MUSEOLOGÍA: Apuntes sobre la formación de colecciones de museo

June 13, 2017 | Autor: Gustavo Fernetti | Categoría: Museologia, Inventario y registro de colecciones
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APUNTES SOBRE LA FORMACIÓN DE COLECCIONES DE MUSEO arq. Gustavo Fernetti – Cons. de Museos

MUSEO ITINERANTE DEL BARRIO DE LA REFINERÍA http:[email protected] [email protected]

APUNTES SOBRE LA FORMACIÓN DE COLECCIONES DE MUSEO GUSTAVO FERNETTI Arq. Cons. de Museos Centro de Estudios de Arqueología Histórica de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Museo Itinerante del Barrio de la Refinería. Programa de Preservación y Rehabilitación del Patrimonio – Municipalidad de Rosario Junta de Historia de Rosario.

Introducción Cuando algo entra en el museo -bajo el habitual rótulo de “patrimonio”- es extraída de su vida natural, de su biografía de origen, para pasar a un nuevo contexto: el contexto museal. Este pasaje, el de la musealizaciòn, suele imaginarse como un acto entre heroico y administrativo. Heroico, dado que se presuponen actos solemnes, donaciones pomposas y el agradecimiento al donante o dueño original. Administrativo, ya que se piensa en inventarios, catálogos, marcación con plumines y actos de conservación preventiva. El objeto viaja a su estante o vitrina, para su destino final: la eternidad, real o supuesta. Pero existe otro contexto, que es aludido con menos frecuencia y romanticismo: la colección. El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre los procesos de musealización, que consisten, fundamentalmente en el armado de las colecciones. El armado de colecciones significa intervenir en la gran masa de objetos mediante la adjudicación de un valor adicional: el patrimonio está relacionado, posee vínculos, hay una nueva realidad en el mundo, separada esencialmente del origen de esos objetos. Con la musealización hay un cambio simbólico importante: el de la puesta en valor creando un nuevo mundo ordenado: el del museo. La lapicera de Gardel Un conjunto de varios objetos musealizados forma una colección, que ya es un objeto per se. A partir de la musealización, cualquier acto que atente contra la integridad el objeto posee una penalidad. Pero ¿qué es una colección de museo? Evitaremos los sobreentendidos. La definición de diccionario, casi siempre acudida en los textos (y muchas veces ineficaz) nos dice que una colección es un conjunto de cosas de la misma clase reunidas por afición o interés y clasificadas. Rescatemos dos conceptos de esta proclama: primero el carácter colectivo de la colección. Segundo, su orden. Del primer concepto, el de reunión o conjunto, podemos deducir que no hay colecciones de un solo objeto. Supongamos que un museo posee un objeto de Carlos Gardel ¿forma eso la “Colección Carlos Gardel” o es una “Lapicera Estilográfica que perteneció al cantor francoargentino Carlos Romualdo Gardel”? ¿Es “Gardel” una esencia de la supuesta colección o un atributo del objeto? ¿la clasificamos dentro del conjunto “lapiceras” o de un inexistente “objetos de Gardel”, a la espera de conseguir otros?

El sentido común –y la imaginación- nos deja entrever la mutua exclusión de ambas posibilidades, pero ¿es tan así? Una clasificación implica, en última instancia, ponerles atributos a las cosas y es –como graciosamente anotó Jorge Luis Borges – siempre arbitraria. Pero una colección “Objetos de Carlos Gardel – 001- Lapicera” o un objeto “Lapiceras- 001 – Gardel” técnicamente implicarían al menos, una marcación doble. Supongamos 001G para el primer caso y L-001-G para el segundo. La letra G sería el nombre de la Colección Gardel para el primer caso y la letra L la Colección Lapiceras para el segundo. En el fondo, lo que se dirime en este caso idealizado es la presencia de dos colecciones: una existente, donde los objetos que entran a ella poseen todos el mismo atributo ( son “lapiceras”) y otra inexistente (todavía) que incluye objetos de Carlos Romualdo Gardel, por ahora uno de ellos solamente, su lapicera, seguramente enchapada en oro, como tantas otras Por lo tanto, si una colección es un conjunto de cosas vinculadas y clasificadas, el orden es previo a las colecciones, ya que inevitablemente, existe un valor anterior para la musealización, que la habilita y activa. Pero ese valor previo se traduce. No es igual al del exterior. Gardel no daba a su lapicera el mismo valor que nosotros: ese valor queda relegado, puesto que asume otro en base al cantor, no al uso original para la escritura, sea éste sentimental o monetario. Es la admiración por Gardel lo que hace valiosa su lapicera. Por ende, hay otro mundo nuevo que Gardel no conoció, otra realidad ordenada por un valor que es la de la colección. Este valor –un valor social- implica que, para el caso de arriba, las lapiceras (los objetos) de gente muy famosa poseen un valor porque previamente existe esa gente que convierte en símbolo al objeto musealizado. En esa lapicera “está Gardel” Sin embargo, la relación entre valor adjudicado y objeto no es homogénea y nunca se organiza por fuera de un orden preestablecido. Colección, objeto y atributo. Veamos otros casos. Los museos de arte suelen poseer dos tipos de colecciones. Todos las hemos visto. Una es de tipo estilístico, como “Colección Impresionistas” o “Colección Art Nouveau”. La otra es de autor: “Colección Goya”, “Colección Gambartes”. Otras veces las colecciones son por tipo de trabajo artístico: “Colección de grabados” o “Colección Óleos”, como puede verse en el Museo de bellas Artes de Rosario.

