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Colección Estudios 145

La Arqueología funeraria desde una perspectiva de género II Jornadas Internacionales de Arqueología y Género en la UAM

Lourdes Prados Torreira (Ed.) Clara López Ruiz y Javier Parra Camacho (Coords.)

Colección Estudios 145

La Arqueología funeraria desde una perspectiva de género II Jornadas Internacionales de Arqueología y Género en la UAM

Lourdes Prados Torreira (Ed.) Clara López Ruiz y Javier Parra Camacho (Coords.)

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© Ediciones UAM, 2012 © Los/as respectivos/as autores/as Ediciones Universidad Autónoma de Madrid Campus de Cantoblanco C/ Einstein, 1 28049 Madrid Tel. 914974233 (Fax 914975169) http://www.uam.es/publicaciones [email protected] ISBN: 978-84-8344-218-0 Diseño y maquetación: Miguel A. Tejedor López Depósito legal: Printed in Spain - Impreso en España

ÍNDICE Prólogo ..........................................................................................................7 Lourdes Prados Torreira Muerte y género en la Prehistoria española...........................................21 Sandra Montón Subías La mujer en el III milenio a. C. a través de las manifestaciones funerarias: un ejemplo en territorio madrileño....................................39 Concepción Blasco Bosqued y Patricia Ríos Mendoza Mujeres e identidad: el cuerpo y su contribución a la construcción de identidades en el mundo argárico.......................55 Eva Alarcón García y Margarita Sánchez Romero El género de los objetos. Variaciones sobre orfebrería argárica........79 Alicia Perea Evocaciones a la maternidad y la lactancia en las ofrendas funerarias del Egipto faraónico................................................................99 Mª José López Grande La muerte visita la casa: mujeres, cuidados y memorias familiares en los rituales funerarios fenicio-púnicos........................123 Ana Delgado Hervás y Meritxell Ferrer Martín Las estelas diademadas, representaciones de jefaturas femeninas en el Bronce Final..................................................................157 Luis Berrocal-Rangel Mujeres en las necrópolis tartesias........................................................179 María Belén La tumba de la Casa del Carpio (Belvís de la Jara, Toledo). Un enterramiento femenino de época orientalizante........................201 Juan Pereira Sieso

The Vix Princess Redux: a retrospective on European Iron Age gender and mortuary studies..................................................................215 Bettina Arnold Si las muertas hablaran… Una aproximación a los contextos funerarios de la Cultura Ibérica.............................................................233 Lourdes Prados Torreira Identidades de género y prácticas sociales en el registro funerario ibérico. La necrópolis de El Cigarralejo..............................257 Carmen Rísquez Cuenca y Antonia García Luque Mujeres y plantas en el imaginario ibérico de la muerte..................277 Isabel Izquierdo Peraile La representación de la muerte en la cerámica ibérica pintada y el universo masculino...........................................................................299 Juan A. Santos Velasco Mujeres, amazonas, tumbas y armas: una aproximación transcultural...............................................................................................317 Fernando Quesada Sanz Gender and funerary practices during the Scandinavian Iron Ages.....................................................................................................365 Liv Helga Dommasnes La infancia en época visigoda: su reflejo en las necrópolis madrileñas..................................................................................................385 Ana Grací Castañeda y Javier Parra Camacho Participantes...............................................................................................411

MUJERES EN LAS NECRÓPOLIS TARTESIAS María Belén1 Universidad de Sevilla Resumen: El colectivo femenino ha recibido escasa atención en los estudios sobre arqueología funeraria prerromana del suroeste peninsular. En este trabajo se comentan datos cuantitativos sobre la presencia física de las mujeres en los cementerios tartesios y se analizan rituales y elementos del equipo fúnebre en tumbas femeninas. Se concluye que pese a las limitaciones de la arqueología y la difícil interpretación de los símbolos en los contextos funerarios, durante los siglos VIII-VI a. C. se puede percibir la imagen social de la mujer, funciones y estatus, a través de indicadores de género. Palabras Clave: Tartessos, arqueología funeraria, demografía, mujer, género. Abstract: The female population has received little attention in studies of pre-Roman funerary archaeology in the southwestern Iberian Peninsula. In this review, we discuss quantitative data on women’s physical presence in Tartesian cemeteries and analyse rituals and female grave items. We conclude that despite the limitations of archaeology and the difficulty to interpret the symbolic in funerary contexts, during the 8th-6th centuries B.C. it is possible to perceive women’s social presence, role and status, through gender indicators. Key Words: Tartessos, funerary archaeology, demography, women, gender. Introducción La invitación a participar en el II Encuentro de Arqueología del Género, ha sido un estímulo para indagar en el mundo de un colectivo reducido a un plano muy secundario en la investigación de las necrópolis tartesias. Las reconstrucciones sociales que se han hecho a partir 1 Correo electrónico: [email protected] 179

