Modelos romanos de integración territorial en el sur de Hispania citerior

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Descripción

IBERIA E ITALIA: MODELOS ROMANOS DE INTEGRACIÓN TERRITORIAL. Actas del IV congreso internacional hispano-italiano histórico-arqueológico celebrado en el Centro Cultural de Caja Mediterráneo en Murcia del 26 al 29 de abril de 2006. Organizan:

Colaboran:

Editores científicos José Uroz José Miguel Noguera Filippo Coarelli Comité científico José Uroz Universidad de Alicante José Miguel Noguera Universidad de Murcia Filippo Coarelli Università di Perugia Coordinación general Maravillas Pérez Moya Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, Región de Murcia

El libro Iberia e Italia: modelos romanos de integración territorial se enmarca en el proyecto de investigación BHA 2002-03795, financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, cofinanciado con fondos FEDER. Imagen de cubierta: asa y vaso de bronce tipo Piatra Neamt de Libisosa; inscripción musiva de Iuppiter Stator de Cartagena. Diseño de cubierta: Héctor Uroz Rodríguez © De los textos y las ilustraciones: sus autores © De esta edición: TABVLARIVM C/ Manfredi, 6, entlo.; 30001 Murcia (España) Tlf.: 868 940 433 [email protected] ISBN: 978-84-95815-12-5 Depósito Legal: MU-2008-2008 Reservados todos los derechos. Queda prohibido reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información y transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación…) sin el permiso previo de los titulares de la propiedad intelectual. Impreso en España / Printed in Spain

ÍNDICE

PRESENTACIÓN, Director General de Bellas Artes y Bienes Culturales de la Región de Murcia ............9 INTRODUCCIÓN, José Uroz, José Miguel Noguera, Filippo Coarelli ......................................................11 SABINA, Filippo Coarelli ................................................................................15

LA

ROMANIZZAZIONE DELLA

LA

ORGANIZACIÓN TERRITORIAL DEL NORDESTE DE LA

HISPANIA CITERIOR, Alberto Prieto ............................25

POLLENTIA Y LAS BALEARES EN ÉPOCA REPUBLICANA, Margarita Orfila, Miguel Ángel Cau y María Esther Chávez ..........................................................................................................................43 EL

COMERCIO PÚNICO EN OCCIDENTE EN ÉPOCA TARDORREPUBLICANA (SIGLOS

ACTUAL SEGÚN EL TRÁFICO DE PRODUCTOS ENVASADOS EN ÁNFORAS,

-II/-I). UNA PERSPECTIVA Joan Ramon ....................................67

ROMANIZZAZIONE E LATINIZZAZIONE: LINEE-GUIDA DEI FENOMENI DI ACCULTURAZIONE LINGUISTICA IN AREA ETRUSCO-ITALICA, Simone Sisani ........................................................................................................101 CONTINUIDAD Y CAMBIO EN EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN DEL ÁMBITO CELTIBÉRICO MERIDIONAL Y CARPETANO, Rebeca Rubio Rivera ......................................................................................................................127 MODELOS ROMANOS DE INTEGRACIÓN TERRITORIAL EN EL SUR DE HISPANIA CITERIOR, José Uroz Sáez y Antonio M. Poveda Navarro ..........................................................................................................143 VALENTIA (HISPANIA CITERIOR), UNA FUNDACIÓN ITÁLICA DE MEDIADOS DEL SIGLO II A.C. NOVEDADES Y COMPLEMENTOS, Albert Ribera i Lacomba ......................................................................................169 NUEVOS TESTIMONIOS ROMANO-REPUBLICANOS EN VILLAJOYOSA: UN CAMPAMENTO MILITAR DEL SIGLO I A.C., Antonio Espinosa Ruiz, Diego Ruiz Alcalde, Amanda Marcos González y Pedro Peña Domínguez ....199 POMPEI

NEL

III

SECOLO A.C.: LE TRASFORMAZIONI URBANISTICHE E MONUMENTALI,

MONETA

STRANIERA A

CATONE

E LA VITICOLTURA INTENSIVA,

LAS EL

POMPEI

VILLAS IMPERIALES EN

IN ETÀ REPUBBLICANA: NUOVE ACQUISIZIONI,

Fabrizio Pesando ........221

Samuele Ranucci ..................247

Paolo Braconi..............................................................................259

CAMPANIA, Umberto Pappalardo ................................................................275

MODELO BALNEAR REPUBLICANO ENTRE ITALIA E

HISPANIA, Vasilis Tsiolis..............................................285

LA TAPPA ROMANO-REPUBBLICANA NELL’AMBITO DELLA BAIA DI ALGECIRAS. I DATI DI CARTEIA (SAN ROQUE, CADICE), Manuel Bendala Galán, Lourdes Roldán Gómez y Juan Blánquez Pérez ........................307 UNA PERSPECTIVA DE LA ECONOMÍA EN EL SUR DE HISPANIA DURANTE LA REPÚBLICA ROMANA, Genaro Chic García..........................................................................................................................325 MONEDA

LOCAL EN

HISPANIA: ¿AUTOAFIRMACIÓN

O INTEGRACIÓN?,

Francisca Chaves Tristán..................353

SCULTURA ISPÀNICA IN EPOCA REPUBBLICANA: NOTE SU GENERI, ICONOGRAFIA, USI E CRONOLOGIA, José Miguel Noguera Celdrán y Pedro Rodríguez Oliva ..........................................................................379 LA

TASA REPUBLICANA SOBRE LOS PASTOS PÚBLICOS (SCRIPTURA) Y LOS TERRITORIOS PROVINCIALES:

REFLEXIONES PRELIMINARES,

Toni Ñaco del Hoyo ................................................................................455

RELIGIÓN EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN: DE IBERIA A HISPANIA. PODER, CONTROL Y AUTOAFIRMACIÓN, Héctor Uroz Rodríguez ....................................................................................................................465

ROMANIZACIÓN

DE LOS CULTOS INDÍGENAS DEL

ALTO GUADALQUIVIR, Carmen Rueda Galán ....................493

UNA PROPUESTA SOBRE LOS “CIUDADANOS” DE LAS CIUDADES ESTADO CELTIBÉRICAS DE SEGEDA Y NUMANCIA A PARTIR DE LA BATALLA DE LA VULCANALIA, AÑO 153 A.C., Francisco Burillo Mozota ............509 POBLAMIENTO APORTACIÓN CONTEXTOS

IBÉRICO Y ROMANIZACIÓN.

AL ESTUDIO DE

LORCA

EL

CASO DE

MURCIA, José Miguel García Cano ......................521

DURANTE LOS SIGLOS

III

AL

I A.C., Andrés Martínez Rodríguez ........529

CERÁMICOS DE ÉPOCA REPUBLICANA PROCEDENTES DE ENCLAVES MILITARES UBICADOS EN LA

ARGOS-QUÍPAR EN EL NOROESTE DE LA REGIÓN DE MURCIA (ESPAÑA), Antonio Javier Murcia Muñoz, Francisco Brotóns Yagüe y Juan García Sandoval ............................................................545

CUENCA DEL

MATERIALES DE ÉPOCA TARDORREPUBLICANA DE LA VEREDA DEL PUERTO DEL GARRUCHAL, Rafael Esteve Tébar, Jesús Peidro Blanes, Elena Sellés Ibáñez ............................................................................561 CARTHAGO NOVA EN LOS DOS ÚLTIMOS SIGLOS DE LA REPÚBLICA: UNA APROXIMACIÓN DESDE EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO, Sebastián F. Ramallo Asensio, Alicia Fernández Díaz, María José Madrid Balanza y Elena Ruiz Valderas ........................................................................................................573 POBLAMIENTO Y EXPLOTACIÓN INTENSIVA DURANTE ÉPOCA REPUBLICANA EN LA SIERRA MINERA DE CARTAGENA-LA UNIÓN. UN MODELO DE OCUPACIÓN INICIAL, María del Carmen Berrocal Caparrós ........603 LA EXPLOTACIÓN DE LOS RECURSOS MINERALES EN EL ENTORNO DE CARTHAGO NOUA, Juan Antonio Antolinos Marín ................................................................................................................................619 VAJILLA,

GUSTO Y CONSUMO EN LA

CARTHAGO NOVA

REPUBLICANA,

José Pérez Ballester ........................633

MONEDA Y TERRITORIO EN EL ENTORNO DE CARTHAGO NOVA (SIGLOS II-I A.C.), Manuel Lechuga Galindo ......659 LA

CARTHAGO NOVA: DE LA FUNDACIÓN Elena Ruiz Valderas ....................................................................669