Aunque la colección carece de nombre y registro, estos objetos fueron agrupados según el tema “Inmigración Italiana”, pertenecen a un mismo donante y fueron colocados en la misma sala.

Pero hay otras más, que están ocultas en esas pequeñas chapitas de bronce atornilladas al marco de los cuadros y que anuncian nombres a veces desconocidos, a veces conocidos por

pocos: “Colección Doctor Domingo Urruchúa” o “Colección Donación Familia Pérez Ochoa Mitre”. No es raro tampoco una agrupación cronológica, con frecuencia mezclada con al estilística: “Colección Vanguardistas” o “Colección Siglo XIX”, otras veces pueden verse coleciones de “Arte Internacional o “Arte Argentino” como criterios de agrupamiento de las obras, tal es el caso del Museo Nacional de Bellas Artes. Como vemos, aquí la cuestión se complica. Los parámetros de agrupación son varios y al asumir uno de ellos, los otros se convierten en atributos secundarios. Por lo tanto, si hay una “Colección Acuarelas”, “Donación Familia Oroño-Infante” será una cualidad secundaria del cuadro, que se ubica –idealmente- dentro de otras acuarelas. Un óleo de Leónidas Gambartes, donado por la Familia Gambartes, puede pertenecer a la “Colección Grupo Litoral” de por sí un colectivo de artistas o a la “Colección donación Familia Gambartes” que también pudo haber donado un Ottmann. Como se ve, la contextualización del objeto de museo es múltiple y no existen parámetros unificados a priori. Existen otras condicionantes para la contextualización y sobre todo, el diseño y armado de las colecciones. Un museo de arte pensado por un artista probablemente no tendrá las mismas colecciones que uno pensado por un historiador del arte; un museo histórico dependerá de su condición de biográfico o múltiple. La malograda Casa Museo Manuel Mujica Lainez de Córdoba, no necesita poseer una “Colección Mujica Láinez”, puesto que cada objeto pertenece a dicha colección o bien todos los objetos son ella. ¿Cómo se arma una colección?

La colección es, ante todo, un orden. Incluso en depósitos poco formales, como el de la foto, los objetos están medianamente ordenados, como este material arqueológico lítico.

No era raro –y no lo es aún- que el profesional de museos sea llamado a poner orden en uno de esos museos de coleccionista. Muchos objetos y a veces, sin registro, ya que la musealización se realiza informalmente por contactos: el donante suele ser un ferroviario muy conocido o un personaje notable del pueblo. El director del museo –con frecuencia un coleccionista- adjudica un nombre a la pieza –por ejemplo, un fusil- elabora la cartela correspondiente y el objeto queda encuadrado en un orden: “Fusil de avancarga, ánima rayada, calibre 10 mm. Fabricación francesa Mre. De Tuille Modelo 1856”. La cartela es de por sì, una catalogación. En esos museos, precisamente la catalogación no suele ser un problema ya que la colección, por lo general heterogénea, esta en la mente del coleccionista que ya ha formado un orden personal. Así, en las salas se agrupan máquinas, cuadros, monedas y armas adquiridas o donadas al museo en base a las relaciones sociales del director, muchas veces un coleccionista de antigüedades o un aficionado a la historia.

Objetos embalados por el común denominador o categoría “Cuadros”. En la misma categoría entraron posters enmarcados, diplomas y en general, todo lo que poseía un marco de madera o metal rodeando una imagen.

