Modelo de barrio y seguridad ciudadana: una propuesta de análisis a partir del estudio de dos barrios del centro de Madrid

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Descripción

MODELO DE BARRIO Y SEGURIDAD CIUDADANA: una propuesta de análisis a partir del estudio de dos barrios del centro de Madrid. Autor: Santiago Ruiz Chasco, doctorando del Departamento de Sociología IV, Facultad de

Ciencias

Políticas

y

Sociología.

Universidad

Complutense

de

Madrid

[email protected] Resumen Una idea se impone sobre todas las demás: seguridad. Hay que mejorar, revitalizar, recuperar y dinamizar el barrio para que éste no se degrade. ¿Qué hay detrás de los discursos y prácticas en torno a la seguridad ciudadana? ¿A través de qué procesos, técnicas y mecanismos se va constituyendo una necesidad de actuar sobre determinados elementos en un barrio concreto? Si tenemos claro lo que es un barrio peligroso, debemos saber cómo es un barrio seguro, o quizás no. Con la intención de profundizar en esta cuestión, presentamos algunos resultados provisionales de una investigación sobre lo que se ha ido construyendo como seguridad ciudadana a través de la comparación de dos barrios del centro de Madrid: un barrio de clases populares y trabajadoras en vías de modernización (Lavapiés), y el barrio por excelencia de la burguesía y aristocracia madrileña (Salamanca). A través de la relación de tres ejes analíticos, propondremos una interpretación a partir de la cual construir dos modelos de barrio que, al fin y al cabo, remiten necesariamente a dos modelos de sociedad. A través de la historia de dos ciudades, aludiendo a la obra de Dickens, trataremos de hacer una historia del presente que nos pueda dar pistas para comprender las siempre complejas relaciones entre seguridad y clases sociales. Partimos, siguiendo a Castel (2003), de la existencia de dos tipos de protección, y por tanto, de seguridades: una seguridad civil y una seguridad social. Trataremos de contextualizar y dar algunas pistas que ayuden a leer la doxa securitaria (Wacquant, 2012), que ha conseguido reducir la seguridad ciudadana a la seguridad civil, dejando fuera de los discursos y prácticas las otras seguridades, precisamente aquellas que brillan por su ausencia en la ciudad de los pobres.

Palabras clave: Seguridad ciudadana, barrios, Madrid, Lavapiés, Salamanca.

1. Introducción: la seguridad ciudadana como categoría de análisis. La emergencia de la categoría Seguridad Ciudadana, alrededor de las décadas de los años setenta y ochenta, supone un momento en que se objetiva en determinadas agendas políticas un tema-problema concreto en las ciudades occidentales (Fear of crime, Insecurité urbaine, etc.). Una introducción que coincide con una reestructuración del Capitalismo a nivel global que algunos autores tildan de giro neoliberal o una nueva etapa Post-Fordista (De Giorgi, 2006). Una reestructuración definida a partir del desmantelamiento material y simbólico del Estado social. Material porque se ha venido traduciendo en una pérdida efectiva y progresiva de derechos sociales de las clases trabajadoras, y en un abismo cada vez mayor entre las rentas más altas y las más bajas1. Simbólica, porque también es una revolución cultural que está re-definiendo su hegemonía a partir de la re-conceptualización de las categorías con las que definimos, y por tanto producimos, nuestras sociedades. Entre ellas, la seguridad ha ido escalando posiciones hasta convertirse en un arma arrojadiza de primer orden. Una seguridad reducida a su dimensión física o patrimonial, y sobre una delincuencia reducida a sus formas más visibilizadas en el espacio público. Una (re)activación punitiva sobre determinados ilegalismos localizados en ciertas zonas urbanas, fruto de un consenso sin precedentes entre gobiernos de derecha y de izquierda en materia de “guerra contra el crimen” en un ambiente de popularización de teorías como las de Broken Windows (Wilson y Kelling, 1982). La difusión de discursos y prácticas sustentados sobre una retórica securitaria cerrada y defensiva ante cualquier amenaza al buen funcionamiento del mercado, hay que enmarcarla dentro de un proceso que se dirige hacia el despliegue de un Estado más penal, como necesaria contrapartida a la contracción de su brazo social (Wacquant, 2012). Hablar de seguridad ciudadana no es hacer referencia a la seguridad de los derechos (Estado social), sino al derecho a la seguridad (Estado penal). Si la imposición del trabajo asalariado vino acompañada de una revolución institucional que la hizo posible en el siglo XIX, la introducción del trabajo asalariado precario desde los años ochenta, necesita de semejante proceso. En ambos momentos se ha hecho necesaria una re-definición de las clases peligrosas (Chevalier, 1958). Serán, precisamente, estas poblaciones expulsadas del mercado de trabajo regulado, las que se 1

En España la renta media anual del decil superior (10%) es de 59.965 euros, mientras que la del decil inferior (90%) es de 13.546 euros. Fuente: INE, 2010.

conviertan en los chivos expiatorios de los males sociales. La introducción de una nueva forma de gestionar conflictos en barrios sensibles mediante un enfoque puramente punitivo, se ha convertido en modelo para expulsar de ciertas zonas urbanas a clases enteras por su peligrosidad potencial a través de ordenanzas que cierran filas en torno al civismo, o planes locales que hacen lo propio con los buenos vecinos. Para conocer cómo opera semejante mutación estructural en lo concreto, vamos a llevar a cabo un análisis comparativo de dos barrios del centro de Madrid. Lavapiés, uno de los barrios históricos del centro de la ciudad, habitado por clases trabajadoras desde su nacimiento, y sobre el que se ha venido construyendo un relato basado en una doble moral: como espacio urbano donde se concentra “la cultura popular”, sobre el que se desarrollen toda una serie de estereotipos románticos y costumbristas, y como territorio estigmatizado de la ciudad, hogar de la denominada underclass. El segundo, Salamanca, el barrio burgués por antonomasia del centro de Madrid. La parte más beneficiada del Ensanche de la ciudad por parte de los intereses especulativos, con los mejores servicios y condiciones higiénicas. Barrio moderno que nace como espacio en el que la ascendente burguesía se proteja de la mezcolanza social, a partir del desarrollo de un entre-sí selectivo (Pinçon, 1989). Durkheim señalaba que la postura o el análisis comparativo es la sociología misma (Durkheim, 1989). En este sentido, cabe preguntarse cómo es posible que se viva en una misma ciudad en un contexto de extrema desigualdad. Se hace necesario identificar las construcciones sociales ideológicas que se ponen en marcha para justificar la existencia de un orden social desigual en sociedades que se autodefinen democráticas. Unos interrogantes que nos llevan a plantear una tesis necesariamente dicotómica entre dos barrios de la ciudad socialmente antagónicos: uno que ha venido definiéndose en torno a la peligrosidad de sus gentes y calles; y otro donde el orden y la tranquilidad son sus propias condiciones de posibilidad. De este modo, trataremos, no sólo de adelantar algunas reflexiones fruto del análisis, sino también, de proponer un modelo de análisis para estudiar diferentes barrios dentro de una misma ciudad.

