Narcofanático y banda sinaloense, ¿el regreso a la visión tradicional mexicana?

August 12, 2017 | Autor: Geowwanny Valdez | Categoría: Globalization, Narcocultura
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Descripción




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NARCOFANÁTICO Y BANDA SINALOENSE, ¿EL REGRESO A LA VISIÓN TRADICIONAL MEXICANA?

Geowwanny Ivanhoe Valdez
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Sinaloa
[email protected]



resumen
El siglo XXI generó expectativas desde el siglo XX. La idea de mundo al estilo de series de televisión futuristas lo proyectaba con transformaciones trascendentales en la historia de la humanidad. Logros sociales, tecnología, inventos, descubrimientos y guerras nunca antes vividas son avances que influyeron sobre esta percepción del futuro. Pero el mundo no cambió como se creía. Hoy vivimos una transición hacia nuevos modelos de relaciones sociales, con un movimiento pendular que retoma elementos del pasado. Se establecen valores claves para la convivencia social, pero cobran vida expresiones sepultadas en la historia. A esta última pertenece la música de banda sinaloense, que despierta de un letargo de varias décadas en el mundo subalterno, con un movimiento cultural que revive la nostalgia del campo mexicano y la masculinidad contenida en su visión tradicional que toman juego en la dinámica de consumo del capitalismo actual. En la era de la globalización y la tecnología, vemos dos épocas enlazadas a la línea del tiempo: pasado y futuro se insertan y no se abandonan en sus prácticas. Ante ello, se plantean dos preguntas: ¿qué implicaciones teóricas conlleva este hecho para considerar su estudio dentro de los parámetros de modernidad o posmodernidad? ¿en qué medida debe considerarse dicho movimiento cultural como resistencia o persistencia dentro del modelo de globalización? Dicha problemática nos exige, a través de un análisis que parta del concepto de totalidad concreta, la reflexión de los hechos característicos del siglo ya pasado a fin de comprender el rumbo que la sociedad ha tomado hasta este punto de la historia, tan importante por el momento que representa.

Palabras clave: Narcofanático, Globalización, Consumo.

I. Quienes no han caído en cuenta y se mantienen en el etéreo sueño de vivir la vida "pasándola", les recuerdo: ¡ya es el siglo XXI! Este grito, más allá de un desesperado intento por despertar la conciencia individual con un súbito baldazo de frías palabras, tiene como finalidad ubicarnos en el eterno y específico tiempo que a cada quien le toca estar en cada cual espacio por azar disponible. Por fin logramos cruzar esa fecha histórica que en años pasados se contemplaba como un punto lejano al que todos queríamos llegar y del que se generaban expectativas de diversa índole. Recuerdo que desde mi infancia se hablaba de ese momento con referencia a un cambio trascendental para la humanidad, desde la culminación del Apocalipsis con el juicio de Dios y el fin del mundo hasta las charlas sobre autos voladores, hombres que caminan por el aire a bordo de pequeños discos transportadores, viajes intergalácticos, en fin, la serie de televisión "Los Supersónicos" trasladada a la vida cotidiana y procesada desde nuestra imaginación.
Si no les atemoriza dar a conocer sus edades, algunos desempolvarán la frase ¿hasta cuándo lo lograremos, hasta el año dos mil? que daba a entender que el alcance de algún objetivo duraría mucho tiempo. Y así lo parecía. Sin embargo, como "no hay plazo que no se cumpla ni pe…rsona que lo aguante", ya estrenamos 14 años de este siglo y milenio nuevos. Ahora bien, mientras el mundo festeja la entrada a una nueva era con la más avanzada tecnología, la música de banda sinaloense retumba con mayor fuerza, como el monstruo gigante que se mantuvo dormido y ahora despierta con un apetito acumulado en sus años de permanecer desatendido por las masas. Con esta frase no pretendo hacer otra cosa que introducir la idea que expondré en el presente trabajo: nos encontramos más allá de una irremediable pero interesante transición hacia nuevos modelos de relación social pero sin abandonar modelos de consumo cultural provenientes del pasado. En este lapso, donde se establecen conceptos como democracia, tolerancia, diálogo o acuerdos, cobran vida algunas expresiones que parecían olvidadas o sepultadas en la historia, como el resurgimiento del nazismo, los conflictos con fundamento religioso, la expansión del imperio y hasta nuevas formas de esclavitud que se esconden en las lagunas que dejan las leyes y costumbres modernas, entre otros hechos que también se vuelven cotidianos. A este grupo pertenece la música de banda sinaloense.
