Mujer y Poder

September 1, 2017 | Autor: Bri Allard | Categoría: Feminismo Latinoamericano
Share Embed


Descripción



Briseida Allard O. MUJER Y PODER Escritos de sociología  política



La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Panamá ([email protected])  El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.

2

ÍNDICE

PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN

3

1. GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER

4

2. UTOPÍA vs CIENCIA. LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA

8

3. PARTIDOS POLÍTICOS... O LAS TRAMPAS DEL SEXO

14

4. DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO

26

5. MUJERES EN ARMAS. LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON BAYONETAS

30

6. EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO. LAS MUJERES Y EL CONFLICTO DE CLASE

34

7. EL SUEÑO CONTINÚA. LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA

37

8. CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER

39

9. OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA. MUJERES Y FAMILIAS EN PANAMÁ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DEL 20 DE DICIEMBRE DE 1989 42 10. CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA

47

11. LOS „VERSOS SATÁNICOS‟ DE TASLIMA NASREEN

54

12. MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN

57

13. NACER POR CONTRATO. ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA PRIVADA? 60

2

3

INTRODUCCIÓN

Este libro reúne un conjunto de trabajos escritos entre los años 1987 y 1996. Tiempo de cambios implacables y rotundos, los escritos tienen en común el propósito de pensar la sociología política con una perspectiva de género. Un propósito a todas luces inacabado. Y es que –sin querer disculpar los no pocos yerros en que pude incurrirtratar de hacer visible a la mujer en las ciencias de la política implica recorrer un arduo y espinoso proceso de resocialización académica. Es casi volver a aprender. Urge revalorar, replantear temas, problemas, conceptos, historia, métodos y técnicas, dispositivos del saber legitimados por siglos de actividad intelectual y práctica en la política. Pero, sobre todo, requiere dudar, dudar mucho. Buscarle la quinta pata al gato ¡Y de verdad que la encuentra una! El resultado inmediato de este cuestionamiento es la conciencia de que construir objetos de estudio teniendo al género como perspectiva, significa (tener el valor de) rescatar hechos, actividades, palabras, protagonistas, signos, “debajo de una montaña de perros muertos” en que los ha colocado el conocimiento científico oficial. Tener valor porque han sido, por tiempos inmemoriales, objetos indignos de estudio. La teoría feminista ha comprobado que precisamente son estos temas los que nos ayudan a entender cómo en cada sociedad la jerarquía de los objetos de estudio, las estrategias del prestigio científico pueden ser cómplices del orden social patriarcal, en la medida en que tales jerarquías y estrategias dividen la vida social en dos esferas separadas entre sí, una pública, relacionada con el Estado y la economía e identificada con todo lo que es político y, por tanto, objeto de reflexión y normativización; y otra privada, relacionada con la vida doméstica, familiar y sexual, e identificada con lo personal y como algo ajeno a la reflexión política. Hace tiempo muchas mujeres en todas partes han dedicado largos años y esfuerzos en la construcción de una alternativa cognoscitiva que permita hacer aparecer a las mujeres y su cotidianidad, en una idea de lo político como interrelación de la vida individual y colectiva. Buena parte de los frutos de esos trabajos se encuentra en las páginas que siguen. Qué duda queda de que todavía hay mucho terreno por roturar e instrumentos que adecuar. Por ahora, sin embargo, las distintas facetas escogidas para plantear nuestros puntos de vista muestran, al final, un saldo negativo en la relación de intercambio entre mujer y poder. Cuestión nada satisfactoria esto de ser las víctimas en todas las historias que abordamos. Lamentablemente, siguen dominando ellos y aún no se vislumbra otro pacto de género que revierta tal situación. Por lo que todavía en este campo de las prácticas humanas denunciar sigue siendo una estrategia válida en la larga marcha contra esta discriminación secular. Dedico este libro a mi madre y a las mujeres de mi familia, así como a mis amigas, especialmente a Urania Ungo y Ángela Alvarado, quienes me han permitido compartir sus sueños y quehaceres por una sociedad más igualitaria.

3

4 GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER

Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió. Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores. Génesis, III, 6-7

Los textos políticos especializados tradicionales parten del supuesto de que la política ha sido y es una actividad propia del ser humano en general, a pesar de que las evidencias en sentido contrario son irrefutables. En realidad, muy poco tiempo ha transcurrido desde cuando se generalizaron en el mundo occidental las primeras fisuras en el sistema político caracterizado por el monopolio masculino de la dirección y de la representación políticas. En general, estas rupturas han sido pensadas y cuestionadas con las palabras, los principios y las actividades tradicionales de la política; palabras y praxis que, como bien señala Rossana Rossanda, “las han pensado los hombres y, en general, son de ellos”1. En el afán de comprender las razones de ese singular itinerario por el que las mujeres han sido excluidas durante milenios del gobierno de los asuntos públicos en nuestra civilización, la crítica feminista desafió las fronteras de lo público y las instituciones de la política mostrándonos en toda su complejidad la insuficiencia del supuesto antes señalado. Siendo una de las cuestiones permanentes en el campo de las disciplinas humanas la que se refiere a la naturaleza de la política, el feminismo contemporáneo, repensando la política y las formas de ejercerla, ha puesto de manifiesto la ausencia conceptual, teórica, política, simbólica y programática de las mujeres. Así, para determinar la subordinación de las mujeres en el mundo público el feminismo combinó la crítica a las instituciones del Estado y la necesidad de develar las relaciones de poder que se tejen en la esfera privada. Esta nueva mirada a los asuntos políticos tiene lugar sólo después que el trabajo académico de Gayle Rubin aportó al análisis social la conceptualización ligada al sistema sexo/género, esto es, el conjunto de arreglos por los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos culturales que reproducen un orden social desigual, estructurado en asimétricas esferas masculinas y femenina.2 1

Las otras, GEDISA, Barcelona, 1982, p.72. Rubin citada por Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría „género‟”, en Estudios sobre la Mujer: problemas teóricos, Revista Nueva Antropología # 30, noviembre 1986, México, p. 191. Cf. Urania Ungo M., “Del feminismo al enfoque de género” en Revista Fem, # 124, junio 1993. 2

4

5

Por un conocimiento comprometido ¿Qué aporta de nuevo la categoría género en el análisis de la sociedad y la política? ¿Cuál es la modalidad que introduce en el análisis socio-político la diferencia entre los sexos? En principio, lo que básicamente aporta es una nueva manera de plantearse viejos problemas modificando profundamente las líneas de búsqueda. Los interrogantes nuevos que surgen y las interpretaciones diferentes que se generan no sólo ponen en cuestión muchos de los postulados sobre el origen de la desigualdad social y de sus modalidades actuales, sino que replantean la forma de entender o visualizar asuntos fundamentales de la organización social, de la economía y la política. Permite ver cómo los aspectos socioculturales y psicológicos, constituidos mediante procesos sociales individuales de larga duración, se entremezclan con factores materiales y simbólicos que se gestan en lo cotidiano y generan formas específicas de subordinación y resistencia femeninas. De aquí que la crítica feminista de las ciencias humanas aliente el rechazo de todas las perspectivas analíticas que tiendan a privilegiar las „presencias altas‟ y deje sin explorar las latencias, esto es, gran parte de los aspectos cotidianos y normales de la llamada estática social, aquella que Otto von Hintze definió como zócalo de la historia3. Esto último ha sido, precisamente, uno de los grandes aportes del movimiento feminista, intentar “edificar progresivamente un saber estratégico” analizando la “especificidad de los mecanismos de poder, reparando en los enlaces, las extensiones”4 , haciendo énfasis a la vez en la importancia de entender los matices que asumen la subordinación y las alternativas de cambio que se vislumbran como parte de un mismo proceso en el cual las mujeres pueden fortalecer o cuestionar su condición discriminada y devaluada. Concretamente, la teoría política feminista, puede considerarse, como ha señalado Carme Castells, “un pensamiento y una práctica plural que engloba percepciones diferentes, distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación derivadas en todos los casos de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en la sociedad. De ahí que pueda decirse que en el feminismo se mezclan dimensiones diferentes –teórico-analítica, práctica, normativo-prescriptiva, política, etc.- que producen pensamiento y práctica”5 De esta manera, se entiende la resistencia femenina como respuestas de mujeres que rompen con una victimización obediente y se convierten en sujetos portadores de cambios, aunque esas manifestaciones de resistencia partan de personas que no han

3

Gabriela Bonacchi, “Del homo-faber a los sujetos “improductivos”. La crítica feminista al absolutismo del marxismo occidental”, en Julio Labastida (coord..), Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 132. 4 Michel Foucault citado por Jorge A. Mora, “Problemas metodológicos para el estudio de las políticas públicas”, en Oscar Fernández (comp.), Sociología. Teorías y Métodos, EDUCA, Centroamérica, 1989, p. 15. 5 C. Castells, (compiladora): Introducción a VV AA: Perspectivas feministas en teoría política, Paidos, Buenos Aires, 1996, p. 10.

5

6 logrado un cuestionamiento de la raíz de los papeles femeninos concebidos como naturales6. Es así como el feminismo –¿o es más correcto hablar en plural tratándose de un movimiento heterogéneo que abarca un amplio abanico de orientaciones?- trata de develar la falta de inocencia de los lugares presuntamente inocuos. Por ello, el discurso feminista sobre la política no sólo incorpora los temas tradicionales de la desigualdad, la pobreza, la justicia, la seguridad, entre otros, sino que los enlaza con la problemática de la sexualidad, el cambio cultural, la subjetividad, el trabajo doméstico, la violencia. Sólo la perspectiva de género permite capturar esta complejidad.7 Esta perspectiva necesariamente ha tenido que resolver problemas metodológicos y teóricos, que provienen de los sesgos y lagunas que provocó la llamada invisibilidad de las mujeres en las ciencias sociales y políticas. Esta situación ha implicado, entre otras cosas, desarrollar nuevos conceptos y métodos de análisis. La tarea no ha sido fácil. De ahí que, la relación entre metodología y tema seleccionado sea pluridireccional –y a veces hasta caótica- en la investigación feminista. Con palabras de Gabriella Bonacchi: “en este terreno se han colocado interrogantes como las siguientes: ¿debe este tipo de investigación elaborar métodos científicos completamente nuevos, o bien es posible aplicar, en el ámbito de una teoría feminista, los métodos científicos tradicionales? Además, ¿impone una teoría tal el abandono, por ejemplo, de un tipo de estudio como el empírico (...) y su sustitución por un método exclusivamente biográfico? o ¿es verdaderamente la reflexión sobre la opresión femenina y la tentativa de traducir esta reflexión a la lucha política lo único que puede legitimarse como búsqueda feminista?”8 Si bien todavía es muy pronto para afirmar que el uso de la categoría género modificará sustancialmente el tipo de investigación y reflexión política, lo cierto es que esta perspectiva de análisis forma parte ya de la historia contemporánea de la revolución más larga, como ha sido llamada la lucha de las mujeres. Rayna Reiter lo expresó así: Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx, Weber, Freud o Levi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación... A lo que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso y conscientemente más colectivo. Porque aún somos hijas de los patriarcas de nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un movimiento de mujeres que lucha por definir nuevas formas de proceso social en la investigación y en la acción”. Un trabajo de investigación más recíproco y comprometido que servirá “para apoyar e informar a un contexto social desde el cual se procederá a desmantelar las estructuras de la desigualdad”9. 6

Orlandina de Oliveira y Liliana Gómez, “Subordinación y Resistencia Femeninas. Notas de lectura”, en O. de Oliveira (coord..), Trabajo, Poder y Sexualidad, El Colegio de México, 1985, pp. 44-45. 7 Con esta perspectiva ahora podemos entender la famosa expresión de Tales de Mileto: “Hay tres cosas por las que doy gracias al destino; en primer lugar, haber nacido hombre y no animal, en segundo, haber nacido hombre y no mujer, en tercer lugar, haber nacido griego no bárbaro”. En el mismo sentido podemos interpretar la manera abrupta como Sócrates se despidió de su esposa Jantipa, expresando el deseo de morir entre sus compañeros varones: como una dramática indicación del abismo, insalvable para los antiguos, entre el mundo del ciudadano y el de los otros, entre esos, las mujeres. 8 Bonacchi, op. cit., pp. 132-133 9 Reiter citada por Lamas, op. cit., pp. 197-198.

6

7 De cualquier modo, uno de los espacios abarcados por la resistencia femenina es justamente el del conocimiento logrado por el estudio y la investigación feminista, de tal impacto que ha sido definido como una „revolución pasiva‟10. De esta manera, el feminismo ha logrado abrir el debate y producir conocimiento sobre diversos temas cruciales para transformar la condición de la mujer: la vida cotidiana, la división sexual del trabajo, la sexualidad, las formas de hacer política y de ejercicio del poder. Desde esta óptica, los nuevos saberes, que desenmascaran las visiones dominantes, constituyen una forma de resistencia que abre posibilidades de modificación de las relaciones de poder.

10

Teresita De Barbieri citada por Oliveira y Gómez, op. cit., p. 44.

7

8 UTOPÍA vs CIENCIA LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA

Estas notas pretenden resumir lo que estimo son las líneas fundamentales de la revaloración que han realizado las teóricas feministas contemporáneas de la vida y la obra de los/as precursores/as del socialismo, en un esfuerzo interpretativo multidisciplinario que, al tiempo que replantea un determinado tipo de pensamiento, pone en entredicho la validez de una tradición –método y praxis- que ha hecho de cierta concepción científica el deux ex machina del cambio social. En esta perspectiva desmistificadora que representa el feminismo, nos queda por discernir el lugar de la utopía ahora cuando nuestros desconsolados días organizan la esperanza.

Socialismo, crítica de la sociedad industrial En sentido lato, se pueden adscribir al socialismo todas aquellas teorías políticas que privilegian el momento social sobre el momento individual, siendo el socialismo desde el punto de vista lexical, el opuesto de individualismo. En tal sentido, es sinónimo de comunismo, cuando el acento va puesto en lo común, en contraposición a lo privado con referencia a la propiedad sobre los medios de producción. Desde esta perspectiva, si bien podemos encontrar al menos desde los albores de la civilización occidental construcciones filosóficas y modelos ideas de estilos de vida que informan de los propósitos e intenciones socialistas y comunistas de sus autores, se trató en la mayoría de los casos de voces aisladas con poca o ninguna incidencia sobre la realidad.11 En lo que ahora nos interesa, el socialismo como movimiento y como idea, se desarrolla con y tras la revolución francesa. Desde entonces, comenzó el socialismo a articular por los más diversos medios, la crítica a las inacabadas aspiraciones revolucionarias de libertad, igualdad y fraternidad. Más tarde, en la abundancia de acontecimientos que pueblan el complejo siglo XIX – con razón llamado “el siglo de las revoluciones”- se destacan, pues, los movimientos sociales y culturales que encuentran su programa y su justificación en las tradiciones del pensamiento socialista.12 En un principio, la reflexión de los fundadores de las escuelas socialistas fue suscitada básicamente por dos consecuencias de la revolución industrial: en primer lugar, la miseria de los trabajadores y la dureza de la condición obrera: ante el espectáculo de esta miseria masiva y sobrecogedora, algunos se preguntan si es aceptable un régimen económico que engendra semejantes consecuencias y acaban poniendo en duda la competencia y la propiedad privada, postulados sobre los que se basaba la economía liberal del siglo XIX; en segundo lugar, los precursores del socialismo son alertados por 11 12

Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, 3ª ed., Editorial Tecnos, Madrid, 1969, pp. 210 ss. René Remond, El siglo XIX (1815-1914), 2ª ed., Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1983, pp. 105 ss.

8

9 la frecuencia de las crisis periódicas que interrumpían bruscamente el desarrollo de la economía. Así, pues, en los comienzos del socialismo existe una doble protesta: de rebelión moral contra las consecuencias sociales y de indignación racional por la carencia provocada por las crisis. Las teorías socialistas, dado que se desarrollaron en confrontación con la ascendente sociedad industrial, recorrieron varias fases en correspondencia con los niveles y las transformaciones de ésta y distintos también según el grado de industrialización de nación a nación. Con todo, lo que resulta común a la mayor parte de las variantes de la idea socialista y presta al concepto de socialismo su aspecto decisivo es la circunstancia de que se contempla la propiedad privada como el principal obstáculo para el cumplimiento de la esperanza de desarrollar las inclinaciones humanas (latentes) hacia una convivencia cooperativa y fraternal. Específicamente socialista es, pues, la conexión entre el medio, esto es, la abolición de la propiedad privada y las relaciones de poder que la caracterizan, y el fin, la instauración de una sociedad libre y a un mismo tiempo armónica. Ahora bien, como quiera que no es posible definir sin titubeos el concepto de libertad ni dar una respuesta inequívoca a la cuestión de la forma en que ha de organizarse y administrarse la nueva sociedad, el socialismo habla con lenguas diversas y en gran parte contradictorias entre sí; y lo mismo puede decirse de los movimientos socialistas que, a pesar de la abstracta comunidad de objetivos, con frecuencia se combaten acremente. Esta diversidad se empieza a evidenciar con mayor claridad a partir de 1848, cuando, de su punto de partida crítico, el socialismo pasa a la construcción de un sistema positivo y propone una política de organización social.

Razón y revolución Según Hobsbawm, “la sociedad burguesa del tercer cuarto del siglo XIX estuvo segura de sí misma y orgullosa de sus logros. En ningún campo del esfuerzo humano se dio esto con mayor intensidad que en el avance del conocimiento, en la ciencia. Los hombres cultos del período no estaban simplemente orgullosos de su ciencia sino preparados a subordinarle todas las demás formas de actividad intelectual.13 Desde entonces, el hablar de ciencia sirvió para afirmar, negar, cuestionar y rechazar el conocimiento y el razonamiento de otros individuos. Cuando se cuestiona, se dice que lo cuestionado no está apegado a las normas, o leyes científicas; cuando se rechaza, se argumenta que falta rigurosidad científica. De igual manera, para identificar a algunos sujetos y separarlos del resto de la sociedad, se dice que son científicos, hombres de ciencia, comunidad científica. También John D. Bernal da cuenta de este fenómeno, y manifiesta que para mediados del siglo XIX, ocurre en Europa un enorme aumento en el volumen y el prestigio del trabajo científico. Pero reconoce, sin embargo, que “la ciencia es, por un lado, técnica ordenada y, por otro, mitología racionalizada”14 13 14

E. J. Honsbawm, La era del capitalismo, 2ª ed., Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 372. J. D. Bernal, La ciencia en la historia, 8ª ed., Editorial Nueva Imagen, México, 1986, p. 13.

9

10 Y es que no sólo los medios empleados por los científicos están condicionados por los acontecimientos, sino también lo están las ideas mismas que orientan sus explicaciones teóricas. La ciencia se encuentra colocada entre la práctica establecida y transmitida por los hombres que trabajan por su sustento, las normas, ideologías y tradiciones que aseguran la continuidad de la sociedad, y los derechos y privilegios de las clases y grupos socio-culturales que la gobiernan. El socialismo, como movimiento y como idea, no escapó a esta circunstancia. En efecto, hace más de un siglo que, respondiendo a la necesidad de transformar la sociedad burguesa y sustituirla por otra que los reformadores o revolucionarios desde tiempos lejanos llaman socialista o comunista, se inició el recorrido del camino que habría de conducir del socialismo que Marx y Engels denominaron utópico, al que ellos, y particularmente Engels, dieron el nombre de socialismo científico.15 Desde la publicación por Marx y Engels, en 1848, del Manifiesto del Partido Comunista, y, por Engels en 1840, del opúsculo denominado Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, el término socialismo utópico se utiliza generalmente para describir la primera etapa de la historia del socialismo, el período comprendido entre las guerras napoleónicas y las revoluciones de 1848. Los desarrollos del socialismo en este período, por otra parte, se han atribuido tradicionalmente a Claude Henry de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1760-1825); Francois-Charles Fourier (1772-1837) y Robert Owen (1771-1858). Pero también son particularmente importantes las ideas desarrolladas por Mary Wollstonecraft, Flora Tristan y por la socialista sansimoniana Pauline Roland16. Tanto El Manifiesto como el opúsculo de Engels de 1880, designan como utópica la actitud de imaginar la posibilidad de una transformación social total sin reconocer el papel revolucionario del proletariado. “Rasgo común – dice Engels- es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado..., no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada sino de golpe, a toda la humanidad.” Estas “teorías incipientes” de los fundadores del socialismo, “fantasías que hoy parecen mover a risa” (Engels), son el reflejo tanto de las condiciones económicas poco desarrolladas de la época como de la incipiente condición de clase. De ahí que, según Engels, los primeros socialistas pretendieran “sacar de la cabeza la solución de los problemas sociales”. A pesar de reconocer los “geniales gérmenes de ideas” que contiene el llamado socialismo utópico, Engels aconsejaba no “detenernos ni un momento más en este aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado”. Se inicia así el periplo científico del socialismo. A partir de entonces se definió al socialismo con referencia a la ciencia, o más exactamente, al método científico, entendiendo éste como un camino preciso para encontrar la verdad. De acuerdo con Engels, el socialismo logra convertirse en ciencia gracias a dos descubrimientos: uno, la concepción materialista de la historia según la cual toda la historia anterior es la historia de la lucha de clase, y que estas clases sociales son en todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir de las 15 16

Cf. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, 2 volúmenes, s.f. Ibidem, p. 30

10

11 relaciones económicas de la época; el otro, la plusvalía como revelación del secreto de la explotación capitalista. Sólo desde esta perspectiva científica, el socialismo puede explicar al modo capitalista de producción y, por tanto, destruirlo ideológica y políticamente. De acuerdo a este criterio, los objetivos del socialismo son entonces: investigar el proceso histórico-económico del que forzosamente tienen que brotar las clases y sus conflictos; y descubrir los medios para la solución de ese conflicto en la situación económica dada. Así, situado en la realidad, el socialismo es el producto necesario de la lucha entre dos clases: el proletariado y la burguesía. Desde este entendimiento, el socialismo científico se basa exclusivamente en el análisis del sistema capitalista y sobre la previsión del advenimiento de una sociedad basada en la socialización de la propiedad. Para analizar esta gran empresa es necesario organizar a la clase obrera en una única fuerza de combate y prepararla para la lucha final, esto es, darle una conciencia de su propia praxis. A diferencia de la mayor parte de sus predecesores, Marx y Engels consideraron el socialismo no como un ideal del que pudiera trazarse un anteproyecto atractivo sino el producto de las leyes del desarrollo del capitalismo que los economistas clásicos fueron los primeros en descubrir y tratar de analizar. La revolución proletaria fue concebida por los fundadores del socialismo científico como resultado de un proceso histórico objetivo, independiente de la voluntad humana, y el socialismo como la coronación de un desarrollo progresivo que lentamente habría mejorado “almas y cosas” para un tipo de sociedad armónica y perfectamente integrada. El socialismo científico difería del utópico en su insistencia acerca de que la transición al socialismo era un proceso social objetivo enraizado en la contradicción del capitalismo que creaba el moderno movimiento obrero. El paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia, pretendió establecer una diferencia esencial en cuanto: al modo de concebir la nueva sociedad; los medios para alcanzarla; el agente histórico fundamental del cambio; los objetivos de la propia transformación social.