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del rico registro arqueológico de las tumbas tartesias de época Orientalizante (siglos VIII-VI a. C.) destacan la preeminencia de los grupos aristocráticos –son indudablemente los más visibles-, y asumen que los enterramientos más ricos eran de los personajes con mayor poder, a los que se designa como jefes, príncipes o reyes, siempre en perspectiva masculina (Aubet, 1984; Ruiz Delgado, 1989; Martín Ruiz, 1996; Torres, 1999; Beba, 2008). A nadie se le ha ocurrido dudar, por ejemplo, de que la rica tumba 17 de La Joya (Huelva), que incluye un carro en su equipo fúnebre (Garrido y Orta, 1978: 63-124), perteneciera a uno de estos prohombres, aunque sabemos que los carros no eran exclusivos de varones ni en el Mediterráneo arcaico (sobre carros en las tumbas femeninas etruscas, vid. Riva, 2011: 137-151), ni en las sociedades principescas del interior del continente (Gleirscher, 2004: 244)2. En cualquier caso, hay un dato al que no se ha prestado atención y es que aún aceptando que se hubiera sepultado en ella un varón, parece que el eminente personaje no estaba solo, porque hay indicios de que la cámara pudo albergar dos enterramientos (Garrido y Orta, 1978: 19 y 64)3. Entra, pues, dentro de lo posible que uno de ellos fuera femenino. Esto permitiría otras lecturas del ajuar funerario y de la presencia en él de objetos asociados con frecuencia, aunque no de forma exclusiva, al mundo de la mujer en otras culturas mediterráneas, como la caja y el espejo, y, sobre todo, nos daría otra imagen de esas aristocracias, pero nunca podremos estar seguros, porque los escasos restos óseos que se encontraron en ésta y las restantes tumbas de La Joya, varias de ellas dobles, son totalmente inespecíficos. Y ahí está la raíz del problema. La falta de estudios osteológicos que permitan la segura determinación del sexo y la edad de la población que se enterró en estas necró2 La más conocida de las sepulturas femeninas con carro es sin duda la de la Dama de Vix (Rolley, 2003). 3 El estado de los escasos restos óseos hallados en la tumba 17 planteó dudas a los autores sobre el ritual de enterramiento, aunque se inclinaron por una “posible cremación”. Tampoco está claro el ritual que se siguió en la tumba 18, en la que se hallaron igualmente elementos de un carro (Ídem: 124 y 127), de ahí que exista cierta confusión al respecto entre los investigadores (cf. Ruiz Mata y Pérez, 1995a: 189; Martín Ruiz, 1996: 11). Torres (1999: 60-61), las clasifica como fosas de cremación, pero alude a “indicios de la posible existencia de enterramientos de inhumación” en ambas.

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polis tartesias, ha sido el principal obstáculo para analizar el registro funerario desde puntos de vista diferentes de los que han marcado el discurso historiográfico tradicional. El problema tiene que ver en parte con los métodos arqueológicos de la época en la que se descubrieron muchas de ellas. Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Jorge Bonsor excavó las necrópolis de la región de Los Alcores sevillanos (Bonsor, 1899)4, y en los años veinte del siglo pasado, esta vez junto con Thouvenot, los túmulos de Setefilla (Lora del Río, Sevilla) (Bonsor y Thouvenot, 1928), pero tampoco ha trascendido mucha información antropológica de las que se han excavado en las últimas décadas, unas ya conocidas con anterioridad y otras descubiertas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Una excepción destacable es el estudio de las inhumaciones del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén) (Torrecillas, 1985), en la frontera nororiental de Tartessos, aunque hay que lamentar que no se especifiquen los fundamentos de sexo, a fin de poder evaluar el grado de fiabilidad del diagnóstico de acuerdo con los parámetros que se utilizan actualmente (Delamard y Mariaud, 2007: 67-68). Y excepcional también es el estudio de las cremaciones de los túmulos A y B de la necrópolis de Setefilla, pues si bien no se ha publicado completo, ha permitido adelantar datos de gran interés sobre aspectos demográficos y ha sido la base de un análisis de los conjuntos funerarios desde perspectivas de género que es un referente pionero en la investigación de la protohistoria meridional (Aubet, 1995; Aubet, Barceló y Delgado, 1996). Algunos datos demográficos se han adelantado también de los últimos trabajos en la Cruz del Negro (Carmona, Sevilla) (Amores y Fernández Cantos, 2000) y en La Angorrilla (Alcalá del Río, Sevilla), el cementerio de la Ilipa tartesia, descubierto y excavado hace pocos años (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007)5, pero de momento es el reciente estudio de la necrópolis de Medellín (Badajoz), en la periferia tartesia, el que nos proporciona la mejor base empírica con la que contrastar el registro funerario de la región nuclear del Bajo Guadalquivir 4 En adelante citaremos la edición traducida al español en 1997. 5 El estudio antropológico ha sido realizado por I. López Flores y fue presentado como trabajo de investigación de 3er ciclo en la Universidad de Sevilla en septiembre de 2009, pero de momento está sin publicar.