CERÁMICA DE BARNIZ NEGRO EN EL REGISTRO ESTRATIGRÁFICO DE

BÁRQUIDA A LA CONQUISTA ROMANA,

CONSIDERACIONES SOBRE EPIGRAFÍA REPUBLICANA DE LA CITERIOR: EL CASO DE CARTHAGO NOVA, María José Pena ..............................................................................................................................687 MARMORA DE IMPORTACIÓN Y OTROS MATERIALES PÉTREOS DE ORIGEN LOCAL EN CARTHAGO NOVA. EXPLOTACIÓN, COMERCIO Y FUNCIÓN DURANTE LOS PERÍODOS TARDORREPUBLICANO Y AUGUSTEO, Begoña Soler Huertas ......................................................................................................................711

MODELOS ROMANOS DE INTEGRACIÓN TERRITORIAL EN EL SUR DE HISPANIA CITERIOR José Uroz Sáez Universidad de Alicante

Antonio M. Poveda Navarro Universidad de Alicante y Museo Arqueológico de Elda

EL

TERRITORIO

El territorio cuyo estudio aquí presentamos (Figura 1) está en parte determinado por el proyecto de investigación que venimos desarrollando en Libisosa1, ciudad que mantiene una fuerte unión con Carthago Nova, a través de unos ejes viarios que veremos más adelante, un área que se ensancha hasta la Contestania, englobando una zona, a modo de gran hinterland de Cartagena, durante la época republicana. Se extiende por las actuales provincias de Albacete, Murcia, Alicante y un pequeño sector del sur de Valencia, que constituyen una buena parte del conventus carthaginensis. La zona analizada presenta fuertes contrastes entre el interior y la costa; entre las montañas (algunas con picos superiores a los 1.000 m), los valles lito-

rales o fluviales, y llanuras extensas en el interior manchego. El litoral es muy largo, variado, con una costa baja y arenosa que alterna con calas, ensenadas y acantilados, ofreciendo algunos puntos de atraque a naves de poco calado y un gran puerto natural en Cartagena, ideal para barcos de gran tonelaje. Además de la morfología del territorio, ayuda a comprender la distribución del hábitat un clima también desigual, semiárido en la costa, con precipitaciones anuales que apenas bordean los 300 mm, mientras que el interior supera estas cifras, posibilitando buenos pastos. Las temperaturas estivales son elevadas en todo el territorio, provocando una evaporación muy alta; en invierno permanecen moderadas en la costa, pero resultan muy frías en el interior, con nevadas y heladas, que se

1 Esta ponencia, así como el propio Congreso, se realiza en el marco del proyecto de investigación BHA200203795 (Modelos romanos de integración territorial en el sur de Hispania Citerior) del Ministerio de Educación y Ciencia, del que son director e investigador los ponentes. Las excavaciones arqueológicas que desde 1996 vienen realizando ambos en Libisosa cuentan con la colaboración y la financiación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, a través de diferentes organismos públicos: la Dirección General de Patrimonio y Museos, el Ayuntamiento de Lezuza, la Diputación de Albacete, el INEM-SEPECAM. Asimismo, hay que destacar también la participación de la Universidad de Alicante (Proyecto Ciudad y territorio, de ambos ponentes).

IBERIA

E ITALIA, PÁGS.

143-168

Figura 1. El territorio.

prolongan de octubre a abril, y que limitan la vegetación natural y las actividades agrícolas. El área se halla recorrida por un conjunto de riachuelos de caudal reducido y régimen irregular, y ramblas semisecas con pulsaciones violentas en determinadas épocas del año, todos ellos bien aprovechados para el regadío. En las franjas limítrofes de este territorio, correspondientes a las montañas del subbético y prebético, abundarían la encina, pino y similares, complementadas por el matorral mediterráneo donde el bosque se degrada. Pero en el área central, de mayor aridez (salvo las fértiles vegas regadas por riachuelos y ramblas), hasta tal punto era hegemónico el esparto (Stipa tenacissima), que Estrabón (III, 4, 9) y Plinio el Viejo (N.H., XIX, 26-30; XXXI, 94) la denominaron Campus Spartarius, extendiéndose por una franja de casi 150 km de longitud

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IBERIA E ITALIA

por 45 km de anchura, y ocupando la parte oriental de las provincias de Granada y Almería, Murcia y sur de Albacete (Vilá Valentí, 1961-1962). Se-gún ambos, era muy utilizado por los indígenas, y Estrabón enfatiza su ex-portación a todo el Mediterráneo, y principalmente a Italia. Entre el inmenso botín capturado por Escipión a los púnicos en el asalto a Cartagena había naves cargadas con esparto (T. Livio, XXVI, 47). En definitiva, las lluvias estacionales de primavera y otoño hacen rentable el cultivo del cereal en todo el territorio, salvo los picos montañosos, ideales para el aprovechamiento ganadero, y las zonas de suelos pobres, que sólo permiten el espartizal, mientras que los valles fértiles del Segura, el Vinalopó y el campo de Cartagena constituyen comarcas idóneas para el cultivo especializado de regadío.

IMPORTANCIA DE LAS VÍAS DE COMUNICACIÓN La región se caracteriza, igualmente, por estar dotada de una excelente red viaria. Las vías de comunicación aprovechan los mejores puntos de visibilidad de las mesetas, los valles de los ríos entre montañas o bordean zonas endorreicas, dotando al territorio de unas posibilidades que le permiten estar en contacto con el Mediterráneo para recibir novedades o drenar sus recursos hacia la exportación, a través de una serie de puntos de atraque que irán cambiando a lo largo de los siglos, jerarquizándose, en función del calado de las naves y la vitalidad de las poblaciones indígenas. La existencia de este entramado de caminos desde época ibérica (Lillo, 1989), que conectaba los distintos oppida entre sí y todo el territorio con el Mediterráneo, constituyó una de las causas de su desarrollo económico y social. Son las calzadas que conocemos (Roldán Hervás, 1975; Sillières, 1977, 1982, 1990, 1999, 2003a, 2003b; Morote, 1979, 2002; Blánquez, 1999a, 1999b; Sanz, 2002-2003; SolanaSagredo, 2006; Brotons-Ramallo, 1989; Arasa-Roselló, 1995; Arasa-Pérez, 2005; Llobregat, 1983; el fructífero symposium murciano de 1986, etc.) gracias a los vasos de Vicarello, el Itinerario de Antonino, el anónimo de Rávena, que confirman, además, el valor estratégico de la ubicación de Libisosa (Figura 2), que explica, en parte, su importancia. Naturalmente que se trata de noticias procedentes de épocas diversas, pero útiles, porque en cierta medida fijan por escrito los trazados que unían las comunidades indígenas en época prerromana. Como sabemos, no todos los documentos escritos en la Antigüedad han llegado hasta nuestros días, y por eso se echa en falta la mención, en las fuentes, de la

importantísima vía que drenaba y unía el territorio, de norte a sur, con Carthago Nova. Para nuestra fortuna, la aparición de suficientes miliarios (también de diversa cronología) y restos de calzadas nos permiten saber que la vía que unía Carthago Nova con la Meseta, que a través de Saltigi y Libisosa conectaba con Caesaraugusta, Complutum, Toletum, Emerita Augusta, Castulo y Andalucía toda, y que estructuraba todo el territorio del sureste, fue construida por Tiberio, reparada varias veces durante los siglos II y III d.C., y constituyó uno de los ejes de comunicación fundamentales en la Península durante la Edad Media, mencionada entre las grandes vías de la Península por el geógrafo árabe al-Udhri, quien describe las etapas y mansiones (Sillières, 1982). Continuó siendo de vital importancia en las épocas moderna y contemporánea: sobre ella se construyó la carretera nacional N-301 y después la autovía hacia Albacete-Madrid. El hecho de que no se mencione en el Itinerario de Antonino es irrelevante, como tampoco se menciona, por ejemplo, el ramal entre Caudete y Chinchilla, muy antiguo, que no estaba abandonado y que uniría los viales antoninianos de la costa (TarracoCarthago Nova) y del interior (Caesaraugusta-Libisosa-Gades). Es cierto que la vía Carthago Nova-Saltigi-Complutum la consolida como calzada romana Tiberio, en relación con el puerto de Cartagena y la promoción jurídica de las ciudades de su conventus, como Libisosa, que había empezado Augusto, pero en ese trazado ya existía un camino anterior que unía importantes oppida ibéricos y sirvió durante el período republicano para el desplazamiento de las legiones y las mercancías.