Utopía socialista y feminismo En el pensamiento que genéricamente se define como utópico, como “premarxista o protosocialista”17 , confluyeron, para conjugarse o para chocar, las instancias más diversas, que tenían en distintas fuentes su origen: en el Siglo de las Luces, en las premisas políticas proporcionadas por la Revolución Francesa, en la economía política clásica, en las conquistas de la ciencia con sus consiguientes aplicaciones a la industria, en las propias conmociones internas de la Iglesia y, sobre todo, en las condiciones sociales de las enormes masas de pobres del hemisferio occidental. Aunque, la mayoría de las veces, escindido y sin coordinar en un sistema homogéneo, este movimiento de ideas representó un movimiento de ruptura revolucionaria que propone nuevos criterios para la valoración de la sociedad.

17

G. M: Bravo, Historia del socialismo, 1789- 1848, Editorial Ariel, Barcelona, 1976, p. 9.

11

12 Pese a sus altibajos conceptuales y metodológicos y al valor muy diferenciado de cada uno de los autores, los socialistas utópicos quisieron resolver las grandes cuestiones sociales que afectaban a la organización del trabajo y a los trabajadores. Precisamente esto les llevó a ocuparse de la economía, de la fábrica, de las condiciones productivas de la sociedad en la que los trabajadores vivían, actuaban, eran explotados y privados de la posibilidad de dirigir autónomamente su propia vida, de reproducirse moral, intelectual y biológicamente. Así, pues, partiendo del análisis crítico de las condiciones de la sociedad capitalista y, evidentemente, de la temática prioritaria de la propiedad, fueron múltiples los campos, los sectores de intervención en los que ellos “demostraron no tanto promover reformas, como sacar conclusiones”, por lo que “a éstos no se les puede negar el calificativo de revolucionarios, fuera cual fuera la táctica adoptada para realizarla”18. De esta manera, los temas fundamentales en todo el pensamiento utópico fueron: el problema de la igualdad, a partir del cual los utópicos rechazaron la exaltación de la libertad abstracta tal y como la concebía el liberalismo; la educación, los socialistas utópicos se presentaron ante todo como educadores para la preparación de la nueva sociedad; el internacionalismo, manifiesto en dos dimensiones: la paz y el internacionalismo proletario; y la liberación del mundo del trabajo y de los trabajadores y, dentro de este marco, la emancipación femenina. Al respecto apunta Bravo, “sobre este último tema (el de la emancipación de la mujer), se observa que todos los pensadores eran sumamente abiertos. Incluso algunos fueron decididamente feministas, elaborando escritos sobre el asunto”19. Hoy, el movimiento feminista ha empezado la recuperación de las ideas y esperanzas de los/as primeros/as socialistas.20 Este replanteamiento del feminismo contemporáneo toma como punto de partida justamente un aspecto de la elaboración de aquel proyecto socialista precientífico que difiere sustancialmente del socialismo „científico‟, esto es, el problema de la emancipación de las mujeres. Mientras que la visión de una existencia familiar y sexual reorganizada ocupó un lugar central en el pensamiento socialista utópico, en el llamado „científico‟ se vio cada vez más relegada a un último término de la agenda del cambio, cuya atención principal se centró en una revolución de las estructuras que, se pensó, liberaría automáticamente a toda la clase obrera, incluidos hombres y mujeres por igual. El socialismo „científico‟ enfocó de manera totalmente distinta las relaciones de género/clase, dando como resultado que el androcentrismo fuera reducido a una relación burguesa de propiedad, sustrayéndolo de este modo de la lucha de clases.21 Con el paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia –cuando el anterior sueño de emancipación de toda la humanidad fue desplazado por la lucha de una sola clase- las mujeres y sus intereses fueron arrinconados básicamente a partir de dos 18

Ibidem, p. 12 Ibidem, p. 30 20 El desarrollo de este planteamiento pertenece a Bárbara Taylor: “Feminismo Socialista: Utópico o Científico”, en 21 Cf. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú, s. f. 19

12

13 maneras: por una parte, el cambio estratégico por la lucha proletaria significó la marginación política de todos aquellos que científicamente hablando no eran proletarios; así la insistencia del socialismo científico apretó la red hasta el punto que sólo una minoría de mujeres fueron atraídas a su interior. Por otra, este constreñimiento de la lucha socialista marginó a toda una serie de asuntos fuera de los límites de la política revolucionaria. Dado que lo que estaba en juego era la reformulación de las relaciones productivas, todas las cuestiones relacionadas con la reproducción, el matrimonio o la existencia personal dejaron de ser problemas centrales de estrategia revolucionaria para convertirse en cuestiones meramente privadas. Por el contrario, ¿por qué la lucha contra la opresión sexual fue parte fundamental de la estrategia del socialismo utópico? Sucede que para la mayoría de sus seguidores, el capitalismo no era sencillamente un orden económico dominado por una división única basada en las clases, sino un gran campo donde se enfrentaban múltiples antagonismos y contradicciones, cada uno de los cuales vivía tanto en el corazón y en la mente de mujeres y hombres, así como en sus circunstancias materiales. Desde esta perspectiva, la crítica del socialismo utópico se desenvuelve entre un análisis económico de la explotación de la clase obrera, una condena al moral individualismo egoísta y una explicación psicológica de los impulsos disociales, que se gestaban, no sólo en las fábricas y en los talleres sino también en las escuelas, las iglesias y, sobre todo, en el hogar. Para los socialistas utópicos, el “sistema competitivo” se apuntalaba en hábitos de dominio y subordinación formados en los ámbitos más íntimos de la vida humana. Con todo y que los/las „protosocialistas‟ no pudieron identificar la raíz de la subordinación y la emancipación de la mujer, el feminismo socialista reivindica la fundamental unidad y profundidad de este cuerpo teórico en cuanto al tratamiento que dio a la cuestión de la emancipación de las mujeres, proporcionando una alternativa de sociedad que liga la situación de opresión de la mujer con su situación en el trabajo, en el hogar, en la iglesia, sin dejar de articular su transformación específica a las luchas y objetivos de los demás trabajadores. De ahí que, contra la tradición de considerar al socialismo utópico como una curiosidad en la historia del pensamiento social y político, el movimiento feminista contemporáneo haya renovado y enriquecido nuestra visión de los orígenes del socialismo.

13

14

PARTIDOS POLÍTICOS O LAS TRAMPAS DEL SEXO

Cuando el ejecutivo del partido afirma algo, yo nunca me atrevería a no creerle, pues como fiel miembro del partido es válido para mi el viejo lema: Credo Quia Absurdum (lo creo precisamente porque es absurdo). Rosa Luxemburg en un congreso socialdemócrata (1911)

Introducción Se ha dicho, con razón, que “la historia del capitalismo es una historia de transformaciones que califican no sólo las modificaciones internas del grupo dominante en su relación con la economía...., sino también la articulación de este proceso de “etapas” del capitalismo con la asimismo cambiante presencia de las clases subalternas”. De esta manera, “analíticamente, cada fase supone... modificaciones en el patrón de acumulación pero también en el patrón de hegemonía”22. La extensión de los derechos de ciudadanía a las mujeres no podría ser explicada fuera de estas premisas. En efecto, la incorporación institucional de las mujeres al mundo público tuvo lugar en medio de intensas luchas sociales, desde las últimas décadas del siglo XIX, como parte de un conjunto muy complejo de cambios en el modelo de dominación política en las sociedades occidentales. Las manifestaciones de esta transformación de las funciones y estructura del Estado y los arreglos correspondientes, variaron de acuerdo a las especificidades de cada región y país. Se pusieron en marcha modalidades de gestión y procesamiento de conflictos aparentemente contradictorios entre sí. Si, por un lado, tuvo lugar una “difusión de lo político” (Wolin) que abrió paso a un relativo proceso de pluralización de la sociedad civil, por otro, se fortaleció la burocratización y centralización del sistema político y de los órganos encargados de tramitar las demandas y conflictos sociales. Las luchas de las mujeres occidentales por el derecho a la educación, al divorcio, a la patria potestad, a la maternidad voluntaria, a la jornada de ocho horas, a igual salario por igual trabajo, a la creación cultural, de alguna manera expresan el paulatino desplazamiento de lo público a otros espacios que antes eran considerados eminentemente privados. Novedosos movimientos sociales –típicos de los primeros años del siglo XX- se convirtieron en espacios de “socialización de la política” (Ingrao), que lograron promover importantes acciones contrahegemónicas, en los que las mujeres, además, 22

Juan C. Portantiero, Los usos de Gramsci, Folio Ediciones, México, 1981,p. 16

14

15 tuvieron un gran protagonismo. Castells señala, por ejemplo, que todos los informes sobre los movimientos inquilinarios, tan comunes en los países occidentales, convergen en un punto preciso: ser una lucha basada fundamentalmente en la iniciativa de las mujeres. Y añade: “ las mujeres eran los actores, no los sujetos de la protesta. Reclamaban el derecho a vivir para sus familias y eran los agentes de una protesta orientada hacia el consumo, como continuación de su papel de agentes consumidores dentro de la familia, aún cuando al mismo tiempo fueron obreras. En sus exigencias, no abordaban la cuestión de la desigualdad basada en el sexo. Sin duda, el propio proceso transformó la percepción de las mujeres sobre sí mismas, así como su papel en la comunidad”23. Otro tanto ocurre con el movimiento sufragista, al que hay que entender dentro de un contexto de crítica más profunda a otros aspectos de la sociedad que ponían limitaciones a la participación de las mujeres. El tema del voto, además, constituyó un medio de unir a mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad siempre estuvo marcada por serios desencuentros.24 Mientras tanto, otros procesos ocurren a nivel del sistema político estatal. Así el partido de masas se convierte en factor determinante, en una organización deliberadamente construida para alcanzar una meta específica: el poder político, por medio de un personal político profesional y a tiempo completo.25 Se trata, en fin, del “típico partido de electores que se plantea la conquista del poder político –por consiguiente, partido de adultos y adultos del sexo fuerte”26. En efecto, si bien el ganar el derecho al voto hizo converger la atención de las mujeres en la política, motivando que “algunas se movieran inmediatamente para sacar partido viendo que no sólo podían votar sino también competir por los puestos políticos”27, lo cierto es que las nuevas modalidades de organización y participación en el sistema, dan un nuevo carácter al activismo femenino, principalmente en los partidos, que implican marginación y exclusión de los niveles de toma de decisiones. Desde entonces, en última instancia, las razones más ondas de la recurrente apatía de las mujeres para continuar la lucha por sus derechos parecen radicar aquí. En este sentido, es revelador lo ocurrido en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), cuando esta agrupación amplía su proyecto político nacional: “En 1908, cuando la afiliación de las mujeres a los partidos políticos fue legalizada en toda Alemania por primera vez, la dirección del partido aprovechó la oportunidad para integrar al movimiento de las mujeres en el partido y reemplazar a (Clara) Zetkin por la menos radical Luise Zietz… (1865-1922)…, quien era de origen proletario. No era una intelectual como Zetkin y carecía de su talento para la síntesis teórica. Ante todo, Zietz 23

Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza Editorial, Madrid, 1986, p. 67. 24 Cf. Richard Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australia, 1840-1920; Siglo XXI Editores, 1980. 25 Cf. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva; 7ª reimpr., FCE, México, 1984, especialmente: IX. La institución estatal racional y los partidos políticos y parlamentos modernos (Sociología del Estado). 26 Madeleine Roberioux, “El socialismo francés de 1871 a 1914”, en VV AA, Historia General del Socialismo 2. De 1875 a 1918; Editorial Destino, Barcelona, 1979, p. 281. 27 Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, México, 1983, p. 281.

15

16 fue una proselitista. Siempre de viaje, buscando apoyos y reclutando nuevas socias en todo el país, representaba el nuevo tipo de dirección burocrática que estaba reemplazando al viejo tipo de carisma de mujeres como Zetkin en todo el SPD. Bajo la dirección de Zietz, el movimiento de mujeres del SPD alcanzó la cifra de casi 175,000 afiliadas en 1914. Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la sindicación de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres sindicadas inmediatamente antes del estallido de la primera guerra mundial”28.

Género y formas modernas de dominación La batalla de las sufragistas –una especie de fase fundacional de las luchas políticas del movimiento de mujeres occidentales- tuvo lugar en el seno de un sistema tradicional de partidos, típico de sociedades caracterizadas por niveles bajos de movilización y participación políticas, donde prevalecía el partido de notables (“partidos de patronaje”, como también les llamó Weber), esto es, una especie de asociación constituida esencialmente por elites poseedoras, en una situación de competición electoral restringida y muy patrimonial.29 En este ambiente llama la atención cómo las propias mujeres – a veces con el apoyo de algunos „notables‟- lograron generar asociaciones y clubes autónomos de carácter social y político, aunque muy semejantes a los partidos tradicionales, en cuanto a su estructura interna y a los mecanismos para designar la representación. Estos esfuerzos por darse una estructura organizativa autónoma afirman el papel de la mujer en la sociedad y logran abrir brechas en el sistema de dominación imperante, introduciendo –aunque no todo el tiempo con éxito- sus reivindicaciones específicas. Sin embargo, cuando esto ocurre, cuando al fin se reconocen jurídicamente los derechos políticos de las mujeres, el ejercicio real de la ciudadanía tiene lugar en una nueva fase de reconstrucción hegemónica capitalista, que modifica de raíz los presupuestos de la acción política, tanto de las elites dominantes como la de los grupos sociales subalternos. Es así como los nuevos mecanismos institucionales de distribución del poder implicaron un desplazamiento a favor de las fuerzas organizadas de la economía y de la sociedad. Lo importante aquí es que el nuevo modelo institucional (corporativo según Ch. Maier), “buscaba menos el consenso a través de la aprobación ocasional de las masas, que por medio de una negociación continuada (continued bargaining) entre intereses organizados”30. En las nuevas condiciones, las características personales continuaron siendo importantes para determinar las actitudes y los comportamientos hacia la actividad política. Pero 28

Evans, op. cit., pp. 191-192. Weber, op. cit., pp. 107-1117. No obstante, el diverso uso que hace Weber de este concepto, en su tipoogía de la dominación el patrimonialismo es una de las formas de la dominación tradicional que contribuye u obstaculiza el surgimiento y la consolidación del Estado moderno. Cf. Gina Zabludovsky Kuper: Patrimonialismo y modernización. Poder y dominación en la sociología del Oriente de Max Weber, FCE, México, 1993. 30 Citado por Portantiero, op. cit., p. 21. 29

16

17 ahora, una persona o un pequeño grupo dispuestos a emprender cierto tipo de acción política sólo pueden expresar sus demandas al gobierno a través del sistema de partidos y el sistema electoral. Como vemos, esta tendencia organizativa de la democracia moderna implicó, en primer lugar, a los partidos políticos. No es casual que empiecen a aparecer en los inicios del siglo XX, los primeros estudios sobre el fenómeno partidista moderno, que centran en la naturaleza de éstos el principal problema democrático. Así, según Michels y su famosa ley de hierro de la oligarquía, es inevitable la concentración del poder en la cúpula de las organizaciones políticas con la pérdida de influencia por parte de los miembros de base: “la organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”31. Esta perspectiva crítica permite centrar la atención en los procesos y funciones que caracterizan a los partidos, por tanto, las líneas internas del conflicto real que determinan los procesos de decisión: ¿cómo se determina el liderazgo del partido? ¿quién(es) y cómo designa(n) a los candidatos a las elecciones? ¿qué amplitud tiene la libertad de acción de las personas elegidas? ¿quién(es) decide(n) la formación o el fin de la coaliciones gubernamentales? ¿cuál es el papel de los/as afiliados/as en la toma de decisiones? ¿cuál es el papel de los órganos partidistas? ¿cómo son definidos y/o decididos los temas y problemas prioritarios del partido? ¿cómo cambian estos procesos según el papel de gobierno o de oposición del partido? Estos procesos internos, que representan ciertamente un área oscura en la literatura sobre los partidos, podrían constituir los indicadores más adecuados para medir la desventajosa posición de las mujeres en esos espacios de poder. Reberioux cuenta cómo en el Congreso del PSF, en Tours, en 1902, las mujeres socialistas francesas no lograron que el partido aprobara oficialmente el principio “a trabajo igual salario igual” ni la propuesta de crear una tribuna femenina en la prensa socialista. Algunos grupos de mujeres abandonaron el PSF se adhirieron al PSdF, otra tendencia socialista. Pero también aquí, el problema laboral era considerado, en la práctica, como algo secundario. “Dada la situación, nadie planteó esta cuestión en el momento de la unidad... A pesar de la campaña de prensa promovida en 1907 por Brake y Jaurés en pro del derecho de voto femenino, el partido no se movilizó, y las mujeres socialistas -¿2,000 en 1912?- no volvieron a plantear iniciativas en ese terreno... ¿Qué hacían, pues, las mujeres en la SFIO? No tenían ni un escaño en la CAP. No existía ningún organismo específico en el que pudiesen plantear sus problemas... La SFIO no ofrecía a las mujeres ni el calor de una buena acogida, ni las motivaciones necesarias para actuar, ni los medios imprescindibles para su organización militante...32”. En 1946, la dirigente peruana Magda Portal escribió una novela –La Trampa-, en la cual, a través del personaje María de la Luz, describe su propia participación en los consejos ejecutivos del APRA y sus relaciones con el ejecutivo aprista: “María de la Luz tiene un puesto importante en el ejecutivo. Pero las reuniones de este organismo siempre se realizan sin ella. ¿Cómo podrían tener confianza en la discreción 31

Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, 2ª ed., vol. 1, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972, p. 78. 32 M. Reberioux, op. cit., pp. 282-283.

