Mundos que importan, una respuesta a la pregunta ¿qué quiere decir \"la ética como trascendental\"?

Share Embed


Descripción

©Luis Periáñez LLorente

Mundos que importan una respuesta a la pregunta ¿qué quiere decir “la ética como trascendental”? Luis Periáñez Llorente Universidad Complutense de Madrid

0- Las herramientas

“Comenzamos por entendernos, esto es, por aplicar la lógica; pero hablamos para entendernos, esto es, para aplicar la lógica”.

Felipe Ledesma, Método y trascendentalidad en el Tractatus.

Los textos a comentar brevemente en estas páginas serán las proposiciones finales del Tractatus logico-philosophicus, concretamente aquellas que nos sitúen en una posición privilegiada para verter luz sobre el otro texto a tratar, la Conferencia sobre ética que Wittgenstein imparte el 17 de noviembre de 1929. Encontraremos entre estas proposiciones afortunadas la 5.552, la 5.5563, las 5.6, 5.61 y 5.62, la 5.631, las 6.42 y 6.421, mi favorita, la 6.43 y, por fin, las 6.54 y la 7. Por supuesto, no podremos dar explicación minuciosa a cada una de ellas dentro del marco del presente comentario – pues no llegaríamos nunca a la Conferencia sobre ética –, si bien trataremos que el sentido de todas ellas se muestre (temprano aparece ya esta palabra) a lo largo de nuestra argumentación e incluso, en la medida de lo posible, haremos alusión explícita a ellas en notas a pie de página. El fin último de este escrito es dar buena cuenta de aquellos elementos con los que podamos acercarnos a los límites del lenguaje y a los problemas referidos al estatus ontológico de los valores éticos y estéticos. Sin embargo, semejante tarea requiere un suelo previamente preparado, una aclaración sobre la filosofía como método trascendental y, en consecuencia, sobre la lógica y la ética (y con ella la estética, la religión, y todo aquello que Wittgenstein llama “lo místico”) como trascendentales. A este respecto, el artículo de Felipe Ledesma “Método y trascendentalidad en el Tractatus” ha supuesto para nosotros una ayuda inestimable y nos vemos obligados aquí a, no sólo apoyarnos en él, sino ante todo a agradecerle el soporte que nos ha regalado para el desarrollo de nuestras sospechas: aquellas que, mientras leíamos el Tractatus, nos acechaban. Éstas son, pues, nuestras herramientas: Conferencia sobre ética, Tractatus, Método y trascendentalidad en el Tractatus, y una curiosidad tan humilde como arrogante. Pedimos previamente disculpas por todo error que podamos perpetrar en el curso del trabajo y, sin más dilación, nos conducimos a la primera sección.

1- Manos a la obra

“¿Sabes?... Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol...”

Antoine de Saint-Exupéry, El Principito.

Se ha escogido una cita de Ledesma para encabezar el comentario, y ahora es momento de traerla a colación, tras haber enseñado nuestras cartas y haberla dejado descolgada. Es una primera forma de exponer la circularidad inherente al lenguaje, que trasciende éste y afecta, en fin, a todo trascendental: en la circularidad no viciosa se muestra la trascendentalidad, en la 1

