«Negro sobre blanco. El ideal de belleza en el rostro de la mujer japonesa»

July 27, 2017 | Autor: I. Ortega Sánchez | Categoría: Cuerpo, Japon, Sociología Del Cuerpo, Antropología del cuerpo, Ensayo Sobre La Vision De La Mujer
Share Embed


Descripción

JAPÓN y Occidente : estudios comparados / Carmen Tirado Robles (coordinadora). — Zaragoza : Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014 401 p. : il. col. y n. ; 22 cm. — (Colección Federico Torralba de Estudios de Asia Oriental ; 5) ISBN 978-84-16272-48-8 1. Japón–Civilizaciones–S. XX-XXI. 2. Japón–Relaciones–Europa. 3. Japón– Relaciones–Estados Unidos TIRADO ROBLES, Carmen 327(520:4) 327(520:73) 930.85(520)«19/20» Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Los autores © De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza 1.a edición, 2014 Diseño de la cubierta: Fernando Lasheras Imagen de la cubierta: Belleza de la era Tempô, de Toyohara Chikanobu (1896) Colección Federico Torralba de Estudios de Asia Oriental, n.o 5 Directora de la colección: Elena Barlés Secretarios: V. David Almazán Tomás y Luisa María Gutiérrez Macho Prensas Universitarias de Zaragoza. Edificio de Ciencias Geológicas, c/ Pedro Cerbuna, 12 50009 Zaragoza, España. Tel.: 976 761 330. Fax: 976 761 063 [email protected] http://puz.unizar.es Esta editorial es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional. Impreso en España Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza D.L.: Z 1723-2014

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO DE LA MUJER JAPONESA Isabel Ortega Sánchez Universidad de Zaragoza

I. OSHIROI, EL INMACULADO ASPECTO DE LA VIRTUD La Antropología del Cuerpo analiza cómo las personas comunican su identidad étnica, su pertenencia a una determinada sociedad, su posición en la estructura social, su estatus y su género a través de la intervención y decoración del cuerpo. Muy a menudo, estos significados culturales encarnados se insertan en la construcción de los ideales estéticos de belleza, pasando a integrar los marcos de reconocimiento social, señalando los cuerpos dignos de protección, de reconocimiento y de admiración: los cuerpos bellos. Cada contexto sociocultural modela los cuerpos que regula en función de sus propios valores, ideales y simbolismos, apareciendo a menudo los atributos de belleza femenina entretejidos o incrustados (embedded) en valores de orden moral y de virtud, pues frecuentemente la mujer bella y la mujer virtuosa se superponen en un arquetipo ideal. Analizar el tratamiento del cuerpo en Japón a través de su historia nos permite profundizar en su cultura, sirviéndonos de esa capacidad simbólica y comunicante del cuerpo. Las disciplinas corporales que construyen el cuerpo femenino aportan información valiosa sobre la estructura y organización social de Japón y sus sistemas de jerarquización y de reconocimiento o exclusión social en cada periodo histórico. Salvando las dificultades que presenta cualquier análisis externo al contexto en el que los significados son decodificados, las distintas prácticas corporales cultivadas por cada grupo social, sus significados y sus efectos nos pueden

306

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

permitir vislumbrar el estándar normativo del cuerpo femenino socialmente valorado y tratar de inferir algunas conclusiones. Para entender los códigos corporizados en Japón y calibrar su peso, hay que partir de una interesante particularidad: la falta de interés de la cultura japonesa por el cuerpo más allá del rostro y el cuello. Este rasgo puede observarse en la práctica ausencia de representaciones artísticas que plasmen el cuerpo desnudo y el detalle exquisito con el que se representan siempre los elementos textiles. Así, en el periodo Heian (794-1185), en el que el valor estelar de la corte era el «culto a la Belleza y al Refinamiento», la seducción se materializaba en la superposición de hasta doce capas textiles de seda de diversos colores y en el sugerente «susurro de la seda» (kinuzure no oto) (Lanzaco, 2012). Roca-Ferrer en sus Notas al Genji Monogatari1 señala la aversión por el cuerpo desnudo que deja entrever Murasaki en su novela, en la que se deja claro que la mujer atractiva y valorada es aquella que viste bien, con corrección y elegancia. La autora llegó a escribir en su diario: «Un cuerpo desnudo es la cosa más horrible del mundo. No tiene el más mínimo encanto» (Murasaki, 2007, vol. ii: 813). Aunque este comentario parece referirse exclusivamente al cuerpo femenino, lo mismo se aplica al cuerpo masculino en el periodo Heian, vestido y perfumado en abundancia y con el rostro empolvado. El desnudo no es algo deseable a lo que se recurra con frecuencia, siendo curioso que incluso en los grabados eróticos japoneses (shunga) es muy frecuente que los personajes estén vestidos (Cabañas, 1996). Estos shunga van a enfatizar la belleza y sensualidad de la seda, mostrando exclusivamente de forma explícita los rostros dotados de gran expresividad, el cabello, las manos y un tratamiento hiperbólico de los genitales. En cambio, el resto del cuerpo se oculta velado entre las numerosas capas textiles. Ese protagonismo sensorial del textil, principalmente de la seda,