2. Del desorden al orden: Ensanche como espacio de seguridad La ciudad antigua y la moderna no sólo se contraponen temporalmente, sino que son la propia plasmación sobre el espacio de un modelo de sociedad concreto que ha ido desarrollando una estructura urbana acorde. Si hoy caminamos por el antiguo perímetro de lo que fue la muralla de la ciudad de Madrid de 1625 a 1860, nos encontraremos con un paisaje urbano radicalmente diferente al que nos podamos enfrentar en las zonas del Ensanche (Chamberí, Salamanca, Arganzuela). A partir del avance del urbanismo moderno, la consolidación de una ciudad ordenada y socialmente segregada de un modo planificado, será una de las señales de identidad de la burguesía. Una segregación de diferentes que, al mismo tiempo, es una agregación de iguales.

2.1. Salamanca: la burguesía se protege La entrada del capital financiero especulativo en los circuitos comerciales de las grandes ciudades occidentales es un momento decisivo para su desarrollo. De lo que se trata en ese momento es de re-situar la ciudad en espacios de circulación más amplios que se empezaban a tejer con el mercantilismo. Madrid, como capital del incipiente Estado, será el centro de circulación política y comercial, por lo que cumplirá una función higiénica, comunicativa y de vigilancia de todo el proceso de expansión de la lógica capitalista. En este sentido, una vez derribada la muralla en 1860, condición necesaria para el desarrollo económico, la inseguridad no hacía más que crecer entre una población que se veía amenazada por la llegada masiva de poblaciones flotantes, compuestas en su mayoría por campesinos expulsados de sus tierras, reconvertidos en mendigos, vagabundos o criminales, en una ciudad que era incapaz de absorber esa ingente mano de obra. Sobre estas condiciones se desarrollará todo un dispositivo de seguridad en las ciudades que tendrá en el urbanismo y la policía sus dos principales herramientas de pacificación de unas relaciones sociales en transformación conflictiva (Foucault, 2008: Fedirici, 2011). Los ensanches, como el de Haussmann en París, hay que entenderlos como la plasmación en el espacio de un modelo de sociedad concreto. En una sociedad convulsionada políticamente por los conflictos que nacen de la introducción de las relaciones sociales capitalistas, como los de 1830 y 1848, o las propias epidemias de

cólera que se expandían por la urbe, la seguridad y la higiene serán los valores esgrimidos como punta de lanza para proyectar una nueva ciudad. La burguesía necesitaba nuevos espacios donde configurar las propias condiciones materiales y simbólicas de su dominación. Necesitaba crear una ciudad segura, es decir, donde las clases peligrosas estén relativamente controladas, y en la que no les sea tan fácil, como lo había sido hasta ese momento, “hacerse con la ciudad”. La modernización urbana durante el siglo XIX, no refleja simplemente una mejora del ornato, la belleza o la monumentalidad de las ciudades, sino que está inscrita a fuego en las propias luchas políticas que la burguesía empezaba a sufrir por parte de una cada vez mejor organizada clase obrera. Un ejemplo del “éxito” de la reforma de Haussmann fue lo rápido que el ejército pudo aplastar la Comuna de París en 1871. Ahora bien, si el modelo policial francés se intentó copiar sin mucho éxito, el caso del ensanche tendrá también muchas diferencias respecto al original francés. El proyecto de Ensanche de Castro fue aprobado en 1857, tres años más tarde se derribó la muralla que cercaba la ciudad, y ya en 1862 empezarán a aparecer las primeras construcciones. No obstante, del anteproyecto aprobado por el gobierno a la realidad material que finalmente se desarrolló sobre el territorio de la ciudad hay un abismo. Demasiado proyecto para tan poco presupuesto y voluntad política para llevarlo a cabo. El ingeniero acabó por sucumbir a los intereses de los propietarios, como el Marqués de Salamanca, que presionó para modificar las condiciones del proyecto. Aunque el proyecto de Castro tenía la intención de ser una intervención total y coordinada de las tres zonas del ensanche, lo cierto es que el propio sistema de financiación provocó que cada parte del proyecto se autonomizara en cuanto a su desarrollo se refiere: abrió el camino a propietarios y promotores para construir y sacar el máximo beneficio a costa de la comodidad y salubridad de los futuros inquilinos (Carballo, Pallol y Vicente, 2008: 81). Como la calidad del edificio y el precio del alquiler gravaban, los barrios ricos, como el de Salamanca, recibían más dinero que los barrios pobres. La media de alquiler por habitante en 1878 era 7,07ptas (Ensanche Norte), 15,6ptas (Ensanche Este), y 3,63ptas (Ensanche Sur). Quedaba patente que la modernización no iba a ser igual de próspera para todos: una mayoría seguía pasando hambre en los arrabales, donde las casas bajas, huertas y talleres se amontonaban en un espacio socialmente desfavorecido; mientras tanto, en el otro lado de la estructura social, y también de la ciudad, la Castellana se convertía en un coto cerrado de aristócratas y burgueses, lo que aumentó

