Movilizaciones sociales y conflicto de clases en Chile. Consideraciones para una teoría crítica de la sociedad

May 24, 2017 | Autor: Pablo Pérez Ahumada | Categoría: Marxismo, Teoría Crítica, Clase social
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Descripción

Actuel Marx/ Intervenciones N° 13 Segundo semestre 2012

Movilizaciones sociales y conflicto de clases en Chile. Consideraciones para una teoría crítica de la sociedad Pablo Pérez Ahumada1

Resumen Desde sus inicios, la teoría crítica ha asumido como necesaria la relación entre teoría y práctica. Así, se ha planteado que la crítica de la sociedad debe ir necesariamente acompañada por la identificación de algún agente de cambio que realice prácticamente lo planteado por la teoría. A partir de una revisión de la manera en que la primera generación de la Escuela de Frankfurt (especialmente Adorno y Horkheimer) analizó la relación entre teoría y práctica, en este artículo se sostiene la importancia analítica y práctica de los conceptos de clase y conflicto de clases. Para fundamentar esta idea, se ocupa como ejemplo concreto las movilizaciones sociales observadas en Chile desde 2011. Según se muestra, tales movilizaciones pueden ser correctamente leídas desde una perspectiva de clases, lo cual permite revitalizar una teoría crítica de la sociedad chilena que supere algunos obstáculos observados en la Escuela de Frankfurt. Palabras clave: clases sociales, teoría crítica, movilización social, Chile.

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Sociólogo U. de Chile. Máster en Sociología PUC. Posición actual: Estudiante de Doctorado en Sociología, University of California, San Diego. Contacto: [email protected]

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Abstract From its beginnings, critical theory has assumed the relationship between theory and praxis as necessary. Thus, it has been said that the critique of society must be necessarily accompanied by the identification of some agent that can realize in practical terms what is claimed theoretically. By reviewing the way in which the first generation of Frankfurt school (specifically Adorno and Horkheimer) analyzed the relationship between theory and praxis, in this paper the analytical and practical centrality of the concepts of class and class conflict is claimed. To support such an idea, the social mobilizations observed in Chile en 2011 are used as example. According to what will be shown, those mobilizations can be rightly analyzed from a class-based perspective. This allow us to revitalize a critical theory of the Chilean society, which can overcome some problems observed in the Frankfurt School’s analysis. Keywords: Social classes, critical theory, social mobilization, Chile.

Desde el análisis del capitalismo desarrollado por Marx, toda teoría crítica de la sociedad –en el amplio sentido del término– ha intentado hacerse cargo de la pregunta por el o los agentes de cambio social que pueden encarnar las afirmaciones revolucionarias hechas teóricamente. De acuerdo con esto, por ejemplo, Marx señalaba que la conjunción entre filosofía y praxis era de tal modo que el desarrollo de una de las partes no se podía entender sin el desarrollo de la otra. De ahí que para el revolucionario alemán, “la filosofía no puede llegar a realizarse sin la abolición del proletariado, y el proletariado no puede abolirse sin la realización de la filosofía”2. Esto demuestra que relación entre la crítica teórica y la identificación del agente del cambio social –base de la clásica relación entre teoría y praxis– ha sido uno de los ejes, sino el eje, de toda teoría que se defina a sí misma como crítica. A partir de esto, en este artículo se intentará analizar las posibilidades que existen para desarrollar una teoría crítica de la sociedad 2 Marx, K. “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, en Marx, K. y Arnold, R. Los anales franco-alemanes, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970, p. 116.

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chilena, a la luz de las transformaciones que el país ha experimentado durante los últimos años (en especial, el incremento enorme que han tenido las movilizaciones sociales de diversa índole). Como toda teoría crítica supone no solo criticar lo existente, sino también identificar las posibilidades de transformación social, intentaré demostrar que a pesar de los múltiples cambios políticos y económicos que fueron (y son) la base del neoliberalismo imperante, un análisis crítico del caso chileno debe considerar necesariamente las nociones de clase social y de conflicto de clases como base –o al menos como una parte fundamental– de su reflexión. Esto no debería sorprender a nadie, ya que el concepto de clase social ha sido el núcleo central de gran parte de la teoría crítica del siglo XX. Sin embargo, en un contexto de despolitización y tecnificación de las discusiones académicas –tal como el imperante en la sociedad chilena durante las últimas décadas– creo que es importante volver sobre algunas nociones dejadas de lado más por razones ideológicas que por razones analíticas. Como pretendo demostrar a lo largo de este artículo, el concepto de clase social se presenta, en la medida en que sea correctamente actualizado a nuestro contexto político, social y económico, muy relevante para explicar de modo más adecuado el creciente conflicto social de Chile. Dicho concepto también puede ser usado como una herramienta teórica para evitar ciertos problemas experimentados por algunos de los autores clásicos de la teoría crítica (por ejemplo, aquellos de la Escuela de Frankfurt), los cuales, en virtud del contexto histórico en el que vivieron, no confiaron en las posibilidades de emancipación social a partir de la noción de lucha de clases. Contrario a lo vivido por ellos, pretendo demostrar que el contexto chileno actual nos llama, más que nunca, a reposicionar el concepto de clase social y de lucha de clases en los debates teóricos y políticos. A fin de desarrollar estas ideas, en la primera sección de este artículo se revisan de modo general la manera en que algunos autores de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (en especial T. Adorno y M. Horkheimer) analizaron la relación entre teoría y práctica. Antes que una revisión sistemática de sus obras, lo que pretendo hacer es mostrar la importancia analítica y práctica que tiene la identificación de un agente 67

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de cambio social –la clase trabajadora en este caso– en la conformación de una teoría crítica de la sociedad y cómo, ante su ausencia, surgen problemas para la afirmación general de una teoría crítica de la sociedad. Aunque no pretendo reducir la noción de “teoría crítica” solo a ambos autores (la idea de crítica ha sido, en efecto, desarrollada por muchos otros autores, antes y después de ellos), creo que el caso de la primera generación de la Escuela de Frankfurt es bastante ilustrativo al respecto. Para fundamentar esto, en las siguientes partes de este ensayo trataré de explicar las movilizaciones sociales (en particular las movilizaciones estudiantiles) observadas en Chile desde el año 2011, señalando cómo ellas pueden ser leídas desde una perspectiva de clases. Ello con el fin de no solo criticar lo existente, sino también de indagar acerca de las posibilidades de transformación social.

