Moral y acontecimiento

October 8, 2017 | Autor: Borja Santiago | Categoría: Theodor Adorno, Philosophy of History, Moral Philosophy
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Descripción

Santiago, Borja (2014) “Moral y acontecimiento” Thaumazein. VIII. pp 12-19

Moral y acontecimiento Borja Santiago **** La barbarie es un elemento constitutivo del pasado, del presente y, hasta donde alcanza la vista, lo será del futuro próximo. Ha configurado nuestra experiencia histórica, muy especialmente el pasado siglo XX y, por sorprendente que parezca, la hemos aceptado con naturalidad. El debate que emerge de nuestra relación con la barbarie, más que evidenciar nuestra responsabilidad, es el que analiza los preceptos éticos en los que se asienta la sociedad y la exploración de diferentes construcciones morales. Fenómenos como la globalización, la caída de los grandes metarrelatos o la posmodernidad han desmantelado progresivamente ideas de gran bagaje cultural como el universal o la moral, conceptos, por otra parte, prácticamente inseparables. Sin embargo y a contrapelo, se ha considerado en este breve ensayo la recuperación, no sólo como mero ejercicio filosófico sino también como tarea a realizar, de un modelo diferente de moral y un universal de nuevo cuño. Para esta tarea se ha trabajado en contraste con Inmanuel Kant el pensamiento moral de Theodor W. Adorno prestando especial atención a su relación con el pasado y sus las posibilidades de universalización. Imperativo categórico. De Kant a Adorno. El proyecto Ilustrado, con su fe en la razón y el progreso humano, alcanzó su madurez con la ética de Inmanuel Kant. A pesar de las contradicciones históricas que acompañaron a las revoluciones burguesas, la confianza en el progreso ilustrado desarrolló todo un aparataje político y legal que hoy en día continuamos usando, desde las declaraciones de los Derechos Humanos hasta la democracia liberal. En Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant, tratará de comprender la moral y establecer, desde la razón, las pautas morales para el individuo autónomo de la comunidad universal. El germen de la moral kantiana serán los Imperativos Categóricos (IC), principios autónomos fruto de la razón, necesarios y de los que se deriva toda acción moral. Kant presenta tres formulaciones del Imperativo Categórico. 1ª formulación: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. 2ª formulación: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. 3ª formulación: “Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines”. El IC no se fundamenta en la realidad ni en condiciones históricas sino en el uso de la reflexión para generar unos fundamentos que articulen la acción moral. La naturaleza no empírica de los IC kantianos los separa de cualquier relación fáctica con las comunidades humanas hasta el punto de rechazar cualquier posibilidad de moral autónoma: “no nos ha de servir de móvil el comportamiento

Santiago, Borja (2014) “Moral y acontecimiento” Thaumazein. VIII. pp 12-19

de otros hombres sino la ley”1. Sin embargo, después de la II Guerra Mundial y especialmente tras el descubrimiento de la barbarie oculta tras las alambradas de los campos de concentración un seísmo sacudió las entrañas de la moral. La pregunta que afectó a la población y a los pensadores europeos, sino del mundo, y en concreto a Theodor W. Adorno, pudo haber tomado la siguiente forma “¿qué moral nos queda después de Auschwitz?” La moral kantiana, individual, puramente racional y alejada de asentamiento social había permitido la barbarie. Ante la evidencia de la catástrofe la idea de progreso se fracturó en incomprensión e incredulidad. Se había hecho patente que la historia estaba alimentada de contradicciones, de pasos hacia delante y retrocesos. Sin embargo, el golpe certero que recibió la razón del progreso sanaría con el paso del tiempo brotando de nuevo en la actualidad. Así, observamos impávidos como en el presente la hiedra del progreso vuelve de nuevo a estrangular sus márgenes, sean ideas, poblaciones o ecosistemas. De este cuestionamiento del progreso nació el Imperativo Categórico de Adorno fruto, por una parte, de la crítica filosófica de la moral y, por otra, de su inserción en una totalidad social y un tiempo históricos: Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su actual estado de esclavitud: el de orientar su pensamiento y su acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante2.

