Mucho más que un simple escándalo

August 14, 2017 | Autor: F. Álvarez Simán | Categoría: Paul Krugman
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Descripción

Mucho más que un simple escándalo


Las quiebras son necesarias. Los fracasos empresariales, nos dice la visión
más radicalmente liberal, forman parte de ese proceso de 'destrucción
creativa' al que se refería Schumpeter para asentar los procesos de
innovación, y mediante el cual se regenera permanentemente el tejido
capitalista. El colapso de Enron es, sin embargo, algo más que una pieza
más de esa cadena darwiniana a través de la que avanza el sistema basado en
el libre mercado. Ese caso, lejos de ilustrar la severidad de la exposición
a la libre competencia, lo hace con ese fácil desplazamiento de la
competencia desde el mercado a la arena política; es una historia plagada
de elementos característicos de ese capitalismo de "socios", que justificó
la mayor vulnerabilidad a las crisis financieras de algunos países en
desarrollo. No le faltaba razón al analista Paul Krugman cuando, dos
semanas después de declarase la quiebra del gigante energético, advertía de
las inquietantes similitudes políticas con la emergencia de la crisis de
las economías del sureste asiático.
Las informaciones que se deducen de los distintos comités de investigación
creados por el gobierno norteamericano desde la quiebra extienden esos
denominadores comunes a la presión activa de los responsables de esa
compañía sobre el proceso de desregulación del sector, a su cómoda y
convincente interlocución con las instituciones supervisoras, a su generosa
contribución a la finanzas de las campañas del entonces candidato a la
presidencia y, lo que quizás sea más relevante, a la manifiesta
manipulación interna y externa de la información contable de la empresa,
con el fin de beneficiar a un muy reducido número de sus propietarios, la
mayoría de ellos con responsabilidades de gestión en la empresa, a costa
del resto de los inversionistas, incluidos los propios empleados de Enron.
Esa intencionada y sistemática distorsión de la información que, con la
complicidad activa de su auditor interno, llevaron a cabo durante varios
años los administradores de la séptima compañía más grande de EEUU,
constituye la más seria amenaza a la confianza en el propio sistema
económico en general. Sin menoscabo de sus efectos en otros ámbitos, sobre
la calidad de la información descansan las posibilidades de evaluación de
riesgos, y con ellas, la estabilidad, el desarrollo y la ampliación de la
base de inversionistas en los mercados de capitales, pieza central del
sistema de económico.


La magnitud de la quiebra moral que ha puesto de manifiesto el engaño de
los que tenían bajo su responsabilidad la administración de esa empresa, y
la descarada tolerancia, o ignorancia, mostrada por analistas bancarios,
agencias de evaluación crediticia, los funcionarios gubernamentales y los
propios auditores, es superior a la ya suficientemente acreditada como la
más importante bancarrota de la historia, según las magnitudes del colapso.
El escepticismo acumulado en los últimos años acerca de la discrecionalidad
con que se asignaban y se ejercían algunos sistemas de remuneración de
directivos basados en la evolución de la cotización de las acciones propias
se torna ahora en un factor de desconfianza adicional; esos sistemas han
dejado de ser asumidos por la mayoría de los inversionistas como respuestas
racionales a las relaciones de la empresa consecuentes con el creciente
divorcio entre propiedad y control que tiene lugar en las grandes
corporaciones, para contemplarse como incentivos a la adulteración contable
y, en no pocas ocasiones, al estrechamiento de los horizontes con que se
gestionan las empresas.
Que los acontecimientos que estamos conociendo estos días hayan tenido
lugar en el país más poderoso del mundo, los Estados Unidos de
Norteamérica, constituido en la referencia paradigmática del sistema, no
favorece precisamente en nada la recuperación de la confianza en la
capacidad de las instituciones para salvaguardar los intereses de los
inversores individuales y, mucho menos, en la de los mercados de capitales
para llevar a cabo ese escrutinio que subyace en su supuesta eficiencia.
La más favorable y optimista de las interpretaciones que pueden hacerse de
las posibles implicaciones de este episodio es la que confía en la
capacidad de aprendizaje y de renovación del sistema en aquel país. Por
ingenua que ésta sea, es más saludable que las que identifican lo ocurrido
con un error aislado, o las que lo atribuyen a la extensión de la
denominada "nueva economía" o a la ambigüedad reguladora en cualquiera de
los ámbitos en los que el caso ENRON ha mostrado la cara más adversa,
aunque no la más infrecuente, del capitalismo.
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