Moda, Vestimenta e indumentaria en la Edad Media

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Moda, Vestimenta e indumentaria en la Edad Media Moda en la Literatura Medieval 16-01-1015 Literaturas Hispánicas Medievales Diego Mínguez Lerma

Diego Mínguez Lerma

1º Estudios Hispánicos

1.Introducción: ............................................................................................ 2 2.Atavío de la nobleza: ................................................................................ 2 3.La Camisa: ................................................................................................ 4 4.El Brial y la Saya: ..................................................................................... 5 5.El Pellote o Pelliçon: ................................................................................. 7 6.El Manto:................................................................................................... 8 7.Atavíos Pupulares: ................................................................................. 10 8.Atavío Caballeresco: .............................................................................. 10 9.Conclusión. .............................................................................................. 12 BIBLIOGRAFÍA:........................................................................................ 13

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1. Introducción:

Así como en muchos otros aspectos de la sociedad, el arte y la cultura medieval, en la moda, la Europa medieval obtuvo una gran influencia de Bizancio, muchas de las técnicas de confección y de los trabajos fueron importados desde Oriente (como el uso de botones). En este nuevo período comienza la normalización del sastre profesional que ejerce una figura importante en la historia de la moda a partir de este momento. Para la clase noble, la ropa tenía un valor identificador ya que les diferenciaba de las otras familias, mientras que para el pueblo y el bajo clero la finalidad de los atuendos era meramente funcional y, en todas las clases sociales, se podía encontrar una gran similitud entre la indumentaria masculina y la femenina. Los campesinos y obreros, por su parte, vestían prendas cortas para mayor libertad de movimientos, los miembros de la iglesia llevaban togas eclesiásticas, no muy diferentes a las actuales mientras que los integrantes de gremios solían utilizar un tipo de ropa que denotara su oficio, por lo que la diferenciación de la indumentaria erradicaba más en la clase social y en la funcionalidad y no tanto en el género.

2. Atavío de la nobleza: Las prendas femeninas, por su parte; eran idénticas a las de los hombres en muchos aspectos; lo más notable era la adaptación a la figura de la mujer. Si bien ambos géneros solían vestir prendas holgadas, las mujeres tendían a acampanar aún más las faldas y enriquecerlas con brocados o virtuosos encajes.

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Tras la peste bubónica de 1348, como suele pasar en todas las crisis de este estilo, las prendas sufrieron un cambio hacia la extravagancia y el refinamiento entallándose más a la figura de la mujer. Pero, a causa de diferentes normativas sobre el decoro, las ropas volverán a ser cada vez más austeras con el tiempo. El traje femenino se caracterizaba por poseer una gran sencillez y armonía combinando sabiamente cada uno de los colores y detalles de una viveza extraordinaria. Por otro lado, como se ha dicho, las prendas masculinas (de manera más marcada que las femeninas) venían determinadas por la clase social y el oficio que profesaban. Aún con todo, la prenda básica era una túnica, cubierta por un vestido holgado sin mangas llamado pellote, con cinturón a la altura del talle y una capa o manto. En esta época Flandes se convirtió en el centro de la confección Europea donde telares múltiples dominaban este arte como ninguno en otro lugar; pero fue París la que se proclamó capital de la moda, sobretodo, masculina debido al gusto de los franceses por el lujo. Este modo de vestir fue poco a poco desarrollándose hasta alcanzar límites insospechados en los que la diversidad de prendas era, sin duda, un hecho que hasta entonces no se había dado: La moda se había convertido en un acontecimiento social.

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3. La Camisa:

En cuanto al atuendo básico de la época; la primera de las prendas interiores era la camisa, un ropaje muy extendido en todas las capas sociales de la Europa medieval. Estaba provista de mangas, se ceñía a la cintura, marcaba bien el talle y poseía cierto vuelo en el bajo. En el caso de los niños, era la única vestimenta exterior, pero en los adultos se consideraba una prenda íntima y de ambiente privado. Generalmente las camisas femeninas estaban más ornamentadas al portar decoración en bordados de oro y plata, lo que daba lugar a que fueran más caras que las de los hombres. Se le daba, en Castilla, una gran importancia a que fueran de un blanco inmaculado; es tal este hecho que, en contadas ocasiones, se alude de manera hiperbólica a su blancura comparándola con la de un lucero o, por ejemplo, la de la 4

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nieve. Esta obsesión por el blanco proporcionó el material necesario para que se llegara a creer que ciertas camisas poseían valores virtuosos como aparece en las Cantigas o en El Libro de Alexandre, donde se habla del poder protector de la prenda. Pero fuera del ámbito puramente esotérico esta vestidura era considerada un símbolo lujurioso de la mujer y, como tal, la camisa debía cubrir el cuerpo de manera plena “previniendo” cualquier tipo de perversión. En conclusión, la mentalidad misógina imperante en aquella época era un foco de leyes y ordenanzas que hacían de la vestimenta de la mujer una completa cárcel para su cuerpo. La versión masculina, por otro lado, era más corta e incluso se llegaba a combinar con bragas o calzones para mayor comodidad. También había una variante de esta prenda con abotonado en la zona pélvica que sustituía a la braga, quedando todo en una misma pieza de ropa.

