“Nadie es tan feo como en su DNI ni tan guapo como en su foto de perfil” Redes digitales y construcción de la identidad social y política

May 26, 2017 | Autor: Cecilia Güemes | Categoría: Sociology, Redes sociales, Identidad, Sociología, Ciencias Políticas, Redes Digitales
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Las redes digitales “Nadie es tan feo como en su DNI ni tan guapo como en su foto de perfil” La construcción de la identidad social y política1

Jorge Resina Cecilia Güemes

1. Goffman y la postmodernidad digital, aportes teóricos. ¿Qué foto de perfil debo usar? Si pongo una de espaldas o en la que solo muestro una parte de mi cuerpo, es probable que me sienta sexi y guay pero quizá un poco engreíd@, sin olvidarme de que tengo a mis jefes siguiéndome. Si pongo una con mis amigos en algún viaje o salida pensarán que soy súper divertid@, pero quizá demasiado fiester@. Si pongo una con mi familia cuando era pequeñ@, sabrán que soy nostálgic@. Si pongo una con mi pareja o mis hijos, sabrán que los quiero mucho y que tengo una vida social más allá de las redes pero quizá quede ñoñ@.¿Qué tal si pongo una tocando la guitarra? Suena cool. O no, mejor una caricatura, así sabrán que me río de mí mism@. Esa parte de la vida social que ocurre cuando los individuos se encuentran en presencia de otros fue el objeto principal de estudio de Erving Goffman, quien se esforzó por descubrir la estructura y el proceso que exhiben las relaciones cara a cara, es decir, las reglas y obligaciones de conocimiento tácitas entre los actores sociales que posibilitan y constriñen su interacción, configurando patrones de conducta (Williams, 1998). Para el autor, el orden de interacción es un dispositivo heurístico que permite analizar las relaciones sociales entre co-presentes, las cuales son siempre físicas y situadas, esto es: ocurren en un espacio y tiempo específicos. En ellas, puede identificarse claramente dos regiones: una posterior (back office), en la que se prepara la actuación, y otra anterior (front office), en la que se ofrece la actuación, cuyo acceso se encuentra controlado. Cuando un individuo actúa, ya sea o no de forma intencional, se expresa a sí mismo y define la situación en la que desea construir su relación con los demás, de forma que las personas situadas frente a él (co-presentes reales o virtuales) quedarán impresionadas, en algún sentido, por la presentación del primero. De tal modo que: “Este puede desear que tengan un alto concepto de él, o que piensen que él tiene un alto concepto de ellos, o que perciban cuáles son en realidad sus sentlmientos hacia ellos, o que no tengan una impresión definida; puede querer asegurar que exista suficiente armonía para mantener la interacción, o defraudarlos, librarse de ellos, confundirlos, llevarlos a conclusiones erróneas enfrentarlos en actitud antagónica o insultarlos. Independientemente del objetivo particular que persigue el individuo y del motivo que le En Álvaro Rodríguez, María José Lozano y Evangelina, Olid (ed) (2016) Sociología por todas partes. Símbolos y representaciones sociales de lo cotidiano. Editorial Dykinson. Pp 7992. http://www.dykinson.com/libros/sociologia-por-todas-partes/9788491480082/ 1