MODELOS ROMANOS DE INTEGRACIÓN TERRITORIAL EN EL SUR DE HISPANIA CITERIOR

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Figura 2. Principales vías romanas del sureste.

Para la estructuración de este territorio, durante la época republicana, fue determinante el eje viario denominado vía Heraclea (Figura 3) o Camino de Aníbal (Sillières, 1977; 1999). Dicha vía aparece fosilizada en los vasos hallados en Vicarello (Roldán, 1975, 149-160), que describen la ruta a seguir de Roma a Gades, con la mención de las mansiones y las distancias entre ellas. Discurre paralela a la costa en el levante peninsular, pero en Saiti (Játiva) gira hacia el interior, y por Libisosa (Lezuza) se llega a Castulo, continuando por el valle del Betis. Los cuatro vasos tienen una cronología dispar: desde los primeros años del Principado hasta finales de Augusto o principios de Tiberio (Heurgon, 1952, 39-50), pero la vía es anterior a dicha fecha, como ha demostrado Sillières (1977, 1982, 1990, 1999, 2003). Estrabón (III, 4, 9) dice con claridad que antiguamente (es decir, antes de la época

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IBERIA E ITALIA

augustea en la que escribe) la vía, tras pasar por las ciudades de Saguntum y Saetabis, se apartaba paulatinamente de la costa y cruzaba el Campo Espartario y la ciudad de Egelasta, es decir, por la provincia de Albacete, pero como dicha vía resultaba difícil y larga, sigue Estrabón, en su época (la augustea) han construido otra junto al mar, y no cruza más que una pequeña parte del espartizal, yendo a parar al mismo sitio que la antigua, Castulo, para seguir de allí el rumbo a Corduba y Gades. Esta nueva, contenida en el Itinerario de Antonino, construida en época augustea como demuestran los miliarios, bajaba por el valle del Vinalopó, pasaba por Carthago Nova, Acci y Castulo. En este sentido, con mucha razón llamaba nuestra atención Sillières (1999) sobre una carta de Asinio Pollion (Ad Fam. 10,31; 10,32), procónsul de la Citerior en el 43 a.C., donde se confirma que

Figura 3. Recorrido de la vía Heraclea por la región.

el correo de Córdoba a Roma durante el invierno (cuando la ruta marítima está cerrada) pasaba por el Saltus Castulonensis, es decir, la ruta de CastuloLibisosa, la única que existía en época republicana entre Valencia y Andalucía. Como el Saltus Castulonensis era una zona apropiada para los asaltantes, que podían interrumpir las comunicaciones entre el valle del Guadalquivir y Roma, Augusto creó un camino alternativo. Como lo indican los miliarios, se denominará Augusta a esta nueva vía costera (para entendernos, Tarragona- Játiva-Elche-Cartagena-Guadix-Cás tu loCádiz) la que conocemos en el Itinerario de Antonino, que no se debe confundir con el tramo interior del republicano Camino de Aníbal o vía Heraclea. A propósito de ello, y para finalizar, frente al calificativo de Camino de Aníbal difundido por Sillières (1977, 1999), que sólo aparece en el siglo XIX, como el

mismo autor reconoce (Sillières, 1999, 239), y que probablemente responde a una realidad efímera centrada en los momentos finales de los bárquidas, parece más adecuada la denominación de vía Heraclea, sustentada en fuentes antiguas y en un comercio desarrollado a lo largo de varios siglos. La primera noticia sobre la presencia de Heracles en la Península Ibérica, vinculada a Gerión (Plácido, 1993), aparece en los versos 287-294 de la Teogonía de Hesíodo, en el siglo VII a.C. Poco después (aunque transmitido por Estrabón III, 2, 11) vuelve a mencionar a Gerión el siciliano Estesícoro de Himera en su poema Gerioneida, datado en torno al 600 a.C., fecha en la que se va consolidando el comercio griego en Iberia tras la llegada de Coleo, y época en la que se generaliza en la cerámica griega la escena de lucha entre Gerión y Heracles; similar datación tendría la placa en forma de cre-

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ciente lunar, hallada en el santuario de Hera en Samos, representando el mismo episodio. Posteriormente, en torno a la mitad del siglo V, recogerá la leyenda de Heracles y los bueyes de Gerión Heródoto de Halicarnaso (IV, 8). Pero será Apolodoro (180-110 a.C.) quien nos da más información, al describir ampliamente (II, 5, 10) el décimo trabajo de Hércules, seguido más tarde por Diodoro Sículo (IV, 17-22), muerto poco después del 36 a.C., quien narra en su Historia Universal la expedición de Heracles a Occidente y su posterior regreso a Grecia, completando lo que se conocía del mito: Heracles se dirige a Tartessos avanzando por el norte de África, destruyendo monstruos y dando prosperidad a las ciudades y los territorios; Heracles representa a la civilización griega imponiéndose sobre lo bárbaro y monstruoso, al héroe fundador de ciudades. Llega a Tartessos, mata a Gerión, coge sus reses y emprende el camino hacia Italia, trazando la ruta heraclea (Gades-Roma). Después de someter a Iberia, pasó con su ejército a la Galia, donde puso fin a la falta de leyes y a la matanza de extranjeros, y después pasó a Italia, sometiendo a los bárbaros, convirtiendo en seguro atravesar estos países a las generaciones futuras. La primera mención de la vía Heraclea como tal aparecerá en los Mirabilia (Maravillas) pseudoaristotélicos: “Dicen que hay una vía, llamada Heraclea, desde Italia hasta los celtas (y celtoligies e iberos), y que cualquiera que pase por ella, sea griego o nativo, es protegido por los habitantes para que no sufra daño alguno, pues sufre castigo aquél en cuyo predio se produjere el daño” (Mirabilia 85, THA II B, 476). La misma denominación

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aparece en Diodoro Sículo (IV, 22, 2): “Se dice que Heracles ha construido la vía que aún hoy se extiende a lo largo del mar, llamada por su nombre vía Heraclea”. ¿Por donde transcurría esa posible vía que desde la Andalucía occidental llevaba a Italia a través del paso de los Pirineos? Estando de acuerdo en el trazado oriental, paralelo a la costa valenciano-catalana (donde incluso la leyenda recoge el paso de Heracles por Sagunto: Silio Itálico, Pun. 171-287; I, 369; II, 150), para el sur las investigaciones han ofrecido la alternativa de una vía litoral, bordeando la costa andaluza, que R. Knapp (1986) rechaza por razones orográficas, o bien la más aceptada, la ruta del interior, que quedará más tarde fosilizada en los vasos de Vicarello. Convendría preguntarse si esta vía interior, prerromana, fuera la utilizada por los comerciantes griegos para acceder a los mercados de la alta Andalucía, desde el tratado del 348 a.C., en una de cuyas cláusulas Cartago impide a los aliados griegos de Roma traspasar la línea de Mastia de los tartesios, situada generalmente en el entorno de Cartagena, de cuya realidad se nos presenta un reflejo en forma de leyenda. Esta ruta, y el eje norte-sur LibisosaCarthago Nova, serán fundamentales durante todo el período republicano para el control romano del territorio, no sólo del sureste, sino de una gran parte de Hispania, especialmente para el traslado de las tropas (Blázquez, 2002). EL POBLAMIENTO IBÉRICO EN EL MOMENTO DE LA LLEGADA ROMANA

La primera llegada a Hispania del ejército romano, en el año 218 a.C., en Ampurias, es, como se sabe, consecuencia de la gran guerra, la segunda de las púnicas, que había estallado unos pocos meses atrás.