1

El Genji Monogatari, escrito por Murasaki Shikibu a comienzos del siglo xi, se ha considerado la primera novela de la historia.

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

307

cuya vista, tacto y oído alcanza un peso singular en el erotismo en Japón, hace invisible el cuerpo más allá de lo estrictamente necesario, y muestra la importancia en la cultura japonesa de la belleza del envoltorio, como señala Cabañas. A la importancia del textil se añade el misterio de la penumbra, de lo indirecto, de lo sugerente, siendo el cabello, el rostro, el cuello y el perfume, los únicos elementos que cobran algún protagonismo en este juego de claroscuros. En este sentido, Tanizaki, observando las marionetas femeninas de bunraku (integradas por cabeza, manos y un vestido de cola) encuentra que esta representación artística «se acerca mucho a la realidad, porque las mujeres de antes solo existían realmente de cuello para arriba y desde el borde de las mangas. El resto, como la varilla de la marioneta bunraku, era un simple soporte para el traje». Con esta tradición corporal, podemos comprender el protagonismo que adquiere el rostro como vehículo de comunicación de significados y valores sociales, focalizador de la mayoría de las disciplinas corporales. Tanizaki, en su libro El elogio de la sombra, nos invita a imaginar las oscuras habitaciones donde las mujeres japonesas vivían recluidas para introducirnos en el modo en que se percibía la belleza. La belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra. En una palabra, nuestros antepasados, al igual que a los objetos de laca con polvo de oro o de nácar, consideraban a la mujer un ser inseparable de la oscuridad e intentaban hundirla tanto como les era posible en la penumbra; de ahí aquellas mangas largas, aquellas larguísimas colas que velaban las manos y los pies de tal manera que la única parte visible, la cabeza y el cuello, adquirían un relieve sobrecogedor (1994: 69-70). Esta idea de la penumbra resulta realmente interesante para comprender los tratamientos corporales que las élites sociales japonesas han aplicado en sus rostros. Ya en tiempos remotos, los hombres y mujeres de la corte pudieron trasladar a la vida cotidiana

308

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

la aplicación del polvo blanco ceremonial o ritual como estrategia para iluminar sus rostros, destacando su presencia en un juego de claroscuros. Un recurso de seducción eficaz convertido en ideal de belleza que con el tiempo se centró principalmente en las mujeres, pero que se mantuvo, además, entre los varones nobles de la Corte Imperial, que aislada culturalmente desde el periodo Heian conservó toda la estética de aquel momento hasta la restauración Meiji. En 1868, el diplomático británico Ernest Satow y Lord Redescale describieron al emperador de Japón destacando su tez blanca, sus cejas depiladas y pintadas en la frente hikimayu, las mejillas con colorete, los labios pintados de rojo y oro y los dientes ennegrecidos ohaguro (Ashikari, 2003: 58). Estos tratamientos corporales, que evolucionaron de manera diferente en la Corte Imperial y en el resto de la población, serán los elementos centrales de las disciplinas corporales japonesas, operando en la construcción de la identidad étnica, nacional y de género, o como marcos de reconocimiento del estatus social, de la edad o del estado matrimonial o familiar. En el Japón premoderno, lucir un bello rostro blanco requería dos formas de tratar la piel. Una, luchar contra la hiperpigmentación empleando técnicas milenarias, como el excremento de ruiseñor (uguiso no fun). Todavía hoy se vende este producto para aplicarlo en casa e incluso en algunos centros de belleza de Nueva York se ha puesto de moda un tratamiento al que llaman Geisha facials, que se basa en el uso de excremento de ruiseñor para aclarar la piel y aumentar su brillo y suavidad. Otra forma de obtener el rostro blanco deseado era aplicando un maquillaje blanco en polvo que cubría completamente la piel y que podía obtenerse a base de pigmentos vegetales (polvo de almidón de diferentes gramíneas, como mijo o arroz) o mediante pigmentos minerales (primero de cloruro de mercurio y después de plomo, este último reemplazado en 1870 debido a su toxicidad por un polvo sin plomo llamado oshiroi neri). Esta práctica que procede de la aristocracia China ya se había asimilado en Japón en el periodo Heian, por lo que su llegada debió ser al menos en el periodo Nara (710-794) y se esta-