La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt y el lugar teórico de la práctica política En su clásico ensayo Teoría tradicional y teoría crítica (publicado en 1937), Max Horkheimer desarrolló uno de los primeros intentos sistemáticos para delimitar la noción de teoría crítica. Su punto de partida fue el análisis del concepto moderno de teoría, a la cual definió como un conjunto de proposiciones derivadas de –y en acuerdo con– hechos reales, las cuales llegan a ser consideradas verdaderas luego de ser planteadas como hipótesis y de ser contrastadas empíricamente. Para Horkheimer, esta concepción es la base del concepto tradicional de teoría, cuya característica central es el carácter reificado y absolutizado que ella tiene en la sociedad burguesa. En efecto, a partir de la idea tradicional de teoría, la ciencia no es vista como parte de un proceso mayor de división del trabajo social, sino solo como una esfera autosuficiente, aislada de las condiciones materiales e históricas, cuyos agentes de acción –el científico burgués– son el retrato de una falsa conciencia manifestada en escuelas de pensamiento que, como el neo-kantismo, basan su razonamiento teórico en categorías universales y transhistóricas. 68

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A partir de este diagnóstico Horkheimer apela a una “radical reconsideración, no solo de la ciencia [y del científico como individuo que conoce], sino del individuo cognoscente como tal”3. Dicha radical reconsideración se sustenta en la definición de la realidad como producto del trabajo social. Así, el individuo que conoce la realidad ya no se presenta como un ente aislado de ella, sino como una de sus partes que la integra y la produce a través de su praxis colectiva. En base a esto Horkheimer señala que esta radical reconsideración de la teoría debe tener como una de sus bases fundamentales una actividad crítica a partir de la cual es posible conceptualizar el carácter histórico de las relaciones sociales que, anteriormente en la teoría tradicional, se presentaban como eternas, separadas de los individuos, alejadas de determinantes materiales y por lo tanto como inmodificables prácticamente. Como se debe suponer, tal actividad llega a ser finalmente la base de lo que Horkheimer va a definir como teoría crítica. En esta nueva forma de teoría, en efecto, se cuestionan las premisas fundamentales desde las cuales operaba la teoría tradicional: “La separación entre individuo y sociedad, en virtud de la cual el individuo acepta como naturales los límites prefijados de su actividad, es relativizada en la teoría crítica”4. Una vez que la separación entre individuo y sociedad queda relativizada, todas las categorías imperantes en la sociedad (como trabajo, valor y productividad) llegan a ser analizadas críticamente. Es decir, se las interpreta y, al mismo tiempo, se las condena bajo la premisa de que ellas, en la medida en que se encuentran bajo el control de la sociedad, podrían eventualmente ser de otra manera. De este modo la teoría crítica trasciende la tradicional tensión entre ciencia y política, debido a que ahora la práctica teórica es al mismo tiempo práctica política (o sea, práctica transformadora de lo social). Para Horkheimer la conjunción misma entre teoría y práctica se podía sustentar en la unión dinámica entre la teoría crítica y el proletariado, en la medida en que este último podía funcionar como garantía del correcto conocimiento. En efecto, la experiencia subjetiva 3

Horkheimer, M. “Traditional and Critical Theory”, en Critical Theory: Selected Essays. The Continuum Publishing Company, New York, 1972, p. 199. 4 Ibid., p. 207.

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que el proletariado tenía de la situación de injusticia imperante –derivada de la distribución desigual del trabajo social entre las clases sociales– podía funcionar, según Horkheimer, como base para identificar las tensiones inherentes al sistema capitalista. En otras palabras, la experiencia subjetiva de la clase oprimida y explotada debía ser el sustento de toda actividad crítica. A partir de esto Horkheimer planteó que la práctica crítica que sustentara el quehacer teórico debía ir de la mano con el reconocimiento de todos aquellos grupos excluidos de la apropiación de riqueza social. Sin embargo, siguiendo a Honneth, se puede decir que Horkheimer nunca definió claramente qué entendió por práctica crítica en el marco de la ligazón que la teoría debería haber tenido con los grupos oprimidos5. Como lo ha afirmado Martin Jay, muchas de estas ambigüedades conceptuales pueden ser explicadas por la carencia de orientación política que experimentó la Escuela de Frankfurt en la década de 1930. Tales ambivalencias se expresaron, por ejemplo, en la inicial identificación del proletariado como el agente de cambio social (enfatizada, por ejemplo, por Horkheimer) y al mismo tiempo en la afirmación –determinada en gran medida por las experiencias del nazismo y del estalinismo– de una creciente incertidumbre sobre las posibilidades reales para el desarrollo de un concepto marxista de revolución. La fuerza de los hechos fue, sin embargo, mayor y la Escuela de Frankfurt progresivamente trató de entender la ahora problemática relación entre teoría y práctica a partir de la investigación empírica de diversos fenómenos sociales (como el autoritarismo, la industria cultural, etc.), bajo un marco analítico interdisciplinario que incluyó elementos de la psicología (en particular del psicoanálisis) y del análisis cultural de la sociedad. Estos cambios tuvieron especial repercusión en la filosofía de Theodor Adorno. En ella, en efecto, parece haberse consolidado la separación entre una teoría crítica de la sociedad y el análisis de las condiciones para la acción social de la clase oprimida.

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Honneth, A., The Critique of Power. Reflective Stages in a Critical Social Theory. The Massachusetts Institute of Technology Press, Cambridge, 1991, p. 17.

