\"Mirabile mysterium\". Dios nacido del hombre y el hombre de Dios

June 7, 2017 | Autor: J. Rubio Sadia | Categoría: Liturgy, Books of Hours
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Descripción

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DIOS NA±DO DEL HO∫|e √ EL HO∫|e DE DIOS

ODA la belleza y la ternura del cristianismo parecen concentrarse de juan pablo rubio sadia, osb una manera singular en la fiesta de Navidad, fiesta en la que la Iglesia conmemora con una admiración sin límites el acontecimiento central de la historia: la Encarnación de Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María en la humildad y la pobreza de Belén. La liturgia romana, en una célebre antífona, canta este «misterio admirable» que se hace realmente contemporáneo a nosotros: «Mirabile mysterium declaratur hodie: innovantur naturæ, Deus homo factus est; id quod fuit permansit, et quod non erat assumpsit: non commixtionem passus neque divisionem»1 [«Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas. Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división»]. ¶ A modo de síntesis magistral de lo que los cristianos celebran durante el ciclo de Adviento, Navidad y Epifanía, estas palabras expresan el júbilo y el estupor que provoca un advenimiento esperado desde la hondura de los siglos. El amor deseaba ver a Dios, escribiría en el siglo v san Pedro Crisólogo; los hombres, inflamados del amor divino, querían contemplar la divinidad con sus ojos carnales2.

1. Hesbert: Corpus Antiphona-

lium Officii, iii, n. 3763. Crisólogo: Sermón 147: Sobre la generación de Cristo. 3. Col 1, 27; 2, 2; Ef 1, 4-9; 3, 4.9. 2. Pedro

Ahora bien, el término mysterium (derivado del verbo griego myo: cerrar, ocultar), que aparece una y otra vez en los formularios litúrgicos, precisa una aclaración. El misterio cristiano no consiste, como suele pensarse, en algo enigmático, ni en un mero rito celebrativo, ni tampoco nos sitúa ante una realidad oculta, inaccesible o incognoscible, sino que es sobre todo revelación. Consiste en la actuación liberadora o salvífica de Dios en la historia. Es más, el misterio es una Persona, tiene un rostro humano, se ha visibilizado en Jesús, el Mesías tan esperado del pueblo de Israel3. Comprendemos así el carácter exultante de la liturgia de Navidad. Se trata, al mismo tiempo, de una realidad inagotable, nunca conocida en su totalidad, en razón de su infinita riqueza interna. Por eso el abad Máximo el Confesor (ca. 580-662) se refería al misterio como a «algo siempre nuevo, al que nunca la comprensión de la mente puede hacer envejecer», y admitía que ese inmenso misterio de la divina Encarnación «continúa siendo 37

siempre misterio»4. Lo más propio en él es su ser esfera de sentido desbordante, de luz cegadora, su poder enaltecedor de la persona que acoge agradecida las posibilidades inmensas de vida que le ofrece. El alcance de esas posibilidades vitales que enaltecen al hombre lo manifestaba san Agustín (354-430) a sus fieles con un gozo que apenas podía contener: Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios […]. El hombre cayó, pero Dios descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia. Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios!5

4. Máximo

el Confesor: Capítulos de las cinco centurias, véase cols. 1182-1183. 5. Agustín, Santo, Obispo de Hipona: Sermón 13 de Tempore: En la Natividad del Señor, véase col. 1997. 6. Atanasio de Alejandría: Carta a Epicteto, 5, véase col. 1058. 7. Hesbert: Corpus Antiphonalium Officii, iv, n. 7274. 8. Corbon: Liturgia Fontal, p. 42.

La liturgia de Navidad celebra justamente esto, que Dios nació del hombre, que abrazó nuestra humanidad, a fin de que el hombre llegue a ser Dios (factus est Deus homo, ut homo fieret Deus). Ahora bien, cualquier reflexión sobre esta realidad, que ciertamente desborda el entender humano, debe tener en cuenta la figura de la Virgen de Nazaret. Ella es, como nadie, testigo privilegiado del misterio de la bondad divina: «En verdad –afirma san Atanasio de Alejandría (295-373)–, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros»6. El riquísimo corpus eucológico del tempus Nativitatis nos proporciona otro elocuente texto –esta vez un responsorio del oficio de maitines–, que proclama a María dichosa por haber portado en su seno a Cristo, y lo hace con honda admiración ante la kénosis o abajamiento radical de aquel que moraba junto a Dios y yace ahora en la humildad de un pesebre: O magnum mysterium et admirabile sacramentum, ut animalia viderent Dominum natum iacentem in præsepio!: Beata Virgo, cuius viscera meruerunt portare Dominum Christum7. [¡Oh gran misterio y sacramento admirable: los animales ven al Señor recién nacido que yace en un pesebre! Dichosa Virgen, que mereciste llevar en tu seno a Cristo el Señor].