©Luis Periáñez LLorente

circularidad del tractatus, de nuestro entendimiento mutuo y, en fin, de nuestro mano a mano con el mundo, se muestra el trascendental como siendo justo eso: condición de posibilidad. Sin duda, comenzamos por comportarnos, esto es, por aplicar lo ético; pero nos comportamos como nos comportamos para fines indiscutibles, absolutos, esto es, para aplicar lo ético. Retrocedamos un poco y no adelantemos acontecimientos: ¿Qué es esto de tener un mundo o de comportarse con respecto a un mundo? ¿qué es, en definitiva, un mundo 1? El mundo, dice Wittgenstein en la primera proposición, es todo lo que es el caso, la totalidad de los hechos. Y sin embargo, y ahí reside la clave, los límites del lenguaje significan los límites del mundo 2, así como está estructurado el lenguaje, está estructurado el mundo, sus condiciones son las mismas: el mundo, diremos, se nos abre en el lenguaje, está estructurado lingüísticamente. Avanzamos, los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, y los límites del lenguaje son dos: lógica y ética (usaremos el término “ética” por las facilidades que nos concede para el posterior paso a la Conferencia, sin que por ello sufra merma alguna el concepto de lo místico). En el lenguaje se cifra lo lógico y lo ético, pues ambos son sus condiciones de posibilidad. En este sentido son trascendentales: en enfrentarnos con el mundo, en enunciarlo, va ya implícito cómo éste puede aparecerse y cómo hemos de responder. El mundo sólo puede aparecer al amparo de lógica y ética y es en esta medida como lógica y ética son trascendentales, son lo inefable porque son la condición de posibilidad de toda efabilidad, de la efabilidad esencial del mundo sobre la que se cimenta el Tractatus3. A partir de esto, ¿qué queremos decir con la filosofía como método trascendental? ¿qué se quiere decir en el Tractatus cuando se afirma que los problemas de la filosofía no son los más abstractos, sino los más particulares4? Nada más y nada menos que esto: que el camino que la filosofía como método trascendental plantea es aquél que parte del más particular de los hechos, que nos hallamos ya desde siempre entendiéndonos y comportándonos, conociendo y haciendo, representando y actuando, que en todo momento que somos en el mundo estamos haciendo algo con él y lo comprendemos, y que, tras partir de este hecho particular, asciende hasta sus condiciones de posibilidad, sus trascendentales, no para superarlos, sino para acariciarlos, mostrarlos, y volver de nuevo a la situación particular con ojos nuevos y ánimo renovado, ojos y ánimo estos que nos capacitan para enfrentarnos a él con ansias de respuestas, con más exigencias, más propiamente. Sin este recorrido, sin lugar a dudas la lógica aparece como mera forma de conocimiento y la ética como una metafísica supraempírica de principios absolutos de la que sólo cabe hablar a los filósofos al ritmo que sus actos la empobrecen y falsean. Es en el camino trascendental donde lógica y ética muestran sus verdaderas caras, su posición como componente estructural de la existencia como tal. El conocimiento explícito de los trascendentales no nos es inherente, y sin embargo no nos sorprende, pues se hallan ya desde siempre operando. No dejamos de entendernos ni de comportarnos por no reconocer su estatuto ontológico, sino que, al conocerlo, modulamos nuestro comportamiento y nuestra comprensión. Es éste el método trascendental, que sólo acontece por medio del lenguaje, pues es en el lenguaje donde el lenguaje 1 Para observar un trato pormenorizado y nuestro del fenómeno del mundo – que bebe, no sólo de Wittgenstein, sino de Heidegger, Gadamer y Kant – remitimos aquí a nuestro ensayo “La vida no está en otra parte”, de reciente publicación online: https://www.academia.edu/19620771/La_vida_no_est%C3%A1_en_otra_parte_breve_incisi %C3%B3n_en_la_cuesti%C3%B3n_del_poeta_y_los_cauces_del_ser 2 5.6 3 Parece, en efecto, que toda el constructo ontológico que hallamos al inicio del Tractatus no parte de un mundo inhumano, sino del mundo en tanto que podemos representarlo. 4 5.5563