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dicta este objetivo, será parte de sus intereses controlar la conducta de los otros, en especial el trato con que le corresponden” (Goffman, 2001:15). Puede que los otros (“el público” o “la audiencia”) resulten impresionados de manera adecuada por los esfuerzos del actor (tanto por sus expresiones directas y voluntarias, como por las expresiones que emanan de él y que suelen ser no verbales y contextuales y, presumiblemente, involuntarias) o, por el contrario, adopten una actitud de rechazo o error. Si ocurre lo primero, y se escoge una actitud pragmática, se podrá decir que la performance del actor ha sido eficiente y se ha definido una situación en la que enmarcar el encuentro, circunstancia que implica no tanto un acuerdo de lo que en realidad es, sino una asución temporal que genera una especie de “acuerdo de trabajo”. Las nuevas relaciones que los sujetos entablan en las redes digitales pierden algunas de las características mencionadas, pero conservan otras. De forma general, es muy difícil saber dónde se sitúan espacialmente las personas que interactúan, así como apreciar en su plenitud aquellas cuestiones no verbales que forman parte de la interacción. Sin embargo, la posibilidad de utilizar cámaras web y sacar fotografías en el momento recupera el sentido de inmediatez y contribuye a delinear el marco espacial de interacción, a las vez que los “emoticones” ayudan a expresar emociones, humores y actitudes. Asimismo, si bien existen menos inhibiciones en tanto que no hay una co-presencia real, ello no supone que no se den reglas explícitas de interacción y convenciones (re)conocidas por los individuos sobre cómo debemos comportarnos. La apariencia de falta de reglas permite que emerjan nuevas normas y rutinas de interacción dando lugar a las denominadas “netiquetas” (Jenkins, 2010). Los estudios de Goffman -que tienen por virtud reunir y presentar de forma articulada los conceptos y resultados de tres campos diferentes de estudio: la personalidad, la interacción social y la sociedad- conservan especial significación y actualidad en la Postmodernidad. Una época, presente, caracterizada por: a) la fuerza del aspecto reflexivo de la construcción de nuestra propia identidad; y b) el avance imparable del uso generalizado y masivo de las redes digitales, abriéndose así nuevas vías en las que construirse y edificar comunidades. A ese respecto, Bauman plantea que esta época se distingue por su carácter líquido, frente a la solidez que caracterizó a la Modernidad. Esto ha conducido a un proceso de individualización en el que, en contraste con el mundo moderno de los grandes referentes colectivos, se ha producido una fragmentación de ese “manto protector” que tiene como consecuencia que la identidad sea ahora una responsabilidad de cada individuo, lo que coloca a la identidad en el centro de la búsqueda del sentido, y al individuo ante la tarea de “pensarse” y elegir de forma reflexiva los rasgos distintivos de su identidad, consciente del alcance de su propia subjetividad: “Después de todo, preguntar“quién eres tú” sólo cobra sentido cuando se cree que uno puede ser alguien diferente al que se es. Sólo si se tiene que elegir y sólo si la elección depende de uno” (Bauman, 2005: 47-48). Para Chambers (1995), quien piensa sobre todo en los efectos de la migración y en cómo se pasa de una identidad nacional a otra nómada, las identidades ya no pueden entenderse 2

como una entidad dada ni estática, sino como un proceso continuo de reescritura de uno mismo en el que el “yo” está en movimiento constante. La identidad supone así un acto creativo producto de las decisiones que el sujeto toma de manera consciente a partir del cruce de experiencias vividas. De tal forma que, como señalan Rodrigo Alsina y Medina Bravo, el individuo “a lo largo de su vida , y con mayor o menor nivel de libertad , será el artista-artífice de sí mismo , recogiendo, adaptando, conociendo e incorporando modelos, facetas, posibilidades que la sociedad en la que vive le ofrece” (Rodrigo Alsina y Medina Bravo, 2006: 127). No obstante, hay que matizar que esta gama de opciones no es absoluta y se encuentra siempre limitada, ya que la identidad no es el resultado de un proceso del todo voluntario. No debe olvidarse que el individuo, en cualquiera de los contextos en los que interactúe,está sujeto a un determinado medio ambiente social, el conjunto de sus decisiones no tiene por qué ser necesariamente racional ni consciente y, aunque parezca paradójico, puede terminar esclavizado por su deseo de pertenecer a un grupo específico (por ejemplo, una tribu urbana), protagonizar un relato (el modelo más claro, el “sueño americano”) o proyectar una imagen determinada acorde a ciertos estereotipos (como los cánones de belleza y éxito que se exhiben en distintas campañas publicitarias).De alguna forma podría decirse que la vida no puede equipararse a un gran supermercado donde cada uno compra de modo libre y consciente aquellos rasgos que más le gustan, conformando a su voluntad cuál va a ser su identidad. En síntesis, como señala Martínez Sahuquillo (2006), aunque es indudable que el problema de la identidad es un problema universal, ya que responde a preguntastan cruciales para el ser humano como ¿quién soy yo?, ¿a qué grupo pertenezco?, ¿con qué valores y formas de vida me identifico?, se convierte en una cuestión especialmente acuciante y en idea-fuerza de un tipo de sociedad, la sociedad que comienza en la Modernidad. En esta última, la reflexividad va ligada de modo indisoluble al carácter individuado, por el que el individuo corre el riesgo de escindir su identidad en una identidad concreta y una identidad anónima frente a la que adopta una distancia y desarrolla el tipo de duplicidad que describe Goffman: la del sujeto que es consciente de estar representando roles, con los cuales no se identifica, aunque sí los utiliza en su propio provecho. Dentro de los factores que hay que tener en cuenta para comprender el contexto en el que actúa el individuo están, sin duda, los medios de comunicación, como vehículo fundamental para la creación de imaginarios y como constructores de realidad. En ese sentido, al igual que Benedict Anderson (1993) destacaba el papel de la prensa en los procesos de constitución de identidades nacionales durante el siglo XIX, las redes digitales juegan hoy un papel imprescindible para el establecimiento de vínculos entre los miembros de las distintas comunidades virtuales, generando así nuevas “comunidades imaginadas”. A diferencia de los medios de comunicación convencionales, por su naturaleza, las redes digitales añaden dos elementos inéditos en esta construcción de imaginarios: por un lado, ya no se encuentran delimitadas territorialmente, se tratan de redes globales que ponen en 3