El sentido implícito de esta afirmación me hace pensar en los avances que de forma general han influido en la percepción del mundo y sus relaciones por lo menos en los últimos veinticinco años. Hablamos del siglo XX como un pasado cuyos sucesos marcaron significativamente nuestras vidas, en todos los sentidos y desde cualquier ámbito: grandes logros sociales y tecnológicos, inventos y descubrimientos, hasta el horror de guerras en dimensiones jamás conocidas, son algunos ejemplos que difícilmente dejaremos de mencionar. Pero hoy es tiempo de la globalización y la tecnología, un concepto que resume una gama inimaginable de inventos y descubrimientos como el genoma humano, el Internet, la telefonía celular, entre otros que, a pesar de venirse desarrollando en los últimos años del siglo XX, le dan vida al naciente siglo XXI, mismos que a nuestros abuelos les hubiera causado asombro, y si lo hubiésemos expresado en sus años mozos, seguramente la vergüenza y el deshonor a la familia por semejante locura hubieran hecho presa de aquella visión tan sencilla en comparación con nuestros ojos modernos tan llenos de trastadas.
II. El párrafo anterior exhibe en primera instancia el modelo de vida de dos épocas, distintas al parecer una de la otra pero enlazadas por la línea recta del tiempo histórico. Ubicarnos en la transición del siglo XX al XXI nos coloca en un punto donde no se ha entrado completamente en la nueva configuración mundial pero tampoco se abandonan las prácticas del antiguo orden. ¿Qué factor influye para observar un "anclaje" que detiene cierto avance en la construcción de un nuevo modelo de sociedad? Analizándolo bajo el concepto de pseudoconcreción en Karel Kosik (2012), la respuesta se encuentra no en la estructura sino en la esencia de este hecho. ¿Y cuál es su esencia? El encontrarnos insertos a un orden que en el vaivén de los años y a través de sus símbolos ratifica la dominación masculina. Entonces, pensar que dicho orden social continuará con ese funcionamiento no es descabellado, aún con los esfuerzos provenientes de movimientos y procesos con aires de cambio, el resultado es el mismo: se definen transformaciones en su generalidad, sobre ciertos puntos de ese orden, pero en esencia su fundamento se mantiene igual.
Previa solicitud de disculpa al movimiento feminista, que maneja una postura a favor de la mujer en base a un discurso donde sus deseos y miedos muestran una ambivalencia en sus procesos de integración, sobre todo al mundo político —como lo dice Alicia Inés Martínez, "especialmente cuando pretendían hacerlo con perspectivas y palabras propias, y no sólo vía la adaptación al comportamiento masculino predominante" (Martínez, 1997, p. 224)— nos otorga un buen ejemplo para exponer sobre este punto. De cualquier manera este orden, al que se ajustan todos los movimientos sociales, está marcado en sí por una construcción social donde la diferencia anatómica se convierte en el fundamento, la metarregla que establece
una relación de causalidad circular que encierra el pensamiento en la evidencia de las relaciones de dominación, inscritas tanto en la objetividad, bajo la forma de divisiones objetivas, como en la subjetividad, bajo la forma de esquemas cognitivos que, organizados de acuerdo con sus divisiones, organizan la percepción de sus divisiones objetivas (Bourdieu, 2007, p. 24).
Lo anterior trae la necesidad de profundizar en la reflexión de los hechos que caracterizaron al siglo ya pasado a fin de reconstruir el rumbo que la humanidad ha tomado hasta este punto de la historia, tan importante por el momento que representa. ¿Cómo explicar este irremediable pero interesante cruce de épocas, procesos históricos que confluyen hoy día en nuestras relaciones sociales? La respuesta se encuentra en un factor de tipo emocional que Roger Bartra alude en relación a la nostalgia por un tiempo pasado que se levanta como el "paraíso perdido" y se extiende sobre la conciencia de los individuos,
mediante el cual se inventa un edén mítico, indispensable no sólo para alimentar los sentimientos de culpa, ocasionados por su destrucción, sino también para trazar el perfil de la nacionalidad cohesionadora; indispensable, asimismo, para poner orden en una sociedad convulsionada por la veloz llegada de la modernidad y sacudida por las contradicciones de la nueva vida industrial (Bartra, 2005, p. 34).
En esta dinámica, la cultura tiene un lugar especial. El siglo XX evidencia el surgimiento de expresiones culturales que influyeron, bajo un mar de ideas, en el imaginario que permite dar sentido a la existencia humana y realizar esas fantasías que en términos de Slavoj Zizek son intermediarios entre lo simbólico y el carácter de los objetos del mundo exterior, es decir, "proporciona un esquema conforme al cual algunos objetos positivos de la realidad pueden funcionar como objetos de deseo capaces de llenar los huecos abiertos por la estructura simbólica formal" (Zizek, 2011, p.13) cuyo escenario, al opacar el horror real de la situación, la puerta que se abre hacia el trauma del mundo caótico, "llena un vacío en el Otro" (Zizek, 2008, p. 159).
