Mística para Principiantes -V Congreso del Futuro-

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Descripción

V Congreso del Futuro Panel: Ciencia y Religión Biblioteca Nacional Presentación del profesor A.C Grayling: Mística para principiantes (Mystics for dummies) Renato Garin Esta mañana tengo el honor de presentar al profesor Anthony C. Grayling, doctor en filosofía en la Universidad de Oxford. El profesor Grayling pertenece a una tradición filosófica marcada por la obra de uno de sus maestros, el profesor Peter F. Strawson. El tronco intelectual de la carrera de nuestro exponente está marcada por un tema central que es relación entre la filosofía y la religión. Esa es una de las aristas principales de su tesis doctoral y de dos de sus libros más conocidos, La refutación del escepticismo y El Espejismo de Dios. El profesor Grayling pertenece a la tradición británica de la filosofía analítica, desarrollada en las universidades de Oxford y Cambridge. Esta tradición es el resultado centenario de la lectura de tres autores fundamentales: Gottlob Frege, Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. Esta mañana quisiera enunciar brevemente los contornos lingüísticos de un concepto que manejan estos autores. Es un concepto que desdibuja la supuesta oposición entre ciencia y religión. Ese concepto es la mística. LO INDECIBLE Para entender a la filosofía analítica del siglo veinte debemos entender el rol de un núcleo de pensadores denominado el Círculo de Viena, un grupo de filósofos que pensaban que el rol de la filosofía era fundamental uno: distinguir lo que es ciencia de lo que no es ciencia. Para esta tarea proponen que las herramientas fundamentales para esta tarea eran la lógica y la epistemología. En el Circulo de Viena confluyeron los autores muy influyentes como Rudolf Carnap, A.J Ayer, Alfred Tarski, y Moritz Schlick. La pregunta que persiguen todos estos autores es ¿Qué se puede decir sobre el mundo? Esta es la pregunta de la ciencia o, mejor dicho, de la filosofía analítica de la ciencia. Dicho de otro modo: ¿Qué es aquello que distinguiría a la ciencia de la superstición, de la ideología, de la poesía, de la religión, y de la charlatanería? En buenas cuentas, es la filosofía analítica, con sus postulados lógicos y su metodología escéptica, la que constituye la raíz de esa discusión filosófica. Esto es interesante pues durante un siglo, y con la clara anuencia del Círculo de Viena, la filosofía analítica se ha ocupado de entender lo “decible”, aquello que podemos “decir” sobre el mundo. Sin embargo, los lectores atentos de Frege, Russell y Wittgenstein, sabrán que a ellos también les parecía relevante entender aquello “que no se puede decir” sobre el mundo. De hecho, la obra central de la tradición analítica, el Tractatus de Wittgenstein, se ocupa de articular una teoría sobre lo indecible. En su obra, Wittgenstein sostiene que lo indecible es la mística, y que, a su vez, lo místico es lo indecible. Lo indecible no es algo “sin sentido”, ni una abstracción poética ni un enunciado religioso. Lo místico, según Wittgenstein, es lo que permite entender el mundo como un todo. En su famosa Conferencia sobre Ética 1 Wittgenstein describe varias vivencias que nos relacionan con lo místico: “Creo que la mejor forma de describirla es decir que cuando la tengo me asombro ante la existencia del mundo . Me siento entonces inclinado a usar frases tales como “Qué extraordinario que las cosas existan” o “Qué extraordinario que el mundo exista”;

“S e trata de lo que podríamos llamar la vivencia de sentirse absolutamente seguro. Me re fiero a aquel estado anímico en el que nos sentimos inclinados a decir: Estoy seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme”.

“ Cuando hablamos de Dios y de que lo ve todo, y cuando nos arrodillamos y le oramos, todos nuestros términos y acciones se asemejan a partes de una gran y compleja alegoría que le representa como un ser humano de enorme poder cuya gracia tratamos de ganarnos, etc., etc. Pero esta alegoría describe también la experiencia a la que acabo de aludir. Porque la primera de ellas es, según creo, exactamente aquello a lo que la gente se re fiere cuando dice que Dios ha creado el mundo; y la experiencia de la absoluta seguridad ha sido descrita diciendo que nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera vivencia de este tipo es la sentirse culpable y queda también descrita por la frase: Dios condena nuestra conducta.”

