Música, emociones e historia diplomática: un largo camino por recorrer (y escuchar) | Music, emotions and diplomatic history: a long way to walk -and listen to-

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Música, emociones e historia diplomática: un largo camino por recorrer (y escuchar) José Manuel Morales Tamaral Publicado en H-Spain. Study of Spanish History and Culture [24 de noviembre de 2014] (https://networks.h-net.org/m%C3%BAsica-emociones-e-historia-diplom%C3%A1tica-unlargo-camino-por-recorrer-y-escuchar)

Las mayores innovaciones de la historiografía contemporánea se han producido a golpe de “giros”. La apertura a nuevos objetos de estudio, la permeabilidad a los avances procedentes de otras ciencias sociales, la vuelta a objetos tradicionales o la incorporación de nuevas técnicas y métodos de análisis ha sido resultado de una dinámica de acción/reacción de la historiografía bajo el signo del “giro cultural”, el “giro antropológico” o el “giro lingüístico”. En la última década, una nueva etiqueta se ha sumado a esta lista: el “giro emocional”. En un intento evidente por empatizar con los sujetos históricos y, en último término, por humanizar el pasado, cada vez son más los historiadores que recurren a los sentimientos más íntimos y personales de la experiencia humana para reconstruir los vínculos afectivos y las representaciones e identificaciones colectivas que forjan la evolución las sociedades y las culturas. En este sentido, es destacable que el último volumen recién publicado de la revista Cuadernos de Historia Contemporánea dedique un dossier monográfico a la historia de las emociones. Coordinado por la Profa. Carolina Rodríguez López, el dossier evidencia el auge de esta perspectiva analítica, especialmente en Alemania –y con creciente fuerza en España–, y las numerosas aplicaciones temáticas que este giro permite: la historia del cuerpo, el dolor, la política o los exilios. Estos dos últimos campos, política y exilios, encajan bien en los múltiples ámbitos de estudio de la historia diplomática. ¿Cómo encaja ésta la irrupción de las miradas emocionales en la evolución de las relaciones inter y transnacionales? Lo cierto es que algunos historiadores ya han obtenido respuestas incidiendo en un aspecto sumamente evocador: el

papel de la música clásica en el desarrollo de las relaciones entre Estados, culturas y sociedades a nivel global. Tal es el caso de Jessica Gienow-Hecht, quien ha dedicado no pocos esfuerzos a analizar la influencia de la música clásica en las relaciones transnacionales desde finales del siglo XIX, en especial entre Estados Unidos y Alemania, reescribiendo el prolífico campo de la americanización bajo el enfoque de las emociones musicales. Además de ser editora de un volumen sobre la historia de las emociones en Estados Unidos (Emotions in American History. An International Assessment, Berghahn Books, 2010), es autora de una monografía sobre las fortísimas conexiones entre la música alemana y la cultura musical estadounidense (Sound Diplomacy. Music and Emotions in Transatlantic Relations, 18501920, University of Chicago Press, 2009), que completó en un breve artículo sobre las orquestas y sus “embajadas musicales” por el mundo (“The World Is Ready to Listen: Symphony Orchestras and the Global Performance of America”, Diplomatic History, 36/1, January 2012, pp. 17-28). El próximo marzo se espera la publicación un nuevo volumen editado por Gienow-Hecht en el que ha tratado de aunar la labor investigadora de historiadores y musicólogos en el análisis de la relevancia música clásica en la sociedad internacional (Music and International History in the Twentieth Century, Berghahn Books, 2015). Siguiendo algunas de las conclusiones alcanzadas al respecto, el historiador puede encontrar en la música un vehículo de transmisión cultural transnacional, basado en un lenguaje específico y al mismo tiempo global. Es al mismo tiempo una práctica cultural fácil de entender y de emocionar a un público heterogéneo sin distinción de clases sociales. Los receptores del mensaje musical lo acaban asociando con una determinada realidad, ya sea a nivel personal, histórico, cultural, nacional o global; asociación eminentemente subjetiva e irracional que diluye la delgada línea entre la inocencia y la intencionalidad de la música. En este sentido, la actuación musical podría ser vista como un juego de innumerables identificaciones emocionales, así como una forma sui generis de negociación diplomática, en la que orquesta y público mediarían a través del director, un actor con el que se establece un vínculo tan invisible como poderoso. Apliquemos estos planteamientos interpretativos a la proyección trasnacional de la música clásica española. Fragmentos de zarzuela, como el Preludio de El tambor de granaderos de Ruperto Chapí (1896), sendos intermedios de El baile y La boda de Luis Alonso de Gerónimo Giménez (1896 y 1897), o la canción De España vengo de El niño judío de Pablo Luna (1916), sin olvidar piezas instrumentales como el archiconocido Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo (1939), son solo algunos ejemplos de obras españolas frecuentemente interpretadas por orquestas de todo el mundo. No suele faltar su interpretación cuando los directores españoles hacen su incursión en diversas agrupaciones orquestales de todo el mundo. No

inferiores en número son las composiciones que, muy especialmente a partir del Romanticismo, adoptaron elementos musicales o literarios representativos de la cultura española. La historia de la música alemana, francesa o rusa está plagada de obras ambientadas o inspiradas en el mundo español: del poema sinfónico Don Quixote de Richard Strauss (1897) a la ópera Carmen de Georges Bizet (1875), pasando por El capricho español de Nikolái Rimski-Kórsakov (1887). En este punto asaltan algunas preguntas. ¿No ha contribuido y contribuye esta música a forjar una determinada imagen de la cultura española apelando en buena medida a sentimientos de tipo emocional, y por ende irracional? ¿Podrían considerarse las orquestas que interpretan estas obras como actores no estatales que cumplen la función de “embajadas culturales” españolas, a modo de acción diplomática encaminada a estrechar, consciente o inconscientemente, los lazos entre la cultura española y la del público receptor? ¿Con qué identifica el oyente el mensaje que se le envía? ¿Estamos hablando de música española, música rusa, música alemana, o simplemente de “música”? ¿Podría verse en estas prácticas una vertiente más –poderosamente efectiva– de la diplomacia pública española? Como se observa, la música y las emociones ofrecen una interpretación inspiradora, provocativa y arriesgada de la evolución de la sociedad global contemporánea. Supone una nueva oportunidad para ampliar los límites del estudio de la historia diplomática, que apunta hacia un largo camino todavía por escribir. Como bien resaltó en una entrevista concedida en 1978 el más americano y más europeo de los directores y compositores norteamericanos, el gran Leonard Bernstein, la música en su contexto puede “servir como magnífica cápsula del tiempo… un recuerdo, no, más que eso. Una imagen, un residuo... una encarnación artística de un periodo concreto de la historia”. Detalles fotografía: Leonard Bernstein dirigiendo la Sinfonía nº 2 “Resurrección” de Gustav Mahler, interpretada por la Boston Symphony en Tanglewood (Massachusetts) en 1970. / Foto: Bettmann / Corbis. Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/10/04/actualidad/1349353527_852769.html

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