contacto a personas de todo el mundo en tiempo real, fusionando las dimensiones espacio-temporales y originando lo que Castells (2005) denomina sociedad red; por el otro, ya no ejercen de forma necesaria el rol clásico de mediaciónque ha caracterizadoa los medios, puesto que un mismo individuo ya no es sólo receptor sino también productor de información. Un rasgo que hace posible una comunicación autónoma de muchos a muchos, como verdarero fenómeno de “autocomunicación de masas” (Castells, 2009: 25). A partir de aquí, las preguntas que subyacen a las reflexiones de los próximos parrafos son: ¿en qué medida estas redes digitales afectan los modos en que nos presentamos ante el mundo, la definición de situaciones que creamos y las formas en la que los otros interactúan con nosotros? y ¿cómo se construye la interacción y la identidad social y política a partir del uso de redes comoFacebook o Twitter?

2. El yo online y el yo offline, ¿cuál era yo? Sin duda, la naturaleza de las redes digitales ha estimulado el carácter de reflexividad postmoderna de los sujetos, al darnos la oportunidad de convertirnos en novelistas de nosotros mismos. Como señala Escandell Montiel (2015), las redes permiten un proceso de “narrativización” que además conlleva una “ficcionalización”. Cuando publicamos una entrada de Facebook, escribimos un “tuit” o posteamos una foto en Instagram estamos contando algo de nosotros, proyectamos una imagen determinada de nuestro yo, y también hacemos una representación de lo vivido. Para el filósofo Slavoj Zizek esta relación que entablamos con nuestros “personajes virtuales” tiene dos grandes particularidades. Por un lado, las redes proporcionan un magnífico parapeto desde el que “tirar la piedra y esconder la mano”, ya que permiten dar rienda suelta a algunos de nuestros deseos más ocultos o libidinosos, impensables en una reunión o encuentro presencial, por lo embarazoso de las situaciones que se generarían2. Por el otro, la vocación de aparecer siempre sexis y querer seducir continuamente a nuestros seguidores puede conducirnos al ridículo, a resaltar en exceso solo aquella parte aventurera, sorprendente o divertida de nuestro personaje, y terminar presos de nuestra exageración, convertidos en una parodia de nosotros mismos. No se trata de un fenómeno nuevo. Como en el juego de los roles sociales, todos en alguna medida y en alguna situación procuramos aparentar ser quienes en verdad no somos, así como también hacemos distintas reconstrucciones de las experiencias vividas. Lo llamativo de las redes digitales es el poder y alcance que tienen en la formación de 2

Esto, al no estar exento de riesgos, ha provocado incluso el intento de controlar algunas conductas digitales con el fin de evitar posibles consecuencias presenciales. Muestra de ello es, por ejemplo, la creación de algunas aplicaciones para teléfonos móviles que, con el objetivo de minimizar los efectos indeseados “del día después”, bloquean el acceso a las redes en momentos de euforia (es decir, bajo influjos etílicos), previniendo así la publicación de exaltados comentarios (ya sean futbolísticos, políticos o sexuales).