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(Almagro-Gorbea, 2008). En cualquier caso, no hay que ignorar que Medellín tiene indudables analogías, pero también diferencias importantes con las necrópolis del Guadalquivir, que, por otra parte, ofrecen una gran variedad, tanto en los rituales, como en la estructura de las tumbas y en la composición de los ajuares (Torres, 1999; Jiménez Flores, 2002). Mujeres en cifras En el túmulo del siglo VII a. C. del Cerrillo Blanco de Porcuna, un círculo funerario de carácter familiar o clánico que albergaba tan solo veinticinco tumbas, una de ellas doble (Torrecillas, 1985; vid. González Navarrete y Arteaga, 1980) y todas de inhumación, las mujeres cuyo sexo se ha podido determinar suponen un 35% del total de la población enterrada, casi el mismo porcentaje que los hombres, y el 44% en la muestra de los individuos de sexo conocido6 (gráfico 1). La alta proporción de enterramientos infantiles (23%), contrasta con el porcentaje mucho más bajo, y sin duda irreal, de niños en el resto de los cementerios de la época. En cuanto a la edad de muerte, la mortalidad más alta entre los adultos se produce en el tramo de los veinte y cuarenta años, tanto en varones como en mujeres. En la necrópolis de Medellín, por el contrario, todos los enterramientos son de cremación y se fechan entre 675-425 a. C. El estudio del profesor Almagro-Gorbea incluye un extenso y detallado análisis demográfico del que sintetizamos algunos datos (Almagro-Gorbea, 2008: 907-936). En una muestra de ciento setenta y dos tumbas, hay ciento sesenta y tres adultos y tan solo nueve niños, que suponen en torno al 5%. La proporción de hombres y mujeres en el total es del 44% y 40% respectivamente, y del 52,41% y 47,58% si solo se consideran los ciento cuarenta y cinco adultos de sexo específico, de los cuales setenta y seis son hombres y sesenta y nueve mujeres (gráfico 2). 6 Los cálculos están basados en Torrecillas (1985: 107) donde en un cuadro-resumen, se recoge el número de tumba, sexo, edad y ajuar de los veinticuatro enterramientos individuales. Según esta relación, de los dieciocho individuos de sexo conocido, nueve son masculinos (T. 1, 2, 3, 12, 14, 17, 19, 21 y 22) y nueve femeninos (T. 5, 6, 7, 8, 9, 11, 13, 20 y 24), pero una de estas tumbas (nº 6) se describe como infantil en otro lugar (Ídem: 54).

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Gráfico 1. Distribución porcentual de la población inhumada en el túmulo del Cerrillo Blanco (Porcuna) (A partir de Torrecillas, 1985).

Gráfico 2. Distribución porcentual de la población en la necrópolis de Medellín (Badajoz) (A partir de Almagro-Gorbea, 2008).