El mismo Russell escribió un delicado ensayo titulado Misticismo y Lógica. Si bien hay diferencias, en ambos autores podemos encontrar un sustrato común. En ambas tesis lo “Místico” tendría que ver con una percepción del mundo como un todo. Esto es muy importante, y el Círculo de Viena lo pasó por alto, declarando a la mística mera “metafísica”. Esto es un error fundamental del Círculo de Viena, que empujó a la filosofía analítica hacia un cientificismo radical, alejado del alma y del espíritu, entregándole así esos conceptos a la religión. Rescatar las intuiciones “místicas” de la filosofía analítica implica hacerse cargo de que existe lo indecible. Lo indecible es, estructuralmente, un lugar de lenguaje, un espacio vacío que permite darle al mundo unicidad. Los antiguos conocían esto como el “unus mundus”, la percepción del mundo como un todo. A ese símbolo el lenguaje teológico lo llama “Dios”, y los ritos que lo rodean son llamados “Religión”. JUNG Y WITTGENSTEIN: UNUS MUNDUS Wittgenstein no es el único autor que ha explorado el Unus Mundus. El famoso psicoanalista Carl Gustav Jung, el discípulo díscolo de Freud, también escribió sobre la relación entre mística, lo indecible y el inconsciente. Según Jung, nuestro inconsciente guarda cofres donde habita lo indecible. Sus terapias y su comprensión de los oráculos – El tarot, el I-Ching, el Tao- son caminos hacia la elucidación personal y colectiva de nuestros indecibles. La percepción del mundo como un todo, en Jung, tiene que ver con la reconciliación del individuo consigo mismo, a través de la experimentación de lo místico. Así, por ejemplo, una carta del Tarot puede mostrarle al sujeto un aspecto que no le gusta de su personalidad, algo que ha escondido de sí mismo durante el tiempo necesario para hacerlo sufrir. El Tarot que le interesa a Jung es uno que no adivina ni anticipa, sino que muestra a la conciencia los arquetipos que la construyen. El rol del sicoanálisis así, es mostrar lo indecible desde la experiencia consciente, figurando fuera de ella las estructuras que la orquestan. El mundo como un todo, entonces, aparece como una experiencia que revela lo indecible. Tanto Wittgenstein como Jung entienden que este paso tiene inherentes connotaciones religiosas. Yendo más allá, a hombros de místicos, podemos relacionar asuntos en apariencia tan distintos como la hipnosis, el rezo, la meditación o el trauma. El Doctor Freud fue un gran estudioso de la hipnosis, y construyó su propio modelo hipnótico, con un leve cambio. Freud practica una hipnosis al revés, que no se trata de hacer entrar al sujeto en un estado somnoliento mediante la manipulación de su vista y el cansancio de su nervio óptico, como es el caso tradicional del reloj de hipnosis que todavía se usa. La hipnosis del sicoanálisis, en cambio, es una hipnosis autoinducida, mediante el lenguaje. Al hablar y hablar durante sesiones completas, el individuo caerá en errores involuntarios, donde dejará escapar frases que su ello y su super-yo logran filtrar por debajo del yo, nuestro nivel consciente de alerta y represión. Mediante este ejercicio la mecánica del lenguaje permitiría “hackear” la consciencia y lograr llegar a niveles de sentido más profundos que la experiencia consciente. Esto es lo que se conoce como “trance hipnótico” y me parece es también lo que esta detrás del rezo y la meditación. El rezo es, lingüísticamente, la repetición reiterada de frases y oraciones. No se necesita ser católico, por ejemplo, para auto-inducirse un estado de trance mediante la repetición constante del “Padre nuestro” y el Ave María. El rosario, precisamente, consta de la repetición de las oraciones, diez veces, cincuenta veces, mil veces. Por eso cuando rezamos podemos percibir el mundo como un todo, por eso decimos que así nos

