Mujeres Maltratadas en la act cap 11

July 4, 2017 | Autor: Indianara Brasil | Categoría: Psicologia, Prenvencion De Riesgos
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Descripción

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CAPÍTULo 11

LA VIOLENCIA Y LA RECONSTRUCCIÓN PSÍQUICA

La elaboración de lo traumático

El pedido de ayuda de quien sufre o ha sufrido violencia do­ méstica supone, por un lado, atravesar la barrera del silencio y, por otro, poner en palabras su propio padecimiento, el daño sufrido en su cuerpo junto a las emociones experimentadas. Implica tam­ bién el inicio de un camino de desprendimiento, camino difícil, si­ nuoso, con múltiples obstáculos, pero que permite salir del campo del actingy del cuerpo sufriente. Es que, tal como ya se vio en las líneas de este libro, la violencia arrasa con la subjetividad e introduce también a la mujer en un terreno en el que la palabra desaparece en tanto reguladora, gene­ rando, en cambio, un vacío de representación psíquica, imposible de ser pensado o enunciado, por doloroso e intolerable. Entonces, el silencio de la mujer es además la expresión de este vacío repre­ sentacional, de ese real que invadió al sujeto y lo dejó peLrificado. En tanto la violencia ha producido el desmantelamiento de 10 simbólico, con el consiguiente empobrecimiento subjetivo, la ver­ balización se vuelve imprescindible. De lo contrario, lo que se calla y reserva en sí mismo, todo su potencial patógeno, deja entrampa­ da a la mujer en el odio y la venganza, cuando no en la humillación y el autorreproche. La denuncia de lo ocurrido, en este punto, constituye un primer acto psíquico que, si bien no soluciona la problemática, opera aquí como un punto de quiebre de aquel pacto de silencio mortífero establecido con el agresor. El acto de la denuncia entonces implica un pasaje de lo privado a lo público y pide ayuda. Demandajusticia por la injusticia, la humillación, lo infinitamente doloroso, por lo

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cual constituye un verdadero acto de resistencia, en tanto exige una rectificación. Pide, a través de sus palabras, la implementación de una ley, aunque sea al menos al comienzo, una ley externa al sujeto. Sostener este primer acto y avanzar en este proceso depen­ derán, ahora sí, de los recursos con que cuente el sujeto. Por ello es que en los primeros encuentros, y dada la fragilidad yoica producida por lo traumático, el profesional, ofreciéndose como holding, debe crear ese ambiente faálitador (Winnicott, 1979), esencialmente sobre las funciones del yo, y proporcionando al su­ jeto la posibilidad de asumir la realidad de lo experimentado y regular las tensiones, las ansiedades, las angustias y los temores. Esa reconstrucción del yo permitirá ahora observar su propia ex­ periencia respecto de lo vivido. Menos endeble, podrá diferenciar entre aquello que pasó y el presente, facilitando el pasaje de la posición de objeto de la violencia a un sujeto activo y pleno de derechos. A partir de allí, el proceso terapéutico, como toda elaboración de lo traumático, apuntará a realizar un trab~o de desprendimien­ to (Lagache, 1968). Este proceso supone desprenderse de aquellas escenas que, por siniestras, fueron arrojadas al vacío, pero que a . la vez se repiten una y otra vez. La voz del agresor, la posición de

víctima humillada, los miedos y la vergüenza se alojan en el sujeto

que padece la violencia de una manera devastadora.

Solo así podrá el sujeto desnaturalizar las situaciones de mal­ trato que sufrió y ubicar su padecimiento como algo que molesta y producir un Corte en el drcuito de la violencia. Esto es, permitir la entrada de una ley que establezca una interdicción, a la manera de una instancia que ponga freno a la repetición ya la violencia. Revisar los procesos de metábola (Bleichmar, 1999) de las esce. nas violentas será otra de las tareas del sujeto, que le permitirá in­ cluir estos recuerdos dentro de los contextos en los que surgieron y de una historia familiar y subjetiva. Una tarea poco sencilla y por demás compleja que algunas veces se termina abandonando. Así, cuando llega al consultorio una mujer que padece situacio­ nes de violencia, lo hace en este momento inaugural para denun­ ciar las escenas sufridas, una denuncia en la que, si bien no hay aún una implicación subjetiva, sabe una verdad que oculta un silencioso sufrimiento. ~

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Pasar de la denuncia a la demanda de verdad es, pues, una tarea del profesional, para que la consultante pueda hablar de lo que angustia y duele. Es un momento nodular para el desprendimiento de los recuerdos penosos, en el cual los grupos y la institución de . a cogida funcionan como soporte. Solo el desprendimiento del pa­ decimiento, con los momentos de atribución y desatribución, per­ mitirá la emergencia gradual de un corte, un límite a aquel terror sin nombre.