Como buena parte de la filosofía de Adorno su IC se caracteriza, en primer lugar, por su negatividad. El nuevo imperativo no canta a la bondad sino que nos habla del mal, de un mal ya sucedido. Se podría hablar, por ello, de un imperativo de la memoria pues reclama un no olvidar que se sitúa por completo en la historia, brota de lo sucedido y se posiciona en el devenir. Bajo esta negatividad la memoria se convierte en creadora de devenir pues apela a la barbarie acontecida para denunciar la injusticia. No obstante, el pensamiento de Adorno adopta la forma de una filosofía última ya que no plantea un comienzo sino que mirando hacia atrás apunta a Auschwitz y desplega un sentido de la experiencia histórica del hombre. Como los ecos entre las montañas, Auschwitz se propaga en el tiempo adquiriendo una nueva dimensión. Esta dimensión es su presencia atemporal, es a cada momento, reclamando justicia e interpelando para que no se repita. Como hemos visto, la barbarie no supuso la desaparición de la moral sino su reformulación. El trabajo de Adorno no consistió en, a la forma de Nietzsche, desmontar la moral o un situarse en el afuera, sino que fue consciente de que incluso la crítica de la moral puede contener un fundamento moral. La moral misma es contradictoria en sí en tanto que siempre significa libertad y opresión al mismo tiempo. Esto determina la actitud que ha de tomar el pensador. Tiene que estar tanto a favor de la moral como en contra de ella. […] no habrá que limitarse a rechazar o eliminar simplemente la moral […], sino que habrá que confrontarla con su propio concepto y plantear la cuestión de si es moral la moral. De si satisface los principios que contiene 3.

Porque una moral puede ser también liberadora. Sin embargo, una moral que históricamente se revele como liberadora o deseable en un contexto puede, en contra de la impredecible libertad, tornarse represora. De ahí la importancia de una moral apegada al devenir que permita reconstrucciones que se adaptarán a las necesidades de la libertad y, de forma más concreta, de la injusticia. 1 2 3

Kant, Immanuel (2008) La metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos p. 448. Adorno, Theodor W. (1984) Dialéctica Negativa. Madrid: Taurus. p.365 Zamora, José Antonio (2004) Th. W. Adorno. Pensar contra la barbarie. Madrid: Trotta.p.263

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No es posible decretar de una vez por todas los escondrijos históricos que la libertad va encontrando históricamente una y otra vez. Su concreción la adquiere en las cambiantes figuras de la represión, es decir, en la resistencia contra ellas. Nunca ha habido más libertad que la voluntad que tuvieron los hombres de liberarse4.

Un elemento crucial en el pensamiento moral adorniano será cuestionarse hasta que punto una mora “satisface” sus principios. Esta cuestión anuncia la materialidad de una nueva moral, o lo que es lo mismo, toda moral debe relacionarse con sus consecuencias, dando lugar a una relación dialéctica indisoluble. La nueva moral surge asentada en la experiencia, en lo material y lo sido dotando al nuevo imperativo de un elemento “adicional”: Este imperativo es tan reacio a toda fundamentación como lo fue el carácter fáctico del imperativo kantiano. Tratarlo discursivamente sería un crimen: en él se hace tangible el factor adicional que comporta lo ético. Tangible, corpóreo, porque representa el aborrecimiento, hecho práctico, al inaguantable dolor físico a que están expuestos los individuos, a pesar de que la individualidad, como forma espiritual de reflexión, toca a su fin. La moral no sobrevive más que en el materialismo sin tapujos5.

Será ese “factor adicional”, su materialidad y, en concreto el sufrimiento humano, lo que hará del nuevo IC una herramienta que contradiga a la moral racional burguesa. Una moral que, fundamentada en la conciencia individual y en la separación con lo material, es decir autónoma, se convertirá en mero discurso que bajo el “frío burgués” permitirá tanto la injusticia como la indiferencia hacia ella. Adorno llegará a decir que fue la moral burguesa la que permitió la existencia de Auschwitz. Una moral, por otra parte, que continúa, bajo alardes y pomposidad humanista, permitiendo la injusticia y la explotación de miles de personas. El sufrimiento, en tanto que tangible e incluso cuantificable, se convierte en el nuevo punto de partida de la moral. Adorno llamó “impulso moral” al arrojo que nos corroe por dentro ante la injustica, una suerte de llamada natural ante el daño del otro. Pero la dimensión moral no puede ser alcanzada por algo próximo al instinto ni, a su vez, fundamentarse en la mera reflexión. En palabras de Adorno, “[...] la praxis necesita también de algo más: un otro que no se acaba en la conciencia, somático y convertido por la mediación en racional a la vez que distinto cualitativamente de la razón”6 Por lo tanto, la tarea que se lleva a cabo es dotar de discurso a ese impulso a través de las emociones que suscita el sufrimiento. El estupor y el pánico avergonzado que acompañó al corrimiento del velo de los campos de concentración pudo dar lugar a un nuevo IC pero ¿no se corre el riesgo de, al racionalizar ese impulso, convertirlo en discurso distante del sufrimiento? Si tratamos de racionalizar sin contemplaciones el impulso de la conciencia “[...] lo más urgente se volvería a convertir una vez más en contemplativo” manteniendo así el estado de cosas. La respuesta de Adorno es que “esa contradicción es hoy día el único escenario de la moral 7”. La relación dialéctica entre el impulso y la mediación racional que permita la analogía, se revela como el único espacio donde una moral materialista y empática con el sufrimiento puede existir. Sin embargo, llegados a estas alturas, cabe advertir que no se plantea una sustitución moral como si de un intercambio de cromos se tratase. La tarea del pensador es considerar la relación material de la moral y sus consecuencias. Quizá no sea posible dilucidar una realidad nacida de una moral materialista como la sugerida por Adorno mas sí podemos imaginar el proceso de universalización y la naturaleza, siempre en construcción, de una moral basada en la experiencia y por lo tanto 4 5 6 7