el precio del suelo, creando una frontera entre un Norte rico y un Sur pobre que aún perdura. La burguesía escapa de la mezcolanza social, protegiéndose en barrios homogéneos, a través de los cuales va dando forma a una ciudad moderna que condicionará, a través del propio espacio, las diversas formas de sociabilidad de las diferentes clases. De esta forma nacía el barrio de Salamanca, como un intento de redención de los urbanistas que habían identificado la ciudad antigua con la enfermedad y la inseguridad. Un barrio que se ajustaba a la visión de una sociedad dividida en clases, la verificación de la creación de una ciudad por y para la burguesía. Tanto al nivel del Ayuntamiento, el gobierno y los promotores inmobiliarios, así como los técnicos, existió una identificación y conciencia de clase explícita, permitiendo que existieran leyes en perfecta armonía con los intereses privados (Díez, 1986; p.20). De esta forma, la división en barrios burgueses y barrios obreros a partir del Ensanche, supuso una arquitectura de acuerdo con la procedencia social y los recursos económicos de los habitantes (Díez, 1986: 100). La alta burguesía y la aristocracia dejarán el centro para irse al nuevo barrio en el primer tercio del siglo XX2. La construcción de barrios segregados no es, pues, una realidad natural ni una cuestión azarosa, sino estratégica. El poder social lo es también sobre el espacio, no hay mejor ejemplo que la constitución de estos barrios. El miedo a la mezcla social en un contexto de configuración de los intereses de clases es un vector fundamental. Asimismo, esta disposición espacial de la ciudad constata una de las paradojas de la burguesía: una clase que se apoya en valores profundamente individualistas, pero que en la práctica es necesariamente colectivista (Pinçon, 2003).

2.2. Lavapiés: entre lo peligroso y lo popular. Aunque la criminalización de la pobreza fingida puede situarse en el siglo XVI, no será hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se implemente en la ciudad de Madrid toda una serie de políticas de exaltación del trabajo y condena de la vagancia, así como una profunda reforma urbana vinculada a éstos. A partir del reinado de Carlos III, podemos decir que la ciudad empieza a tratarse como un todo, a partir de entonces empieza a

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Si en 1890 había 75 nobles en el barrio, en 1910 contaba ya con 138, entre los que había 79 marqueses, 39 condes y 12 barones (Díez, 1986)

desarrollarse una modalidad de control social urbano que, siguiendo a Foucault (2008), podríamos denominar disciplinaria. El punto de inflexión lo marcará el Motín contra Esquilache (1766), suceso que provocó un auténtico temor por parte de las autoridades. Las consecuencias políticas y administrativas que traería consigo son de una importancia crucial para comprender el desarrollo de Madrid. Así, dos años después del Motín, Carlos III dictará la Real Cédula de 6 de octubre de 1768 por la que se divide la población de Madrid en ocho Cuarteles, y cada Cuartel, a su vez, en ocho barrios. Es la primera vez que aparece el término barrio en una división administrativa, y los motivos hay que buscarlos, precisamente, en las razones de orden público que el motín suscitó. Al mismo tiempo, se crea una institución encargada de su vigilancia, el Alcalde de Barrio, cuya principal tarea será controlar

con

mano

dura

un

orden

público

amenazado.

Para

completar

institucionalmente las tareas de policía, y prevenir que se volviera a producir algarada alguna, se aprobó la Pragmática de 1774, con medidas dirigidas a contener los espíritus inquietos, enemigos del sosiego público, y defender á los dignos Vasallos de sus malignos perjuicios3. Así como a perseguir los papeles y pasquines sediciosos, dirigidos a atentar contra la tranquilidad pública baxo pretextos falsos4. Además de ésta, en 1782 el secretario de Estado crea la Superintendencia General de Policía, cuyo fin es la vigilancia de una incipiente opinión pública. Uno de los barrios de la ciudad donde hubo mayor participación en el Motín fue el de Lavapiés5, uno de los barrios bajos6 de la ciudad. Durante la Edad Media, esta zona extra-muros de la ciudad fue poblándose por gentes provenientes del campo, que gracias a una “economía de la improvisación”, con tanta historia en Madrid, sobrevivían en los arrabales que crecían alrededor de algún convento o palacio ubicado en las afueras. Al estar relativamente lejano del centro de la ciudad (Plaza Mayor), el barrio fue acogiendo algunos oficios “molestos” que, por reales decretos, fueron emplazados a estas zonas. Como los curtidores, que por decisión de Felipe II nada más llegar con la Corte en 1561, fueron emplazados a seguir con su actividad en lo que se conocerá como 3

Real Pragmática de 17 de abril de 1774. Ibídem 5 Pese a que en la división administrativa se hable de cuartel de Lavapiés, lo cierto es que tanto en el uso común, como en el literario, lo más corriente era hablar de barrio de Lavapiés. 6 La expresión barrios bajos hace referencia a los barrios de Lavapiés y San Francisco, en una doble referencia a su localización en pendiente hacia el sur, y a su composición social. La excepción que confirma la regla es el barrio de Maravillas, al Norte de la ciudad, también llamado bario bajo. 4

Ribera de Curtidores. En el cuartel de Lavapiés se irán levantando las primeras fábricas de la ciudad, como la de coches o la de cervezas en la plaza de Lavapiés. Pero la fábrica que dará mayor carácter al barrio será la de Tabacos, y sus trabajadoras: las cigarreras. De arrabal, Lavapiés pasa a ser uno de los barrios populares de Madrid, donde se concentraba buena parte del pueblo bajo madrileño (París, 2013), compuesto mayoritariamente de jornaleros y artesanos que (sobre)vivían con los ingresos obtenidos de vender su fuerza de trabajo. Era el colectivo más numeroso de Madrid, y será el principal actor de los motines, como el de Esquilache (López, 2006). Esa multitud que, progresivamente, iba siendo proletarizada por la propia imposición de las relaciones sociales capitalistas en la ciudad, era vista por parte de las autoridades de la ciudad como una muchedumbre iletrada e indisciplinada. Producto de una visión desde arriba, lo cierto es que despertaba en las élites sociales del Antiguo Régimen un ambiguo sentimiento de miedo, fascinación y desprecio. Los relatos costumbristas acerca del carácter madrileño, como un producto de valores procedentes de los manolos, los majos o los chisperos, perduran en el imaginario social. Todo el universo simbólico que representaban las clases populares a través de su lenguaje propio (parpusa, el agarrao, gachí, parné…), su vestimenta (el chambergo y la capa) y sus prácticas sociales (la pedrea, el juego, las tabernas…) será objeto de riguroso control. La llegada de masas de campesinos empobrecidos a una ciudad que no estaba preparada para absorber en materia de vivienda y trabajo, irá perfilando unos barrios bajos en proceso de redefinición como barrios obreros, en los cuales las ideas socialistas empezarán a encontrar una base social importante sobre la que desarrollarse. Las míseras condiciones de habitabilidad de las corralas7, la mayoría sin agua ni luz, y en unas condiciones higiénicas deplorables, las peligrosas condiciones de trabajos mal remunerados, y el establecimiento de una perenne “economía de guerra”, serán las bases materiales sobre las que se desarrolle una conciencia sobre las que articular la acción colectiva de estas clases dangerouses (Chevalier, 1958).

