Mujeres Filipinas: Un camino hacia la luz. Madrid: Fundación Cultural Mapfre, Universidad de Alcalá de Henares, 2007 (exhibition catalogue) (3)

July 24, 2017 | Autor: Sara Badia | Categoría: History and Theory of Photography
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Descripción

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El tutelaje estadounidense

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La independencia fallida

La demostración de que la nación filipina era capaz de su autogobierno quedó plasmada en el Congreso de Malolos, durante el cual se redactó una Constitución democrática. Sin embargo, debemos remontarnos al periodo anterior para encontrar los gérmenes de esta Constitución. Tal y como se comentó en el capítulo anterior, durante la guerra hispano-filipina se había proclamado ya una primera república, la de Biyak-na-Bato, apoyada en una Constitución inspirada en la cubana. Cuando acabó el enfrentamiento entre España y Estados Unidos, Aguinaldo ponderó la posibilidad de instaurar un régimen dictatorial, aunque finalmente optó por un gobierno constitucional. Así, el propio Aguinaldo declaró la independencia de Filipinas en Cavite, el 12 de junio de 1898. Con suma rapidez, y a través de un Congreso de carácter electivo, el gobierno eligió un nuevo modelo de Constitución, inspirado en la de países como Francia, Brasil o México. La Constitución de Malolos, nombre que deriva del lugar donde se reunió el Congreso, fue proclamada por Aguinaldo el 21 de enero de 1899. Dos días después Aguinaldo sería nombrado presidente de Filipinas. A pesar de haber dado forma a un nuevo Estado regido por un gobierno constitucional, en opinión de la comunidad internacional el pueblo filipino no estaba preparado para el autogobierno. En España, y a pesar de los esfuerzos de Víctor Balaguer y otros políticos asimilacionistas, la prensa de la época reflejaba opiniones 102  Tutelaje estadounidense

que eran comunes a muchos otros países y que reflejaban la lógica de las distintas potencias interesadas en el reparto del mundo a finales del siglo xix: se caracterizaba al filipino como“un niño sin educar”, y se obviaba la existencia de elites ilustradas y sectores comerciales perfectamente preparados para defender sus intereses. Aguinaldo desplegó entonces una serie de iniciativas diplomáticas y publicísticas dirigidas a conseguir el reconocimiento de la independencia, pero su fracaso fue total. Finalmente y como consecuencia de enormes presiones, por el Tratado de París, en diciembre de 1899 Filipinas fue entregada por España a Estados Unidos a cambio de 20 millones de dólares. Los intereses norteamericanos en la zona eran importantes: Filipinas constituía una base estratégico-militar y comercial de primer orden, además de todo un reto para las iglesias protestantes, que formaron un importante grupo de presión. Aunque tanto los filipinos como los norteamericanos trataron de atenuar las tensiones existentes, la guerra no tardaría en estallar. Ya en la primavera de 1898 el presidente McKinley había expresado su deseo de obtener el control de Filipinas a través de la Comisión Schurman. La comisión no sólo serviría como medio de propaganda a través del cual atraer al pueblo filipino, sino también como herramienta de investigación. Este proyecto tendría continuidad en la Comisión Taft, empresa con un carácter más organizativo. Otro

acontecimiento a destacar durante esta fase sería la Proclama de Asimilación Benévola del presidente McKinley, que, a pesar de los intentos por suavizar su contenido, estalló como una bomba entre los filipinos. El mensaje de McKinley era claro: aunque es preciso el control del país, todo se hace por el bien del pueblo filipino. Sin poder creer que una nación que se erigía en campeona de la libertad de los pueblos oprimidos pudiera tomar una medida así, Aguinaldo protestó, exigiendo la retirada de las tropas norteamericanas del archipiélago. Ambas partes trataron de negociar un acuerdo a través de sendas comisiones, pero los esfuerzos fueron en vano. El 4 de febrero de 1899 un voluntario filipino se aproximó a las filas norteamericanas desoyendo el grito de “¡alto!” del centinela Robert W. Greyson, quien finalmente lo abatió a tiros. Fue el principio de la guerra. Durante la guerra, Aguinaldo y su gobierno cambian constantemente de lugar para evitar ser capturados; mientras, las victorias de los norteamericanos se multiplican. Con todo, es una guerra millonaria y mueren miles de soldados. Entre los logros conseguidos por los norteamericanos se puede destacar la colaboración que obtienen de los grupos musulmanes, siempre celosos de su libertad. El 3 de junio de 1900 el gobierno de Washington crea la Comisión Taft con el fin de establecer un gobierno civil. Se establece el control de los municipios sin dificultad, dejándolos en manos de los mismos indígenas en los que antes se había apoyado la administración española. Se deporta a los ciudadanos que se niegan a colaborar y se exige

un juramento de lealtad a Estados Unidos a los que deseen participar de alguna manera en el restablecimiento del orden. Finalmente, el 1 de abril de 1901, Aguinaldo se ve obligado a acatar la soberanía norteamericana. El 21 de junio se inaugura el gobierno civil de las islas, que preside William Howard Taft. El 16 de abril de 1902, con la rendición del último de los rebeldes, el general Miguel Malvar, llega la paz a las islas. Tras ella, se extiende casi medio siglo de presencia de Estados Unidos en suelo filipino. El tutelaje norteamericano y la lucha por la independencia