Para entramar los elementos que se exponen en el título de esta ponencia, un elemento cohesionador salta a la vista en este siglo XX: la juventud. Surge como sujeto en la dinámica de este tiempo, y se convierte en un constructor de relaciones sociales bajo una propuesta que simboliza una visión del mundo y acomoda dichos objetos de deseo en un escenario que le permite levantarse como clase social para sí. La serie de interrogantes y descubrimientos que manifiestan su simbolización vienen a dirigir un cuerpo conceptual que les permite asimilar el medio donde se desenvolverá socialmente, lo cual se reafirma a través de la idealización de sus ídolos, el rechazo progresivo al mundo que recibe y la búsqueda de uno perfecto, pero también el dejar de creer en "un futuro que le da miedo" (Padioleau, 1997, p. 163).
La importancia de considerar a la juventud en este juego sociológico radica en ser un espacio "donde el presente y el pasado se confunden para excluir el futuro" (Bartra, 2005, p. 34), así como el imaginario social de tiempos posteriores puede ser observado con anterioridad a través de este grupo social. Háblese de transformación o persistencia, la juventud genera una serie de expectativas dentro de la línea de tiempo que corresponde al desarrollo histórico de las sociedades. Por este motivo, será siempre un objeto de estudio contemporáneo, un comportamiento colectivo que se establece en cada generación como un posible motor para el cambio, al suponer la negación del status quo y la afirmación de valores que sustituyan a los precedentes.
Para Juan Manuel Piña Osoirio, el estudio de la cultura —y en nuestro caso, de la juventud como objeto cultural— debe partir de "los distintos saberes basados en la tradición, así como en las actividades intelectuales y genéricas, hasta la incorporación de productos y tecnologías modernas" (Piña Osorio, 1992, p. 6). Resulta útil tomar en cuenta, como paréntesis, el ideal de "la hermandad universal" expresado por la juventud de mediados del siglo XX, el cual se dirigía contra las costumbres y patrones de la sociedad judeocristiana, sus tradiciones y prejuicios, y sus instituciones sociales; levantándose como un desafío, un anuncio del fin del puritanismo y la preparación del "ataque final" a los valores dominantes de la época, advirtiendo primero el deseo de una cultura cosmopolita que refleje la vitalidad de la sociedad, después la exigencia de libertad sexual y, finalmente, la exuberancia de la vida resumida en una serie de palabras clave, como "nuevo, sexo y liberación" (Bell, 1990, p. 64 a 70).
Ahora, cuarenta años después, el mundo se mueve en ese patrón. Todos conocen de la libertad sexual que se practica en el mundo, dada su libre expresión sustentada en el reconocimiento y respeto a los derechos humanos universales y a las garantías individuales y sociales establecidas en la ley. De igual manera, la libertad de pensamiento y acción como práctica cotidiana en las relaciones interpersonales, cimentado en un gran número de derechos fundamentales conexos, como "el derecho a la educación, a la participación en cargos públicos, a la intimidad, al trabajo, a la libertad de expresión, al honor y a la libertad de conciencia, etc." (Mayo, 2003, http://www.kalathos.com/ago2003/detail_mmayo.php). Finalmente lo llamado nuevo, se resume con la globalización, la nueva configuración que se anuncia con una cultura que traspasará las fronteras culturales actuales bajo una integración progresiva del mundo con nuevos valores "que dominarán la próxima fase de desarrollo del capitalismo y del consumismo" (Ghalioun, 1998, http://www.cidob.es/catalan/publicacio nes/Afers/43-44ghalioun.htm).
Así como la juventud de ese tiempo puso de cabeza a las mentalidades adultas y conservadoras, de igual forma la juventud de hoy desarrolla su propia resistencia hacia el patrón establecido y busca, de acuerdo con la combinación de procesos históricos hegemónicos y subalternos propios de su tiempo, la afirmación de valores que sustituyan a los precedentes. Todo proceso de transformación forma parte de una etapa histórica natural de la acción social, la cual "se define socialmente [y] los individuos concretos sirven como definidores de [dicha etapa]" (Berger & Luckmann, 1986,149). Con esto, el patrón de conducta que muestra la juventud actual, por lo menos en este período de tiempo, da pié a considerar el impacto que puede tener un hecho tan universal como la globalización, no en el sentido de apertura hacia un modelo, sino en la persistencia del modelo tradicional a partir de las barreras que interfieren en el proceso globalizador.
El simbolismo integrado a esa liberación da vida, en la juventud, a expresiones artísticas, políticas, filosóficas y de identidad que exhiben su orientación hacia un sentimiento de libertad. Para este caso, la relación entre narcotráfico y narcocultura se ha convertido en el medio de liberación, ese intermediario entre el objeto de deseo y la estructura simbólica formal, sea por su papel histórico en los procesos sociales actuales o por el número de adeptos que atrae hacia sus filas. Lo anterior es un hecho que preocupa a la comunidad internacional por el impacto que tiene en la sociedad contemporánea. Incluso, su desarrollo en los últimos años ha tenido tales proporciones que los esfuerzos implementados para combatirlo llevan a contemplarlo como una situación que no tiene fin y del cual México no queda al margen, según el Informe del año 1992 de un grupo asesor del Subcomité de Crimen y Justicia de la Cámara de Representantes, donde se le catalogaba como un asunto de soberanía nacional.