2

©Luis Periáñez LLorente

muestra sus límites: “Nos encaminamos hablando y hablando esperamos modificarnos a nosotros mismos al modificar nuestra mirada, transformación que afectará también a nuestro modo de hablar; hasta el punto de que entonces aprenderemos a callarnos (…) Esta modificación de nosotros mismos, por obra de una actividad que llamamos filosofía, tiene lugar en el lenguaje, cuyos límites no podemos sobrepasar hablando, precisamente porque ya estamos hablando (5.65.61); se lleva a cabo además por obra del lenguaje, cuya naturaleza se expresa a través de los signos que uso (5.555 y 6.124); pero también obrando contra el lenguaje, que disfraza el pensamiento, pues los límites del pensamiento son mucho más estrechos que los límites del lenguaje, de modo que podemos hablar sobre aquello de lo que no hay nada que decir y de lo que por tanto no se puede en rigor hablar”5. Pongamos un ejemplo al estilo de Wittgenstein – es decir, que si se le pide más de lo que ofrece, falla – para tornar perspícuo esto que aquí decimos: Supongamos una pizarra típica, cuya superficie – destinada a ser pintarrajeada – es verde oscuro y cuyo marco, distinguible, es de un plástico marrón. Una oda al mal gusto, en definitiva. El mundo será todo lo que se pinte en la pizarra. Así, la pizarra proporciona la estructura pintable: si el mundo es la totalidad de los hechos que son el caso, la pizarra proporciona, con su serie de puntos indiferentes, todo lo que puede ser el caso. Cada punto que la compone alberga todas las posibilidades en las que la tiza puede mancharla, todos los complejos estructurales posibles que yo pueda imaginar. Bienvenido sea Pero Grullo: no es posible pintar en la pizarra sin pizarra. La pizarra es condición de posibilidad de lo pintado en ella y se corresponde en nuestra alegoría con la lógica. La pizarra es a lo pintado lo que la lógica es al mundo. Sin embargo, yo puedo pintar una pizarra dentro de la pizarra. Esto, sin duda, es posible única y exclusivamente porque hay una pizarra en la que pintar. Pero no sólo eso, ese pintar la pizarra es un intento de superar la pizarra, es pensar que se puede pintar indistintamente aquello que soporta la pintura: salir del ámbito de la representación pretendiendo una identidad entre el lenguaje y sus límites. Es ahora cuando podemos empezar a hablar de la ética como tal, pues las cosas no sólo aparecen con una determinada forma, sino con una luz. Si yo apago la luz, la representación es imposible: no podemos saber qué hay en la pizarra. Y si la luz fuese roja se presentaría rojo, o si fuese amarilla, amarillo. El mundo del feliz es otro que el del infeliz 6, y con la bombilla de la tristeza, los atardeceres son más agradables que con la bombilla de la felicidad, en la que a uno le apetece más saltar y hablar por los codos. A mí personalmente el café me sabe mejor cuanto más nerviosa es la bombilla que ilumina mi pizarra. La ética ilumina el mundo, y no podría haber mundo sin ética. La ética es, en este sentido, un trascendental del mismo estatus ontológico que la lógica. No se nos muestra representación alguna en la pizarra si no es bajo una determinada luz. Y, siguiendo con nuestro ejemplo, podemos pintar algo así como la luz en un intento leal a la filosofía por salir de la representación en pos de una identidad del lenguaje con sus límites (pues no olvidemos que, si la ética es un trascendental del mundo, es porque es límite del lenguaje, porque la ética, también, está articulada lingüísticamente), pero nos trabaríamos tanto o más que al intentar pintar con fidelidad la pizarra. Así, hemos de llamar la atención que lógica y ética no son nada desarraigado de los hechos, nada supraempírico ni metafísico en el sentido peyorativo de la palabra: tal es la circularidad de lo 5 Felipe Ledesma, Método y trascendentalidad en el Tractatus, en Luis Fernández Moreno (ed.), Para leer a Wittgenstein, Biblioteca Nueva, 2008, Madrid, p. 169 6 6.43