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La esperanza de vida al nacer para esta población era de treinta y seis años, pero los hombres superaban esa media (cuarenta y dos) y las mujeres estaban por debajo (treinta y cinco). Hasta los veinte años, era similar para los dos sexos, pero a partir de ahí la esperanza de vida de las mujeres se reducía un 20% y un 40% desde los cuarenta años. Había una fortísima mortalidad femenina (75%), más del doble que la masculina (menos del 35%), entre los quince y los cuarenta años, coincidiendo con la edad fértil de la mujer. Las causas deben relacionarse, sobre todo, con la reproducción y una tasa de embarazos alta que hacía que se multiplicaran los problemas derivados de la gestación y de los partos. En cuanto a Setefilla, los datos publicados son parciales y están basados sobre los ciento trece enterramientos de los Túmulos A y B (VIII-VII a. C.), que podrían representar, según cálculos de Aubet (1995: 401), un 14% del total de la población sepultada en la necrópolis. Los porcentajes de determinación de sexo se refieren a los casos en los que se ha podido precisar la edad, que son cuarenta y ocho (74%) en el túmulo A y treinta y cuatro (90%) en el B, pero no se dan datos concretos sobre cómo se distribuyen esos porcentajes. En un primer avance (Ídem: 404), la autora habla de un claro desequilibrio a favor de los varones, pero en un trabajo poco posterior, se indica que hay la misma proporción de hombres y mujeres en los dos círculos funerarios (Aubet, Barceló y Delgado, 1996: 147). La esperanza de vida se calcula en veintiséis años para el túmulo A y veintitrés para el B –veinticuatro es el promedio-, pero como en Medellín es sensiblemente mayor para hombres (treinta y tres) que para mujeres (veintidós) (Ídem: 147 y 148; cf. Aubet, 1995: 402). El alto porcentaje (20%) de mujeres jóvenes ha hecho pensar que en su muerte pudieron coincidir problemas relacionados con la reproducción y el esfuerzo físico del trabajo que sobrellevaban. De los ciento trece individuos de la muestra solo cinco llegaron a la edad madura y entre ellos solo había una mujer (Aubet, Barceló y Delgado, 1996: 148). Los datos antropológicos que se han adelantado de las ciento doce tumbas excavadas en los años noventa en la Cruz del Negro, con fechas de entre fines del siglo VIII y primera mitad del IV a. C., aportan una información de carácter muy general en la que no se cuantifi-

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can los enterramientos por sexos y grupos de edad. Junto a la escasa representación de individuos infantiles, se señala que la esperanza de vida para ambos sexos se sitúa en torno a los veinticinco años (Amores y Fernández Canto, 2000: 163). Finalmente, en La Angorrilla se han excavado sesenta y ocho tumbas (siglos IX-VII a. C.) de las que cincuenta y seis (83%) son inhumaciones depositadas en fosas simples, con brazos y piernas flexionados e, incluso, en posición fetal, y doce (17%) son cremaciones, once primarias y una secundaria en urna de tipo Cruz Negro. De acuerdo con la muestra de individuos adultos de sexo conocido los varones representan el 49% frente al 51% de féminas. El número de adultos muertos entre los dieciocho y cuarenta años es ligeramente superior (29%) al de los fallecidos en el tramo de los cuarenta y sesenta (27%), si bien hay un alto porcentaje (26%) de adultos cuya edad no se ha podido determinar. Como la de Setefilla, era una población de baja estatura, pero la media de los hombres (1,65 cm) superaba en unos diez centímetros la estatura de las mujeres (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007: 86, fig. 12). Identidades femeninas Tenemos poca información sobre la organización del espacio y el sitio destinado a las mujeres en las necrópolis tartesias. En Cerrillo Blanco el espacio funerario se organiza en torno a una tumba doble que ocupa una posición periférica en el círculo funerario. Aunque no hay datos antropológicos sobre estos dos enterramientos, se interpreta que son una pareja -hombre y mujer- de antepasados, ancestros de un clan o linaje, a los que se vincula una nueva estructura social que está en el origen de las aristocracias clientelares ibéricas (Molinos y Ruiz, 2007: 122-125). El resto de las tumbas se agrupa a cierta distancia; en primera línea cuatro hombres, un niño y una mujer de entre veinte y cuarenta años enterrada en postura fetal, como los personajes de la tumba principal. Los restantes enterramientos femeninos se distribuyen por la periferia del espacio sepulcral (Torrecillas, 1985: 31) (figura 1). También en el túmulo A de Setefilla, las tumbas que ocupan el centro del círculo funerario corresponden a varones, y en concreto, a los que a juzgar por los ajuares gestionaban la riqueza del grupo y

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controlaban los intercambios comerciales. En los datos publicados no se indica qué sepulturas en concreto son femeninas y cuáles masculinas, aunque por los datos que se ofrecen en el estudio de los ajuares (Aubet, Barceló y Delgado, 1996: 148-150), podríamos deducir que son mujeres al menos las enterradas en las tumbas 9, 14, 21, 41, 12 y 52 del túmulo A, situadas las cuatro primeras en la periferia del círculo y las dos últimas en posiciones intermedias (cf. Aubet, 1975: fig. 4).