17

18 femenina?... María no es servil... Tiene prejuicios intelectuales. No se lleva bien con las esposas de los líderes porque se considera mejor que ellas. No se lleva bien con los líderes del partido porque la presencia de una mujer entre tantos hombres los escandaliza. Además, siempre sorprenden sus opiniones. Cuando hace su aparición en el ejecutivo ellos tratan sólo problemas formales. Y cuando está en desacuerdo, la mayoría de los hombres la refutan. Se encuentra sola. A menudo deja la habitación en señal de protesta, y entonces todos respiran más a sus anchas”33. El caso de la socialista polaca Rosa Luxemburg es, en este sentido, emblemático.34 El problema de política práctica y teórica, que se planteó esta extraordinaria mujer – llamada por sus propios camaradas la Viruela Luxemburgo-, y que la llevó a sus históricas diferencias con V. I. Lenin, fue precisamente la naturaleza del partido político que a su juicio requería el proletariado. En 1904, Luxemburg publica el notable y revelador escrito “Problemas organizativos de la socialdemocracia”, como respuesta al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos atrás, ambos de Lenin. Sin negar la necesidad del centralismo propuesto por el dirigente ruso, Rosa objetó hacer de esta forma organizativa una virtud hasta convertirla en un verdadero principio. Y reconoce: “Los socialistas rusos se ven forzados a asumir la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia prima que la propia burguesía provee en otros países...”35. El costo de esta crítica, sin embargo, fue alto; un aspecto de la vida partidaria de Luxemburg que no ha sido documentado suficientemente, pero que ayuda a explicar su desaliento. Se trata del virtual aislamiento –excepto cuando se trataba de explotar su gran talento- que sufrió por parte de sus camaradas socialdemócratas. En una carta que envía a Clara Zetkin, en 1907, donde expone sin reservas su pensamiento sobre Auguste Bebel, viejo dirigente socialista de gran influencia en el partido, señala: “Después de mi regreso de Rusia me siento apaciblemente sola... Siento la pusilanimidad y la ordinariedad de todo nuestro Partido de una manera tan áspera y dolorosa como jamás en el pasado. Pero no me inquieto por estas cosas como tú, porque ya he comprendido con impresionante claridad que estas cosas y estos hombres no se pueden cambiar sino hasta que la situación haya mudado enteramente”36. Y confiesa con amargura: “Mientras que se trataba de defenderse contra (Eduard) Bernstein37... aceptaban nuestra compañía y nuestra ayuda ya que solos se hubieran 33

Citado por Chaney, op. cit., ,p. 159. De acuerdo a la filósofa húngara Agnes Héller, fue la mujer representativa del movimiento socialista; para Heller, dos palabras -representativa y mujer- deben ser subrayadas. “Rosa Luxemburgo tenía la destreza de prever futuros peligros en embrión. No sólo le interesaron los peligros aislados, sino todos los posibles peligros del movimiento socialista analizados y criticados por su incomparable talento... Previó la coyuntura en la que una acción común para liberar a la gente se convierte en un nuevo lazo de dominio, ya fuera la formación de un Gabinete, la organización de un partido elitista, la imposición tajante de la voluntad de ese partido sobre el pueblo, o el apoyo a una guerra. Todo lo que anticipó y advirtió fue cierto. Y esto no fue casual: además de ser una dirigente en el movimiento socialista, Rosa fue una estudiosa a la vanguardia de su tiempo...”. “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos 31, México, julio 1980, pp. 33-34. 35 Rosa Luxemburg, Obras escogidas, tomo 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, p. 147. 36 Citado por Lelio Basso, Rosa Luxemburg, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, p. 86. 37 Socialdemócrata alemán quien en sus artículos publicados bajo el título “Problemas del socialismo” (1897-98), sometió a revisión por vez primera los principios básicos del marxismo. 34

18

19 hecho en los calzones. Pero si se pasa a la ofensiva contra el oportunismo, entonces los viejos están... contra nosotros”38. Años después, en una carta enviada desde la cárcel a Matilde Wurm, con fecha 28 de diciembre de 1916, dice: “Si sólo me acuerdo de la galería de tus héroes me siento desmoralizada... Te juro: preferiría pasarme aquí años... más bien que tener que “luchar”, hablando con tu permiso, con tus héroes, o en general tener que ver con ellos”39. Lelio Basso, político italiano y estudioso de su obra, ha afirmado en torno a la escabrosa relación de Luxemburg con la dirección política de su partido: “Esta tensión revolucionaria suya, junto con la inflexibilidad de su carácter, le hicieron particularmente difícil el aclimatarse a la vida de la socialdemocracia alemana. Entre los „padres (del SPD)‟, Rosa Luxemburgo con su insólito temperamento para la concepción alemana, con sus ideales no dispuestos a compromisos, que desempolvaban los ojos de la rutina, que aclaraban y ampliaban los horizontes, podía suscitar un sentimiento de extrañeza más que de confianza y de benevolencia”40. Vemos, pues, que no todo el tiempo saber es poder.

Género y reformas del Estado en América Latina

Y es que, en general, los partidos políticos no son sólo una articulación de la sociedad, el conglomerado de personas que voluntaria y libremente se asocian, sino que desde su formación tienden a asemejarse al Estado. “No sólo porque proponen soluciones globales, sino porque las conciben en los mismos términos que el Estado, aun cuando reivindiquen un contenido político distinto al existente; y, sobre todo, porque funcionan como un Estado en miniatura, porque reproducen en su interior aquellas estructuras de poder, jerarquía y mandato que las mujeres parecen aborrecer o de las que, al menos, desconfían en extremo”41. Así, en los partidos las mujeres se encuentran confinadas a determinados sectores que corresponden a su lugar tradicional en ciertas zonas de la sociedad. Como señala Rossanda: “Le confían a las mujeres un territorio, zonas reconocidas como afines a los intereses de las mujeres; zonas „liberadas‟ que a menudo chocan con contradicciones, disciplinas, prioridades del Partido distintas y hasta opuestas, a sus propósitos y objetivos” 42. En no pocas ocasiones, las mujeres no tienen el peso que deberían tener en el interior de los partidos, no tanto porque éstos las rechacen sino porque las propias mujeres se distancian ya que se sienten ajenas a las “maniobras de facción” que determinan las luchas por el poder al interior de esas organizaciones políticas; es casi siempre un hacer política extremadamente competitivo, verticalista y jerarquizado.

38

Lelio Basso, op. cit.,, p. 87. Ibidem, infra. 40 Ibidem, p. 84. 41 Rossana Rossanda, op. cit,,p. 213. 42 Ibidem, p. 217. 39

19

20 Si bien, durante las últimas cinco décadas la mayoría de los partidos ha gozado de una participación numerosa de mujeres militantes, su peso, en cambio, ha sido muchísimo menor. En realidad, no corresponde a la gran base de mujeres que ayuda a sostener la existencia del partido. No ha sido suficiente que en algunos países los partidos políticos hayan introducido el sistema de cuotas, un mecanismo que garantiza que un porcentaje mínimo de mujeres estén representadas en la dirección del partido y en las listas de candidaturas a puestos de elección. En América Latina la situación es más compleja, porque la ampliación de la ciudadanía tuvo lugar en condiciones mucho más adversas que en la mayoría de los países europeos y EU. El grueso de la masa de mujeres y hombres que desde la década de los treinta irrumpió en la política de sus países, estaba formada fundamentalmente por gente del campo, migrantes rurales en medio de espantosas condiciones de vida. Como señala Hobsbawm, “era una población sin compromisos previos –ni siquiera compromisos potenciales- con ninguna versión de política urbana y nacional y mucho menos con ninguna creencia que pudiera constituir la base de dicha política”43. El Cuadro 1 muestra cómo, en un extenso período que parte de 1929 y llega hasta 1983, las mujeres latinoamericanas y caribeñas logran acceder a los cotos hasta ese momento cerrados de la política oficial, pero sólo formalmente, se entiende. De hecho, será el tipo de dominación política que prevalezca en el país el que determinará en buena medida las realidades de esa incorporación. En todo caso, cualquier análisis retrospectivo sobre la experiencia política durante estos largos años, tiene que tomar en cuenta el tremendo atraso cultural –provocado básicamente por el analfabetismo- de buena parte de la sociedad latinoamericana, lo que implicó una situación prepolítica de circunstancias extraordinariamente desfavorables para el éxito de una apertura democrática, particularmente en lo que atañe al activismo (o pasividad) de las mujeres y sus preferencias políticas.

43

Eric Hobsbawm, “Los campesinos, las migraciones y la política”. En VV AA, América Latina: Dependencia y Subdesarrollo; EDUCA, San José, 1973, p. 583.

20

21 CUADRO # 1 TIPO DE DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUFRAGIO NACIONAL FEMENINO EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

TIPO DE DOMINACIÓN

PAÍS

Régimen populista que amplía „desde arriba‟ la participación política

Ecuador Brasil Guatemala Venezuela Argentina Colombia

1929 1932 1945 1947 1947 1957

Régimen autoritario en período de fuerte represión política

Cuba El Salvador Rep. Dominicana Haití Honduras Nicaragua Perú Paraguay

1933 1939 1942 1950 1955 1955 1955 1961

Uruguay Panamá Chile

1932 1945 1949

Régimen de transición después de insurrección popular y/o guerra civil

Costa Rica Bolivia

1949 1952

Régimen de partido único

México

1953

Descolonización dentro de la Mancomunidad Británica

Jamaica

1962

Trinidad y Tobago Barbados Bahamas Granada

1962 1966 1973 1974

Régimen liberal de participación restringida

AÑO SUFRAGIO FEMENINO

21

22 Dominica Santa Lucía San Vicente y Granadinas Antigua y Barbuda Belice San Cristóbal y Neivis

1978 1979 1979 1981 1981 1983

FUENTES: Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, Méxcio, 1983, p. 271. Pablo González C., coord.., América Latina: Historia de medio siglo. 2 vols., Siglo XXI Editores, México, 1981. __________, América Latina en los años treinta, UNAM, México, 1977.

Una encuesta realizada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la CEPAL, a la vez que señala que las mujeres de la región prácticamente se encuentran recién llegada a la ciudadanía plena, consigna que los porcentajes de participación femenina en congresos o parlamentos variaban de 0 a 13.3%.44 Y es que si bien la actitud de los dirigentes de partidos políticos hacia la participación de las mujeres ha ido variando históricamente en función del contexto, de la relación de los distintos partidos en el poder y de la ideología que sustentan, esos ordenamientos políticos no han dejado de ser sospechosos para la mayoría de las mujeres. Teniendo en cuenta la presencia subordinada de las mujeres y de sus demandas en las estructuras y programas partidarios, así como la preeminencia masculina en las distintas áreas de la política formal, en nuestros días uno de los temas más polémicos dentro de la actual reforma del Estado en América Latina y el Caribe es el referente al establecimiento de cuotas de representación femenina y de medidas de acción afirmativa en dichas instancias. Las modalidades que buscan aumentar la representación femenina en los cargos de toma de decisiones políticas y mejorar sus posibilidades electorales, varían desde las cuotas mínimas de inserción en los niveles de toma de decisiones en los partidos, pasando por diferentes formas de listas electorales hasta la modificación de la distribución de las circunscripciones electorales en las que por lo menos un escaño sea ocupado por una mujer. Cuando ha surgido, el tema ha generado siempre una fuerte resistencia. Muchos/as de quienes se oponen a este mecanismo apelan a un supuesto “neutro político”, según el cual los lugares y puestos de mayor responsabilidad deben ser ocupados por los “mejores militantes”, independientemente de su adscripción de género. Para un especialista como Dieter Nohlen, “de existir una cuota legal, las diputadas se sentirían, finalmente, como diputadas de segunda clase, a lo que, por otra parte, se oponen las mujeres”. Por su parte, quienes pugnan por las cuotas y por otras medidas de acción afirmativa – comúnmente mujeres militantes de partidos políticos- insisten en negar, en contra de la 44

Citado por Blanca I. Solano, “Mujer y Política”, Doble Jornada # 56, 2 de septiembre de 1991, México, p. 2.

22

23 idea de que los representantes políticos deben atender los postulados generales de los partidos y no defender intereses particulares de grupo, que el sistema de cuotas y otros semejantes permitan concebir a las mujeres como una categoría homogénea o como un grupo con intereses comunes. Afirman la necesidad de reconocer la existencia de condiciones sociales e históricas diferenciales para el pleno desarrollo político de las mujeres y la necesidad de superarlas diseñando espacios donde las mujeres puedan acceder de manera privilegiada para ejercitarse y potenciar su participación en el ámbito público. En Panamá, a mediados de 1995, fue publicado un informe de investigación sobre la participación de la mujer en los partidos políticos, auspiciada por el Centro ProDemocracia y el Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos. De acuerdo a este estudio, 80% de las personas entrevistadas –hombres y mujeres líderes y miembros activos de partidos- respondió negativamente a la pregunta de si en los estatutos partidarios se debería establecer un porcentaje mínimo para mujeres en las posiciones de liderazgo dentro del mismo. No obstante esta opinión, llama la atención que el 83% de la muestra en referencia también haya aceptado la necesidad de tomar medidas –entre ellas, cambios de la política interna del partido- para que las mujeres inscritas participen más activamente; y para que, además, una amplia mayoría reconozca que el asignar a las mujeres trabajos importantes para el partido y nombrarlas de principales en los cargos, y no sólo de suplentes, son medidas que estimularían la participación femenina en estos órganos de poder. Ahora bien, estos datos hablan menos de opiniones definitivas, contradicciones o despropósitos, y nos sugieren más bien el grado de complejidad de un asunto político que requiere especial y cuidadoso tratamiento. En otras palabras, la resistencia mostrada evidencia no sólo la existencia de profundas conductas ideologizadas y patriarcales el interior de los partidos políticos y un problema de competencias por ocupar los puestos de poder, sino también el alcance de la discusión teórico-política en torno al aspecto general del sentido de la representación. Y es que si bien el debate en torno a las cuotas contempla tanto una concepción de fondo como una respuesta pragmática a una situación dada, cobra especial sentido en el momento actual en el que el conjunto de los partidos se encuentra ante la necesidad de modernizar sus estructuras internas y sus maneras de penetración en la sociedad y de legitimar sus acciones legislativas y/o gubernamentales. De aquí que la cuestión acerca del establecimiento de las cuotas de representación femenina puede no resultar ajena a las instancias de dirección de los partidos, en tanto se perciba en ellas una forma de atender, cuidar y acercar al electorado femenino, pero también de alterar la lógica de funcionamiento de los sectores burocráticos y más arcaicos dentro de los mismos. Por lo que conocemos de otras experiencias latinoamericanas, es probable que, en lo que resta de la actual década, esta demanda sea uno de los ejes principales del quehacer político cotidiano, así como que las condiciones de su resolución dependerán en mucho del desarrollo de los propios partidos y de su capacidad para dotarse de estructuras orgánicas y de funcionamiento más modernos.

23

24

Sin embargo, el asunto no sólo atañe a los partidos per se. De manera decisiva tiene que ver con la praxis política de las propias mujeres partidarias. En este sentido, dos aspectos parecen definir las actividades políticas que contribuirían a fortalecer esta vertiente de mujeres, desde los cuales podrían impactar a sus organizaciones, al movimiento amplio de mujeres y, eventualmente, al Estado mismo. El primero está ligado al trabajo puntual que deben realizar en el seno de su propia organización política y con su posible incidencia en los cargos y puestos directivos de los propios partidos. Aquí, el centro está puesto en la conformación de la agenda partidaria –tratando de que los temas femeninos ocupen un lugar en las plataformas políticas de los organismos- así como en la discusión acerca de las cuotas de representación de las mujeres en la propia estructura y en las listas de candidatos a ocupar cargos de elección popular. El segundo se refiere a su actividad externa y a la posibilidad de establecer puentes y canales de acuerdo político con mujeres de otras opciones partidarias y de operar en la arena legislativa. Acá, el énfasis aparece en el acceso de las demandas y propuestas acerca de la problemática de las mujeres en la agenda parlamentaria y en la construcción de las alianzas posibles entre legisladoras de distintos partidos. Independientemente del resultado final de la lucha por las cuotas u otros mecanismos de discriminación positiva, lo cierto es que, donde y cuando ha ocurrido, este debate ha contribuido en gran medida a que núcleos femeninos muy diversos –tanto por sus orígenes socioeconómicos como por las opciones políticas a las que eventualmente se pueden sumar-, hayan podido enarbolar un cuerpo de demandas específicas, se hayan dotado de un discurso propio e incidido en el ámbito público. Todo ello es imprescindible para el desarrollo de un sistema democrático que garantice tanto la representación como la participación. Lograrlo es un paso político positivo para ampliar la participación de las mujeres y para profundizar la cultura democrática.

Las lecciones de la historia

Hoy, el reordenamiento político mundial que ocurre desde finales de la década de los ochenta, tornan inevitable el replanteo profundo de una problemática tan densa y compleja como ésta. En 1911, Robert Michels hacía una advertencia al movimiento socialista: “el problema del socialismo –decía- no es simplemente un problema de economía... El socialismo es también un problema de administración, un problema de democracia”45. Hoy aquel modelo de construcción del socialismo se ha extinguido y sobre sus ruinas se levanta, petulante y jactancioso, un nuevo orden mundial de mercado que, entre otras modalidades, fija en mecanismos democráticos la transacción entre intereses sociales distintos y/o contradictorios. Los partidos políticos, compitiendo entre sí, vuelven a ser los principales agentes del proceso de formación de la voluntad política en el Estado y en la sociedad.

45

Michels, op. cit., vol. 2, p. 173.

24

25 Uno de los interrogantes que con mayor urgencia se plantea es el de si la democratización del Estado podrá realizarse sin que se produzca también un proceso de transformación social. Esta es una cuestión decisiva en la relación de las mujeres y la política. Agnes Héller señaló una vez que “con frecuencia, las mujeres se parecen a las personas que no pueden dormir y se voltean a un lado y otro en lugar de darse cuenta que la causa de su insomnio es una ansiedad interna que no puede eliminarse con simples cambios de posición”46 . Esta afirmación sugiere algunos indicios sobre los términos y condiciones de una participación política femenina que sólo se plantee en clave cuantitativa y deje tal como está el sistema de partidos y los vínculos actuales entre la sociedad civil y el Estado. Como es fácil suponer, todo esto queda subordinado al desarrollo de las luchas sociales. Si bien esto último dista de estar garantizado, hoy son muchas las mujeres que luchan denodadamente para hacerlo posible.

46

Héller, op. cit., p. 37

25

26 DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO En el bicentenario de la Revolución Francesa

“¡Oh!, mi pobre sexo... Oh, mujeres que nada obtuvieron de la revolución!”47. A esa amarga conclusión arribó Olympe de Gouge –autora, en 1791, de la primera y nunca aprobada Declaración de los Derechos de la Mujer- poco antes de ser guillotinada, en 1793. Y es que, desde entonces, las mujeres parecen marginadas de la herencia política de la Revolución Francesa. Si bien participaron con furia y pasión entre las enardecidas multitudes parisinas que se volcaron a las calles y se tomaron La Bastilla, más tarde, los Estados Generales premiaron, sobre novecientos certificados de mérito por aquella acción heroica que cambió la relación entre pueblo y poder, sólo a una mujer.48 Pero la efervescencia revolucionaria siguió, y así las mujeres se lanzaron tras la Declaración de los Derechos y las sublevaciones por el pan y el jabón; Luis XVI escapó a Versalles y, en París, ante los hombres inseguros y vacilantes, una mujer arengó a la muchedumbre el 5 de octubre, y propuso a otras ir en busca del rey. Y marcharon sobre Versalles: lavanderas, madres de familia, prostitutas. “Son los hombres los que han tomado La Bastilla, pero son mujeres las que han puesto la monarquía en manos de París”, dirá Michelet. En efecto, en 1789, la Revolución Francesa, como todas las grandes rupturas históricas, provocó la participación masiva de las mujeres. Aunque fueron pocas las que alcanzaron cierto protagonismo durante los acontecimientos revolucionarios, las mujeres participaron en gran número en el movimiento general de la revolución y su acción apenas si puede distinguirse de la de los varones durante la marcha a Versalles, o en las jornadas de octubre de 1789, o en las grandes manifestaciones del 4 y 5 de septiembre de 1793.49 La presencia femenina en la revolución no fue unívoca, de un solo lado; ellas también estuvieron apasionadamente divididas entre las diversas facciones en pugna. Por una parte, encontramos a las „damas de buena sociedad‟, educadas en el ambiente culto y desenvuelto del siglo XVIII, la mayoría de ellas estuvo limitada al papel de anfitrionas de una nueva generación de políticos que aún tenía en los salones su principal lugar de encuentro. Así, las cultas girondinas –herederas de la Ilustración- fueron las primeras en la historia política moderna en invocar la igualdad entre mujeres y sociedad política, ligando a la revolución la conciencia democrática contra la intolerancia y la represión del Terror.50

47

Citado por Linda Kelly, Las mujeres de la Revolución Francesa, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1989, p. 9. 48 Ibidem, p. 41. 49 Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983, p. 238. 50 Cf. Kelly, op. cit.