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Forma de vivienda obrera desarrollada a partir del siglo XIX. También denominado chabolismo vertical, por las míseras condiciones de habitabilidad e higiene.

3. Concentración y carencia espacial de capitales 3.1. Salamanca: exclusividad, orden y distinción social Buena parte de la alta burguesía y aristocracia madrileña fue poblando este barrio que iría, poco a poco, definiéndose como señorial a principios del siglo XX. Un barrio que sufrirá, no obstante, una “oleada bancaria” a partir de los años cincuenta, y como el resto del centro de la ciudad, un fuerte proceso de terciarización. Sin embargo, ambas tendencias han coexistido sin llegar a imponerse ninguna de ellas. El barrio de Salamanca sigue siendo “el barrio señorial” de Madrid, tanto por su arquitectura y edificios, como por las clases que siguen residiendo en él. Al mismo tiempo, todo el paisaje comercial que ha ido emergiendo ha caracterizado la zona como un espacio de consumo exclusivo (y por tanto, excluyente). Ubicándose en este barrio la célebre Milla de Oro (calle Serrano), una calle en la que se concentran las grandes firmas internacionales de moda y joyas, dirigidas a un cliente muy exclusivo, con unas medidas de seguridad muy fuertes. Al mismo tiempo, las oficinas han ido inundando este privilegiado espacio céntrico ubicado en el eje Recoletos-Castellana que es, precisamente, dónde más capital se está concentrando en forma de sucursales de las grandes empresas. Pero este empuje fuerte del comercio de alta y media gama no ha menguado decisivamente el carácter residencial del barrio, existiendo en éste una potente infraestructura de equipamientos públicos y, sobre todo, privados, dirigidos a mantener dicho carácter. El distrito de Salamanca, donde se encuentra el barrio homónimo, es el que tiene un mayor Valor Absoluto Añadido de toda la capital, así como el mayor número de empleados por residente. Aunque el sector servicios sea el mayoritario en toda la ciudad, el distrito de Salamanca se ha especializado en los servicios a empresas, y en la hostelería, transportes y comunicaciones. Estar cercano al eje de negocios de la capital ha provocado un crecimiento de la actividad terciaria en toda esa zona. El comercio del barrio, a diferencia de otros, está especializado en los artículos no alimentarios. Si alguien pasea por el barrio se encontrará con multitud de tiendas de ropa, zapatos, joyas, bolsos, trajes, relojes, etc. Sin embargo, la gran concentración de tiendas en este barrio ha llevado a una cierta especialización por zonas, siendo la parte Occidental del mismo donde se encuentran en mayor medida las tiendas de lujo y todo tipo de complementos. A medida que se avanza en dirección Este, el tejido comercial cambia, pudiendo trazar

una línea divisoria entre ambas zonas en la calle Príncipe de Vergara, una frontera que define la parte noble y la parte plebeya del barrio. El precio de las viviendas es un filtro social evidente, aunque no representa la única barrera. Aunque el barrio de Salamanca de principio del siglo XXI no es el de principios del siglo XX, como tampoco lo es la estructura social del país, lo que sí ha seguido manteniendo es el precio más alto del metro cuadrado de la ciudad (5.578 euros/m2), lo que ha servido de parapeto para la llegada de parte de las clases medias. La renta per cápita del barrio de Salamanca alcanza los 22.365 euros, siendo de los barrios de la ciudad con mayor nivel de renta. En este sentido, el barrio se caracteriza por contar con buena parte de los profesionales y técnicos científicos e intelectuales, así como un buen contingente de directivos de empresas, seguidos por un ejército de técnicos auxiliares. A pesar de esto, la alta presencia de oficinas de empresas financieras y de seguros en el barrio, provoca que a diario se muevan desde otras zonas de la ciudad muchísimos empleados. La “crisis económica” y el paro no han afectado de la misma manera a los vecinos del barrio de Salamanca que a los de otros barrios. En el distrito hay unos 7.500 parados, de los cuales, apenas el 10% corresponden al barrio. Salamanca está superpoblado de galerías de arte, no obstante, tanto los cines como los teatros han ido desapareciendo progresivamente, dejando al barrio privado de un tejido cultural. Esto no quiere decir que no haya oferta cultural, ya que una de las características más representativas de las clases dominantes en cuanto a la celebración de eventos culturales es su discrecionalidad. Esto quiere decir que tienen una vida cultural activa, como ya lo demostraría Bourdieu (2012), sin embargo, la mayoría de ellas se desarrollan en espacios reservados. Tanto en los grandes colegios de la burguesía, como el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, como a través de las numerosísimas parroquias e iglesias del barrio, se llevan a cabo innumerables actividades culturales. El ocio y el tiempo libre se desarrollan, de esta manera, en espacios cerrados (locales reservados, palacetes privados, etc.) o lejanos (Club de Campo). El poder de las grandes firmas y el precio del suelo, bloquean la apertura de espacios dentro del barrio para otros usos. La instalación cultural más representativa del barrio, y con la que más se identifiquen sus habitantes, quizás sea la Plaza de Toros de las Ventas, puesto que la cultura del toreo está muy desarrollada en esta zona de la ciudad.