Figura 1. Organización del espacio en el túmulo del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén) (A partir de González Navarrete y Arteaga, 1980: fig. 3).

En cuanto a los ajuares, en Cerrillo Blanco y en Medellín el porcentaje de tumbas femeninas con ajuares es mayor que las masculinas y son, en general, algo más ricas. En la primera tienen ajuar cinco de ocho tumbas femeninas7 y solo tres de las nueve masculinas8. Son indicadores femeninos los broches de cinturón de bronce, con dos y tres garfios. Normalmente, se incluye un ejemplar, y no siempre completo, como ocurre en la tumba 7, pero la única sepultura femenina del grupo próximo al enterramiento principal tenía dos, ambos de dos garfios. Sin embargo, este hecho no se corrobora en otras necrópolis 7 Las números 5, 7, 9, 11 y 20. 8 Números 12, 14 y 19.

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tartesias, como en Setefilla, donde los broches se depositaron en tumbas de adultos de ambos sexos y de niños (Aubet, 1995: 404).

Figura 2. Tumba femenina 86G/29A de la necrópolis de Medellín (Badajoz) (Almagro-Gorbea, 2008: fig. 404).

En Medellín los ajuares son relativamente homogéneos y, en general, modestos, pero de las cinco tumbas más ricas, cuatro son femeninas (vid. Almagro-Gorbea, 2008: 936-948)9. En cuanto a la composición de los ajuares, no hay una oposición clara femenino-masculino, aunque algunos elementos sí parecen indicativos de género. Los broches de cinturón de dos o más garfios, que son los más antiguos, se encuentran solo en tumbas de mujeres, pero los tipos más recientes se dan indistintamente en enterramientos masculinos y femeninos, igual que los cuchillos y algunos elementos de adorno. Sin embargo, como en Setefilla (Aubet, Barceló y Delgado, 1996: 149-159), son exclusivamente femeninos los vasos caliciformes a torno y los brazaletes de 9 Para evitar la reiteración de citas en los datos que reseñamos.

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bronce, con una única excepción (figura 2). Junto a los signos de género, que no son muchos ciertamente, hay elementos en los ajuares de Medellín que podrían tener carácter de indicador étnico, expresivo de la pertenencia de algunas mujeres a grupos externos a la población autóctona. Es el caso del medallón circular de plata de la tumba 86G/30 (650-625 a. C.), un icono religioso muy del gusto de las comunidades semitas en ultramar, que hace pensar en la posible ascendencia fenicia de la mujer de veinticinco-treinta años enterrada en ella (AlmagroGorbea, 2008: 967 y fig. 413). Con frecuencia, más que distinguirlas de otros grupos de edad y sexo, los indicadores de género destacan la riqueza y el estatus de los sectores sociales a los que pertenecían las féminas enterradas. La tumba 85B/36 de Medellín (650-625 a. C.) contenía cuatro exclusivos peines de marfil, decorados con iconografías religiosas orientales, divinidades y paraísos míticos, que permiten adscribirla a la elite local, algo que no se podría intuir a partir de la modesta estructura que alberga la urna con los restos (Almagro-Gorbea, 2008: 179-181, 944 y 971)10. En la 382 de La Angorrilla, la única cremación secundaria de las doce documentadas en la necrópolis, el ajuar incluía un envase de alabastro, objetos de marfil y un carcaj con treinta y siete flechas de hierro y de bronce (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007: 69-92)11 (figura 3) cuyo paralelo más conocido está en la tumba principesca masculina de Hochdorf (Biel, 2004: 436)12, en el área de la Cultura de Hallsttat. La pieza de La Angorrilla es un ejemplo de que algunas mujeres compartían con los varones símbolos de rango y poder social.

10 En la que el autor sugiere que los peines, o mejor dicho peinas, podrían ser exclusivas de las tumbas femeninas. 11 El dato fue comentado por Fernández Flores y Rodríguez Azogue en la ponencia que presentaron al Congreso Ilipa Antiqua. De la Prehistoria a la Época Romana. I Congreso de Historia de Alcalá del Río, celebrado en dicha ciudad del 22-24 de noviembre de 2006. En el texto publicado en las actas, no se alude a este hallazgo, pero sí lo recoge un rótulo que lo identifica entre los objetos que componían el “Ajuar de la tumba de incineración 382” (Ídem: lám. III). 12 La supuesta aljaba de la tumba 17 de La Joya (Garrido y Orta, 1978: 85-86), ha sido identificada por Jiménez Ávila (2002: fig. 166) como parte de la lanza del carro.

