco Carrillo Albornoz, futuro conde y duque de Montemar, que años después alcanzaría el grado de capitán general y sería ministro de Guerra. Igualmente, y favorecido por la vía privilegiada en febrero de 1707 inicia su carrera militar, de forma súbita desde «coronel», Manuel Benavides Aragón, marqués de Solera –segundón de Francisco Benavides Dávila, conde de Santisteban, quien había sido virrey de Sicilia y desempeñaba la mayordomía mayor de la reina desde 1701– el cual abandonó la carrera eclesiástica tras la muerte de su hermano Diego en 1706 para seguir la tradición familiar en la carrera militar desde un puesto de exempto16 que acabaría siendo el inicio de una dilatada trayectoria en altos cargos cortesanos que le reportarían, entre otras distinciones, la presidencia del Consejo de Órdenes. En la misma compañía española de Guardias de Corps, Marciano José Fernández Pacheco, marqués de Moya, segundón del duque de Escalona hace valer su origen de una familia de viejo raigambre y obtiene en enero de 1706 un empleo de exempto de la segunda compañía de Guardias de Corps con grado de coronel17. Había comenzado a servir en la milicia con anterioridad como capitán del regimiento de caballería de Asturias, un nombramiento que debió ser más nominal que otra cosa, pues cuando recibe el título de exempto cuenta con tan sólo 17 años de edad. Cuatro años más tarde, merced a ese título extraordinario de coronelexempto manda ya el regimiento de infantería de Saboya, en lo que será una veloz carrera que le llevaría hasta el grado de teniente general e incluso al propio mando de la compañía española de Guardias de Corps en diciembre de 172718. Por entonces ya se titulaba como marqués de Bedmar desde 1723 merced a su matrimonio en 1720 con María Francisca de la Cueva, marquesa de dicho título, e hija de Isidro de la Cueva Benavides, Secretario del Despacho de Guerra de Felipe V19. 16 17 18 19

AHN, Estado, Leg. 493. Su cursus honorun completo se encuentra en OZANAM, D., Ob. cit., p. 182. AGS, Estado, Leg. 493. AGS, Guerra Moderna, Expedientes Personales, Leg. 7, exp. 8. Entre esa misma primera hornada de exemptos se encuentra José Moscoso Osorio, segundón de Luis Moscoso, conde de Altamira –que había sido virrey de Cerdeña y de Valencia–, el cual sin tener servicio alguno en la milicia ingresó en 1712 en una de las dos compañías españolas de Guardias de Corps. La reducción en el número de exemptos decretada en febrero de 1716 le hizo perder el empleo pero no el grado de coronel y dos años más tarde fue nombrado coronel del regimiento de caballería de la Reina,

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Más interesante aún resulta el caso de los Álvarez de Bohórquez, por cuanto simbolizan la confluencia de varios elementos determinantes de una trayectoria de ascenso social en la que se aprovechan las amplias oportunidades que brindan los empleos de las Guardias de Corps y los cargos cortesanos en general –merced a las alianzas matrimoniales– para consolidarse durante varias generaciones en los principales empleos de este cuerpo y para lograr situarse hasta en el escalón de la nobleza titulada. Antonio José Álvarez Bohórquez, natural de la villa gaditana de Espera, accede por vez primera a la Corte en 1697 para servir una plaza de paje del rey cuando contaba con 18 años de edad20, pero la creación de nuevos cuerpos de ejército a la llegada al trono de Felipe V le brinda la oportunidad de ingresar en la milicia directamente como capitán del regimiento de caballería del Rey que se había formado en 1702. Pronto aprovecharía las amplias oportunidades que le brindaba la formación de las dos compañías de Guardias de Corps y en enero de 1706 ingresó como exempto en una de ellas, consiguiendo de este modo un ascenso directo de capitán a coronel21. Al año siguiente, cuando tan sólo tenía seis años de servicios militares, fue condecorado con el grado de brigadier, continuando al mismo tiempo su carrera en ese mismo cuerpo de las Guardias de Corps22. Instalado ya en la Corte su matrimonio será decisivo en su trayectoria futura, pues enero de 1717 casa con Winfreda White, camarista de la reina, miembro de una poderosa familia de mujeres irlandesas que se instaló en la Corte en 1710 y que estuvo formada por su madre María Warron, marquesa de Albiville, y por sus cuatro hermanas, todas ellas también camaristas de la reina23. Desde ese momento Antonio José Álvarez Bohórquez alcanzaría un extraordinario poder: en 1723 fue nombrado gobernador político y militar de Cádiz, uno de los puestos políticos más codiciados de la España del siglo XVIII, manteniendo al mismo tiempo el empleo que gozaba de Ayudante General de las Guardias de Corps, cuerpo en el que luego ascendería a Sargento Mayor y al grado de teniente general en 1732. La carrera militar, los servicios en palacio y la pertenencia a la influyente familia de las White, culminó en abril de 1737 cuando Felipe V le concedió el título de marqués de Ruchena. Su trayectoria en las Guardias de Corps encuentra un sucesor directo en la persona de su hijo José Agustín, segundo marqués de Ruchena. Como si se tratase de una fiel copia de la carrera del padre, José Agustín se verá favorecido directamente por la vía privilegiada por la que el rey provee cargos y dispensas y, en este caso, ya con el importante apoyo del padre, desempeñando los empleos de la plana mayor de las tres compañías, en concreto el de ayu-

