Mujeres Filipinas: Un camino hacia la luz. Madrid: Fundación Cultural Mapfre, Universidad de Alcalá de Henares, 2007 (exhibition catalogue) (2)

July 24, 2017 | Autor: Sara Badia | Categoría: History of photography
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Descripción

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Filipinas, encrucijada cultural

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La complejidad es probablemente el rasgo más definitorio de la sociedad filipina: más de 80 millones de habitantes de varias etnias, culturas, lenguas e incluso creencias religiosas dispersos a lo largo de más de 700 islas. Un rico paisaje humano, que se conserva aún, en plena era de la globalización, y del que en las siguientes páginas se presenta la forma en que fue observado, analizado y clasificado por la fotografía del siglo xix , una disciplina que trabajaba entonces a las órdenes de la ciencia, hija del positivismo. Antes de ese testimonio fotográfico, diferentes actores habían desarrollado criterios muy distintos para la clasificación y ordenación de la compleja sociedad filipina. Los españoles, hijos entonces de una nación cristiana recién reconquistada, dividieron la población de acuerdo con sus creencias, señalando que existía una comunidad musulmana (a la que denominaron “moros”) en convivencia con una heterogénea familia de pueblos indígenas que compartían creencias animistas y el culto a los antepasados. Entre estos últimos distinguieron los grupos malayos, que, llegados a las islas en época más reciente, mantenían contacto con otras culturas y eran más permeables a la colonización ideológica. Por el contrario, de los pueblos del interior se tiene constancia sólo a partir de los textos de los dominicos y agustinos del siglo xvii . Según pasaron los años, los colonizadores clasificaron a la población de acuerdo con su lugar de origen, al tiempo que asistieron al nacimiento de una sociedad hija de su 54  Filipinas, encrucijada cultural

presencia, y cuya fe sería la cristiana. En la actualidad, junto a la mayoría cristiana (90%) existe una importante comunidad musulmana (5%), cuya práctica resulta singular y cuyas creencias tienen su origen en el contacto con comerciantes islamizados del sur de China, la India y, quizá en menor medida, árabes y misioneros procedentes de Malasia y Sumatra. Existe aún otra población al margen de estos dos grupos cuyas creencias, que se remontan a los orígenes, influyen todavía sobre el mundo espiritual del conjunto de la nación; otros grupos, como la comunidad china, que constituye un importante estrato de la sociedad filipina, conservan muchos de los rasgos propios de su cultura de origen. El credo, en definitiva, puede considerarse todavía un instrumento valioso para el análisis de la sociedad filipina, aunque la complejidad de su tejido es tal que no constituye sino una perspectiva más. Esta clasificación encuentra apoyo en otros criterios diferenciadores de cuño más moderno. Los habitantes de Luzón se han dividido en varios pueblos: ifugaos, kalinga o cagayanes, apayao, bontoc, kankanai, tinguianes, ibanag, ilongot, gaddans, kalahan e irinai. Los grupos pampanga y pangasinanes, que habitaban las zonas más accesibles y los alrededores de Manila, fueron más sensibles a la colonización hispana. En las islas de Mindoro y Palawan se puede destacar el grupo de los buhid-mangyan. En Mindanao, al sur del archipiélago, se encuentran los subanos, mandayas, bagobos y tirurays; desde la década de 1970 se conoce además el pueblo de los

tasaday, aunque su existencia real ha sido cuestionada. Entre el grupo denominado “moro”, también existen pueblos bien diferenciados: maranao, maguindanao, tausug, samal, yakan, bajao, sangils, melebugnon y palawi. Existen, además, zonas habitadas por grupos dispersos de aeta en Luzón, Negros, Panay y Mindanao. Existe también una división por grupos de carácter lingüístico: tagalo, ilocano, pangasinano, bíkol y pampango en Luzón; y cebuano e hilagaynon en Panay y Negros, además de la lengua de Samar y Leyte. Y, finalmente, también se puede hablar de una clasificación territorial, distinguiéndose entre los pueblos de la montaña, de los valles y del mar. Los pueblos de la montaña (igorrotes) son los que han permanecido más aislados, por lo que mantienen casi intacta su cultura original. Por tanto, el complejo tejido de la sociedad filipina puede observarse desde un punto de vista étnico, lingüístico o geográfico. Desde una perspectiva puramente racial, la población filipina incluye al menos dos grupos bien diferenciados, los aeta y el resto de los habitantes de las islas, que muestran rasgos mongoloides. Recientes estudios han sugerido que existe además cierto mestizaje entre ambas razas. Es necesario decir, sin embargo, que los aeta, cuya denominación de cuño español, “negritos”, alude a su aspecto negroide y su escasa estatura, han absorbido gran parte de los rasgos culturales de los pueblos vecinos que, al parecer, llegaron en oleadas migratorias más recientes.