Sobre los grupos y su eficacia terapéutica

I

Uno de los dispositivos más aceptados tanto por la comunidad científica como por quienes sufren la violencia es la asistencia psi­ cológica a través de instancias grupales, como el grupo de autoayu­ da o el grupo de ayuda mutua. Estos espacios tienen como objetivo tramitar la violencia sufrida, desculpabilizar al sujeto por la violen­ cia recibida, devolver al sujeto su confianza perdida y favorecer la expresión de sentimientos no dichos, disminuyendo así el estado de angustia que presenta al momento de la consulta. Un grupo es un conjunto de personas que tienen en común un trabajo, una tarea, un proyecto y un objetivo. Es una estruct:ura que brinda pertenencia e intimidad. Se configura como un pro­ ceso dialéctico y dinámico en el cual se forman redes identificato­ rías y transferenciales. Por su parte, un grupo con fines terapéuticos tiene fuerza en un sujeto tanto por el efecto de la palabra dicha como por los silencios y la mirada. Gestos y palabras cobran aquí significación en la dinámica del grupo. Se crean así relaciones de identificación entre los miembros y relaciones transferenciales con el coordinador, que .sirven de contención y de sostén para sus in­ tegrantes. Si bien existen diferentes tipos de grupos, el modelo de trabajo frecuentemente utilizado con mujeres maltratadas y con hombres involucrados en situaciones de violencia es el grupo de autoayuda. Si bien este modelo fue creado para trabajar con pacientes alco­ hólicos, constituyendo el grupo de Alcohólicos Anónimos, tiene eficacia frente a todas aquellas patologías en las cuales no hay un verdadero insight de la problemática, por lo cual es necesaria la

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fuerza del grupo -es decir, otros que han pasado por la misma si­ tuación- para producir los primeros efectos de "enganche". Den­ tro de esta forma de abordaje, se pueden distinguir dos tipos de grupos que a menudo se confunden: el grupo de autoayuda y el grupo de ayuda mutua. Los grupos de autoayuda

Son aquellos en los cuales el saber está concentrado en quienes padecen o han padecido la problemática que se quiere solucionar. El modo de resolverla deviene de las experiencias de su propio sufrimiento, de las acciones que realizaron para salir de esa situa­ ción y de la ayuda de los pares. Aquí es importante la figura del ex, quien brinda la esperanza de salir tal como él salió. Los grupos de ayuda mutua

El saber circula tanto desde los y las profesionales que coordi­ nan el grupo (saber técnico) como desde sus integrantes (saber vivencial). La función de la coordinadora en estos casos es infor­ mar, señalar, contener. Es quien interpreta las relaciones vinculares dentro del grupo. Este modelo grupal es considerado el más ade­ cuado para el trabajo con mujeres maltratadas y está coordinado en general por una psicóloga y otra profesional, que posibilitan relaciones grupales multidireccionales. Se caracteriza por ser he­

terogéneo en cuanto a la composición de acuerdo con las edades,

los años de unión en la relación de pareja, el estado civil, el nivel

socioeconómico y cultural. Sin embargo, la heterogeneidad de es­

tos elementos queda desdibujada frente al motivo que las convoca

a participar en el grupo. La tarea que entrelaza -en tanto hace

lazo- a los integrantes de este grupo es principalmente poder cor­ tar con las formas abusivas y violentas como modo de resolución de conflictos dentro de la pareja. Ambos grupos se asemejan en su homogeneidad en relación con los objetivos; es decir que, tanto en el grupo de ayuda mutua como en el de autoayuda, todos los miembros tienen Un mismo