Frente a la necesidad administrativa –por otro lado obligatoria- de perfeccionar el inventario municipal, la secretaría de cultura contrata a un museólogo para “ordenar” semejante batiburrillo de objetos los cuales, sin embargo poseen un orden que por estar personalizado, se pierde al jubilarse el coleccionista-director. Es en ese momento en el que el museólogo se enfrenta al caos resultante de contrastar su formación teórica con el trabajo de campo. Los objetos, bajo la mirada teórica y el abandono del clasificador original, aparecen dispersos o mezclados. Objetos artísticos están al lado de otros domésticos o agrícolas. La lógica clasificatoria original se ha perdido y el conjunto tiene la apariencia de un caos, que es en realidad un orden cuyas leyes se han perdido. ¿Qué hacer?

El Lote Una primera solución es la de considerar el conjunto un lote. Es lo donado. Este concepto implica un conjunto cuya identidad reside en la heterogeneidad. Todo acervo museal, desde le más ordenado al más caótico, es en sí un lote. Un lote es un conjunto de piezas relacionadas, manteniendo una unidad característica y que carecen de un valor individual, pero que adquieren por pertenencia al conjunto. El lote carece de orden interno, pero diferencia los elementos incluidos de los –por ejemplobienes y útiles como muebles de la oficina o las computadoras del museo. El lote es la primera agrupación posible, la unidad mayor del ordenamiento y que forma la denominada “Colección del Museo”. Aún las piezas carecen de valor, puesto que la pérdida de alguna de ellas no es un delito: no están inventariadas. Pero al registrar el lote, al darle carácter patrimonial, automáticamente todas se valorizan. Todo objeto que ingresa como patrimonio se incorpora a ese lote y ya registrado éste, todo objeto faltante del lote implica un delito o al menos, una falta administrativa grave. El lote se define así como una macro-colección, como el nuevo contexto del objeto que ingresa y el agrupamiento elemental de los objetos de museo. Sin embargo, el lote no es una concepción museológica, sino un concepto genérico. Las piezas, una vez inventariadas dentro del lote, asumen un valor patrimonial. Al valorizarse, o sea al ser consideradas objetos se pueden agrupar por características, dado que todas poseen exactamente el mismo valor administrativo (si olvidamos el coleccionismo, obviamente, que también cataloga por precio). Excepto para el caso de colecciones estrictamente biográficas, el lote se divide en colecciones que no se vinculan entre sí, excepto por al propiedad pública de los objetos que incluye. Un segundo ordenamiento fundamental suele formarse al separar la colección original del museo, de la que no lo es. En estos casos, la colección “fundante” se separa de los nuevos objetos donados recolectados de tal modo, que el profesional se ve en la disyuntiva de aplicar los mismos atributos a los nuevos objetos, o clasificarlos de otro modo. Tal es el caso del Museo Murray de Funes, Santa Fe, Argentina. La incorporación de una colección privada que duplicaba en cantidad la colección –o loteoriginal puso en la disyuntiva a la dirección ¿debían revisarse todos los parámetros del catálogo? Hay museos que han heredado una forma de coleccionar. Los museos de arte prestigioso, de alto prestigio social, suelen nutrirse de donaciones “con cargo”, o sea que están en la obligación de exponerlos, so pena de que el donante retire los objetos. Por lo tanto se hereda de esta práctica la costumbre administrativa de agrupar ciertas obras por donante, ya que en épocas pasadas la donación de arte era un acto de prestigio y pertenencia ciertos grupos sociales. Por lo tanto, se sigue eligiendo el donante como parámetro que rige la colección. ¿Es el lote una colección? Lo es a partir de su registro y esto implica inventariar sus partes. Cuando el museólogo aborda el museo de pueblo, por lo general y originalmente un museo de coleccionista, encuentra un gran lote, valorizado en tanto “es”. Al no estar inventariadas sus partes, la sustracción de algún objeto no sólo será irrelevante administrativamente, sino que nadie se dará cuenta. Al registrarse y contar las partes del lote, ya hay evidencia, un faltante disminuye la cantidad, hay un delito. Por lo tanto, el lote es una proto-colección-