3

©Luis Periáñez LLorente

empírico y sus condiciones de posibilidad, no una circularidad viciosa, sino una mutua dependencia, el hecho de lo empírico es inseparable de sus condiciones de posibilidad en la misma medida en que las condiciones de posibilidad sólo pueden ser condiciones de posibilidad de algo. No nos hallamos al hablar de trascendentales en el ámbito de Dios sabe qué substancia, sino de un sujeto trascendental que sólo es en tanto que hay representación. No se trata de que haya nada más allá del límite por mucho que la alegoría se preste a hablar de un “más allá del muro” o de “la otra cara del muro”. Sólo hay un “más acá”, y el límite es tan deudor de éste como viceversa. Es éste un puente firme con el que adentrarnos en la Conferencia sobre ética. ¿Qué nos encontramos en ella? Nos encontramos un intento de pintar la luz, que la muestra en el fracaso de su intento. Pongamos otro ejemplo absurdo para escenificar lo que sucede en la conferencia: Estás en una habitación hermética, cerrada, a oscuras y quieres conocer sus límites. Por supuesto, toda habitación es habitación en tanto que tiene paredes. Tanto más nos dará curiosidad conocer su consistencia. Unas palabras previas que retornen al tema del método trascendental: buscar o no los muros no va a cambiar que estés dentro de la habitación. Ya desde siempre te mueves dentro y, de hecho, lo usual y común es no buscar los límites, ellos se muestran por sí solos. Sin embargo, la búsqueda activa de estos límites, pasar del el hecho de que estamos en la habitación a buscar qué posibilita que haya habitación logra un efecto excepcionalmente digno: hace que nos movamos de forma distinta por ella. ¿Cómo buscaremos los límites del lenguaje, de esa habitación cerrada dentro de la cual habitamos? Tratando de salir. Yendo, a oscuras, caminando con decisión en una misma dirección hasta chocar con el muro, y luego en otra, hasta volver a chocarnos, y luego en otra. Y qué de moratones tiene el filósofo. Porque el muro no impide la dirección, ya decía Ledesma que podemos hablar sobre aquello de lo que no hay nada que decir. Que no haya nada más allá del muro, que sea imposible sobrepasarlo, no implica que no podamos querer ir más allá (ya lo decía Kant en la Crítica de la razón pura, es la tendencia propia de la razón, no podemos evitarlo). Queriendo ir más allá es como Wittgenstein muestra en la Conferencia sobre ética que no se puede llegar más allá, y sin embargo nos acerca un poco más a conocer ese límite, ese trascendental, que es la ética. Continuando con el ejemplo, lo científico no tiene nada que decir sobre las paredes, sino únicamente sobre lo que acontece dentro de la habitación. La ciencia es ciencia porque delimita, define, no puede definir aquello que posibilita toda definición, no puede delimitar el límite. La ciencia no trasciende el ámbito de la enunciación, simplemente lo fortalece: la ciencia se esfuerza por proferir enunciados en sentido fuerte, enunciados que atan ideas en conceptos relativos a ciertas cosas, y que tienen consecuencias, que fundan cultura y rompen mitos, enunciados que, en cierta medida, nos preparan para ese estado de gracia en que podemos comenzar el camino de la filosofía. Enunciados, en definitiva, muy útiles, pero nada más. Lo ético – ni así lo lógico – concierne en nada a la ciencia. La filosofía como método trascendental no es una ciencia, es una actividad. Cuando describe Wittgenstein la ética como la investigación general sobre lo bueno, sobre lo valioso, sobre lo que realmente importa, e incluso sobre el significado de la vida o la forma correcta de vivir, se empieza a hacer necesario que poco después se intuirá: esa investigación no es científica, la palabra “investigación” define ni más ni menos la actividad, el impulso, la decisión y la dirección si se quiere, pero de ninguna manera el carácter de la misma. Todas estas definiciones son, en el fondo, intentos incompletos, enunciados indigentes sobre la ética, que no por ser incompletos o indigentes son inútiles: van mostrando el sentido genuino, trascendental, de la ética, que caracterizaremos en breve para dar corresponder al título de este ensayo. 4

