No busques la felicidad en el lugar equivocado

September 12, 2017 | Autor: Rafael De Gasperin | Categoría: Ética
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Descripción

No busques la felicidad en el lugar equivocado En este artículo revisamos lo que significa la felicidad y la infelicidad en el siglo XX y XXI, y cómo repercute la llegada de la comunicación virtual en los seres humanos de forma individual y grupal.

E. Guadalupe del Río Martínez, Maestría en Letras Españolas en la UANL, licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Tecnológico de Monterrey. Profesora del Departamento de Estudios Humanísticos del TEC, campus Monterrey. [email protected] Rafael M. De Gasperin Gasperin, Doctor en Filosofía por el Centro Universitario de la Ciudad de México. Maestro en Innovación Educativa, Especialidad en Comunicación ambas por el TEC de Monterrey. Director del Departamento de Formación Ética y Ciencias Sociales del TEC, campus Monterrey. [email protected]

Introducción El título de este artículo adentra al lector reflexivo ante un primer cuestionamiento, ¿qué acaso la infelicidad de los hombres, hoy en día, tiene su origen en las condiciones en que se maneja y se estructura la sociedad actual? Es decir, ¿existió otra sociedad u otro momento histórico en que la búsqueda de la felicidad fue más fácil; o bien, en que la felicidad entendida como sentido último del hombre, sí se realizaba en plenitud? Esa pregunta lleva a replantear –en principio- qué se considera como “sociedad actual” y de dónde emana ésta. El concepto sociedad actual remite a la sociedad moderna, y “en su sentido técnico, el concepto propiamente sociológico de “sociedad moderna”, es formulado en la sociología norteamericana durante la década de los cincuenta, incluyendo no sólo una forma específica de definir la modernidad, sino también la formación de un tipo específico de relaciones humanas: las relaciones de la sociedad moderna.” 1 A partir de esta concepción se asume que el hombre se ve involucrado en una nueva manera de ser y de estar con el otro y consigo mismo, lo que traerá consecuencias directas sobre su percepción de la felicidad. Cabe considerar que esto acontece a mediados de un siglo (el XX) en que la Humanidad se ha visto convulsionada por las guerras mundiales; por personajes cuya huella en la Historia han dejado una marca indeleble; y donde al menos por tres décadas, el mundo queda escindido en dos posturas antagónicas, irreconciliables, que vulneran la confianza en el futuro. Evidentemente, el hombre mira con extrañamiento al mismo hombre, se ve a sí mismo solo y no encuentra un referente ni propio, ni externo (el otro, los otros, Dios mismo) “es imposible

encontrar en cada hombre una esencia universal que constituya la naturaleza humana, existe sin embargo, una universalidad humana de condición. No es un azar que los pensadores de hoy en día hablen más fácilmente de la condición del hombre que de su naturaleza”2 en quién acogerse. Sobre ese silencio, la “nueva sociedad” impondrá sus notas, sus colores, sus ideas, sus sueños y modelos de felicidad. Basten como ejemplo, la nueva definición de los sonidos del jazz de Louis Armstrong (1901-1971); o los cantantes y actores como Elvis Presley (1935-1977), James Dean (1931-1955) o John Wayne (19071979); las propuestas del cine neorrealista italiano de Vittorio de Sica (Ladrón de Bicicletas, 1948) cuyas cintas manifiestan las miserias como pobreza y desempleo de la posguerra europea; o los revolucionarios como Ernesto “Che” Guevara (1928-1967) quien en Latinoamérica enarbolará el ideal de una nueva construcción social expresada desde los movimientos guerrilleros. Todo este ámbito estará, además, enmarcado en el contexto de la Guerra Fría que encabeza el dirigente norteamericano, Harry Truman (1884-1972) y, por el lado soviético, Joseph Stalin (1878-1953). En tanto todas las esferas del qué hacer humano se ven afectadas por el advenimiento de un nuevo tiempo, en el ámbito religioso de Occidente el efecto será el inicio del Concilio Vaticano II (vigésimo primer concilio ecuménico, 1959) en manos del Papa Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli), el cual viene a ser el parte aguas de la iglesia para su ingreso a “las nuevas formas de la modernidad”. La modernidad queda sustentada en la prosperidad económica de los países capitalistas quienes durante esta “edad de oro”3 sembrarán la simiente de felicidad prometida. Hasta los años 70, “todo irá bien”, sin embargo el sistema económico, político y social entrará en una crisis y una inestabilidad que para solucionarse abrirá sus puertas al mundo; esto aunado a la Caída del Muro de Berlín el día 9 de noviembre de 1989 -con lo que esto implica- y a la presencia de países como China en el panorama mundial conducirá al inicio de un periodo al que conocemos como globalización. En este contexto, desde mediados del siglo XX hasta esta primera década del siglo XXI, surgen lo que en este texto llamaremos “las causas sociológicas de la infelicidad actual”: vacío interior y superficialidad en las relaciones.