María pronuncia un sí al misterio de Dios, y «el Espíritu sobreviene y une el Verbo y el Sí, la Energía divina y la Energía humana, el Don y la Acogida»8. Es esta misión singular de María en la obra de la redención la que explica, en buena parte, que en el interior del oficio a ella dedi38

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cado en los libros de horas se reservara un lugar destacado para representar las escenas más sublimes en las que los evangelistas la muestran como «sierva» y colaboradora del misterioso designio divino. En dichos manuscritos, la representación figurada de la Anunciación, la Visitación a santa Isabel, el Nacimiento de Jesús, el Anuncio a los pastores, la Adoración de los Reyes Magos, la Circuncisión y la Presentación en el Templo o la Matanza de los inocentes y la Huida a Egipto, constituía para el orante cristiano de la Baja Edad Media y del Renacimiento un elemento esencial en orden a captar el significado global de unas devociones cuyo texto latino no siempre lograba comprender. Ese rico programa iconográfico, de carácter meramente evocador, ejercía, por consiguiente, la doble funcionalidad pedagógica y estética9: ayudaba, por una parte, a «imaginar» los momentos culminantes de la historia salutis y, por otra, a recrearse en ellos per viam pulchritudinis. El arte se ponía así al servicio de la contemplación del misterio. Pero volvamos sobre nuestro texto inicial; en él leíamos que «Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era». El cristianismo ve en María la persona que medita en su interior ese asombroso intercambio que acontece en su hijo y que el liturgista Jean Corbon logró expresar con una penetración FIG. 1: La Virgen con el Niño. excepcional: Libro de horas de William Hastings

[ IB.15503, f. 40v. ]

¿Quién podrá vislumbrar jamás lo que Cristo ha tenido que pasar y experimentar para sellar esta Alianza en la verdad de su corazón de hombre? […] Ser inseparablemente Dios y hombre, es decir, acoger de continuo la Novedad de la Vida del Padre y heredar, de su Madre virginal, todo el humus de nuestra humanidad. Ser el lugar de encuentro de dos búsquedas, de dos deseos, el lugar de impregnación de dos mundos, el de la Gracia y el de la carne. Ser la cruz de dos amores y el foco de su Alianza, la tensión de dos nostalgias y la fuente que las calma10.

Si el mysterium es la irrupción salvífica de Dios en la historia, la liturgia es precisamente el misterio de Cristo celebrado; es historia de salvación en acto. En toda celebración litúrgica, la voz de Dios habla en presente (mirabile mysterium declaratur hodie). No es, pues, un simple recuerdo: la liturgia cristiana actualiza y hace presentes los acontecimientos que nos salvaron11, por eso es comunión con ese acontecimiento y por eso también, en la fiesta de Navidad, la Iglesia puede decir «hoy»: mirabile mysterium: dios nacido del hombre y el hombre de dios

García: «Libro de Horas de Margarita de Borbón», p. 42. 10. Corbon: Liturgia Fontal, p. 47. 11. Iglesia Católica: Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1104. 19. Ruiz

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Hodie Christus natus est, / Hodie Salvator apparuit; / Hodie in terra canunt angeli, lætantur archangeli; / Hodie exsultant iusti, dicentes: / Gloria in excelsis Deo, alleluia12. [Hoy ha nacido Jesucristo; / Hoy ha aparecido el Salvador; / Hoy en la tierra cantan los ángeles, se alegran los arcángeles; / Hoy saltan de gozo los justos, diciendo: / «Gloria a Dios en el cielo». Aleluya].