©Luis Periáñez LLorente

Lo interesante, lo que definitivamente deja vedado el paso a la ciencia para todo discurso ético, es la siguiente afirmación: ya se podría ser omnisciente y tener un conocimiento completo y minucioso de todos los hechos del mundo, que entre todas las proposiciones que los describiesen hasta el más nimio detalle no encontraríamos ninguna que pudiese dar cuenta del valor ético o estético de esos hechos. El análisis de Wittgenstein se centra entonces en el uso de determinadas expresiones, que según canalicen o no lo ético tendrán un pretendido – y, veremos, sin sentido – valor absoluto, o uno relativo. Estructuralmente, todo uso de un enunciado para expresar un hecho constituye un juicio de valor relativo (relativo a un hecho particular). Por ejemplo, “éste es el camino correcto” implica a alguien con intención de llegar a algún lugar, y el juicio será susceptible de verdad o falsedad según sea verdad que para llegar al lugar que quiere ese es el mejor camino o no. Veamos en qué medida un enunciado no puede tener un valor absoluto, hablemos del camino absolutamente correcto. ¿Cómo sería? Sería un camino que implicase ser adecuado indiscutiblemente a cualquier destino en cualquier circunstancia. El absurdo es patente. La labor del juicio es juzgar, es determinar un corte que separe lo verdadero de lo falso: el juicio es una función de verdad. En cambio, lo indiscutible, lo no susceptible de ser falso (como lo no susceptible de ser verdad) es absurdo, será algo, pero sin duda no es un juicio, no es un enunciado. No obstante, he aquí que un enunciado ético es un enunciado de valor absoluto, es un enunciado que acoge y afecta a toda persona en toda circunstancia posible, esto es, que atañe a la posibilidad de todo hecho y no al hecho como tal 7. Se puede dar la descripción más minuciosa posible de un asesinato, una descripción científica, y en ella se encontrarían mil juicios relativos de gran utilidad: “asesinar es matar a una persona”, “asesinar no es zarandear un patito de goma mientras se grita a pleno pulmón lo mucho que le gusta a uno el azul”, “asesinar implica al menos dos personas”... etc, y todos serán verificables, establecerán un corte entre lo que es un asesinato y lo que no, será discutible... en cambio, en todo ello no habrá nada que pueda fundamentar “asesinar es una atrocidad ahora y siempre para toda situación posible”. Nada en ella podrá explicarlo justo por eso, porque es indiscutible que es una atrocidad, porque ha de aparecer – nótese el uso de expresiones deontológicas – como atroz para cualquier persona, y a quien no se lo parezca será visto como alguien cuya personalidad es intrínsecamente patológica. Nos encontramos así al mismo tiempo con que todo juicio absoluto es un sinsentido y con que todo juicio ético es absoluto, y no sólo eso, nos encontramos también con que no podemos menos que vivir valorando. Este fracaso, este chocarse contra la pared, es el que muestra ese trascendental que es la ética. Es éste fracaso el que nos muestra que no podemos hablar propiamente de aquello que siempre está operando en nosotros en tanto que existimos.

2- El producto “Una lógica de moral es un lobo con piel de cordero, porque se nos presenta como una capa protectora cuando realmente solo protege a los que encuentran cobijo bajo su manto categorial, mientras que legitima la eliminación de los que han sido excluidos de ese mismo manto”. Joan-Carles Mèlich, Lógica de la crueldad.

Es ahora el turno de la última sutilidad, del esfuerzo que da sentido a todo el trabajo previo. La respuesta a la pregunta qué es la ética como trascendental. Y es que quizá la Conferencia da pie y luz a una lectura que el Tractatus esconde celosamente. No quiero decir que haya que forzar el Tractatus para lograr leerlo a partir del filtro que voy a proporcionar en breve, sino que es cierto 7 6.54, “mis proposiciones esclarecen porque quien las entiende las reconoce al final como absurdas”.