A pesar de la humillación que representaba la invasión, la política norteamericana fue sensible a las necesidades de los filipinos, dotándoles de lo que habían reclamado en vano a España a lo largo de los años. Así, la ley filipina de julio de 1902 incluía una carta de derechos fundamentales idéntica a la que se recoge en la Constitución de Estados Unidos. Además, se permitía a los filipinos elegir por votación una asamblea legislativa y se les daba representación en el Congreso de Estados Unidos… donde tenían voz, pero no voto. Una de las primeras tareas a realizar por la Comisión Taft fue la de realizar un censo de la población de las islas, pues era necesaria para la posterior elección de una asamblea legislativa. El censo, que incluía fotografías, se publicó en 1905. Al mismo tiempo, se permitió la creación de partidos políticos, al principio coartados ante la posibilidad de exigir la independencia y, posteriormente,

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más libres para expresar sus anhelos. Tan sólo dos años más tarde se fijó la fecha para las primeras elecciones. Se perfilaron dos facciones: una amplia a favor de la pronta independencia de Filipinas y otra que veía con buenos ojos una posible asimilación por parte de Estados Unidos. El resultado de las primeras elecciones fue definitivo: 59 de los 80 escaños existentes fueron ocupados por políticos partidarios de la independencia. Sergio Osmeña y Manuel L. Quezón son elegidos como presidente y vicepresidente respectivamente; sus nombres aparecerán a lo largo de varias décadas de vida política filipina. En 1910, Quezón asumió el cargo de comisionado residente en el Congreso de Estados Unidos, un hecho de enorme importancia en la lucha del pueblo filipino por su independencia. Sin flaquear ante los problemas a los que tuvo que enfrentarse, su lucha abarcó por igual intervenciones en el Congreso y campañas propagandísticas en Estados Unidos. En un primer proyecto, Quezón consiguió que la fecha de la independencia de Filipinas se fijara en 1921, aunque su proposición no pasó más allá del Congreso. Y, así, presentó varios proyectos, siendo el tercero, sin fecha fija para la independencia del país, el que lograría la aprobación del Senado norteamericano. Así, desde 1916, Filipinas supo que sería libre... En la intrincada historia política que tuvo lugar a continuación merece la pena señalar dos acontecimientos particularmente significativos: la concesión del voto a la mujer y la fundación de la Commonwealth o 104  Tutelaje estadounidense

Mancomunidad de Filipinas. Como se ha mencionado antes, desde los orígenes de la República de Filipinas, a través de sus distintas manifestaciones y también durante el periodo de tutelaje norteamericano, se produjeron varios acontecimientos en los que la participación del pueblo se hacía necesaria. Sin embargo, las mujeres filipinas no gozarían del derecho al voto hasta 1935, cuando utilizarán ésta, su primera oportunidad, para elegir a los principales dignatarios de la Mancomunidad de Filipinas. La Mancomunidad de Filipinas es un hito histórico a destacar, pues constituye un auténtico ensayo de autogobierno. El régimen de mancomunidad otorgaba a los filipinos un estatus semiautonómico respecto a Estados Unidos, permitiéndoles redactar su propia Constitución. Se trataba, sin lugar a dudas, de la antesala de la tan ansiada independencia. La nueva Constitución, redactada por Claro M. Recto, sería aprobada el 8 de febrero de 1935. Manuel Quezón resultó elegido presidente de la Mancomunidad de Filipinas, en lo que constituyó el mejor reconocimiento a su dura lucha por la independencia de su país. El gobierno de Manuel Quezón, que sería reelegido presidente, constituyó una prueba más de la capacidad de autogobierno y afirmación de la nación filipina. A lo largo de sus dos legislaturas se asistió a la normalización de la vida nacional. Además, consciente de la amenaza del imperialismo japonés, Quezón trabajó de manera eficaz en la formación de un ejército poderoso. Para ello, se ayudó del general Douglas MacArthur, que, como mariscal

de campo, se encargó de entrenar a decenas de miles de jóvenes filipinos. La relación entre Quezón y MacArthur sería fundamental más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial. Quezón también instituyó una política de promoción de la justicia social a través de varias medidas, como la educación de niños y adultos o la concesión de créditos blandos a los pequeños agricultores. Data también de este periodo la expansión del tagalo. Sólo la Segunda Guerra Mundial lograría retrasar lo que en principio parecía una triunfante carrera hacia la independencia real de la Republica de Filipinas. Balance: instituciones norteamericanas