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

309

bleció como un marcador de estatus social que se prolongó en el tiempo. Como señala Ashikari, el proceso de transformación que supuso la modernización de Japón en el periodo Meiji (1868-1912), que desterró las prácticas corporales del ohaguro y del hikimayu, también afectó al ideal de belleza caracterizado por el rostro blanco. A partir de entonces el uso del maquillaje blanco se feminizó estableciéndose exclusivamente para las mujeres, principalmente las de clase media (pues la emperatriz y su corte asumían una apariencia occidental en sus funciones diplomáticas y era imposible de asumir por las mujeres trabajadoras). Pero lo más interesante es que en ese momento de grandes cambios, lucir un rostro blanco adquiere nuevos significados y se convierte en un referente identitario de la mujer japonesa. Además, frente al carmín rojo, que empezó a considerarse de mujeres vanidosas, el polvo blanco se erigió en «deber moral» de la mujer Edo, representando los valores de la virtud, la consideración (omoiyari) y las buenas maneras (reigi). Así lo recoge unos de los libros escritos para educar a las mujeres de la clase samurái en el periodo Edo, Onna chõhõ-ki (1692): «La mujer desde que nace no debe mostrar su rostro sin el maquillaje blanco ni un solo día de su vida» (Ashikari, 2003: 64-65). Con la restauración Meiji, los hombres modernizarán su aspecto completamente siguiendo el estilo de los occidentales y a las mujeres de clase media se les reservará el papel de salvaguardar en su cuerpo y en su apariencia la identidad japonesa. Los nuevos símbolos de esa identidad que tendrán que custodiar las mujeres de clase media serán la blancura del rostro, el kimono y el peinado tradicional (nihon-gami), pero con el paso de los años, el kimono y el recogido quedarán circunscritos a las ocasiones y ceremonias especiales, mientras el ideal del rostro blanco se vinculará a la vida cotidiana diferenciando dos formas de aplicación. Por un lado, el maquillaje blanco puro tradicional que cubre completamente la piel del rostro, reservado para ocasiones especiales como las ceremonias de boda y, por otro, para el uso diario, un fondo de maquillaje más fluido cuya función es matizar el color de la piel para que adquiera

310

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

el tono pálido específico aceptado socialmente como ideal estético. El nivel de exigencia social que ha adquirido esta disciplina corporal a partir de la restauración Meiji ha determinado que lucir una piel del rostro con el tono correcto se haya convertido en una cuestión de virtud femenina (Ashikari, 2003). II. OHAGURO, EL AMARGO SABOR DE LA BELLEZA

Belleza de la era Tempô (1830-1844), de Toyohara Chikanobu, 1896. Mujer con maquillaje blanco oshiroi en el rostro y ohaguro en los dientes.

El teñido o ennegrecimiento de los dientes, llamado ohaguro, es una de las prácticas corporales del Japón premoderno que más llamó la atención en sus primeros contactos con Occidente. Este término se compone de la partícula honorífica o, la palabra dien-