12. Hesbert: Corpus Antiphona-

lium Officii, iii, n. 3093. Les manuscrits liturgiques latins de la Bibliothèque Vaticane, pp. xiii-xviii. 14. Leroquais: Les Livres d’Heures manuscrits de la Bibliothèque Nationale, p. vi. 15. Leclercq: «Livres d’Heures». 16. Baroffio: «Testo e musica nei libri d’ore», pp. 20-21. 17. Salmon: Les manuscrits liturgiques latins de la Bibliothèque Vaticane, pp. xiii-xviii. 18. Leroquais: Les Livres d’Heures manuscrits de la Bibliothèque Nationale, p. xiv. 19. Ruiz García: «Libro de Horas de Margarita de Borbón», p. 41. 13. Salmon:

Hablamos, pues, de un misterio que se revela y se celebra en la liturgia, pero ¿qué relación guardan esos lujosos manuscritos tan de moda entre los siglos xiii y xvi con la oración litúrgica de la Iglesia? Es cierto que la frontera entre los manuscritos litúrgicos y los no litúrgicos no siempre fue fácil de delimitar. El sabio benedictino Pierre Salmon afirmaba que los libros de horas no son libros litúrgicos stricto sensu13. Tengamos en cuenta, entre otros aspectos, su independencia respecto al ciclo litúrgico anual14. No obstante, a pesar de la diversidad prodigiosa que demuestran15, todos ellos toman sus principales elementos de los libros de la oración «oficial» de la Iglesia, en especial del Breviario y el Salterio16. En esa corriente de valorización del individualismo en la que se insertan, y que tiene en la devotio moderna su máximo exponente, el libro de horas testimonia también el anhelo de buscar un medio de conversar íntima y directamente con Dios, aunque sin perder la sintonía con la gran oración litúrgica. La presencia del «calendario» en la mayor parte de esos manuscritos debe entenderse en la línea del sentire cum ecclesia, como un elemento que permitía al fiel, laico o religioso, en su oración privada unirse al desarrollo del año litúrgico17. Dicho esto y forzando un poco la realidad, cabría afirmar que la Navidad se halla presente en los libros de horas, no tanto a través del material eucológico, es decir de los textos que figuran en el Breviarium, sino a través del programa iconográfico mariano. Son, en efecto, las Horas u Oficio de Nuestra Señora, con sus respectivas miniaturas vinculadas a las diversas horæ litúrgicas, las que conectan esta tipología libraria con el ciclo navideño; unas horas, dicho sea de paso, que formaban parte del entramado principal de aquellos manuscritos, al que Victor Leroquais denominaba «textos esenciales», para distinguirlos de los secundarios y accesorios18. Esto que venimos diciendo lo resume magistralmente la profesora Elisa Ruiz: Las representaciones icónicas incluidas en este tipo de ejemplar eran un polo de atracción para el orante, pero no suponían una explicación visualizada del mensaje verbal adjunto […]. Ciertamente determinados temas tuvieron un importante desarrollo artístico en estrecha conexión con distintos textos propios de esta categoría bibliológica. Esta relación coyuntural favoreció el establecimiento de una equiparación en la mente del fiel entre una imagen concreta y una secuencia eucológica dada19.