Uno de los aspectos que más pueden sorprender en un barrio como el de Salamanca es la inexistencia de asociación de vecinos, al contrario que la mayoría de barrios de la ciudad. En la investigación encontramos a una persona que está, justamente, tratando de crear una asociación de vecinos en el barrio, a raíz de un problema con las plazas de aparcamiento en el mismo. No obstante, su propio testimonio es poco alentador en cuanto al futuro de dicha asociación. A pesar de que no existan, no hay que ignorar el poder de presión que se ejerce a través otras instituciones y canales, como puedan ser los partidos políticos, las asociaciones de empresarios, u otros grupos de presión existentes en el barrio. En este sentido, el barrio de Salamanca sigue siendo donde mejores resultados obtiene el partido que ha estado dirigiendo el Ayuntamiento de Madrid durante más de veinte años. Conocido también como “el feudo del PP”, las demandas en materia de equipamientos o cualquier problema que hubiera en el barrio donde habita el presidente del Congreso o numerosos jueces y diputados afines, han podido ser gestionadas por otros canales. Una potente infraestructura hospitalaria, escolar y conventual, tanto de ámbito público como privado, terminan de completar un tejido social que, precisamente, bloquea las pretensiones de una terciarización completa del mismo. Con el tiempo han ido apareciendo toda una serie de elementos estructurales alrededor de los cuales la burguesía ha podido cumplir sus necesidades para reproducir su dominación social. A través de la emergencia de esa red de servicios escolares, sanitarios, religiosos, pero también, de la cercanía al eje donde se concentra la mayor parte del capital económico y decisional de la ciudad, este barrio sigue ejerciendo una función espacial determinante. El desarrollo de este entre-sí selectivo, sólo al alcance de algunas clases con recursos (materiales y simbólicos) suficientes como para poder elegir hábitat, es una característica absolutamente cardinal del funcionamiento del capital espacial (Soja, 2008). La seguridad se ha ido definiendo a través de la consolidación histórica de un barrio social, étnica, económica y políticamente homogéneo, en el que disipar los temores producidos por la mezcla social. Quizás por esto, los principales adjetivos para describirlo hacen referencia al orden, la tranquilidad, o al elitismo.

3.2. Lavapiés: multiculturalidad, teatros y contrapoderes El que ha venido siendo uno de los barrios bajos de la ciudad, espacio donde se mueven y reproducen las clases peligrosas, ha ido configurándose como un barrio de clases trabajadoras con abundancia de infraviviendas (producto de la existencia de las Corralas), alta densidad poblacional, y una carencia de equipamientos públicos y privados considerable. Una situación que ha cambiado en las últimas dos décadas, pero de una forma muy tímida, en comparación a otros barrios del centro de la ciudad. El abandono institucional llevó a que este barrio se despoblara parcialmente a partir de los años ochenta, provocando una caída de los precios de la vivienda. Algo que permitió que grupos de jóvenes y migrantes internacionales con pocos recursos fueran llegando y ocupando las viviendas en peores condiciones, algunas de ellas ocupadas con k, ya que será en este barrio donde se lleve a cabo la primera okupación de un edificio por parte del emergente movimiento okupa en 1985. De este modo, la degradación del barrio está asociada en los imaginarios sociales, no sólo al aspecto urbanístico, sino también a los grupos que van llegando y dando carácter al mismo. Junto a estos grupos, las personas mayores con viviendas en propiedad que han decidido quedarse en el barrio, definirán los conflictos provocados por un entre-sí forzado. El distrito Centro, donde se encuentra el barrio de Lavapiés, y que engloba el recinto antiguamente amurallado, tiene una serie de peculiaridades propias. Entre ellas, concentrar un porcentaje muy alto de actividad comercial de carácter muy variado, o contar con un flujo de turistas mayor que cualquier otra parte de la ciudad. Esto hace que este distrito concentre buena parte del VAB de la ciudad, y que cuente con un porcentaje alto de empleados respecto a residentes. Una zona concurrida y valorizada, algo que eleva el precio del metro cuadrado hasta los 3.374 euros. Es una zona terciarizada, donde abundan comercios de lo más variopinto, además de toda una serie de servicios públicos centrales. El barrio de Lavapiés, dentro de esta zona con tanta actividad comercial, se ha ido especializando en función de su composición social y trayectoria. En este sentido, destacan los comercios de hostelería (bares y restaurantes), de productos electrónicos (reparación y venta de móviles, ordenadores, etc.), y de regalos (bisutería, ropa, etc.). Podríamos dividir al barrio, como el de Salamanca, en dos partes relativamente diferenciadas. La línea divisoria entre ambas zonas podría ubicarse atravesando de norte a sur la Plaza de Lavapiés. Así, la parte occidental estaría caracterizada por el comercio que linda con la zona del Rastro (antigüedades, pieles y

cuadros), históricamente establecida en esta zona; por un comercio mayorista y minorista frecuentado por personas de origen chino; en fin, por toda una serie de bares y restaurantes más tradicionales. En esta zona oriental, es donde se concentra buena parte de los locales dedicados a actividades culturales como galerías de arte, escuelas de danza o teatros, algo que lleva a caracterizar a esta parte del barrio como la zona bohemia. Del mismo modo, existe una mayor concentración de bares y restaurantes más modernos, especialmente en lo que se conoce como la playa de Lavapiés (calle Argumosa). Al igual que en el distrito de Salamanca, en el de Centro existe una relativa heterogeneidad socioeconómica. Mientras que la renta per cápita media del distrito se sitúa en los 12.393 euros, algunos barrios de su interior, como Lavapiés, tienen una renta media de 10.191 euros. Esta es una de las razones que obligan a los investigadores de la ciudad a descender en las divisiones espaciales fruto de lógicas burocráticas, para poder identificar las desigualdades existentes tras las medias estadísticas. El grupo profesional más numeroso de Lavapiés, al igual que en el resto de distritos céntricos, es el de profesionales y técnicos científicos e intelectuales (19%). Sin embargo, a diferencia otros barrios más acomodados del centro, predominan los vendedores de comercios (18%), así como un gran número de trabajadores no cualificados (17%), De este modo, se ha ido dibujando un barrio de clases trabajadoras dualizado en su estructura socioprofesional. Esta es una de las razones por las que se habla de la existencia de un proceso de gentrificación en el barrio que se traduce, entre otras cosas, en la entrada de esos estratos profesionales superiores (Sequera, 2013). A pesar de este fenómeno, el barrio de Lavapiés sigue siendo el que más carencia de equipamientos y servicios públicos sufre de todo el distrito, en un espacio donde se concentra buena parte de los trabajadores desocupados del centro. Y es que, de los 11.690 parados que hay en el Distrito Centro, un 35% son vecinos de Lavapiés. Lo que sí se ha desarrollado ha sido un auténtico desembarco cultural rápido y ambicioso, a través de diferentes instalaciones como el Teatro Valle Inclán, el Centro Dramático Nacional, así como una serie de galerías de arte que han ido saliendo como setas a espaldas del Museo Reina Sofía. Un desembarco cultural que también tiene en la emergencia de una red de pequeñas salas de teatro alternativas. Además de éstos, la apertura de cafés-librerías, tiendas de venta de productos a granel, o locales como la Gatoteca, van modificando el tejido comercial del barrio. De este modo, es significativa