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Figura 3. Necrópolis de La Angorrilla, Tumba 382. 1: Urna con restos quemados. 2: Ungüentario de alabastro. 3: Carcaj con puntas de flecha. 4: Piezas de bronce y marfil (a partir de Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007: lám. III).

El Túmulo de Alcantarilla (VII a. C.), próximo al núcleo urbano de Carmona, cubría un sepulcro individual de cremación excavado por Bonsor a fines del XIX (Bonsor, 1997: 41-44; Sánchez-Andréu, 1994: 197-206; Beba, 208: 182-183). No hay datos antropológicos, pero hay indicios que apuntan a que era una tumba femenina. Por un lado, los restos de tejido, en parte plisados y en parte lisos, que los especialistas interpretan como de una fina túnica de mujer hecha con tejido importado de Oriente (Alfaro, 1984: 144-146, láms. XXIX-XXXII). El hecho de que los pliegues no sigan el sentido de los hilos de la urdimbre puede resultar extraño si se piensa en túnicas con plisado vertical, como la de la figura femenina que vio Bonsor en un marfil de la misma tumba

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(Aubet, 1980: lám. XI), pero ahora sabemos que hay otras posibilidades. Una estatuilla fragmentada que se encontró precisamente en Carmona hace unos años (Belén y García Morillo, 2006), viste una túnica que por sus paralelos podría tener un lado liso y el otro con pliegues horizontales, separados por una banda central cosida sobre la tela (cf. Alfaro, 1984: 145, nº 118; y 146, nº 123). Por otra parte, el ajuar de la tumba incluye una exclusiva pieza comúnmente interpretada como paleta de ungüentos, la de mayor tamaño y más rica en su género (AlmagroGorbea, 2008: 408), y una especie de punzón, ambos tallados en marfil (Aubet, 1980: 39-46). Este último está incompleto y los fragmentos que se conservan suman algo más de catorce centímetros de longitud (Ídem: 43, lám. XIII, B). Podría ser un elemento relacionado con la actividad textil, quizás un huso, pues los hay que no exceden de quince centímetros (Alfaro, 1984: 73-81). De ser así, la presencia de este objeto podría entenderse como un signo de clase. Hilar y tejer eran actividades con un carácter marcadamente femenino en el mundo antiguo13, no solo como trabajo servil o de mujeres de nivel social inferior, sino como dedicación aristocrática, por lo que dejan entrever la literatura épica14 y la arqueología (Terzan, 2004: 221-223; vid. Riva, 2011: 114-117). Otros posibles elementos relacionados con actividades textiles encontramos en el Túmulo H de Setefilla (VI a. C.), una cámara de construcción sólida, ya expoliada cuando Bonsor y Thouvenot la excavaron en los años veinte del siglo pasado. La ausencia de evidencias de cremación (restos óseos, urnas) los llevó a concluir que debió ser una tumba de inhumación, sin entrar en más detalles (Bonsor y Thouvenot, 1928: 23). En un trabajo ya clásico sobre la aristocracia tartesia, Aubet 13 En el mundo etrusco, por ejemplo, la presencia de elementos relacionados con la actividad textil en tumbas femeninas está bien documentada desde época villanoviana (Bartoloni, 1989: 36, 41, 42-44; Riva, 2011: 110-117). El mismo hecho se ha comprobado en las tumbas de la Edad del Hierro de Atenas (Strömberg, 1998), pero las necrópolis ibéricas peninsulares ofrecen excepciones al respecto (cf. Rafel, 2007: 133 y 135). 14 Cuando Penélope tercia en la polémica del certamen del arco, Telémaco le dice: madre (…) tú vuelve a tus salas y atiende a tus propias labores, a la rueca, al telar, y, asimismo, a tus siervas ordena que al trabajo se den; lo del arco compete a los hombres y entre todos a mí, pues que tengo el poder en la casa (Odisea XXI, 344 y 350-353. Traducción de J. M. Pabón, Gredos, Madrid, 1998). En los mismos términos se dirige Héctor a Andrómaca en Ilíada VI, 490-493.