Más allá de pensar en su origen y desarrollo histórico-sociológico, la narcocultura constituye el resultado de una descomposición social –contemporánea— que Heriberto Yépez expone como "la vía (errónea) por la que miles de mexicanos intentan solucionar sus problemas de poder" (Yépez, 2010, p. 181). En este sentido, cuestiones como la educación formal y no formal, en extremos severas y débiles pero nunca equilibradas entre sí, hacen al individuo presa de un bombardeo por parte del sistema capitalista que lo lleva al consumo de imágenes y prototipos que de igual forma cumplen la función de ser intermediarios entre lo simbólico y el carácter de los objetos del mundo exterior, como se dijo anteriormente.
En suma, siendo el narcotráfico simple y llanamente el tráfico de drogas, y la narcocultura ese conjunto de valores, códigos de acción y de sentido que giran alrededor de la imagen del narcotraficante, la combinación de ambos permite legitimar la acción de quienes sienten admiración por ambos: los narcofanáticos. Esta fórmula de elementos dentro de un espacio como un sistema económico donde "deber de" consumo y "necesidad de" éxito van de la mano, traen efectos significativos de tipo cultural, más allá de cuestiones legales o de salud, y se observan en las prácticas cotidianas, actitudes, y modos de pensar o sentir de la población. En este renglón, se define al mundo del narcotráfico y sus ramificaciones como una empresa que, además de drogas, produce imágenes que se insertan "en una época llena de figuraciones masivas que circulan por doquier" (Silva, 1997:164), que se observan precisamente en la adopción de dicho orden simbólico al estilo de vida del narcofanático.
Además, el poder de esta empresa ha logrado mediante sus acciones la distinción de la sociedad. A favor o en contra, esta distinción se define "en la lógica de la proeza, de la hazaña, que glorifica, que enaltece [la] integridad masculina […] que encierra toda afirmación viril [que] contiene el principio de la visión agnóstica de la sexualidad masculina (Bourdieu, 2007, p. 33). En consecuencia, se ha creado un estereotipo alrededor de la figura del narcotraficante: su figura se ha convertido en un paradigma, pues aparece en todo tipo de eventos sociales, siempre con la imagen de benefactor y partícipe del desarrollo social al crear fuentes de trabajo, construir escuelas, abrir caminos, introducir luz y agua, entre otras cosas, lo que les hace de un reconocimiento que se fomenta a través de corridos, cuentos, leyendas, rumores, chistes, etc. (López & Prat, 1989, p. 18).
Si tomamos la teoría de los tipos de acción social (Weber, 1983, pp. 19-20), encontramos entonces que la narcocultura está determinada por una costumbre arraigada —su presencia histórica, en tanto comercio, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XX— que se utiliza como medio para lograr fines racionalmente perseguidos; y una creencia consciente en el valor de tales conductas —pues con el narcotráfico supuestamente se lograría salir de las condiciones de pobreza y marginalidad—, cuyos afectos y estados sentimentales especiales se encuentran orientados por la conducta del narcotraficante y el sentido de la acción del narcofanático que se resumen en la distinción del individuo sobre el resto del grupo.
III. Resulta interesante indagar hasta qué punto la juventud interioriza el modelo de la narcocultura en su vida cotidiana. El narcotraficante viene a ser para el narcofanático un ejemplo a seguir: mediante un proceso de imitación, incorpora las "cualidades" del narcotraficante a su estilo de vida, a fin de mantener una similitud lo más estrecha posible con la imagen del narcotraficante. Así, la amalgama de expresiones como el vestuario propio del medio rural y el uso de pick up´s, además de portentosas joyas caracterizan el tipo ideal físico del narcotraficante que el narcofanático debe asumir, pues representan poder y estatus. Con lo anterior, debemos entender que la juventud, frente a este tipo de acontecimientos, se expresa
amamantada en el escándalo de las malas costumbres, en el miedo al sacrificio y en la incapacidad para la renuncia, [que] es inicuamente explorada por empresas comerciales que lanzan atuendos y vestimentas rápidamente envejecidas, formas de vida desordenadas, literatura barata y embriagadora, que asegure el dominio de los intereses sobre el de los ideales; el de los instintos sobre el de la reflexión (Barrancas, 1988, p. 6).