Lo que dona un vecino al museo, es un lote. El arqueólogo que ingresa una caja de fragmentos, ingresa al museo un lote. Un lote ingresado pero no registrado es una grave falta ética del museólogo, disculpable en un coleccionista, pero no en un profesional. Una bolsa de plástico llena de figuritas donada por un vecino no puede quedar guardada de esa manera en un cajón, ni mucho menos desaparecer. El lote es el primer paso de la musealización, ya que forma una unidad previa. Al registrar el lote, el museo se apropia inicialmente de su contenido físico, en una fase administrativa: allí comienzan las responsabilidades. En la etapa del coleccionismo, el director o coleccionista no era responsable por los objetos, ya que el registro era personal. Registrado, el lote es un objeto administrativa y socialmente en peligro, porque ya es una colección. No debemos confundir lote con amontonamiento o una forma de eludir el inventario. El lote es un objeto complejo, con partes. Está en la acción del museólogo definir si se desarticula formando colecciones diversas, lo que no puede ocurrir es que una de esas partes se pierda. Es por ello que el primer deber del museólogo es formar el lote y registrarlo mediante una ordenanza municipal. A partir de allí hay una responsabilidad civil sobre eso que ahora llamaremos colección. Inventario y catalogación Un inventario es un registro de un tipo de objeto dentro de un conjunto. Por ejemplo, el inventario de escritorios de una oficina indica cuantos de ellos hay. El inventario es siempre cuantitativo. Un museo puede tener seis cuadros, diez armas y cien libros, doscientos veinte fragmentos de cerámica monócroma roja litoraleña. En cambio el catálogo es siempre cualitativo. Lo que define, de esta manera, los objetos de Carlos Gardel que mencionábamos, es una categoria.

LOTE

COLECCIÓN

CATÁLOGO esquema de la relación entre inventario y catalogación. Mientras que en el inventario existe un “Gran Lote” desordenado (sólo se sabe que son objetos del museo) en la catalogación existen órdenes y sub-órdenes, establecidos por la categoría y sus atributos. La musealización es todo este proceso.

La categoría “Gardel” es la que cualifica algunos objetos como pertenecientes al cantor y al resto, no. Es un Gran Ordenador, digamos.

En el otro ejemplo, la categoría dice que hay escritorios y son esencialmente iguales unos a otros. En el caso de Gardel, la categoría existe pero no en los objetos. Por tanto, hay categorías intrínsecas (escritorios) y extrínsecas (Gardel). Habrá objetos similares a los de Gardel pero que no le pertenecieron y escritorios idénticos en todo el museo, pero no de esa oficina. Lo esencial es la categoría, lo que une los objetos dentro de una colección. La categoría es, entonces, una palabra que resume un vínculo definitorio, una relación esencial. Los atributos, a diferencia de la categoría que define la colección, ordenan esa esencia. El atributo dirá cómo son aquéllos escritorios de oficina: habrá algunos de metal y otros de madera, sin dejar de ser escritorios. También la catalogación define cómo son las armas y los cuadros y cuales libros son de la biblioteca y cuales son objetos de museo. Para el catálogo, los fragmentos de cerámica monocroma roja litoraleña ahora son guaraníes. Por lo tanto, en abstracto, la catalogación es interna a la colección y a posteriori de ésta. No siempre fue así. En la formación de colecciones, los museos más viejos presentaban inventarios rectores, más administrativos que museológicos. Los números eran correlativos y una estatua podía ingresar luego de un jarrón chino, mereciendo números sucesivos. En este tipo de inventario, rige una lógica enumerativa, el último objeto dice cuantos objetos posee el museo. El catálogo -en cambio- era independiente de ese avatar, ya que en forma paralela al libro inventario existían fichas de registro que formaban la descripción detallada del acervo del museo. Esas fichas se agrupaban por colecciones. Para hallar datos de una obra, se recurría al catálogo, por otro lado muy similar al de una biblioteca. Esta “forma papel” se mantuvo hasta el advenimiento de las bases de datos electrónica. Una base de datos es una entidad (generalmente un programa) en la cual se pueden almacenar datos en forma de estructura. En ese sentido es fundamental el criterio de accesibilidad. Diferentes usuarios deben poder utilizar estos datos, bajo los mismos contextos de uso, estos contextos, unificados, son lo que definen la base. Así, en una colección los datos de la base son los atributos de la obra de arte o la máquina antigua. En esa base, los datos pueden ser seleccionados, ubicando objetos que presentan los mismos atributos. La base de datos permite, de esta manera, saber cuáles cuadros del museo son acuarelas y quiénes sus autores, “filtrando”, como suele decirse, los atributos por técnica. Lo esencial de la base de datos es su capacidad de administrar la información de los objetos de la colección del museo (el ·”lote” primigenio) agrupándolos por sus atributos y que esas operaciones puedan ser ejecutadas por las personas, incluso por varias a al vez. Como se ve, la colección, para una base de datos, es un atributo más, como el material, la fecha de ingreso, el número de inventario o el autor. Pero queda el concepto de colección, previo a la base de datos y para la estructura, un atributo de agrupación natural, ya que está generado por fuera del sistema, es un dato de la realidad, no un vínculo del sistema. El inventario de lo evidente ¿Hay alguna manera unificada de resolver estos dilemas? Creemos que no. Agrupar por donante no posee mejores condiciones que hacerlo por tema o por técnica artística. Formar una colección de máquinas agrícolas no implica una prioridad evidente ante la formación de varias colecciones por función de dichos artefactos, incluyendo ferroviarios y domésticos. Por lo tanto, a veces continuar una amera de formar colecciones suele ser práctico y esa manera es la de los atributos evidentes para el público que los va a contemplar, o sea usar como asistentes al museo. Esta manera es en apariencia sencilla.