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estos personajes virtuales, su capacidad para potenciar los rasgos positivos frente a los negativos y la posibilidad de lograr incluso el reconocimiento de los otros. Como escribe la psicóloga Jennifer Delgado,"normalmente en la vida cotidiana las diferencias entre lo que somos y lo que desearíamos ser no son demasiado acuciadas pero en Internet esta brecha puede tomar proporciones aún mayores porque las personas pueden elegir aquellas características que desean mostrar, recibir una retroalimentación positiva sobre las mismas y, por ende, existirá un cambio en el autoconcepto que no sería del todo real” (Delgado, 2011).¿Quién no ha visto alguna vez en Facebook o Instagram esa foto increíble que muestra una experiencia única y retrata la personalidad arrolladora de algún conocido? Le proponemos ahora al lector y a la lectora un ejercicio: imagine que viaja junto a un amigo a algún paraje exótico. Al llegar a dicho lugar, su amigo (por no imaginarse que es un@ mism@) come una pieza de fruta en mal estado y se indispone durante el resto de la estadía, no pudiendo apenas disfrutar de tan intrépidas vacaciones. Sin embargo, tanto el primer día como el último, cuando iban desde y hacia el aeropuerto, su amigo se saca dos selfies con un paisaje extraordinario tras él, fotos que -justo antes de embarcar en el avión de regreso a casa- cuelga en las redes con el siguiente comentario “Un viaje salvaje, para un espíritu salvaje”. Aunque algún malintencionado podría pensar que el amigo, en verdad, consumió algún tipo de estupefaciente al inicio del viaje, lo más probable es que, lejos de ello, tan sólo quisiera recrear una realidad que solo lo fue virtual. Este ejercicio nos sitúa ante un juego de espejos que bien pudiera evocar el efecto de irrealidad descrito en alguno de los cuentos de Borges o, como sucede en “Alicia en el país de las maravillas”, sumirnos en una estado de permanente perplejidad sobre cuál es la verdadera realidad hasta el punto de que, como en una fiesta de máscaras, ya no se sabe demasiado bien quién es realmente quién. A ese respecto, el filósofo francés Jean Baudrillard anticipaba a finales de la década de los años setenta que nos dirigíamos a una “sociedad del simulacro”, caracterizada por la concentración física en grandes urbes y una “cosmopolis” global conectada a través de las redes digitales, en la que la celeridad de informaciones e imagenes, la multitud de interpretaciones y opiniones, así como las manipulaciones conscientes nos alejarían de la verdad de las cosas, sustituida ahora por un simulacro en el que el límite entre lo verídico y lo falso se desvanece3. Sin pretender perdernos en grandes elucubraciones, quizá el más simple y claro ejemplo de simulacro puede encontrarse en una de las últimas tendenciasque se ha puesto de moda en Instagram, denominada Finstagram (en referencia a Fake Instagram, Falso Instagram 3En

última instancia, la lectura de Baudrillard nos advierte del riesgo de terminar convirtiendo la realidad en un continuo espectáculo -en el que se quiere tanto ver y ser vistos, como anticipar la mirada que el otro ha de tener de nosotros- y a las identidades, en un objeto de consumo. En un sentido parecido, Escandell llama la atención sobre cómo existe también cierto nihilismo y relativismo en la conducta digital que, llevado al extremo, puede servirse incluso de la banalización de enfermedades mentales para “justificar jocosamente cualquier tipo de conducta” (2015: 82).

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en español). Se trata de la creación de dos cuentas en esta red social por un mismo usuario. La primera de ellas responde a una versión propia de “Vanity Fair”, en la que el usuario solo cuelga fotos en las que aparece -por decirlo en términos coloquiales- “divino de la muerte” y busca el elogio a través de comentarios positivos, “me gusta” y un incremento del número de seguidores. En la segunda cuenta, restringida únicamente a sus amigos más íntimos, el usuario comparte todo tipo de fotografías, en especial aquellas más cotidianas, sin aplicar filtro alguno y dejando al descubierto imperfecciones, escenas paródicas o incluso malas experiencias. Lo más curioso de esta tendencia es que la segunda cuenta es privada y con seudónimo, mientras que la primera es pública y tiene el nombre real del usuario.