Una de las mayores contribuciones norteamericanas en suelo filipino fue la sanidad. Es cierto que la sanidad pública existió durante el periodo español pero, tras largos años de guerra, la población se encontraba agotada, enferma y malnutrida. A su llegada, los norteamericanos encontraron una situación ante la cual sólo era posible tomar acciones inmediatas, por lo que se creó un departamento de Sanidad Pública. A pesar de la relativa escasez de fuentes y de lo tendencioso de muchas de ellas, parece posible afirmar que se contribuyó positivamente a la salud de la población mediante la mejora de las infraestructuras coloniales españolas preexistentes y la implantación de una medicina más moderna y dotada de mayores recursos. Por ejemplo, se introdujeron mejores hábitos de higiene y la práctica del ejercicio físico y se combatieron antiguas supersticiones en

torno a las enfermedades. Se mejoró de manera significativa el suministro de agua y el alcantarillado, y se desecaron zonas húmedas que eran un foco de enfermedades como la malaria. La revisión de los patrones de alimentación y la introducción de una dieta más rica en nutrientes repercutieron positivamente en la salud, como refleja el aumento de la talla media de la población. Así pues, la implantación en todo el territorio de la medicina moderna, en pleno desarrollo, ayudó enormemente a disminuir las tasas de mortalidad de la población y a dotar a los individuos de una mejor calidad de vida. Otra de las aportaciones norteamericanas al mundo filipino fue la construcción de vías de comunicación. España apenas había podido hacer llegar tímidamente a Filipinas las ventajas y beneficios del desarrollo capitalista: en 1900, Filipinas sólo contaba con 2.000 kilómetros de carreteras y 200 de ferrocarril. Estas cifras se vieron ampliamente incrementadas durante el periodo de tutelaje norteamericano, de manera que en 1935 existían ya 20.000 kilómetros de carreteras y 1.000 de ferrocarril, que no sólo favorecieron el comercio, sino también la comunicación entre los pueblos, dispersos en una difícil geografía, y, por consiguiente, la cohesión. Otro de los grandes logros de la cultura americana en Filipinas fue la implantación de un amplio sistema de colegios públicos. El sistema educativo legado por la administración española resultaba sin duda anticuado y su ámbito de extensión limitado. Las nuevas escuelas

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americanas, basadas en una pedagogía distinta y en objetivos eminentemente prácticos, y no clásicos ni religiosos, se extendieron rápidamente por todo el territorio. Estas escuelas, que originalmente estuvieron a cargo de maestros y maestras norteamericanos (los “tomasites”), y, más tarde, de los propios filipinos, garantizaron la enseñanza para niños y niñas de todo origen y condición y, lo que es más importante, ofrecieron por primera vez a todo el pueblo filipino una misma lengua: el inglés. Muchos filipinos, además, encontraron en las escuelas de adultos que también se crearon la manera de acceder a un idioma que les permitía optar a mejores oportunidades laborales dentro de la nueva administración. Así pues, al contrario que el español, que nunca se extendió, el inglés, a pesar de ser “la lengua del invasor”, fue un instrumento de enorme interés en dos sentidos: la comunicación entre los distintos pueblos que conforman la nación filipina y el acceso a una amplia literatura científica de calidad. Pues, tal y como comentaría Vicente Blasco Ibáñez tras su visita a Manila en 1923, no sólo era destacable la cultura de los filipinos, sino sus increíbles ganas de aprender. El sistema educativo no hubiera tenido éxito en Filipinas de no haber existido un claro afán de superación. Pero todo proceso de encuentro intercultural comporta procesos positivos y negativos, y la influencia de Estados Unidos en Filipinas tuvo dos importantes vertientes negativas. Una de carácter económico, la formación de una economía claramente dependiente; otra de ámbito 106  Tutelaje estadounidense

ideológico: la imposición de ciertos valores ajenos a la sociedad filipina, que ha conducido a un abandono paulatino de muchos de los rasgos tradicionales que enriquecían la cultura filipina. La mujer filipina ante el cambio

Dos de las primeras medidas adoptadas por las autoridades norteamericanas, de claro signo positivo, fueron la apertura de un gran número de escuelas y la garantía de acceso a la enseñanza superior para las mujeres. Se crearon además centros de enseñanza superior dirigidos específicamente a mujeres, como la Philippine Women’s University. Se posibilitó de este modo la formación de las primeras generaciones de mujeres profesionales, dentistas, abogadas, médicos... Entre ellas merece la pena destacar a escritoras como Magdalena Jalandoni o a científicas como Paz Guazón. Finalmente, es necesario destacar también que en 1935, durante el tutelaje norteamericano se concedió el sufragio femenino, el primer caso en todo el continente asiático. Con ello, aparecieron las primeras mujeres que habrían de participar en la política: Carmen Planas se convirtió en la primera concejala de Manila y, en 1941, Elisa Ochoa de Agusan fue la primera congresista. Ellas no serían las únicas, sino las primeras en una larga trayectoria de mujeres implicadas en el proceso de toma de decisiones de la nación filipina, como atestigua su actual presidenta, Gloria ArroyoMacapagal.