Esta diferenciación racial refleja el complejo patrón de poblamiento de las islas, un proceso iniciado posiblemente por los aeta, de tipo australoide-melanesio y similares a otros grupos de Malaca y Nueva Guinea, hace unos 20.000 años. En tiempos más recientes, hace aproximadamente 5.000 años, tuvo lugar una segunda oleada de grupos mongoloides emparentados con las poblaciones meridionales de China y que ya conocían la cerámica y practicaban la agricultura y la domesticación de ciertos animales. Las últimas migraciones serían las malayas, que se prolongarían hasta el siglo XV, y que se asentaron en las zonas mejor comunicadas desplazando a su vez a todas las poblaciones anteriores. En cualquier caso, los diferentes grupos que conforman la población mongoloide filipina no sólo comparten rasgos lingüísticos con sus vecinos, con los que parecen emparentados, sino también culturales; a su vez, estos rasgos son también compartidos por los aeta. A lo largo de miles de años, estas poblaciones mongoloides, junto a los aeta, sostuvieron intercambios comerciales y culturales con diversos pueblos y culturas: grupos malayos muy influidos por la cultura china, la cultura sahuyhn del actual sur de Vietnam, grupos de India, Japón, Tailandia, musulmanes...que dejaron una profunda huella en la cultura filipina. A ello se suma la presencia española, cuyo punto de partida se encuentra en el desembarco de Fernando de Magallanes en Samar, en 1521, aunque el proceso de

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conquista y asentamiento no comenzaría hasta 1565. La presencia española se prolongó desde entonces hasta 1898. Desde el final de la guerra hispano-filipina hasta el nacimiento de la República de Filipinas sería la cultura norteamericana la que trataría de moldear a su imagen y semejanza la cultura de los pueblos de las islas. Todas y cada una de estas influencias han dejado de una u otra manera una profunda huella en la cultura filipina. Los aeta (“negritos”)

Aunque según algunos investigadores los aeta siempre se han mostrado reacios al contacto con otros pueblos, poco se conserva de su lengua original y suelen recibir el nombre del lugar donde habitan o el de la tribu más próxima. Su número es muy reducido: en 1960 sólo se censaron 15.000 individuos, y se estima que constituyen sólo el 0,5% de la población filipina actual. Sus actividades diarias se reducían a la caza, pesca y recolección; su práctica de la agricultura, aparentemente aprendida de los grupos que llegaron en fechas más recientes, resulta primitiva, y les obliga a desplazarse en busca de nuevos recursos con regularidad; también han intercambiado tradicionalmente algunos de sus excedentes, como la miel, con las tribus más próximas. En la actualidad, la economía monetaria y la explotación forestal han modificado una vez más muchas de sus costumbres, siendo su futuro bienestar una preocupación compartida entre el Estado y otras instituciones. 56  Filipinas, encrucijada cultural

No existe ningún rasgo especial que permita diferenciar significativamente al grupo aeta del resto del conjunto indígena de las islas, del que ha tomado muchos de sus rasgos culturales. Sin embargo, cabría mencionar que sus grupos suelen estar compuestos por unas 50 familias, comprendidas en un sentido extenso. Aunque se trata de una sociedad patriarcal, en el matrimonio se reconoce la igualdad entre los esposos, y la mujer también desempeña algunas tareas fuera del hogar, como la recolección o la pesca, en la que intervienen incluso los niños. Suelen ser monógamos aunque el divorcio está permitido, y la familia es considerada uno de los pilares más sólidos de su sociedad. Los grupos mongoloides

Si bien existe gran diversidad entre los grupos que pueblan las islas, también es cierto que existe un “tronco común”, que relaciona además a los filipinos con otros pueblos de Asia y del Pacífico. En general, se podría decir que los pueblos indígenas de Filipinas basaban su subsistencia en el cultivo del arroz de regadío, la agricultura de quema y tala, o kaingin, y la explotación de la palma y de diversos frutales; actualmente, la agricultura constituye aún el medio de subsistencia para el 58% de los habitantes de las islas. Además, desde siempre se ha practicado la caza, pesca y recolección. Practicaban también la cría de animales domésticos y existen industrias como la minería, la madera y la construcción, siendo especialmente reseñable su pericia como constructores

de barcos. Comerciaban con algunos materiales, como la madera o los tejidos; lo que resultó fundamental, como ya se ha mencionado, en la formación de su cultura. La organización territorial resultaba y resulta aún dispersa e irregular, y su sociedad se dividía, grosso modo, en nobleza, hombres libres y hombres dependientes (estos últimos obtenidos como botín de guerra o por deudas). Sin embargo, se articulaban a través de grupos independientes de 30 a 100 familias organizadas bajo el mando de un jefe asistido por un grupo consultivo de ancianos, que se denomina barangay. La religión tenía claras raíces animistas. Se reconocía un dios supremo (Bathala), pero también se veneraba la naturaleza a través de todas sus expresiones. El alma era considerada inmortal, lo que dio origen al culto a los antepasados, que tomaban cuerpo a través de unas tallas conocidas como anitos o diwata. La situación de la mujer en la sociedad variaba de un grupo a otro, pero, en general, se trataba de estructuras patriarcales en las que la mujer ostentaba todavía un cierto prestigio, llegando incluso a desempeñar labores fuera del hogar e importantes funciones espirituales, como la de sacerdotisa. Posiblemente por influencia china, los matrimonios han sido concertados por los padres hasta fecha reciente. Resulta muy interesante que, en casi todos los grupos, fuera el novio quien debía aportar una dote para “comprar” a la novia, que a veces derivaba en la prestación de servicios personales. La mujer ostenta un

