Morirse desde antes: Al filo del agua y la visión retrospectiva de la Revolución Mexicana

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Descripción

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Morirse desde antes: Al filo del agua y la visión retrospectiva de la Revolución Mexicana Bruno Ríos University of Houston “Quienes prefieran, pueden intitular este libro En un lugar del Arzobispado, El antiguo régimen, o de cualquier modo semejante. Sus páginas no tienen argumento previo; se trata de vidas – canicas las llama uno de los protagonistas – que ruedan, que son dejadas rodar en estrecho límite de tiempo y espacio, en un lugar del Arzobispado, cuyo nombre no importa recordar”. Desde el epígrafe que antecede a la novela, Yáñez nos hace partícipes de su artificio. La mirada que plantea Al filo del agua es la de ver el evento fundacional de la Revolución mexicana a tres décadas de su inicio, como un proceso de transición definitivo a lo que, en el momento de su publicación, representaría el proyecto nacional de institucionalización de los ideales revolucionarios. ¿Qué encuentra “la bola” al momento de extenderse por gran parte del territorio mexicano? Encuentra lo que Yáñez intenta mostrar en esta novela, una serie de comunidades heterogéneas, desde el pueblo minero de Cananea hasta las comunidades rurales de Morelos, pasando por, claramente, los altos de Jalisco; todas estancadas en un proceso decadente de descomposición política. ¿Por qué entonces Yáñez, en lugar de narrar el urgente suceso que nos regala Mariano Azuela en Los de abajo, sitúa la acción de su novela en una mirada retrospectiva el año anterior al inicio de la Revolución? Lo que propongo en este trabajo es que Yáñez, precisamente, articula la contraparte fundamental para la construcción del proyecto nacional: la revelación de un habitus, por utilizar el término de Bordieu y siguiendo la lógica que propone Pedro Ángel Palou en su libro El fracaso del mestizo, de clase y de jerarquía social que paraliza la comunidad en una especie de dictadura monástica y clerical. El estancamiento de un pueblo sin nombre, que puede ser todos los pueblos, funciona como una alegoría de la nación

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pre-revolucionaria: una nación estancada que se acelera conforme avanza, proféticamente, hacia la tormenta que se avecina. La novela de Yáñez pertenece a una realidad distinta a la que enmarca Los de abajo. La urgencia de Azuela por narrar los acontecimientos que se están desenvolviendo en 1915, no está en Al filo del agua. Esa urgencia se ha desplazado, está en otro sitio, en un sitio ideológico que pertenece a, como bien señala Palou, “una nueva realidad sociopolítica (…) al México de los cuarenta y principios de los cincuenta, el del cardenismo y el avilacamachismo, donde el propio nacionalismo ha dado un vuelco hacia la búsqueda del espíritu, el alma de lo mexicano que las instituciones de los veinte y treinta buscaron producir” (Palou 60). La urgencia se encuentra entonces en la idea misma de instaurar el proyecto social, ideológico e institucional de los que triunfaron en la Revolución. No es casualidad que la novela se publique en 1947, un año después de que Ávila Camacho renombrara al Partido de la Revolución Mexicana como Partido Revolucionario Institucional, junto con el inicio del sexenio de Miguel Alemán. En este sentido, el compromiso sociopolítico de Yáñez con el proyecto institucional de la revolución es claro: es lo que juega como telón de fondo en la novela. No es solamente la inminente Revolución que se viene a retomar el pueblo, a remover los cimientos de lo que Monsiváis llamó una “dictadura parroquial” y que pasaba por alto las leyes de Reforma, sino que ahí, detrás, está también su consecuencia: el ideal utópico mestizo del proyecto priísta. Sin embargo, yo diría que más allá de proponer la institucionalización del evento de la Revolución, que construiría el concepto de nación mexicano, lo que Yáñez está escribiendo es la nación en sí misma representada por su contraparte. Los ideales que fundaron el PRI, en especial con la presidencia de Miguel Alemán – modernidad, paz, progreso y justicia social, de los que por cierto se burla con fina ironía Luis