La fotografía del periodo: propaganda y colonización

En general, la fotografía del primer tercio del siglo xx evoluciona de manera similar en casi todos los rincones del mundo. Se trata de un momento de “despegue”; aparecen más imágenes, más espectadores, más fotógrafos, más técnicas, más lenguajes, más funciones, nuevos ámbitos... Se asiste al fenómeno de la aparición de la fotografía aficionada que, gracias a la revolución de la cámara Kodak, permitirá que cualquier persona pueda registrar los instantes más significativos de su vida personal. Algunas de estas imágenes, de las que esta sección presenta varios ejemplos, muestran una mirada más informal y, por tanto, más veraz de la vida, una mirada muy alejada de los estereotipos de la fotografía de estudio. Esta revolución también supone la aparición de un primer grupo de fotógrafos-artistas, que formarán las filas del Pictorialismo y entre quienes figuran varias mujeres. Asimismo, los fotógrafos de estudio continúan su labor, retratando principalmente a los miembros de las clases acomodadas, cada vez más imbuidas de los rasgos y valores tomados del colonizador y siempre atentas a presentar una imagen pública adecuada. Entre ambas, y con clara vocación comercial, se sitúan las imágenes en formato de tarjeta postal y las estereoscopías, de carácter tridimensional, entre las que se encuentran trabajos profesionales y también aportaciones de aficionados. Pero, sobre todo, se desarrolla enormemente el género de la fotografía de propaganda, ya practicada desde mediados del siglo anterior, pero que

ahora resulta comparativamente más eficaz en su papel de transmisora de ideologías. Así pues, se asistió a una gran producción de fotografías y a un enorme consumo de imágenes que, por primera vez, circulaban con gran facilidad entre puntos muy distantes, lo que anunciaba la enorme difusión de la fotografía en el mundo actual. En el caso filipino esto es especialmente cierto, pues la curiosidad de la sociedad americana por ese lejano y desconocido país con el que estaba creando lazos fue enorme, lo que llevó a la comercialización de todo tipo de imágenes: desde las primeras fotografías tomadas por las tropas hasta los antiguos stocks de retratos de estudio, que se llegaron a adquirir en su totalidad para su explotación comercial. Tampoco faltaron los libros, las fotografías estereoscópicas -de las que aquí se muestra un notable ejemplo- y los folletos de viajes que utilizaban como gancho la fotografía y que a veces consistían tan sólo en una compilación de fotografías con unos breves pies de foto en los que se destacaban los vicios de la población, su escasa tecnología... y, en ocasiones, aunque fueran las menos, una fascinación por lo exótico, por el “buen salvaje” en su prístino entorno natural, en el “edén perdido”. Las dos fotografías aquí reproducidas muestran algunos de estos procesos. La Sra. Perrere, posiblemente una viuda, posa en toda su belleza y dignidad para un familiar o amigo. La imagen muestra un planteamiento lleno de sencillez y sensibilidad hacia la modelo, que, más allá de toda convención social, aparece retratada como individuo.

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Imágenes como ésta se repiten en los álbumes familiares de Filipinas, mostrando cómo eran las clases acomodadas del país. Sin embargo, este tipo de imágenes gozó de escasa difusión y, en general, constituye la excepción más que la regla en la imagen que de Filipinas y de su sociedad se pretendió dar durante los primeros años del siglo xx. En las imágenes de mujeres, sin embargo, siempre se oscila entre lo público y lo privado, pues el género de bellezas se comercializó enormemente a partir de imágenes concebidas como retratos. En comparación con el retrato de la Sra. Perrere, la fotografía de agencia de un soldado dirigiéndose a una mujer indígena muestra, en un característico estilo “cándido”, la visión de Filipinas que se trató de ofrecer al público norteamericano. Tal y como ocurre en esta fotografía, Estados Unidos solían ser representados mediante una figura varonil perfectamente vestida, de cuerpo disciplinado y tez clara. Más allá de esta mera consideración, esta fotografía contrapone la figura del soldado, en un acercamiento aparentemente inocente y de carácter paternalista, a una mujer indígena, a la que se denomina “muchacha”, de estatura caramente inferior y tez más oscura. Lo realmente interesante, sin embargo, es que esta mujer aparece fumando, uno de los “vicios” que más destacarían los extranjeros al hablar de las mujeres filipinas, y que no era sino uno más entre los que estas fotografías tratarían de plasmar. Existe una dicotomía entre las imágenes de Filipinas realizadas por los filipinos para su propio uso y las realizadas 108  Tutelaje estadounidense

E. Murray Bruner Retrato de la Sra. Consuela Perrere Circa 1906-1910 University of Wisconsin, EE.UU.

Herbert Photos, Inc., Nueva York Las maneras de un soldado norteamericano con una muchacha indígena Circa 1930 18,7 x 14,4 cm Archivo General de la Administración, Madrid