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Diversos autores6 han señalado que la teoría de Adorno se caracteriza por su marcado interés en mostrar la objetiva necesidad de un cambio radical sin dar, no obstante, una satisfactoria respuesta al problema de la relación entre teoría y práctica. Por cierto este problema no fue exclusivo de Adorno. También fue uno de los ejes centrales de todo el marxismo occidental, tal como señala Perry Anderson7. Sin embargo, existen específicas condiciones que llevaron a la teoría de Adorno a experimentar tal dificultad de un manera muy visible –incluso en sus períodos más “marxistas”. En términos teóricos esto puede ser explicado por la manera en la que Adorno recibió la influencia de los trabajos de Walter Benjamin y György Lukács. Siguiendo lo planteado por Susan Buck-Morss, se puede decir que la recepción que Adorno hizo de Benjamin fue muy particular, en la medida en que trató de traducir las ideas de Benjamin a un marco de análisis marxista a fin de demostrar la falsedad del pensamiento burgués. Este se expresaba, según Adorno, en la identidad afirmada por el idealismo entre la mente y la realidad material. Contrario a esto, Adorno mostró que cuando el proyecto burgués fracasa, es posible ver una verdad que demuestra la primacía de la realidad sobre el espíritu y la necesidad de una actitud dialéctica y crítica que muestre la no identidad entre ambos espacios. Ahora bien, junto con esto, la teoría de Adorno se nutrió de elementos muy importantes provenientes de la obra de Lukács, los cuales marcaron sobremanera su desarrollo teórico posterior. Como es sabido, el modelo filosófico de Lukács se basó en un doble proyecto. En primer lugar, Lukács concibió al marxismo como una teoría crítica cuya principal tarea fue desarrollar una interpretación dialéctica de la relación entre la conciencia burguesa y las condiciones materiales de la sociedad capitalista. A través de eso la teoría crítica podía mostrar los límites de todas las teorías burguesas y de sus intentos por conocer la realidad. Para Lukács, tales límites podían ser vistos en las ciencias positivas y en la separación entre sujeto y objeto en la cual 6 Véase, entre otros, Buck-Morss, S., The Origin of Negative Dialectics. Theodor Adorno, Walter Benjamin, and the Frankfurt Institute, The Free Press, New York, 1979; Hammer, E., Adorno and the Political. Routlege, New York, 2006. 7 Anderson, P., Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, Madrid, 1979.

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ellas se fundan. En efecto, tales ciencias tenían como arquetipo material el fenómeno de la fetichización acaecido en el intercambio capitalista de mercancías. Ello llega a ser crucial, diría Lukács, en un contexto en donde el problema de la mercancía, expresado en la cosificación de las relaciones sociales, “aparece no como problema aislado, ni siquiera como problema central de la economía entendida como ciencia especial, sino como problema estructural central de la sociedad capitalista en todas sus manifestaciones vitales”8. En base a esto, Lukács afirma el segundo proyecto de su obra filosófica, a saber: la afirmación del marxismo en sentido positivo, es decir, como una teoría para avanzar de la crítica de la conciencia burguesa a la afirmación de la conciencia revolucionaria del proletariado. El sustento de este segundo paso de la filosofía lukacsiana está dado por su noción de totalidad histórica. Con ella, él demuestra que solo el proletariado, en tanto único sujeto-objeto de la historia, puede superar la inmediación de la (falsa) conciencia burguesa, a través de la consecución de una única y verdadera (histórica) conciencia revolucionaria que permite superar la sociedad capitalista. En suma, Lukács afirmó una teoría crítica como base de un método para conocer la realidad y, al mismo tiempo, como un programa de acción política. Sin embargo, contrario a esto, Adorno nunca dio el segundo paso en la medida en que su análisis solo se centró en la crítica a la falsa conciencia de la burguesía. De este modo, Adorno inicialmente aceptó el materialismo histórico de Lukács sin aceptar su ontología del desarrollo histórico ni su concepción del proletariado como sujeto-objeto de tal proceso9. Por eso es que, como afirma Espen Hammer, la teoría inicial de Adorno se caracterizó por la afirmación de un marxismo “altamente selectivo”, que dejó de lado muchos de los planteamientos de Marx y que enfatizó, en cambio, los elementos más weberianos de Lukács, bajo los cuales el desarrollo tardío del capitalismo representaba esencialmente la victoria de las fuerzas de la racionalización que le dejaban cada vez menos margen de acción al individuo. 8

Lukács, G., Historia y conciencia de clase, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, p. 7. Buck-Morss, S., op. cit., p. 28. A partir de esto es que Buck-Morss define la teoría crítica de Adorno como un “marxismo sin proletariado”. 9

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A partir de esto Adorno desarrolló su proyecto teórico-crítico sin preocuparse de si la conciencia de la clase obrera se correspondía o no con sus intereses históricos (los cuales fueron casi siempre definidos, según Adorno, desde las burocracias partidistas). Antes que esto, Adorno se encargó de establecer un análisis crítico de la sociedad enfatizando dos aspectos fundamentales10. En primer lugar, enfatizando que la actividad intelectual liberada de condicionamientos partidistas era revolucionaria en sí misma. En segundo lugar, argumentando que la noción de verdad antes que la de justicia (afirmada por Horkheimer en Teoría tradicional y teoría crítica) debía ser el sustento de la actitud crítica hacia la sociedad burguesa. ¿Por qué Adorno favorecía la verdad sobre la justicia? Porque ella consiste en la negación de la apariencia, es decir, en la antítesis de la ilusión. De ese modo la búsqueda de la verdad trae consigo una promesa emancipadora. Esta búsqueda de la verdad es la base de toda la dialéctica negativa de Adorno, cuya principal influencia ya no fue Lukács sino Benjamin. Sin embargo, lo que es interesante destacar es que desde este momento el proyecto general de la teoría crítica se enfocó en la búsqueda de la verdad bajo la identificación de un sistema general de dominación, antes que en la definición de una teoría práctica y políticamente testeada –tal como suponía inicialmente Horkheimer al establecer una relación dinámica entre teoría y los sectores oprimidos de la sociedad–. Así, por ejemplo, en Dialéctica de la Ilustración Adorno y Horkheimer establecen que una praxis verdaderamente subversiva depende no de la afirmación de una ley objetiva de la historia, sino de la capacidad de la teoría para rechazar la inconciencia con la que en la sociedad se reifica al pensamiento. En otras palabras, dicha praxis depende de la capacidad que se tenga para abolir “el falso absoluto, el principio ciego de dominio” sobre el cual se ha sustentado la sociedad moderna11. Para Adorno y Horkheimer el desarrollo de dicho principio ciego de dominio es lo que se encuentra detrás del proceso general de regresión de la humanidad, cuya base radica en el programa de la Ilustración 10 11

Hammer, E., op. cit., pp. 36-38. Adorno, T.; Horkheimer, M., Dialectic of the Enlightenment. Stanford University Press, 2002, p. 33.