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(1984: 448) habla de una inhumación, mientras que otros autores dan a entender que pudieron ser más de una (Aubet, Barceló y Delgado, 1996: 146; Martín Ruiz, 1996: 9)15. Lo único que nos parece seguro es que había al menos una mujer a juzgar por el ajuar, que comprendía joyas y otras pertenencias de carácter femenino: una arracada de oro, como las de la supuesta y controvertida tumba femenina de La Aliseda, un colgante de oro con esmalte azul, cuentas de ámbar, un estuche porta amuletos, una caja con cantoneras y adornos de marfil, como las halladas en Cancho Roano, en Huelva y en una tumba de la necrópolis de Bencarrón (cf. Torres, 2002: 256-257)16, y, posiblemente, un huso y una fusayola (Bonsor y Thouvenot, 1928: 25, figs. 16.1 y 37.3), que vendrían a corroborar una vez más, que como en otras sociedades mediterráneas, las mujeres tartesias de alto estatus no eran ajenas a las labores domésticas y a la gestión económica de su casa (figura 4). A través del registro funerario percibimos también a la mujer como madre17 y como cónyuge, las dos facetas más representativas de la identidad femenina en las sociedades del pasado. En Medellín, los restos de seis de los nueve individuos infantiles registrados, están junto con los de un adulto, siempre femenino, dejando claro los vínculos consanguíneos, afectivos y sociales que los unían (Almagro-Gorbea, 2008: 964) (figura 5). Hay también restos quemados de un adulto y un niño de más de siete años en una tumba de la necrópolis de Los Rabadanes, en las Cabezas de San Juan (Sevilla), fechada en la primera mitad del siglo VIII a. C. (Escacena y Pellicer, 2007: 98-100, fig. 4). El examen osteológico no ha podido determinar el sexo de ninguno de los dos18, pero los datos contrastados en Medellín y la presencia de un brazalete en el ajuar de la sepultura, nos llevan a pensar en un adulto femenino. Lo mismo podemos decir de una cremación doble de adul15 En Aubet, Barceló y Delgado se habla de dos inhumaciones y para Martín Ruiz “contuvo inhumaciones”. 16 En Bencarrón la caja de marfil se usó como urna de una cremación probablemente femenina, cuyo ajuar incluía dos broches de cinturón y un brazalete (Maier, 1996: 163, fig. 9). 17 Sobre la maternidad en el ámbito funerario ibérico, vid. Rísquez y García Luque, 2007: 146-154. 18 Agradezco la información al profesor Escacena Carrasco, compañero en el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla.

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Figura 4. Túmulo H de Setefilla: fragmentos de una caja de marfil semejante a la de Cancho Roano (en recuadro) y posibles elementos textiles (números 19-20) (y partir de Beba, 2008: fig. 73).

to y niño enterrados en la tumba 24 de la necrópolis de Las Cumbres, el cementerio de la colonia fenicia del Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata y Pérez, 1995b: 119). En este caso se utilizaron dos urnas diferentes, una para los restos y otra para el ajuar. Algunos detalles del ritual han llevado a pensar que la tumba pertenecía a fenicios enterrados en el espacio funerario de un grupo local. Es sin duda un dato interesante que pondría en evidencia una estrecha relación personal entre autóctonos y extranjeros, así como la más que probable existencia de uniones mixtas, esperables, por otra parte, en sitios donde convivían grupos de distinto origen étnico. Como atinadamente señala Sánchez Andréu (1994: 289-290), la falta de estudios antropológicos impide saber si había restos de niños en las numerosas tumbas de cremación excavadas por Bonsor en la región de Los Alcores. Aunque tampoco es seguro, podemos suponer que las inhu-

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Figura 5. Urnas (1-2) y ajuares de mujer y niño (tumba 86D4) de la necrópolis de Medellín (Badajoz) (Almagro-Gorbea, 2008: fig. 339).

maciones infantiles que el arqueólogo anglo-francés exhumó en la Cruz del Negro, yacían junto a sus madres cuyos restos quemados se depositaron en urnas (figura 6) (Maier, 1992: 104-105 y 111). A tenor de la información facilitada por un testigo del hallazgo y posterior expolio en 1978, un niño habría sido inhumado junto a un adulto en una fosa de la necrópolis tumular de Ranilla (Carmona). Como elemento más destacado del ajuar, se cita una “diadema metálica” que probablemente era un aderezo femenino. Por la posición del pequeño a la altura de la cadera del adulto, se ha sugerido que podría ser un nonato (Sánchez Andréu, 1994: 289). Aparte de los ejemplos problemáticos de La Joya mencionados al comienzo de estas notas, documentamos otros enterramientos dobles de adultos en la misma tumba. Hay cremaciones en Medellín, aunque pocas, que corresponden con seguridad a un hombre y a una mujer (Almagro-Gorbea, 2008: 965) y las hay también probablemente en el túmulo B de Setefilla (Aubet, 1995: 402). Mujeres inhumadas junto a urnas con restos quemados, supuestamente de varón, documentó Bonsor en la Cruz del Negro (por ejemplo, Maier, 1992: 105 (Tumba 34); Ídem,