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objetivo. Asimismo, ambas formas de trabajo producen contención y acompañamiento al saber la mujer que no está sola, que son mu­ chas las que sufrieron lo mismo y que muchas de ellas ya pudieron resolverlo. Además, el grupo aporta elementos de análisis yalterna­ tivas, y brinda diferentes miradas y caminos para seguir. En cuanto a la cantidad de integrantes, los grupos pueden ser abiertos o cerrados. Se habla de grupos abiertos cuando se permite la incorporación de nuevos integrantes en distintos momentos y no se tiene fijado un número de participantes ni de reuniones. En cam­ bio, se trata de grupos cerrados cuando tienen un número limitado de integrantes (generalmente entre diez y doce) y una extensión de nueve a doce reuniones de por lo menos dos horas de duración. Esto permite la programación por etapas sucesivas con objetivos es­ pecíficos. Así, los grupos terapéuticos cumplen una función de gran im­ portancia en el proceso inicial de sostén y contención de la mu­ jer y su padecimiento, etapa que tiene como objetivos poner fin al maltrato físico, para lo cual se trabajan los sentimientos de inde­ fensión y desamparo; terminar con el maltrato emocional, abor­ dando al mismo tiempo el sentimiento de perjuicio, la seguridad y la confianza básica; y planificar los primeros proyectos, que. en esta primera etapa serán a corto plazo, para lo cual se revisan cues­ tiones vinculadas a la independencia económica y el desarrollo de aptitudes personales; y, por último, pensar en un proyecto de vida posible, para lo cual deberá reflexionar sobre su lugar como sujeto dentro de su ámbito familiar, social y también laboral. La importancia de no trabajar solo Dado que se entiende la violencia familiar como un síntoma so­ cial, que rebasa el saber psicológico y donde se articulan distintos discursos y disciplinas, también su abordaje deberá ser pensado desde esta multiplicidad de perspectivas. Así, el trabajo en equipo, o al menos en red, sacará al profesional del aislamiento y la sole­ dad, que muchos profesionales dedicados a esta temática suelen vivenciar. Así, en muchos equipos de trabajo o redes interinstitu­ cionales trabajan, ya sea de modo formal o informal, además del

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psicólogo y el abogado, asistentes sociales, defensores, jueces e in­ cluso profesionales de seguridad y de la salud. También sociólogos, fonoaudiólogos, antropólogos son a veces interrogados sobre esta problemática. Dentro de los espacios institucionales, en general la problemáti­ ca es abordada en equipo, y es necesario que todos sus integrantes posean un marco referencial y teórico común para pensar y elabo­ rar estrategias. Esto supone continuas reuniones, cuestionamien­ tos, investigaciones e incluso un análisis personal en cuanto a los mitos, los valores, las creencias y los prejuicios con respecto a la tarea y el objeto de estudio. Para ello, se requiere de espacios perió­ dicos de reflexión como supervisiones, ateneos y evaluaciones. El equipo brinda al mismo tiempo la posibilidad de no estar solo, de pensar los obstáculos de la práctica y de supervisar los atascamien­ tos en la cura. A partir de la experiencia clínica cotidiana, resulta importante que el equipo opere de manera interdisciplinaria y no multidisci­ plinaria. Mientras lo multidisciplinario supone un conjunto de pro­ fesionales de distintas disciplinas, donde cada uno trabaja con el paciente desde la perspectiva de su profesión sin un marco común, es decir, como una suma de profesionales, lo interdisciplinario impli­ ca un conjunto de profesionales de distintas disciplinas, pero con un lenguaje común, en el cual todos conocen el modo de accionar de los otros sin perder la especificidad de cada rol. Lo interdisciplinario significa, entonces, la posibilidad de abor­ dar la problemática desde un mismo marco conceptual, conocer las competencias de cada uno y definir el rol de cada profesional, pero siempre orientados a brindar información a la consultante princi­ palmente en casos de urgencia, sin abandonar la propia especifici­ dad. Dentro del equipo interdisciplinario, cada campo disciplinar aporta prácticas convergentes e implica además interacción, coope­ ración y circularidad entre las áreas incluidas. Está claro que, para que haya interdisciplina, los intercambios deben ocurrir durante la construcción conjunta del conocimiento y a partir de la formula­ ción precisa de los problemas evaluados en su complejidad. En la práctica, los miembros del equipo que consultan mujeres que han sufrido violencia atraviesan diferentes siulaciones que pue­ den volverse obstaculizan tes si no son revisadas con detenimiento. l '

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Para ello, el equipo debe realizar, antes de comenzar la tarea, un trabajo de deconstrucción de las prácticas tradicionales que impli­ que reconocer los aspectos sociales y de género que inciden en el comportamiento violento, así como también revisar los cambios so­ ciales e históricos que produjeron transformaciones en las formas familiares y en los vínculos entre sus miembros. De lo contrario, la labor terapéutica se volverá muy pronto una potente fuente de frustraciones. El mobbing, el síndrome de bum-out (Freudenberger, 1974; Maslach, 1977) y la fatiga por compasión (Figley, 1995) son algunos de los efectos de no pensar continuamente junto a otros la práctica.