papel fundamental en la familia, y el culto a la Virgen María (posiblemente muy relacionado con el de la antigua diosa madre) expresa su importancia en el seno de la sociedad filipina. En el grupo musulmán, claramente diferenciado, se observa una organización social y, sobre todo, política, más compleja. Existía, como en las otras culturas, una clase de hombres libres, entre los que se destacaba por su ejemplaridad a los maradhianes y, en la base de la pirámide social, un estrato de individuos dependientes. Como en el resto de los países musulmanes está permitida la poligamia, y el divorcio se concede por iniciativa del varón, que retiene siempre a su descendencia. Su economía era similar a la de los otros grupos, destacando quizá la producción de abacá y de armas blancas y la construcción de naves. Su interpretación del Corán, su rasgo definitorio más notable, es original, aunque se basa en las creencias de las sectas sunní, sufí y chiita, y está reglamentada por los sarip y los panditas. Finalmente, es necesario señalar que también existe un grupo, denominado malayo, que suele asociarse a las migraciones más modernas pues, de hecho, parecen ser los introductores de la cultura del hierro y llegar a las islas en oleadas que se suceden hasta el siglo xv . No se trata de un pueblo, sino de un conjunto humano en el que destacan los tagalos, bíkols, visayas e incluso algunos “moros” de Joló, que se asientan en zonas bien comunicadas, como las costas, los valles o las riberas de los ríos. Tampoco existen

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diferencias notables entre este grupo y el resto de los pueblos indígenas, aunque cabe destacar un mayor desarrollo cultural, así como su habilidad para la confección de tejidos, de objetos de cestería y de joyas. Sin embargo, son estos pueblos los que más modificaciones han experimentado al entrar en contacto con otras culturas, y son muchos los que han abandonado sus creencias originales, dando origen a los asentamientos urbanos. En la actualidad ostentan el poder, siendo el pilar fundamental de la cultura filipina. La identidad de la mujer filipina a través de la fotografía del siglo xix : describir, clasificar y ordenar

Esta complejidad de la sociedad filipina queda plasmada a grandes rasgos en la colección de imágenes de mujeres filipinas de diversas etnias, clases sociales y razas, incluidas las mestizas, que se presenta a continuación. Quizá sean precisamente éstas, las mestizas, las más representativas de la encrucijada de razas y culturas que a través de distintos caminos han dejado su huella en lo que hoy es un maravilloso paisaje multicultural bajó un denominador común. Las imágenes, todas ellas magníficos ejemplos de la fotografía realizada en la segunda mitad del siglo xix, constituyen auténticos tesoros y sirven como punto de partida para comprender la evolución de la mujer filipina a lo largo de la historia más reciente. La fotografía más antigua constituye un interesantísimo medio para presentar la sociedad; en ella abundan los 58  Filipinas, encrucijada cultural

“tipos”, modelos genéricos y representativos de cada etnia, cultura, clase, profesión... A través de la descripción, clasificación y ordenación, la ciencia moderna, todavía en un estado germinal, trató de dar los primeros pasos para poder así elaborar teorías complejas sobre la naturaleza del hombre y la historia del mundo. En el último tercio del siglo xix la ciencia, muy influida por las teorías formuladas por Darwin y por experiencias como la desaparición de la raza original de Tasmania, trató de capturar lo que consideraba los últimos vestigios de un mundo, el indígena, que cree condenado a desaparecer ante la irrupción del “hombre blanco”. La ciencia decimonónica, como parte del sistema cultural de su época, tendía a mostrar a través de la fotografía, pretendidamente un medio de representación objetivo, una imagen romántica del indígena ante su posible desaparición; sin embargo, paralelamente, presentaba una visión negativa, lo que justificaría la dominación del “hombre blanco”, convirtiéndose así la fotografía en aliada del denominado imperialismo moderno. En el siglo xix , muchos de estos grupos retenían gran parte de sus características originales, por lo que la fotografía, registro de sus rasgos y de su cultura material, constituye un magnífico testigo documental. La “lectura” de estas imágenes difiere en su contexto histórico y en la actualidad. En el siglo xix , momento que marca el nacimiento de la ciencia moderna, coexistieron varias disciplinas hoy ya desaparecidas. Una de ellas fue la fisiognomía, disciplina que leía el carácter de los

individuos a través de los rasgos del rostro; en conexión a ésta se desarrolló la antropometría, una disciplina de la antropología que a través de las características físicas pretendía comprender la naturaleza de las distintas razas. La cámara fotográfica, más fiel a la realidad que la mano del artista, se convirtió en fiel compañera del científico. Si bien en la actualidad estas fotografías resultan informativas a la par que bellas, en su contexto original funcionaron como instrumentos de análisis científico que, en general, el “hombre blanco” utilizó, para autoafirmarse, en su estudio de todo lo que era distinto a sí mismo. Así ocurre con la imagen que muestra la colección de cráneos y retratos fotográficos que se expusieron en la exposición de Filipinas realizada en Madrid en 1887. La colección había sido formada por Hipólito Fernández, funcionario destacado en Filipinas, y posteriormente adquirida por la comisión encargada de organizar la exposición. Es interesante observar cómo los cráneos, entre los que había ejemplos de criminales, se encuentran acompañados de retratos o tipos raciales, entre ellos el de la doncella india que se muestra en el catálogo. En el siglo xix se creía que la naturaleza y capacidad intelectual de los individuos se podían conocer a través de sus rasgos físicos. Desde un punto de vista artístico, las imágenes también constituyen auténticos tesoros de nuestra historia. Particularmente en el caso español, por su historia colonial, existe una tradición anterior que, generalmente a través de la pintura, alude a los tipos raciales y su