5

©Luis Periáñez LLorente

que resulta mucho más fácil encontrar semejante veta si primero se ha pasado por la Conferencia sobre ética, supongo que por darse en un momento de transición intelectual para Wittgenstein. Nos apoyaremos en la siguiente definición de la vivencia de lo ético, que Wittgenstein da en dicha conferencia, para saltar a la que, creemos, es la comprensión aguda del papel de la ética como trascendental: la vivencia de lo ético es la vivencia de sentirse absolutamente seguro respecto de algo. Y claro, “sentirse” llama la atención aquí. Sentirse es algo relativo, no absoluto. Y sentirse absolutamente seguro respecto de algo es dotar de apariencia de absolutez a algo que, en el fondo, no lo es. Poder sentirse absolutamente seguro respecto de algo da respuesta a por qué, siendo imposible un juicio absoluto, nos empeñamos en formularlos: sólo podemos existir sintiéndonos absolutamente seguros respecto de algunas cosas. Nos encontramos siempre ya sintiéndonos absolutamente seguros respecto de algunas cosas, que nos encontramos ya al nacer como herencia del mundo al que llegamos y que van cambiando a lo largo de nuestra vida (pocas pruebas mejores que la presente sobre la esencia relativa de los “valores absolutos”). Sin duda, nos hallamos ante unos valores relativos operantes, que sólo pueden operar bajo apariencia absoluta, valores preñados de historia y biología. Es así que en lo ético, como ya se dice en el Tractatus y como se repite en la conferencia, entra también lo estético – ese estar absolutamente seguros de que algo es bello – o lo religioso – ese estar absolutamente seguro de que Dios existe (o no) – o el sentido de la vida – ese estar absolutamente seguros de que es éste o aquél o de que tiene que haber uno, o de que no hay ninguno. En este sentido, una lectura de la moral como es la de Mèlich8 me parece mucho más cercana a lo que expresa Wittgenstein que a una teoría de raigambre platónica en la que “el Bien” se escribe con mayúscula, habita una esfera de existencia fuera de la esfera de sentido y no cabe hablar de él, a pesar de que determina y da ser a toda experiencia sensible. Quiero decir, no creo que Wittgenstein esté diciendo que hay unos valores absolutos, sería como decir que la bombilla con la que vemos la pizarra ha de ser siempre la misma. No, lo que sostenemos que dice únicamente es que tiene que haber una bombilla para poder ver la pizarra, y que haya la que haya, en tanto que ilumina, parecerá al que observa la pizarra como “la bombilla absoluta”, se le mostrará como “no pudiendo ser otra”, se sentirá absolutamente seguro de que esa es la bombilla que tiene que ser. Me explico con un ejemplo, que además mostrará en qué medida la ética opera a través del lenguaje: un judío es un judío, esto es, una persona de un colectivo concreto, para nosotros y para un nazi. Sin embargo, la luz que le ilumina no es lo misma, los valores operantes a partir de la cultura y siempre mediante el lenguaje, cifrados en él, no son los mismos. Un nazi se sentirá absolutamente seguro de que el judío ha de morir en la misma medida en que yo me siento absolutamente seguro de que ha de vivir. Así, se muestra que lo absolutamente necesario no es tal o cual valor, sino la ética en sí, la ética como trascendental. Mientras que los valores son relativos a la cultura, la necesidad de que haya algún valor es absoluta. He aquí la reflexión final, la respuesta a qué quiere decir que la ética es trascendental: no es posible una apertura neutra al mundo, un mundo indiferente. Que la ética sea trascendental quiere decir que el mundo importa. No que haya cosas que deben ser de determinada manera en cualquier situación posible, por motivos que se hallarían en un mundo al que no podemos acceder, sino que, en tanto que habitamos, debe haber cosas que nos hagan sentir como debiendo ser de una determinada manera. Es imposible un acceso indiferente al mundo. Es imposible una ciencia pura. 8 Joan-Carles Mèlich, Lógica de la crueldad, Editorial Herder, 2014, Barcelona

6

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.