por y para los norteamericanos. Las imágenes realizadas por los filipinos los perpetuaba como sujetos dignos, bien fueran mujeres, con sus mejores trajes y joyas, bien fueran los jefes de las tribus con sus bastones de mando. Pero la mayor parte de la fotografía de la época se crea para el público norteamericano, y la “imagen robada” del filipino construía un discurso de inferioridad en torno a éste. En cuanto a los extranjeros que se retrataban en Filipinas no disimulaban su vanidad y a menudo aparecían retratados con sus sirvientes indígenas desdibujados en un segundo plano. A este segundo grupo podría pertenecer el censo de las islas que realizaron los norteamericanos, cuya labor consistía en describir de la manera más exacta posible su población y que, a diferencia de otros censos, incluía fotografías. Aunque se realizara con el objetivo expreso de ofrecer la oportunidad al pueblo filipino de celebrar elecciones democráticas, la historiografía filipina destaca su carácter de símbolo de la superioridad de la administración norteamericana respecto a la española y de su dominio sobre la población de las islas, cuyos sujetos e, incluso, cuyas vidas poseía simbólicamente en el papel. Además, el censo se caracterizaba por presentar la imagen de un pueblo heterogéneo, compuesto en gran medida por un extenso número de tribus sin civilizar que difícilmente se podían considerar una nación. Por tanto, el censo también funcionaba como un instrumento a través del cual justificar la presencia norteamericana, cuya labor consistía en dar coherencia a un conjunto de pueblos para crear una nación,

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así como en civilizar a un gran número de indígenas y en educar a la ciudadanía para el ejercicio del autogobierno. En relación con esta empresa, pero con mayor alcance, debe mencionarse el trabajo del profesor de zoología Dean Conant Worcester y de los antropólogos Charles Martin y Albert Jenks, que, ya en 1902, estudiaban a los igorrotes. Las fotografías realizadas por ellos pasarían a formar parte del mencionado censo, pero también se emplearían en otras iniciativas norteamericanas y en la docencia universitaria, además de aparecer en varias publicaciones de la época. Lo relevante de estas fotografías es que reducían la población a una serie de “tipos”, en el caso de los pueblos indígenas más primitivos, y a un colectivo anónimo en el caso de los grupos más civilizados. Las primeras, de las que esta exposición muestra un buen ejemplo, presentan al indígena contra fondo neutro, aislado de su entorno, en un intento por subrayar sus rasgos físicos. Pero, además, en numerosas ocasiones se presenta al indígena en una postura forzada, incluso en yuxtaposición con el antropólogo, el “hombre blanco”, que, con su presencia, destaca la escasa talla, el color más oscuro y la desnudez parcial del indígena... todos ellos elementos destinados a hacer parecer inferior al sujeto en un discurso marcadamente racista. Esta intencionalidad es la que revela el retrato anónimo de una mujer aeta aquí reproducido. Ambas imágenes muestran de qué manera se sistematizaría la fotografía antropológica, apoyándose en los estudios antropométricos que trataban de buscar la esencia del hombre a través de su aspecto físico. Este tipo 110  Tutelaje estadounidense

de imágenes se multiplicaría durante los primeros años de tutelaje norteamericano, llegándose incluso a ser acusado alguno de los científicos involucrados en dichos estudios de buscar intencionadamente la desnudez de la mujer, convirtiéndola en un simple objeto erótico. Es necesario también hacer mención de otra exposición, esta vez no monográfica, celebrada en San Luis, EE.UU, en 1904. Tras la reciente pacificación, el público norteamericano se mostraba ávido por conocer a los filipinos de allende los mares, a los “pequeños hermanos morenos” y a las “hijas adoptivas del Tío Sam”, como eran denominados. La exposición, que conmemoraba el aniversario de la incorporación del territorio de Louisiana a Estados Unidos, contó con más de 20 millones de visitantes, casi la mitad de la población adulta de Estados Unidos de la época. En ella, los filipinos eran presentados en el contexto de un recinto, como en la exposición de Madrid, algo que ya se había ensayado con éxito en París. En éste recinto, cuyo centro mostraba simbólicamente la más desarrollada Manila, se congregaba un numeroso colectivo indígena desempeñando distintas actividades, incluida la ingesta de carne de perro, junto a niños y niñas aprendiendo el idioma inglés en una escuela improvisada. Al igual que en Madrid, se presentaba una exposición fotográfica, aunque esta vez no se trataba de imágenes dispersas entre los distintos artefactos, sino de toda una galería. Pero, a diferencia de la exposición de 1887, las imágenes, particularmente el Álbum Folkmar, que incluso

Anónimo Mujer negrito de Luzón, frente y perfil Circa 1900 Copia en papel albuminado 18 x 12 cm Dean C. Worcester Photograph Collection, Special Collections Library, University of Michigan, EE.UU.

se llegó a comercializar, mostraban a las tribus indígenas como “tipos” para los que se buscaba el “ejemplar” más representativo, que aparecía posando contra un fondo neutro y junto a un número. Muchas de estas imágenes mostraban a criminales retenidos en la conocida prisión de Bilibid. Las protestas por parte de las elites filipinas,