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1999: 108), pero sorprende, sobre todo, que sean dobles muchas de las sepulturas aristocráticas. En el túmulo G del Acebuchal (siglo VI a. C.) fue la diferente estatura de los dos inhumados en la cámara (figura 7), lo que llevó a Bonsor (1999: 23) a suponer que eran hombre y mujer, pero el ajuar, es poco expresivo a ese respecto. El huevo de avestruz es un elemento de connotaciones escatológicas y estaba situado entre los dos cadáveres. El resto son complementos de la indumentaria indicativos de estatus, una fíbula de plata, dos cinturones de bronce con adornos de oro, perlas y restos de tejido del mismo metal. Uno de los broches es de modelo jonio y en Medellín este tipo se asocia mayoritariamente a enterramientos masculinos (Almagro-Gorbea, 2008: 971). Por el contrario, en dicha necrópolis extremeña las fíbulas se documentan tanto en enterramientos masculinos como femeninos (Ídem: 972). Pero la tumba del Acebuchal no es el único ejemplo de sepultura rica doble. Al principio aludía de forma un poco provocativa a la regia tumba 17 de La Joya, pero también son dobles y principescas la 9 y la 18 del mismo cementerio y tampoco han sido objeto de análisis en perspectiva de género, seguramente porque los datos antropológicos son confusos.

Figura 6. Cruz del Negro (Carmona, Sevilla), tumbas 31 y 33. Inhumaciones infantiles junto a cremaciones de adultos (a partir de Maier, 1992: 104-105 y Monteagudo, 1953: figs. 3 y 4).

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Figura 7. Tumba y ajuar del Túmulo G de El Acebuchal (a partir de Beba, 2008: figs. 61-62).

Como decía páginas atrás, las tumbas “de pareja” se consideran representativas de una estructura social en evolución hacia el sistema de clientelas, pero no hay estudios antropológicos que garanticen que los individuos enterrados en ellas fueran de sexo diferente, ni sabemos si se trata de enterramientos simultáneos o sucesivos, lo cual es

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importante de cara a la interpretación. Y aún aceptando que fueran hombre y mujer caben otras lecturas. No habría que perder de vista, por ejemplo, la posible existencia de sacrificios de mujeres en estas sepulturas más ostentosas. Es una práctica conocida en el mundo oriental, en el Egeo sobre todo, a través de la arqueología y de documentos literarios, aunque se discute si las mujeres sacrificadas eran las concubinas, esclavas o esposas legales de los varones con los que conformes o no se fueron al otro mundo (Ruiz-Gálvez, 2007). Quedan, pues, muchos temas por investigar en las necrópolis tartesias. De momento el análisis del registro funerario nos ha permitido cuantificar la presencia física de la mujer y aproximarnos a su imagen social. Pese a las limitaciones de la arqueología y a la difícil interpretación de los contextos funerarios (entre otros, Delamard y Mariaud, 2007; Testart, 2007; Boissinot, 2008), pensamos que algunos aspectos de la condición femenina y de los roles sociales de la mujer, su papel en la continuidad y estabilidad del grupo familiar, en las tareas domésticas, incluso la exhibición de prerrogativas de poder más frecuentes en la esfera del varón, múltiples identidades femeninas en definitiva, se expresan en las tumbas tartesias a través de indicadores de género, aunque no siempre de la misma forma en los distintos contextos analizados. Referencias Bibliográficas ALFARO, C. (1984): Tejido y cestería en la Península Ibérica. Historia de su técnica e industrias desde la Prehistoria hasta la Romanización, Bibliotheca Praehistorica Hispana, XXI, CSIC, Madrid. ALMAGRO-GORBEA, M. (dir.) (2008): La necrópolis de Medellín, Real Academia de la Historia, Madrid. AMORES, F., FERNÁNDEZ CANTOS, A. (2000): “La necrópolis de la Cruz del Negro (Carmona, Sevilla)”, en Aranegui, C. (ed.), Argantonio, rey de Tartessos, Fundación El Monte, Sevilla: 157-163. AUBET, Mª. E. (1975): La necrópolis de Setefilla en Lora del Río, Sevilla, CSIC, Barcelona. AUBET, Mª. E. (1980): Marfiles fenicios del bajo Guadalquivir II. Acebuchal y Alcantarilla, Universidad de Valladolid, Valladolid.

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