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

311

tes ha y el concepto de color negro kuro. El efecto de los dientes negros se obtiene mediante la aplicación de un líquido obtenido de la reacción química del hierro con el ácido tánico. Encontramos referencias al mismo bajo distintas nomenclaturas: kane, hagurome, tesshô (zumo de hierro) y dashigane (extracto de metal); o los más populares okane (metal noble) y ohaguro (Casal, 1966). Mitford, en su recopilación de los Cuentos del Japón Viejo, recoge una receta que le fue suministrada por un boticario de moda en Edo (Tokio) según la cual hay que calentar tres pintas de agua y añadir media taza de vino2 y hierro al rojo vivo. Dejar reposar cinco o seis días hasta que se forme una capa de espuma sobre la mezcla. Verter entonces en una pequeña taza de té y colocar cerca del fuego, cuando esté caliente se añade polvo de agallas3 y limaduras de hierro y se calienta de nuevo. Con este líquido se pintaban los dientes, obteniéndose tras varias aplicaciones el color deseado y debiendo repetir su aplicación con frecuencia para mantener el color negro y brillante tan apreciado estéticamente. No obstante, el periodo en el que se ha practicado el ohaguro en Japón es tan largo que esta fórmula ha debido variar en el tiempo y encontramos diversas referencias bibliográficas que mencionan otros ingredientes, como el vinagre, el té (Shimizu, 1988: 380; Pekarik, 2003, cit. Smith, 2004) y la luffa petola o hechima (Casal, 1966). Básicamente, el ohaguro se produce por la reacción entre el ácido férrico y el ácido tánico, conseguida mediante la unión de dos elementos: el kanemizu, una solución líquida de ácido férrico que desprendía un desagradable olor, por lo que se enseñaba a las mujeres desde jóvenes a aplicárselo muy temprano, antes de que el resto de habitantes de la casa se levantasen (Corbiere, 2003; cit. Carpentier, 2011); y el fushiko,

2 3

Al recoger esta receta, Smith (2003) puntualiza que por vino debe entenderse el sake japonés. Las agallas o abogallas son crecimientos anómalos de tejido que produce una planta como reacción al ataque de algún parásito. Estas agallas tienen ácido tánico y ácido gálico, usado para la fabricación de tintas ferrogálicas.

312

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

ácido tánico en polvo obtenido de agallas molidas. Este tinte negro líquido (hagurome) era extremadamente amargo y provocaba náuseas. Durante los siglos x y xi las mujeres de clase alta empezaron a utilizar una especie de neceser, un set de cajas de laca urushi encajables con elaboradas incrustaciones y decoraciones para guardar los productos cosméticos y los utensilios para aplicarlos: espejos de mano, brochas y pinceles de plumas, cuencos, jarras de agua, el fushiko en polvo y el kanemizu, papeles finos para quitar maquillaje, polvos faciales blancos (de plomo blanco o salvado de arroz), y todo lo necesario para depilar las cejas y pintarlas en la frente (hikimayu) (Smith, 2003). Para el pueblo llano se popularizaron unas jarras de gres hechas en los hornos de la provincia de Echizen (actual prefectura de Fukui) especialmente para preparar el harugome, que aplicaban con cepillos hechos a partir de una caña o palo de madera de sauce fibrilados en un extremo (Casal, 1966: 24). La reconstrucción histórica de la práctica del ohaguro no es tarea fácil, pues las fuentes difieren a menudo notablemente. El origen de esta antigua práctica japonesa de ennegrecer los dientes es desconocida, algunos estudios sugieren que el ohaguro era una costumbre indígena del pueblo japonés anterior a la asimilación de la cultura china en los siglos v y vi, aunque carecen de pruebas evidentes (Ashikari, 2003). Quizás, el hecho de que los chinos llamasen a Japón «la tierra de los dientes negros» y así aparezca reflejado en un poema del poeta del siglo iii Mu Hua recogido en la antología Wen hsüan (Ueda, 2009), pueda considerarse una evidencia de tan antigua cronología. También encontramos estudios que basándose en el examen de restos óseos remontan la práctica intencional del ohaguro al menos desde el periodo Asuka (Geissberger, 2010). Pero es en la cultura de la Corte Heian donde encontramos abundante literatura que menciona el ennegrecimiento de los dientes como una práctica común entre las mujeres de las clases altas para ensalzar la belleza y ayudar a mantener la salud dental. Pronto trascendió su carácter voluntario para devenir en una disciplina corporal obligatoria, al depender de la misma el reconocimiento social