Las operaciones militares dirigidas inicialmente por Cneo Escipión, y desde el 217 conjuntamente con su hermano Publio, están escuetamente reflejadas en las fuentes históricas durante el período 218-215, pero la investigación moderna está generalmente de acuerdo en que se circunscriben a la región situada al norte del Ebro, con alguna incursión puntual y de poca entidad al sur, como la realizada en Sagunto, donde con la ayuda del ibero Abilyx logran sustraer los rehenes iberos que allí tenían concentrados los cartagineses, sin atacar frontalmente la guarnición púnica. Para el año 214 ya están documentadas algunas operaciones militares romanas en la alta Andalucía, junto a las ciudades de Castulo, Castrum Album, Iliturgi, Bigerra, Munda, Auringis, mientras que para los años 213-212, T. Livio (XXIV, 49, 7; XXV, 32, 1) dice que no ocurre nada importante. Es evidente que siendo Qart Hadashat la plaza fuerte cartaginesa, las legiones romanas se desplazan desde su campamento base de Tarraco hasta la Andalucía descrita, es decir, la zona de Jaén, a través de la vía interior mencionada arriba, Saitabi-Libisosa-Castulo, que más tarde se verá reflejada en los vasos de Vicarello. Es la misma ruta que utilizarán en el 211, el año del desastre romano en la alta Andalucía, cuando pereció la mayor parte de su ejército, incluidos sus comandantes Publio y Cneo. La consecuencia fulminante será la retirada del ejército romano al norte del Ebro, para el resto de dicho año y el siguiente. La llegada del nuevo jefe efectivo, Publio Cornelio Escipión, el futuro Africano, a Ampurias en el otoño del 210, cambiará el curso de la guerra. En la primavera del 209, partiendo de su cuartel de Tarraco, en una marcha relámpago de

una docena de días, seguramente a través de la ruta ya conocida, pero girando en Fuente la Higuera por el valle del Vinalopó hacia el sureste, conquistó por sorpresa Qart Hadashat, hecho suficientemente sabido a través de los textos de Polibio (III, 6-33), T. Livio (XXI, 7-15), Apiano (Sobre Iberia, 10-13) y Zonaras (8, 21). La presa de Carthago Nova va a ser decisiva en el discurrir de la guerra. Además del notable botín concentrado en la ciudad y las ricas minas de sus cercanías con las que refinanciar la guerra, Escipión entra en posesión de los rehenes iberos que allí custodiaban los cartagineses, hecho sobre el que volveremos más tarde y, sobre todo, de una excepcional base naval, de la que podrá disponer el ejército romano para las siguientes conquistas, ya sea en Andalucía o en la Meseta, aprovechando las buenas comunicaciones terrestres y una mayor proximidad que Tarraco. Cuando Roma entra en contacto con los indígenas que habitaban la zona de nuestro estudio, éstos ya habían sufrido el paso de las tropas cartaginesas por sus comunidades, a veces de forma traumática, como la conocida Sagunto, otras quizás imbricadas en el mando bárquida mediante pactos o sumisiones, más difíciles de rastrear. No debemos perder de vista este fenómeno porque algunos de los oppida ibéricos relevantes perecerán a finales del siglo III a.C., y el registro arqueológico, que detecta estratos de destrucción en La Alcudia, en El Tossal, La Serreta, La Escuera, Meca, por ejemplo, no podrá discernir entre ambos agresores. Por último, conviene contextualizar el enfrentamiento militar entre Roma y los iberos del sureste. Ningún oppidum ibérico superaba las 10 Ha de extensión, lo que significa una población que podía alcanzar el millar de

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personas en el mejor de los casos, una escasa capacidad militar, insignificante para hacer frente a las numerosas y bien entrenadas legiones romanas que operaban aquí durante la segunda guerra púnica; el único verdadero ejército que existía en la región era el cartaginés, pero expulsado éste al finalizar la contienda se termina la capacidad real de oposición; los indígenas (que hasta entonces, por fuerza o por interés, luchaban en el bando púnico) tendrán que elegir entre la resistencia hasta el exterminio o la capitulación (deditio), el sometimiento al vencedor que, en opinión de Nörr (1996, 3537), debe entenderse como un acto pacífico de confianza en un superior, íntimamente relacionado con la institución de la clientela (muy extendida en Roma y en Iberia), de la que se derivaba una relación de dependencia del cliente con el patrono, pero también de protección del patrono al cliente (Dionisio de Halicarnaso, II, 9-11); mediante este sistema se produce la admisión del vencido en el orden normativo romano. La clientela crea un vínculo que establece una mutua confianza entre quien asegura protección (patronus) y quien promete obediencia (cliens), vínculo sancionado por la fides (Torelli, 1988, 243). El panorama que ofrece el territorio en la segunda mitad del siglo III a.C. (Figura 4) es variopinto, y puede dar la impresión de superpoblación de algunas comarcas frente al vacío poblacional de otras, cuando en algunos casos es directamente proporcional al grado de intensidad de la prospección arqueológica y la investigación en general. Para el territorio contestano, stricto sensu, tras los trabajos iniciales de Llobregat (1972) y Uroz (1981, 1985) sobre el conjunto de la Regio, se han publicado otros, de carácter general sobre el territorio, comar-

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cas específicas u oppida relevantes, que nos proporcionan una información más exhaustiva, en la medida que las propias excavaciones arqueológicas han permitido afinar las cronologías (Olcina, 2005; Grau, 2000, 2002, 2003, 2005; Sala, 1998; Abad-Sala, 1993, 2001; Ramos Fernández, 1975; Poveda, 1998, 1991; Moratalla, 2005; Pérez Ballester-Borredá, 1998; Mata, 2001; Bonet-Mata, 2001; Gisbert, 1999; Espinosa, 2005, 1999; etc.). Durante el siglo III algunos poblados ibéricos han logrado convertirse en el centro hegemónico de una comarca, como los casos de Saiti/Játiva, La Serreta de Alcoy, El Tossal de Manises/Lucentum, El Monastil de Elda/Ello, La Escuera de San Fulgencio, La Alcudia de Elche/Ilici. Todos ellos (de mediana extensión, pues no superan las 6 Ha), en mayor o menor medida conocen los mismos fenómenos: incrementan su potencial demográfico (y por tanto militar), bien por crecimiento vegetativo interno debido al aumento de la riqueza, o bien por la asimilación de poblados limítrofes, como se evidencia en la ampliación del área habitada; desarrollan funciones de carácter político y mercantil centralizadoras; se convierten en lugar de culto comarcal (La Serreta, La Alcudia); consolidan el uso de la escritura; acuñan moneda (Saiti); algunos de ellos, por su importancia geoestratégica, serán fuertemente remodelados y convertidos en centros operacionales bárquidas, como El Tossal de Manises. Como han visto Grau (2003, 2005, 2002) y Moratalla (2005), entre otros, junto a estos oppida que ejercen funciones de centros comarcales, ocupan el territorio, también en alturas defendibles e igualmente dotados de murallas, otra serie de poblados de pequeña extensión, de una a 2 Ha, que controlan sus tierras de cul-

Figura 4. Oppida ibéricos en la segunda mitad del siglo III a.C.: 1 Saetabis (Játiva, Valencia); 2 La Serreta (Alcoy); 3 Cerro de las Balsas-Tossal de Manises/Lucentum (Alicante); 4 Castellar de Meca (Ayora); 5 El Tolmo de Minateda/Ilunum (Hellín); 6 Cerro del Castillo/Libisosa (Lezuza); 7 La Alcudia/Ilici (Elche); 8 La Escuera; 9 Cerro de los Santos (Montealegre); 10 Qart Hadasaht: cerro de la Concepción, cerro del Molinete (Cartagena); 11 Verdolay (Murcia); 12 Cabezo del Tío Pío (Archena); 13 Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla); 14 La Piedra de Peña Rubia (Elche de la Sierra) ¿Heliké?; 15 Pozo Moro/Chinchilla; 16 El Amarejo (Bonete); 17 El Castellaret (Mogente, Valencia); 18 Camarillas 1 (Hellín); 19 Muela del cerro del Castillo (Peñas de San Pedro); 20 El Pulpillo (Yecla); 21 Jorquera (Jorquera); 22 La Fortaleza (Fuenteálamo); 23 El Puntal de Peña Rubia (Albacete); 24 Las Cabezuelas (Totana); 25 El Castellar (Alcoy); 26 El Xarpolar; 27 El Pitxocol; 28 Tossal de la Cala (Benidorm); 29 Cerro de la Vila/Alonis; 30 El Monastil (Elda); 31 Castillo del Río/Aspis (Aspe); 32 Ermita de la Encarnación (Caravaca de la Cruz); 33 El Penyal d’Ifach; 34 El Coll de Pous del Montgó; 35 El Castellar (Oliva, Valencia); 36 El Castell (Cocentaina); 37 El Castell (Penáguila); 38 El Castell (Perpuxent); 39 El Cigarralejo (Mula); 40 Los Nietos (Los Nietos); 41 Villaricos/Asso (Caravaca de la Cruz); 42 Cabezo Roenas/Begastri (Cehegín); 43 Bolbax/Segisa? (Cieza); 44 Los Torrejones (Yecla); 45 Cerro del Castillo/Eliocroca (Lorca); 46 Monteagudo (Murcia); 47 Cap Negret (Altea); 48 El Passet de la Serra de Segària; 49 El Marge Llarg; 50 El Rabat (Rafelcòfer); 51 El Castell de Bairén; 52 El Cabeço de Mariola (Agres); 53 Castillico de las Peñas (Fortuna); 54 Villares (Caravaca de la Cruz); 55 El Campet (Novelda Monforte); 56 El Charco (Monóvar); 57 Cerro del Castillo (Sax); 58 San Cristóbal (Villena); 59 El Castellar (Crevillente); 60 Ladera del castillo de Santa Bárbara (Cox); 61 Cerro del Castillo (Guardamar del Segura); 62 Cerro de San Miguel (Orihuela); 63 Hoya de Santa Ana (Chinchilla/Tobarra); 64 Terche 1 (Hellín).