26

27 Sin duda, la presencia de las mujeres fue más contundente cuando estuvo en juego la cuestión de las subsistencias. Mujeres consumidoras, madres de familia y amas de casa fueron las mujeres sans-culottes –tal vez más que los hombres- las que unieron el terror a las subsistencias.51 “Mientras los comerciantes egoístas, los exfuncionarios, los ricos, etc., no sean guillotinados y expulsados en bloque, nada irá bien”, escribirá una de ellas; y otra coincide: “Nada irá bien a menos que se instalen guillotinas permanentes en todas las esquinas de París”52 Un observador de la época señalaba: “Mujeres del pueblo hambriento y mujeres de cerebro se encuentran en París entre 1792 y 1793. Clubes de mujeres revolucionarias, de sociedades plebeyas que admiten a los nobles en sus sesiones, damas que recogen fondos para el ejército jacobino, apologistas de la guillotina –las ciudadanas tricoteuses que llevaban a cabo su propia revolución paralelamente a sus maridos, con violencia y rara voluntad”53. Cuando en 1793, la Asamblea decidió proclamar el sufragio, consideró obvia la exclusión de las mujeres y los siervos. Y ese mismo año caen las primeras cabezas femeninas, las conservadoras, pero también rodarán las de aquellas que se han alineado fervorosamente con la revolución. O son aplastadas de otra forma. A veces, hasta por otras mujeres. En efecto, el Terror trató a las mujeres como a un basto segundo sexo, del que solicitaban únicamente delaciones e intrigas. Así, al perder la batalla con Robespierre, corrieron la misma suerte que los hombres a los que habían ayudado a encumbrar. “¡Ah, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, exclamará en su camino al patíbulo Madame Roland, de quien se ha dicho la “cabeza mejor organizada del pensamiento revolucionario”54. “Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo y también tienen el derecho de subir al estrado”, afirmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, escrita por Olympe de Gouge. Y se cumplió..., sólo que parcialmente. Mientras en los doce meses del Terror, la guillotina decapitó, sólo en París, a 374 mujeres –la mayoría de ellas eran nobles e intelectuales, 100 obreras, 28 criadas y 28 monjas55-, después de las jornadas de prarial (mayo de 1795), la Convención prohibió a las mujeres “asistir a las asambleas políticas” y les ordenó que “se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto de aquellas que se encuentran reunidas en grupos de más de cinco”56. De esta manera fue como las mujeres francesas, las revolucionarias y las conservadoras sin excepción, fueron devueltas a su papel “natural y legítimo” en el seno del círculo familiar. La estructura de las relaciones con el poder público cambió en el ámbito masculino, no así en el de las mujeres. La revolución –que ni siquiera en sus momentos de auge les otorgó derechos civiles y políticos- coronaba así la condición subordinada de la mitad de la población de Francia. 51

Albert Soboul, Los sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario., Alianza Universidad, Madrid,1987. 52 Soboul, Comprender..., op. cit., p. 240. 53 Citado por Soboul, ibidem, p. 55 54 Kelly, op. cit., p. 55. 55 María A. Macchiocchi, “Gloriosas brujas”, Crónicas de la Revolución 1789-1989, Revista El País Semanal # 636, domingo 18 de junio de 1989, p. 10. 56 Citado por Soboul, Comprender..., op. cit.p. 242.

27

28

Así terminó para ellas aquel intento de “asaltar el cielo”. Un episodio monumental de la revolución más larga había concluido.

La democracia y nosotras

Es indiscutible que cada vez que se produce en un país una rebelión de las masas contra la opresión o a favor de una transformación radical, las mujeres están presentes. A partir de este reconocimiento comienzan los problemas. ¿Qué sucede con las mujeres después del triunfo? ¿Qué sitio encuentran aquellas necesidades específicas de libertad que ellas defendieron, a veces hasta con su vida? El dilema no es reciente. Como quedó señalado, lo inauguró en la modernidad la Revolución Francesa después de las jornadas de prarial (mayo de 1795). Casi un siglo después, en 1892, y ya por nuestras tierras, Simón Bolívar escribió a María Antonia, su hermana favorita, previniéndola enérgicamente contra los peligros del mundo público: “Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos ni se adhieras ni opongas a ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su familia y sus deberes domésticos son sus primeras obligaciones”57. Muy atrás quedó la intensa y masiva incorporación de las mujeres en aquellos conflictos. Después, ya sabemos que ocurrió. Y es que es muy común a la hora de analizar la participación política femenina, privilegiar el punto de vista cuantitativo: cuántas votan, cuántas son electas, cuántas desempeñan cargos públicos, etc. En esta contabilidad social, los resultados asustan al revelar que , por ejemplo, los procesos democratizadores muy poco tienen que ver con la incorporación de las mujeres. Ahora bien, si pasamos la cuestión de la participación femenina por el tamiz del cuestionamiento a la forma de hacer política, a los estilos, el asunto empeora, porque ¿qué avance real puede significar una participación que no intenta modificar ni las concepciones ni la praxis sexista que permean ese ámbito del mundo público? De esta manera, cada vez más advertimos, no sin tristeza y desaliento, cuánto ha cambiado algo profundo, secular, en el modo de concebir la situación de la mujer en la sociedad y, a la vez, cómo las instituciones no logran expresar esa transformación. Quizá porque enfrentar los problemas de la igualdad real de género entraña enfrentar problemas de fondo acerca de la organización de la sociedad en general. En todo caso, a pesar de la visión desencantada que provee la política en nuestros días es posible mantener todavía alguna confianza en las potencialidades de los sujetos sociales para transformar los conservadores estilos políticos predominantes. Para intentarlo parece imprescindible discutir públicamente estas deficiencias vía la recuperación de la memoria colectiva de la participación de las mujeres en movimientos 57

Citado por Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de la Gran Colombia, 1780-1830”, en Asunción Lavrin, comp., Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 268.

28

29 laborales, políticos y sociales. Como dice María C. Feijoó, la memoria colectiva jugaría aquí un papel relevante que podría animar a las mujeres a acometer nuevas acciones al rescatar experiencias semiolvidadas, lo que permitiría un reconocimiento de actividades pasadas y, por tanto otra vez, posibles58. Hoy, pues, no es suficiente reivindicar acríticamente ni la participación vista solamente con la lente cuantitativa ni el mito del igualitarismo jurídico. Pasar por alto cómo las instituciones democráticas –especialmente, los partidos políticos- reproducen en su interior aquellas estructuras sexistas de poder, jerarquía, distribución de funciones y mandatos, es ser cómplice del machismo y de la discriminación. A estas alturas parece obvio señalar que tales actitudes y prácticas no son privativas de los varones. De cualquier modo, es un complejo dilema que los procesos democráticos agudizan, pero que, paradójicamente, sólo con ellos será posible resolver.

58

María C. Feijoo, Mujer y Política en América Latina: el estado del arte. Ponencia presentada en el Taller sobre desigualdad social y jerarquía de género en América Latina, Perú, junio de 1985, p. 29

29

30 MUJERES EN ARMAS... O LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON BAYONETAS

Hace algún tiempo, el sociólogo Edelberto Torres R., constataba que en Centroamérica “pareciera que por boca del fusil sólo pudiera proclamarse el socialismo”. Una rápida ojeada a la cotidianidad mesoamericana reflejada en las noticias que continuamente aparecen sobre la región confirmarían el aserto. En todo caso, a partir del triunfo sandinista en 1979, pareció abrirse toda una época de grandes transformaciones en las tradicionales relaciones de poder en algunos países centroamericanos. Aunque no ha ocurrido así, lo cierto es que sí ha habido una considerable renovación de los sujetos populares en medio de la compleja trama que articula nuevos elementos ideológico-políticos con nuevas formas de organización de la protesta social. En Centroamérica el movimiento de mujeres es uno de estos nuevos sectores que generalmente aparece vinculado a la problemática global de los sectores populares. Diversas agrupaciones femeninas han integrado su lucha y reivindicaciones a las acciones colectivas de las clases explotadas que buscan producir un nuevo tipo de sociedad, convirtiendo así al movimiento de mujeres en un componente vital de la dinámica revolucionaria. Desde esta perspectiva, a las mujeres se las puede encontrar en el fragor del combate, formando parte de los grupos de resistencia, actuando como agitadoras y propagandistas tanto en las luchas callejeras como en las tareas de apoyo “típicamente femeninas”: como correos clandestinos, en las cocinas de los diferentes frentes, en el ocultamiento y traslado de armas, en el cuidado de enfermos, en huelgas de hambre, el cuidado de casas de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, etc. Por su origen, desarrollo y situación, el movimiento de mujeres centroamericano responde, en buena parte, a la dinámica que los otros movimientos han tenido en la región, esto es, para decirlo con palabras de Torres Rivas, “la sustitución de la forma partido por la de movimiento, solución final de la estructura política a las urgencias de la lucha militar”. Por ahora, quizá sea ésta la cuestión clave que permita elucidar el rumbo del movimiento en el marco global de las transformaciones ocurridas. Si bien el fenómeno de las mujeres en armas no es nuevo en América Latina –los estudios de la mujer están rescatando paulatinamente las formas que asume este tipo de participación muy propio de los períodos de gran crisis social59-, lo cierto es que hasta ahora el caso centroamericano desborda los precedentes mejor conocidos, tanto por el carácter masivo de la participación como por su profundo contenido contracultural. 59

Cf. Luis Vitale, La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana, Sudamericana/Planeta Editores, Buenos Aires, 1987; Gloria Ardaya, “La mujer en la lucha del pueblo boliviano”, Revista Nueva Sociedad # 65, marzo-abril 1983, pp. 112-126; Margaret Randall, Todas estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense hoy, Siglo XXI Editores, México, 1980.

30

31

No es extraño, pues, que el triunfo de la revolución sandinista generara un amplio sistema de participación política de la mujer y también mayores oportunidades para participar en otros aspectos de la vida cotidiana. Pero a medida que se agudizó el hostigamiento norteamericano fue casi simultánea la marginación de las reivindicaciones, tanto generales como específicas, de las mujeres. En este sentido, el FSLN planteaba, rotundo, en 1983: “Si tenemos que escoger entre la discusión sobre las mujeres y el problema de la agresión externa, debemos discutir el problema de la agresión”60. El recrudecimiento de la situación general de guerra que vive el área desde entonces, ha tenido consecuencias y modalidades diversas para cada uno de los países de la región. Sin embargo, son comunes en ellos los ingentes gastos militares, el asesinato, la tortura y secuestro de la población civil, el fenómeno de los desplazados y de huérfanos de guerra. La economía de guerra en función de la subsistencia tiene entre mujeres, infantes y ancianos/as, sus principales víctimas. En Centroamérica el armamentismo ha provocado el congelamiento cuantitativo y el deterioro cualitativo de los servicios de salud, educación, alimentación, transporte, etc. Notamos también cómo, a pesar de los ingentes esfuerzos nicaragüenses por continuar invirtiendo en los rubros sociales más cruciales, sus dirigentes no pueden evitar la concentración de recursos en seguridad interior y en defensa nacional, lo que devora más del 40% del presupuesto, llevándose también más de la mitad de lo que el país produce.61 Esta ingerencia de buena parte de las esferas de la vida nicaragüense en el esfuerzo defensivo, ayuda a explicar la reorientación de la política de inversiones públicas, sobre todo desde 1985, que prácticamente ha suspendido toda inversión significativa en el área urbana, principalmente en Managua, reduciendo la capacidad estatal para responder a las demandas de los pobladores. Por otro lado, es innegable el gran impacto que tiene la guerra en ciertos procesos sociopolíticos internos a los demás países del área. Esta cuestión tiene que ver con el hecho, nada sencillo, de que la guerra y los procesos políticos que ella encierra plantean una concepción y un quehacer de la política que nace de una distribución desigual del poder. Una distribución desigual que no sólo es clasista sino que también es sexista. Los cuerpos militares han sido secularmente bastiones de la masculinidad, cuestión que no altera tan fácilmente, aun cuando se trate del pueblo armado. En estas condiciones la situación y perspectivas de las mujeres centroamericanas es, desde todo punto de vista, complicada. El acontecer cotidiano en esta región agrava las dificultades para la plena participación igualitaria de la mujer en el proceso de toma de decisiones y en el reparto del poder político. “Excepto –diría Gloria Ardaya- en situaciones de riesgo en las cuales debe „probar‟ su heroísmo y valentía”.

60

Citado por María C. Navas, “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, en Daniel Camacho y Rafael Menjívar, Movimientos populares en Centroamérica, EDUCA, Costa Rica, 1985 61 Centro de Investigación para la Paz, Gastos militares y sociales en el mundo, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1986, pp. 58 ss.

31

32 La situación de guerra y violencia generalizada impide la defensa de reivindicaciones específicas de género contra el autoritarismo, el carácter competitivo y las estructuras verticales y monolíticas.62 Y es que, como ya observó, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “la contínua agresión obliga a la defensa... y una guerra así, guerra de vida o muerte,... tiende a una progresiva militarización de la sociedad entera. Y, a su vez, esa militarización actúa objetivamente contra los espacios de pluralidad democrática y creatividad popular. Las estructuras militares, verticales, autoritarias por definición, no se llevan bien con la duda, y mucho menos con la discrepancia”63. Es, precisamente, en Nicaragua donde la estrategia imperial norteamericana ha contribuido a perfilar preocupantes modalidades políticas. En un reciente ensayo, el sociólogo Carlos Vilas da cuenta de la progresiva transformación de las organizaciones de masas –nervios motores del proceso revolucionario- en algo así como meros aparatos del Estado. Todo ello es producto de la atenazante “priorización de la defensa nacional, la aguda crisis económica y el impacto de todo esto en la vida cotidiana de la gente”64. En este sentido, la modificación de los espacios, el nivel, alcances y maneras de la participación popular que caracteriza lo que se ha llamado la etapa de la hegemonía de las masas (1979-84), afecta profundamente a AMNLAE, la organización de mujeres nicaragüenses, impidiéndole encontrar su propio perfil, como ha sugerido Vilas. Al perder su autonomía política en 1984, un carácter que en la primera etapa le permitió – no sin dificultades- introducir algunas reivindicaciones específicas en el debate político nacional (v.g., la cuestión del aborto, la incorporación de las mujeres al servicio militar, el problema del maltrato, la legislación familiar), AMNLAE pierde ahora gran parte de su protagonismo y eficacia. Así, algunas de las integrantes de la banca parlamentaria del FSLN, ahora partido político, provienen de AMNLAE pero representan a los intereses del partido en la Asamblea Nacional (que reemplazó al Consejo de Estado). Si bien la propia agresión militar puede propiciar nuevos ámbitos y estilos de participación popular (producción y organización en las zonas de guerra), los mismos, en esas condiciones, pueden recrear nuevos mecanismos de subordinación y discriminación hacia las mujeres, habida cuenta de la potenciación de los valores y conceptos machistas que toda guerra genera. Se ha dicho que “no debe confundirse el carácter de la revolución con las formas de lucha por intermedio de las cuales se realiza” (Torres Rivas). Probablemente esto sea así. De lo que no cabe la menor duda es que el cuestionamiento que el movimiento autónomo de las mujeres centroamericanas hace a todo lo que constituye una sociedad basada en la opresión humana, es la mejor garantía contra la eventual posibilidad de que la sociedad se halle en desventaja absoluta frente al Estado y su burocracia. Esta dimensión política del movimiento de mujeres –como demuestra el caso centroamericano- claramente evidencia estar en abierta contradicción con la centralización y el autoritarismo que predomina en el área.

62

Cf. Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Aportes al análisis del maltrato a la mujer, Oficina Legal de la Mujer, Managua, junio 1986. 63 Eduardo Galeano, “Defensa de Nicaragua”, diario La República, 4 de enero de 1987, Panamá, p. 14-A. 64 Carlos Vilas, “Nicaragua: las organizaciones de masas. Problemática actual y perspectivas.”, Revista Nueva Sociedad, noviembre-diciembre 1986.

32

33 De todo lo anterior se desprende como corolario, que no es posible concebir la paz sólo desde el punto de vista de los intereses estatales. Es preciso, por el contrario, optar por una concepción integral de la paz, entendiéndola como una intrincada relación social y política, hecha a la vez de complejas correlaciones entre la dimensión políticodiplomática y las correspondientes al desarrollo y a la democracia social, de los derechos humanos y del reconocimiento de la necesidad de prácticas sociales equitativas entre hombres y mujeres. En todo caso, en las sociedades centroamericanas con tan arraigados patrones culturales machistas y autoritarios, agudizados por la acelerada militarización de la región, vemos cómo cada vez más se ensombrece el panorama y, más aún, las perspectivas de una democracia popular en la que no se sacrifiquen los valores humanos por los cuales se luchó (al aplazar la „cuestión femenina‟ tomando el atajo que representa el principio evolucionista en lo relativo a la mujer, lo que vendría a ser lo mismo). Precisamente porque somos solidarias con los procesos revolucionarios centroamericanos, particularmente con Nicaragua, tenemos que reflexionar cuidadosamente acerca de la potencial evolución de estos peligrosos procesos internos, agudizados por la agresión de EU, y que amenaza, como bien expresa Galeano, con deformar la revolución, lo que sería, al fin y al cabo, una forma de aniquilarla.

33

34

EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO LAS MUJERES Y EL CONFLICTO DE CLASES

Hace algún tiempo, en un estudio dedicado a examinar las relaciones entre sindicato y partido, el sociólogo español Ludolfo Paramio reconocía que “uno de los peores lastres teóricos de la izquierda actual..., es el de que sus propias ideas heredadas no son conocidas en su contexto, en el marco en el que surgieron y en el que realmente tenían sentido, sino que sólo se manejan como esquemas, como clichés carentes de toda relación con una situación histórica concreta en la que podrían entender tanto las razones de su formulación como la intención –concreta, también- que movió a sus interlocutores”65. En el caso de la experiencia colectiva de las mujeres en el pasado, el problema señalado se agrava. La cuestión tiene que ver básicamente con el escaso conocimiento de la experiencia histórico-social del género femenino. No es ninguna novedad decir que las corrientes historiográficas han puesto más bien de relieve la ausencia o invisibilidad de la mujer en el proceso histórico, incluso en el más revolucionario. Con la excepción de esporádicas personalidades notables, apenas hay constancia de la actividad social femenina. Probablemente éste sea uno de los mayores tropiezos con que se enfrenta el intento de analizar el significado y las proyecciones del 8 de marzo en la historia total del movimiento de las mujeres, entendida no sólo como historia de las estructuras económicas, sociales y políticas, sino como una historia que abarca a la vez las dimensiones de la esfera privada, con el estudio de las estructuras de la familia, la sexualidad, la reproducción, la salud, el trabajo doméstico, la socialización de los hijos, entre otros aspectos. Los orígenes del Día Internacional de la Mujer están indisolublemente ligados a la historia del socialismo, en tanto alcanzó una forma organizada en los congresos y en otras actividades de la Segunda Internacional (1899-1914). El nacimiento de esta celebración representa uno de los sensibles progresos que evidenciaba el socialismo y el movimiento obrero –el paso de una condición contracultural al de una subcultura- desde finales del siglo XIX, en la mayor parte de los países europeos. Hacia 1900 también era muy evidente el fortalecimiento del movimiento de mujeres socialistas. “Su figura más destacada de aquella etapa, Clara Zetkin, que mantenía estrechos lazos con otros movimientos socialistas a través de sus contactos rusos y su residencia en París en la década de 1880,... –escribe R.J. Evans- pensó en crear una Internacional Socialista de Mujeres. Ésta fue fundada en 1907, cuando Zetkin organizó una Conferencia Internacional Socialista de Mujeres, conjuntamente con el Congreso de la Segunda Internacional celebrado aquel año en Stuttgart...”66. 65 66

Tras el diluvio.La izquierda ante el fin de siglo, 2ª ed., Siglo XXI Editores, México, 1989, p. 116 Evans, op. cit., p. 165

34

35

En efecto, durante el Congreso socialdemócrata alemán en 1907 –y después de años de intensas luchas en el seno de los distintos partidos socialistas nacionales- se aprobó una resolución de apoyo el sufragio femenino, en la que se señalaba que las obreras debían realizar campañas por los derechos ciudadanos junto a los partidos de clase del proletariado. De esta manera quedaba claro que entre las luchas de las mujeres socialistas y las sufragistas liberales existía un abismo insalvable. Así, pues, con base en los acuerdos de 1907 e inspirándose en las acciones de masas por el sufragio femenino organizados por las mujeres socialistas en Estados Unidos, Clara Zetkin impulsó en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de las Mujeres Socialistas reunida en Copenhague, la celebración de una jornada internacional de lucha exigiendo el sufragio universal femenino, escogiéndose el 8 de marzo en homenaje a 129 trabajadoras de una fábrica textilera en Nueva York, quienes en huelga por demandas de mejores condiciones laborales, en 1908, fueron encerradas en la planta por su dueño, procediendo a incendiar el edificio. Las mujeres murieron carbonizadas. De esta manera nació el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el 8 de marzo, celebrándose por vez primera en 1911. El lema unificador de aquella primera jornada fue: “El voto para la mujer unirá nuestra fuerza en la lucha por el socialismo”. Las mujeres de las diversas naciones llevaron a la práctica esta manifestación de acuerdo con las condiciones que imperaban en sus países. El desarrollo desigual del capitalismo, los períodos distintos en la formación de la clase obrera, las diferencias nacionales en el terreno de las relaciones entre el movimiento socialista y otras formaciones políticas (demoliberales, anarquistas), las diferentes formaciones en la estructura institucional de la democracia representativa, la diversa amplitud de las libertades democráticas en cada país y, por tanto, las diferencias organizativas del movimiento obrero, las diversas opciones ideológicas en el ámbito de las doctrinas socialistas, todo ello influyó en el carácter de la incorporación de la mujer en las luchas por transformar la sociedad. Con todo, la respuesta al llamado de la Internacional de Mujeres fue más allá de todas las expectativas. Se formaron comités, se hizo publicidad, se organizaron manifestaciones y mítines y se prepararon artículos para la prensa. El día señalado, mientras en Austria unas 30,000 personas, entre hombres y mujeres, tomaron parte en la más concurrida manifestación callejera (Waters), la activista rusa Alejandra Kollontai, exiliada en Alemania por entonces, describió así la primera celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora: “Alemania y Austria... eran un mar estremecido y agitado de mujeres. Se organizaban reuniones por todas partes, en las ciudades pequeñas e incluso en los pueblos. Las salas estaban tan llenas que tuvieron que pedir a los obreros que les cediesen sus locales. Esta fue verdaderamente la primera manifestación de la militancia de las mujeres trabajadoras. Los hombres, en cambio, se quedaron en casa con los niños, y sus esposas, las „esclavas amas de casa‟, acudieron a los mítines.” El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue una celebración exitosa hasta 1914, año en que estalla la Primera Guerra Mundial, prueba de fuego para las relaciones entre el movimiento obrero y la sociedad política existente. La solidaridad proletaria se había