Esta situación se explica en lo que Michael Novak califica, refiriéndose a nuestra época, como la "era de la credulidad arrogante, es decir, se trata no de la creencia en nada sino de la creencia en cualquier cosa, apareciendo como "un gas invisible, inodoro y letal que está contaminando todas las sociedades libres del planeta" (Novak, 1999, http://www.nexos.com.mx/?p=9455). Pero también se explica en relación a la lógica de consumo en un mercado que incorpora no sólo productos físicos, sino una fetichización de éstos a través de un significado que otorgue goce al acto de apropiarse de tales productos. En función de lo anterior el sinaloense, a partir de la narcocultura, tiene una percepción de sí mismo como individuos "muy bravos, buenos para tomar, broncudos y amantes de las armas, incluso se ha llegado a sentir orgullo por ello, a tal grado que esta fama trascendió las fronteras de México" (Ontiveros, 1997, http://www.mit.edu:8001/people/aaelenes/música/dinoalam.html).
La crisis de la que hablamos evidencia un hecho paradójico: mientras la juventud manifiesta angustia e inconformidad por la agresión y la violencia que se viven, también muestra admiración y éxtasis ante los actos agresivos y violentos que provienen del narcotráfico, como son los asesinatos, las armas, los enfrentamientos entre narcos y policías, hechos que se le asocian y se exaltan en las charlas entre narcofanáticos. La contradicción aquí manifiesta es solucionada con el uso de un metadiscurso que legitima la condición de la narcocultura y constituye por ende el foco energético que orienta el esfuerzo creador del narcofanático, y se encuentra en un modelo que gira alrededor de la figura —verdadera o estereotipada— del narcotraficante, que surge como la imagen de un héroe, la representación de aquel individuo que ha obtenido un nivel de vida y el disfrute de las "bondades" del capitalismo a pesar de los peligros que trae consigo su actividad. Este discurso es propio de las sociedades modernas, y se mueve bajo la condición narrativa de mencionar la existencia de "el gran héroe, los grandes peligros y el gran propósito" (Lyotard, 1990, p. 10). El héroe, el narcotraficante, gracias a este discurso, es glorificado porque "cada uno de los rasgos que nuestra sociedad idealiza […] los encarna tan grotescamente que es imposible no notar la semejanza" (Yépez, 2010, p. 185).
Junto al metadiscurso, el saber en la narcocultura se ha convertido en la principal fuerza de producción, y su mercantilización otorga al narcofanático el privilegio de la producción y difusión de conocimientos sobre el tema. Con el fin de incrementar el poder, esa producción y mercantilización del saber parten del modelo occidental de sociedad de consumo, que es la representación de un tipo de vida sin privaciones, de liberalidad y entrega en exceso a los placeres sexuales, el derroche y el hedonismo desaforado (García & Silva, 1995, p. 40) donde el narcotraficante, como hombre de éxito, logra su aceptación social, porque
logra cumplir todos sus deseos, [...] impone su ley por encima de la normatividad social, es la nueva imagen del héroe cotidiano que como un fantasma recorre la imaginación de los jóvenes y los niños identificados con sus acciones y sus mecanismos para lograr y mantener el sueño o la realidad de sus niveles de vida, conseguidos al margen de la ley (García & Silva, 1995:43).
Con el narcotráfico se cumple entonces el sueño del capitalismo avanzado, que es la multiplicación del dinero por sí mismo en miles de veces, "hacer dinero en un abrir y cerrar de ojos, sin controles, sin aduanas, sin trabajo, sin esperar" (Silva, 1977, p. 164). Y esto es socialmente aceptado debido a que, dentro del capitalismo, lo importante en un proceso cultural no es su valor para promover el "bien moral" sino, muy al contrario, es su capacidad para establecer relaciones de producción y consumo. Dicho en otras palabras, su capacidad para generar riqueza y hacer que sus consumidores se sientan parte de ese proceso, de ponerlos frente al espejo que es el mundo y donde se oculta el fantasma del capitalismo.
Se trata, pues, de un bien extraeconómico que no genera fuerzas anticapitalistas, al contrario, genera fuerzas procapitalistas. "Reflejarse en el espejo" es un término cuyo punto de partida se encuentra en la mitología, y explica cómo en este caso la vanidad del personaje mitológico Narciso se observa actualmente en el acceder a los beneficios que otorga su capacidad de compra, o al menos la representación de dicha capacidad. Esta es una característica de nuestros tiempos, la pasión por la apariencia y el simulacro, en lo que se denomina "sociedad del espectáculo":
efectivamente nuestro acceso a la realidad está mediatizado por los medios que transmiten imágenes virtuales en tiempo real. Primera ilusión de inmediatez, como si la lente de una cámara no supusiera ya una decisión de perspectiva, como señala Susan Sontag, un filtro entre dos puntos (Carrasco-Conde, 2013, http://www.readperiodicals.com /201307/3312274591.html).