tivo y pastos, y otros aún más pequeños, apenas unas aldeas que no superan la media hectárea, idóneos para la explotación de todos los recursos agropecuarios, por reducidos que fueran, en terrazas, valles y llanuras, que no reflejamos en el mapa. Para el estudio del poblamiento ibérico de las tierras murciano-mastienas, a caballo de la Bastetania oriental y la franja occidental de Contestania, se dispone

de importantes trabajos de Muñoz Amilibia (1987), Lillo (1981), García Cano (1992), Santos Velasco (1994), G. Nieto (1986), M. C. Molina y J. Molina (1973, 1991), entre otros. En los momentos previos a la conquista romana, estos territorios ibéricos ya habían sufrido una profunda influencia cartaginesa. La fundación de Qart Hadasht será convertida por los bárquidas en su base de operaciones, tanto militares como económicas

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(AA.VV., 1986; Ramallo, 1989, 1998; Ramallo et alii, 1992; Martín Camino, 2000). Qart Hadasht, y una buena prueba es el botín capturado en el 209, servirá para regir la explotación de la riquísima zona minera o la industria de salazón, pero también su excelente puerto natural la promovió al puesto de centro de intercambios comerciales en el litoral ibérico: Estrabón (III, 4, 6) dice que es el mayor emplazamiento comercial tanto para las mercancías importadas como para dar salida a los productos y materias primas locales. Pero también sirvió de instrumento de ordenación del territorio regional, inspirándose en formas helenísticas de control territorial (Bendala, 1987, 144148), al igual que hicieron para organizar las explotaciones mineras de la sierra de Cartagena. Para cuando la asalta Escipión, los cartagineses habían tenido tiempo de articular una organización territorial indígena, a partir de una amplia red de oppida centrales que controlaban las principales arterias viarias. La estructura poblacional ibérica era levemente diferente a la que acabamos de ver en Contestania. Se conocen menos comunidades de segundo rango, estando el territorio estructurado por grandes oppida, muy distantes entre sí, que tienen en común su ubicación en altura, estar dotados de poderosas murallas y torres y, en una gran parte de los casos, disponen de lugares sacros o santuarios, con repercusión al menos comarcal. Suelen controlar, todos, importantes vías de paso y buenas vegas fluviales con extensas zonas de cultivo. Los más conocidos son los del grupo de Caravaca de La Cruz (Villares y Villaricos, y el santuario de la Encarnación; Ramallo, 1992, 39-42; 1993, 121; 1993, 117-144; Ramallo-Ros, 1993, 69-70), el Cigarralejo de Mula (AA.VV., 2005),

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Verdolay en Murcia (Lillo, 1991-1992, 1993-1994, 1999; Ramallo-Ros, 1993, 212-219; García Cano, 1993), Cabezo del Tío Pío en Archena (Ramallo-Ros, 1993, 127-129; Fernández Avilés, 1943), Cabezo Roenas en Cehegín (Ramallo-Ros, 1993, 54-58), Coimbra del Barranco Ancho en Jumilla (Page et alii, 1987; García Cano, 1997; Iniesta et alii, 1987), Bolbax en Cieza (Lillo, 1981, 249-286; Ramallo-Ros, 1993, 138-139), El Castillico de las Peñas de Fortuna (Lillo, 1981, 217-247; RamalloRos, 1993, 141-142), Los Torrejones (Amante, 1993; Ruiz Molina, 1995, 140152) y El Pulpillo (Iniesta, 1992-1993; Ruiz Molina, 1995, 139-140), que organizan el territorio de Yecla, Las Cabezuelas en Totana (Lillo, 1981, 69-94) y el Cerro del Castillo de Lorca (Martínez-Ponce, 1999, 227-238; Ramallo-Ros, 1993, 152-156), además del caso particular de Los Nietos (Diehl-San Martí-Schubart, 1964, 55-83; García Cano-Ruiz Valderas, 1995-1996). Para el estudio de las tierras de la Oretania albaceteña, aparte de nuestra propia investigación en Libisosa (Uroz Sáez-Molina-Poveda, 2002; Uroz SáezMárquez, 2002; Uroz Sáez-Molina-Poveda-Márquez, 2004; Uroz Sáez-PovedaMárquez, 2006; Uroz Sáez-Poveda-Márquez, en prensa; Uroz Sáez-Poveda Muñoz-Uroz Rodríguez, 2007; Poveda, 2002), contamos con los trabajos de AbadGutiérrez-Sanz (1998), Blánquez (1990b), Sanz (1997, 1995-1996), Chapa (1984), Almagro (1999), Noguera (1998), Soria (2002, 2000), López Domech (1996), entre otros. Aquí la densidad de población es más baja que en los territorios hasta ahora descritos, a lo que no es ajeno el clima y la calidad de los suelos, con menor número de oppida, situados a mayor distancia. Su distribución espacial parece que está afectada por los dos ejes viarios mencio-

Figura 5. Poblamiento ibero-romano en el siglo II a.C.: 1 La Piedra de Peña Rubia (Elche de la Sierra); 2 Cerro del Castillo/Libisosa (Lezuza); 3 El Tolmo de Minateda/Ilunum (Hellín); 4 La Fortaleza (Fuenteálamo); 5 El Puntal de Peña Rubia (Albacete); 6 Muela de Alborajico (Tobarra); 7 Cerro de los Santos (Montealegre); 8 Pozo Moro/Chinchilla; 9 Cerro de la Almagra (Mula); 10 Hoya de Santa Ana (Chinchilla/Tobarra); 11 Villaricos/Asso (Caravaca de la Cruz); 12 Cabezo Roenas/Begastri (Cehegín); 13 Bolbax/Segisa (Cieza); 14 Cabezo del Tío Pío (Archena); 15 Las Cabezuelas (Totana); 16 Castillico de las Peñas (Fortuna); 17 El Cigarralejo (Mula); 18 Cerro del Castillo (Jumilla); 19 Monteagudo (Murcia); 20 El Pulpillo (Yecla); 21 Verdolay (Murcia); 22 Carthago Nova (cerro de la Concepción, cerro del Molinete); 23 Cerro del Castillo/Eliocroca (Lorca); 24 El Castellaret (Mogente); 25 Serra del Castell/Saetabis (Játiva); 26 La Alcudia/Ilici (Elche); 27 Tossal de Manises/Lucentum (Alicante); 28 Tossal de la Cala (Benidorm); 29 Villajoyosa/Alonis; 30 El Monastil/Elo (Elda); 31 Castillo del Río/Aspis (Aspe); 32 La Encarnación (Caravaca); 33 El Penyal d’Ifach (Calpe); 34 El Pic de l’Águila (Denia); 35 El Castellar (Oliva); 36 El Castell (Cocentaina); 37 El Castell (Penáguila); 38 El Castell (Perpuxent); 39 El Xarpolar (Margarida); 40 El Pitxocol (Balones); 41 El Castellar (Alcoy); 42 Muela del cerro del Castillo (Peñas de San Pedro); 43 El Rabat (Rafelcòfer); 44 Cabeço de Mariola (Agres); 45 El Castell de Pop (Castell de Castells); 46 El Passet de Serra Segària (Sagra); 47 Santa Ana (Caudete); 48 Cerro del Castell (Castalla); 49 Ermita de Santa Bárbara (Jijona); 50 San Cristóbal (Villena); 51 El Charco (Monóvar); 52 Cerro del Castillo (Monforte); 53 Cap Negret (Altea); 54 Ladera del Castillo de Santa Bárbara (Cox); 55 Cerro de San Miguel (Orihuela); 56 Cerro del Castillo (Sax); 57 Terche 1 (Hellín); 58 Poyo del Centinela (Nerpio).