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

313

de una persona4. Se sugiere que el comienzo del ohaguro estaría en las ceremonias de edad de las niñas de las clases altas, en las que ennegrecían sus dientes, depilaban y dibujaban sus cejas (hikimayu) y cambiaban su peinado por primera vez. Este maquillaje representaba el cambio de estado de las niñas de clase alta al estatus de mujeres maduras. Avanzando el periodo Heian, la costumbre se extendió a los muchachos de la nobleza y posteriormente en el siglo xii, periodo Kamakura (1185-1333), sería asimilada por los samuráis (Ashikari, 2003) como símbolo de fidelidad a su señor. Durante las guerras del periodo Heian (1180-1185), la facción Heike/Taira, que había adoptado los usos estéticos de moda en la corte de Kioto, se identificaba por sus dientes negros frente a los partidarios de Minamoto/Genji, que mantuvieron sus dientes blancos (Smith, 2003), lo que muestra el uso del cuerpo como instrumento de identidad/alteridad. «Lo que probablemente comenzó como una superstición totémica, después de pasar por una etapa de la perversa sensualidad, se convirtió en un emblema del espíritu verdadero y fiel del guerrero» (Casal, 1966; cit. Smith, 2004: 127). Con la victoria de los Taira, sus prácticas corporales dominaron el periodo Muromachi (1336-1568) y se extendieron al resto de la población, incluyendo a las clases bajas, pero dejando fuera las castas sociales marginadas, a quienes les estaba vetado el uso del maquillaje. Esta popularización del ohaguro destruye su asociación exclusiva con un estatus social elevado, generalizando su uso simbólico como marcador corporal del estatus de mayoría de edad que comenzaba con el inicio de la pubertad. En el siglo xviii, la práctica generalizada del ohaguro entre la población adulta empezó a restringirse nuevamente a las mujeres, pero absorbiendo el significado de fidelidad a

4

En la colección de historias cortas del periodo Heian, Mushi Mezuru Himegimi (La princesa que amaba a los insectos), se describe una joven que desafía las convenciones sociales y que rechaza el ohaguro mostrando siempre una sonrisa sorprendente de dientes blancos que asustaba e incomodaba a la gente, que «evitaba sus dientes tan desnudos como un animal despellejado» (Smith, 2003).

314

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

su señor que venía simbolizando su práctica entre los samuráis. Así, en el periodo Edo (1603-1868) los dientes negros pasaron a representar la fidelidad conyugal, convirtiéndose en un símbolo de matrimonio o de compromiso matrimonial, al igual que el hikimayu. En el periodo Momoyama (1568-1603), Bernardino de Ávila Girón, un comerciante español que se estableció en Japón, escribió «doncellas y viudas no manchan los dientes de esta manera» (Smith, 2003: 127). Pero, finalmente, durante el periodo Edo, el ohaguro se extendió también a las mujeres de los barrios de placer. Con la modernización de Japón en el periodo Meiji, el ohaguro desapareció tras la imposición de una nueva estética basada en las disciplinas corporales occidentales de finales del siglo xix. En este periodo el Gobierno alentó a todas las mujeres japonesas y a los hombres de la nobleza a abandonar la costumbre de ennegrecerse los dientes y afeitarse las cejas5. Este dato, junto con las descripciones sobre el emperador Meiji en sus primeros contactos con los «occidentales», indica que los hombres de la Corte Imperial, debido a su aislamiento cultural, habían mantenido durante siglos la estética Heian y que aún continuaban tiñendo sus dientes a comienzos del periodo Meiji. El gran cambio se produjo a partir de 1873, cuando la emperatriz apareció en público por primera vez con los dientes blancos y sus cejas naturales. Siguiendo su ejemplo, las mujeres japonesas abandonaron las prácticas tradicionales del ohaguro y del hikimayu, haciendo que al final de la era Meiji en las zonas urbanas fuese difícil ver mujeres de clase media con estos tratamientos estéticos, aunque la mayoría de las mujeres de los estratos sociales inferiores siguieron tiñendo sus dientes hasta la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905). Después, la práctica del ohaguro desapareció de las ciudades pero sobrevivió en zonas rurales hasta el periodo Taisho, pues aún tardaría en invertirse la percepción de los dientes blan-

5

A diferencia del maquillaje blanco, que fue reconocido como un símbolo de la nueva identidad japonesa moderna, el ohaguro y el hikimayu fueron etiquetados como «bárbaros» y «atrasados».

