Nietzsche, destilado y servido para el vago estudiante

September 13, 2017 | Autor: L. Periáñez Llorente | Categoría: Epistemology, Friedrich Nietzsche, Voluntad
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Descripción

Luis Periáñez Llorente

Nietzsche destilado y servido para el vago estudiante “¿Qué es el cuerpo? Solemos definirlo diciendo que es un campo de fuerzas, un medio nutritivo disputado por una pluralidad de fuerzas. Porque, de hecho, no hay “medio”, no hay campo de fuerzas o de batalla. No hay cantidad de realidad es ya una cantidad de fuerza. Únicamente cantidades de fuerza en relación de tensión unas con otras”. Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Ed. Anagrama, 1962, p 60

Comenzamos esta – la última – sección por recordar el anhelo que dio pie a la filosofía moderna, aquel anhelo en torno al que Descartes monta todo su sistema, el que situa a la epistemología a la vanguardia de toda filosofía, como la necesidad previa a cualquier otro estudio: la idea de que hay algo con arreglo a lo cual se nos da el conocimiento con absoluta certeza, que nos permite ver el ser verdaderamente ser. Idea que, ya en Nietzsche, se desvela como mero sueño. Hemos estudiado el discurrir de las variaciones en la concepción del sujeto a partir de esta necesidad de certeza. De la cosa pensante, llegamos al sujeto constructo del exterior, sujeto de percepciones, que da a parar con Kant en el sujeto trascendental, sujeto que es condición de posibilidad de todo lo ente, que torna fenómeno, aparición, en tanto que él mismo, este sujeto, deja de ser cosa y pasa a ser pura forma, la pura forma del pensamiento, esto es, la pura forma del tiempo. ¿Qué queda ahora? Queda el final de tal pretensión, la de conocer con certeza, queda el auge de la voluntad, el inicio de la decadencia de la epistemología, queda un destruir para construir un nuevo sistema. Queda el martillo. Así, dividiremos estos precarios apuntes en dos secciones: destrucción y construcción. Veremos cómo, a partir de los presupuestos kantianos – cómo un Nietzsche eminentemente neokantiano – derriba el sistema kantiano y, posteriormente, veremos qué hay de nuevo, qué hay de afirmación una vez negado lo precedente, en su filosofía, especialmente en su gnoseología.

Destrucción: Hay una sensación presente en la atmósfera del momento, la atmósfera que ya ha conocido a Darwin: Kant ha concedido demasiado al sujeto. ¿Por qué ha de estar éste incondicionado? ¿Acaso no habíamos probado que lo múltiple y el sintetizador se necesitaban recíprocamente? ¿Que lo múltiple estaba ahí para ser sintetizado tanto como el sintetizador para sintetizar? Nietzsche parte de presupuestos kantianos, ha leído con devoción a Lange 1, acepta absolutamente que el objeto quede condicionado por el sujeto, que éste lo determine, que el conocimiento sea una práctica constructiva, ¿pero por qué ha de quedar el sujeto sin condición? ¿Qué clase de chiste es éste en el que nos permitimos negar los absolutos en los objetos, y lo afirmamos en el sujeto? El único sentido real, sostiene el pensador de Röcken, de toda objetivación y de toda subjetivación, no reside en objetos ni en sujeto, en tanto que ninguno de ellos se halla incondicionado: ambos se desbordan, ambos obedecen a la lógica del devenir puro, de la vida, del nacer y el morir contínuo de todo ente. El sujeto también es ente, el sujeto también nace y también muere: el sujeto trascendental se ha trocado en sujeto vital. Con esto reconocemos una consecuencia inexpugnable: lo cognitivo es condicionado por lo no cognitivo, por lo vital, y así, se regirá por bases adaptativas. ¿Qué queda de la certeza, de la 1 Filósofo neokantiano que realiza una lectura fisiológica del trascendental kantiano.