conectamos con Dios, por eso allí encontramos la calma y la compasión. El rezo es un camino al trance. Ese lugar es el “Unus Mundus”, es lo místico, es lo indecible. Es lo que está “dentro” del lenguaje y a la vez “fuera de él”. La meditación es otro caso interesante de trance hipnótico. La meditación consiste en una posición de loto, con las piernas construyendo la base de una pirámide que completan el tronco, el cuello y la cabeza. En su versión monástica se suele practicar delante de una muralla blanca, en sesiones de cuarenta minutos hasta varias horas o días. Quienes la practican describen que, al dominar la técnica, han logrado encontrar un estado de consciencia distinto, que les permite conectar el mundo como un todo. La diferencia entre el rezo y la meditación es que en el rezo inducimos el trance del unus mundus mediante la palabra, generando un “loop” en nuestra consciencia”, en la meditación, en cambio, encontramos ese lugar desde el silencio, la respiración y una determinada posición del cuerpo. Quienes conocen ambas prácticas, rezo y meditación, podrán estar de acuerdo en que las consecuencias anímicas, corporales y emocionales son parecidas. Podríamos ser religiosos, elegir uno de los dos y construir en torno a la repetición de oraciones o el silencio una religión. Podríamos volvernos proselitistas de ambas prácticas y decir que ella es “la verdad”. Podríamos volvernos fanáticos de Jung o de Freud. Incluso podríamos ser filósofos analíticos en 1915. Estaríamos obviando que lo verdaderamente relevante es que el concepto de mística nos permite entender, nos permite articular, aquello que es indecible, nos permite entender el trance, nos permite entender el trauma, el rezo, la meditación, como un cofre vacío en nuestra mente, que al abrirse libera ángeles y demonios, como la Caja de Pandora. Cuando la caja quede vacía, cuando hayamos ascendido en nuestra experiencia consciente, estaremos en los dominios de lo indecible, donde habita la reconciliación humana y lo divino. Es la experiencia del mundo como un todo, el unus mundus de los antiguos. Esta idea reconcilia ciencia y religión, como dos caminos para un mismo propósito, no es causalidad que hoy la neurociencia promueva la meditación, no es casualidad que el psicoanálisis sean tan popular. CODA Lo indecible no es siempre bueno. El siglo XX nos enseñó que lo más atroz, Auschwitz, el genocidio, los crímenes de guerra, el bombardeo de inocentes, también es indecible. La mística no es siempre buena tampoco. El nacionalismo suele tocar estas fibras, los traumas colectivos, los discursos hipnóticos de los caudillos, en búsqueda de instrumentalizar a los pueblos en trance. Desde este punto de vista, las religiones institucionalizadas son administradoras de trances personales y colectivos, mediante protocolos y caminos hacia el unus mundus. Desde este punto de vista, las ciencias toparán siempre con una caja que no podrán abrir. Esto pues sus herramientas, sus microscopios, en el futuro sus robots, en el pasado sus agujas, en el presente sus tecnócratas, no están equipados para entender lo indecible. Este es un asunto fundamental de la filosofía del lenguaje que el Círculo de Viena decidió obviar, quizás por miedo a que pensando la totalidad se reafirmara el totalitarismo, quizás subestimando el rol de la metafísica. Pienso que la obra del profesor Anthony Grayling puede enmarcarse en la tradición cientificista del Círculo de Viena, sin embargo eso obviaría su intento por repensar la metafísica. Pienso que una filosofía analítica del lenguaje debe ocuparse de entender lo indecible, con ello puede entender a la ciencia y también a la religión. Pienso que autores tan disímiles como Jung y Wittgenstein estarían de acuerdo en eso. Pienso que el ateísmo necesita de la mística y no puede desecharla en el tacho de los mitos, la superstición, y la charlatanería. Pienso que el humanismo como tradición filosófica debe entender lo místico, sin parafernalias ni paraísos por venir. Me pregunto si acaso el profesor Grayling está de acuerdo conmigo en esto. Para Chile, para la comunidad académica nacional, para el Congreso del Futuro, y también para mí, es un honor presentar esta mañana en la Biblioteca Nacional al profesor Anthony Grayling.

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