J. Laurent Interior del palacio de Velásquez Bosco, Exposición General de las Islas Filipinas en Madrid. 1887 1887 Copia en papel albuminado 26,3 x 38,5 cm Archivo del Palacio Real, Patrimonio Nacional, Madrid

mestizaje, y que nos ha legado “cuadros de castas” de enorme interés y atractivo. Las fotografías proceden, con algunas excepciones, de estudios fotográficos, en donde se realizaban sobre todo retratos. Algunas de estas fotografías se realizaron por encargo para un individuo, generalmente

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el modelo, pero con el tiempo su función ha cambiado, convirtiéndose, fuera de su contexto original, en “tipos”. La diferencia estriba en que, si bien un retrato rinde culto a la personalidad o carácter de un individuo, el “tipo” muestra una imagen modelo representativa de cierto grupo. Un caso ejemplar sería el de las pequeñas Salud y Virginia Herrero Moriones, que, procedentes del álbum familiar de sus herederos, como se verá a continuación, funcionan como “tipos” en esta exposición. En el caso de las mujeres es necesario observar que también se comercializaron imágenes de “bellezas”, muchas de ellas también retratos en origen y otras, sin embargo, creadas para el consumo de las clases acomodadas. En cualquier caso, todas estas bellísimas imágenes, que más que obras de arte se concibieron bien como elementos para el culto a la personalidad, bien para satisfacer la curiosidad de la burguesía, pasaron a formar parte de los álbumes familiares. La fotografía constituye un mundo complejo, y muchas imágenes no concebidas como obras de arte han pasado a considerarse obras maestras, por lo que en la actualidad “duermen” cómodamente entre delicados papeles en los almacenes acondicionados de los mejores museos del mundo mientras disfrutan de su gloria. En ocasiones se encuentran imágenes singulares, como las tres niñas igorrotes fotografiadas en un estudio local. Resulta evidente el interés por la fisionomía y el atuendo de estas niñas, que juntas contribuyen a formar un “tipo” igorrote: una de las etnias menos conocida en su época, 60  Filipinas, encrucijada cultural

Anónimo Igorrotas del Abra, Filipinas 1887 Copia en papel albuminado 17x12 cm Museo Nacional de Antropología, Madrid

que habita en las montañas de Luzón. Sin embargo, en el contexto del estudio fotográfico, con sus fondos clásicos de balaustres, una composición atrevida como esta resulta absurda. Para el fotógrafo de la época, tal contradicción (lo indígena sobre fondo clásico) no resultaba tan extraña como para nuestros ojos, existiendo múltiples ejemplos procedentes de todos los países. Estas fotografías, tomadas durante el periodo español, resultan menos sistemáticas, científicas o “frías” que las realizadas posteriormente; quizá porque se tomaron para servir distintos propósitos. Sin embargo, todas ellas comparten una fascinación por lo exótico y una mirada detallada y fundamentalmente masculina. Mientras la sociedad española vio en su lejana posesión de ultramar unas prometedoras y exóticas tierras, los norteamericanos, por el contrario, encontraron en Filipinas un paraíso para el antropólogo profesional y sintieron de inmediato la necesidad de justificar su presencia. Los “tipos” que se encuentran actualmente en las colecciones españolas son restos de colecciones burguesas o de encargos cuya naturaleza generalmente se desconoce. Quizá resulten menos “frías” porque se realizaron con el objeto de servir a distintas funciones. Lo que sí es importante destacar es que resulta evidente que todas estas fotografías son tomadas por varones, y presentan a la mujer de manera

recurrente como objeto de deseo, bien por su belleza, bien por su desnudez. No se trata de imágenes eróticas o pornográficas, pero sí de ejemplos de la mirada masculina de exponentes de un proceso que se vivía en toda Europa: la fascinación por lo exótico. Es cierto que esta fascinación se había hecho notar desde hacía lustros con relación a China; en el siglo xix se vuelve la mirada hacia Japón y hacia otras tierras del Pacífico. Pero esta mirada se llevó a cabo en esta ocasión con otros ojos, pues el último tercio del siglo xix es un periodo singular, que tiene por objetivo la adquisición de conocimiento, que experimenta (a veces de manera angustiosa) grandes cambios y que busca en otras culturas respuestas para la creación de un nuevo orden, que se consolidaría en el siglo xx . Por ello, se ha optado por imágenes más aptas para describir a las mujeres desde una primera perspectiva, racial o cultural, pues son documentales y bellas, y servirán como punto de partida para comprender los cambios históricos ocurridos y la evolución de las mujeres a lo largo del último siglo. Como se verá más adelante, las imágenes cambiarán con el paso de los años... Sobre todo, se dejará de “cosificar” a las mujeres, de describirlas por sus rasgos raciales o por su grado de desarrollo tecnológico en forma de “tipos”, de exponerlas como especimenes bellos, o desnudas, para los ojos masculinos... y se pasará a caracterizarlas como individuos.