nados anteriormente, la vía Heraclea de este a oeste, en donde se imbrican desde Castellar de Meca, el Amarejo, el conjunto de Cerro de los Santos-Llano de la Consolación, La Fortaleza de Fuenteálamo (Soria, 2000, 221-225; Sanz, 1997, 65-66; López-Jordán-Soria, 1992, 94), Santa Ana-Pozo Moro y Chinchilla, girando ya desde aquí en dirección a Lezuza. La otra vía es la que sube desde Cartagena, Cieza y Hellín, donde se ubican dos oppida de segundo rango, como

son Camarillas 1 (Soria, 2000, 260-263; López-Jordán-Soria, 1992) y Terche 1 (Soria, 2000, 274-277; Jordán, 1992; JordánRamallo-Selva, 1984; Sanz, 1997, 32) en Hellín, que organizan el tramo final de la vega del río Mundo. Pero el asentamiento ibérico principal es el Tolmo de Minateda (Hellín), gran macizo amesetado que controla a todos los efectos el acceso hacia La Mancha desde la cuenca del Segura. Se trata de un oppidum de 10 Ha, muy bien fortificado, del que no se conoce mucho

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para esta época a excepción de sus diversas necrópolis (Abad-GutiérrezSanz, 1998; Sanz, 1995-1996, 1998). Más al oeste, en las primeras estribaciones de la sierra de Segura, se encuentra La Piedra de Peña Rubia, en Elche de la Sierra (Soria, 2000, 214-220; LópezJordán-Soria, 1992), donde algunos sitúan la antigua Heliké, lugar y causa de la muerte de Amílcar Barca. Siguiendo hacia el norte, se halla el oppidum poco conocido de Muela del Cerro del Castillo (Peñas de San Pedro) (Sanz, 1997, 313), que da paso a la comarca del Campo de Montiel, donde está Libisosa (Lezuza), en una región que dispone de los recursos necesarios para la explotación ganadera: abundancia de agua y pastos, así como salinas en la Pinilla. Situado en un enclave estratégico de esta antigua vía que comunicaba la alta Andalucía con Valencia y el interior manchego con la costa murciana, el control de las rutas ganaderas constituyó un factor clave en la riqueza de Libisosa, y a ello también contribuyó la salida de minerales por las mismas vías que se dirigían hacia el sureste y el Levante, permitiendo que las explotaciones mineras de la Oretania alcanzaran los puertos de embarque del Mediterráneo. Las recientes excavaciones arqueológicas están constatando la existencia de un oppidum indígena desde la primera época ibérica, que se convertirá en el principal beneficiario del control de los recursos y de las vías de la región, organizando y jerarquizando el territorio circundante (Uroz Sáez-Poveda-Márquez, en prensa). EL IMPACTO DE LA CONQUISTA: EL POBLAMIENTO IBERORROMANO DURANTE EL SIGLO II A.C. El control romano del territorio contestano, a tenor de lo que nos dicen las

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fuentes arqueológicas (Figura 5), tendrá las siguientes consecuencias. Por una parte, la destrucción de algunos de los oppida relevantes, como el caso de La Serreta de Alcoy (bien documentada por Olcina, 2005; Sala, 1998), que en opinión de Grau (2005) tiene el efecto de desestructurar el territorio: Roma eliminaría así aquellas estructuras políticas que pudieran amenazar su control, pero continúan los poblados ibéricos de segundo nivel gestionando sus ecosistemas con cierta autonomía, a cambio, naturalmente de los impuestos que deben pagar a Roma. En la costa, mientras que para El Tossal de Manises (Olcina, 2005) se conocen niveles de destrucción y recesión, y tardará bastantes años en recuperarse, entran ahora en funcionamiento o empiezan a consolidarse pequeños puertos o fondeaderos que redistribuyen por el territorio interior las mercancías llegadas a Carthago Nova en naves de mayor calado: Tossal de la Cala en Benidorm, Cap Negret en Altea o el Penyal d’Ifach en Calpe (Sala, 2003; Grau, 2005; Espinosa, 2004). Por otra parte, en el confín norte de la Contestania, mientras que el importante oppidum de Meca es destruido (Broncano, 1986; Broncano-Alfaro, 1990, 1997), Roma permite el afianzamiento de Saetabi, porque es la llave de paso que controla la importante vía interior que, a través de Lezuza, lleva a las minas de Cástulo y la alta Andalucía (Pérez Ballester y Borredá, 1998). En la parte sur de la Contestania es destruida La Escuera (Sala, 1998; AbadSala, 2001), y Moratalla (2005) constata el abandono del hábitat de la desembocadura del río Segura, el crecimiento en la cabecera del Vinalopó y la Foia de Castalla, mientras que se mantiene en la comarca de L’Alacantí. En el alto y medio Vinalopó permanece y se consolida

como oppidum jerárquico el Monastil de Elda, como ha demostrado Poveda (1991, 1998). Los yacimientos que aparecen ahora suponen casi la mitad del total de asentamientos. La Alcudia de Elche seguirá siendo el centro hegemónico indiscutible. En la zona murciana, casi todos los oppida y los santuarios continúan su vida, tan sólo desaparece Coimbra del Barranco Ancho (García Cano-Iniesta- Page, 19911992), mientras que Los Villares (Caravaca de la Cruz) es desplazado o absorbido por su colindante de Villaricos. El de Los Nietos (García Cano- Ruiz Valderas, 1995-1996) es destruido o quizás abandonado por unos habitantes que debieron ser atraídos a las zonas más próximas a los lugares de explotación minera, pues ahora aparecen en el tramo Mazarrón-Cartagena-Portmán-La Unión multitud de centros dispersos por la sierra minera. En el interior, se instalan comunidades ibéricas en el cerro de la Almagra de Mula (Ramallo-Ros, 1993, 43-45; GonzálezFernández-Crespo, 1999) y el cerro del Castillo de Jumilla (Molina-Molina, 1973, 83-84; Muñoz, 1995, 113-118). La misma tónica se observa en la oretana Albacete. Desaparece El Amarejo (Broncano-Blánquez, 1985; Broncano, 1989) en el fragor de la guerra, también Camarillas 1, pero surgen dos oppida en Tobarra (Muela de Alborajico) (Sanz, 1997, 28) y Nerpio (Poyo del Centinela) (Sanz, 1997, 67) y, sobre todo, se consolida Lezuza, curiosamente fabricando en este siglo II los mismos materiales que vimos en El Amarejo del siglo III, lo que podría hacer pensar en un desplazamiento de su población; la llegada romana impulsará el desarrollo económico de Libisosa, favorecida por su ubicación geográfica, como se ha documentado sobre todo en su sector septentrional (Uroz Sáez-Márquez, 2002; Uroz Sáez-

Poveda-Muñoz-Uroz Rodríguez, 2007), donde las excavaciones han exhumado los restos de una barriada iberorromana compuesta por un conjunto de departamentos con una funcionalidad preferentemente doméstica y artesanal, enmarcados por dos tramos de calles con orientación norte-sur, repletos de un numerosísimo y variado material, tanto indígena como de importación, bien conservado (Uroz Sáez-Poveda-Márquez, en prensa), que nos ilustra sobre diversos aspectos de la vida de una comunidad oretana bajo el dominio de Roma, en una etapa de su proceso de romanización que podríamos calificar de temprana. Conviene ser cautos a la hora de extrapolar los datos arqueológicos en secuencias tan largas, como los yacimientos ibéricos que duran varios siglos. No obstante, es evidente que la práctica totalidad de los oppida contestano-edetanos continúa siendo habitada (Mata, 2000). Incluso en casos tan bien estudiados como La Serreta de Alcoy, el registro arqueológico no puede imputar, de forma irrefutable, su destrucción al bando romano o al cartaginés, que en todo caso se produce durante el proceso de guerra entre ambos contendientes. Nos preguntamos si no ocurrirá lo mismo con Meca o El Amarejo, que se conocen menos. Parece, incluso, que Meca podría continuar su vida. Es decir, Roma no entra a sangre y fuego en la Contestania y la zona perteneciente al hinterland de Cartagena, sino que los iberos seguirán agrupados en sus oppida tradicionales durante todo el siglo II a.C., un siglo muy convulso para la Hispania Citerior, como sabemos muy bien por las fuentes históricas, que se recrean en la descripción de conflictos habidos en la provincia a lo largo de todo el siglo, aunque estén más