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Luis Periáñez Llorente verdad, si aquello que la da responde a necesidades adaptativas? Nada. Quizá nuestro conocimiento es error, error útil, error en pos de la supervivencia. Los juicios sintéticos a priori serán, nada más y nada menos, ficciones útiles. El trascendental se traducirá en dos lecturas intrínsecamente conectadas, la biológica y la filológica. Las ciencias, o más bien, el método científico, está probando la imposibilidad de la cosa en sí, está contribuyendo a la destrucción de la verdad, a la inminente caída de la metafísica, y eso es algo que encanta a Nietzsche 2. Así, con la ayuda de Darwin y de la ciencia, Nietzsche remata por completo la creencia en la verdad como tal, pues la verdad sucumbe ante la lógica misma de esta última. Es ésta la vía de la que se quiere apropiar el bigotudo y enfermo crónico filósofo, un instinto científico que anexiona a su forma de concebir todo como resultado de un cierto devenir. El cuerpo se alza con la hegemonía en el conocimiento frente a la borrosa y quimérica conciencia. La conciencia es más bien una suerte de frontera membranosa pensada para la comunicación, no para el conocimiento. El cuerpo desborda la conciencia de sus propias capacidades de conocimiento. El sistema cognitivo se torna orgánico, atado a lo vivo, a lo intrínsecamente biológico. Con otro cuerpo, con otra organización, surgido de un medio diferente al que adaptarse, nuestra cognición sería diferente. Poseemos las categorías que poseemos porque la necesidad de adaptación al medio que habitamos las ha conformado así: el a priori, despojado de toda fantasía de incondición, se muestra tal como es, como un a posteriori. El cuerpo responde a las necesidades de la vida, una vida, un devenir, que no es justo, que no respeta, esto es, el cuerpo se situa en un papel en el que su función es apropiación, adueñamiento y dominación. Por otro lado, después de esta lectura fisiológica del a priori, nos encontramos de frente con la lectura filológica. El lenguaje mismo condiciona también nuestra forma del pensamiento, la conciencia se encuentra determinada por el lenguaje como realidad histórica, cultural. Esta concepción del lenguaje acabará por sajar de cabo a rabo lo poco que restase de pretensión de verdad: el lenguaje no es adecuación a la cosa, no producirá verdad, sino que más bien surgirá de la traducción de estímulos a imágenes, imágenes que devienen palabras. ¿Qué es esto? Un puro fabricar metáforas. No dependerá la metáfora del concepto, sino que el concepto pasará a depender de la metáfora, el concepto no será más que metáfora, una metáfora que ha olvidado que lo es. El lenguaje no será imagen del mundo nunca más, sino creación del mundo, una invención que no responde a conceptos puros, categorías a priori, sino que sigue la lógica del devenir, la lógica del destruir y el construir, mostrando las relaciones, cambiantes y, ante todo, frágiles – mortales – que establecemos con lo fenoménico, en tanto que también nosotros somos fenómeno. Admitiendo este proceso fisiológico y lingüístico del conocimiento, negamos la existencia de un lenguaje o un pensamiento puros. El conocer será filtrar, seleccionar y vincular estímulos de una determinada manera, que jamás será verdadera, sino un error, el error útil. El lenguaje y la vida están atados al, y trabajan en favor del, reconocimiento de la temporalidad y la finitud: somos históricos, nuestro lenguaje – nuestra conciencia – evoluciona, nuestro cuerpo evoluciona, y así, nuestro conocimiento es, también, con nosotros y sus medios, histórico 3. Y diremos, ¿no suena esto a Hume? Es cierto, como argumenta Hume, que hay unas ciertas disposiciones naturales, 2 Sostiene Pablo López a lo largo del curso, al contrario de lo que piensan Deleuze y Heidegger, que Nietzsche mantuvo un ferviente interés por las ciencias, especialmente en las ciencias positivas, así como lo demuestra su lectura compulsiva de Boscovich. 3 De hecho, invirtiendo fórmulas cartesianas, podemos afirmar que somos históricos porque no somos sujetos que piensan, sino pensantes, que al pensar, se subjetivizan, hablantes que al hablar se conforman como sujetos.