Adorno, Theodor W. Op. Cit. p. 663 Ibíd. p. 365. Ibíd. p. 229 Ibíd. p. 283.

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ejemplar antes que universal. Del IC adorniano al universal ejemplar. El imperativo categórico de Adorno construye desde la negatividad absoluta de Auschwitz un universal de la memoria que apela a la no repetición. Recogiendo ese legado apegado al acontecimiento y a la experiencia ¿podríamos imaginar un universal ejemplar8, es decir, la universalización de un acontecimiento? Adorno así lo creyó en el momento de la formulación de su imperativo categórico. Por otra parte, si lo que buscamos es la creación de un universal ejemplar, en cierto modo muy similar a los postulados de Adorno, el procedimiento pasaría por la aplicación de una razón diferente a la kantiana y, al mismo tiempo, respetando el acontecimiento como elemento constituyente. El quid de la cuestión reside en el ejemplo. De acuerdo con la RAE, ejemplo (del latín exemplum) se define como: “caso o hecho sucedido en otro tiempo, que se propone, o bien para que se imite y siga, si es bueno y honesto, o para que se evite si es malo”. De este modo, lo ejemplar se revela como la aplicación de la razón con el objetivo de analizar o afirmar la validez de un caso concreto para más de uno. En definitiva, una extrapolación. El temor, fundado en muchos casos, a la generalización, especialmente desde la posmodernidad, ha cuestionado y anatemizado cualquier pretensión de universalidad. Sin embargo, un proceso de ejemplificación sin hacer desaparecer la identidad de los hechos permite, por un lado, eludir la generalización y, al mismo tiempo, alcanzar un ámbito universal estableciendo diferencias y semejanzas, cuestionando el sufrimiento mediante analogías. Este nuevo universal ejemplar no sólo se revela como un nuevo proceder sino que cuestiona la legitimación de origen a la manera kantiana. Por el contrario, sitúa lo universal, como planteó Adorno, en el acontecimiento, en definitiva, en el devenir de las comunidades humanas y, lo que es más, deja en manos del propio individuo y su entorno la toma de decisión sobre lo ejemplar. Por lo tanto, un universal ejemplar no sería para una comunidad humana aquello que la representa o describe a la mayoría de su población, antes bien, sería una toma de decisión sobre lo que compartir y transmitir. La legitimación muda totalmente de posición. Como el IC de Adorno, el universal ejemplar tiene una clara vinculación con el pasado pues el ejemplo tiene un origen material, sucedido y, por lo tanto, pasado. Sería poco responsable tomar del pasado un universal para aplicar de cara al futuro sin atender a las consecuencias pasadas del mismo. Las injusticias del pasado, los terribles acontecimientos de nuestro ayer y sus víctimas no pueden transformarse en una excusa, en un símbolo del que nos apropiamos egoístamente. La justicia también está por hacer hacia las víctimas pretéritas. De obviar su sufrimiento estaríamos de nuevo recreando las dinámicas del progreso, absorbiendo vidas sin piedad cara un futuro prometido. Tomar el presente como una autonomía que se desvincula de la injusticia del pasado provoca la congelación temporal que impide cualquier tipo de justicia anamnética. Los IC de Kant refuerzan esa autonomía y, por poner un ejemplo de construcciones éticas, la teoría comunicativa de Habermas niegan cualquier diálogo con el pasado por inexistente. Es por ello que el pasado como germen, como raíz y abono del presente y del futuro, debe convertirse en un nuevo lugar de reflexión moral. El imperativo de la memoria no solo impide el olvido sino que alerta ante la repetición de los hechos como tarea siempre en proceso, siempre en recuerdo y donde todos colaboramos con nuestra memoria. Pero esta relación con el pasado implica un giro individual, obliga a reconsiderar el 8

Concepto explorado por Manuel Cruz en (2012) Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual. Oviedo: Nobel.