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uno de los más prestigiosos del ejército. Su nula experiencia militar en regimientos de línea y su corta experiencia en el empleo de exempto quedaba ampliamente compensada por su origen aristocrático y por su pertenencia a una familia con gran poder en la Corte, pues su hermano, el primogénito que heredó el título de conde de Altamira, sirvió como sumiller de corps del rey. Pocos años después reforzó su posición social merced a una alianza matrimonial con la duquesa de Nájera que le alejaría definitivamente de la carrera de las armas (AGS, Guerra Moderna, Leg. 2687, C. XV). AHN, Consejos, Leg. 8977. AGS, Estado, Leg. 493. AGS, Dirección General del Tesoro, Inv. 2, Leg. 2. ANDÚJAR CASTILLO, F., «Familias irlandesas en el ejército y en la Corte borbónica», en GARCÍA HERNÁN, E. y RECIO MORALES, O., Extranjeros en el ejército. Militares irlandeses en la sociedad española, 1580-1818, Ministerio de Defensa, Madrid, 2007, 271-295.

NOBLEZA CORTESANA: LA VÍA PRIVILEGIADA DE ACCESO AL GENERALATO EN EL SIGLO XVIII

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dante mayor, un cargo que permanecerá patrimonializado por esta familia a lo largo de toda la centuria. José Agustín se ve favorecido por la aplicación de la vía privilegiada y a los 18 años de edad ingresa en 1742 en la compañía española de Guardias de Corps, para ascender en tan sólo dos años al puesto de exempto24. Sin embargo, en 1748 se ve afectado por la reforma del marqués de la Ensenada que impone una reducción del número de exemptos y tiene que abandonar las Guardias de Corps hasta en enero de 1754, fecha en que retorna a la compañía española como alférez de la misma25. Desde esa fecha no se moverá de la Corte, en donde alcanzaría los más altos grados del escalafón –teniente general en 1770 y capitán general en 1794– y culminaría su carrera con el nombramiento como sargento mayor de las Guardias de Corps en 1798, no sin antes haber completado el ascenso social de la familia con la concesión del título de Grande de España de primera clase en el mes de agosto de 179126. Su hijo José, el primogénito, favorecido por la posición del padre en las Guardias de Corps y en la Corte desarrollará una carrera idéntica a la de su progenitor y, tras cursar estudios en el Seminario de Nobles de Madrid, entrará en dicha compañía a una edad muy temprana, como cadete, para ser promovido de inmediato al grado de exempto, logrando, al igual que su padre, el empleo de ayudante general de las Guardias de Corps y el grado de teniente general de los reales ejércitos27. En suma, hasta tres generaciones patrimonializarán empleos claves de las Guardias de Corps como eran los de la plana mayor, merced al favor regio que, utilizando la vía del privilegio, los situaba a edades muy jóvenes en altos rangos de la jerarquía militar y de la propia jerarquía interna de las Guardias de Corps. El caso de la familia de los Álvarez Bohórquez podría considerarse como algo excepcional, pero he mostrado en otros estudios que semejantes procesos de patrimonialización de empleos se aprecian en otros importantes puestos de esas mismas Guardias de Corps –caso de la familia italiana de los Besso Ferrero–,28 y recientemente Thomas Glesener ha comprobado lo mismo en el caso de la compañía flamenca en familias como los Bournonville29. Pero patrimonialicen o no los empleos una misma familia, lo cierto es que la nobleza que sirvió en las Guardias de Corps se benefició de las prerrogativas de la pertenencia a un cuerpo destinado a ser el vértice de la jerarquía militar. El estudio de casos de oficiales que sirvieron en este cuerpo podría hacerse reiterativo para mostrar siempre lo mismo: la dualidad de cursus