Es aquí donde el adolescente contempla al narcotraficante como el maestro en quien fundamentar su rebeldía contra lo establecido y, de esta manera, sentirse parte de aquellos que alcanzan el éxito, y en la que el narcotraficante, además, "se rebela, enfrenta y desafía a la autoridad policíaca, que frecuentemente es aborrecida por la juventud" (López & Prat, 1989, p. 31).
Pero también con la narcocultura se inscribe una rama de la vertiente contemplativa del catolicismo ibérico, que fundamenta la sumisión y la acumulación del poder, junto a la figura del gobernante y sus prácticas piramidal-centralizadas, tal como lo expone Jaime Castrejón Diez, haciendo referencia al caso del virrey:
el virrey [y en este caso, el narcotraficante] se convirtió en el prototipo de poder... el virrey era el vértice de una pirámide y quienes ejercían el poder en las distintas regiones también hicieron sus propias estructuras piramidales... el ejercicio de poder se definía entonces como una acción fragmentada que contenía en cada una de sus partes una estructura piramidal que lo hacía eficiente, con la condición de aceptar el mandato lejano (Castrejón, 1994, p. 44).
Esta situación contiene un carácter adaptativo, donde el concepto de "cercanía con el narcotraficante" se convierte en la realización de la fantasía, a la vez el factor de integración, el capital cultural y la base de toda estrategia. "Estar cerca" se convierte en un medio de intercambio, integra a los grupos sobre esta base y en la medida que los individuos tengan dicha cercanía atraen seguidores, formando así una cadena de grupo con una práctica que se repite en diversos espacios: el poder como un elemento "codiciado más que la riqueza" (Paz, 1994, p. 242).
Dos elementos se inscriben en la interiorización del modelo de la narcocultura en la vida del narcofanático. Uno de ellos es la música, particularmente la banda sinaloense, que determina la proliferación del hecho que aquí se analiza. La banda sinaloense es un término, primeramente musical, pero además se utiliza para las agrupaciones de traficantes de drogas. Helena Simonett, investigadora de este tema, comenta su experiencia en la ciudad de Culiacán, capital de Sinaloa:
Una tarde de noviembre de 1996 me encontraba frente a la librería de Difocur de Culiacán, Sinaloa. Una mujer joven, que también esperaba que el recinto abriera sus puertas, me preguntó qué estaba estudiando. "Las bandas de Sinaloa", le dije. Y replicó: "Pues viniste al lugar justo para estudiar a las bandas; tenemos muchos narcotraficantes aquí". Me desconcerté un poco y añadí titubeante, "…bandas de música". Después de lo cual comentó: "Ay es lo mismo". Aunque pensé en un principio que había sido un pequeño malentendido —la banda sinaloense es un término que se utiliza tanto para las pandillas traficantes de drogas como para las bandas de música—, este ccomentario ilustra de un modo revelador una imagen generalizada de la banda, la que en consecuencia gozan sus músicos entre el público de Culiacán (Simonett, 2000, http:www,hist.puc.cl/historia/iaspmla.html).
A partir de los años setenta la música de banda se relaciona con el narco en Sinaloa: "en donde quiera que los capos de la droga hacen fiestas o se divierten contratan a una banda regional […] para que toquen su música preferida y entretener a sus invitados" (Simonett, 2000, http://www.hist.puc.cl/historia/iaspmla.html). Por su capacidad de influencia, se convierte en un develador de conciencia donde los actores sociales se enlazan al patrón de valores contenido en sus letras, lo que le coloca en el grupo de medios que conjunta el ideal de sociedad de consumo y el medio sociocultural existente para transmitirlo a la población. Aurea Guadalupe Guzmán Castañeda señala la influencia de la banda sobre todo en los sectores sociales bajos o populares, que al parecer se mantienen indiscutiblemente asociados a la música de este tipo. Sin embargo, en los últimos años ha penetrado en los sectores altos gracias a su poder comercial y su capacidad de convocatoria (Guzmán Castañeda, 1996, p. 66). De ésta, la juventud es el sector propenso a sentirse atraído por esta moda y estereotipo, al encontrarse en una etapa donde se define su identidad y sus símbolos con los que dirigirán sus vidas. Ejemplo de ello son las congregaciones de música que se encuentran encabezadas por jóvenes, creando un vínculo especial "de joven a joven [con] los mismos intereses, ideas y gustos propios de su edad" (Hernández, 1996, pp. 28-31). Para los sinaloenses, en general, la banda forma parte importante en su vida cotidiana y, en el caso de la cultura del narcotráfico, la juventud es el receptor más importante de su mensaje, con expresiones que se resumen en Yo soy muy malo... Conmigo nomás la ley del revólver... Yo soy de Sinaloa, tengo como 100 viejas y me vale madre (Cuéllar, 1992, p. 3).