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

315

cos como bellos6. El caso más reciente, publicado en 1977, fue el de una mujer de 96 años de edad en Akita que seguía tiñendo de negro sus dientes cada dos días (Ashikari, 2003: 235-240). Uno de los aspectos más interesantes para la antropología es buscar las explicaciones que subyacen en la realización de las diferentes prácticas corporales que estudia, sus significados, su valor simbólico. Mientras que en odontoestomatología, el teñido dental es considerado una modalidad de mutilación intencional no terapéutica de los dientes, junto con la rotura, limado, afilado, incrustado, decapitado coronario, avulsión, modificación de la posición, perforación, etc.; la antropología, que se ha interesado por las modificaciones intencionales de los dientes en numerosas culturas, considera más adecuados términos como transformación dental o decoración dental, pero advirtiendo de que esta práctica corporal, como suele suceder, es mucho más que un mero recurso estético y evidenciando su valor clasificatorio. En esta línea, numerosos estudios tratan de explicar las funciones que cumplen las diferentes modificaciones intencionales de los dientes más allá de la mera ornamentación, sea como marcador étnico o tribal, de género, de estatus social, de edad (integrado en ritos iniciáticos de paso) o relacionadas con el teriomorfismo y el antropomorfismo (Labajo, 2007). Ya hemos visto el desplazamiento simbólico que han tenido los dientes negros durante siglos y los distintos valores clasificatorios que se le han asignado, pero ¿cómo se inicia el gusto estético por los dientes negros?, ¿surge de la nada o se apoya en otros mecanismos simbólicos? Stevenson acude al simbolismo en Japón de los dientes blancos con la muerte, al considerarlos una parte visible del esqueleto (Stevenson, 1986: 34). Otra línea recurre al antropo-

6

El cambio de valores estéticos supuso un largo proceso de inversión. Mattel tuvo que readaptar su diseño de la muñeca Barbie para introducirla en Japón, cerrando sus labios a diferencia del modelo original de labios entreabiertos que mostraba sus dientes blancos (Miller, 2006: 208).

316

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

morfismo (Trumble, 2004), a la intención de resaltar lo humano para diferenciarse de los animales y otros seres, basada en la idea budista de que los dientes blancos revelan la naturaleza animal de hombres y mujeres; o la creencia en el sudeste asiático en que la única manera de diferenciar un demonio femenino de una mujer humana son los dientes teñidos de negro, pues los demonios tienen los colmillos blancos (Isa y Kramer, 2003). En una línea muy diferente, Tanizaki en El elogio de la sombra recurre a valores puramente estéticos integrados en un ideal de belleza7 más amplio, invitándonos a entrar en las oscuras casas burguesas de Japón, con sus juegos de luces y sombras donde las mujeres se movían sigilosamente, confinadas en una habitación y sin poder salir a la calle más que de forma ocasional «acurrucadas en lo más profundo de un palanquín». En esta sobrecogedora penumbra, en la que el rostro blanquecino aportaba el único punto de luz, Tanizaki nos ofrece un contexto para comprender la belleza que promovía el ohaguro: El maquillaje incluía, entre otras cosas, el ennegrecimiento de los dientes; cabe preguntarse si la finalidad de esta operación no era, una vez rebosante de oscuridad todo el espacio excepto el rostro, poner una pincelada de sombra hasta en la boca (1994: 66). También encontramos otras explicaciones que hacen referencia a su efecto preventivo y paralizador que tiene la solución de hierro y ácido tánico en la caries y la conservación de los dientes (Maciel, 1988). El teñido intencional de los dientes no es una práctica exclusiva japonesa. Encontramos otros lugares con sus propias técnicas

7

Del lado opuesto, partiendo de una inversión en la valoración estética del ohaguro, Trumble se refiere a la posibilidad de que las mujeres e hijas de la clase samurái tiñesen sus dientes para hacerse menos deseables y evitar violaciones y secuestros, lo cual no tiene mucho sentido, pues para la sociedad japonesa el ohaguro siempre se ha percibido como algo estéticamente bello.

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

317

para ennegrecer los dientes y su particular red de significados. Hay fuentes que señalan su práctica puntual en algunas partes de China, aunque el ideal estético predominante era el de los dientes blancos «como perlas de color puro» (Casal, 1966; cit. Smith, 2003). Algunas tribus indochinas tiñen de negro sus dientes porque consideran la boca como una puerta de entrada del mal8, mientras que la construcción de una identidad étnica en alteridad con el reino animal y con otras sociedades «menos civilizadas» es el objetivo de algunos grupos del sudeste asiático, que oscurecen sus dientes para diferenciarse de los perros y de los europeos. Este es el caso de Borneo, donde los dyaks tiñen sus dientes de negro con una mezcla de ceniza de coco y aceites mientras los dusuns emplean sulfuro de cobre y aceite de nuez de betel; de Filipinas, donde barnizan sus dientes en rojo o en negro; de Vietnam, donde se aplican primero ácidos cítricos sobre el esmalte para fijar mejor el tinte hecho de pintura negra, jengibre y mango. Para terminar este repaso, encontramos referencias al teñido de los dientes en Perú y en el Kama Sutra de Vatsayayana, donde la mujeres son elogiadas por tener buenos dientes para ser teñidos (Trumble, 2004). III. CONCLUSIONES El cuerpo es una superficie simbólica privilegiada por su ubicuidad. Por esta razón, los cuerpos son modelados y decorados en todas las culturas, corporalizando importantes significados sociales, como el género, la edad, el estatus social, la pertenencia u oposición a un grupo social, etc. Las disciplinas corporales transmiten información de forma constante, y con una mirada fugaz a los cuerpos que nos rodean recibimos esa información. La interpretación del cuerpo como significante está codificada y automatizada a través del proceso de