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focalizadas en las contiendas celtibéricas y lusitanas, por su repercusión en la Urbe. No todas son noticias de batallas. También en este siglo los gobernadores romanos van creando ciudades en la Citerior: Gracchurris, Valentia, Palma, Pollentia. Roma va igualmente ajustando sus mecanismos administrativos, organizando el territorio conquistado. Aunque la decisión sobre la creación de las dos provincias hispanas, según nos cuenta T. Livio (XXXII, 27, 6; 28, 2; 28, 11) se adopta en el año 198 con motivo de la elección de los pretores para el 197, y que a los dos pretores del 197 se les dieron instrucciones para que definieran los límites entre las provincias Ulterior y Citerior, sin embargo se discute la fecha de la redactio in formam provinciae de ambas Hispanias; Salinas (1995) defiende que no se produjo en el 197, sino en el 132 a.C., cuando Roma, según su costumbre, dice Apiano (Sobre Iberia, 99), envió una comisión de diez senadores para organizar los territorios conquistados, que puede referirse a las recientes actuaciones de D. Junio Bruto y Escipión Emiliano, o bien a toda la provincia. Puede servirnos de ayuda recordar que por esas fechas, en el 131 a.C. el pretor P. Rupilio y una comisión de decenviros redactaron la lex provinciae de Sicilia. LA

DEDITIO IN FIDEM

A pesar de la abundancia de fuentes literarias disponibles para la Hispania del siglo II a.C., nuestra zona de estudio no aparece reflejada, porque estas gentes del sureste, desde el 209, no se enfrentaron a Roma. Lo más probable es que, tras la conquista de Cartagena, se entregaran bajo una deditio in fidem, como hizo Edecón, duna¢sthj de los edetanos, quien

para recuperar a su mujer e hijos, que se contaban entre los rehenes rescatados a los cartagineses, según nos cuenta Polibio (X, 34), visitó a Escipión en Tarragona, acompañado de sus parientes, amigos y gentes de su clientela, para entregarse todos a la buena fe de los romanos. Frente a la deditio in dicionem, que suponía la destrucción del oppidum y la consideración de sus habitantes como prisioneros y, por tanto, disponibles para esclavizar, como estudió muy bien González Román (González Román, 1994; 1999, 136-142; 1989) en el caso de la Bética, la deditio in fidem comportaba normalmente cláusulas menos drásticas: los indígenas conservaban su oppidum y su ordenamiento social, pero ahora rebajados a la condición jurídica de estipendiarios, perdían la propiedad del territorio, que se convertía en ager provincialis (pues, como dice Gayo II, 7, la propiedad del suelo en las provincias pertenece al senado y al pueblo romano), aunque el estado romano lo cedía a las comunidades indígenas en régimen de possesio (De Martino, 1973), dum populus Romanus vellet, y estaban obligados a pagar el stipendium (Muñiz, 1980), un impuesto ordinario sobre la tierra con una cuantía fija y no una tasa variable como el diezmo (decuma) de Sicilia, según cuenta Cicerón (Contra Verres, 2, 3, 12); tenían que pagar otro tributo en especie o vectigal, conocido como vicesima hispaniarum, que probablemente se cargaba sobre las cosechas y, particularmente, el trigo, por lo que a este impuesto se le llama también frumentum aestimatum (Salinas, 1995). Esta situación de deditio2 la constatan las fuentes literarias para varias comunidades hispanas en el momento de la

2 Un buen ejemplo de deditio nos lo ofrece T. Livio (I, 38, 1-4) tras la conquista romana de la ciudad sabina de Colacia, en época monárquica: “Los colatinos se entregaron de la manera y mediante la fórmula siguientes: el rey (Tarquinio Prisco) preguntó: ‘¿Sois vosotros los representantes y portavoces enviados por el pueblo colatino para entregaros a vo-

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conquista, y todavía se puede ver, en el 104 a.C., en el precioso texto del bronce de Alcántara, que narra la deditio de la comunidad de los seanocenses al pretor romano L. Cesio: aquéllos se entregan y éste da orden de libertad y les devolvió los campos, los edificios, las leyes y todo lo que había sido suyo hasta el día en que se rindieron y que aún sobrevivía, mientras el pueblo y el senado romano así lo quisiera. También el pretor de la Hispania Ulterior L. Emilio Paulo, en la temprana fecha de 189 a.C., había concedido la libertad a los habitantes de la turris Lascutana, así como la posesión de la tierra que estaban cultivando, hasta que el populus senatusque Romanus decidiera otra cosa. Como vio en su momento A. D’Ors (D’Ors, 1953, 352), Roma retiene la propiedad de los campos conquistados, pero se concede la posesión a los indígenas. La deditio in fidem es seguramente el mal menor aceptado por la aristocracia rectora de los oppida ibéricos, que les permite sobrevivir políticamente y transferir la carga impositiva a los estratos sociales dependientes. El mismo camino que Edecón debió seguir la aristocracia de La Alcudia de Elche, uno de cuyos miembros, en un buen ejemplo de autorromanización, se hace construir en su casa un mosaico helenístico (RamosUroz, 1992) con inscripción ibérica en alfabeto latino, con un tipo de L que deja de usarse en las inscripciones en los inicios del segundo cuarto del siglo II a.C., como precisa Coarelli (1976). En definitiva, a partir de la conquista nos encontramos en el sureste con una situación paradójica y en cierto sentido dual. Por un lado, el hábitat ibérico aparente-

mente sigue igual, aunque ahora sus habitantes (dediticii) están obligados a pagar impuestos sobre su propia tierra, y la antigua aristocracia ibérica, que conservará su situación privilegiada dentro de sus oppida (aunque dependiente del mundo romano) intentará descollar a través de las clientelas de los magistrados provinciales. Pero, por otra parte, sabemos de la gran cantidad de itálicos presentes en Cartagena y su entorno, para la administración y explotación de las minas; baste recordar los textos de Diodoro (V, 36) y Polibio, conservado en Estrabón (III, 2, 10), un flujo migratorio producido durante el siglo II a.C., bien estudiado por M.ª A. Marín (1986-1987, 1988), cuya presencia se evidencia en las inscripciones republicanas que en este Congreso analiza M. J. Pena, que apenas constituyen la punta del iceberg de ese grupo numeroso de negotiatiores, miembros de las societates concesionarias de las explotaciones mineras, comerciantes de todo tipo, que se verán estimulados a agruparse, en época temprana, en collegia. Pasando el tiempo, estos ciudadanos romanos se organizarán en conventus civium Romanorum hasta que la creación de colonias haga innecesaria esta etapa embrionaria de la administración. Mientras tanto, el resto de la población indígena sigue habitando los antiguos oppida ibéricos de la zona, que es la mejor forma de estructurar dicha población y mantenerla productiva, pagando sus tributos, proporcionando alimentos (cuando no, mano de obra no especializada) para la densa población minera del entorno de Cartagena, cuyo núcleo urbano continúa afianzándose por

sotros y al pueblo colatino?’ ‘Sí’. ‘El pueblo colatino, ¿es libre para disponer de su destino?’ ‘Sí’. ‘¿Os entregáis, a vosotros y al pueblo colatino, ciudad, campos, agua, límites, templos, bienes muebles, bienes todos sagrados y profanos, a mi poder y al del pueblo romano?’ ‘Sí’. ‘Y yo os recibo’”. Trad. J. A. Villar Vidal, Gredos, Madrid, 1990.

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esa fuerte presencia itálica, que se nutre básicamente de la explotación minera, la administración, el ejército y el comercio. EL

PAPEL DE LOS SANTUARIOS

Dentro de esta óptica hay que comprender el papel otorgado por Roma a los santuarios. Puesto que en este Congreso C. Rueda y H. Uroz Rodríguez analizan en profundidad el papel de la religión y los santuarios, sólo dedicaremos unas líneas a fijar nuestra posición sobre sus connotaciones de índole políticoadministrativa. Los santuarios de La Encarnación (Ramallo, 1992, 1993, 1997; RamalloBrotons, 1997) y el Cerro de los Santos (Ramallo-Noguera-Brotons, 1998; Ruiz Bremón, 1988, 1989; Ruano, 1988; Sánchez Gómez, 2002), y en parte el de La Luz (Lillo, 1991-1992, 1993-1994, 19951996, 1999), son lugares de culto ibéricos que existían antes de la llegada de los romanos, pero que no se abandonan o se destruyen con la conquista; por el contrario, en el siglo II a.C. se transforman adaptándolos a los nuevos modelos de la arquitectura religiosa romana, como han visto Ramallo, Noguera, Lillo y otros colegas. En el caso de La Encarnación, mejor conocido, la planta de los templos, las lastras decorativas, la fecha tan temprana de la remodelación (206-195 a.C. para el templo A, según Ramallo, 1992, 1993) indican que son lugares de culto diseñados por romanos; queda por resolver el problema que supone la falta de podio. La mayor parte de los exvotos recuperados son de tradición ibérica, pero esos retratos de gusto helenístico o las esculturas con velo del cerro de los Santos no parecen derivar del mundo ibérico (en opinión de Ramallo-Noguera-