la preponderancia del comportamiento de las clases medias en la resignificación del espacio urbano: son el consumidor definitivo, en tanto que el centro de la ciudad se ha dispuesto para el consumo y los estilos de vida de estas clases medias urbanas; son el consumidor definitorio, en tanto que sus habitus resignifican y reordenan el espacio urbano y sus sentidos; y, por último, son el consumidor definido, en tanto las políticas urbanas han priorizado la atracción y fortalecimiento de esta figura (Sequera, 2013: 7). Pero la entrada de estas clases creativas (Florida, 2010) también ha empujado en buena manera al desarrollo de diferentes iniciativas sociales que van, desde proyectos de autogestión de espacios abandonados, pasando por el desarrollo de diferentes asociaciones de diverso ámbito (cultural, social, político, ecológico…etc.), hasta llegar a formar toda una red de colectivos que trabajan en el barrio. De este modo, seguramente estemos ante uno de los barrios del centro de Madrid con una vida social asociativa más intensa y diversa. Desde la Asociación de Vecinos de la Corrala, creada para luchar contra la infravivienda y los problemas derivados del abandono institucional que ha sufrido el barrio desde los setenta, hasta el desarrollo del centro social la Tabacalera, han sido muchos los colectivos de mujeres, inmigrantes, jóvenes, artistas, activistas políticos, etc., que han visto en este barrio un espacio idóneo donde materializar sus proyectos. El fuerte empuje que sufrió la red de activistas del barrio a partir del 15M en 2011, fue determinante en cuanto a las cuestiones securitarias suscitadas a partir de entonces. En uno de los barrios más contestatarios se van a empezar a objetivar toda una serie de conflictos que atraviesan el barrio pero que, en definitiva, definen nuestra sociedad. Fue a partir de ese momento cuando empezaron a denunciarse las redadas racistas por parte de la policía que, diariamente, paraban e identificaban a ciudadanos por su color de piel, algo que desde las Brigadas de Observación de los Derechos Humanos denuncian como prácticas ilegales. En este sentido, el artículo 17 de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana es claro: en la práctica de la identificación se respetarán estrictamente los principios de proporcionalidad, igualdad de trato y no discriminación por razón de nacimiento, nacionalidad, origen racial o étnico, sexo, religión o creencias, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. La presencia de activistas en el ejercicio de esos controles policiales ilegales llevó a una creciente tensión con los agentes, provocando una masiva manifestación que logró expulsar del barrio a la policía de forma pacífica.

Este hecho fue determinante para la aprobación del Plan Integral para la Mejora de la Seguridad y la Convivencia en el barrio de Lavapiés, aprobado en diciembre de 2012 por la iniciativa de la Subdelegación del Gobierno presidida por Cristina Cifuentes. De este modo, se subraya que las circunstancias que dan origen a que se plantee (…) un aumento de la actividad policial en el Barrio de Lavapiés, se produce a consecuencia de distintos incidentes protagonizados por grupos antisistema que dificultan las intervenciones policiales y ponen en riesgo la seguridad ciudadana de toda la zona (Plan de Seguridad, p.10). Por tanto, la peligrosidad del barrio no se produce tanto por un aumento de la criminalidad, puesto que no existe en el Barrio de Lavapiés un problema delincuencial específico, la Tasa de Criminalidad está muy por debajo de la media del Distrito (Plan de Seguridad, p.11), sino más bien por un reflujo de la movilización social y, concretamente, por un conflicto abierto con ciertas prácticas policiales normalizadas.

4. Distinción y estigmatización territorial Las diferentes estrategias llevadas a cabo por los actores sociales en las ciudades llevan a operar una transformación de los capitales acumulados en los barrios. De esta forma, los diferentes tipos y volúmenes de capital económico, cultural y social que se concentran en un barrio de clases trabajadoras en proceso de modernización, y otro de clases medias y altas en proceso de afirmación, se traducen en una forma concreta de capital simbólico colectivo. Con esto, estamos tratando de aplicar el conceptoherramienta de Pierre Bourdieu a ámbitos sociales más allá del individuo (Bourdieu, 2012).

4.1. Un barrio tranquilo para gente de orden Desde que nació el barrio de Salamanca, la mezcla social ha sido vista por las clases dominantes que fueron poblando esta zona de la ciudad como una cierta “promiscuidad” en sus espacios de vida. El desarrollo de toda una serie de filtros y barreras de orden económico y simbólico han tratado, justamente, de servir de muro defensivo ante la amenaza de la entrada de intrusos. Estamos ante un espacio totalmente privatizado en el que el dominio efectivo, legitimado por los títulos de propiedad, corresponde a dos