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expresado en el desencantamiento del mundo. Tal desencantamiento opera, por ejemplo, en la definición ilustrada del concepto de ciencia y en el reemplazo del sentido y del mito premoderno por la fórmula, las reglas y las probabilidades. Consecuentemente, todo lo que no sigue con el estándar de calculabilidad, utilidad (en el sentido burgués del término) y autopreservación es visto con sospecha. Sin embargo, señalan los autores, a partir de estas mismas nociones la Ilustración comienza a fundar su propio mito; un mito cuya base es el antropomorfismo –es decir, la proyección de las propiedades subjetivas en la naturaleza–. Como resultado de ello, la humanidad es forzada a volver hacia sus más primitivos estados antropológicos: con la facilitación técnica de la existencia individual, la continuidad de la dominación de la naturaleza supone también la dominación de los hombres, en la medida en que demanda “la fijación de los instintos a través de mayor represión”12. En Dialéctica de la Ilustración este proceso general de dominación tiene su expresión concreta en un sistema capitalista planificado basado en la lógica de racionalidad instrumental. El problema es que Adorno y Horkheimer no clarifican los mecanismos a través de los cuales las relaciones de dominación en la sociedad pueden ser efectivamente definidas como la consecuencia de un proceso más amplio de control instrumental sobre la naturaleza. En efecto, ambos autores tienden a afirmar un concepto excesivamente amplio de dominación social, bajo el cual los grupos oprimidos son definidos como las “víctimas pasivas” de un proceso mayor e incontrolable de dominio del mundo natural. Como resultado de ello, en Dialéctica de la Ilustración no existe pregunta alguna por las relaciones de coerción, dominación y consenso que permiten entender la estabilización o el cuestionamiento que los grupos dominados hacen de las relaciones concretas –es decir, materiales– de poder. En otras palabras no existe la pregunta, como señala Honneth, por las clásicas nociones marxistas de ideología o hegemonía (en el sentido gramsciano) que permiten dar cuenta de la reproducción o el término del dominio que un grupo ejerce sobre otro13. 12 13

Ibid., p. 28. Honneth, A., op. cit., pp. 52-56.

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Junto con esto, el análisis de Adorno y Horkheimer tuvo también importantes consecuencias teóricas para el proyecto general de la teoría crítica. Al subsumir las relaciones sociales a un proceso totalizante de racionalidad instrumental se dejó de lado la idea original, planteada por Horkheimer, de una teoría prácticamente testeada por la lucha de clases. Desde este momento la teoría crítica fue fundada en un análisis del conflicto entre hombre y naturaleza exento de cualquier forma de comprobación (científica o política). Esto puede explicar por qué la gran mayoría de los miembros de la primera generación de la Escuela de Frankfurt –con la excepción de Herbert Marcuse– consideraran a la teoría en sí misma como “la única forma de praxis todavía abierta a los hombres honestos”. (M. Jay) Como se ve, mucho de los aportes de la teoría crítica (por ejemplo, su rechazo a la aparente neutralidad del conocimiento y su cuestionamiento a lo que se nos presenta como dado) estuvieron acompañados por un análisis problemático de la praxis política. Lejos de condenar la “carencia de orientación política” de autores como Adorno, la discusión recién realizada nos permite ver cómo las condiciones históricas influencian el análisis de las posibilidades de emancipación social. Precisamente, a partir de esto, en lo que sigue intentaré demostrar cómo las actuales condiciones de la sociedad chilena nos llaman no solo a criticar lo existente –para lo cual Adorno y Horkheimer pueden resultar muy útiles–, sino también a preguntarnos por las posibilidades para el cambio social (tal como lo afirmara Lukács). Como se señaló al comienzo, todo este ejercicio puede resultar más fructífero si las nociones de clase social y conflicto de clases se convierten en una de las bases del análisis.

Neoliberalismo y movilizaciones sociales en Chile El incremento explosivo de la movilización social observado el año 2011 –el cual incluyó la irrupción pública de movimientos regionalistas y ambientalistas y, por supuesto, del movimiento estudiantil– marcó, según diversos analistas, el agotamiento (o al menos el cuestionamiento 75

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profundo) del régimen político y económico imperante desde inicios de la transición democrática. En términos políticos, dicho régimen estaba (y está) caracterizado por la exclusión de amplios sectores de la sociedad de los procesos concretos de decisión colectiva. En efecto, ya en la década de los 90 algunos enfatizaban el carácter incompleto de la transición chilena a la democracia o sus características esencialmente delegativas (es decir, con bajos niveles de participación de la sociedad civil)14. Como es sabido, gran parte de las limitaciones de la transición a la democracia se explican por la manera en que las élites políticas negociaron el término de la dictadura militar y la inalterabilidad de muchos de sus legados políticos (Constitución antidemocrática, sistema electoral binominal, etc.) Con ello se consiguió, básicamente, el establecimiento de un régimen cuyos problemas de representatividad se observan, por ejemplo, en la institucionalización de los acuerdos a “puertas cerradas” entre las élites, en un poder incontrarrestable de las organizaciones empresariales y, como resultado de ello, en una débil autodeterminación colectiva de la sociedad15. Un sistema democrático altamente disociado de las mayorías de la población, así como estabilización de una sociedad civil sin actores sociales organizados (heredada de la desarticulación represiva de la dictadura), produjeron un escenario político extremadamente hostil para el desarrollo de movilización social. El movimiento de trabajadores, por ejemplo, no pudo superar nunca los golpes provenientes tanto de la represión dictatorial como del cambio de institucionalidad laboral. Si bien dichos golpes parecieron por un instante ser superados a inicios de las jornadas de protesta nacional de 1983 a 1986 –en donde la clase trabajadora organizada jugó un rol fundamental a través de las huelgas–, la tendencia general de desmovilización sindical prosiguió. Por su parte, el movimiento de pobladores pasó de ser un actor fundamental en la 14 Ver por ejemplo: Garretón, M.A., La sociedad en que vivi(re)mos, LOM ediciones, Santiago, 2000 y O’Donnell, G., “Delegative Democracy?” en Counterpoints: Select Esssays on Authoritarianism and Democratization, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1999. 15 Rovira, C., “Chile: transición pactada y débil autodeterminación colectiva de la sociedad”, Revista Mexicana de Sociología 69 (2), 2007, pp. 343-372.