3. Simulacro político vs. Digital demos. Derivado de lo anterior nos surge la ineludible pregunta (al menos para nosotros) sobre cuánto de simulacro político hay en las redes digitales. Sin duda, su uso se ha convertido en una cuestión primordial y la política ya no puede entenenderse sin ellas. Cada vez es mayor el número de ciudadanos que, casi en exclusiva, sigue y participa de la actividad política a través de las mismas (ejemplo claro de ello son los Millenials), así como creciente es el peso que han adquirido las campañas electorales digitales (desde el éxito de la campaña del Yes We Can de Obama en 2008, ya nadie duda de su crucial importancia). Si bien, ¿estamos ante un ejercicio de simulacro? Del lado de los políticos, si se asume que uno de los aspectos esenciales que rige la política desde tiempos casi inmemoriales bien se sustenta en aquella máxima de la antigüedad pronunciada por Cayo Julio César sobre su esposa Pompeya, por la que no bastaba que ésta fuera honesta sino que también tenía que parecerlo, la posibilidad de controlar sin mediaciones su imagen y de interactuar de forma directa con los usuarios/ciudadanos (y posibles votantes) hace de tales redes un instrumento fundamental. En ese sentido, procesos de “narrativización” como los antes descritos adquieren una nueva dimensión y técnicas como el politainment (original de la televisión, en la que la política es presentada como un entretenimiento), o la utilización de nuevos framing (marcos discursos) inspiradores se fortalecen como mecanismos de persuasión: ahora el político puede construir su propio personaje virtual, potenciar aquellos rasgos que considere mejores y más idóneos, y proyectar una imagen de sí mismo como líder empático, preocupado por los ciudadanos y capaz de conectar con ellos. No es de extrañar, por tanto, que los políticos escriban con frecuencia “tuits” graciosos o que posteen imágenes suyas desenfadadas o de su vida cotidiana, recomienden la última serie que vieron o bromeen sobre algún acontecimiento -no necesariamente político- del que todo mundo habla, en un esfuerzo consciente por parecer “enrollados”(Güemes y Resina, 2015). Para el caso de los políticos pocas dudas parece haber sobre que las redes son un (nuevo) instrumento de comunicación política,y sí, también un nuevo medio para el simulacro, 6

con todos los matices y debates que puedan surgir sobre qué impacto tienen y en qué medida pueden “abrir” la política y fomentar una mayor transparencia o si, por el contrario, conducen a una suerte de soft politics -política blanda- por la que las formas son lo principal frente a los contenidos y la discursión ideológica de fondo. Sin embargo, por el lado de los ciudadanos, los efectos son menos evidentes, y sobre esto nos centraremos en lo que resta. Empezaremos diciendo que, si bien es cierto que muchos de los usuarios que utilizan las redes con algún tipo de orientación política suelen ser ciudadanos políticamente activos,el hecho de que muchas otras personas que nunca manifestarían su opinón política en público lo hagan en estas redes, y lo hagan de tal forma que conviertan dicha manifestación en un elemento de identidad propia es un fenómeno, cuanto menos, que merece toda la atención. Ello tiene especial relevencia si se tiene en cuenta lo antes expuesto sobre el debilitamiento de los grandes proyectos articuladores de identidad colectiva, como los Estado-Nación, los partidos y sindicatos, la religión y los relatos ideológicos, y la subsecuente subjetividad reflexiva del individuo. A partir de aquí surgen dos preguntas: ¿cuál es el poder de las redes digitales en estos procesos? y ¿qué tan real es la imagen que se proyecta y qué alcance tiene? Para responder a la primera pregunta nos remitimos al trabajo de Zizi Papacharissi Affective Publics. Sentiment, Technology and Politics(2015), en el que la autora defiende que el poder de las redes recae precisamente en su capacidad para convertir sucesos en historias ya que, a diferencia de los medios de comunicación convencionales, añaden un componente experiencial, al dar voz a públicos antes marginalizados, de forma que “continúan, amplifican y corrigen la tradición del storytelling [de la narración, en español], permitiendo la construcción de significados desconocidos, evocando reacciones afectivas” (2015: 4). De tal manera que, por ejemplo, quien sigue un conflicto que está sucediendo en la otra punta del mundo a través de Facebook o Twitter lo hace como si, de hecho, estuviera allí. La fuerza de una narración en tiempo real que no está mediada por terceros sino contada por sus propios protagonistas permite vivir dicha narración en primera persona, compartiendo además las emociones que se desprenden de esa vivencia. Según la autora, esto fomenta un sentimiento de empatía y de experiencias compartidas, así como una narración basada en el pluralismo subjetivo de un conjunto amplio de actores, que provoca una constante “demostración pública de afecto” por parte de muchos de los usuarios de estas redes, como quedó demostrado por el apoyo y rápida propagación que, a nivel mundial, tuvieron las distintas movilizaciones de nuevo cuño, como la Primera Árabe o los Movimientos Ocuppy, directamente relacionadas con el uso de las redes digitales. Otra cuestión, más compleja, es la relacionada con la segunda pregunta que planteábamos. Se ha establecido un debate sobre si las redes digitales refuerzan una identidad política consistente o si, por el contrario, fomentan un consumo efímero sin compromiso de fondo. Es decir, y siguiendo con la lógica antes expuesta, hasta qué punto