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Filipinas y España

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La formación de una Filipinas hispana

La influencia española en Filipinas tuvo un cuño singular. La organización y vida del archipiélago guardó estrecha relación con la América española, a través principalmente de la nao, o galeón de Acapulco, que durante lustros fue uno de los pilares de la economía isleña. En la parte superior de la pirámide social se encontraban los “castila”, funcionarios, militares y clérigos españoles, seguidos por los mestizos, los indígenas más cristianizados y, finalmente, por los pueblos no sometidos, como los musulmanes o los indígenas que vivían aislados en las zonas montañosas. No obstante, se conservó la estructura sociopolítica primitiva y las formas de gobierno locales apenas experimentaron cambios. El colectivo español fue siempre muy reducido y estuvo compuesto fundamentalmente por varones. Por lo tanto, el mestizaje y el contacto con las sociedades indígenas fueron muy escasos, ejerciéndose la mayor influencia a través de la evangelización y la enseñanza de niños y niñas, de las que se encargarían las distintas órdenes religiosas. Diversas cédulas reales insistieron en el establecimiento de escuelas en todos los pueblos a partir del siglo xvii, mientras que la enseñanza superior estuvo presente a partir de la creación por parte de los jesuitas de la de Universidad de San Ignacio, fundada en la temprana fecha de 1623. La ascensión de los Borbones al trono de España marca el inicio de una serie de importantes cambios. La nueva monarquía procuró promover el desarrollo económico 76  Filipinas y España

de las islas, al igual que el de sus otros territorios. La Compañía de Filipinas, uno entre los diversos proyectos acometidos, fue disuelta en 1834, abriéndose el próspero puerto de Manila al libre comercio. Una de las grandes iniciativas del siglo xix fue la creación de monopolios, como la Compañía General de Tabacos de Filipinas, una de las fuentes de riqueza más importantes del país, cuya existencia se prolongaría más allá de 1898. También en el siglo xix, con la Revolución Industrial y la apertura del Canal de Suez se estrecharían los lazos entre la península y las islas. Sin embargo, reinaba un ambiente de inestabilidad en el que las reformas no lograron cristalizar. España a duras penas pudo mantener la soberanía de las islas Carolinas y Palaos, lo que anunciaba ya la pérdida de todos sus dominios de ultramar, incluida Filipinas, en los últimos años del siglo. La fragua de la identidad filipina: crecimiento económico y educación en el último tercio del siglo xix

Es durante la segunda mitad del siglo xix cuando se fragua la identidad filipina, como consecuencia de la formación de una elite mestiza e indígena, generalmente relacionada con la explotación agrícola y el comercio, cuyos hijos alcanzan un nivel educativo importante, estudiando, al menos parcialmente, en el extranjero. Tal fue el caso de José Rizal, que se educó en Manila y luego completó sus estudios en España, entre otros países. El ideal de estas elites cultas y en contacto, a través de viajes o de la prensa, con un mundo distinto al de su país, fue conquistar la igualdad con los

españoles, sobre todo cuando, a partir de la Constitución de 1837 y el Real Decreto de 1889, Filipinas quedó relegada del conjunto del Estado español. Las primeras acciones tomadas por la sociedad filipina fueron de carácter reformista y asimilacionista, es decir, partidarias de conseguir un estatus provincial y representación en el Congreso. Aunque el gobierno español tomaría posteriormente algunas iniciativas en ese sentido, nunca llegaron a tomar forma, lo que desembocó en una segunda reacción entre los filipinos, en esta ocasión de carácter popular e independentista, que se canalizaría a través de la sociedad secreta denominada Katipunan. No significa esto, sin embargo, que España abandonara todo interés por Filipinas: al margen de su estatus legal, todos los partidos políticos y gobiernos consideraron el archipiélago como una provincia más. Este interés cristalizó en el auge y prosperidad de las islas, con una economía en expansión, un florecimiento cultural, la consolidación de nuevos sectores sociales, la introducción de nuevas tecnologías y la implantación y desarrollo de entidades financieras. En el campo de la educación también se produjeron cambios de enorme importancia: el plan de escolarización iniciado en 1857 se aplicó por igual a la península y a Filipinas y la escolarización se hizo obligatoria por Real Decreto en 1863. En 1865 se creó la Escuela Normal Superior y en 1894 se abrió la Academia de Pedagogía. Así, en 1870, la totalidad de niños escolarizados en Filipinas ascendía a 196.163.