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pasado, a mirarlo y tender la mano a los arrollados y olvidados, impone una moral que se debe asumir a partir de las injusticias pasadas. Alguien nos está esperando: ha sido anterior a nosotros pero no ha quedado atrás sino que nos ha adelantado. ¿Quién es ese? Las víctimas, el ejército de perdedores, todos aquellos que no pueden descansar tranquilos porque se les ha privado de su dignidad. Si nos esperan es porque tienen una factura que pasarnos, tienen unos derechos pendientes que nosotros debemos saldar. ¿Por qué nosotros si ellos son anteriores a nosotros? Porque nuestro bienestar y nuestra felicidad tienen que ver con ellos9.

Existe en los imperativos categóricos una deriva de justicia y una tendencia hacia la norma, que se vincula directamente con la praxis y la acción humanas. En este sentido, la moral kantiana situada en la imperecedera razón se convierte inevitablemente en una regla inmutable, unívoca y proclive a la creación de una tradición inmóvil. Sin embargo, el IC adorniano o el universal ejemplar, por su cercanía al acontecimiento rompen la idealización de la regla y devuelve el poder al acontecimiento, al sujeto y a la comunidad. De este modo, exento de cualquier idealización, el universal ejemplar es siempre perfectible, moldeable, apegado a las experiencias humanas y provoca que una posible justicia nacida en su seno sea rebelde a la regla, alejada del estatismo de una moral ideal o de una justicia naturalizada. Del pasado y la justicia. Volvamos a Adorno para observar como su propuesta de IC no es simplemente moral sino que conlleva un nuevo paradigma de justicia. Término, por otra parte, que dentro de su abundante nomenclatura podríamos definir como un principio ético de carácter normativo, vinculante y de pretensión universal que dota de legitimidad y justificación moral la normativa que rige o pretende regir la conducta individual o social10. De manera sucinta, podemos distinguir dos grandes tendencias en el concepto de justicia. Por un lado, la concepción idealista heredera de Kant donde la justicia es una idea vinculante y universal. Y, por otro, una concepción de carácter “humano” próxima a Aristóteles y a Hegel donde la justicia sería una norma basada en el bien común de las comunidades humanas, sus necesidades y tradición. Sin embargo, tras la II Guerra Mundial y el Holocausto, el concepto de justicia dio un nuevo giro bajo Adorno. Ya no se trata de una idea, imposible de realizar en un mundo inhumano, ni de una equidad, triturada bajo el incipiente sistema de intercambio capitalista. La justicia tomará ahora un cariz negativo y cuyo precepto fundamental será el IC adorniano. Y en sus propias palabras “El objeto de la teoría no es lo bueno, sino lo malo. […] Su elemento es la libertad; su tema, la opresión. […] Solo hay una expresión para la verdad: el pensamiento que niega la injusticia”11 La negatividad absoluta, representada en Auschwitz, se convierte en centro de lo que la humanidad debe evitar pero la moral de Adorno no permite trivializar la injusticia independientemente de su dimensión. Es por eso que su IC deriva de forma precisa hacia una justicia dirigida a la reconciliación y la reparación y que, por lo tanto, no se cierra en su negatividad, sino que desde lo negativo se logra lo positivo. En la práctica. El carácter postrimero, la negatividad y su senda hacia la reparación, hacen del pensamiento de 9 Reyes Mate, Manuel (1991) La razón de los vencidos. Barcelona: Anthropos. p. 154. 10 Zamora, José A. (2011) “El centro ausente. La justicia en Th. W. Adorno” p. 66 En Reyes Mate, Manuel y Zamora, José A. (2011) Justicia y memoria. Hacia una teoría de la justicia anamnética. Barcelona: Antrhopos. 11 Ibíd. p. 69.