Consiste en agrupar objetos de acuerdo a una condición en la que un cierto número de personas estén de acuerdo y que será la prioridad frente a otras posibilidades. Por ejemplo, agrupar por “Colección Automóviles” a los “objetos de cuatro ruedas con motor que no transiten por vías férreas sino por la calle y sean usados para el transporte de personas”.

Una colección es, ante todo, un orden. Aquí se están agrupando los objetos por lo evidente, según la taxonomía genérica “Libros”, según se ve en las fotos.

Esa hipotética colección excluirá artefactos electrodomésticos obviamente, pero también locomotoras, tractores y autobuses, conceptualmente más dificultosos de separar de los autos pero que socialmente nadie confundiría con éstos. ¿Cual es la “esencia” de esa colección de autos? No es solamente la descripción farragosa de arriba, sino que existe un concepto socialmente aceptado sobre qué es un auto y que no lo es, una especie de “fenomenología popular” que permite la agrupación. A pesar de su aparente sencillez, esta manera de formar colecciones por lo que es evidente para todos no siempre es fácil de aplicar. Hay objetos que no sabemos que son, pero podemos averiguarlo con pacientes investigaciones, objetos con nombres puestos por el artista que los realizó, objetos técnicos cuyo uso o significado depende de un contexto muy especial. Pensemos en un quirófano o un taller mecánico. Hay otros que sabemos lo que fueron en su “biografía original” pero no pueden ser cómodamente agrupados como “Colección Uso Desconocido” o forma parecida. La arqueología es abundante en objetos de este tipo, además de ser por lo general fragmentos. En este tipo de colecciones, la palabra “lote” define un grupo por lo general identificado con un sitio de hallazgo o cualidad científica de esos fragmentos, por ejemplo “Lote de fragmentos cerámicos monocromos rojos sin engobe”. El valor del lote reside en esa relación. Pero también en –por ejemplo- los cuadros de un museo, la relación está en la palabra que define la colección, como “autor”. En ese caso todos los cuadros del “autor” formarán una colección. Cualquier nuevo objeto de ese “autor” ingresará a la colección. De todas formas, la agrupación de objetos por su naturaleza no es tan “lógica” o natural como podría pensarse. Siguiendo a Chang (1982) éste menciona que las catalogaciones pueden ser naturales, evidentes, artificiales o por completo arbitrarias, dependiendo de los intereses del catalogador. De esta manera, el dinero puede ser dividido como “monedas” y “billetes”, pero también “con “número facial en un lado” y “número facial en ambos lados”. Ambas catalogaciones son evidentes y hasta de la vida cotidiana, pero mientras que la primera catalogación ha prevalecido, la otra no, quedando sólo el número como un rasgo útil para el numismático.