Se abrieron colegios de enseñanza secundaria en Manila y en 1875 ya existían instituciones privadas de enseñanza. Dado que no todos los niños pasaban a la escuela secundaria, se crearon simultáneamente en la península y en las islas las Escuelas Profesionales de Artes y Oficios, en las que la enseñanza era gratuita y subvencionada por el gobierno de España. A pesar de que ya existían centros de enseñanza especializados desde principios del siglo xvi, se abrieron nuevos centros, como el Ateneo de Manila, y se ampliaron los campos de enseñanza, creándose en la década de 1870 las cátedras de Jurisprudencia, Farmacia y Medicina en Santo Tomás. En 1880, y con la finalidad de canalizar el afán de saber de las islas, se fundó también un Museo-Biblioteca. Finalmente, en el plano artístico, es necesario destacar la apertura, en 1849, de la Escuela de Dibujo, Pintura y Grabado y de un conservatorio de música cuyo programa era idéntico al de la península. Así pues, en comparación con la política educativa desarrollada por otras potencias en sus colonias, España sí contribuyó a la educación de sus súbditos de ultramar; y con ello facilitó el camino hacia la formación de una identidad nacional y la aparición de un deseo de igualdad e independencia en la sociedad filipina. El Grito de Pugadlawin (agosto de 1896) simboliza la determinación de los filipinos por lograr la independencia y marca el inicio de las hostilidades contra España. Tras el alzamiento de Emilio Aguinaldo en Cavite se impuso la ley marcial y, a pesar de los esfuerzos de pacificación

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del gobernador general, Ramón Blanco, se sucedieron las confiscaciones, fusilamientos y deportaciones. El acontecimiento más célebre de este reino del terror fue la ejecución de José Rizal, el 30 de diciembre de 1896. El gobernador general Blanco sería relevado por Camilo Polavieja y éste, a su vez, por Fernando Primo de Rivera. Si bien el gobierno de Madrid trató de sofocar la rebelión a través de distintas tácticas, la guerra se hizo insostenible para España, cuyo gobierno trató de pactar, al tiempo que los filipinos buscaban apoyo en otras potencias extranjeras. La República de Biyak-na-Bato, cuya Constitución sería aprobada el 1 de noviembre de 1897, fue la primera expresión de la independencia de Filipinas. Le sucedería la tregua del mismo nombre durante la cual Pedro A. Paterno trataría de mediar para conseguir la paz entre filipinos y españoles. Como resultado de la misma, Emilio Aguinaldo aceptaría abandonar las islas, lo que hizo el 27 de diciembre. En febrero, sin embargo, se reiniciaron las hostilidades. De entonces data la segunda Constitución, denominada de Makabulos. El relevo de Primo de Rivera por el nuevo gobernador general, Basilio Agustín, en abril de 1898 coincidiría con una circunstancia que sería decisiva en la guerra hispanofilipina: el enfrentamiento simultáneo con Estados Unidos. España, amenazada por sendas revoluciones en Cuba y Filipinas, no deseaba entrar en guerra con la potencia norteamericana. Sin embargo, Estados Unidos tenía importantes intereses en Cuba. Cuando empezó la guerra 78  Filipinas y España

por “la perla de las Antillas”, España se vio obligada a buscar una solución inmediata, que obtuvo a través del Tratado de París, de 1898, con el que perdió sus últimas posesiones de ultramar, dejando Filipinas bajo tutela norteamericana. Con la redacción de una primera Constitución de Filipinas en Malolos, Emilio Aguinaldo protagonizaría entonces lo que no fue más que un intento fallido de proclamación de independencia. La guerra entre Estados Unidos y Filipinas no tardaría en estallar. Las mujeres filipinas demostraron gran personalidad, carácter e iniciativa, circunstancia de la que se hicieron eco los viajeros que pasaron por las islas. La mujer compaginaba el cuidado de la familia con el trabajo, que generalmente servía como complemento a la economía doméstica. A juicio de muchos viajeros, la mujer filipina tenía incluso más dotes que el varón para el trabajo y especial habilidad en las transacciones comerciales. La que aquí aparece retratada, que parece limpiar panochas de maíz, constituye un tipo popular, un género fotográfico del xix cuyos antecedentes se remontan a la pintura y el grabado. Mientras España ejerció su influencia sobre Filipinas, la existencia de las mujeres discurrió dentro de los ciclos naturales de la vida. Excepcionalmente, las mujeres encontraron caminos distintos a través de la educación. Pero, con educación o sin ella, la mujer se ocupaba del hogar y de la familia, actividad que compaginaba, en un segundo plano, con las labores del esposo y con pequeños

Wood e hijos Tipo de mujer trabajando el maíz Circa. 1865-1880 Formato carte de visite Biblioteca Nacional, Madrid

trabajos adicionales, como el de lavandera o comerciante, con los que contribuía a la economía familiar. Algunas mujeres accedieron a la escuela, bien por formar parte de las elites, bien a través de las “casas de recogimiento”, donde se formaban niñas de toda condición. En el siglo xix, la mujer filipina mereció incluso más atención que la peninsular, creándose una amplia red de escuelas femeninas. Ya en 1864, poco después de la incorporación de las Hermanas de la Caridad, la Escuela Municipal de Manila, costeada íntegramente con fondos municipales, se encargaba de la enseñanza de niños y niñas. Un buen ejemplo de este esfuerzo educativo lo constituye el álbum presentado por la Escuela Municipal de Manila con motivo de la Exposición General de Filipinas de 1887, que se reproduce junto a estas líneas. El álbum recoge, en una correctísima caligrafía, muestras de los trabajos realizados por niños y niñas de esa escuela. El texto, realizado por la niña Nieves Balmori, retratada en formato carte de visite, según aparece en la parte superior izquierda, constituye un buen ejemplo de lo que era en la época la educación femenina, en la que destacaba el uso del castellano, la alfabetización y el aprendizaje de normas de urbanidad y principios morales católicos. Sin embargo, hasta el siglo xix la vida de la mujer filipina siguió el mismo patrón, que la llevaba de la casa del padre a la del esposo, siempre al cuidado de la familia. De ahí que su educación fuera, en todo caso, encaminada a hacer de ella una esposa hacendosa y culta, sin aspiraciones intelectuales.