partes definidas de la sociedad: nobleza y burguesía. Ambas serán las que (…) modelen el sector en función de sus intereses. (Mas, 1982; 112). El único barrio que se libraría de los bombardeos durante la Guerra Civil, acogería a buena parte de la clase dirigente madrileña hasta los años sesenta, momento en que se modifica su mono-funcionalidad. Con la terciarización, una parte de sus residentes se van a los nuevos desarrollos inmobiliarios de la corona metropolitana del Noroeste (Mirasierra, Pozuelo, Puerta de Hierro, etc.). Una de las zonas del barrio más exclusivas es la calle Serrano, conocida como la Quinta Avenida de Madrid, y en consonancia con el Triangle d’or parisino. Será precisamente a estos espacios hacia los que el Ayuntamiento trate de encauzar el turismo de compras, objetivo fundamental del empresarialismo urbano (Harvey, 2007). Los medios de comunicación también han puesto de su parte para la promoción de este barrio de la ciudad, en plena connivencia con las autoridades locales. No obstante, sigue teniendo una importante función residencial, siendo el espacio urbano con el precio del metro cuadrado más caro de toda España, con los comercios más exclusivos de la ciudad, con mayor número de embajadas extranjeras, pero también con el mayor número de trabajadoras del servicio doméstico. Un barrio donde se dan, al mismo tiempo, acuerdos empresariales de gran importancia para la economía global, y relaciones de servidumbre que se han mantenido como seña de distinción. El barrio de Salamanca se va proyectando sobre los propios imaginarios como un espacio socialmente excluyente, moderno y seguro. Toda una serie de estigmas positivos que ayudan a reproducir ese capital simbólico que sigue bloqueando la terciarización del mismo. Es preciso comprender los fundamentos de la lógica social que fuerza a las clases privilegiadas a vivir entre ellas, a distancia de los otros grupos sociales. Y es que uno de los privilegios de estas clases superiores es poder juntarse en espacios preservados de todo contacto con las clases populares, medias y las fracciones menos legítimas de la burguesía. La reproducción de las posiciones inseparablemente sociales y espaciales, señala la capacidad exclusiva de este grupo social para desarrollar un poder segregador, de forma que consigue redoblar las distancias sociales a través de las distancias espaciales. La posesión de un alto nivel de capital social y económico permite elegir el lugar de residencia, algo que no todas las clases pueden permitirse. En este sentido, las clases altas no tienen otra elección que vivir entre ellas en un mismo espacio, a riesgo de exponerse al desclasamiento. Ese entre-sí socialmente selectivo es una de las

condiciones de posibilidad de transmisión de herencias de todo tipo, de las que depende su propia reproducción social como clase. Herencias en forma de capital económico (renta y patrimonio), social (red extensa y cultivada de amigos e influencias), cultural (heredado y adquirido en colegios y universidades privadas), y toda una serie de disposiciones que hacen que la excelencia social pase, necesariamente, por este entre-sí (Pinçon, 1989).

4.2. Disciplinando la multiculturalidad y el activismo de base Se podría decir que la peligrosidad de las calles de Lavapiés no algo nuevo. Ya en el siglo XVIII, durante el Motín contra Esquilache, la masiva participación de las clases subalternas que poblaban esta zona llevó a indexarla como peligrosa e insegura por parte de las autoridades. Aunque es obvio que la naturaleza de los procesos históricos que han ido definiendo los acontecimientos políticos ha ido transformándose con el paso del tiempo, lo cierto es que el recurso a la historia siempre ayuda a interpretar los hechos sociales del presente. Ser conscientes de que los imaginarios sobre la peligrosidad social asociada a los vecinos del barrio no es “algo” que haya surgido “de repente” en el siglo XXI, nos obliga a contextualizar. La posición central privilegiada del barrio, en cuanto al consumo y al turismo, ha llevado a un renovado interés público y privado (gobernanza local) hacia esta zona de la ciudad con un gran potencial económico. Este barrio sufre en la actualidad una metamorfosis por la llegada de nueva población residente y visitante, transformándose en un barrio de moda, con el subsiguiente riesgo. Aunque el padrón recoge una presencia de personas extranjeras que ronda el 30%, lo cierto es que las estimaciones hablan de un 40 o 50% de población extranjera en el barrio, la mayor concentración de Madrid. Sin embargo, hablar de guetto de una forma tan airada como algunos medios de comunicación hacen, es una falta de rigor más cercana al sensacionalismo que a la verdad empírica. Una de las señas de identidad del barrio está representada por la manida etiqueta multicultural, que señala el mosaico étnico que habita en el barrio, una especie de foto fija de una realidad pintoresca, colorida, exótica, que lleva tiempo siendo explotada por las propias instituciones para promocionar este espacio urbano, en el que las nuevas clases medias están teniendo un protagonismo fundamental. Fiestas como Bollywood, el año nuevo Chino, o Tapapiés,

por citar sólo algunos ejemplos, hacen que la imagen del barrio vaya transformándose hacia una especie muy concreta de cosmopolitismo. El atractivo de este espacio de la ciudad como barrio multicultural, bohemio, exótico, etc., incluye la presencia de otros, lo que activa toda una serie de discursos y prácticas destinadas a producir un mezcolanza social controlada. De esta forma, con la colaboración de ciertas asociaciones de comerciantes y vecinos, se llevó a cabo una campaña contra la inseguridad ciudadana en el barrio, coincidiendo con el renovado interés institucional y corporativo en el mismo. A partir de entonces, todo un dispositivo securitario se ha ido desplegando, instalándose en 2009 cuarenta y ocho cámaras de vigilancia, cuyo fin no es tanto reducir una delincuencia en niveles bajos, como modificar o desplazar ciertas prácticas de grupos concretos del ideologizado espacio público (Delgado, 2011), definido como un lugar sin conflictos de clase. A esto se sumó en 2012 el citado Plan de Seguridad. Todo el proceso de pacificación del barrio ha necesitado de un largo periodo de producción de la inseguridad ciudadana, en el que el papel de los medios de comunicación sigue jugando un rol fundamental. Titulares que señalan al Bronx madrileño8, usan términos como reyertas, algaradas, antisistema, batalla campal, protesta ilegal9, etc., o especifican la nacionalidad de un agresor únicamente cuando no es español10, hablan por sí solos. Las luchas de apropiación del espacio son un campo crucial en la configuración de barrios o ciudades, sin embargo, no todos los grupos están igualmente armados para afrontar semejantes batallas simbólicas. La capacidad de los diferentes agentes por dominar el espacio dependerá del capital poseído, tanto en su volumen como en su estructura, en función del cual estos grupos pueden adueñarse de un bien escaso, en este caso, un barrio céntrico simbólicamente atractivo con un gran potencial económico. A diferencia de la vieja burguesía, esta nueva burguesía cosmopolita y progresista gusta de codearse en el mismo espacio con otras clases y etnias. Pero la condición de posibilidad de esa mixticité sociale es que sea estrictamente controlada y definida desde su posición, a través de toda una serie de dispositivos que van construyendo los discursos y prácticas asociadas al buen vecino (Tissot, 2011).