Vacío interior El ser humano, en la actualidad, se encuentra atrapado como un “topo en un precipicio”, pues la búsqueda de la felicidad como “finalidad clásica” de la existencia se ha enredado con otros conceptos que si bien la mantienen caminando no la conducen a ningún lado. Como consecuencia dentro de sí nace una sensación de vacío cada vez que cree alcanzar el anhelado bien y no lo logra. Podríamos señalar a la posguerra como el punto de partida en que el hombre moderno pierde su referente humano al aterrarse ante sus propias acciones. “Nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda.”4 Esta época cargada de desesperanza, desaliento, angustia, náusea y sin sentido es en la que el hombre se reconoce como ser finito y existente. No en balde alguna literatura exaltará esa idea de que el individuo es un “extranjero” como señala Camus a través de su personaje Mersault: “Había vivido de tal manera y hubiera podido vivir de tal otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? (...) Nada, nada tenía importancia...”5 Ante este panorama filosófico inquietante e inmersos en una bonanza económica insospechada, los hombres encuentran abierta la posibilidad de ser felices mediante la vivencia plena del instante; así, la creciente estabilidad en los países vencedores conduce a actitudes hedonistas en donde el sistema económico y social -apoyado por los medios de comunicación emergentes- se ofrece como satisfactor de comodidad y de placer inmediato al hombre moderno. Felicidad es ahora sinónimo de confort y posesión. A fin de lograr su objetivo, las nuevas formas de gestión y promoción social ponen como punto de partida a la imagen para fortalecer estructuras de búsqueda con satisfactores superfluos a la propia naturaleza humana, de esta manera se crean necesidades de consumo que van desde lo imprescindible hasta satisfactores que prometen al individuo adquirir status, reconocimiento, aceptación social -entre otros- para el cumplimiento de su autorrealización. Al respecto Adela Cortina afirma que

“Estamos en la era del consumo porque el consumo está en la médula de nuestras sociedades. En ese consumo vivimos, nos movemos y somos.”6 Hacia fines del siglo XX, la dinámica es tal que los modelos económicos son reemplazados por esquemas financieros especulativos; a su vez la crisis y la inestabilidad capitalistas buscan una vía de escape que fomenta un hiperconsumo desmedido, ya no es la existencia para sí, sino para otro creado desde si; ya no es el flujo que permite la funcionalidad de las relaciones, sino la especulación exacerbada la creadora de imágenes irreales que no logran sustentar un modelo tangible y convierten en ilusión todo lo creado “La moda no es ni ángel ni demonio; existe también una tragedia de la levedad erigida en sistema social...El reino pleno de la moda pacifica el conflicto social, pero agudiza el conflicto subjetivo e intersubjetivo; permite más libertad individual, pero engendra una vida más infeliz.”7