no representadas en dicho certamen, no se harían esperar. Las elites no aparecían ni en estas fotografías ni en casi ninguna de las imágenes que el gobierno norteamericano había creado para representar a la nación filipina. Cuando el presidente McKinley afirmó que Estados Unidos no ocupaba el territorio filipino para explotar a su población, sino para civilizarla, obvió que existían iglesias, hospitales, colegios e incluso universidades muy anteriores a la presencia norteamericana. Si bien es cierto que estas mismas elites habían protestado por idénticos motivos a raíz de la exposición de Madrid, al menos la imagen que de los filipinos que quedó perpetuada a través de la fotografía en la exposición de 1887 no se limitaba a fríos y mesurados tipos raciales, sino que también reflejaba las prometedoras industrias del país por parte de profesionales engalanados con sus mejores trajes (sobre todo mujeres). Como consecuencia de todo ello, en 1908, la recién creada cámara filipina proclamó una ley por la que ningún indígena podría ser exhibido nuevamente con el cuerpo desnudo. Finalmente, merece la pena destacar el viaje que el español J. Palacios realizó por Filipinas en 1935, pues sus visitas a varios poblados le permitieron contemplar de cerca las culturas indígenas, realizando fotos y películas a cambio de regalos, entre los que parecen destacar los fósforos, las agujas y los caramelos. En aquellos años, los bontoc o los igorrotes ya estaban acostumbrados a posar para la cámara y, tal y como nos comenta el español, generalmente se ofrecían a cambio de un regalo.

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La Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de la República de Filipinas

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La Segunda Guerra Mundial, uno de los episodios más oscuros de la historia, constituye el escenario sobre el cual surge la República de Filipinas. La guerra, que costó más de 60 millones de vidas y cercenó la vida de otras muchas personas, que también fueron sus víctimas, fue, sin embargo, el terreno sobre el que germinaron nuevos países libres e independientes. Es el caso de Filipinas, donde de la brutal destrucción causada por la guerra, y tras varios intentos fallidos, en 1946 se oficializó finalmente su independencia. En todo ese proceso, la mujer filipina jugaría un importante papel. Una renovada fotografía documental dejó elocuentes testimonios de todo ello. La Segunda Guerra Mundial en el Pacífico

Desde el inicio de los años treinta, la situación política de la cuenca del Pacífico se estaba desestabilizando a causa del expansionismo de Japón. Las acciones imperialistas del gobierno japonés en China y finalmente, en 1940, la invasión de la Indochina francesa habían prácticamente convencido al gobierno norteamericano de la inevitabilidad del enfrentamiento bélico. El bombardeo de la base naval de Pearl Harbour, la madrugada del 7 de diciembre de 1941, proporcionó el casus belli para que Estados Unidos pudiera declarar la guerra a Japón. Las inmediatas ofensivas del ejército japonés se desarrollan con éxito, de forma que en el verano de 1942 Japón ya era dueño de un amplio imperio en el Pacífico: Cochinchina, Tonkin, Singapur, Hong Kong, Indonesia, 138  La Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de la República de Filipinas

Guam, Birmania, Nueva Guinea y las islas Salomón, Célebes y Aleutianas.... Los japoneses pretendían convertir Filipinas en un enclave estratégico desde el cual dirigir sus operaciones en el Pacífico. El primer ataque a las islas había tenido lugar en diciembre de 1941, horas antes del bombardeo de Pearl Harbour, y consiguió destruir cerca de la mitad de los aviones norteamericanos estacionados en las islas, así como varios centros estratégicos del archipiélago. La invasión dirigida posteriormente desde las bases japonesas en Taiwán arrinconó a las fuerzas americano-filipinas en la península de Bataan, donde, finalmente, se verían obligados a ofrecer su rendición, siendo deportados posteriormente a campos de prisioneros. La “marcha de la muerte” hacia estos campos, realizada casi en su totalidad a pie, acabó por diezmar a las tropas, que ya padecían hambre, disentería y malaria. Pero la estabilidad del nuevo imperio japonés fue muy fugaz, pues los norteamericanos, al mando del general MacArthur, contraatacaron con éxito en las batallas del Mar de Coral, Midway y, finalmente, Guadalcanal. Durante el año 1943 las tropas japonesas recibieron órdenes de retirada ante el avance de los Aliados en el Pacífico. En su imparable avance, las tropas del almirante Nimitz tomaron las islas Marshall, Carolinas, Wake y Marianas, mientras MacArthur tomaba las Salomón y Almirantazgo, además de Nueva Guinea. El regreso de las tropas norteamericanas a suelo filipino se demoraría aún hasta el otoño de 1944, cuando tuvieron

lugar las cruentas batallas de Samar y Surigao. Ésta última les permitió desembarcar finalmente en Leyte, desde donde dirigirían todas sus acciones para la liberación del archipiélago. Inmediatamente después se comenzaría el desembarco en Luzón, que vino acompañado por un intento de restablecer la vida cotidiana con la llegada de víveres, atención sanitaria y la apertura de los colegios. El 3 de febrero de 1945 las tropas norteamericanas se encontraban ya a las puertas de Manila, donde aún resistían los japoneses. Ahí tendría lugar el desenlace final de la liberación de Filipinas. La toma de Manila, causó miles de bajas en ambos ejércitos y la práctica destrucción de la ciudad. Durante esta etapa final de la presencia japonesa en Filipinas, resultaron determinantes las acciones acometidas, no sólo por las guerrillas, sino también por la población civil, que prestó un enorme apoyo a las fuerzas antijaponesas. Por otra parte, Filipinas había vivido la invasión japonesa con inteligencia. Las órdenes de Manuel Quezón, presidente de la Mancomunidad de Filipinas, fueron claras: es imprescindible procurar que el pueblo sufra lo menos posible, incluso aunque ello implique cierta colaboración con el enemigo, pero nunca el juramento de lealtad. Tras la toma del archipiélago, los japoneses habían impuesto una dura administración militar, al tiempo que, en su afán por ganarse el favor de la sociedad filipina, llegaron incluso a apoyar la fundación de una primera República de Filipinas, al frente de la cual estuvo el conocido estadista José P. Laurel. Mientras, el gobierno en el exilio de Manuel