35

36 quebrado quizá para siempre. El mundo socialista no volvería a ser el mismo desde entonces. Tampoco la jornada internacional del 8 de marzo. No obstante la debilidad de la clase obrera latinoamericana, al fundarse la Segunda Internacional, en México se publicaron sus acuerdos y estatutos; en Argentina se creó una sección francesa y en Uruguay se hablaba de una sección nacional. Si para algunos historiadores del movimiento obrero “estas vinculaciones, producto de la inmigración y contacto con el extranjero, aunque sean a nivel de dirigentes y alcancen a pequeños círculos, (...) parecen un antecedente muy importante para explicarse los primeros actos del día de los trabajadores en América Latina”(Arias)67, llama poderosamente la atención que estas mismas condiciones no hayan propiciado ninguna acción de solidaridad con la jornada por el sufragio femenino. Conociendo que ya para entonces el tema no era desconocido en estas tierras, ¿semejante silencio tendría que ver con un rechazo de los socialistas a la participación de la mujer en territorios tradicionalmente ocupados por los hombres, aunque éstos fueran portadores de un mundo nuevo? En todo caso, hay algunos indicios que al menos permiten intuir la posibilidad de reconstruir ese capítulo del movimiento obrero –y del movimiento de las mujeres- en América Latina. Vitale, por ejemplo, menciona la participación de la argentina Cecilia Grierson en el Congreso Internacional de Mujeres reunido en Londres, en 1899: “Allí – dice Cecilia- contraje el compromiso moral de organizar en la República un Consejo Nacional de Mujeres. Con gran trabajo, pero éxito seguro, he conseguido formar esta unión... Los trabajos y la Revista del Consejo de Mujeres son ya conocidos en la República.”68 En todas partes los individuos y los grupos descubren sus distintas identidades y sus intereses en conflicto en la propia búsqueda de un terreno común. La historia del socialismo no es la excepción. Si 1914 representó la quiebra del internacionalismo obrero, nuestros días hablan de su aniquilamiento como proyecto histórico-político. Con todo, el ideal socialista –como el democrático- está en cierto modo enraizado en sentimientos tan antiguos y permanentes como la propia sociedad humana. La transición de hoy impone revisitar críticamente el terreno común, la historia socialista, con el convencimiento de que la participación en los procesos sociales y económicos de grupos humanos, en su mayoría anónimos, como el de las mujeres, constituye una de las claves para llegar a comprender mejor algunas coyunturas históricas concretas.

67 68

Vitale, op. cit., p. 145

36

37 EL SUEÑO CONTINÚA LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA

En 1844, la militante socialista Flora Tristan realizaba una gira de organización por las provincias francesas para promocionar la idea de una asociación internacional obrera. Hostigada y agotada, cayó enferma y murió. Sin embargo, poco antes de morir, resumió su destino en una carta dirigida a uno de sus amigos y compañeros. Decía: “Tengo a casi todo el mundo en contra mía. Los hombres porque pido la emancipación de la mujer, los propietarios porque pido la emancipación de los asalariados”. Comenzaba así, con bastante desencanto, la historia de la cuestión femenina, tal como fue conocida esta problemática en el siglo XIX. El libro de Flora, Unión Obrera, había aparecido un año antes, en 1843, aportando al pensamiento social su análisis de la opresión de la mujer y el ligamen que estableció entre ésta y la situación de la clase obrera. Más de seis décadas después –en medio de una sociedad occidental sometida a profundas transformaciones sociales y políticas- el 8 de marzo de 1911 se celebró, por vez primera, el Día Internacional de la Mujer, exigiendo el sufragio universal femenino. El tema unificador de aquella memorable jornada fue: “El voto para la mujer unirá nuestras fuerzas en la lucha por el socialismo”. Eran tiempos que parecían la venganza póstuma de Flora Tristan. Al menos, así lo parecía. Luego, entre guerras calientes y frías, el impulso feminista decayó. No fue sin con el optimismo de los años sesenta, tan juvenilmente renovadores, cuando fue retomada, con nuevos matices y contenidos, la discusión en torno al papel social de la mujer. Amplios contingentes de mujeres en casi todas partes se sumaron a la lucha por construir un hogar público –y también el privado- más justo, igualitario y pluralista. Y, otra vez, el 8 de marzo cobró nuevos ímpetus ligados a los movimientos sociales insurgentes. Así, pues, ateniéndonos a la historia, incluso la más reciente, el Día Internacional de la Mujer conmemora las luchas políticas de las mujeres por transformar la condición social e individual tanto de ellas como de sus semejantes. Ahora bien, ateniéndonos al presente ¿qué conmemora hoy el Día Internacional de la Mujer? ¿qué referencias políticas tiene? Definitivamente que ya la identificación del 8 de marzo con el socialismo no es automático. En nuestros días, casi hay que construir esa relación en términos meramente cognoscitivos. Es tal la integración. En efecto, se ha dicho que la modernidad se caracteriza por una sucesión de procesos de integración. De la integración económico-social de los estratos rurales y de las generaciones de inmigrantes en el mundo industrial urbano, a la integración cultural (por la escuela pública, especialmente) y política (por la ampliación de los derechos civiles y ciudadanos), el capitalismo ha mostrado una formidable capacidad integradora. En este sentido, las mujeres movilizadas han ido pasando, con relativa facilidad, de “clases peligrosas” a simples grupos de presión.

37

38 Esta situación no es mala en sí misma. A decir verdad, es un camino ineludible si queremos que el sistema político tenga menos razones para excluirnos, para marginarnos. Pero quizá por eso mismo, es también un camino plagado de riesgos y obstáculos nunca antes conocidos, en la medida que la legitimidad del Estado y sus instituciones sufren un creciente proceso de erosión, manifiesto, entre otras cosas, en el decaimiento de la conciencia colectiva, la desconfianza masiva, la opinión generalizada en torno a la corruptibilidad, falta de idoneidad y carencia de genuina autoridad entre quienes nos gobiernan, emergiendo más bien una marcada aversión hacia la totalidad de la clase política, una creciente indiferencia con respecto a los partidos políticos, al proceso de democratización y hacia los asuntos públicos y comunitarios en general. Todo ello atizado por una descomunal crisis fiscal del Estado. Por tanto, en esta sociedad de fin de siglo, convertida en una fase de transición ideológica cuya trascendencia y envergadura aún no podemos sospechar, las mujeres nos encontramos con la necesidad de abrir camino hacia un nuevo sentido común político, de trazar un proyecto de organización y de reparto del trabajo, de distribución de los beneficios, de protección del ambiente, de tejer solidaridades nuevas entre los distintos sujetos sociales, de recrear ámbitos de articulación política internacional alternativos. No pocas veces pareciera que nuestras fuerzas no dan para tanto, y muerde el desánimo. Decía Bertrand Russell que “todo ser humano, dondequiera que vaya, va rodeado por una nube de convicciones confortantes, que lo acompañan como moscas en un día de verano”69. Con todo y las complejas incertidumbres que el presente nos prodiga, la convicción de que la humanidad puede reconciliarse consigo misma y marchar en pos de una sociedad más comunitaria parece ser justamente el trillo por donde afinca la cuestión femenina en los inicios de un nuevo siglo. El sueño, pues, continúa.

69

Russell citado por Thomas Sowell, Conflicto de visiones. Orígenes ideológicos de las luchas políticas, Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1990, p. 8.

38

39

CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER

En memoria de la primera sufragista panameña.

No es fácil interpretar de manera global la vida política de una mujer como Clara González, cuyos quehaceres coincidieron con los años más ricos y complejos de la historia socio-política panameña. Más bien intentaré hilar algunas reflexiones tomando en cuenta la siguiente periodización: de 1900 a 1922 (nacimiento hasta su titulación como abogada, la primera en Panamá); de 1924 a 1947 (creación de la Escuela de Cultura Femenina hasta la organización de la trascendental Marcha de las Mujeres contra el Convenio de Bases Militares Filós-Hines, pasando por todos los años de lucha por los derechos políticos para la mujer); y 1951 (retiro virtual de la actividad propiamente política, después de aceptar el cargo de Magistrada del recién creado Tribunal Tutelar de Menores, institución en la cual llegó a jubilarse).

Un siglo diferente

Para buena parte de las mujeres occidentales, entre ellas las latinoamericanas, el siglo XX fue el verdadero siglo de las luces, pues con él cristalizó el caudal revolucionario legado por el siglo XIX en las ideas y luchas por la libertad, la democracia política y social, la independencia, la unidad nacional y la igualdad, idea-fuerza particularmente importante para las mujeres70. Así, la situación femenina empezó a experimentar cambios en el marco de profundas transformaciones sociales: la incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera del hogar, los novedosos cambios en su condición cultural, jurídica y, sobre todo, familiar (efecto, entre otros, de nuevas perspectivas médicas y biológicas sobre las mujeres, transformaciones en las concepciones sobre el erotismo y la moralidad sexual, la popularización de conocimientos sobre control de la natalidad)71. Todo ello contribuyó, además, a convertir el siglo XX en el siglo del feminismo, una rebelión de mentalidades y acciones colectivas de las mujeres –a las que se sumaron no pocos hombres- que cuestionó las estructuras sociales y patriarcales imperantes.

70

Luis Vitale, La mitad invisible de la historia latinoamericana. El protagonismo social de la mujer, Sudamericana/Planeta Ediciones, Buenos Aires, 1987. 71 Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal, Barcelona, 1984.

39

40 Las luchas de las mujeres por el derecho al voto, la maternidad voluntaria, el divorcio, el salario igualitario y otras reivindicaciones formaron parte del proceso mundial de emancipación femenina72. Sólo teniendo en cuenta estas luchas y avances podemos explicarnos la presencia y el protagonismo de las mujeres en ámbitos culturales y científicos hasta entonces a ellas negado. Nuestro país no estuvo ausente en esta hora de renovación social. Clara González es el mejor ejemplo. Al elegir una carrera política o de gobierno -como era considerado entonces el Derecho-, esta mujer desafió la imagen convencional y el peso de la cultura y la historia, yendo en contra de tradiciones similares de aquéllas bajo las que vivían la mayoría de las mujeres. ¡No es difícil imaginar los costos personales que esta lucha debió significarle a la „descarriada‟ Clarita!

El desafío político

La historia del voto femenino en Panamá es una historia polémica, atizada por lagunas e inconsistencias. Ahora, lo que es indiscutible es que el voto para todas las mujeres fue ganado por las propias mujeres en las calles, en las tribunas, en las plazas, y también cabildeando y buscando apoyos entre reconocidos patriarcas políticos de entonces. Entre esas mujeres estuvo Clara González. Siempre clave, decisiva. En efecto, el tema del voto constituyó –aquí, como en casi todas partes- un medio de unir mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad basada en un solo objetivo no careció de tensiones entre las mismas activistas. Por supuesto, no pretendían solamente el voto, sino el poder político, que creían habrían de obtener en cuanto votasen. No es extraño, entonces, que las expectativas divergieran (son históricos, en este sentido, los desencuentros entre Clara y Esther Neira, por ejemplo). Hay algo más. Si bien actualmente, no existe un solo partido político en Panamá que excluya a las mujeres, lo cierto es que tampoco existen mujeres que funden ellas, por sí mismas, partidos. Y aquélla generación de mujeres lo hizo. Clara González fundó el Partido Nacional Feminista (PNF), en 1925. Y lo que la distinguió de otros proyectos semejantes es que lúcidamente entendió que la participación de la mujer en la política, con posibilidades reales de cambio social, solo era (y es) posible a partir de una profunda renovación cultura de su condición humana. Por ello, previo a la fundación del PNF y ligada a proyectos populares, puso en marcha la Escuela de Cultura Femenina. Con todo, y a pesar de que ganar el derecho a votar llenó una función importante para las mujeres panameñas, fue evidente que con las medidas puramente legales no se llega muy lejos para cambiar las instituciones y las actitudes. Así, el derecho al voto resultó 72

Vitale, op. cit.; Sheila Rowbotham, La mujer ignorada por la historia, Editorial Debate, Bogotá, 1980.

40

41 insuficiente como propulsor de transformaciones sociales, independientemente del nivel de activismo político y de las preferencias políticas de las mujeres73. El abandono

Desde 1951, Clara González virtualmente abandonó los avatares de la política nacional, la búsqueda del poder. ¿Qué pudo causar este abandono? ¿Desánimo, cansancio? ¿El convencimiento de que no es la política per se la solución a la problemática de las mujeres en la sociedad? Es un hecho en América Latina la propensión de las mujeres a retirarse de la vida política o a dedicarse a sus respectivas profesiones después de intensos períodos de activación, entre tanta oposición, prejuicios y marginación de parte de los varones y de las propias mujeres. Y la mayor parte de las veces, además, sin generar un grupo que la suceda. En este caso, Panamá tampoco ha sido la excepción. Bien dice Viola Klein que “el hecho de no ser juzgado como un individuo, sino como miembro de un grupo del que se tiene una imagen estereotipada, implica una serie incalculable de restricciones, descorazonamiento, resentimiento y frustraciones”74.

Una mujer del siglo Así la definió Diógenes De la Rosa. Y es que en el ambiente que proporcionó una época histórica singular, Clara González fue sujeto activo y con personalidad propia de una generación que enlazó a Panamá con la modernidad del mundo. Sus ideas y su acción renovadoras contribuyeron notablemente a transformar nuestro mundo público, ampliando las bases sociales de la nación panameña. Su último período de vida –en soledad, abandono y olvido- y el ambiente que rodeó su muerte el 10 de febrero de 1990, gritan la necesidad urgente de revisitar su obra. .

73

Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, Fondo de Cultura Económica, México, 1983. 74 Citado por Chaney, op. cit., p. 159.

41

42 OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA Mujeres y familias en Panamá después de la invasión norteamericana del 20 de diciembre de 198975

31 de enero

12 de febrero

16 de febrero

17 de febrero

21 de febrero

8 de marzo

10 de marzo

13 de marzo

20 de marzo

Las familias refugiadas del barrio El Chorrillo denuncian “la falta de sensibilidad social” del nuevo gobierno y de los E.U. por la destrucción de sus casas. Se anuncia el nacimiento del Comité de Familiares de los Militares Caídos, “compuesta en su mayoría por mujeres que perdieron sus esposos y que ahora se encuentran desamparadas sin saber qué destino les tocará a ellas y a sus hijos”. Un comunicado de la Asociación Nacional de Enfermeras dirigido al Presidente de la República, denuncia los despidos ilegales del personal de enfermería en las instituciones estatales, y sostiene que “la destitución afecta a funcionarias que son cabeza de familia y es con la estabilidad de su trabajo que sustentan su hogar”. Viudas y parientes de miembros de las desmanteladas Fuerzas de Defensa de Panamá, caídos el 20 de diciembre de 1989, presentan al Presidente de la República un documento en el que solicitan la localización exacta de sus familiares desaparecidos, declarar el día 20 de diciembre día de duelo nacional, y el pago de una serie de prestaciones económicas a que tenían derecho sus familiares. Isabel Corro denunció que más de 1,000 panameños, entre militares y civiles, podrían haber muerto durante la invasión estadounidense. Marcha de mujeres en la ciudad de Panamá para conmemorar el Día Internacional de la Mujer y solidarizarse con las víctimas de la invasión y con huelguistas de hambre por despidos injustificados en oficinas estatales. Empleadas/os de la empresa estatal de aviación inician una larga serie de reclamos de pagos salariales atrasados y definición del status de la empresa. Protestas de familias damnificadas de El Chorrillo, las cuales, además de piquetear la entrada de la Asamblea Nacional, bloquearon la Avenida de los Mártires, tratando de que el gobierno resuelva el problema de vivienda agudizado por la intervención militar norteamericana. Hubo heridos por disparos de perdigones y arrestos por parte de miembros de la nueva Fuerza Pública. Mujeres y hombres que laboran en distintas cadenas comerciales en la capital, marchan para protestar por la autorización del Ministerio de Trabajo a despidos laborales, entre ellos, el de mujeres embarazadas.

75

Según noticias aparecidas en diarios locales (La Prensa, La Estrella de Panamá, Crítica y El Panamá América), desde enero hasta septiembre de 1990.

42

43 1 de abril

8 de abril

28 de abril

30 de abril

5 de mayo

20 de mayo

21 de mayo

La abogada Graciela Dixon anunció la presentación de una demanda por indemnización ante la Corte de Estados Unidos, a favor de numerosas familias damnificadas de El Chorrillo. La demanda incluye a quienes perdieron algún familiar, enseres domésticos y personales, mutilados/as, lesionados/as y personas con traumas psicológicos a consecuencia de la invasión militar norteamericana. La Coordinadora Popular de los Derechos Humanos en Panamá (COPODEHUPA) reclamó la atención del gobierno nacional sobre lo que califica como “deterioro de las condiciones de vida de miles de panameños” y mayor atención a las familias de las víctimas resultantes de la invasión norteamericana. Familiares de las víctimas de la invasión del 20 de diciembre, la mayoría mujeres, piden al Ministro de Gobierno y Justicia que gestione ante las autoridades norteamericanas que a los hijos de los caídos el 20 de diciembre se les dé un apoyo económico que les permita vivir con decoro. Por gestiones de la Asociación de Familiares caídos el 20 de diciembre (AFC-20D), comienzan a ser exhumados los cadáveres panameños sepultados en fosas comunes en el Cementerio Jardín de Paz. La Coordinadora Nacional de la Mujer celebra su noveno aniversario, y en un comunicado manifiesta que “hoy sufrimos no sólo una crisis económica, sino una profunda crisis de valores y, en medio de ella, nosotras las mujeres, víctimas predilectas de todas estas crisis.” Concluyen las exhumaciones de 123 personas que murieron durante la invasión norteamericana. Isabel Corro, portavoz de los familiares de las víctimas panameñas, dijo: “presentaremos una denuncia formal de indemnización contra el Gobierno de los E.U., porque si el nuestro no lo ha hecho, entonces los familiares debemos hacerlo”. Varios centenares de familiares de militares y civiles muertos el 20 de diciembre, la mayoría mujeres, participan en una misa realizada en el Jardín de Paz, donde reposan 106 cuerpos, antes enterrados en fosas comunes. Isabel Corro denuncia que a los muertos de la invasión se los ha tratado “como si fueran desechos de basura” y añade que al gobierno “no le conviene conocer la cifra de muertos”. Familias refugiadas de El Chorrillo piquetean la embajada de E.U., exigiendo la rápida indemnización por pérdidas causadas por la invasión. El Comité demandó una negociación directa con autoridades norteamericanas y rechazó al gobierno nacional como intermediario de sus demandas reivindicativas. Cierre de la Vía Interamericana, en Nuevo Arraiján, que duró más de 14 horas, por parte de familias de ese sector que exigen mejoras en el servicio de agua potable. Unidades de la Fuerza Pública, armados con escopetas de perdigones, intentan desalojar a familias damnificadas de El Chorrillo, que ocuparon el edificio llamado „Casa de Piedra‟.