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Estrada en La ley de Herodes– se volvieron tan endémicos en la retórica gubernamental como los fútiles intentos por “recolonizar” la salvaje “provincia”. Este dispositivo ideológico, término que uso como lo entiende Agamben, es el que filtra toda la trama de la novela. La contraparte del proyecto nacional, es precisamente, ese antiguo régimen que nos señala el autor en el epígrafe, todo lo que tuvo que desarmarse para armar su sustituto, que inevitablemente, como ahora sabemos, sigue fracasando ampliamente. Y es que Yáñez no es ajeno a la vida política del país. Me interesa, por ende, desactivar la posibilidad de leer esta novela en la dicotomía capital-provincia. Al contrario: Yáñez elige los altos de Jalisco, aunque se niegue a admitirlo, y que después hará lo mismo nada más y nada menos que Rulfo para su obra, porque representa un bastión de poder político en el País que está directamente ligado con la idea del federalismo, entendiendo además que el proceso revolucionario vino, precisamente, del norte y otros sitios fuera del centro. La labor de Yáñez como actor político, tanto desde la gubernatura de Jalisco de 1953 a 1959, como desde la Secretaría de Educación Pública en los sesenta, entre diversos otros cargos como funcionario público, es imposible separarla de su labor literaria. Como lo asevera Mark Anderson: “Para Yáñez, la relevancia de la literatura para la construcción de una conciencia nacional era innegable. En su ensayo, El contenido social de la literatura iberoamericana, de 1944, escribió ‘antes que producto cultural, mucho antes que fenómeno artístico, la literatura es instrumento de construcción americana’” (M. D. Anderson 84). Hay que leer, por ende, la obra literaria de Yáñez como una herramienta real de su apuesta por el proyecto político del PRI, como una forma de educar y formar al nuevo sujeto nacional quien, volviendo al fracaso del mestizo, es mestizo por ser el significante maestro de la empresa educativa y cultural mexicana.

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Desde el inicio, la novela nos adentra en la poética de su construcción. El “acto preparatorio” del principio, que introduce la obra, expone una visión panorámica de lo que estamos por ver. Pienso un poco en la misma operación con la que abre La Regenta de Leopoldo Alas Clarín, la mirada desde el campanario sobre el pueblo. Sin embargo, en el caso de la novela de Yáñez, los espacios son en sí los que determinan el estatismo que estamos por presenciar, la decadencia simbólica de un país detenido: Los deseos, los ávidos deseos pálidos y el miedo, los miedos rechinan en las cerraduras de las puertas, en los goznes resecos de las ventanas; y hay un olor suyo, inconfundible, olor sudoroso, sabor salino, en los rincones de los confesionarios, en las capillas oscurecidas, en la pila bautismal, en las pilas del agua bendita, en los atardeceres, en las calles a toda hora del día, en la honda pausa del mediodía, por todo el pueblo, a todas horas, un sabor a sal, un olor a humedad, una invisible presencia terrosa, angustiosa, que nunca estalla, que nunca mata, que oprime la garganta del forastero y sea quizá placer del vecindario, como placer de penitencia (Yáñez 7). El régimen autoritario del sacerdocio en el pueblo genera este estatismo, que en la novela se traduce, precisamente en angustia: en pura suspensión de ánimo. La separación entre hombres y mujeres, el ejercicio del poder sobre los habitantes, el manejo indiscriminado de sus vidas privadas como información privilegiada permea la trama de la novela como un testimonio claro de lo que detiene el tiempo. La novela tiene el claro artificio de mostrar un año en la vida del pueblo, un trabajo que además está sustentado por una escritura realista que se entremezcla con la agilidad del dispositivo estético de las frases cortas, como lo vimos en la cita anterior. La escritura de Yáñez es verosímil en el sentido de que refleja de manera fehaciente la vida del pueblo, que va de lo general a lo particular, en específico las tareas religiosas durante la