8

La preocupación por los orificios del cuerpo es frecuente en diferentes culturas. Encontramos a menudo la práctica de perforaciones en las inmediaciones de estos orificios (orejas, nariz y boca) para insertar objetos metálicos con la finalidad de proteger el cuerpo contra los malos espíritus.

318

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

endoculturación, junto con el lenguaje y otros códigos culturales, por lo que los significados que nos trasladan los cuerpos son capturados inmediatamente por quienes comparten esos códigos. Esta capacidad comunicativa convierte al cuerpo humano en sí mismo en el principal medio de clasificación social. En este artículo se han analizado dos prácticas corporales tradicionales japonesas: el blanqueamiento del rostro y el ennegrecimiento de los dientes, tratando de profundizar en sus significados y su distinta evolución. Hemos podido ver que estas prácticas, aunque se insertan en el concepto de belleza, trascienden siempre lo meramente estético, comunicando, inscribiendo y transmitiendo en cada momento distintos significados sociales, como la identidad étnica, el estado civil, la edad o el estatus social, operando como marcos de reconocimiento y mostrando que la ontología corporal es una ontología social. Respecto al blanqueamiento del rostro, hasta el periodo Edo el maquillaje blanco (oshiroi) se aplicó extensamente tanto por las mujeres como por los varones de estatus elevado en las ocasiones formales. Su aplicación era estética y se relacionaba con la belleza y el estatus social. Sin embargo, en el periodo Edo este tratamiento cosmético comenzó a cambiar su carga simbólica, y en el periodo Meiji se consolidará como emblema de la identidad femenina japonesa (Ashikari, 2003). La transformación de Japón en un estado moderno al estilo occidental, implicó grandes cambios y una nueva división sexual de las prácticas corporales, en la que a los hombres japoneses se les exigió una nueva apariencia completamente occidentalizada y a las mujeres se les asignó la representación de la identidad japonesa tradicional en un nuevo ideal de feminidad nacional. No era la primera vez que una práctica compartida por hombres y mujeres se restringe solo a las mujeres y transforma sus significados. También en el caso del ohaguro, que en el periodo Edo quedó circunscrito a las mujeres casadas. En la modernización de Japón, mientras se desterraban las prácticas del ohaguro y el hikimayu, percibidas como bárbaras en Occidente, el maquillaje blanco cobró un nuevo protagonismo. Se feminizó y paso a integrar el ideal de mujer japonesa de clase media, ama de casa, buena esposa

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

319

y madre sabia, como salvaguarda de la identidad nacional, un cometido que se asigna a las mujeres con frecuencia en muchas culturas. La presencia de este ideal de piel clara en la mujer japonesa continúa, pudiendo distinguir en la actualidad un amplio elenco de productos blanqueadores de la piel (bihaku) basados en nuevos desarrollos tecnológicos. En cambio el ennegrecimiento de los dientes (ohaguro), que empezó marcando la mayoría de edad entre las niñas de las clases altas para después incluir a los hombre y, finalmente, restringirse a las mujeres casadas o comprometidas en matrimonio, fue erradicado en el proceso modernizador y hoy es una práctica corporal totalmente abandonada en Japón. En la actualidad, el ideal de los dientes blancos desarrolla sus nuevos productos y tratamientos blanqueadores, al igual que en la moda occidental, pero surgen nuevas estéticas en torno a los dientes. Así, en Japón los dientes torcidos son entrañables y el último grito es tener los caninos sobresalientes (yaeba), algo que otorga una apariencia más infantil. Con este fin algunos salones ofrecen un procedimiento cosmético en el que se superponen unos dientes artificiales a los dientes naturales con pegamento no permanente. Aunque el modelo estético es diferente, la práctica recuerda a la nueva moda que se está imponiendo en Occidente de separar los incisivos superiores (diastema), evocando la separación propia que presenta la dentadura en la infancia. Aunque con estéticas muy diferentes, en ambos casos se modifica la apariencia de los dientes para representar juventud, un ideal dominante en la sociedad contemporánea en ambos extremos del mundo. IV. BIBLIOGRAFÍA Ashikari, M. (2003), «The memory of the women»s white faces: Japaneseness and the ideal image of women», Japan Forum, vol. 15, n.º 1, pp. 55-79. Barles, E., y D., Almazán (coords.) (2008), La mujer japonesa. Realidad y mito, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.