Ya entre las monedas, en un museo la catalogación podría dividir la colección en “monedas con canto decorado” o “con canto liso”, por ejemplo. Pero ha prevalecido la catalogación por año, dividiendo el gran lote “monedas nacionales” en “previo a la ley de moneda de 1880” y “anterior a la ley”, subdividiéndose éste grupo en “nacionales” y “provinciales”. Evidentemente, esta última catalogación es fuertemente institucional y el agrupamiento transparenta el objetivo. El problema arqueológico La arqueología parece ser un problema adicional al formar las colecciones, sobre todo si el museo encara excavaciones por su cuenta. Los fragmentos hallados de denominan, en general, registro arqueológico. Y están localizados dentro del sitio por una ubicación específica, que les da sentido como deposición o resto cultural. En última instancia, de esta ubicación precisa depende la investigación arqueológica, más que el objeto en sí, sus cualidades patrimoniales como su belleza o antigüedad, por ejemplo. Este cuerpo de objetos heterogéneo de trozos de cerámica, suelo y huesos es básicamente fragmentario y a veces inconexo al ingresar. Para el museólogo es una recolección de valor variable, para el arqueólogo una evidencia irreemplazable. Sólo la investigación arqueológica les da un sentido, algo que los objetos “normales” ya traen del donante o de su “fenomenología”. A estas dificultades se les suma la relación con el sitio arqueológico o incluso, a un sub-sitio dependiente de otro mayor. Es por eso que el concepto de “lote” –como dijimos- parece resolver en parte el problema. La colección viene prefigurada por el sitio arqueológico o por los atributos establecidos científicamente.

Lote de fragmentos arqueológicos.

El resultado de este tipo de objetos al ser incorporados al acervo museal (o sea un lote que forma parte de otro lote mayor) es un doble registro: el de la posición en el sitio y el de la posición en el inventario. Así, para el arqueólogo la inscripción de esa posición en el sitio se denomina “siglado” y para el museólogo “marcación” o “marcaje”, evidencia de dos metodologías diferentes. Una vez ingresados los fragmentos, aparecen otros problemas. ¿Se debe incluir el tote “Sitio Isla Invernada-INV-007” en la colección arqueológica ilustre de vasijas y cacharros “enteros” de los coleccionistas o es otra colección diferente? ¿Es una colección-cultura como la “Colección Ampajango” del Museo Antropológico de la Universidad Nacional de Rosario, por ejemplo? ¿O es un conjunto de objetos similares que se inventariarán por separado? ¿depende del tipo de museo?

En un hipotético Museo Gardel, una “Colección lapiceras” no carecería de sentido. Un lote “Colección Lapiceras de Gardel” es una redundancia, puesto que todas lo serían. Foto Diario Clarín, 12 de junio de 2015.

La colección de arqueología plantea un dilema análogo al de la obra de arte: o bien catalogarla por sitio, por fragmento o bien como una parte de otra serie previa y mayor. De este modo, lo que relaciona los fragmentos es variable y es un vínculo a diseñar, sea por el arqueólogo, sea por el museólogo. La lógica de las colecciones De acuerdo a lo que vimos arriba, podemos establecer dos lógicas elementales de catalogación. Una es intrínseca al objeto, que define su propia clasificación: en el museo habrá lapiceras, armas, estufas, cuadros, fotos. Esta forma de catalogar implica que debemos conocer previamente las clases de objetos, y esa forma se denomina tesauro o diccionario especializado. Esta manera también presenta una dificultad. Lo evidente no siempre lo es. Por lo tanto, habrá objetos “desconocidos” o “supuestamente”. Las fotografías, por ejemplo, no siempre son de base papel ¿es el daguerrotipo –por ejemplo- una foto? ¿O debemos construir una Colección Daguerrotipos, aunque haya uno solo de estos objetos? Una posible solución a esto es ampliar o generalizar la clase, por ejemplo Colección de Imágenes del Museo, que incluirá al daguerrotipo, las fotos de cartón y los negativos. Pero deberá tenerse cuidado con el tesauro: imagen es también una estatua religiosa, de Cristo, un santo o la Virgen María.

Lógica de la musealización de un sitio arqueológico. De ser piezas con una coherencia interna (“sitio”) para a tener otra museal (“objetos arqueológicos”). Ambas, como se ve en la figura, no coinciden.