El segundo elemento es la violencia, expresión característica en la narcocultura. Este hecho evidencia una crisis general en la sociedad cuyos actos se multiplican y adquieren carácter de cotidiano. Abarca los hábitos y costumbres, tradiciones y cultura, con expresiones que "banalizan los hechos más graves y relevantes, diluyen su contenido y efectos sociales, es el leiv motiv de una labor manifiesta cada minuto del día" (Aguilar, 1988, p. 28). Así también, trae efectos de disolvente en las relaciones interpersonales, la eliminación de los parámetros de cohesión originales en los grupos socialmente organizados, tal como Jesús Ixtlixochitl Cuéllar lo expone a continuación:
Testigos oculares me han narrado con detalles cómo simples ciudadanos y narcos caían muertos como moscas a causa de una simple discusión intrascendente en lugares como EL CARRUSEL o LAS VEGAS, por no hablar de las espectaculares matanzas que se llevaban a cabo por venganza, llevándose de paso a dos que tres gentes que no tenían nada que ver con la bronca. Violaciones, vejaciones, plagios, son sólo algunos hechos que ocurrieron paralelamente a los antes mencionados... esto era el caos (Cuéllar, 1992, p. 2).
Como forma de expresión en la cultura del narcotráfico, de entrada, resulta lógica la relación entre el tipo de vida del narcotraficante y la vivencia de los grupos marginados de la ciudad y/o el medio rural, obligados a vivir dentro de un ambiente ajeno y agresivo, proceso donde se observa la persistencia de los valores tradicionales. Es sumamente interesante ver ese punto de partida en una urbanización lograda a través de conflictos en los valores rurales que no encuentran cabida dentro de un mundo que se desarrolla a pasos agigantados, es decir, es la reacción violenta a una acción violenta: "la imagen del narco, del bandido sangriento que logra sus objetivos a costa de superar cualquier obstáculo, utilizando la violencia, es a final de cuentas, la imagen del campesino que logra superar todas sus metas a pesar de que la misma sociedad lo había condenado a la marginación y al hambre" (García & Silva, 1995, p. 44). Con estos elementos cabe preguntar ¿qué tendencia seguirá la sociedad dentro de los procesos de transformación hacia el modelo globalizado, con una juventud influida por la narcocultura? Esta situación nos hace pensar en dicha tendencia pero relacionada a un desarrollo constante y complejo que involucra la organización de las relaciones del individuo con el medio para forjar nuevas pautas que vengan a modificar la antigua orientación del grupo (Allen, 1972, p. 295).
La sociedad sinaloense, aclarando, no ha sido estática en su patrón de valores; al contrario, el desarrollo del siglo XX trajo consigo modificaciones en su conformación. Sin embargo, estas transformaciones no se han presentado en forma lineal. La dinámica que presentaba el siglo XX, donde los antiguos modelos que daban paso a formas perfeccionadas de organización quedaban de lado, ha dado lugar a un modelo pendular que se explica en la idea del eterno retorno, que no es más que un movimiento de acontecimientos que se repiten en determinados puntos de la línea progresiva del tiempo, ese "eterno reloj de arena de la existencia [que] se invierte siempre de nuevo y tú con él, granito del polvo entre el polvo" (Nietzche, 2002, p. 133). Esto puede verse en la mirada al pasado para reciclar aquellos elementos que den sentido a la actual existencia. La reputación de Sinaloa como estado violento, productor de drogas y cuna de los más importantes capos de la mafia aún persiste, pese a los esfuerzos por borrar esa imagen. Y así, en la narcocultura se observa un regreso a la barbarie que se refleja en hábitos representativos del ambiente cultural donde se desarrollan los actores sociales, un conjunto de ideas que denotan las aspiraciones del consumidor de la narcocultura, mismas que resumen la idea del "hombre de poder o la riqueza adquirida, sin tomar en cuenta los medios que se utilizan" (García & Silva, 1995, p. 42). Podemos señalar a una juventud sin conciencia ni solidaridad, con una concepción de las relaciones interpersonales que regresa a la visión tradicional mexicana, en donde valores como la hombría, la supremacía del hombre sobre la mujer y su respectiva relegación, la idea del poder ejercido de manera piramidal-centralizada, entre otros, han provocado un retroceso en el desarrollo de la sociedad pero, a título personal y quizá lo más alarmante, "ha fomentado el deseo de muchos jóvenes de pertenecer a una bien organizada banda de narcotraficantes" (Cuéllar, 1992, p. 3).
Si bien el llamado cambio en las sociedades sigue una tendencia a la aparición de nuevos valores y la transformación en el pensamiento, la sensibilidad y la expresión de los valores antiguos (Eliot, 1962, pp. 31-32), también debe considerarse que lo experimentado por la juventud actual se dirige a rescatar los viejos valores de una sociedad rechazada por considerarse caduca para las necesidades que en ese tiempo se vivían. En la narcocultura se observa la visión tradicional mexicana, una visión dualista que fluye entre el patriarca y el macho, que expresa la protección, bondad, poder y sabiduría del primero, junto a la temible fuerza del segundo, como lo expone Octavio Paz: "el patriarca protege, es bueno, poderoso, sabio... el macho es el hombre terrible, el chingón, el padre que se ha ido, que ha abandonado mujer e hijos... la imagen de la autoridad mexicana se inspira en estos dos extremos" (Paz, 1994, p. 232).