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Luis Periáñez Llorente creencias, etc, tras el conocimiento, pero ya en Nietzsche no se entienden como algo fijo, sino como resultado del devenir. Hacemos estallar la confianza humeana con la ayuda de Darwin, en el orden natural del devenir. Resumiendo: hemos cumplido, llevando al extremo, con la premisa kantiana. Hemos cumplido dialécticamente con la abolición de la distinción apariencia-esencia, lo que hay es lo fenómeno, es aparición, y no puede quedar nada que no lo sea; el sujeto es, también, fenómeno. Queda cancelado, por supuesto, también, el escepticismo, puesto que no hay contrapunto a la aparición. Todo sigue la lógica del devenir, lógica que la ciencia hace patente, que Darwin ha hecho patente: el sujeto, y con él el conocimiento, posee una base fisiológico-lingüística, todo conocer será metaforizar, será producir ficción. ¿Qué queda entonces? La ilustración había erigido el edificio de la epistemología: Nietzsche lo ha derribado a martillazos. Queda la cancelación de la investigación epistemológica, en cuanto que ésta pasa a depender de las ideas categoriales mismas, mediadas por la naturaleza. Si no podemos producir verdad, si el conocimiento produce ficción, que aunque útil, carece de certeza, ¿cómo continuar con la gnoseología? ¿cómo comenzar la filosofía por una teoría del conocimiento?

Construcción: Como cabe esperar, Nietzsche no se conforma con reducir el conocimiento vana práctica adaptativa. A pesar del fuerte elemento de reducción de lo verdadero a exigencias a imales, funcionales, Nietzsche se rebela contra la pura adaptación, la pura supervivencia estableciendo jerarquías entre las posiciones cognitivas y las maneras de experimentar el mundo. La voluntad de poder será, con esto, el imponente edificio que forje su filosofía. ¿Cómo se desarrolla esta reconquista del terreno filosófico que acaba de arrasar? Buscando, en primer lugar, la consistencia misma del espacio fenoménico en el que hemos inscrito al sujeto de conocimiento y los objetos, el espacio de lo óntico, la consistencia, al fin y al cabo, del devenir: la fuerza. El ser de lo ente es fuerza 4. Si ser es devenir, cambiar, y cambiar es afectar y ser afectado, no queda más remedio que el ser de lo ente sea producir efectos, fuerza. El devenir, el mundo natural, será el enfrentamiento infinito de segmentos, magnitudes, finitas de fuerza. Ser será expresarse en una determinada cantidad de fuerza, cuyo sino será producir efectos en las resistencias que encuentre. Este es el verdadero sentido del Eterno Retorno, quien piense que Nietzsche dice que ya hemos estado aquí, yerra estrepitosamente. El Eterno Retorno hace referencia al eterno retornar de las condiciones de lo finito, del choque de las fuerzas finitas mismas, el no avanzar hacia una meta final. Sólo habrá finitud, finitud una y otra vez, el eterno ciclo del nacer cosas, encaminadas inexorablemente a la muerte, muerte que no supone un paso a nada más, que no supone paraíso ni infierno. Sólo existe la lógica del devenir. El devenir no es un devenir de algo, es un devenir que produce. Y así, nosotros, que estamos aquí, los sujetos, que hemos dado a parar a este mundo regido por la lógica del devenir, por el enfrentamiento infinito de magnitudes finitas de fuerzas, no tenemos más remedio que jugar a ese juego. Vivir es expresar 4 Hemos de tener en cuenta en lo que sigue la influencia leibniziana que obtiene a través de Boscovich, físico y filósofo cuya teoria atómica bebe de ella, a quien Nietzsche, como ya hemos mentado, lee. Leibniz sostiene que el ser de los entes no puede reducirse a la extensión, en tanto que ésta no da cuenta de todo lo que les acontece – directamente, podríamos decir que no da cuenta de nada por sí sola - . Así, retomamos principios no extensos: la fuerza. Aquello que permite el cambio y el devenir no puede ser la extensión. Por ser extensas las cosas no son activas, por ser extensas, las cosas ni siquiera son cosas.