Este tipo de colecciones es fácilmente hallable en los museos de Ciencias Naturales. Aves, mamíferos y peces son taxonomías científicas que no pueden modificarse. Una de las vitrinas más concurridas es la de insectos, que se clasifican como artrópodos… al igual que las arañas. Pero también puede hallarse agrupamientos como Insectos de Asia o Mamíferos Americanos, diferenciados de otros como sub colecciones o colecciones de pleno derecho. Los objetos arqueológicos clasificados por sitio o por cultura poseen también esta cualidad, la clasificación depende del objeto en sí –por ejemplo su estilo- y no del nombre del arqueólogo. La otra lógica es extrínseca al objeto y depende de factores por lo general, sociales o personales y es la formación de las colecciones por donante o recolector. Este tipo de colecciones son las que perpetúan la existencia del donante o dan importancia a su apellido. El rótulo “Donación Familia X” implicaba prestigios además de poder adquisitivo, ya que los cuadros donantes eran de gran calidad artística y por ende, caros. Estas dos lógicas se excluyen entre si. Un objeto no puede estar catalogado por tipo y por donante, pertenecerían a dos colecciones superpuestas. Un objeto de la Colección Fernández no puede ser, a la vez, un objeto de la Colección Lapiceras. Desmembraríamos una de las colecciones, o tendría doble registro. En realidad, siempre lo tienen, pero bajo la lógica que un término sea un atributo de la colección ordenada bajo el otro. Así, “Colección Gardel” tendrá una “lapicera”, que podrá ser encuadrada en una sala de útiles de oficina antiguos. Pero no implicará que haya un grupo de lapiceras, en la cual esté la que perteneció a Gardel, ya que la donación del menaje del aludido carecería de un objeto. Por lo tanto, la colección es siempre unitaria y homogénea (no puedo incluir objetos intrusos) pero el acervo del museo, no lo es. Habrá, casi con seguridad, objetos Gardel y lapiceras que no incluyen la de ese señor. En esos casos, se trata de parte de la valorización museológica: una lapicera perteneciente al cantor será mucho más valiosa y constitutiva de la memoria de Carlitos, que cualquier lapicera antigua, por bella que nos parezca. La tarea de musealización parte, justamente, de esa puesta en valor. No hay objeto de museo si esa acción no se produce: las lapiceras serían, a lo sumo, piezas de anticuario.

Imagen de una lógica de catalogación, desarrollada por el autor. La idea es que el objeto tenga dos códigos, uno con el número de inventario y otro con el topográfico o de guardado. El número de inventario es de tipo MUSEO-TIPO DE COLECCIÓN-INVENTARIO-DONANTE (MBR-X-00N-DON) dado que al ser un museo barrial es importante el apellido del vecino. De este modo, MBR-J-007-PLAT es el soldadito de juguete número 7 de R. Platanìa, vecino del barrio. El topográfico es variable o modificable (depende del almacenamiento) el número de inventario, no.

Conclusiones Luego de esta algo trabajosa descripción, podemos llegar a algunas conclusiones. Primero, que lo común a las colecciones es –obviamente- un vínculo interior. Lo que no es tan obvio es el origen de tal relación. Un par de fotos de distintas épocas, donantes y técnica puede ser una colección si el museólogo ha decidido que formarán el origen de una fototeca. Una serie de cuadros pueden ser clasificados por donación, porque es importante para un museo barrial, para que queden como monumentos mnémicos de los vecinos que entregaron esos objetos a la posteridad. Lo que no puede faltar en las colecciones antedichas es un vínculo, que puede ser natural o artificial, previo o diseñado. El par de fotos proyecta esa relación a futuro tal como la de la agrupación de objetos por donante en el Museo Nacional de Bellas Artes. Fragmentos arqueológicos inventariados sucesivamente a continuación de una vasija Moche, se presuponen vinculados conceptualmente a lo precolombino, así se trate de arqueología urbana del siglo XIX. Es el diseño de esa relación lo que constituye, finalmente, la colección. Y con frecuencia, sino siempre, esa relación es artificial, independiente de la naturaleza de la vida “real” del objeto. Vincent Van Gogh nunca supo que era un pintor post impresionista entre otros artistas, que quizás se desconocían entre sí. Sin embargo, todos sus cuadros se han reunido en una sala. El Virrey Cevallos que su menaje doméstico se ubicaría en una habitación con objetos militares: los supondría esencialmente distintos a pesar de compartir un espacio llamado “Sala Colonial”.