Una consecuencia característica de los procesos de transformación se relaciona con el fortalecimiento del tradicionalismo en la acción humana. El rescate de éste, a través de los valores en la narcocultura, constituye la expresión de barreras a una evolución lineal progresiva de la sociedad que denota el poder del conservadurismo en su conjunto. Esta definición tradicional inhibe el cambio, por lo menos en la dirección lineal de la que ya se habló anteriormente. La resistencia que se maneja en los valores de la cultura del narcotráfico es una cualidad de la cultura que se resuelve en la representación de un modo particular de adaptación al medio, en el cual se desarrollan fuertes impulsos para retener este modo de adaptación. Estos valores tradicionales, que reflejan la percepción del sentido de la acción en el narcofanático, ponen de manifiesto la falta de un terreno fértil para los cambios sociales, entendidos en su sentido de evolución lineal progresiva.
Lo anterior se explica por la funcionalidad de perpetuar aquellos valores tradicionales útiles para la narcocultura. Para George M. Foster, la utilidad o funcionalidad de los elementos de la cultura es lo que contribuye a explicar la persistencia en cierto tipo de expresiones culturales. Cuando la narcocultura gira en torno a la veneración de la imagen del narcotraficante, el grupo social empieza a formarse con aquellas rutinas, hábitos y funciones que representan al personaje en cuestión. Y una vez que se forma, surgen incontables presiones para su perpetuación, como son las funciones o utilidades de rescatar los valores tradicionales —en un tiempo muy criticados o desechados por decadentes— para justificar "la continuación de una forma de conducta cuya justificación original, ya desaparecida, era completamente distinta". (Foster, 1988:20 y 21).
IV. Resumiendo: el tema que se analizó en este trabajo nos lleva a poner atención en la tendencia que sigue la transformación social, a fin de determinar la aceptación a un nuevo modelo o el regreso a los antiguos modelos imperantes en cada región. Hoy podremos decir que la sociedad maneja un movimiento pendular que va y viene entre un modelo libre de fronteras como es la globalización y las prácticas de un pasado machista que parecía ya olvidado. Con el redireccionamiento de la sociedad, que es el fin del modelo globalizador, el reto principal para el siglo XXI consiste en poner en práctica aquellas experiencias que nos deja el siglo pasado a fin de entender y en la medida de lo posible recomponer el rumbo tomado hasta este punto de la historia, especialmente en sectores tan determinantes como la juventud.
Si bien es cierto que la juventud representa la construcción de un cuerpo de ideas donde el joven asimila y se afirma en el medio donde se desenvuelve, expresiones como la narcocultura vienen a coartar la evolución lineal progresiva de la sociedad, aunque no deja de formar parte de un movimiento pendular "natural" que siguen las sociedades. Esta es la idea del "eterno retono" con su regreso a valores tradicionales que en algún tiempo fueron considerados decadentes e inoperantes.
El narcotráfico constituye un hecho que preocupa a la comunidad internacional por el impacto general que tiene en nuestros días. Pero lo más importante, con la adopción de las imágenes representativas de la figura del narcotraficante al estilo de vida del narcofanático, principalmente a través de la música, la juventud devela la interiorización del simbolismo contenido en la propuesta de la narcocultura, mismo que proyecta en su desarrollo cotidiano.
Sin embargo, uno de los efectos sociales que produce es la violencia, misma que viene a disolver las relaciones interpersonales y eliminar los parámetros de cohesión originales en los grupos socialmente organizados y, aunque sea una posibilidad para llamar la atención y despertar la sensibilidad de los grupos dominantes, tales actos se han multiplicado y han adquirido carácter de cotidiano, lo que demuestra un regreso a las prácticas antiguas de "la ley del revólver"
Con lo antes expuesto, Sandra Luz López López y Yolanda Prat Meza advierten la necesidad de atacar los aspectos subliminales de este hecho, debido a las repercusiones que puede traer en ciertos grupos o actores sociales (López & Prat, 1989, p. 18). En sí, la cultura del narcotráfico se convierte en una "bomba de tiempo" que puede desencadenar futuros hechos de dimensiones mayores. Sólo mediante la reflexión a fondo podremos reconsiderar nuestro accionar cotidiano. La existencia de una infinidad de manifestaciones culturales, diferentes en cuanto a su contenido y forma, nos hace pensar que la solución se encuentra en la búsqueda de alternativas, por lo menos a nivel musical y cultural. Pero es un camino que nosotros, de manera individual y por iniciativa propia, deberemos andar.

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