“Superficialidad” en las relaciones, cambio en los roles del hombre y la mujer Pero como al fin, el hombre no está destinado a acabarse en sí y para sí, su posibilidad de establecer vínculos viene a ser otro factor determinante en la consecución de su felicidad. En este sentido, los años dentro de los que se ha enmarcado a la sociedad moderna, han revolucionado las formas de relación humana. A partir de la inserción de la mujer en ámbitos laborales, del surgimiento de nuevas necesidades y del ejercicio de la autonomía sustentado por los movimientos de liberación, el rol tradicional de género se modifica y plantea nuevos esquemas de felicidad para muchas mujeres. Así, mientras se abren posibilidades y horizontes de plenitud e independencia para muchas de ellas, para otras se acentúa la carga funcional de ambos géneros en uno solo y, en tanto esto afecta a la pareja, la familia entera se reorganiza en torno a distintas figuras y relaciones. Pero esto es compensado por los nuevos valores que aseguran una vida feliz; como señalan Rage Atala, E.J. (2002) y Macionis, J. (1999) el valor de la persona se centra en la importancia de ser un buen proveedor, de la independencia financiera, de alcanzar el éxito y de tener un sentido de autoestima mediante el trabajo. Por supuesto que esta demanda trae consecuencias en la percepción y

manejo del tiempo. La sociedad entra en un vertiginoso ir y venir donde los minutos cuestan mucho y el otro se funcionaliza.

Cambia la familia El cambio de roles y el anhelado bienestar social pondrá la mira en el crecimiento demográfico; éste será frenado bajo esquemas de familias nucleares donde se alienta la construcción de familias pequeñas “para vivir mejor” y con pocos hijos “para darles mucho”. Esta consigna será una evidencia sociológica de una ruptura total con el clásico concepto de felicidad. Al respecto cabe recordar el señalamiento de Tomás de Aquino sobre la cualidad humana: “la cualidad del hombre es doble: una natural y otra sobrevenida. La cualidad natural se puede tomar o bien acerca de la parte intelectiva, o bien acerca del cuerpo y de las virtudes ajenas del cuerpo,”8 de donde se infiere que una cualidad natural de la parte intelectiva es, por ejemplo, el deseo natural de felicidad, pero ahora la felicidad viene entendida en términos económicos y en este sentido, el tener más para cada uno desplaza al ser más entre todos. El problema es claro, no es la cantidad de hijos que una pareja decide traer al mundo, es el esquema de sentido vital que los padres plantean para ellos y para sí mismos. En esta nueva familia que favorece la dinámica social moderna, si bien se reduce el índice de cuidado por el otro (debido a que está focalizado en pocos hijos, al trabajo o porque la responsabilidad se transfiere a un tercero como personal de servicio, abuelo, guardería, estancia, TV o cualesquiera) no así la demanda de satisfactores que éste solicita y que responden a un crecimiento exponencial de individualismo. El pequeño sujeto se aferra a sus posesiones; el consumo, como alude Néstor García Canclini es una práctica a través de la cual la gente se relaciona y crea significados “Cuando seleccionamos los bienes y nos apropiamos de ellos, definimos lo que consideramos públicamente valioso, las maneras en que nos integramos y nos distinguimos en la sociedad...”9 Este fenómeno que induce al hombre a un enfrascamiento de sí mismo es fomentado todavía más por el desarrollo tecnológico que ofrece la posibilidad aparente de interacción. Los medios múltiples de que disponemos nos enlazan con el otro (otro real que ha desaparecido para dar paso al otro virtual) la magia de la felicidad opera desde múltiples reflectores hacia los que hay que voltear de instante en instante irremediablemente. En suma, aquel hombre que en la posguerra se ubicó sin más con su propia existencia arrojado entre dos nadas y condenado a la libertad se encuentra ahora con un sin fin de imágenes prestadas que lo han adelgazado en la comprensión y

posibilidad de preguntarse por sí mismo. No se encuentra frente a un vacío evidente, sino ante una existencia caleidoscópica de imágenes prestadas que sólo tienen sentido instantáneo en razón directa del movimiento y la diversidad de matices y que al no encontrarse con una imagen real provocan la sensación de infelicidad. Esta sensación, cuando toca la conciencia, muchas veces provoca la ruptura en las relaciones interpersonales.