Quezón trata de agilizar en el menor tiempo posible la recuperación de Filipinas. A la muerte de Quezón asume el poder su vicepresidente, Sergio Osmeña, quien continúa con la misma política y la estrecha relación con MacArthur. La campaña de liberación de Filipinas concluye el 5 de julio de 1945. En septiembre, con la rendición de Japón, el presidente Laurel declara disuelto su gobierno y su república. Finalmente, el 27 de febrero de 1946, MacArthur entrega formalmente el gobierno de la Mancomunidad de Filipinas al presidente Osmeña. Tal y como ya había ocurrido al final de la guerra filipino-norteamericana, el ejército norteamericano había regresado a Filipinas ofreciendo víveres, asistencia sanitaria y la apertura de escuelas, contribuyendo así a paliar el sufrimiento de la población civil. Al contrario que en la contienda anterior, los años de convivencia habían forjado lazos de afecto entre ambos pueblos, por lo que estas imágenes, como la del reparto de víveres aquí reproducida, no sólo constituyen ejemplos de fotografía de reportaje y fotografía propagandística de Estados Unidos, sino que también ostentan un importante lugar en la memoria del pueblo filipino. De la Mancomunidad de Filipinas al nacimiento de una nueva nación libre

Al término de la Segunda Guerra Mundial, la Mancomunidad de Filipinas, cuyo nacimiento es anterior al conflicto, daría paso al nacimiento de una nueva

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Kingsley Fall Reparto de víveres por el ejército norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial 1945 University of Wisconsin, EE.UU.

140  La Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de la República de Filipinas

nación libre: la República de Filipinas. Tras un periodo de transición en el que Osmeña continúo al frente de la Mancomunidad, Manuel Roxas, es elegido democráticamente presidente. Apenas dos meses después de asumir el poder, el 4 de julio de 1946, Roxas declara formalmente la independencia de la nación y el nacimiento de la República de Filipinas, iniciando un gobierno que se caracterizará por una estrecha colaboración con Estados Unidos. El caso de Filipinas no fue, ni mucho menos excepcional. Todo el paisaje político de Asia cambiaría enormemente tras la Segunda Guerra Mundial: el surgimiento de Vietnam tras la unión de Tonkin, Annam y Cochinchina, las independencias de Birmania, Malasia, Singapur, India (en un proceso marcado por una traumática división religiosa que daría origen a un estado hindú, la India, y otro musulmán, Pakistán). Las naciones occidentales vieron positivamente el proceso de descolonización y el nacimiento de nuevos países. En 1952, la Organización de las Nacionales Unidas (ONU) incluyó entre los derechos del hombre que “todos los pueblos tienen derecho a disponer de sí mismos”. El mundo se descolonizaba y las naciones se reinventaban. Pero no es éste el único cambio importante que tuvo lugar en el paisaje político del continente asiático. El caso de Japón fue particularmente emblemático El emperador HiroHito, considerado como un dios viviente, fue forzado a dar paso a un régimen democrático de corte occidental, una de las condiciones de la paz con Estados Unidos.

China, convertida en una república a principios del siglo xx, también asistió al nacimiento de otro tipo de régimen político con la proclamación de la República Popular China por parte de Mao Zedong en 1949. La mujer filipina en la guerra y el nacimiento de la nación

Tradicionalmente, la imagen de la mujer en la guerra ha sido la de víctima, una posición compartida con los niños. Ambos son, efectivamente, dos colectivos particularmente sensibles a los enfrentamientos bélicos, como refleja la fotografía, tomada pasados ya varios años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, de niños huérfanos filipinos. En el caso de Filipinas, y aunque la predominante perspectiva masculina de la historiografía apenas lo muestra, lo cierto es que la mujer desempeñó un papel muy activo en la Segunda Guerra Mundial. Tal y como queda plasmado en las fotografías de esta exposición se puede hablar con certeza de la existencia de mujeres filipinas que contribuyeron a la lucha, que atendieron a los soldados heridos, que lucharon fusil en mano, como parte de la guerrilla o del ejército contra el invasor; y también de mujeres que, lamentablemente, fueron sometidas y utilizadas como “esclavas sexuales”. Muchas de ellas, ya venerables ancianas, han protagonizado en los últimos años una auténtica cruzada por la reivindicación de sus derechos y el restablecimiento de su honor, y han conseguido disculpas formales por parte del gobierno japonés.