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lucha contra la dictadura a ser, en la década de los 90, solo una buena fuente de votos para la Concertación16. En términos económicos, la ausencia de un movimiento popular fuerte significó la estabilización de un modelo neoliberal basado en la privatización de todos los servicios sociales (bajo el supuesto de que el mercado era el mejor distribuidor de los recursos y recompensas sociales) y en la afirmación ideológica del empresariado como el principal agente de desarrollo nacional. Tanto para la derecha como para la Concertación esto se presentó como incuestionable. Así, en gran parte de la década de los 90 el discurso hegemónico sostenía que la carencia de canales de participación popular democrática –la cual garantizaba la gobernabilidad, evitando el riesgo de una regresión autoritaria– era un hecho relativamente menor, comparado con los niveles de crecimiento económico y con el aumento de los estándares de vida obtenidos por el desarrollo de una sociedad de mercado. Tal vez el punto más alto de esta perspectiva hegemónica y altamente ideologizada por el neoliberalismo se encontró en lo planteado por autores como E. Tironi17, quien a inicios de la década del 2000 vaticinaba la consolidación de una verdadera y virtuosa sociedad de consumo, en donde, ante el exorbitante aumento de la capacidad adquisitiva de los chilenos, el actor principal ya no era el trabajador, sino el consumidor y en donde el valor supremo ya no era la justicia social sino la transparencia. Nada decía Tironi de cómo ese consumo se sustentaba fundamentalmente en el endeudamiento. En este contexto es que las características centrales del modelo político y económico chileno –tales como la dependencia casi exclusiva del mercado para la distribución de beneficios sociales y la afirmación de un estado puramente subsidiario– se presentaron como la única forma posible de entender el orden social. Así, como bien lo señaló Lechner18, 16

En relación al movimiento de pobladores y sindical ver, respectivamente, Oxhorn, P., “Where Did All the Protesters Go?: Popular Mobilization and the Transition to Democracy in Chile”. Latin America Perspectives Vol. 21, Nº3 (2), 1994, pp.: 49-68 y Barrett, P., “Labour Policy, Labour– Business Relations and the Transition to Democracy in Chile”. Journal of Latin American Studies 33, 2001, pp.: 561-597. 17 Tironi, E., La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo, Grijalbo, Santiago, 2000. 18 Lechner, N., “El debate sobre el Estado y el Mercado”. Estudios públicos 47, 1992, pp. 235-247.

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se suponía que si el Estado (o, también se podría decir, cualquier tipo de expresión de lo social) intervenía la autorregulación de los mecanismos de mercado, se amenazaba no solo las posibilidades de crecimiento económico, sino también la distribución social de recursos dependiente de tales mecanismos. Sin embargo, esta conjunción de exclusión política de grandes masas de la población e ideología neoliberal es, precisamente, lo que ha comenzado a ser cuestionado mayoritariamente, y a una escala nunca antes vista en los 22 años de democracia, con las movilizaciones sociales comenzadas el 2011. Tal como se ha señalado19, en la base de estas movilizaciones se encuentra una fuerte crisis de legitimidad de un modelo social, económico y político que no ha garantizado igualdad ni integración social en virtud de que sus principales mecanismos de distribución de beneficios se han acompañado de fuertes elementos de precariedad y explotación en el trabajo, más grandes porciones de consumo basado en el endeudamiento. Ante tales situaciones, el movimiento social, y en particular el movimiento estudiantil, mostró, a partir de su cuestionamiento al concepto de “lucro”, la inherente contradicción que existe entre la afirmación de derechos sociales (en este caso la educación) y la utilización de tales derechos como fuente de acumulación privada. En este sentido, el eco que dicho movimiento obtuvo en gran parte de la sociedad se debe al rechazo que genera el hecho de que la educación se presenta como uno de los tantos espacios de integración social que han sido absorbidos por una lógica de mercado que ha superado –como diría Lukács– el ámbito típico de las relaciones productivas. La masividad lograda por este cuestionamiento a las formas neoliberales de entender la integración social ha significado, al mismo tiempo, el develamiento de prácticas históricas (por ejemplo el lucro en educación) que hasta antes se presentaban como las únicas técnicamente eficientes para garantizar, paradójicamente, el bienestar social. 19 Ver, por ejemplo, Fleet, N., “Movimiento estudiantil y transformaciones sociales en Chile: una perspectiva sociológica”, Revista Polis 30, 2011 y Mayol, A.; Azócar, C., “Politización del malestar, movilización social y transformación ideológica: el caso ‘Chile 2011’”, Revista Polis 30, 2011.

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De ahí que más allá de las victorias políticas que el movimiento social obtenga en el corto y mediano plazos, lo interesante de destacar es cómo este ha logrado sentar las bases para esa actitud crítica a la cual apelaba Horkheimer. En efecto, la virtud de este movimiento ha sido criticar lo que hasta este momento se presentaba como dado en los debates políticos y académicos hegemónicos, a saber: que el interés individual y la racionalidad maximizadora de ganancias imperante incluso en la distribución de derechos sociales es el único medio eficiente, legítimo y más aún “natural” para coordinar la sociedad. Desde este discurso hegemónico solo se podía discutir técnicamente sobre las cosas –incluso sobre aquellas cosas de carácter político, como es la discusión sobre la manera en que se distribuyen las riquezas de la sociedad–. Así, sin cuestionar el fondo del asunto, solo se permitía tratar problemas como la desigualdad social como un asunto de eficiencia. No obstante, al cambiar los términos de la discusión –tal como lo hizo el movimiento estudiantil al enfatizar la educación como un derecho social– los movimientos sociales han mostrado la falsedad de aquellas posturas intelectuales y políticas defensoras de la ortodoxia neoliberal. Según se ha señalado, este auge de la movilización social se explica por grandes niveles de malestar acumulados durante más de veinte años, los cuales apuntan, entre otras cosas, a fuertes percepciones de injusticia y abuso20. Si bien esta explicación puede resultar razonable, creo que es incompleta para sustentar una teoría crítica que sea capaz de hacer eco a lo planteado por el movimiento social. ¿Es este malestar, así como las percepciones de abuso e injusticia, la base de un fenómeno sentido de igual modo por toda la sociedad chilena? Desde la perspectiva que trato de defender en este artículo –una perspectiva que enfatiza las nociones de clase y conflicto de clase– la respuesta es no, porque al considerar la estructura de clases como base de análisis se puede observar que los niveles de bienestar material, así como los de descontento y malestar social, están claramente marcados por un carácter de clase, que es la verdadera base del proceso de movilización recién analizado. En lo que sigue trataré de fundamentar tales afirmaciones, a fin de mostrar cómo 20

Mayol, A.; Azócar, C., op. cit.

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este tipo de análisis se presenta como una de las principales herramientas teóricas y políticas para el desarrollo de una teoría crítica de la sociedad chilena que sea capaz de responder a la pregunta por la relación entre la teoría y la praxis (dejada de lado, por los motivos ya descritos, en la Escuela de Frankfurt).