Generación de la ruptura Dentro de este panorama y como consecuencia inmediata las relaciones más íntimas se ven vulneradas y es común la ruptura en la pareja y la descomposición de la familia; el ejercicio de la libertad al tomar decisiones respecto a sí mismo en las relaciones interpersonales no siempre queda exento de la sensación de imposibilidad y fracaso y es que como acota Villoro “al pasar a una forma de vida moderna (...) la persona ya no adquiere sentido por su pertenencia; ella misma se considera la fuente de sentido y de valor. Nace la libertad individual; con ella, el desamparo.”10 En muchas ocasiones el éxito y la satisfacción en ámbitos laborales, sociales, económicos políticos sacia a la persona, sin embargo, todo ello no compensa la imposibilidad de cumplir con la finalidad del ser humano que es ser en el otro y para el otro. Las repercusiones de estas rupturas sobre los allegados son irremediables, de ahí la creación de núcleos familiares diversos como constitutivos primarios de la sociedad actual. Y en atención a Gelles y Levine cabe reflexionar que la relación entre el hombre y su sociedad mantiene una dinámica recíproca: las estructuras sociales que nosotros creamos influyen y afectan de manera directa e indirecta nuestras actitudes, creencias y comportamientos, de ahí que seamos víctimas y victimarios o, benefactores y beneficiarios.

Nuevos modos de relación (nuevas tecnologías) A partir de los últimos veinte años, el hombre ha tenido la oportunidad de ampliar formidablemente sus expectativas de interacción con sus semejantes gracias al avance científico y tecnológico. Tras la Caída del Muro de Berlín, se

diluyó el miedo por la siempre inminente Guerra Nuclear, los países se “acercaron” otra vez, pero además, las presiones económicas tomaron un nuevo cauce que orilló a la globalización. Entonces, el hombre cruzó fronteras en minutos, caminó por las calles de otros rumbos, visitó museos, habló con gente de otras latitudes de la noche a la mañana. Tiempo y distancia fueron abolidas, esas trampas humanas que ciñen y determinan al hombre. ¿Qué más felicidad alcanzable que hablar, convivir, coexistir sin límites ni horarios? ¿Qué más felicidad (placer) que conocer y ser conocido? ¿Qué más que acceder a toda información alcanzable? La idea de la felicidad confinada a un pequeño espacio físico, local, propio, fue suplantada por la felicidad ofrecida en múltiples canales: la red, el celular, los sitios interactivos en “tiempo real” como el Chat, el Facebook, por mencionar algunos. Sobrevino la comunicación, pero, a veces también, la distancia. La virtualidad creó una nueva realidad fuera de la realidad. Por supuesto, se acentuaron las distancias sociales que se maquillan superficialmente: entre los dueños de los medios y los usuarios; entre los alcances respecto al cuarto poder (la información) y el manejo de sus ventajas. El mundo quedó globalizado, encerrado en sus confines últimos; los referentes directos se perdieron como señala Alain Touraine “se destruyó el orden social antiguo y lo nuevo con la globalización fue que por definición ninguna fuerza puede actuar a nivel global, ni política, ni económica, ni social, ni cultural, la lucha por “algo”, “contra algo” se volvió inexistente.”11 Tras esta situación el hombre del siglo XXI se halla inmerso navegando en su bote virtual; escucha su voz a través de las ondas que recibe un satélite, pero se sabe –o al menos se intuye- más solo y desprotegido que nunca. La felicidad está a la mano, a la misma distancia que la sensación de abandono y de absurdo, porque ¿cómo conciliar una visión de la felicidad en un Globo que evidencia tantas contradicciones y contrastes?

Conclusión Al parecer la fragmentación social actual conduce a un sentimiento generalizado de insatisfacción e infelicidad; diversos factores se conjuntan y ponen en entredicho al hombre y sus creaciones. No obstante, la dimensión humana por sí misma es capaz de alzarse y rebasar los mismos productos del hombre. La primera promesa se puede hacer realidad al abrir los ojos para reconocerse a uno mismo como persona, como sujeto capaz de repensarse y construirse a sí mismo. Si la sociedad y sus variantes económicas, políticas, sociales, ambientales le han obnubilado y han creado para él, artificios de sentido y falsas ideas de bienestar,