Howard Sochurek Niños huérfanos 1951 Getty Images, EEUU

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La mujer filipina también jugó un papel importante en la política filipina, como muestra la presencia de mujeres en puestos destacados de la política y la administración del Estado desde el periodo de tutelaje norteamericano. Durante la Mancomunidad de Filipinas, Carmen Planas fue la primera mujer en formar parte del ayuntamiento de Manila y Elisa Ochoa de Agusan la primera congresista, en 1941. Entre 1946 y 1971, fecha en que Ferdinand Marcos proclamó la ley marcial, 26 mujeres fueron elegidas para desempeñar cargos políticos: entre ellas, 11 diputadas y siete senadoras. En 1951, las mujeres filipinas ensayaron incluso la formación de un partido político exclusivamente femenino; iniciativa que, a pesar de su escaso éxito, daría lugar a un movimiento a favor de la elección de Ramón Magsaysay como presidente. La fotografía va a la guerra

La fotografía también jugó un papel esencial en la Segunda Guerra Mundial. Al margen de las posibilidades de la fotografía como instrumento militar para la localización de fábricas de municiones, flotas navales, etc., la cámara fotográfica tuvo un importantísimo papel como intermediaria entre la sociedad y la guerra, entre los gobiernos y sus ciudadanos. Aunque la fotografía ya había dejado testimonio de otros grandes enfrentamientos bélicos, como la Segunda Guerra del Opio o la Guerra de Secesión Americana, nunca hasta la Segunda Guerra Mundial las imágenes fotográficas 142  La Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de la República de Filipinas

habían conseguido aproximar tanto el campo de batalla a la sociedad. Desde este punto de vista, puede afirmarse que la Segunda Guerra Mundial es quizá la primera contienda en la que se consigue plasmar el horror con veracidad. A diferencia de las primeras imágenes bélicas, los fotógrafos de la Segunda Guerra Mundial contaban por primera vez con cámaras pequeñas y dinámicas que eran capaces de tomar varias imágenes seguidas sin cambiar las placas. Además, se disponía de objetivos muy luminosos y películas muy sensibles que permitían al fotógrafo disparar en las circunstancias más difíciles. Quedaban así atrás las imágenes que documentaban las contiendas de una manera simbólica, artificial o incompleta y se abandonaban las pretensiones pictorialistas. Ahora los fotógrafos participaban de una “nueva visión”, de una “nueva objetividad”: las imágenes valoraban por primera vez lo físico, el momento decisivo, hablando un lenguaje propio, puramente fotográfico. Con ello, la fotografía documental, en su búsqueda de nuevos y singulares enfoques, propios de la vanguardia, se lanzaba a documentar el mundo. Se obligaba al fotógrafo a tomar sus imágenes mentalmente, se respetaban los enfoques originales de sus fotografías y se aceptan por primera vez “defectos” (como las imágenes movidas) en aras de un mayor realismo. En muchos casos, el lenguaje fotográfico se movía próximo al del cómic. En este camino aparecieron los ensayos fotográficos, ya no meras fotografías que ilustraban un relato, sino series de imágenes que por sí solas eran capaces de contar...

y más aun de sugerir. También apareció la figura del reportero gráfico, generalmente hombres o mujeres cultos y cosmopolitas capaces de moverse en cualquier ambiente, incluida la guerra. Y, tras la aparición de las agencias de prensa y de las revistas especializadas, los fotógrafos, más conscientes de la importancia de su trabajo, de su necesidad de libertad, fundaron sus primeras agencias-asociaciones, como Magnum. Pero, lo que es más importante, el reportero de guerra ya no era un mero espectador de la guerra, sino que casi se podría decir que participaba de ella, que estaba dentro de la guerra, entre las tropas, llegando incluso a morir con ellas en ocasiones. La veracidad de las fotografías y su capacidad de documentar y a la vez dar una imagen personal del artista eran características esenciales. En palabras de Robert Capa: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no estás lo suficientemente cerca.” Sin embargo, a pesar de su carácter documental, las fotografías no eran la única verdad. Durante la Segunda Guerra Mundial existía una enorme audiencia que, en casi todos los países, se informaba sobre el desarrollo de la

guerra a través de la radio y de la prensa, particularmente de revistas creadas para la comunicación a través de la fotografía, como Life. Pero lo que estos ciudadanos veían contar a través de imágenes eran percepciones personales de los fotógrafos. W. Eugene Smith decía que buscaba más allá del acontecimiento; lo que pretendía mostrar eran las emociones. Y, más allá, los ciudadanos se veían sometidos a sofisticados métodos de propaganda, pues, además de documentar, las imágenes movían los afectos de las personas, sirviendo así para conseguir el apoyo necesario para continuar la guerra, para crear alianzas, para borrar huellas, para demonizar a los vencidos... Sí, la fotografías reflejan los acontecimientos, pero bajo la perspectiva de un fotógrafo, de una revista, de una nación.

Algunas de las imágenes que aquí se muestran, entre ellas una tomada por el fotógrafo norteamericano W. Eugene Smith en Leyte, son auténticos tesoros de la historia de la fotografía... pero, sobre todo, son testimonios que nos ayudan a no olvidar que la guerra sólo constituye el episodio más tenebroso de la historia.

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