Movilización social y conflicto de clases en Chile. Algunos elementos para una teoría crítica de la sociedad Siguiendo el análisis clásico de Marx, más algunos elementos importantes de la teoría derivada de Max Weber, el concepto de clase social puede resultar de mucha utilidad para analizar los patrones de desigualdad y de conflicto social en la sociedad contemporánea. Como se sabe, Marx señaló que las clases sociales se definen fundamentalmente por la posición que ocupan los individuos en las relaciones de producción. En términos analíticos esto implica asumir la existencia concreta de la burguesía (clase propietaria de los medios de producción), el proletariado (clase no propietaria) y la pequeña burguesía (como expresión de aquellos individuos que trabajan sus propios medios de producción). En la actualidad, a partir de una serie de transformaciones económicas de la sociedad capitalista (como por ejemplo, la expansión del sector terciario y la diversificación de los sectores asalariados) se ha afirmado la existencia de un conjunto de clases sociales propias de la sociedad capitalista avanzada no identificadas por Marx. Por ejemplo en los debates sociológicos se ha afirmado la presencia de una nueva clase media que, en contraposición a la vieja clase media (pequeña burguesía), se encuentra ligada fundamentalmente a posiciones asalariadas que en comparación con el proletariado poseen mayores grados de preparación y autoridad en el proceso productivo. Al mismo tiempo, se ha señalado la existencia de una clase dominante que ya no se compone del empresario prototípico del siglo XIX (quien poseía y

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supervisaba individualmente las actividades productivas de sus empresas), sino que del conjunto de propietarios, accionistas y altos ejecutivos que controlan el proceso productivo de las grandes empresas. Más que entidades unipersonalmente poseídas, estas empresas son grandes organizaciones burocráticas21. En base a estos criterios se puede apreciar que en Chile casi el 40% de los ocupados pertenece a la clase trabajadora (ejerciendo labores de trabajo asalariado no calificado), cerca del 31% corresponde a profesionales y trabajadores de nivel medio, el 23% pertenece a la pequeña burguesía (auto-empleados), mientras que la clase dominante –compuesta de empresarios y gerentes– corresponde a no más del 6% de la población empleada22. Así puede entenderse que aunque la estructura de clases presenta características más complejas que las presentadas décadas atrás, todavía existen relaciones básicas de explotación y dominación sobre las cuales se sustentan las relaciones de clase. En efecto, si se considera que la base de estructuración de las clases es, al igual que antes, el ámbito de las relaciones productivas, se puede observar que la manera en que los individuos de distintas clases obtienen su bienestar material implica necesariamente la emergencia de relaciones de explotación y dominación entre las clases. Así por ejemplo la no posesión de medios de producción de un trabajador supone que la única forma que él tiene de conseguir los elementos para su reproducción es la venta de su fuerza de trabajo. Por otro lado, el control de los medios de producción y del proceso productivo supone que un empresario (o un alto ejecutivo) pueda obtener su bienestar material contratando mano de obra y explotando la fuerza de trabajo ajena23. Como consecuencia de esto se tiene que la estructuración misma de las clases sociales en la 21 Para ver un detalle de todos estos debates, ver, entre muchos otros, Marshall, G., et al. Social Class in Modern Britain, Unwin Hyman, London, 1988; Erikson, R.; Goldthorpe, J., The Constant Flux. A Study of Social Class Mobility in Industrial Societies, Clarendon Press, Oxford, 1992; Crompton, R., Clase y estratificación. Una introducción a los debates actuales, Editorial Tecnos, Madrid, 1994; Wright, E., Class Counts: Comparative Studies in Class Analysis, Cambridge University Press, London, 1997. 22 Pérez, P., La configuración de las creencias sobre la desigualdad en Chile. Un análisis de la relación entre estructura de clases, la percepción de las oportunidades y las preferencias por la redistribución del ingreso, Tesis no publicada para obtener el grado de Master en Sociología, Instituto de Sociología PUC, Santiago, 2010. 23 Sobre este punto ver Wright, E., op. cit.

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sociedad capitalista implica la existencia de intereses materiales antagónicos entre ellas. Es decir, la manera en como una clase (la clase dominante por ejemplo) obtiene su bienestar material supone necesariamente la explotación de otra clase (la clase trabajadora). De este modo el conflicto de clases, expresado en el conflicto de intereses, es un elemento mismo del concepto de clase social. Existen condiciones específicas que favorecen y limitan que el conflicto de intereses entre clases tome una expresión política. Como se puede suponer, las condiciones de la sociedad chilena durante las primeras dos décadas de régimen democrático no favorecieron la articulación política de actores de clase trabajadora (o incluso de clase media), pero sí significaron la consolidación de la dominación política e ideológica, es decir, la consolidación de la hegemonía –como diría Gramsci– de la clase dominante. El poder hegemónico de esta clase se expresó, por ejemplo, en su capacidad para limitar los más bien tibios intentos por fortalecer el movimiento sindical en el ciclo de reformas laborales de 1991-199324. Así en un contexto en donde la clase dominante llegó a ser una comunidad fuertemente comprometida con el proyecto neoliberal –con incluso más poder que en la época dictatorial– la desarticulación de actores clasistas puede ser entendida, más que como expresión de la irrelevancia del conflicto de clases, como un resultado mismo de este. Tal conflicto de clases tuvo como correlato ideológico la despolitización de la discusión política y académica a la cual se ha hecho referencia. A través de dicha despolitización se abandonó, salvo excepciones, no solo la pregunta por la desigualdad de clases (la cual fue traducida como un problema de ayuda a grupos vulnerables), sino que también la pregunta por el cambio social ligado al concepto de clase. En efecto, la idea misma de clase, en la medida en que supone la existencia de relaciones dinámicas de conflicto, también supone la posibilidad de transformación social. Como resultado de ello, al dejar de lado este tipo de interrogantes también se dejó de lado la posibilidad de una teoría crítica de la sociedad chilena. Sin embargo, al hacer un análisis de clase del emergente proceso de movilización social se pueden sentar las bases para tal tipo de teoría. 24

Barret, P., op. cit.