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A MODO DE CONCLUSIÓN

Te doy mis ojos cuenta la histaria de Pilar Y Antonio, plml también de quienes los rodean, una madre que comien­ te, una hermana que no entiende, un hijo que mira y calla, unas amigas, una sociedad y una ciudad que añaden, con su peso hisWrico y religioso, una dimemzón más a esta historia de amor, de miedo, de control y de poder. ICÍAR BOLLAÍN, DIRECTORA CINEMATOGRÁFICA

El título de la película de la cineasta española Icíar Bollaín nos regala una metáfora aterradora de estas historias (universales) "de amor, de miedo, de control y de poder". Te doy mis ojos: un enuncia­ do categórico de orfandad subjetiva, de una mujer que desespera de dependencia, de privación de su propia mirada por un amor que mata. "Dar los ojos" es dar lo que no se debe dar. Un sujeto p~ede dar hasta el corazón como metáfora de amor, pero dar los ojos no hace metáfora. Por el contrario, es pura imagen espantosa, desga­ rro, despojamiento y muerte del sujeto, que pierde su mirada y, por ende, su subjetividad. No solo queda ciego; queda (y esto sea quizá lo peor) a merced del capricho siniestro del otro, que acepta la ofrenda y se dispone a pedir más. La violencia familiar es entendida en nuestra época como un síntoma social. Cada época construye sus patologías, señala Emi­ liano Galende (1997), Y transitamos una época de liquidez de lo simbólico y de pregnancia del acto sobre la palabra, donde impera la cultura de lo fast y "videado", donde una imagen, sin duda, vale más que mil palabras. Una lógica social del consumo y del lazo actual que desborda el saber psicológico y necesita de otras disci­ plinas para dar cuenta de la razón compleja de una mujer que se sostiene, sin saberlo, en un vínculo violento y de un hombre que no puede ser sin ella. Se trata de una complejidad de la denomi­ nada díada víctima-victimario, aunque sabemos que son muchos

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más que dos, de este lazo de desubjetivación de quien, sumida en la paralización del maltrato, o bien niega el infierno o bien convive con su sufrimiento en una encerrona trágica mortificante. Desde nuestro espacio, la clínica, entendemos que cada sujeto requerirá de un trabajo de deconstrucción y reconstrucción de su historia personal, sin una armadura prefijada de antemano, rehis­ torizando su pasado a través del trabajo psíquico del desprendi­ miento de la libido y la elaboración de un sentimiento de culpa que, por anteceder al maltrato, da origen al trauma, que inscribe una herida en la subjetividad, que quiebra y quita a quien lo pade­ ce toda posibilidad de defensa, generando una sensación de ultra­ je que pide una reivindicación a la manera de indemnización. La elaboración y el desprendimiento de aquellas situaciones doloro­ sas serán el principal objetivo del trabajo terapéutico para permitir que la mujer reconstruya un pedazo de historia que había quedado excluido de toda representación y para que pueda articularlo aho­ ra con el resto de su trama subjetiva. Recuperar los ojos y la palabra es una tarea no solo clínica de una ml~er violentada, sino también social de una comunidad doble­ mente ciega, que no ve que no ve. Porque los ojos son entregados también por el otro, que calla, naturaliza, se ausenta. Un policía que no toma una denuncia, unjuez que otorga el avenimiento, un servicio que no sirve, políticas públicas de prevención declamadas pero no ejecutadas, invisibilidad de la violencia en un pueblo que todavía no se anima a ver. Por ello, la tarea clínica debe ser acompañada por un accionar comunitario desde las organizaciones no gubernamentales, los ser­ vicios, los barrios, las universidades. Es el trabajo de recuperación de los derechos, de construcción de lazos sociales y espacios que nos permitan recobrar los ojos, la mirada y, sobre todo, el sentir so­ lidario en una época con exceso de narcisos frente a espejos, pero faltos de palabras. Quizá sea el momento de reescribir lo dicho y creer, por lo menos en estos tiempos que corren a veces demasiado rápido, que una palabra vale más que mil imágenes.

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