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Anónimo Caligrafías Antes de 1887 Hoja de álbum, fotografía formato carte de visite sobre cartón junto a caligrafía 43,5 x 30,3 cm Biblioteca Nacional, Madrid

80  Filipinas y España

Pero, con todo, moderna y acertada o no, la educación femenina en Filipinas y en España fue la misma durante el siglo xix. En un segundo plano, la mujer ayudaba al esposo en sus labores, especializándose en determinados trabajos, como la recolección del cáñamo. Y, en todo caso, cultivaba alguna industria, como el bordado, que le permitía contribuir a la economía familiar. El aprendizaje de estas técnicas solía pasar de madres a hijas, aunque, al menos en España, existen casos en los que se solicitó la instrucción por parte de un experto. Las profesiones de las mujeres eran de variada naturaleza y, en ocasiones, entraban en conflicto con los gremios, donde sólo se aceptaba a los varones, y donde se exigía un examen para obtener la licencia necesaria para ejercer la profesión. Sin embargo, muchas mujeres trabajaron con éxito al margen de los gremios, siéndoles permitida su actividad siempre y cuando demostraran pericia y sus actividades no resultaran negativas para la comunidad. La mujer filipina, mestiza o de sangre pura, mostró sin embargo un fuerte carácter y personalidad, destacando como comerciante o pequeña empresaria además de hacerse cargo del hogar. Al igual que en el caso de la península, y como se puede apreciar en los tipos populares que presentan las fotografías de esta exposición, desarrollaban distintos trabajos, como lavanderas o peinadoras. Pero, y las crónicas de la época son claras al respecto, en Filipinas destacaba la importancia del trabajo femenino fuera del hogar, como

comerciantes o como trabajadoras en las fábricas de tabaco. Los distintos observadores subrayan su profesionalidad, indicando que se prefería a la mujer como interlocutora para cualquier transacción que fuese preciso realizar. En opinión de muchos historiadores, el papel activo de la mujer filipina en la familia y en la sociedad tiene su origen en las culturas prehispánicas de las islas, que los españoles sólo lograron eclipsar parcialmente con la imposición de su cultura. Como en otros países, en Filipinas la mujer también tuvo la opción de optar por el desarrollo personal renunciando a la familia, es decir, ingresando en una orden religiosa. Resulta evidente que el ordenamiento suponía una serie de sacrificios y deberes pero, para muchas mujeres, se convirtió en una opción para llegar a conseguir un mayor desarrollo personal pues, como religiosas, se les permitía una formación amplia, que en ocasiones revertía en la enseñanza infantil. Además, en algunos casos, permitía acceder a puestos de responsabilidad y de poder. La iglesia jugó un papel positivo en la vida de algunas mujeres: tomar los votos fue durante mucho tiempo el único camino posible para las mujeres que desearan alcanzar un mayor desarrollo personal, dando a sus vidas un sentido distinto al tradicional, como el grupo de monjas y novicias del convento dominicano de Santa Catalina. En este periodo ya se advierte la aparición de mujeres distintas, que dejarían su huella en la Historia. Melchora Aquino, por ejemplo, contribuyó a la causa filipina

prestando apoyo logístico y cuidados médicos a los ejércitos de Andrés Bonifacio; por esta razón sería arrestada por la Guardia Civil y deportada a Guam, de donde regresaría años más tarde para morir en su país. La misma esposa de Andrés Bonifacio pasó a ser miembro del Katipunan, cuyo sello y registros se encargó personalmente de proteger. Antes, habían sido muchas ya las mujeres que se habían asociado a la masonería, fundando su propia logia, la Walana; entre ellas se encontraban las hermanas de José Rizal. Águeda Kahagban y Iniquinto, la “Henerala [sic] Águeda”, participó activamente en la guerra contra España, comandando ejércitos incluso en el campo de batalla. Reflejos fotográficos

Las imágenes que se muestran a continuación datan del último tercio del siglo xix. En general, aluden a los modos de vida y a las industrias de las islas, y reflejan la manera en que los peninsulares percibían a los filipinos; en este sentido tuvo enorme importancia la Exposición General de Filipinas celebrada en Madrid en 1887. Algunas de estas imágenes reflejan las distintas labores realizadas por las mujeres filipinas de la época. Algunas eran labores propias de sus hogares, pero otras eran trabajos profesionales, realizados a cambio de una remuneración. Además de los “tipos profesionales”, como las lavanderas, también se reflejan otras labores, como la de comerciante, que se desarrollaba con los excedentes familiares o con los productos de la industria casera.