8

El PSOE acusa al PP de que el barrio sea el Bronx madrileño. El País. 02/05/2010 Una nueva protesta ilegal de radicales antisistema acaba en otra batalla campal. ABC. 25/11/2007 10 Una pelea entre chinos y magrebíes en Lavapiés acaba con tres heridos. El País. 09/05/2000 9

5. Reflexiones provisionales A partir del planteamiento de un modelo de análisis fundamentado en tres pilares o vectores,

nuestra

intención

ha

sido

plasmar

la

necesidad

de

complejizar

metodológicamente los análisis sociológicos de la ciudad. Partimos de la premisa de que la mejor forma de conocer el presente es recurriendo a la historia, por ello, vemos imprescindible el ejercicio de una genealogía del espacio de análisis (Álvarez-Uría, 2008). Algo que nos llevará, necesariamente, a las instituciones que han hecho posible ese espacio. De esta forma, llevar a cabo un análisis basado en la teoría social de Bourdieu, a partir del cual definir estos espacios según la acumulación de diferentes tipos de capital, nos permitirá identificar las condiciones de posibilidad de la emergencia de determinados discursos y prácticas. La emergencia y desarrollo de todo un capital simbólico colectivo en estos barrios es una pieza fundamental en el desarrollo de las diferentes luchas por el espacio que se llevan a cabo en nuestras ciudades y barrios. La apropiación o defensa de un espacio por parte de unos determinados grupos sociales lleva consigo toda una producción discursiva que es necesario descifrar sociológicamente. Por lo tanto, y siguiendo a la Escuela de Análisis Sociológico del Discurso (Ibañez, 1995; Alonso, 2003; Conde, 2009) sostenemos que no es deseable reducir los discursos sociales a entes autónomos, portadores de todo el significado, sino referirlos (necesariamente) a los conflictos y procesos sociales históricos que generan las condiciones de existencia de los mismos. Reconociendo la imposibilidad de comprender y explicar los textos por sí mismos, sino únicamente refiriéndolos a su contexto concreto de producción e interpretación introduciremos la historia, el contexto y el sujeto como elementos indispensables del análisis sociológico. El espacio no es algo separable del mundo social, es decir, no es una realidad autónoma susceptible de aislar en un laboratorio. Lefebvre ya advertía acerca de la ideología que hay en concepciones del espacio como lugar abstracto, vacío o neutral, categorías todas ellas que suponen la imposición de una determinada visión de la realidad social, de unas determinadas relaciones de poder (Lefebvre, 2013). La cuestión espacial nos remite necesariamente a la coacción por los recursos comunes a lo largo del tiempo, pero igualmente, a su reapropiación. Así, el espacio está marcado, no sólo por la diferencia respecto a otros espacios, sino también por las desigualdades sociales que apuntan a las relaciones de poder en un orden social. De esta forma, el espacio no sólo existe en su expresión material, sino que también es una categoría de percepción de la realidad y la

acción pública. Un buen ejemplo de esto es la forma en que el urbanismo, a través de palabras que designan espacios, contribuye a su producción y organización (véanse los barrios sensibles o peligrosos). Los campos sociales se superponen en los lugares concretos, lo que lleva a que exista una tendencia a la concentración en determinados lugares del espacio social de todos aquellos bienes que son más escasos. Una concentración que se traduce, como contrapartida, en una escasez de éstos en otros espacios. De esta forma, se construyen lugares en el espacio social con una gran concentración de estigmas positivos (distinción social), y otros, que acumulan toda una serie de estigmas negativos (estigmatización social). Madrid, como capital donde se concentra la mayor parte de los grupos sociales con poder decisional sobre los asuntos políticos y económicos del Estado, se contrapone a ciudades de provincia que carecen en absoluto de todo poder de influencia sobre dichas cuestiones. De la misa manera, dentro de Madrid se experimenta una sobre-concentración de capitales de todo tipo en determinados barrios, mientras que otros se caracterizan precisamente por su ausencia. Se ponen, de esta forma, en funcionamiento, toda una serie de oposiciones que se reproducen en las categorías de pensamiento y apreciación de los diferentes espacios. Esta es una de las formas en que incorporamos a nuestra propia capacidad de interpretación del espacio las estructuras del orden social, ya que es a través de la exposición prolongada a las distancias espaciales en que se afirman las distancias sociales (Bourdieu, 2010: 121). Poner énfasis en el hecho de que nuestras estructuras mentales son, en parte, resultado de haber incorporado las estructuras espaciales que nos rodean, y sobre las que, necesariamente, hacemos sociedad, no tiene otro motivo que el de señalar la importancia de las formas en que el orden social se inscribe sobre el espacio, y ejerce, a través de él, una serie de fuerzas sobre los sujetos y sus representaciones sociales. El espacio es uno de los lugares donde se ejerce el poder de una forma mucho más sutil, aceptada y naturalizada, una auténtica violencia simbólica inadvertida (Bourdieu, 2010). Según Castel (2003) existen dos tipos de protecciones en nuestras sociedades occidentales, definidas a partir del propio desarrollo del Estado de derecho (protección civil) y social (protección social). Mientras la primera garantiza las libertades fundamentales y la protección de los bienes y las personas, la segunda protege contra los principales riesgos susceptibles de entrañar una degradación de la situación social de

los individuos, sea una enfermedad, un accidente, la desocupación prolongada por crisis económicas o la propia vejez. Pues bien, cuando hablamos al principio de la comunicación del proceso de re-conceptualización de las categorías de sentido común, hacíamos referencia, precisamente, a la simplificación operada en el campo de las seguridades proporcionadas por el Estado a los ciudadanos, que ha dado a luz un concepto como el de seguridad ciudadana. La seguridad de los ciudadanos depende de ambos tipos de protecciones (civiles y sociales), por lo que reducirla a una de estas dimensiones es una operación ideológica que esconde un ataque frontal al Estado social. Tratar de solucionar el problema de la inseguridad ciudadana en barrios donde, precisamente, se está retirando los mecanismos para proporcionar seguridad social a las clases más explotadas y demonizadas de la sociedad tan sólo puede dar como resultado un cortocircuito muy peligroso en sus consecuencias.

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