43

44 7 de junio

15 de junio

17 de junio

20 de junio

20 de julio

1 de agosto

16 de agosto

20 de agosto 22 de agosto

4 de septiembre

5 de septiembre

7 de septiembre

10 de septiembre

La dirigenta de la AFC-20D, Isabel Corro, denunció ante la Asamblea Legislativa, que únicamente le concedió 15 minutos de cortesía de sala, la masacre y el genocidio cometido por las tropas norteamericanas, y solicitó que se declare el 20 de diciembre, día de duelo nacional. Marcha de enfermeras desempleadas. En un pliego de peticiones al Presidente de la República plantean la necesidad de mejorar las deplorables condiciones del sector salud y el nombramiento de las profesionales de enfermería que se encuentran en paro. En carta pública aparecida en los medios,una madre panameña implora al Papa solidaridad con las víctimas inocentes de la invasión. Multitudinaria Marcha Negra promovida por la AFC-20D y el Comité de Refugiados de Guerra de El Chorrillo recuerdan el sexto mes de la invasión. Familias refugiadas de la ciudad de Colón ocupan algunas casas en el área revertida de France Field. Fueron desalojadas violentamente por tropas norteamericanas fuertemente armadas que decían cumplir órdenes del Gobernador de la Provincia de Colón. Familias refugiadas de Colón, la mayoría encabezadas por mujeres, emiten una resolución en la cual exigen al gobierno panameño que negocie y acuerde con las autoridades norteamericanas el alquiler provisional de las casas desocupadas de France Field y solicitan a las autoridades nacional de salud “que brinden la debida asistencia médica a nuestros niños y otros familiares, quienes hoy día sufren el trauma psicológico por causa de la invasión”. Grupos de familias refugiadas del devastado barrio El Chorrillo piquetean los Ministerios de Vivienda y Planificación, exigiendo atención a sus necesidades. Marcha organizada por la Asociación de Familiares de los Caídos el 20 de diciembre. Madres y estudiantes expulsados del Instituto Nacional increpan a Ricardo Arias C., primer Vicepresidente del país y Ministro de Gobierno y Justicia, exigiéndolo pruebas que revelen la conducta vandálica de que se les acusa. Cientos de padres y madres, acompañados/as por estudiantes, marchan a la Presidencia de la República, para solicitar el reintegro de sus hijos/as expulsados del Instituto Nacional. Familias damnificadas de El Chorrillo realizan una manifestación frente al Banco Hipotecario para protestar porque no se les ha entregado sus libretas de ahorro. Familias residentes en el Sector Pacífico del área canalera dirigen una carta de protesta contra el Ministro de Vivienda por el incremento sorpresivo de los cánones de arrendamiento en las áreas revertidas. Mujeres familiares de detenidos en la Cárcel Modelo de la capital, plantean su descontento por los inconvenientes por los que tienen que pasar cada vez que visitan a sus parientes detenidos.

44

45 12 de septiembre:

20 de septiembre

25 de septiembre 26 de septiembre 28 de septiembre

La Junta Directiva de la Asociación de Padres de Familia del Instituto David, en la Provincia de Chiriquí, exige al Ministerio de Educación la inmediata solución al problema administrativo de ese plantel y solicita que no se tomen represalias contra los estudiantes. Familias damnificadas de El Chorrillo realizan protesta para exigir a las autoridades del Ministerio de Vivienda “que den respuestas concretas a su desesperada situación”. Marcha de familias refugiadas para exigir al gobierno iniciar la construcción de nuevas viviendas y el reconocimiento de una suma de dinero por las pérdidas sufridas tras la invasión norteamericana. Trabajadoras manuales de la DIGEDECOM cierran la Vía Interamericana, en David, Prov. de Chiriquí, “para hacer un llamado de atención al Presidente Endara, ante la precaria situación de más de 25 trabajadoras”, quienes desde hace ocho meses han estado laborando sin recibir pagos salariales y recién se les informó que no se les ratificaría en sus cargos. Marcha de buhoneras y buhoneros en protesta por la reubicación ordenada por la Alcaldía del Distrito de Panamá. Familias damnificadas de El Chorrillo cierran el Puente de las Américas. Mujeres y sus familias residentes en la barriada San Joaquín cierran la vía Tocumen para protestar por el corte masivo de agua potable que sufren 55 multifamiliares de ese sector marginal.

A modo de conclusión

La transición política abierta con violencia en Panamá, desde la madrugada del 20 de diciembre de 1989, sigue planteando, en medio de un ambiente ahíto de incertidumbres, mutuos recelos y desconfianza, múltiples interrogantes acerca de la participación de los grupos y sectores sociales dominados. A pesar de que, de acuerdo al recuento anterior, pareciera que no se alcanza todavía el grado que se necesita para encarar las urgencias y déficits sociales, el primer semestre post invasión revela una creciente movilización urbana, fundamentalmente al margen de las instituciones políticas establecidas (partidos, sindicatos). Así, en estos días, las marchas, cierres de calles, piqueteos, huelgas de hambre son las acciones colectivas más comunes en la región metropolitana panameña. En realidad, la población se moviliza para defenderse básica (pero no únicamente) de la acción o inacción del Estado, pues éste ha puesto el peso de la actual crisis sobre los grupos más pobres, planteando graves amenazas a su supervivencia. En las nuevas circunstancias menoscabantes, la familia se revela como eje problemático fundamental. Se ha constituido en unidad de gestión de la reproducción social, en la plataforma básica de sobrevivencia de los más pobres.

45

46 En un adverso marco doméstico –fundamentalmente distinto al nuclear tradicional-, los habitantes de los barrios pobres multiplican las respuestas populares a la dura realidad diaria, generando paulatinamente nuevos estilos de vida y modelos culturales urbanos que resultan de una combinación explosiva de prácticas no convencionales, incluso delictivas, con estrategias de sobrevivencia en la tenencia del suelo, en la forma de acceder a los ingresos, de utilizar la red pública de energía, agua potable y transporte, etc. Así, una de las circunstancias que más llama la atención es la manera cómo la presente coyuntura crítica afecta y determina el monto, peso y la naturaleza de la labor doméstica y cómo las mujeres son particularmente activas a medida que las dificultades crecen. De esta manera, la organización y defensa de las condiciones de vida familiar por parte de las mujeres urbanas se convierten rápida y crecientemente en un ámbito de participación real y potencial y de un enfrentamiento con los poderes públicos. Para una porción significativa de mujeres, la invasión norteamericana del 20 de diciembre trastocó radicalmente su cotidianidad. Ellas empezaron a organizarse a partir de sus papeles familiares, apelando a valores fundamentales como la vida, la justicia, la piedad hacia los muertos, la solidaridad, la cuestión nacional. Las nuevas circunstancias quizá podrían convertirse en semillas de una transformación de la conciencia y del papel femenino de este numeroso grupo de mujeres. Quizá porque la acción de ellas ocurre principalmente desde el mundo privado: el de la familia y los afectos, poniéndose en práctica una suerte de ampliación hacia lo público del papel doméstico, en movimientos que intentan realizar lo suyo a su manera, incluso escribiendo ellas mismas su propio libreto.76 Lo que importa en estos casos es el espacio doméstico, cotidiano, privado, con el cual abren senderos alternativos al poder político, unos caminos que, hay que decirlo, casi nunca llegan al poder. En todo caso, esas parecen ser por ahora las claves de la participación de las mujeres pobres y sus familias durante los primeros meses de la transición democrática después de la invasión militar norteamericana a Panamá.

76

Elizabeth Jelin (comp..), Ciudadanía e Identidad: las mujeres en los movimientos sociales latinoamericanos, UNRISD, Buenos Aires, 1985, passim.

46

47

CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA

En el centenario de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez G.

En 1887, Benito Pérez Galdós publicó la novela Fortunata y Jacinta. Perteneciente a la serie de “Novelas Españolas Contemporáneas”, ella atiende a la descripción de la sociedad madrileña de finales del siglo XIX, con una técnica realista cercana al naturalismo77. Pérez Galdós, intelectual liberal comprometido con los dilemas y contradicciones de la España que le tocó vivir, fue el autor de lengua castellana que trató con mayor intensidad aspectos fundamentales de la condición femenina. Parte sustancial de su ingente obra tiene a la mujer (generalmente la de clase media) como su central protagonista y eje problemático. Este hecho no parece ser casual si tenemos en cuenta que para la época en que el autor escribe ya la cuestión de la emancipación femenina se había convertido en un asunto político de primera importancia en varios países europeos y Estados Unidos. En ellos, el protagonismo histórico de las mujeres, además de ser un hecho clave, constituye una evidencia. La naturaleza de esta cuestión, desde luego, varió mucho de un país a otro y de una época a otra. En el caso específico de España, el retraso de su desarrollo sociopolítico entrañó el tardío debate en torno a la incorporación de los nuevos mapas sociales en la arena política. Los términos de este debate podrían explicar, en parte, los contenidos narrativos galdoseanos. En todo caso, en el centenario de una obra literaria que, aún dentro de sus limitaciones, contribuye a denunciar la marginalidad y opresión de las mujeres, bien valen algunas reflexiones, apenas aproximativas, acerca de esa cuestión compleja y apasionante que constituye el afloramiento de la cuestión femenina en el arte.

Modernización y orígenes del feminismo Con razón ha dicho Ernesto Sábato que “el siglo XIX no sólo culminó en la idea de que el hombre que viajaba en ferrocarril era moralmente superior al hombre que andaba a caballo; culminó en la doctrina más inesperada de todos los tiempos: en la identidad de los sexos”78. En efecto, en el curso del siglo XIX, las fuerzas económicas y sociales en juego en Europa Occidental y los Estados Unidos comenzaron a comprometer las funciones sociales tradicionales, dentro de un rápido crecimiento de la población europea. Aunque el momento de aparición de estos fenómenos varía de un país a otro, en términos generales, las clases medias profesionales e industriales comenzaron a asumir un papel cada vez más destacado en la vida política y social; esto ocurre dentro 77

Según Hauser, es muy difícil, “cuando no justamente desconcertante”, separar el movimiento artístico que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX, en las llamadas fases “realista y naturalista”, dicotomía que “no hace más que complicar la cuestión y colocarnos ante un falso problema”. Arnold Hauser: Historia social de la literatura y del arte, tomo 2, 18ª edición, Editorial Labor, Barcelona, 1983, p. 76. 78 Ernesto Sábato, Hombres y Engranajes, 2ª edición; Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 97.

47

48 de una redefinición de “lo virtuoso” en términos de capacidad y realizaciones (meritocracia individualista)79. Es la época de la difusión del anticlericalismo, la masonería, la filantropía y los movimientos sociales liberales reformistas. Ahora bien, ¿qué relación guardan con el cambio histórico señalado la dimensión de la experiencia y una de sus dinámicas más significativas, esto es, la relación entre los sexos? En esta perspectiva, asunto fundamental resultaron los cambios provocados por el capitalismo en las modalidades que asumía el patrón familiar tradicional.80 Los cambios en la mentalidad social con respecto a la sexualidad generan una alteración fundamental de las relaciones sexuales y románticas entre hombres y mujeres. Si bien fue desigual la distribución entre las clases y grupos sociales la propagación de nuevas conductas sexuales, la mujer fue ganando, no sin dificultades, una influencia creciente sobre la sexualidad y la reproducción dentro del matrimonio, “ese primer modelo de sociedad política” como expresara Rousseau.81 Porque la historia de la mujer está indisolublemente unida a la historia de la familia, es posible valorar, en un tiempo en que las mujeres no eran miembros de pleno derecho de la sociedad por la sola circunstancia de ser mujeres, cómo tales cambios en la ideología, las mentalidades y estructuras socio-familiares redefinen el papel de ellas. La visión tradicional y ciertas imágenes estereotipadas femeninas empiezan a ser, desde entonces, cuestionadas. En verdad, el principio de los derechos individuales fue crucial para el surgimiento de una praxis crítica al orden patriarcal. La ideología liberal fue importante en el primigenio cuestionamiento de la opresión femenina, teniendo en el ensayo The Subjection of Women (1869), de John Stuart Mill, la declaración clásica de la aplicabilidad del credo liberal a las mujeres, prefigurada en el libro de Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer (1786)82. Es así como las expresiones predominantes del feminismo decimonónico aparecen vinculadas a los grupos y causas liberales, pero sostenidas por un nuevo grupo de mujeres, en rápida expansión, cuyo modo de vivir tenía muy poco que ver con el de las mujeres del pasado83. El advenimiento político-ideológico de la clase obrera también permeó buena parte del movimiento feminista contribuyendo a decantar problemas específicos de las mujeres pobres84. No obstante, las mejoras y las reformas que los regímenes liberales proporcionaron a la condición femenina, las reglas normativas de su comportamiento y carácter –la moral victoriana- siguieron siendo estrictas y limitantes.

79

Cf. E. J. Hobsbawm, La era del capitalismo, 2ª edición; Guadarrama, Barcelona, 1981. Cf. Angus McLaren, “El trabajo de la mujer y la regulación de la familia: la cuestión del aborto”, en Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal, Barcelona, 1984. 81 Cf. Linda Gordon, “Maternidad voluntaria: inicios de las ideas feministas en torno al control de la natalidad en los E.U.” y Edward Shorter, “La ilegitimidad, la revolución sexual y los conocimientos populares sobre el control de la natalidad en Europa”, en Nash, op. cit. 82 Cf C. B. Macpherson, La democracia liberal y su época; Alianza Editorial, Madrid, 1981. 83 Cf. Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australia, 1840-1920, Siglo XXI Editores, Madrid, 1977, pp. 7-44. 84 Véase Auguste Bebel, La mujer y el socialismo, Editorial Fontamara, Barcelona, 1976 y Evans, op.cit., pp. 167-220. Cf. el estimulante artículo de Bárbara Taylor, “Feminismo Socialista: ¿utópico o científico? en Raphael Samuel, editor, Historia popular y teoría socialista, Editorial Crítica, Barcelona, 1983. 80

48

49 En verdad, al redefinir la naturaleza de la opresión femenina, oscurecen los diferentes mecanismos del poder patriarcal capitalista85. A finales del siglo XIX, las dificultades para lograr cambios legales y formales en materia de educación, acceso a la propiedad y/o mayores oportunidades de control sobre su sexualidad llevan masivamente, por vez primera, a las mujeres a la lucha política por el derecho al voto. Ocurre entonces la conexión entre la lucha de las mujeres y una conciencia feminista86. Aquel „inesperado‟ suceso decimonónico que constituye la búsqueda de la igualdad sexual es parte de la revolución cultural que conmovió a ese siglo. La diversa complejidad que esta situación trajo aparejada, tanto a la estructura como a las mentalidades sociales, se revela significativamente en la literatura decimonónica87. Decía Eugene Pelletan, liberal francés de ese período: “preferimos la prosa que en virtud de su libertad de movimiento, se adecua más a los instintos de la democracia”88. En efecto, la literatura al asignar y reconocer la sociabilidad como objeto propio, se llena de inquietudes morales que, tanto como reflejo de la posición del autor, trasunta el ambiente ideológico y los afanes de la colectividad. Así, al no poder obviar la trascendencia de los profundos cambios sobrevenidos en las jerarquías sociales, la literatura del siglo XIX configura a su modo la referida rebelión de las mujeres. La temática femenina, principalmente en la segunda mitad del siglo89, fue un resultado orgánico, casi necesario del surgimiento de la expansión y de la profundización del acontecer histórico. Cabe, en ese sentido, la expresión de Madame de Staël: “lo que se admira como arte se introduce en la vida real”.

Cuestión de la mujer y literatura Una cronología de la temática femenina en la literatura del siglo XIX parece evidenciar con bastante fidelidad la evolución del develamiento social de las angustias de la condición femenina. Es precisamente en Francia, donde la participación de las mujeres en el cataclismo revolucionario fue inusitado por lo inédito de su dimensión90, donde es posible encontrar voces y letras de mujeres como Ana Germana Necker, baronesa de

85

Cf. Judith Astelarra, “Mujer y Política”, Revista Mujeres, # 4, Madrid, 1984. Sobre el término “patriarcado capitalista”, acuñado por Zillah Eisenstead, véase VV.AA, Teoría Feminista (selección de textos), Ediciones CIPAF, Rep. Dominicana, 1984. 86 Cf. Evans, op. cit., pp.45-166. Astelarra, op. cit., para precisar el significado histórico-político de ese acontecimiento. 87 En esta situación todavía la obra literaria como creación artística representa el punto de encuentro entre la conciencia individual y la colectiva, suministrando a los miembros del grupo, en el plano de lo imaginario, una satisfacción que debe y puede compensar las múltiples frustraciones causadas por los compromisos y las consecuencias inevitables impuestas por la realidad. Cf. Lucien Goldmann, La creación cultural en la sociedad moderna, Editorial Fontamara, Barcelona, 1980. 88 Citado por Hobsbawm, op. cit., p. 410 89 “El siglo XIX, o lo que por tal solemos entender, comienza alrededor de 1830. Durante la Monarquía de Julio, y no antes, se desarrollan los fundamentos y los perfiles de este siglo, el orden social en que nosotros mismos estamos arraigados, el sistema económico cuyos principios y antagonismos perduran hoy todavía, y la literatura en cuyas formas nos expresamos hoy por lo general”. Hauser, op.cit., p. 6. 90 Cf. Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983. También Andrée Michel, El Feminismo, F.C.E., México, 1983, pp. 65 ss.

49

50 Staël, de Lucile Aurore Dupin o George Sand, de Flora Tristan, escritoras que desgarran el velo y dan cuenta de que “el sexo es la forma más primitiva y telúrica del poder”91. Así, la pionera Delphine (1802) de Madame de Staël, plantea el derecho femenino al amor en libertad, la Lèlia (1832), de George Sand, es la primera en señalar más abiertamente problemas erótico-sensuales femeninos, o las propias vicisitudes de Flora Tristan, confesadas en su Peregrinaciones de una paria (1838)92. Eran los tiempos cuando todavía no pedían derechos políticos para las mujeres, sólo la igualdad civil y la igualdad sentimental. Son mujeres descubriendo la opresión, primero sobre su cuerpo, sobre su sexualidad, quienes subliman este “extravío” clamando: “es el amor golpeando con su frente ciega todos los obstáculos de la civilización” (Sand). Esta denuncia temprana va quedando paulatinamente ahogada a medida que las disidentes voces femeninas van siendo acalladas. Triunfan los tipos stendhalianos contrastados entre dos ideales de mujer, una enérgica, rebelde, singular –encarnaada en Matilde de La Mole, en la Diana de Maufrigneuse o en la tardía Ana Karénina de Tolstoi-, la otra, sensible, amante y maternal, como Madame de Renal o Kitty y Lióvina. También se vuelve recurrente el tema de la muchacha „caída‟ redimida o la prostituta noble, de corazón puro que aparece en las obras de Víctor Hugo, Eugene Sue, Alejandro Dumas, Balzac o Dostoyevski93. Es evidente cómo a parir de la segunda mitad del siglo empiezan a dominar en el mundo narrativo los pormenores de la cotidianeidad, lo ordinario, lo doméstico, en fin la esfera privada de la vida social. Lo que Lukács llamó despreciativamente “la privatización general en la visión de sociedad e historia”94. En todo caso, ya sabemos que tanto la vida cotidiana como las mujeres –símbolos por excelencia de la vida cotidiana- habían empezado a rebelarse. Lo que es cierto es que a medida que transcurren los años cobra vida en la literatura una imagen de mujer más cercana a la real, definida cada vez por las particularidades que debe a la situación contingente en que encuentra colocada. En verdad, una mujer que más que existir se va produciendo. Si el hacer de las mujeres, como grupo cultural, se instala en lo privado, no debe sorprender la preminencia de situaciones menos grandiosas, es cierto, pero también menos episódicas, en el arte literario de este período. Bien decía Flaubert que “no son las perlas las que hacen el collar, es el hilo”. En efecto, nunca como ahora se habían develado los entretelones de la vida diaria, sus entrañas determinantes, lo que no se encuentra a flor de piel. La doble moral, el divorcio, el fracaso conyugal del matrimonio sin amor, el autoritarismo familiar, los conflictos generacionales, el mundo infantil, los reclamos igualitarios de mujer sensibles o, simplemente, la mujer apasionada que, por serlo, rompe barreras convencionales, son asuntos que aparecen invariablemente, de una forma u otra, en la literatura de la

91

La expresión es de Ernesto Sábato, op. cit. Véanse André Maurois, Lèlia o la vida de George Sand, Alianza Emece, Madrid, 1973, y Jean Baelen, Flora Tristan. Feminismo y Socialismo en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 1973. Para una recensión de la labor literaria de Madame de Staël, véase Mirta Aguirre, El Romanticismo de Rousseau a Víctor Hugo, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1973, passim. 93 Véanse Hauser, op. cit., y Mirta Aguirre, op. cit. 94 G. Lukács, La novela histórica, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966, p. 40. 92

50

51 época95. Allí están, entre otras, El Divorcio y Un Corazón de Mujer, de Bougert, Carmen, de Merimme, Una lección de matrimonio y La Madrastra, de Balzac, El Hogar, de Sudermann, Casa Desolada, de Dickens, Mundillo Antiguo, de Fogazzaro, Naná, de Zola. Estas obras denuncian el poder brutal y destructor de la personalidad humana en el ancien règime, confiriendo a las protagonistas femeninas ese brillo fascinante, ese halo heroico, esa trágica grandeza humana. En ese sentido cobra particular relieve el cuestionamiento de los valores del patriarcado pre-moderno, haciéndose patente la estrecha relación que prevalece entre el progreso y la perspectiva del futuro de la sociedad burguesa. Es sabido que la categoría de una obra literaria la marca siempre sobre todo “la categoría de su personaje central, su modo de ser hombre o de ser mujer, de definirse y de producirse ante el mundo o simplemente ante su mundo”96. La literatura decimonónica va cristalizando una especie de personaje femenino problemático, víctima sujeta a valores degradados en un mundo ya no conformista ni tradicional97. Este fenómeno lo apreciamos desde la anticipatoria Madame Bovary (1856), “ese primer personaje sin remordimiento que no ostenta cinismo y cree que lo que hace se justifica por sí mismo”; pasando por Casa de Muñecas (1879) de Ibsen, y llega a su punto culminante, a mi juicio, con la magnífica obra de Henry James, Las Bostonianas (1886), uno de los primeros testimonios del feminismo en acción y posiblemente el primer retrato literario de una relación amorosa entre dos mujeres. Las evidencias parecen señalar que esta evolución puede ocurrir sólo en aquellas sociedades con un determinado grado de desarrollo social, impactadas además por la extraordinaria floración de movimientos sociales urbanos, esas “acciones colectivas conscientemente destinadas a transformar los intereses y valores sociales insertos en las formas y funciones de una ciudad históricamente determinada”98, entre los que se cuenta la protesta organizada de mujeres de finales del siglo XIX. En este sentido, Inglaterra constituye un caso excepcional. Si bien es en Inglaterra donde se manifiestan los primeros brotes de lo que había de constituir un vasto movimiento europeo de renovación de cánones estéticos99, siendo, más adelante, cuna de uno de los más significativos movimientos femeninos, su literatura es incapaz de participar en el gran descubrimiento colectivo que evidencia la evolución artística comentada. El análisis de la vida intelectual inglesa permite ligar la situación literaria al proceso más general de la evolución de conjunto de la sociedad británica y explicar la extraordinaria estabilidad y continuidad del sistema de valores100, de esas formas culturales tan represivas que impregnaron el ideal victoriano de la femineidad o, lo que es lo mismo, de la esfera privada de la sociedad. Al que intentan contrariar de todas 95

En opinión de Hauser “nada estaba tan bien calculado para servir de base a la idealización de la clase media como la institución del matrimonio y la familia”, op. cit., p. 108. 96 G. Lukács, op. cit., p. 58 97 Con los personajes literarios femeninos ocurre un proceso inverso al señalado por Lucien Goldmann en los personajes masculinos. Para una sociología de la novela, Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1967, pp.15-36. 98 Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza Universidad, Madrid, 1986, p. 20. 99 Cf. Beatriz Maggi, El cambio histórico en William Shakespeare, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985. 100 Cf. Perry Anderson, La cultura represiva. Elementos de la cultura nacional británica., Editorial Anagrama, Barcelona, 1977.