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no se trata de una simulación. ¿Es postear un acto de “postureo”? A ese respecto distinguimos, al menos, tres posibles respuestas: la buenista, la cínica y la escéptica. La buenista Dentro de esta respuesta, que hemos denominado así por su lectura optimista de los efectos de las redes, uno de los principales exponentes es, sin duda, Yochai Benkler, quien en su obra La riqueza de las redes: cómo la producción social transforma los mercados y la libertad (2015) reflexiona sobre las posibilidades que las redes digitales ofrecen para el trabajo colaborativo orientado al procomún (bien comunal). En esa dirección, defiende cómo éstas facilitan un tipo de acción individual descentralizada que es puesta al servicio de una producción entre iguales cuya base de unión es la cooperación, y cómo además fomentarán un mayor espíritu crítico y autoreflexividad. En la misma línea, Bennett y Segerberg (2012) creen que las redes digitales introducen un nuevo tipo de acción, “conectiva”, que diferencian de la tradicional acción colectiva, y que resolvería el problema del free rider que con frecuencia ha distinguido a esta última. De esa forma, lejos de ser un acto de “postureo”, la participación en estas redes parte de una auto-motivación del propio sujeto que comparte contenidos que tiene ya interiorizados, y cuyo intercambio genera un vínculo personal con los otros, ya que la persona que comparte espera el reconocimiento y el intercambio de nueva información por parte de esos otros, haciendo de la co-producción y co-distribución de información su eje central. Es en ese sentido en el que afirman que “pasar a la acción pública o contribuir al bien común llega a ser un acto de expresión personal y reconocimiento o autovalidación logrado mediante el intercambio de ideas y acción en relaciones de confianza” (2012: 753). La cínica Hemos caracterizado esta respuesta como cínica ya que, de forma implícita, asume que la actividad de las redes tiene mucho de postureo (al reforzar la mencionada visión de la política como un entretenimiento o juego, mediante comentarios jocosos, historias frikis o el uso de memes, gamificaciones o gifs), aunque luego dicho postureo pueda resultar funcional para los verdaderos activistas. Con ese argumento de fondo, Ethan Zuckerman (2013) plantea the cute cat theory of digital activism4 (“la teoría del gato lindo del activismo digital”, en español) según la cual muchos de los usuarios que participan en las redes no están en verdad interesados en cuestiones políticas y tienen, más bien, fines mundanos. Sin embargo, esa actividad lúdica en redes como Facebook o Twitter protege a los verdaderos activistas, ya que si éstos sólo contaran con sus propias redes especializadas -de activismo profesional, podríamos decir- quedarían desprotegidos en un doble sentido: por un lado, las autoridades tendrían más facilidades para identificarles y controlar, censurar o mitigar sus acciones; y, por el otro, el hecho de que existan muchos usuarios de estas redes hace casi 4

Esta teoría recibe dicho nombre debido al uso generalizado de imágenes de gatos en la red con los que recrear personajes y situaciones graciosas a través de memes.