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4. El Brial y la Saya:¡Error! Marcador no definido.

Era una túnica con anchas mangas que, en el caso del brial, su tamaño era considerable. Tal era esta amplitud que permite a un caballero (en la Historia Troyana) rasgar la manga del brial a una dama y enarbolarlo como pendón. En general, el brial, se considera un atuendo femenino, aunque en El Libro de Alexandre, se representa en varias ocasiones de esta manera cuando aparece la túnica de Alejandro Magno. Las imágenes de la Virgen son vestidas con brial y, las damas nobles al vestirlo, según las costumbres de la época, dan impresión de castidad, inocencia y santidad; hechos a los que toda señora noble debía aspirar. En general, en la cultura europea, esta prenda está relacionada con gran variedad de seres míticos como las valkirias nórdicas o la Dama del Lago de la leyenda artúrica que representan, en muchos de los casos, milagrosas señoras dadoras de Gracia.

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Víctor Gay, en su Glossaire Archeologique, define el brial como una túnica entallada con largas y ajustadas mangas, lazada a los lados y cerrada al pecho por un botón o un broche. Solía arrastrar, ocultando totalmente los zapatos y aparecía ceñido al cuello no dejando muestra de escote. Para ceñir el brial al talle, se utilizaba la cinta o el cinturón; considerado un objeto de lujo, este accesorio no solo tenía valor de sujeción en la prenda, sino también ornamental y, como se expresa en El Libro del Buen Amor, fue adquiriendo gran cuantía durante la Edad Media. Su confección era de una rica variedad de formas y combinación de telas pero las más extendidas eran las cintas de cuero. Aunque, en la nobleza, la diversidad de adornos era infinita. En cuanto a la cota o saya (llamada así solo en Castilla), su origen proviene de un tipo de túnica especial para los clérigos que poco a poco fue adquiriendo importancia entre los sectores civiles de la población. En La Primera Crónica General aparece la primera observación realista de este atuendo cuando tiene lugar el episodio del león en el cual Diego González de Carrión, se rompe “El manto et la saya en la espalda” al intentar esconderse del animal. En muchas ocasiones, se la designaba como segunda camisa o camisa de encima dado que, en muchos aspectos, el patrón no variaba demasiado al confeccionar una u otra. Si es cierto también que su uso fue común al pueblo y a la nobleza dada su versatilidad. Una variante muy

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utilizada de este atuendo fue la saya encordada que poseía una abertura lateral lazada con una cinta.

5. El Pellote o Pelliçon: La siguiente prenda que cubría la túnica era el pellote el cual era considerado un complemento de esta y era costumbre utilizar ambas prendas durante la estancia en el hogar (Libro del Buen Amor: “Desd´aquí a la mi tienda non ay synon la pasada, en pellote vos gredes como por vuestra morada”). Era una prenda bastante polivalente y usada por todo tipo de personas, aunque el pellote del noble era muy característico por ir adornado con pieles de armiño y bordados en pan de oro. En el caso del pellote femenino la prenda era algo más ceñida que la varonil y sobrepasaba con creces los talones al igual que el brial, mientras que en el pellote masculino rara vez llegaba a los talones, aunque sí es cierto que en la clase noble se tendía a alargar las prendas más de lo habitual. En términos generales el pellote aparecía como una túnica sin mangas, las cuales eran sustituidas por dos grandes aberturas desde el hombro hasta la cintura. Los bordes de estas aberturas solían estar guarnecidos con pelo de armiño dando un aspecto más lujoso y noble a la prenda. También aparece denominado como pelliçón; concretamente en el Cantar del Mio Cid cuando el Campeador encuentra a sus 8

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hijas en el robledal de Corpes afrentadas por los infantes de Carrión.

Allí

recurre

a

los

pelliçones de sus vasallos para vestirlas (2720: “Alli les tuellen los mantos y los pelliçones]) 6. El Manto: Una vez vestidos con la camisa, brial y pellote; los nobles solían cubrirse con el manto o “paño”. Estaba restringido a la nobleza y era distintivo de los caballeros medievales, su origen se remonta a los griegos y de estos el manto adquiere importancia en las culturas posteriores: romanos, germanos (atado al hombro izquierdo), bizantinos, carovingios, merovingios… Concretamente, de los bizantinos proviene el manto cuadrangular llamado pallium que podría ser el origen del palio que corona a las imágenes religiosas y, más tarde, llegará también el manto semicircular propio de los caballeros medievales. Sin embargo, como ocurre siempre con las prendas femeninas, el manto que

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portaba la señora medieval era de mayor amplitud que el masculino, tal era su envergadura que en La Primera Crónica General se nos relata que el criado de Doña Lambra se refugia bajo el manto de su señora para esconderse de los infantes de Lara que, finalmente, le dan caza. Se llegó a denominar también paño y en él había un gran despliegue de lujo tales como armiños, bordados, cuerdas de oro… Y, en el caso de la mujer, el corte era el mismo que el del Pallium bizantino (Oblongo y alargado) en vez de semicircular, dejando tras de sí una majestuosa cola.