51

52 maneras los sublimados amores de los personajes femeninos de Jane Austen, Charlotte Brontë, Grace Poole y George Eliot, magníficas mentes que no tomaron parte en el movimiento feminista y deliberadamente se abstuvieron de asociar a éste sus nombres.101 En aquellos países social y políticamente más atrasados, una aproximación entre literatura y mujeres fue con frecuencia una misma cosa con los impulsos patrióticos por la construcción de una identidad nacional. Es el caso de las novelas hispanoamericanas como Tabaré, Cecilia Valdés, Amelia y María102. Por su parte, Alemania se encuentra en proceso de gestación de una literatura nacional en cuya base no había una nación unificada, cuestión que potencia las circunstancias de la Ifigenia, de Göethe, de la Thusnelda, de Kleist o la Judith, de Keller103. Caso particular fueron los narradores rusos del último cuarto del siglo XIX, que al filo de una ideología populista, cuestionan los retrógrados valores y prácticas patriarcales antiguos. Allí están las muchachas creadas por Ostrovski, enfrentadas siempre con padres autoritarios y enemigos de cualquier libertad. Véanse su Corazón Ardiente o La sin Dote; ¿Qué Hacer?, de Chernichevski o Los Hermanos Karamázov, de Dostoyevski. En España, el fenómeno descrito no es menos complejo y se determina también, en gran medida, conforme al contexto histórico en el que se produce. Se puede considerar a Benito Pérez G. (1843-1920) como el cronista de la vida cotidiana –esa vida cotidiana en tantos aspectos reñida con la modernidad europea- de la Restauración española104. La mayoría de sus obras oponen dos mundos: el tradicional-religioso y el modernoliberal, y en esta dicotomía antitética se inscriben sus personajes y situaciones. Así, por ejemplo, en Doña Perfecta, Gloria, La Familia de León Roch, Fortunata y Jacinta. Sus novelas, a contrapelo de la evolución histórica, exponen el destino cerrado de la mayoría de sus personajes femeninos; ninguna tiene la menor posibilidad de elección, sino que todas parecen prisioneras de un circuito predeterminado; ellas trascienden su propia identidad y se convierten en portavoces de instituciones y grupos sociales ligados al antiguo régimen. Por más polémico que sea el unto de vista galdoseano (¡imaginemos que trato le pudieron dispensar las feministas de la época al autor y su obra!) subyace en él un asomo del problema de la transformación de los tradicionales patrones emocionales de la mujer sujeta al dominio doméstico, a la cuestión de que este dominio de lo privado presenta una sensibilidad extrema a los predicamentos del orden patriarcal, aspecto sin duda significante cuando se trata de la participación/incorporación de la mujer en la totalidad social. Lo que Pérez Galdós apreció menos es que la razón de ser de esta proclividad al conservatismo no radica en supuestas esencias femeninas sino en una pura construcción social, cultural y política.

101

Sugerentes análisis acerca de estas narradoras en Virginia Wolf, Una habitación propia, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1980, pp. 81 ss y Eva Figes, Actitudes patriarcales. Las mujeres en la sociedad., Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 161 ss. 102 Cf. Asunción Lavrin (comp..), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas; F.C.E., México, 1985. Mirta Yánez (comp..), La novela romántica latinoamericana, Casa de las Américas, La Habana, 1978. 103 G. Lukács, Realistas alemanes del siglo XIX, Editorial Grijalbo, 1970, pp. 22 ss. 104 Una descripción de importantes claves socio-políticas y culturales de este período en Juan A. Hormigón, La política, la cultura, el realismo y el pueblo, Alberto Corazón editor, Madrid, 1972.

52

53 “Hasta hace muy poco –observó Eva Figes- la mujer no tenía voz pública. Estaba excluida de la educación y de los asuntos públicos: un inmenso y negro océano de silencio dilatándose hacia el pasado. Y esto con frecuencia se enarbola como prueba de la natural aversión de la mujer a la expresión o a la acción pública, su acuerdo fundamental con el papel tradicional que desempeñan... Sólo en el siglo XVIII y, más concretamente, en el XIX, empezó a hacerse corriente que las mujeres expresaran su pensamiento, como consecuencia del mayor ocio y de la mayor difusión de la ilustración. Y en cuanto hubo una minoría considerable de mujeres de expresión articulada, al tiempo asomó el feminismo su „odiosa‟ cabeza”105. Todo planteo político-ideológico por mínimo que sea, surge desde un ámbito históricocultural propio y aparece teñido por su signo. En el clima de transformaciones totales que el siglo XIX proporcionó, la literatura no se libra de “esas emociones fuertes que la vida ha prodigado”. La rebelión femenina es una de ellas y es posible palpar su presencia en los criterios sobre temas y modos de ejecución de la literatura y demás artes. Y todo ello a pesar de los mismos escritores decimonónicos. Ellos comparten, sin lugar a dudas, la mayoría de los supuestos imperantes sobre los sexos, acerca de la separación de las esferas públicas y privadas, de la domesticidad de la mujer y la supremacía masculina. La frase de Flaubert “Madame Bovary, c‟est moi” es verdadera en este sentido. Quizás todos ellos harían suyas las palabras de Ibsen, quien ante un auditorio de sufragistas en 1898, confesaba: “... lo que he escrito respecto a la mujer lo he escrito sin designio tendencioso... no me reconozco el honor de haber hecho nada por la emancipación de la mujer. A decir verdad, ni siquiera comprendo lo que se entiende por eso...”106. Estamos, pienso, ante un fenómeno a la vez social y biográfico-literario o personal de los escritores. En todo caso, recordemos a George Sand, George Elliot y Fernán Caballero, mujeres novelistas, obsesionadas por la servidumbre de su género, que tratan de ser como hombres y, usando nombres masculinos, disponer de la misma libertad de acción y de iguales condiciones para el comportamiento. Una vez C. Wright Mills sugirió que las injusticias personales tenían que ser traducidas en términos sociales para permitir identificar sus raíces y combatirlas. El movimiento de mujeres del siglo XIX contribuyó en gran medida a generar esta dinámica en una porción importante de la literatura decimonónica, masivamente escrita por hombres.

105

Figes, ob. cit., p. 162; Agnes Héller, “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos, México, 1980, pp. 32 ss. 106 Hauser, op. cit.

53

54

LOS ‘VERSOS SATÁNICOS’ DE TASLIMA NASREEN

Suceden en nuestros días107 aparentes menudencias que a poco que se miren, se revelan como síntomas preñados de significados. Las razones del exilio de la escritora bengalí Taslima Nasreen, por ejemplo. Precisamente cuando el siglo XX ya creía haber burlado el porvenir y haber dejado de sí mismo la imagen que quería dejar. En los primeros meses de 1989 el mundo fue conmovido por la condena a muerte –un decreto de dios, según el Ayatola Jomeini- dictada contra el escritor británico de origen indio Salman Rushdie, acusado de difamar las santidades del Islam. En aquellos días, para disipar posibles dudas, el presidente iraní Alí Jamenei declaraba sin reparos: “La flecha ha sido lanzada y ahora viaja hacia su objetivo”. Hace poco otra flecha ha sido lanzada. Esta vez contra la novelista, médica y feminista bengalí, Taslima Nasreen, quien por su crítica al poder integrista islámico – principalmente en lo que tiene que ver con la terrible opresión a la que se hallan sometidas las mujeres en esas sociedades- ha sido acusada de haber ofendido los sentimientos religiosos de los musulmanes, y condenada a muerte por grupos fundamentalistas. Si bien Taslima Nasreen, al igual que Rushdie, lucha contra el siempre resurgente medioevo y contra las secuelas de éste en su cultura, su caso hasta ahora no constituye una evidente “razón de Estado” como el del escritor indio. Por ello, quizá –y por ser menos conocida en Occidente- las reacciones ante este hecho insólito e inhumano han sido más bien tibias. Sin embargo, la amenaza contra su vida no es retórica, obligando a la escritora a refugiarse en Suecia, bajo el amparo de la sección sueca de la organización internacional de escritores, el PEN Club. En cierta ocasión, preguntado Ernesto Sábato sobre la experiencia de Salman Rushdie, qué sentía un escritor en esas circunstancias, respondió enfático: “¡Horror, ¿qué puede sentir sino eso?...De cualquier manera, no debemos juzgar a toda la cultura islámica por esa clase de espantos, como no podemos juzgar al mundo cristiano por la Inquisición”. Una puntualización clave para no caer en la simpleza de la intolerancia. La tierra de Taslima Nasreen, Bangladesh, por su población, es hoy el segundo país con mayoría musulmana en el mundo. Los bengalíes representan el segundo grupo etnolingüístico en población, después de los árabes, en que predomina el Islam. Sin duda, uno de los dilemas que Bangladesh ha tenido que afrontar desde su independencia en 1971, ha sido determinar en qué medida debe concederse expresión formal al Islam en los fundamentos legales del Estado y permitírsele que constituya una base de organización política entre los ciudadanos. 107

agosto de 1994

54

55

Con todo, hasta hace muy poco los musulmanes bengalíes eran portadores de lo que puede considerarse como una identidad cultural mixta que asociaba la “musulmanidad” y la “bengalidad”. El orgullo del idioma, que incluye una tradición literaria distinguida, así como el compartir con los no musulmanes diversas costumbres sociales y modos de pensar, se combinaban en un abigarrado pero plural conjunto socio-cultural. Hasta que (re)aparecen, retándolo todo, los fundamentalistas. Sabemos que el Islam no es sólo una religión, si entendemos por religión únicamente un sistema de credo y culto: más que esto, el Islam es un modo total de vida. Es un sistema de reglas que han de cumplirse y en las cuales no hay separación entre lo sagrado y lo laico. Proclama una fe y fija ritos. Prescribe también un orden a los individuos y a la sociedad en las esferas del derecho, las relaciones familiares, asuntos de negocio, etiqueta, indumentaria, comida, higiene personal y muchas cosas más. El Islam es una civilización completa y compleja en la que, idealmente, los individuos, las sociedades y los gobiernos deben reflejar la voluntad divina. Numerosas son las escritoras modernas en los países de mayoría musulmana. Buena parte de la vanguardia literaria ha estado constituida en ellos por mujeres. Esto de ninguna manera es producto de la casualidad. Y es que, con palabras de Mario Vargas Llosa: “Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo (...) con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente...” Sucede que las corrientes literarias más significativas y originales de las últimas décadas en los países musulmanes encarnan en porciones importantes de ese grupo social cuya voz se vio ahogada durante largo tiempo. Todas ellas –Halidé Edip Adivar, Nazli Eray, Nezihe Meric, Adalet Agaoglu, Furuzan, Sevim Burak, Sevgi Soyzal, Tomris Uyar, entre muchísimas otras, a impulsos de las primeras conquistas sociales republicanas tomaron posición contra la moral restrictiva y las jerarquías sociales, que tenían como fundamento los valores que las conmociones de la segunda posguerra pusieron en entredicho. Así, el vigor de la literatura escrita por mujeres en el Islam se explica seguramente por siglos de mutismo forzado, histórico. “Muestren ellas sus rostros al mundo –mandaba Kemal Ataturk, el audaz reformador que abrió Turquía a la modernidad- observen atentamente el mundo con sus propios ojos. Nada hay en ello que pueda producirnos temor”. Todo esto, pues, contribuye a plantear otro debate secular en la mayor parte de las sociedades musulmanas: el de las relaciones entre cultura y crítica del poder. Ya sabemos que la capacidad crítica constituye el supuesto necesario para que la actividad cultural genere radicales innovaciones creadoras. Es así como en la atmósfera de incertidumbre propia de toda mutación, las narradoras salidas del Islam consiguieron revelar todo un universo y lo han hecho con expresiones originales nutridas de sus propias frustraciones. Apareció, entonces, una singular visión de la vida cotidiana que hasta entonces la literatura había ignorado o escamoteado. Gracias a estas mujeres, la literatura en el Islam ha proporcionado a la sociedad una imagen más completa de sí misma.

55

56 “Nada. Por eso escribimos. Escribimos para explicarnos lo incomprensible, para dejar constancia, para que los hijos de nuestros hijos sepan. Escribimos para ser. Escribimos para reclamar un espacio, para descubrirnos ante los demás, ante la comunidad humana, para que nos vean, para que nos quieran, para integrar la visión del mundo, para adquirir alguna dimensión, para que no se borre con tanta facilidad. Escribimos para no desaparecer”. Quizá, estas palabras de la escritora mexicana Elena Poniatowska sean la mejor manera de resumir el espíritu del oficio literario de las mujeres en el Islam, especialmente el de la bengalí Taslima Nasreen, hoy condenada a muerte.

56

57 MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN

A pesar de que el mecanismo de la moda es uno de los elementos característicos de las complejas sociedades contemporáneas, generalmente ocurre lo que señala Marc-Alain Deschamps: “hablamos sin cesar de la moda y no sabemos lo que es... Doquier dirigimos la mirada la vemos, pero ignoramos aún todo acerca de sus causas, sus frenos, sus leyes, sus mecanismos”108. Pierre Bourdieu, allá en los inicios de la década del setenta, planteó una perspectiva sugerente para intentar aprehender los sutiles mecanismos de este espacio singular, a través del estudio de lo que llamó la estructura del campo de producción de moda109. Desde esta perspectiva, nos interesa resaltar cómo las estructuras de las relaciones de fuerza que jalonan el campo de la producción de moda se reproducen, adquiriendo nuevas dimensione, en el ámbito de las condiciones de producción y recepción de estos bienes de consumo. Siendo el vestido el locus electivo de la moda, una innovación reciente en el campo vestimentario femenino –la minifalda- permite ubicar esos espacios de conflictos y cambio sociales. En efecto, la minifalta tiene más de un cuarto de siglo y su historia –como toda la historia social de los trajes- es menos anecdótica de lo que comúnmente se cree. Y es que la minifalda (todavía hoy) es moda y, como tal, es un signo que permite percibir elementos profundos de una sociedad, una economía y una cultura: con sus impulsos, sus posibilidades, sus reivindicaciones y sus resistencias. Una contracultura Un 10 de julio de 1964, la diseñadora inglesa Mary Quant presentó la minifalda por vez primera en Londres. “La mini –recuerda su creadora- formaba parte de una revolución global en la moda. De algún modo democraticé la moda. Creé ropas para gentes reales, para que esas gentes reales pudieran vivir y moverse dentro de ellas. Al principio, simplemente pensé en hacer algo que me gustara a mi y a mis amigos de Chelsea (barrio londinense). No me di cuenta de que estaba anticipándose a un deseo internacional de cambio. Porque los sesenta fueron una época especial: había necesidad de un cambio radical. En cualquier caso, la mini no fue una creación instantánea: el borde de la falda fue haciéndose gradualmente más y más corto”110. Y así era. Se trataba del repunte de una contracultura que minaba con celeridad las viejas estructuras de lo privado y de lo público a nivel mundial. Si, por una parte, el 108

Psicología de la moda, FCE, México, 1986, p. 10. “Alta costura y alta cultura”, en Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990. Y señala: “Llamo campo a un espacio de juego, a un campo de relaciones objetivas entre los individuos o las instituciones que compiten por un juego... En un campo... los que poseen la posición dominante..., los que tienen más antigüedad usan estrategias de conservación cuyo objetivo es sacar provecho de un capital que han acumulado progresivamente. Los recién llegados tienen estrategias de subversión... que suponen una alteración más o menos radical de la tabla de valores, una redefinición más o menos revolucionaria de los principios de producción y de apreciación de los productos... “, pp. 216-218. 110 Citada por Rosa Montero, “Pequeña gran falda”, Revista El País Semanal # 639, domingo 9 de julio de 1989, Madrid, p. 33. 109

57

58 nacimiento de la minifalda tuvo lugar en un ambiente machista, reprimido y timorato que, entre ambigüedades y contradicciones, se estremecía con el nacimiento de la píldora (factor que, a su vez, contribuyó a revolucionar el papel sexual de las mujeres); por otra, fraguaba un período tremendamente contestatario y activista, que convirtió tanto a países ricos como a los pobres, en territorios erizados de rebeliones y levantamientos que predecían el reino de la libertad. Recordemos los movimientos juveniles, las luchas por los derechos civiles en Norteamérica, el pacifismo, el movimiento feminista, las luchas por la liberación nacional en el Tercer Mundo, etc. La minifalda formó parte de lo que alguien llamó “estética de la protesta general”. Una dimensión, a simple vista incruenta, de la gran convulsión social que permitía a las mujeres reencontrarse con su propio cuerpo y tratar de recuperarlo. Cuestión, sin duda, política en la medida que implicaba desafiar y trastocar los mapas establecidos del poder social. ¿Estéticas paralelas? Vale recordar, sin embargo, que durante los sesenta la nueva estética fue, por lo menos, promiscua y versátil. En las sociedades que vivían procesos armados de liberación nacional, las mujeres también estremecieron la veleidad de los tiempos, cuando se dejaron ver guerrilleras –orgullosas y dignas-, metido el cuerpo en austeras vestimentas milicianas, casi siempre con el inefable fusil al hombro. Simbolizaban un modo distinto de vivir, de penar y, por supuesto, de asumirse como mujeres, que pronto se convirtió en una imagen multiplicada a lo largo de nuestra América. A decir verdad, se trató de una iconoclasta tercermundista que rivalizó hasta casi opacar otros símbolos de libertad y rebeldía que caracterizaron esos tiempos. ¿Estéticas paralelas, divergentes? Lo cierto es que todo aquello formaba parte del mismo fenómeno de efervescencia social que inundó esa época y que, además, implicó la irrupción de un nuevo tipo de mujer: una que, consciente o no, sentía y/o expresaba una gran indocilidad frente al sofocante ambiente que la rodeaba. Aspiraba a una sociedad distinta y luchaba de diversas maneras por alcanzarla. Si bien la nueva libertad que se abría paso con la minifalda inicialmente surcó los caminos de las mujeres de clase media, poco después una gran mayoría, en especial adolescente, acabó vistiéndola. En América Latina también triunfó, entre fusiles y flores. Minifaldas, sexismo y violencia Deschamps cita los resultados de una encuesta según los cuales “la minifalda... parece la más provocativa, igual para hombres que para mujeres. Nada como una minifalda para que un hombre se aloque, según 62.7% de las mujeres”111. Y añade: “el pantalón ceñido, que la reconstruye como mujer objeto, erótica y deseable, está catalogado, como la minifalda, como arma de seducción, que trata de excitar el deseo sexual. Por eso se le admite en los ratos de ocio, pero está mal visto en el ambiente de trabajo, donde uno no querría o no debería distraerse de la tarea y donde parece fuera de lugar. Así que esta 111

Op. cit., p. 177.