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cuaresma. Me parece que el argumento de Walker es acertado al momento de aseverar que el sacerdocio en el pueblo “intenta imponer un orden estático, monástico en la vida del pueblo, pero que el constante contacto con el mundo exterior, que está en pleno proceso de transformación, derrumba esa pared provisional de estatismo en el tiempo y que acelera el proceso en el momento de insertar a México en el siglo XX al estallar la Revolución” (447-448). Lo que impera es entonces la angustia, una angustia que se encuentra situada en el intersticio entre la resistencia hacia el exterior y la sed de cambio. El dogma, que es el aparato ideológico del “antiguo régimen” que menciona Yáñez, está documentado de manera soberbia: -Dicen que se van a llevar preso a todo el pueblo, sin respetar mujeres ni niños; que no va a quedar piedra sobre piedra, como en Jerusalén. / -Que hagan lo que quieran, al cabo es por Nuestro Señor y por Nuestra Santa Religión. / -Sufriremos con gusto, como los mártires. / -Nada nos arredrará en la confesión de la Fe. / Sube la temperatura del fervor y alcanza la cima de las alucinaciones. Luego, sin saber cómo, noche y silencio se rasgan con el unánime clamor del Miserere, por las calles, en el atrio, en la parroquia (107). Esta es la “alianza fática entre las oligarquías rurales y el gobierno de Díaz” (52) de las que habla Pedro Ángel Palou en su libro. La extensión de la dictadura de Don Porfirio es precisamente la del poder político de la iglesia sobre sus habitantes. Es importante pensar que las fuentes de contacto con el exterior del pueblo llegan a los oídos de los habitantes mediante dos soportes: el diario, que pasa por las manos del padre Reyes, y los norteños, foráneos que traen las nuevas. Es ahí, en que el telón de fondo toma protagonismo y se hace visible a través de la voz del norteño: “cuando estalle la bola nos agarrará desprevenidos. México no es nomás nuestro pueblo, y ustedes los padres, con perdón sea dicho, no debían taparles los ojos a las gentes” (154). Las

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noticias llegan como las vidas que pasan por la parroquia, como una confesión de que hay algo que está más allá del poder del pueblo, del microcosmos autorreferencial del dogma: Mientras ruedan lentamente las oscuras canicas de la parroquia, se precipita la vida del país. Ya pasaron dos años y no se apagan los ecos de fusilerías contra los obreros de Cananea y de Río Blanco; es público que gentes movidas por los Flores Magón atacaron varias poblaciones fronterizas; el día dos de este mes fueron proclamados el general Díaz y don Ramón Corral, candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República. -"¿No diz que don Porfirio le dijo a un periodiquero gringo, no hace mucho, que quisieran o no sus amigos dejaría de ser Presidente? ¡Ah, qué la política, bendito sea Dios! ¡Una bola de gusto! (164). Viene la bola rodando. Sin embargo, hay una preocupación desde el poder político que el pueblo se les salga de las manos a los curas. El portavoz del discurso hegemónico de la dictadura de Díaz es el del “director político”, es la voz que tensiona las dos caras de la misma moneda, la que amenaza, por un lado, con aplicar las Leyes de Reforma en su totalidad, y por otro, que ofrece seguir haciéndose de la vista gorda a cambio del apoyo incondicional del pueblo: Volvió entre halagüeño, entre amenazante, diciendo que no había ya peligro de que fueran exhumados los cuerpos de don Timoteo y de Micaela; lo había todo arreglado, y que no molestaran a los vecinos llamándolos a declarar y aun haciéndolos ir a Teocaltiche; pero con la condición de que se presentarán a empujar al partido del orden, 'que sostiene la candidatura del glorioso patricio don Porfirio Díaz y del señor Corral'; traía instrucciones de obrar distintamente si el pueblo continuaba mostrándose apático; es más: aplicaría las Leyes de Reforma con toda dureza, sin hacerse ya de la vista gorda; 'las autoridades -informaba- están enteradas perfectamente de lo que aquí pasa; yo seguiré

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haciéndome disimulado (cosa peligrosa: ya ve lo que le sucedió a mi antecesor); pero ustedes ayúdenme a parame el cuello con un gran movimiento cívico; se dejan de molestias, y sirven a la patria; yo me juego mi empleo, como ustedes lo han visto; alguna recompensa me han de dar (292). Al final, todos fracasan. El intento por mantener el estatismo en la novela es interrumpido por un evento que, incluso hoy, si somos un poquito, sólo un poquito supersticiosos, nos parecería más que una coincidencia. Con la aparición del cometa Halley en el cielo de 1910, la revolución se desata. Lo que le llevó a Yáñez 300 páginas, la tarea de mostrar la descomposición social y el estatismo del pueblo durante un año, le lleva las últimas páginas de la novela para acelerar el tiempo. Un año en un solo capítulo final que desencadena la Revolución. Las premoniciones fueron ciertas: hay un sentimiento de urgencia en la novela que todavía se ve lejano y que irrumpe de golpe en la vida de todos. Incluso Lucas, que funge como una especie de memoria colectiva del pueblo y hasta una suerte de oráculo prestidigitador, termina por tirar la toalla: “¿Y tú, Lucas, qué dices de esto? Hace mucho que no hablas de ese chaparro, blanco él, nervioso y simpaticón (Madero). / - ¡Eh! yo ya soy más del otro mundo que de éste - y de aquí nadie lo sacaba.” (354). Lucas es el mexicano del pasado, el que está atado a una historia anquilosada en el pueblo y que, por más que quiera, no puede ver el futuro, ni tampoco, su violento presente. El artificio de Yáñez en esta novela permite hacer una mirada retrospectiva, sí de la Revolución como proceso histórico de formación de la nueva nación, pero también permite enfocar la mirada hacia lo que Rafael Olea Franco llama, tomando prestado el término de Hobsbawm, la “tradición inventada” de la novela de la Revolución Mexicana. Si la urgencia que mueve la escritura de Los de abajo no está ahí en Al filo del agua, y su factura y el registro son enteramente distintos, además de pensar en esta última, como ya se ha comentado en numerosas