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Luis Periáñez Llorente fuerza, es querer, es dominar, no es un mero adaptarse. La disposición humana es la de querer 5, todo acto humano, incluido el conocimiento, está atravesado por voluntad. Expresarse es expresar una voluntad, una fuerza. Y no hay fuerzas infinitas. Una fuerza infinita sería una fuerza sin oposición, y el ser de la fuerza es la contraposición con otras fuerzas, es expresar una intensidad que derrote a, o sea derrotada por, otras fuerzas. En qué consista una fuerza o qué sea, se definirá por su posición respecto a otras fuerzas. Como el ser son fuerzas, y las fuerzas se comprenden relativamente, ninguna cosa, en tanto que sea, podrá entenderse por sí misma, siendo coherente con todo el argumento nietzschiano: El ser, por tanto, posee una consistencia relacional. Así, el Eterno retorno queda establecido, y podemos sentirnos frustrados, ante la completa seguridad de que alguna fuerza nos derrotará, de que somos finitos. La posición nietzschiana, la posición del espíritu libre, es la posición que torna positiva la afirmación de la finitud, que disfruta la lógica de la libre contraposición de fuerzas, y pretende eliminar aquellos obstáculos igualizadores, que impiden que domine quien tenga que dominar. La posición de Nietzsche será la posición de quien odia ese tipo de fuerza reactiva que no admite los picos de fuerza, que en lugar de producir sólo busca la adaptación, que interrumpe el dominio en sentido genuino. Podemos afirmar que Nietzsche aboga por cierta práctica del conocimiento que no opera en el plano de la adaptación y la supervivencia – esa práctica que opera según fuerzas reactivas, que es conservación –, sino que vale como un fin en sí misma, que habita el plano de la cultura del riesgo y del peligro, un conocimiento que expresa fuerzas activas, que es dominación, que es incremento de uno mismo. Aboga, por tanto, por un sentido productivo del conocimiento, un conocimiento que, lejos de conformarse con sobrevivir, produce, crea, halla nuevas experiencias., nuevas maneras de experimentar el mundo. Es esto, sin duda alguna, una jerarquización de las prácticas cognitivas. No podemos reducir el conocimiento a lo adaptativo, porque no podemos, jamás, afirmar algo como que la Crítica de la razón pura es producto de la mera lucha del hombre por sobrevivir. Además, estamos hablando de que el sujeto de conocimiento es un sujeto de fuerzas necesariamente plurales, por lo que no hay un yo que sea sujeto de conocimiento por antonomasia, sino que todo yo es resultado de una confluencia de afectos, de múltiples puntos de poder, de fuerzas, enfrentados entre sí y expresados en el conocimiento. Somos una batalla campal, todo proceso de aprendizaje es un ataque a nuestro yo en pos de destruir lo débil que hay en él y reforjarlo más poderoso. Todo conocimiento adquirido es una fuerza ejercida contra nosotros mismos, que inexorablemente esgrimiremos contra otras fuerzas. El yo es resultado de un conjunto de relaciones de dominación entre afectos. Ya podemos entender el sentido epistemológico del Eterno retorno: el espacio en el cual se produce el conocimiento, que podemos entender como nodos de intensidad, nodos de fuerza, en continua relación de batalla unos con otros, es un espacio inseparable del conocimiento mismo. No habrá nunca un conocimiento puro, absoluto, curado de sus dependencias con respecto a este mundo de fuerzas, porque él mismo es expresión de dicho mundo. El conocimiento es voluntad de poder, es creación, es emisión de fuerzas activas. Antes de conocer hemos puesto una posición de valor, y el sujeto no es libre de dejar de valorar. Comprendido esto, nos encontramos en posición de hacer fluir esta posición nietzschiana, esta ontologización del fenómeno, en el cauce del perspectivismo. Si todo es fenómeno, y el fenómeno 5 “El hombre querrá la nada antes que no querer”.

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Luis Periáñez Llorente es voluntad, es una posición de valor, entonces todo conocimiento es perspectiva. Desaparecen los hechos para ceder su trono a las interpretaciones, interpretaciones que, inmediatamente, comienzan a luchar por lograr su finita hegemonía: no se trata, pues, de suprimir los sentidos y buscar lo fijo, sino de, a través de un trato ensayístico con el mundo, fortalecer los sentidos, lograr la perspectiva más fuerte. Y aquí culmina lo que comenzó con Descartes, tal como se anunciaba. ¿Cómo pretender, cuando el conocimiento ya no produce verdad, comenzar la filosofía con una epistemología?

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