Santiago, Borja (2014) “Moral y acontecimiento” Thaumazein. VIII. pp 12-19

Adorno una auténtica filosofía de la memoria. Por ello, es especialmente interesante analizar y comprender la relación política con una memoria incómoda donde la justicia hacia el pasado suele generar conflictos, especialmente en los procesos llamados de “transición” a la democracia. En síntesis, cabría considerar tres dinámicas generales hacia un pasado controvertido; el olvido institucional, la búsqueda judicial de responsabilidades y, finalmente, las “comisiones de reconciliación”. En la primera dinámica, conocida vulgarmente como de “borrón y cuenta nueva”, el pasado queda relegado o subsumido en una parafernalia legal y la asimilación oficial lo clausura al porvenir. Este tipo de procesos tienden a negar o, en el mejor de los casos, a condenar superficialmente los crímenes pretéritos alimentando de forma artificial un olvido al que se enfrentará una memoria que, en lucha, alcanzará lugares marginados por la justicia gubernamental. Otra opción pasaría por, aplicando una legislación basada en la equidad fundamentada en la idea de intercambio burguesa, llevar a los perpetradores ante la justicia, estableciendo unas penas y aplicando reparaciones a las víctimas. Este proceso legal, deseable desde el sistema judicial actual, plantea una serie de problemas con respecto a la memoria. El inicio del proceso obliga a una memoria literal, dentro del rango de verdad aceptable, que será impugnada o refrendada por métodos judiciales y científicos y, una vez aplicados los castigos y las compensaciones, perderá su función social manteniendo el orden establecido e impidiendo su proyección en el tiempo. En la estela de esta justicia punitiva, aunque no necesariamente vinculada a ella, tendríamos las llamadas “políticas de la memoria”, un intento artificial por parte de los Estados de, por una parte tratar de conmemorar un pasado nacional travestido de justicia y, al mismo tiempo, eludir tanto la justicia punitiva como la tercera vía que veremos a continuación. La memoria, de recuerdo vivo de la injusticia pasa a monumento hierático. En las irónicas palabras de Slavoj Zizek, cualquiera podría proclamar: “Está escrito en nuestra ley, que se ocupa de ello, así que se trata de estar atentos. ¿Qué más quieren? ¡Déjenme llevar mi vida en paz!”12 Y es que la legalización puede ser la forma más efectiva de eludir la responsabilidad. La tercera vía ya anunciada sería la aplicada por aquellos procedimientos que se han dado en llamar las “comisiones de reconciliación” y que abogan por una justicia reparadora antes que punitiva. Este tipo de procesos muestran unas dinámicas internas especialmente interesantes tanto para la justicia como para la memoria. Antes del proceso la memoria puede adoptar dos formas básicas. La primera de ellas sería la memoria literal individual, es decir, los casos particulares de injusticia, y en segundo lugar, un recuerdo emotivo, individual pero también colectivo, cambiante y fundamentado en el recuerdo. La exposición pública, el diálogo, la purga de la injusticia, el perdón y la rememoración de las víctimas, origina un nuevo proceder al margen del intercambio mercantil de responsabilidades adquiriendo incluso un papel catártico. Después del proceso, exento de valoraciones legales y donde las memorias no son sometidas a verificación más allá de la sinceridad y el perdón, emerge una memoria ejemplar que ha superado el acontecimiento. Y lo que quizá sea más interesante, emerge una verdad nueva no científico-judicial sino moral. Desde el punto de vista del exiliado, del represaliado, del vejado, como expuso Tzvetan Todorov13, la diferencia entre un proceso judicial al uso y la reminiscencia moral reside en que, mientras el primero continúa anclado en la barbarie e individualizándola, el segundo, sin perder el origen puramente individual, trasciende su injusticia hasta convertirla en modelo, en ejemplo, eso sí, a evitar. Mientras que el recuerdo verídico en busca de castigo se encuentra atado al pasado, una memoria ejemplar se abre por completo al devenir, buscando analogías y condenando la injusticia. En definitiva, separarse del yo y caminar hacia el otro. 12 Zizek, Slavoj (2008) Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Barcelona: Austral. p. 134-135. 13 Todorov, Tzvetan (2013) Los abusos de la memoria. Paidós: Barcelona

Santiago, Borja (2014) “Moral y acontecimiento” Thaumazein. VIII. pp 12-19

Reflexiones finales Como se ha visto, el imperativo categórico de Th. W. Adorno, permite desde su negatividad establecer un nuevo imperativo moral alejado de la abstracción idealista al mismo tiempo que genera nuevos universales desde el acontecimiento. Este giro permite no abolir por completo la Idea, siempre necesaria para el carácter utópico y el devenir pero a su vez la matiza, enraizándola en la tierra evitando así su naturaleza monstruosa como irrefutable e inamovible. Al mismo tiempo, no deja de sorprender como un imperativo categórico asentado en la memoria presenta una proyección tan potente hacia el devenir. Capaz de generar dinámicas contrarias al intercambio mercantil, construye una idea de justicia mutable, adaptable y generadora de un nuevo rango de verdad. Evitar la injusticia y repararla, independientemente de su dimensión a partir de Auschwitz, se convierte en el nuevo referente emergido del pasado.

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