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ocasiones por la crítica, como una novela de transición entre ese grupo de textos alrededor de la Revolución y la primera novela moderna que es Pedro Páramo, entonces, lo único que la crítica ha generado es una categorización de un grupo de textos heterogéneos que se encuentran unidos solamente por su tematización. Creo que incluir la novela de Yáñez en este esquema sirve como un gesto crítico de clasificación para insertarla en una tradición, precisamente inventada por la crítica, pero para poco más. Pienso que para lo que más nos sirve Al filo del agua, como lectores y como críticos, es para leer hacia atrás, para entender, precisamente, esa urgencia. Hay que pensar las Novelas de la Revolución Mexicana, en especial Los de abajo, como una obra que no existe como obra original en su momento, sino que es desde siempre una obra que existe retrospectivamente desde sus relecturas. Más allá de la famosísima polémica de la “literatura viril” a partir de 1925, y de la atinada aportación de Ignacio Sánchez Prado de que la Revolución representa una apertura estética del campo literario en México, pensemos Al filo del agua ya no como una glosa de Los de abajo, sino como su propia condición de posibilidad desde el acto de la relectura. Finalmente, creo que Al filo del agua permite acercarnos a la novela de la Revolución mexicana como algo que está más allá de un testimonio literario que tematiza el evento fundacional del proyecto de nación. Lo más terrible es pensar no desde los cuarenta, sino desde el presente, y darnos cuenta que ese “antiguo régimen” que intentó acabar el proyecto de institucionalización posrevolucionario nunca terminó del todo. El primer fracaso fue la Guerra Cristera de Elías Calles, como un golpe preliminar hacia la utópica unificación del país. Y bueno, qué decir del 68 como la gota que derramó el vaso para darnos cuenta de una vez por todas que el proyecto de nación no solamente fracasó, sino que se volcó sobre su propio fundamento. Seguimos en este “ocaso interminable” del que habló extensamente Arturo Anguiano y que

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parece corroborar, junto con la novela de Yáñez y sin duda también Los de abajo, esa línea que abre la novela de L. P. Hartley, The Go-Between: “El pasado es otro país”.

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Trabajos citados Agamben, Giorgio. What Is An Apparatus? and other essays. Stanford: Stanford University Press, 2009. Print. Anderson, Danny J. "Reading, Social Control, and the Mexican Soul in "Al filo del agua"." Mexican Studies/Estudios Mexicanos (1995): 45-73. Impreso. Anderson, Mark D. "Agustín Yáñez's Total Mexico and the Embodiment of the National Subject." Bulletin of Spanish Studies (2007): 79-99. Impreso. Olea Franco, Rafael. "La novela de la revolución mexicana: una propuesta de relectura." Nueva Revista de Filología Hispánica (2012): 479-514. Impreso. Palou, Pedro Ángel. El fracaso del mestizo. México D.F.: Ariel, 2014. Impreso. Sánchez Prado, Ignacio M. "Vanguardia y campo literario. La Revolución Mexicana como apertura estética." Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (2007): 187-206. Impreso. Walker, John L. "Timelessness through Memory in the Novels of Agustín Yáñez." Hispania (1974): 445-451. Impreso. Yáñez, Agustín. Al filo del agua. Vigésimoséptima edición. México: Porrúa, 2008. Impreso.

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