Nótese que estas agrupaciones –estas colecciones- no toman en cuenta el estado de los objetos. Mientras que el estado es transitorio –por ejemplo, textiles deteriorados o desteñidos- el atributo es permanente. Segundo, la colección es muy difícil de desarticular o modificar, ya que presupone la alteración de todas las demás. Una colección de arte japonés no puede ser cambiada a “Colección de Arte Oriental” sin modificar otras similares, como las de Arte Chino o Hindú, por ejemplo. Además, en caso de un inventario por colección (recordemos “Objetos de Carlos Gardel – 001- Lapicera” versus “Lapiceras- 001 – Gardel”) implicará la momificación de todo el inventario en general, por salida o entrada de nuevos integrantes. En tercer lugar, la colección no está dada. No es un hecho natural y evidente. Hay tantas maneras de formar colecciones como museos, museólogos y objetos, pero también tantos como intereses, objetivos y decisiones. La formación de colecciones por donante es el resultado de desear, por parte del museo, formar patrimonios nominales, ilustres, que permitan la representación de ciertos grupos sociales mediante el museo como dispositivo de legitimación simbólica. Por lo tanto, las colecciones se diseñan, se planifican y se consolidan como parte del “pensamiento” o ideología del museo. El museólogo, al catalogar, asume una postura respecto al mundo representado por los objetos. En esa postura, no interesa el estado del mundo, sino cómo está compuesto. Es sabido que el ser humano tiende a dividir el mundo para poder entenderlo y dado que el museo es, en última instancia una muestra de objetos que estuvieron en el mundo, el museólogo trata de hacer comprender la vasta realidad de la vida mediante unos pocos vestigios seleccionados. Decidir cómo se compone el mundo y cómo debe ser exhibido es un posicionamiento del museólogo que trabaja dentro de un museo. Por lo tanto esa decisión –dividir el mundo en partes- se torna en una filosofía social, o sea en una política y en este caso, cultural. El museólogo rechazará todo objeto que no encuadre en su catálogo, ya que alteraría la forma institucionalizada de ver el mundo que posee el museo. Hace ya unos años, el Museo Histórico Provincial de Rosario “Dr. Julio Marc” exhibía, desarmado, un púlpito de c. 1920. Era un objeto que no “encajaba” en la política del museo, que abarca épocas tempranas de Rosario y el país. El objeto, ideológicamente, era inclasificable, ya que no se constituía en parte del mundo histórico-glorioso del museo, siendo más apropiado quizás el Museo de la Ciudad. Este desencuadre le permitió al museo desarmarlo, algo impensable con otros objetos. Este ejemplo evidencia que la clasificación del “gran lote” -los objetos del museo- define y a la vez altera los contenidos (en el ejemplo, la percepción de la historia local) Es por ello que la formación de colecciones es el gran acto del museólogo dentro de un marco ideológico que definirá los grandes lineamientos del museo. Finalmente, concluiremos con una afirmación. La formación de colecciones es una acción fundamentalmente política y no técnica. No se forman colecciones de objetos a restaurar, sino con atributos esenciales y eso plantea también una esencia de la colección, que se presupone eterna e inmodificable. Por lo tanto, al armar una colección debemos tener en cuenta el objetivo del museo dentro de un sistema de la cultura oficial, en el caso de un museo público. Para los museos privados, cual será su postura ante la comunidad y sus visitantes. En todos los casos se deberá tener en cuenta la accesibilidad de los datos y la posesión de los objetos, la trascendencia del acto de donar o la importancia de la excavación arqueológica.

Estas decisiones no son sencillas. A diferencia de las cuestiones técnicas, que requieren un saber específico, en la puesta en valor de los objetos habrá personas de acuerdo y en desacuerdo, como en toda decisión política. La formación de las colecciones será, por lo tanto, una actividad profesional no exenta de lógica, racionalidad, arbitrariedad pero también de polémica. Como el museo.

Bibliografía Bourdieu, Pierre. 2010. El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la cultura. Siglo XXI. Buenos Aires. Chang, K.C. 1982. Nuevas perspectivas en arqueología. Buenos Aires: Alianza Editorial. Hernando, Almudena. 2002. Arqueología de la identidad. Madrid: Ediciones AKAL. Díaz. Ma. Cristina. 2013. Valoración de colecciones. Una herramienta para la gestión de riesgos en museos. Programa de fortalecimiento de museos. ICOM Colombia. Bogotá. ICOM. 2006. Cómo administrar un museo. Manual práctico. Massa, D. 2006. Fragmentos significativos. Reflexiones Sobre la Subjetividad Expresada a través de la Colección. En: Noticias de Antropología y Arqueología (NAyA). Ver: http://www.naya.org.ar/articulos/museologia06.html. Pierce, S. 1994. Collecting reconsidered. En: Pierce, Susan (editor), Interpreting objects and collections, Routledge, London. Rancière, J. 2006. La política de la estética. En: Revista Otra Parte, nı 22. Buenos Aires. Volpe, Soccorso. 1999. El arca de Noe. En: Jornadas “Preservación del patrimonio en el siglo XXI” Rosario, nov. 1999. Ver: http://es.scribd.com/doc/44627836/Apuntes-de-Museologia-LicSoccorso-Volpe

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