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Gaceta de Madrid, 9 de mayo de 1744. Gaceta de Madrid, 26 de enero de 1754. AGS, Dirección General del Tesoro, Inv. 2, Leg. 54 e Inv. 2, Leg. 79; AHN, Consejos, Leg. 8978. AGS, Dirección General del Tesoro, Inv. 2, Leg. 79. Su hermano Antonio, que ingresó en el mismo Seminario de Nobles de Madrid en 1759 también se benefició de la influencia familiar en la Corte y abandonó ese centro educativo en octubre de 1764 para servir como paje del rey, una senda que conducía a la misma trayectoria militar que había acreditado la familia, pues los pajes del rey cuando alcanzaban una edad adulta tenían reservadas como salida compañías de caballería en las que ingresaban directamente como capitanes de caballería, otro de los «caminos privilegiados» de promoción profesional en el ejército que posibilitaban el ingreso en la milicia en un grado que para el resto de los oficiales de caballería exigía necesariamente haber pasado por los de cadete, alférez y teniente. Así, Antonio Álvarez Bohórquez, abandonó en 1773 la Casa de Pajes para desempeñar un empleo de capitán del regimiento de caballería de Numancia (AGS, Guerra Moderna, Leg. 2487). ANDÚJAR CASTILLO, F., «La corte y los militares en el siglo XVIII», Estudis, 27, 2001, 91-120. GLESENER, T., Le Garde du Roi..., pp. 245-263.

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honorum en el ejército borbónico, con una línea divisoria trazada para separar el servicio en la Corte del ejercicio de la carrera de las armas en el ejército regular. Y es ahí donde la vía extraordinaria o privilegiada jugó un papel decisivo al permitir nombramientos excepcionales para situar a miembros de poderosas familias de la Corte en empleos que para cualquier oficial del ejército de línea requerían dilatados años de servicio y dura vida militar. La consecuencia más inmediata en el ámbito del ejército será la abrumadora presencia –desproporcionada en relación a los exiguos efectivos de estas compañías de Corps– de jóvenes oficiales procedentes de estos cuerpos entre los empleos del generalato, una situación que, como hemos mostrado en otros trabajos, creó una fuerte división y gran resquemor entre los oficiales del ejército de línea que veían cómo continuamente les adelantaban en la carrera militar oficiales jóvenes curtidos en el arte del favor y del medro en palacio más que en la guerra y en la vida militar. Favorecidos inicialmente por su origen social, y en otros casos por la capacidad de influencia de sus familias sobre la red de poder cortesana, pudieron ingresar en el reino del privilegio y de la excepción. No en vano, desde su creación las compañías de Guardias de Corps se destinaron a la seguridad personal del monarca pero al mismo tiempo se articularon como un espacio de formación de vínculos de fidelidad entre el monarca y la nobleza, la vieja y la nueva, la española y la extranjera. Nada enlazaba mejor esos vínculos que el disfrute de un sinfín de privilegios y distinciones y, entre ellos, una posición de clara superioridad respecto al ejército regular. Integrados en la Corte, a los oficiales de las Guardias de Corps se les abrió un fabuloso horizonte social y un deslumbrante mundo profesional. El primero vendría ligado a la posibilidad de conseguir ventajosos matrimonios, tanto en el seno de las familias de las propias Guardias como en el conjunto de la Corte y, por ende, promocionar en la escala social, al tiempo que obtener los honores que con frecuencia los monarcas derramaban entre quienes le servían en su entorno más próximo. El segundo horizonte no era menos seductor que el primero. El ingreso en las Guardias de Corps como cadete o la consecución de un empleo de exempto suponía obtener empleos que en el ejército regular precisaban de largos años de servicio. Situarse como coronel cuando se frisaba la veintena de años suponía colocarse en el umbral del generalato y todo lo que ello comportaba tanto en lo salarial como en lo profesional, pues el disfrute de empleos como el de mariscal de campo y el de teniente general abría las puertas al ejercicio de numerosos empleos de gobierno de la monarquía, entre ellos los más importantes gobiernos político-militares, las capitanías generales de provincia, embajadas, gobiernos en Indias y los siempre deseados empleos «no militares» de la propia Corte. En todo caso, el camino de la vía privilegiada, se siguiese la carrera en las Guardias de Corps o se pasase desde ellas hacia los regimientos de caballería y dragones del ejército regular, posibilitaba quebrar el escalafón establecido para el conjunto de la institución militar. Y en esa quiebra radicó uno de los principales privilegios de la nobleza y de quienes hicieron la carrera de las armas desde estos cuerpos de la Corte.

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