el hombre mismo puede revertirlo todo al volverse y recuperarse como la maravilla de la creación que es. Mas es insoslayable que el hombre de hoy se encuentra presionado por todos sus confines para poner límites. Un niño pequeño tiene que aprender desde sus primeros años que él tiene el control, no que él es presa del control remoto; hacia todos los flancos cabe establecer fronteras, límites que preserven la integridad personal a fin de ejercer la verdadera libertad, no aquélla que se desplaza entre los trazos invisibles fabricados por otros, sino la de tomar conciencia de saberse preso, para voltear los ojos y poner la mira en lo trascendente de la existencia humana. Las evidencias inmediatas, entre ellas la descomposición que amenaza día a día al planeta son suficientes para alentar la búsqueda del fin supremo de la felicidad como única razón de la existencia: expresar al ser y dejarlo ser lo que es; y desde esa dinámica, ser con el otro, en quien se completa la dicha de ser humanos. Preguntas para reflexionar 1. ¿Hasta dónde el vertiginoso mundo actual te ha virtualizado como persona? 2. ¿Cómo hacer aparecer un “otro” real con el cual compartir una finalidad común? 3. ¿Cómo vives tú el ser un humano feliz? Lecturas recomendadas Camus, Alberto. (1977) El extranjero. Madrid: Alianza Editorial. Cortina, Adela. Consumo y luego existo. Mesa redonda. Cristianismo y Justicia. Mayo de 2003. Chernilo, Daniel. “El rol de la sociedad como ideal regulativo: hacia una reconstrucción del concepto de sociedad moderna”. Cinta de Mohebio, diciembre número 021, 2004, Universidad de Chile. Santiago de Chile. Gigliani, Guillermo E. La globalización y la http://www.herramienta.com. ar/varios/5/5-8-4.html

fragmentación

social.

Lipovetsky, Gilles. (1990). El imperio de lo efímero. La moda y el destino de las sociedades modernas. Barcelona: Col. Argumentos. Ed. Anagrama.

Palladito, Juan Pablo. Acerca de la era del consumo ilimitado, injusto y devastador: la insaciable voracidad de una cultura autodestructiva. Revista Teína. 26 de abril de 2005. Rage Atala, E.J. (2002).Ciclo vital de la pareja y la familia. México: Plaza y Valdés Editores. Redondo Morales, Miriam Noemí et. al. La familia como grupo: Importancia de la familia extendida como red de apoyo de la madre soltera “Estudio de caso.” Agosto, 2008. http://www.apsique.com/blog/familia_como_ grupo_importancia_familia_extendida_como_ red_apoyo_madre_soltera_estudio_caso Tomás de Aquino.Summa Theologiae, I ps., q. 83, a. 1, ad 5. Touraine, Alain. Conferencia Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy. Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. 23 de octubre del 2008. Villoro, Luis. De la libertad a la comunidad: Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. Monterrey, 2001.

Notas 1 Chernilo, Daniel. (2004) El rol de la sociedad como ideal regulativo: hacia una reconstrucción del concepto de sociedad moderna. Santiago de Chile. Cinta de Mohebio. 2 Sartre, Jean Paul. (1972) El existencialisnmo es un humanismo. Argentina: Huascar. 3 Bonnet, cit. en Gigliani. (http://www.herramienta. com.ar/varios/5/5-8-4.html). 4 Frankl, Victor.(1991) El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder 5 Camus, Alberto. (1977) El extranjero. Madrid: Alianza Editorial. 6 Cortina, Adela. (2003) Consumo y luego existo. Cristianismo y Justicia. Laicos Ignacianos. 7 Lipovetsky, Pilles. (1990). El imperio de lo efímero. Barcelona: Anagrama.

8 Aquino, Tomás. Summa Theologiae, I ps., q. 83, a. 1, ad 5. 9 Cit. en Palladito Juan Pablo. (2005). Acerca de la era del consumo ilimitado, injusto y devastador: la insaciable voracidad de una cultura autodestructiva. Revista Teína 10 Villoro, Luis. (2001). De la libertad a la comunidad. Monterrey: Fondo de Cultura Económica. 11 Tourraine, Alain. (2008). Conferencia: Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy. Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. 23 de octubre.

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