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Por definición, de origen más humilde que los nobiliares, aunque, en su mayoría la base del atuendo es la misma; utilizaban la camisa, la saya y el pellote; todo ello en telas rústicas y poco lujosas debido a que prevalecía la función antes que la apariencia, de esta manera la ornamentación era mínima. Si bien no tenían derecho a hacer uso del manto; la capa era un elemento indispensable del atavío popular ya que su versatilidad permitía la realización de múltiples oficios; eran cómodas, abrigaban, protegían del sol, de la lluvia, del viento y permitían incorporar múltiples bolsillos internos: eran prácticas.

8. Atavío Caballeresco: El traje militar tiene dos fines básicos: la protección del cuerpo y no impedir la libertad de movimientos. El diseño de las armas y armaduras se basaba en estos dos principios, pero la teoría dejaba mucho que desear a la práctica ya que; pudiendo estar bien protegidos, la clase guerrera del mundo feudal debía soportar jornadas enteras encajados en una armadura que doblegaba su peso, por lo que el segundo fin de esta se incumplía por completo. La indumentaria militar, según se nos cuenta en El Libro de Alexandre, consistía primeramente en un Gámbax; una especie de camisa protectora o jubón acolchado que se ponía debajo de la loriga para amortiguar los golpes. Esta, la loriga que iba por encima del Gámbax, era un conjunto de anillas de hierro remachadas que protegían al caballero a modo de malla impidiendo que las armas enemigas no profundizasen, se complementaba con el almófar, del mismo tejido y protector de la cabeza. Tras la Loriga se solía colocar una cota de armas, si antes no estaba el perpunte (una saya de caracteríasticas semejantes al Gámbax); pues el caballero se coloca, de forma visible, 11

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este vestido sin mangas y ligero con el emblema de su señor con el fin de mostrar su lealtad. En la cabeza, antes del almófar, se colocaba sobre los cabellos la cofia de armar para recoger el pelo y, más tarde y despúes ya del almófar, el “capillo de fierro” que venía a ser la primera defensa tras el yelmo, el capillo acostumbraba a ser un casco semicircular que se remachaba para dar mayor protección al cráneo; por ser más cómodo que el yelmo, solía utilizarse de forma independiente a este incluso a veces se prescindía de él.

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9. Conclusión. La Misoginia en la prenda y el atuendo como instrumento para recuperar el honor:

La vestimenta en la Edad Media, como bien se ha dicho antes, era una cárcel física para las mujeres dado que, en todas las ordenanzas y demás reglamentos que hay registrados acerca del decoro, se puede ver cómo la influencia de la Iglesia se hacía notar hasta en el más ínfimo detalle de la sociedad. Una mujer, por normativa, podía lucir poco más que su cara, y la que no acatara esta serie de leyes tenía un destino peor que ir a la cárcel o perder su casa: perder el honor, su marido tenía derecho a repudiarla y una vez que esto sucediera su única salida era la prostitución. Con esto, más que evitar el crecimiento del “trabajo de la calle” lo único que se hacía era fomentarlo, además de una manera cruel y bastante deplorable. Perder el honor era lo último que uno perdía, incluso después de la vida. En esto se basaban muchas de las prendas y la forma de vestir de la época, precisamente fue el fragmento del Cantar del Mio Cid de las Cortes de Toledo en el cual se inspiró este breve estudio. En él, el Campeador debe reunirse con el rey y sus enemigos para zanjar el tema y recuperar el honor que le ha sido despojado; para ello viste sus mejores armiños, sus trajes de gala y ordena a sus vasallos que hagan lo mismo: sabe que la primera impresión es la que cuenta. Pero también es precavido y ordena llevar las lorigas bajo los mantos, previniendo algún tipo de gesto de cobardía de sus enemigos. Como se puede observar al leer dicho episodio, uno de los puntos de inflexión que hacen recuperar al Cid su honra es la forma de vestir; el atuendo considerado como arma contra los enemigos, como instrumento de guerra.

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BIBLIOGRAFÍA: Las Cantigas. Estudio Arqueológico de sus miniaturas, por JOSÉ GUERRERO LOVILLO (Instituto Diego Velázquez, Consejo Superior De Investigaciones Cientificas,1949) Historia de la Moda. Desde Egipto hasta nuestros días, BRONWYN COSGRAVE (Editorial Gustavo Gili, SA, 2005) Cantar de Mio Cid, edición, ESTUDIO Y NOTAS DE ALBERTO MONTANER. (Madrid: Real Academia Española – Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2011). ILUSTRACIONES: DiegoMLVlanco. (Sitio Web: http://diegomlvlancoart.blogspot.com.es/)

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