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El contexto chileno, creo, nos permite analizar críticamente el modelo neoliberal y, al mismo tiempo, identificar las posibilidades de acción colectiva de clase –a diferencia de lo experimentado por la primera generación de la Escuela de Frankfurt. Por ejemplo, a partir de la noción de clase recién descrita se puede entender que las movilizaciones sociales en Chile, expresadas en el movimiento estudiantil, son expresión de algo mucho más profundo que el malestar de una ciudadanía o de una clase media que quiere más y mejor sociedad de mercado (como se piensa desde lo que podríamos llamar la teoría tradicional imperante hasta antes de 2011). Es decir, esto parece ser algo mucho más definido por criterios de clase, en la medida en que supone la acumulación de un malestar que no está desigualmente distribuido en toda la sociedad chilena, sino que se encuentra especialmente arraigado en los sectores populares. Para entender esto conviene revisar algunos datos bastante aclaratorios. Por ejemplo, en Chile solo el 52% de los trabajadores asalariados posee un empleo protegido (es decir, con contrato de trabajo escrito, indefinido, con liquidación de sueldo y cotizaciones para pensión, salud y seguro de desempleo). De modo similar, a partir de la Encuesta Casen 2009 se puede observar que casi el 37% de los obreros y empleados del sector privado ganan 1,5 salarios mínimos o menos, lo cual afecta sobremanera la brecha de desigualdad salarial. Así, mientras en los países de la OCDE –el patrón de comparación comúnmente utilizado por las autoridades para medir el grado de desarrollo económico– la distancia salarial entre un gerente general y un trabajador que obtiene el sueldo mínimo es de 32 veces, en Chile dicha distancia llegó a ser de 102 veces en 201125. En este contexto, pues, resulta comprensible que el porcentaje de personas que creen que la distribución del ingreso en Chile es muy injusta haya aumentado en los últimos años, pasando de ser 30% en 2002 a 45% en 2007 (aumento porcentual que, junto con el experimentado en países como Paraguay, fue el mayor de esos años en 25

Véase Fundación SOL, Política de reajuste del salario mínimo: Una meta para avanzar al desarrollo, Santiago, 2011, y Precariedad laboral y modelo productivo en Chile, Área tendencias del trabajo, Nº 3. También véase Durán G.; Kremerman, M., ¿Y quién fija el salario mínimo?, Santiago, 2011. URL disponible en: . Consultado el 5 de noviembre de 2012.

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América Latina)26. Si bien esto es una tendencia general, existen datos que demuestran que la acumulación de malestar y disconformidad está arraigada fundamentalmente en los sectores menos favorecidos por el modelo neoliberal –la clase trabajadora y, en los últimos años, en parte importante de la clase media–. A partir de los datos de la encuesta del Centro de Investigación en Estructura Social (CIES), realizada en 2010 por la Universidad de Chile, se puede observar que si bien existen grados generales de insatisfacción con la situación general del país, tales niveles se elevan fuertemente entre los individuos de clase trabajadora (llegando a existir más de un 70% de insatisfacción), mientras que entre aquellos de clase “alta” (gerentes y grandes empresarios) la insatisfacción se reduce a poco menos del 50% de los casos. De modo similar, la percepción de conflictos sociales tiene un claro patrón de clase. Así, mientras solo el 28% de la clase dominante señala percibir alto niveles de conflicto entre trabajadores y empresarios, dicho valor es del 44% para los individuos de clase trabajadora. Este último porcentaje no es tan alto como se podría suponer, atendiendo a los niveles de desigualdad salarial existentes. Sin embargo, esto puede ser explicado en virtud de la gran despolitización de los sectores populares (recordar que esta encuesta fue aplicada antes de la aparición del movimiento estudiantil). De cualquier modo, tal diferencia porcentual es indicativa del hecho de que quienes han sido beneficiados por el neoliberalismo tiendan a reproducir el discurso hegemónico de consenso social más que las personas de clase trabajadora (en efecto, este patrón de respuestas se tiende a repetir ante la pregunta por otros conflictos sociales, como el conflicto entre ricos y pobres e incluso el conflicto entre clases sociales). Esto puede explicar que a pesar de que en la sociedad chilena existan altos grados de despolitización y estatismo27, las opiniones de quienes piensan que el Estado debería ocupar un rol central en una política redistributiva de los ingresos son mucho más marcadas entre la clase trabajadora y algunas posiciones asalariadas de nivel intermedio que entre los miembros de la clase dominante28. 26

Pérez, P., op. cit., p. 4. Mayol, A.; Azócar, C., op. cit. 28 Sobre este punto ver Pérez, P., op. cit. 27

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En un escenario de conflicto de clases latente como este existían condiciones de precariedad objetiva más una conciencia subjetiva marcada por un carácter de clase, pero débilmente estructurada en la medida en que no se acompañaba por canales de expresión colectiva. Eso, hasta la irrupción del movimiento social y, en especial, del estudiantil en 2011. Haciendo eco de lo planteado por Marcuse29, es posible entender que espacios como la universidad se presenten como lugares particularmente relevantes para el cuestionamiento de lo cotidiano: allá se generan ciertos grupos de la juventud no conformista que, a diferencia de quienes están constreñidos materialmente a ser parte del sistema, tienen un margen más amplio de acción para desarrollar la crítica dirigida ya no contra una sociedad planificada estatalmente (como ocurría en el contexto de Marcuse, Adorno y Horkheimer), sino contra una sociedad que bajo la libertad de mercado se presenta como otra forma del mismo proyecto histórico de dominación de clase. ¿Significa esto que el movimiento estudiantil puede reemplazar a los actores tradicionales de clase (como los sindicatos)? No lo creo. Tomando nuevamente a Marcuse como referencia, ellos pueden representar un punto de ebullición, pero no reemplazar la importancia estratégica que en términos teóricos, políticos y materiales tiene la lucha en torno a la producción. Tal importancia se puede ver en que a pesar de más de un año de movilizaciones masivas y bastante radicales de los estudiantes, no parecen existir los mecanismos de presión concretos (tal como sí ocurre con las huelgas) que hagan cambiar la correlación de fuerzas entre clases. Sin embargo, a pesar de estos límites estructurales, las luchas estudiantiles se han presentado como una buena expresión del conflicto de clases en Chile. Ante la debilidad de los actores clásicos de clase (sindicatos), estas luchas pueden ser vistas –en la medida en que no se expresan en conflictos en la esfera del trabajo– como la expresión “desencajada” de un descontento de la clase trabajadora. Esto implica cuestionar la afirmación común que señala que el conflicto educacional –expresado, por ejemplo, en el movimiento universitario– sea por definición la expresión de un interés de la clase media que busca en 29

Marcuse, H., Un ensayo sobre la liberación, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1969.