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imposible que algún Gobierno se atreva a clausurarlas, debido al efecto de “onda expansiva” que podría llegar a tener, con miles de individuos enfurecidos dispuestos a salir a las calles para evidenciar la censura y exigir su restitución. Con los riesgos para las autoridades de que, en tal caso, esas personas “despolitizadas” terminen tomando “consciencia” y se politicen. La escéptica Esta respuesta incluye, sobre todo, a aquellos que miran de forma escéptica las grandes virtudes de las redes digitales que destacan los más optimistas. Uno de sus principales exponentes es Evgeny Morozov (2009), quien critica la “ciberutopía” que, en ocasiones, se ha generado, en especial tras las revueltas sucedidas en el mundo árabe desde 2011. Lejos de creer que estas redes forjan identidades políticas consistentes, el autor considera que fomentan, más bien, un tipo de activismo perezoso, que denomina slacktivism (en español algo parecido a “activismo de sofá”). De forma que más que una utopía lo que se produce es un espejismo, el de unos usuarios que generan la falsa ilusión de que por unirse a un grupo de Facebook o hacer un retuit están participando de una revuelta o similar. En un sentido parecido, Gladwell (2010) subraya cómo el compromiso político que se crea en estas redes digitales, al no darse encuentros cara a cara ni suponer grandes esfuerzos ni riesgos físicos, es débil y puede fragmentarse fácilmente ya que, a diferencia de las movilizaciones clásicas, no permite afianzar un vínculo social fuerte entre sus participantes. Como ejemplo de esto último, el autor destaca la fortaleza de las movilizaciones en favor de los derechos civiles que comenzaron al inicio de la década de los años sesenta, y cómo gracias a que sus miembros fueron firmes y perdieron el miedo a cualquier tipo de consecuencia, lograron triunfar. Una circunstancia que estaría lejos de lo que sucede en el ámbito digital, ya que “el éxito del activismo de Facebook no está en motivar a la gente a hacer un sacrificio real sino en motivarles a hacer cosas que la gente hace cuando no está suficientemente motivada para hacer un sacrificio real”.

4. Conclusiones A lo largo de este texto, y con los ejemplos de redes como Facebook, Twitter o Instagram como excusa, hemos intentando poner sobre la mesa cuestiones que-para quienes nos consideramos “analógicos”, “inmigrantes digitales” o, simplemente, usuarios hábiles y familiarizados, pero reflexivos en su uso- nos planteamos en el día a día. Para nosotros, las redes digitales no son buenas ni malas en sí mismas. Su uso puede o bien permitirnos estar más cerca de personas de las que estamos separadas espacialmente, conocer a desconocidos con los que compartimos alguna actividad o interés, y multiplicar nuestros vínculos débiles (superando así el gran problema de cómo crear vínculos débiles cuando se carece de cierto capital cultural),o bien alejarnos de la realidad física en un encuentro de copresentes en el que cada uno sólo está pendiente de su teléfono móvil y la

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conversación se desvanece, al tiempo que comenzamos a sentirnos miserables, envidiosos o desafortunados frente al supuesto éxito que los demás proyectan en sus redes. Mas allá de los efectos que pueda tener su uso, que varía según la utilización que hagamos de nuestro propio estado emocional y de otras muchas cuestiones, de lo sí estamos seguros es de que en tales redes existen formas originales por las que nos reconocemos a nosotros mismos, nos presentamos ante otros usuarios y nos relacionamos con ellos. No pensamos, por lo tanto, que sólo sean un vehículo de comunicación entre ausentes, sino que las redes digitales permiten reinventar un modo de relacionarse, ponen en cuestión la espacialidad en las relaciones entre copresentes y crean nuevas rutinas de acción, normas y convenciones sociales que, a veces, trascienden un espacio virtual que, aunque Goffman apenas sí llegó a imaginar, a buen seguro estaría encantado de estudiar. Nuestra presentación en el mundo virtual quizá puede involucrar “postureo” (adopción de ciertos hábitos, poses y actitudes más por apariencia que por convicción) pero no necesariamente impostura (imputación falsa y maliciosa o fingimiento con apariencia de verdad).En las distintas identidades y relaciones que adoptamos en las redes, en muchas ocasiones, somos paradójicos, contradictorios y volátiles, pero también es probable que menos histéricos y más libres.

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JORGE RESINA@jorgeresina Periodista y Doctor Europeo en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Estudios Contemporáneos de América Latina y Licenciado en Ciencias Políticos y de la Administración, y en Periodismo y Comunicación Social. Ha realizado estancias de investigación en la Universidad de California, San Diego (UCSD) y la Universidad de Cambridge, entre otras. Sus líneas de investigación son: comunicación política, política comparada y movimientos sociales en Iberoamérica. CECILIA GUEMES @ceciliaguemes Investigadora García Pelayo en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC). Doctora en Ciencia Política (Universidad Complutense de Madrid) y Magíster en Ciencias Sociales, orientación Sociología (FLACSO-Argentina). Coordinadora y Cofundadora del Grupo de Investigación en Gobierno, Administración y Políticas Públicas 11

(GIGAPP). Su campo de investigación se centra en temas de confianza social y política, políticas públicas y cohesión social en Iberoamérica.

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