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Los “tipos”, a los que se ha aludido en el capítulo anterior, fueron imágenes de gran éxito en el siglo xix y, como tales, fueron ávidamente coleccionados. Los tipos filipinos, en concreto, gozaron de gran popularidad en la España de la década de 1870, lo que quedó reflejado en la publicación de muy variadas imágenes de los mismos en conocidas publicaciones, como La ilustración Española y Americana. Si bien hemos tratado ya los “tipos raciales”, es necesario definir ahora los “tipos populares o profesionales”, que, al igual que los anteriores, trataban de mostrar un modelo representativo, aunque en este caso de una cierta actividad o profesión. Generalmente, los tipos guardan una relación estrecha con los “gritos”, imágenes o descripciones de actividades de la vida cotidiana. Pero también estás estrechamente relacionados con las imágenes de trajes, tanto en lo formal como en su contenido, pues es precisamente en el vestido donde se definen también los rasgos de identidad de los pueblos. Todos estos “tipos” y trajes eran observados con curiosidad por las clases burguesas, que veían en estas fotografías “ventanas” a través de las que podían conocer la vida del “otro”, del que era diferente, bien por su clase social o por su origen y, así, conocer el mundo. Son igualmente interesantes las imágenes de la Exposición General de Filipinas, celebrada en Madrid en 1887. A través de las imágenes fotográficas de la firma J. Laurent, el estudio de Fernando Debas y Emilio López de Berges, marqués de Berges, la exposición muestra

instalaciones, grupos étnicos y actividades, sobre todo industrias. Al contrario que en otras exposiciones coetáneas, ninguna de estas fotografías fue comercializada, aunque sí circularon ampliamente en forma de grabados a través de distintas publicaciones. Al margen de las necesarias divisiones étnicas, culturales o religiosas, el grupo de “invitados” a la exposición se podría dividir en representantes étnicos y de las industrias locales, particularmente tejedoras visayas y cigarreras. A esta última categoría pertenecerían casi todas las mujeres de la exposición, a excepción de las parejas musulmanas de Joló y Mindanao y de los pueblos micronésicos, que igualmente formaron parte de la exhibición. La exposición, un proyecto del catalán Víctor Balaguer, que fue presidente del Consejo de Filipinas y Guinea y ministro de ultramar, trataba de dar a conocer las islas en la península, en un intento de acercamiento que pudiera también servir para atraer inversiones e intercambios comerciales entre la metrópoli y su territorio de ultramar. También destaca la idea de desviar la emigración española de América a Filipinas, algo que se percibía como un factor de enorme importancia desde 1885, fecha en la que el dominio de las Carolinas había sido puesto en tela de juicio por Alemania. Asimismo, destaca el papel ideológico del proyecto, también encaminado a promover reformas y a afianzar el sentimiento patriótico español en un momento de declive. Se ha argumentado que la exposición fue tan sólo una muestra de un cambio ideológico en el colonialismo español

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y que trataba de justificar la negativa del gobierno español a hacer de Filipinas una provincia más en el marco del Estado. Sin embargo, en comparación con otras exposiciones de la época, el proyecto prestaba menos atención al espectáculo etnográfico, que, de cualquier modo, se movía dentro de unos parámetros aceptables de dignidad y ética. Por ejemplo, no incluía imágenes que expresaran una inferioridad o subordinación explícitas, como la composición “hombre blanco vestido-indígena desnudo”. El proyecto, por el contrario, tenía como objetivo dar a conocer la industria del país, particularmente a través de su expresión artesanal y artística; algo más relacionada con el asimilacionismo que con la mera explotación colonial moderna. Por todo ello, esta importante exposición, la primera en España dentro de su género, fue un reflejo de la especificidad y singularidad del modelo colonial español, un “colonialismo no colonialista”, en el Pacífico. Finalmente, estas imágenes permiten continuar la reflexión iniciada en el capítulo anterior sobre la cultura del siglo xix, protagonizada por un hombre angustiado ante los profundos cambios que experimenta. Resulta evidente que en muchas de las mujeres filipinas que aparecen representadas se subrayan atributos sexuales,

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como su largo cabello o su desnudez. Especialmente emblemática resulta la imagen de una mujer semidesnuda a orillas del agua, que incluso recuerda la obra postimpresionista de Gauguin. Con relación a este hecho, merece la pena subrayar una vez más que estas imágenes reflejan la mirada del varón sobre la mujer y que la mujer indígena encarna una auténtica fascinación por lo exótico Esta fascinación supone una ruptura con la cultura propia. Inmerso en profundos cambios, el hombre del siglo xix buscaba nuevas fórmulas para la cultura que estaba creando y, en su ruptura del orden establecido, volvía sus ojos no sólo hacia el futuro, sino también hacia el pasado, hacia los orígenes. Sin embargo, es importante destacar que en su mirada hacia lo primitivo, generalmente muy influida por la imagen del “buen salvaje” de Diderot, no hacía más que reinventar lo primitivo, o lo indígena. En su mirada, el “hombre blanco” identificaba al indígena con la “infancia de la Humanidad”, con un estado prístino de sencillez, pureza, bondad, ingenuidad y felicidad absoluta. Al mismo tiempo, los cambios en los que el hombre del siglo xix se veía inmerso le empujaban a tratar de preservar lo que creía presto a desaparecer para siempre: lo indígena y lo popular.

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