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la educación pública el apoyo estatal del que gozó décadas atrás. En efecto, si bien pueden existir importantes componentes de ese tipo de demandas en las movilizaciones estudiantiles, creo que esto representa más bien al núcleo clásico del movimiento estudiantil que se ha movilizado constantemente durante los últimos 20 años (es decir, aquel movimiento universitario ligado principalmente a las universidades públicas selectivas). A diferencia de lo que pasó durante la década de los 90 e inicios del 2000, en 2011 despertó fundamentalmente un actor estudiantil proveniente de familias de clase trabajadora. En efecto, producto de la ampliación privada de la matrícula en educación superior, todo este contingente de estudiantes (primera generación que entra a la educación superior) ha ingresado mayoritariamente a instituciones como Institutos Profesionales y Universidades privadas “no selectivas”, donde el problema del lucro y, muchas veces, el de la calidad en la educación, ha llegado a ser ampliamente cuestionado. Así por ejemplo, al analizar datos que indican las tendencias generales sobre este respecto se puede ver que mientras la mayoría (el 44%) de los estudiantes con origen de clase “alta” (familias con jefes de hogar que ocupan puestos directivos y profesionales) estudia en universidades públicas o privadas de excelencia, los hijos de familias de trabajadores no calificados han accedido a la educación superior estudiando fundamentalmente en Institutos Profesionales (25%) y en grandes universidades privadas docentes –que no investigan– y con bajos filtros de ingreso (15%). El mismo patrón se repite para hijos de la categoría ocupacional “empleados y obreros”30. Estos datos pueden explicar por qué en 2011, y luego de una acumulación de malestar de clase, las calles hayan sido ocupadas tanto por estudiantes de universidades tradicionales (algo ya conocido) como por estudiantes secundarios, de universidades privadas, IP y CFT, además de sus familias (lo cual marcó una gran diferencia). Desde un análisis crítico de la sociedad chilena –es decir, un análisis que también se pregunte por las posibilidades de cambio social– este conflicto debe ser leído como la 30

Orellana, V., Caracterización social de los estudiantes de educación superior en Chile, Centro de Investigación en Estructura Social, Universidad de Chile, Santiago, 2011.

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expresión de un cuestionamiento radical por parte de la mayoría de la clase trabajadora (y de ciertos sectores de clase media precarizados) a un proyecto de dominación de clase neoliberal sustentado en la precariedad y explotación del trabajo y en la ausencia de democracia política real. El hecho de que el conflicto haya explotado por el tema educacional podría ser el resultado de que ante condiciones políticas y económicas que limitaron la aparición de actores colectivos de clase, gran parte de los sectores populares haya dado respuestas individualizadas ante sus condiciones de precariedad social. Así, ante la imposibilidad de defender colectivamente sus intereses, gran parte de las familias de clase trabajadora –y también de clase media– centraron sus esfuerzos en la inversión de sumas importantísimas de dinero para financiar la educación de sus hijos. Como resultado de tales esfuerzos, sin embargo, han aparecido enormes problemas de endeudamiento, asociados, entre otras cosas, a problemas de empleabilidad derivados de la mala calidad de algunas instituciones de educación superior. Con ello el sueño meritocrático tan hábilmente afirmado por la ideología liberal ha quedado materialmente cuestionado. No se puede pensar, en efecto, en movilidad o ascenso social cuando el vehículo escogido para ello –la educación– supone el origen de una vida de deudas e incertidumbres. Menos aún se puede pensar en eso cuando se ha demostrado que la tan afirmada igualdad de oportunidades no es más que un sueño en las sociedades capitalistas –un sueño que no ha sido logrado ni siquiera en períodos con altas tasas de crecimiento económico31. Todo esto nos muestra por qué el proceso de movilización ha sido tan importante para afirmar un análisis crítico de la sociedad chilena. A partir de él hemos podido condenar –siguiendo el llamado hecho por Horkheimer– una situación de injusticia que durante años se nos presentó como natural y legítima. Al mismo tiempo –y ahora siguiendo a Adorno– la movilización nos ha mostrado a través de su crítica al lucro un especial tipo de verdad: a saber, que las promesas de bienestar para todos son solo una ilusión en una sociedad gobernada por criterios de acumulación privada. 31

Sobre este punto ver Erikson, R.; Goldthorpe, J., op. cit.

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Para terminar, creo que un análisis como el planteado acá debe intentar dar cuenta, aunque sea someramente, del futuro del conflicto de clase en Chile. Para ello, creo que sería útil tomar algunos elementos del concepto de clase desarrollado por el historiador inglés E. P. Thompson, en especial su idea de experiencia de clase. A partir de ella, Thompson identificó las respuestas subjetivas de los trabajadores ingleses ante la explotación, en el período de consolidación de la revolución industrial. Lo interesante es que tales respuestas subjetivas no solo se expresaban en la movilización económica de los trabajadores en contra de la explotación, sino que también en muchas otras formas de expresión social y cultural de ellos (por ejemplo, en su tiempo libre, en su vida familiar, en sus creencias populares, etc.). Así, y aun cuando las contradicciones en el seno de la producción definen los intereses de clase, ello no supone rechazar la posibilidad de que tales intereses se manifiesten, en determinadas circunstancias, en otros espacios sociales (como el educacional o el poblacional). Como traté de demostrar, en un contexto marcado por la lamentable ausencia del movimiento sindical, los conflictos en torno al tema educacional pueden ser entendidos como parte de un proceso mayor de acumulación de experiencias de clases –un proceso definido bajo la idea de formación de clase– que finalmente podrían significar el incremento en los niveles de conciencia entre todos los explotados y oprimidos de la sociedad. Es esperable que el eventual aumento de la conciencia de clase signifique un incremento en la actividad sindical. Según parece esto es lo que ya está comenzando a pasar hace algunos años, con la articulación de importantes núcleos de organización sindical entre sectores tradicionalmente no sindicalizados (por ejemplo, trabajadores subcontratados y trabajadores de servicio). Más importante aún, tales núcleos parecen tener un alto grado de articulación con los vastos sectores del movimiento estudiantil y social en general, entablando demandas tan importantes como la renacionalización del cobre y los recursos naturales. En este sentido, una tarea fundamental del análisis crítico sería entender cuáles son las proyecciones que tales movimientos tienen en el panorama nacional del conflicto de clases. Hoy, a diferencia de lo 88

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enfrentado por la primera generación de la Escuela de Frankfurt, existen condiciones propicias para confiar en el potencial emancipador de la clase trabajadora. Hoy, afortunadamente, y a diferencia de lo vivido por Adorno y Horkheimer, la teoría no es la única forma de praxis disponible para los hombres honestos.

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