58

59 nueva conquista de la mujer, ...., no nos hace creer en ningún cambio de la naturaleza femenina”112. Si a esta „científica‟ opinión sumamos el significativo número de noticias que en América Latina avisan de las prohibiciones del uso de minifaldas en oficinas y centros de trabajo, principalmente en el sector estatal, nos damos cuenta fácilmente que la mini todavía produce horror en el alma del patriarcado. Un horror que, como muchos otros, ha aprendido a enmascararse, a agazaparse, a parecer en ocasiones muy permisivo. Notamos cómo todavía sobrevive la especie que aduce que la minifalda es la causa principal de las agresiones y abusos sexuales que sufren algunas mujeres que la visten. ¡Cuántas personas han dado la razón a este argumento, aceptando que la mujer tiene que ir „correctamente‟ vestida para no provocar! Por otro lado -que a la postre es el mismo-, el comercio de la mini ignora la mayor parte de los problemas reales con los que tienen que enfrentarse cotidianamente las mujeres; y busca, en cambio, jugar con furiosas pasiones eróticas, contribuyendo así a profundizar la cosificación y alineación femeninas. Hoy, más de un cuarto de siglo después de la llegada de la minifalda al mercado, el mundo ha cambiado muchísimo. Aunque la sociedad en general es más permisiva de lo que antes era, lo sustancial del sueño libertario sigue vigente. Por ello, la pequeña falda, que durante los „60s fue emblema de la rebelión de las mujeres, encarna todavía los ideales de igualdad y libertad tan caros a la generación que la vio nacer. Como nunca, moda y comportamiento social han estado tan comprometidos con la vida real.

112

Ibidem, p. 178.

59

60 NACER POR CONTRATO ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA PRIVADA?

De acuerdo con el filósofo político británico Michael Oakeshott, “la vida moral es una vida inter homines”, esto es, “se refiere a las relaciones de los seres humanos entre sí y del poder que son capaces de ejercer unos sobre otros... Además, la vida moral aparece sólo cuando el comportamiento humano está libre de la necesidad natural; es decir, sólo cuando hay alternativas en la conducta humana... En otras palabras, la vida moral es arte, no naturaleza; es el ejercicio de una habilidad adquirida. Sin embargo, aquí la habilidad ... es la de saber comportarnos como debemos hacerlo; no es la habilidad de desear, sino la de aprobar y hacer lo que es aprobado”113. Con este entendimiento, las nuevas tecnologías reproductivas constituyen un campo propicio para debatir no sólo en torno a las prácticas que perpetúan la subordinación de las mujeres, sino que también permiten imaginar alternativas moralmente deseables capaces de promover su emancipación. En los últimos años, las agencias internacionales de noticias dan cuenta con relativa regularidad de los profundos desencuentros e intensos de debates provocados por las nuevas tecnologías reproductivas (NTR) que han transformado la que hasta hace muy poco tiempo se consideró la natural sucesión genealógica de padres a hijos y la única natural en la reproducción humana. En efecto, con el nacimiento de Louise Brown, hace más de veinte años, Robert Edwards y Patrick Steptoe, creadores de la primera niña probeta del mundo, revolucionaron conceptos tanto en el orden científico como en el ético. Con ellos, a la vez, renació la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, pero también las dificultades de la sociedad para asumir las nuevas situaciones. Desde entonces, el tema de las nuevas tecnologías reproductivas ha despertado gran interés y se le asigna mucha importancia como pieza clave de un nuevo paradigma de desarrollo. Los cambios derivados de la tecnología se expresan, entre otros, en la separación de la sexualidad de la reproducción, sobre el control del número y espaciamiento de los hijos y en la solución a problemas en muchas áreas de la vida humana. La posibilidad actual de que una mujer dé a luz a su hermana, que una abuela alumbre a su nieta o que un embrión humano pueda congelarse, almacenarse y guardarse para darle vida en el momento más oportuno, destruye el modelo de reproducción que durante milenios se ha considerado como natural y echa por tierra todo el montaje jurídico construido sobre los conceptos de individuo y parentesco. Como diría Toffler (1993), “lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola”. Pese a ello, existen pocos estudios en la región que relacionen la situación de las mujeres con esos efectos, no obstante que es inmenso el impacto de las nuevas tecnologías en el ámbito de la reproducción en el cual las mujeres cumplen un papel social fundamental.

113

M. Oakeshott citado por Sowell, op. cit., p. 152 y ss.

60

61 El presente trabajo intenta explorar el significado de la introducción de las nuevas tecnología en la vida reproductiva de las mujeres. La idea subyacente es que la introducción de estas novedades tecnológicas es expresión de un gran cambio, no sólo económico sino también de carácter social. Pero el asunto va más allá, pues por vez primera en la historia de la humanidad, nos encontramos ante una experiencia que estremece los fundamentos mismos del concepto de reproducción y parentesco, -es decir, la reproducción por relación sexual entre personas de distinto sexo- y que, por tanto, cuestiona el concepto tradicional de familia y todo el sistema de parentesco basado en la sucesión genealógica de padres a hijos. Las nuevas técnicas ponen de manifiesto que lo que hasta ahora se consideraba como el modo natural de reproducción sólo es un concepto cultural y, como tal, susceptible de ser cambiado. La tecnología, como observó Toynbee, no es sólo un nombre griego para designar un saco de herramientas; es un sistema de racionalidad práctica que implica ciertas concepciones ideológicas sobre la relación ser humano/naturaleza y que genera importantes efectos sociales, con frecuencia imprevistos en sus propuestas de utilización. En términos generales, el término „tecnología‟ designa toda aplicación práctica del conocimiento a las actividades productivas. La tecnología abarca entonces los métodos de concepción y de diseño de productos, el proceso de trabajo propiamente tal y las formas de gestión de la producción. Así, se entiende por cambio tecnológico cualquier modificación ocurrida en la tecnología de un producto dado, en el proceso de una planta o empresa, o en las formas de organización del trabajo. Se requiere prestar especial atención a ciertas dimensiones del cambio tecnológico que se han producido como resultado de la incorporación de las nuevas tecnologías. Entre éstas se cuentan: 1) la microelectrónica y su doble dimensión: la robótica y la informática, esta última con sus efectos culturales y socializadores sobre la población; 2) la biotecnología y sus efectos sobre la manipulación genética, que repercute con fuerza en las tecnologías reproductivas y también en la nueva producción de alimentos, que puede llevar hasta la independencia entre producción alimentaria y cultivo de la tierra. En ambos casos se trata de tecnologías que han modificado los ámbitos de la producción y de la reproducción. Se reconoce que no es la tecnología en sí la “fuente de la perversidad”, sino más bien, que las condiciones económicas y sociales en que se produce la actividad determina la falta de “neutralidad” del proceso de selección y adopción tecnológica. Las tecnologías están insertas en la sociedad y transmiten valores sociales, formas institucionales y culturales, aún cuando también permiten conocer la dotación de recursos y la organización de la producción. Si las tecnologías surgen como respuestas a los problemas planteados en los países desarrollados, indudablemente transmiten ideologías, valores y formas de organización del mundo desarrollado. De ahí que probablemente lo que hacen las muevas tecnologías cuando son introducidas en nuestro países es redefinir el contexto sociocultural en que son incorporadas así como las necesidades organizativas y productivas.

61

62 De cualquier modo, el ámbito reproductivo es aquel en que se requiere examinar más detenidamente el impacto tecnológico, a fin de analizar cómo se expresa éste en la vida cotidiana de las personas, especialmente de las mujeres. Con todo, la dimensión reproductiva es el aspecto más complejo de analizar por el hecho de que se interrelacionan fenómenos de diversa naturaleza que hacen difícil la percepción de los cambios y la identificación de las áreas de la vida cotidiana de las mujeres que se ven afectadas por los cambios tecnológicos. La tecnología en materia de reproducción humana y salud en general son las que han tenido mayor efecto en la mujer. Así lo indican la caída en las tasas de mortalidad infantil y el uso de modernas técnicas de control de la natalidad en países desarrollados y en desarrollo. Hay muchos estudios sobre el uso de métodos anticonceptivos –que es una tecnología de alta complejidad- que indican que la gran mayoría de las mujeres ha accedido al menos al conocimiento de estos métodos, si bien su uso está restringido a determinados grupos sociales. Por otro lado, actualmente se plantean una serie de interrogantes relativos a la reproducción en vitro y a sus efectos éticos, sociales, económicos, políticos. La separación entre reproducción y sexualidad ha constituido un importante avance para las mujeres. Actualmente, las alternativas que ofrecen las nuevas técnicas reproductivas (ecografías, mamografías, y otras), al solucionar problemas hasta hace poco tiempo no resueltos, abren nuevos espacios de libertad para las mujeres, aunque por el momento sólo benefician a grupos pequeños de mujeres de sectores sociales altos. Nuevas tecnologías reproductivas y cambios en la estructura familiar114 Casi todas las sociedades han ejercido algún tipo de control reproductivo. Sólo a principios del siglo pasado se inicia la medicalización de la procreación. Ante la simplicidad de la técnica de inseminación artificial (IA), que consiste tan sólo en depositar el semen de un hombre en la vagina de una mujer, no sorprende que las primeras inseminaciones artificiales daten ya de más de dos siglos”.115 En 1791, en Inglaterra un tal “doctor Hunter”, logró el primer embarazo de una mujer con el semen de su marido. En 1804, el doctor Thouret repitió la hazaá en Francia. Inicialmente, esta técnica estaba reservada para casos en que fuera imposible o difícil el coito por incapacidad del marido.

114

Buena parte de la argumentación que sigue está basada en el artículo de Verena Stolcke: “Las nuevas tecnologías reproductivas, la vieja paternidad”, en VV. AA.: Mujeres, ciencia y práctica política, Editorial Debate, Madrid, 1985, pp. 91 ss. 115 Para Victoria Sau, tanto la inseminación artificial como el alquiler de úteros representan viejos sueños masculinos que en cierta forma, ya se dieron en la antigüedad. Según ella, “la ley del levirato, vigente en arcaicas culturas, estipulaba que las viudas se tenían que casar con los hermanos de los difuntos para dar hijos a los maridos muertos. Se trata de una vieja forma de inseminación artificial. Y la Biblia nos habla de varios casos de alquileres de útero, entre ellos el de Abraham y Sara con la esclava Agar. El tesón masculino puesto al servicio de estos viejos sueños ha dado lugar a las nuevas tecnologías reproductivas...” (Ibidem, p. 124)

62

63 La primera condena oficial de la IA fue pronunciada por un tribunal de Burdeos en 1880. Se alegaba que esta técnica de fecundación atentaba contra la “ley natural” y la dignidad del matrimonio. En 1897, el Santo Oficio prohibió la técnica por implicar la procreación sin relación sexual y la masturbación, violando así la “ley natural”. La oposición de la Iglesia católica parece haber frenado la IA en Francia, mientras que se difundía en EU, donde Pancoast había realizado la primera IA con semen de donante en 1884 en un caso de azoospermia del marido. En la misma época, el descenso progresivo de la natalidad en este país indicaba la frecuencia de abortos ilegales y del uso de otros medios populares de control de nacimientos. Mientras que el movimiento antiabortista estadounidense criminalizaba los abortos, se promulgaban también en EU las primeras leyes de esterilización obligatoria aplicables a retrasados y enfermos mentales, a los físicamente incapacitados. Con el descubrimiento por Ogino y Knauss, en 1932, del período fértil en el ciclo femenino, la inseminación artificial se tornó infinitamente más eficaz, aunque si se utilizaba semen de donante continuaba siendo considerada como una violación de la dignidad humana. En 1953, Bunge y Sherman lograron el primer embarazo con espermas congelados (conseguidos en vacas en 1950). Con ello surgen los primeros bancos de semen en EU y se amplía la posibilidad de la IA con semen de donante. En la misma época se difundían también ampliamente los anticonceptivos mecánicos y hormonales de uso predominantemente femenino, al menos en los países industrializados. A partir de 1950 se comenzó a desarrollar la fecundación in vitro (FIV), aplicándose por primera vez a humanos en 1969. En 1978 nace en Inglaterra la primera niña por FIV y transferencia de embriones, logro del médico Steptoe y del biólogo Edward. En 1984, nace en Los Angeles el primer bebé de probeta estadounidense, y un mes más tarde nace otra niña en Australia, esta vez de un embrión previamente congelado; en 1984 nace una niña en el Instituto Dexeus de Barcelona, y al año siguiente un varón en un centro sanitario público de Euskadi. Como es de suponer, a estas alturas, las NTR han dejado de ser privilegio exclusivo de los países industrializados. En 1984, en Brasil nace un niño por FIVTE, después de que en los años previos especialistas internacionales como Sherman, Steptoe, Edwards y un equipo australiano habían hecho extensas visitas al país. En Panamá, el primer bebé probeta –una niña- nació en 1990, con base en investigaciones que dan de 1986. En todo caso, ya no son noticia los nacimientos por FIVTE con óvulos congelados. A diferencia de estas primeras fases cuando la IA estaba destinada a resolver casos de esterilidad masculina y a satisfacer el deseo de la pareja por tener prole de su „propia sangre‟, hoy, en cambio, las NTR tienen como objetivo aliviar la esterilidad, sobre todo, femenina. Si bien estas nuevas tecnologías implican una extensa manipulación biomedicotécnica y psicológica de la mujer (que contrasta con la simplicidad de la IA), generalmente los expertos se han mostrado bastante reticentes en explicitar en detalle los procedimientos clínicos a que tiene que someterse una mujer que participa de un programa de FIVTE, actitud que redunda en una minimización (in)consciente del coste

63

64 físico y psíquico de estas técnicas.116 No sólo es difícil obtener información fidedigna sobre los procedimientos clínicos, sino que hay una manipulación sistemática de las cifras sobre la eficacia real de estas técnicas en producir infantes. Hoy los seres humanos pueden pasar de ser iguales entre sí, por ser hijos de padre y madre, a poder tener hasta cinco progenitores (madre genética, madre biológica, madre social, padre genético y padre social), al grado que hay bebés que nacen en medio de feroces batallas entre progenitores. ¿De quién son hijas aquellas criaturas dadas a luz por su abuela?117 ¿Qué relación de parentesco queda entre los niños, su madre-abuela y su madre genética? Jurídicamente, los niños que acaban de nacer ¿qué son, hermanos o hijos? A finales de los noventa, la opinión pública mundial fue sorprendida cuando la dirección del Hospital Universitario de Utrecht admitió haber cometido un “descuido al haber confundido las pipetas destinadas a la fecundación artificial”, lo que causó que una pareja de raza blanca tuviera gemelos distintos: uno blanco y otro negro. El conflicto que puede surgir por error de manipulación genética no es bizantino; resolverlo –en medio de procesos jurídicos muy largos y complicados- implica señalar al menos quién ha de asumir las responsabilidades que este error entraña y quién ha de quedar liberado/a de ellas. Y, a todo esto, ¿qué pasa con los bebés?... A fines de 1993 se suscitó una gran polémica en Inglaterra tras anunciarse que una mujer de 59 años de edad tuvo mellizos, después que le fueran implantados óvulos – fertilizados in vitro con el esperma de su esposo- donados por una mujer italiana de 20 años. Para la Secretaria de Salud de entonces, una mujer que haya entrado en la menopausia “no tiene derecho a tener un niño. El niño tiene derecho a un hogar adecuado.” Para la Comisión de Ética de Gran Bretaña, el caso “lindaba con el síndrome de Frankenstein”. De ahí que la sociedad esté aún perpleja ante los espectaculares resultados de las nuevas técnicas de reproducción humana desarrolladas a partir de la fecundación in vitro (FIV) y la inseminación artificial (IA). Y es que no sólo las relaciones de parentesco entran en cuestión. Las nuevas técnicas de reproducción asistida hacen que se desmoronen conceptos jurídicos tan básicos en el actual ordenamiento, como la distinción entre personas y bienes, que tanto han contribuido a cohesionar la tradicional estructura familiar. En este sentido, ¿es el embrión un individuo en potencia y, por tanto, un sujeto de derecho, o únicamente es una agrupación de células sin existencia propia? ¿qué es el embrión congelado, una persona o un bien, un ser vivo o un ser muerto? Una vez que el embrión está en el congelador en un estado de probabilidad de vida, ¿quién debe tener el derecho de vida o de muerte sobre él? ¿Y qué del impacto de la clonación?

116

Existen diferencias clínicas significativas entre la IA y la FIVTE. La IA requiere básicamente una jeringa para introducir el semen en la vagina de la mujer; la FIV, en cambio, es una técnica tanto física como psicológicamente muy onerosa para ella. (Stolke, op.cit..) 117 En 1987, una abuela sudafricana dio a luz a los trillizos de su hija. En noviembre de 1991, Arlette Schweitzer, de 42 años, dio a luz a los mellizos de su hija en el primer caso semejante en los EU, convirtiéndose en el segundo caso que se conoce en el mundo de una abuela que actuó como madre subrogada o biológica.

64

65 Con las NTR no sólo renace la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, sino que también son evidentes las dificultades de la sociedad contemporánea para asumir las nuevas situaciones. En efecto, algunos grupos sociales han intuido el enorme potencial que las nuevas técnicas encierran y se han apresurado a utilizarlas para satisfacer anhelos muy arraigados. Es el caso, por ejemplo, de grupos de lesbianas que han creado centros de FIV para poder acceder a la maternidad con semen de donante y, por tanto, sin concurso directo de un hombre. También parejas homosexuales podrían acceder a la paternidad, incluso equitativa, inseminando óvulo de donante con el esperma de cada uno y recurriendo a una „madre de alquiler‟. Las biotecnologías de las que nadie puede afirmar con seguridad cuándo nacieron verdaderamente, pero que desde 1972, con la ingeniería genética están experimentando un desarrollo extraordinario, se presentan al mundo como una de las grandes promesas del tercer milenio. Indudablemente, los problemas que plantean tienen dimensiones políticas, económicas, culturales y éticas de tanta importancia como sus dimensiones técnicas. Justamente, hay quienes se oponen a desarrollar estas técnicas hasta sus últimas consecuencias, tratando, además, de abrir un debate en la sociedad para saber hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Así, Jacques Testart, padre científico de la primera niña probeta nacida en Francia, en su libro El embrión transparente, sorprendió al mundo al pedir una moratoria sobre la investigación con embriones. Su mayor preocupación es que “estamos yendo demasiado lejos, demasiado de prisa y sin controles”. Por el contrario, uno de los pioneros británicos de la FIV Robert Edward, ha manifestado: “Pienso como un científico. La ciencia requiere interrogación, y ésta es legítima siempre que no haga daño. Estamos destinados al avance de la biología. Y esto incide directamente en el mundo ético del ser humano. Con la FIV el impacto es importante, porque tenemos el embrión, la genética y la misma naturaleza del ser humano a nuestra disposición.” En el mismo sentido se manifiesta François Gros, destacado científico francés: “... la biología, al igual que todas las demás ciencias, seguirá progresando, sorprendiendo, inquietando, suscitando dudas... Aportará muchas soluciones y respuestas a nuestras esperanzas y a nuestra curiosidad. Estar más atentos y ser más conscientes de los límites y de los peligros de la ciencia no debe impedirnos seguir adelante. ¿Quién podría pensar seriamente en invertir la trayectoria del saber? ¿Quién sería lo bastante insensato como para declarar ilegal la búsqueda de conocimiento?” Con todo, reconocer que “debemos estar mejor informados de los resultados de la ciencia y ser, al mismo tiempo, más prudentes y más humanos”. Y, mientras tanto, ¿qué ocurre en Panamá? Hasta el momento, no existe reglamentación al respecto. Si bien en el ámbito del derecho de familia contemporáneo, la reproducción asistida implica la necesidad de replantear los principios jurídicos reconocidos hasta ahora para la maternidad y la paternidad, el Código de la Familia, aprobado mediante Ley # 3 del 17 de mayo de 1994 y que rige desde el 3 de enero de 1995, hace una sola mención del término “inseminación artificial y otro procedimiento científico de embarazo de la mujer”. En la Sección IV, artículo 286, que trata sobre impugnación de

65

66 la paternidad, dice: “El hombre que consienta la inseminación artificial, u otro procedimiento científico de embarazo de su mujer, no podrá impugnar el reconocimiento de la paternidad del producto de la misma, aunque compruebe que es estéril. No obstante, mantiene el derecho de impugnarla el hombre que consienta la inseminación artificial con su propio semen, y que compruebe que al momento de consentirla era estéril”. Como vemos, se trata sólo de una parte visible del iceberg. A pesar de que las nuevas técnicas de fecundación nos enfrentan a hechos que cuestionan desde sus cimientos los principios de maternidad, paternidad y parentesco en general, todavía la sociedad panameña no se ha planteado este asunto como un tema cuyas consecuencias y proyecciones sean objeto de un debate público. Continuamos comportándonos como si nada hubiera ocurrido, entre otras razones quizá porque no disponemos de nuevos elementos éticos y políticos con los cuales asumir los cambios tan profundos que se introducen. En todo caso, dadas las implicaciones sociales de las capacidades reproductivas de las mujeres, no es utópico imaginar que las nuevas tecnologías reproductivas se constituyan paulatinamente en un espacio para ellas en tanto que agentes autónomos con capacidad y derecho para autodeterminarse.

66

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.