320

ISABEL ORTEGA SÁNCHEZ

Cabañas, P. (1996), «La imagen de la mujer en el grabado japonés», Revista de Estudios Asiáticos, n.º 2, pp. 137-151. Casal, U. A. (1966), Japanese cosmetics and teeth blackening, Tokio, Asiatic Society of Japan, (Transactions of the Asiatic Society of Japan). Carpentier, M. (2011), A propos d’ethno-esthetique: les mutilations buccodentaires volontaires, tesis doctoral defendida en la Facultad de Cirugía Dental de la Université Henri Poincaré-Nancy I. Chamberlain, B. H. (2007), Things Japanese: Being Notes on Various Subjects Connected with Japan, Berkeley, Stone Bridge Press. Deal, William E. (2006), Handbook to life in Medieval and Early Modern Japan, Nueva York, Fact On File. Douglas, M. (1991), Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Madrid, Siglo xxi. Fiorillo, J., Viewing Japanese Prints, dominio web consultado el 05/01/2014 en http://viewingjapaneseprints.net Geissberger, M. (2010), Esthetic dentistry in clinical practice, Ames, (Iowa), Wiley-Blackwell. Gomes Ditterich, R. et. al. (2006), «Diamino Fluoreto de Prata: Uma Revisão de Literatura», UEPG Ci. Biol., 12 (2), pp. 45-52. Hara, M. (1981), Ohaguro no kenkyû, Tokio, Ningen no Kagakusha. Isa, M., y E. M. Kramer (2003), «Adopting the Caucasian “Look”: Reorganizing the Minority Face», The emerging monoculture: assimilation and the «model minority», Westport, Greenwood, pp. 41-74. Kramer, E. M. (ed.) (2003), The emerging monoculture: assimilation and the «model minority», Westport, Greenwood. E. Labajo González, B. Perea Pérez, J. A. Sánchez Sánchez, J. Carrión Bolaños, M. Gómez Sánchez, y M. D. Robledo Acinas, (2007), «Mutilación dental: la cosmovisión en la estética de la sonrisa», Revista de la Escuela de Medicina Legal, 6, pp. 4-14.

NEGRO SOBRE BLANCO. EL IDEAL DE BELLEZA EN EL ROSTRO...

321

Lanzaco Salafranca, F. (2012), La mujer japonesa. Un esbozo a través de la historia, Madrid, Verbum. Maciel, S. M. (1988), «Estudo clínico da ação do diamino fluoretode prata a 10% sobre superfícies oclusais de molares decíduos», en Dissertação (Mestrado Em Odontopediatria), São Paulo, Universidade de São Paulo, Faculdade de Odontologia. Miller, L. (2006), Beauty up: Exploring contemporary Japanese body aesthetics, Berkeley, University of California Press. Mitford, A. B. (1871), Tales of old Japan. Londres y Nueva York, Macmillan and Co. Morris, I. (2007), El mundo del príncipe resplandeciente, Girona, Atalanta. Murasaki, S. (2007), La novela de Genji (trad. y notas de Xavier Roca-Ferrer), Barcelona, Destino. Shimizu, Y. (ed.), (1988), Japan: The shaping of Daimyo culture, Washington, National Gallery of Art. Rein, J. J. (1995), The Industries of Japan: Together with an Account of Its Agriculture, Forestry, Arts, and Commerce, Richmond, Curzon Press. Smith, C. A. (2003), «So Tasteful: A Note About Iron-Gall Ink», The Book and Paper Group Annual, 22, pp. 127-129. Stevenson, J. (1986), Yoshitoshi»s Women: The Woodblock Print Series «Fuzoku Sanjuniso», Boulder, Avery Press. Takahashi, M. (1997), Keshô monogatari (The story of cosmetics), Tokio, Yûzankaku. Tanizaki, J. (1994), El elogio de la sombra, Madrid, Siruela. Trumble, A. (2004), A brief history of the smile, Nueva York, Basic Books. Ueda, A. (2009), Tandai Shoshin Roku, Sydney, Premodern Japanese Studies.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.