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Brotons, 1998). Tiene razón Noguera (1998, 1994) al fijar su atención en las esculturas que exhiben calcei o bulla en el santuario albaceteño; en nuestra opinión, no pueden ser ibéricas, sino romanas, lo mismo que el Lucio Licinio de la inscripción. Estos santuarios dan la impresión de constituir lugares de encuentro entre Roma y los indígenas iberos, a través de la práctica religiosa; son lugares de sincretismo religioso, por eso están relacionados (o Roma elige para promocionar a aquéllos que lo están) con cultos universales mediterráneos, como son los de carácter agrario, los vinculados a la fecundidad, al ganado, a la salud, etc. Desde este punto de vista, los santuarios constituyen elementos de integración en la romanidad. De aquí que se produzcan importantes procesos de sincretismo e interpretatio entre divinidades indígenas y romanas, como se conoce bien para el caso de Contestania (Poveda, 2008). Además, están ubicados en puntos estratégicos, lugares de paso y zonas fronterizas, la mastiena-bastetana, en el caso de La Encarnación (que controla el paso del Levante hacia la alta Andalucía, en opinión de Ramallo, 1993), y la contestano-oretano-celtibérica, en el caso del cerro de los Santos; deben tener ciertas connotaciones de carácter administrativo para organizar y controlar el territorio, lo que nos llevaría al debate del grado de desarrollo político de los oppida ibéricos, a menos que estos santuarios se sobrepongan y los suplanten. No debemos confundir el papel de los santuarios ibéricos durante los siglos IV y III a.C., en relación con sus propios oppida y los vecinos, con el rol que desempeñan cuando las comunidades iberas ya no controlan libremente el territorio circundante sino que están subordinadas al nuevo poder político supranacional.

Figura 6. Poblamiento ibero-romano en la primera mitad del siglo I a.C.: 1 Los Cabezos (Mahora); 2 Los Castillicos de Villares (Elche de la Sierra); 3 Muela de Alborajico (Tobarra); 4 La Piedra de Peña Rubia (Elche de la Sierra); 5 Cerro del Castillo/Libisosa (Lezuza); 6 El Tolmo de Minateda/Ilunum (Hellín); 7 La Fortaleza (Fuenteálamo); 8 El Puntal de Peña Rubia (Albacete); 9 Cerro de los Santos (Montealegre); 10 Cabezo Roenas/Begastri (Cehegín); 11 Bolbax/Segisa; 12 Las Cabezuelas (Totana); 13 Castillico de las Peñas (Fortuna); 14 Cerro de la Almagra (Mula); 15 Cerro del Castillo (Jumilla); 16 Carthago Nova: cerro de la Concepción, cerro del Molinete; 17 Cerro del Castillo/Eliocroca (Lorca); 18 Monteagudo (Murcia); 19 Ermita de la Encarnación; 20 Villaricos/Asso (Caravaca de la Cruz); 21 Archivel (Caravaca); 22 El Castellar (Oliva); 23 Dianium (Denia); 24 El Pic de l’Águila (Denia); 25 El Rabat (Rafelcòfer); 26 El Castell de Sant Joan (Gandía); 27 El Passet de Serra Segària (Sagra); 28 Cap Negret (Altea); 29 Villajoyosa/Alonis; 30 Tossal de la Cala (Benidorm); 31 Tossal de Manises/Lucentum; 32 Cabeço de Mariola (Agres); 33 El Castellar (Alcoy); 34 El Xarpolar (Margarida); 35 El Pitxocol (Balones); 36 El Castell de Pop (Castell de Castells); 37 Saetabis (Játiva); 38 El Castellaret (Mogente); 39 Cerro del Castell (Castalla); 40 Ermita de Santa Bárbara (Jijona); 41 Santa Ana (Caudete); 42 San Cristóbal (Villena); 43 Cerro del Castillo (Sax); 44 El Monastil/Elo (Elda); 45 El Charco (Monóvar); 46 Cerro del Castillo (Monforte); 47 Castillo del Río/Aspis (Aspe); 48 La Alcudia/Ilici (Elche); 49 Ladera del Castillo de Santa Bárbara (Cox); 50 Cerro de San Miguel (Orihuela); 51 Pozo Moro/Chinchilla; 52 Cabezo del Tío Pío (Archena); 53 Terche 1 (Hellín); 54 Poyo del Centinela (Nerpio).

LOS CAMBIOS DEL SIGLO I A.C. Durante la mayor parte del siglo II a.C., el carácter geoestratégico del sureste prevaleció sobre otras posibles alternativas, haciendo que Roma, tras la conquista de Cartagena, se interesara básicamente por dos cuestiones: por una parte, el control del territorio, que le servía de paso desde el puerto hacia el interior meseteño y la alta Andalucía, en un período de guerras en la Meseta; en segundo lugar, asegurarse que el sistema productivo continuara intacto para proveer de alimentos

y materias primas a la gran maquinaria humana que trabajaba en las minas de Cartagena, de propiedad y explotación estatal (Estrabón III, 2, 10, recogiendo la noticia, más antigua, de Polibio, habla de 40.000 obreros), más el personal que componía el aparato administrativo y las tropas allí estacionadas. Para este fin bastaba con someter la oligarquía ibérica e imbricarla en el sistema de clientelas que tanto proliferará en Hispania; la aristocracia indígena será útil en el sostenimiento del tejido social productivo, así

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como ayudando en el control romano del territorio y participando en el ejército romano de conquista. Desde esta óptica se comprende mejor que la llegada romana no sólo no destruye la cultura ibérica, sino que, por el contrario, ahora es cuando aparece la mejor iconografía ibérica en los vasos cerámicos representando una mitología peculiar, instrumento que le sirve a dicha oligarquía, como lenguaje de autoafirmación, para descollar entre los suyos y legitimar su hegemonía en relación con Roma (Uroz Rodríguez, 2007, 78-79). Al inicio del período, para el poder público romano no constituirá una prioridad la distribución de la tierra conquistada en Hispania a campesinos itálicos, ni habrá una gran inmigración campesina itálica, pues la presa hispana provee de botín más rápido y menos fatigoso, y además en este caso concreto las minas son más rentables, sin olvidar las factorías de salazón. Pero la aparición de los graves problemas agrarios (Pena, 1994) de la Península Itálica en el último tercio del siglo II a.C., que emergen con fuerza en las fuentes históricas a través de los Gracos, introducirá un nuevo problema en la política romana que, aunque en origen su solución no se presenta unívoca ni rápida, a medio y largo plazo acabará afectando a las provincias hispanas, especialmente a las tierras más fértiles. La inmigración silenciosa de campesinos itálicos, siguiendo, en parte, la estela de algunos soldados eméritos que tras una larga permanencia en campamentos peninsulares deciden reorganizar aquí su vida (Roldán Hervás, 2001, 208-216), incrementará su número, y competirá, con ventaja, con los indígenas, modificando el paisaje agrario. Algunos ya establecidos, y otros con la pretensión,

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se harán notar en la década de los setenta con motivo de la guerra civil que en Hispania, y de forma particular en la Citerior, tendrá su máximo desarrollo. Por uno u otro motivo, en estas fechas, y por tanto con muchos años de anticipación a la fase de creación de colonias cesarianas y augusteas, se empezarán a producir cambios en el ager provincialis hispano (Figura 6). La guerra sertoriana fue dura y prolongada, y afectó a muchas comunidades indígenas. Tendrá una gran repercusión en el Levante y Sureste, no sólo porque en Dianium (Estrabón III, 4, 6) estableciera Sertorio su base naval, sino por la posición estratégica que la región ocupó durante todo el conflicto, desde el interior oretano, pues Libisosa se amuralla fuertemente y sufre la destrucción de un barrio industrial (Uroz Sáez-Márquez, 2002; Uroz Sáez-Poveda-Márquez, 2006), hasta toda la costa, de Valencia a Cartagena, en la que tendrán lugar algunas de las principales batallas, con repercusiones tanto para las ciudades más pobladas, que veremos en este Congreso, como también para las de segunda categoría. Pero, pasado este conflicto, se reactiva la dinámica anterior, que es, por una parte, el abandono del tradicional hábitat de altura, lo que supone la descomposición de la estructura territorial que los oppida ibéricos habían controlado y, por otra, la consolidación del fenómeno de ocupación del llano, bien debido a este desplazamiento residual ibérico, o bien por la migración exterior. Con el transcurrir del tiempo, esta confluencia gestará el nacimiento de otras ciudades, a la romana. BIBLIOGRAFÍA AA. VV., 2005: Museo de Arte Ibérico de El Cigarralejo, Mula (Murcia), Murcia.

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