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Ahora bien, si los libros de horas contienen una galería eminentemente visual de la Navidad al hilo del Oficio parvo de la Virgen, no por ello –ya lo hemos apuntado– están totalmente desvinculados de la liturgia de la Iglesia, es decir, de los momentos de oración y de los textos que la Iglesia prescribía durante esos días solemnes. Es necesario presentar, pues, aunque de forma muy somera, en qué consistía la oración litúrgica del Oficio divino, de la que se nutrían los principales officia del libro de horas. Por Oficio divino debemos entender el conjunto de horas canónicas celebradas cada día, el cual constituía, junto a la misa y los demás sacramentos, la oración pública de la Iglesia. En su origen obedecía al deseo, expresado en la Sagrada Escritura, de orar incesantemente20. Con el transcurso de los siglos, las comunidades cristianas fueron configurando su estructura y contenido hasta determinar las diversas horas, de obligada celebración en catedrales y monasterios. Su tejido principal lo formaban los salmos, pero tenían cabida igualmente lecturas bíblicas y patrísticas, oraciones, antífonas, responsorios, himnos, etcétera. Desde la Edad Media, la jornada litúrgica estaba jalonada por un total de ocho momentos de oración (horæ). Maitines o vigilias, celebrados poco después de media noche, eran las oraciones más dilatadas y, junto a laudes y vísperas, las más elaboradas, tanto desde el punto de vista litúrgico como musical21. Para Rabano Mauro (ca. 780-856) simbolizaba la espera vigilante de la Iglesia que aguarda la venida definitiva de Cristo22, pero también el nacimiento del Señor a media noche, según la interpretación más alegorista de Ruperto de Deutz (m. 1135)23. Laudes al amanecer y vísperas al caer la tarde conmemoraban la Resurrección de Cristo y la Última Cena respectivamente24. Entre ambos momentos, el ciclo de la oración diurna se articulaba en cuatro tiempos: prima, tercia, sexta y nona; su sentido hacía referencia también a la Sagrada Escritura y a los Santos Padres: prima celebraba el camino del cristiano en la luz; tercia recordaba la pasión; sexta, la crucifixión; nona, la muerte del Señor y la oración de los apóstoles25. La jornada concluía con el canto de las completas. Esta compleja secuencia de oraciones tenía una matriz esencialmente bíblica, dado que sus formularios o bien habían sido tomados directamente de la Biblia o bien estaban inspirados en ella; de modo que el acceso a la comunión con la divinidad se realizaba en y por la Escritura Sagrada26. mirabile mysterium: dios nacido del hombre y el hombre de dios

Nacimiento de Jesús. Libro de horas de Gian Giacomo Trivulzio [ IB. 15454, f. 70v. ] FIG. 2:

20. Así se ve en diversas exhortacio-

nes del Nuevo Testamento: Lc18,1: «oportet semper orare et non deficere»; Ef 6, 18: «per omnem orationem et obsecrationem orantes omni tempore en Spiritu»; Col 4, 2: «orationi instate, vigilantes in ea in gratiarum actione»; 1Ts 5, 17: «sine intermissione orate»; 1P 4, 7: «estote itaque prudentes et vigilate in orationibus». 21. Collamore: «Charting the Divine Office», p. 4. 22. Rabano Mauro: De institutione clericorum, lib. ii, cap. 9, pp. 260-262. 23. Ruperto de Deutz: Liber de divinis officiis, lib. i, cap. 8, p. 9. 24. Rabano Mauro: De institutione clericorum, lib. ii, caps. 2 y 7, pp.252 y 256-258. 25. Íbid.: caps. 3-6, pp. 252-256. 26. Leclercq: «Culte liturgique et prière intime dans le monachisme au Moyen Âge», pp. 47-48.

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Vaticano II: Constitución dogmática ‘Sacrosanctum Concilium’, véase n. 33. 28. Castellano: La Liturgia de la Horas. Teología y espiritualidad, p. 55. 29. «Ordenación General de la Liturgia de las Horas (2-ii-1971)», n. 4. 30. Ga 4, 4. 31. Sal 88, 13. 32. Corbon: Liturgia Fontal, p. 43. 33. Blume: Analecta Hymnica Medii Ævi, vol. 51, p. 49. 27. Concilio

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Pero tratemos de ahondar en el significado espiritual que para el creyente tenía el oficio divino, del cual la plegaria de los libros de horas no era sino una adaptación asequible para su oración en privado. Se puede afirmar que el oficio es fundamentalmente la alabanza del misterio de la Salvación, que acoge y celebra, contempla y glorifica, realiza de forma sacramental la historia salutis, haciendo de la historia un tiempo propicio de santificación y de culto, como fue la vida misma de Jesucristo. Realiza plenamente este misterioso flujo salvífico, por lo cual es siempre un «diálogo» eminente entre Dios y su pueblo27, en cuanto respuesta de la asamblea orante que acoge la Salvación. Al mismo tiempo, el oficio divino participa de la triple perspectiva de toda celebración litúrgica: es memorial, presencia y anticipación28. Es memorial de las maravillas de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento, incluido el tiempo de la Iglesia. En la liturgia se hace presente el misterio redentor de Cristo con toda su objetividad y eficacia. Es, además, presencia del misterio en el hoy de los cristianos para el mundo, porque es presencia de Cristo, el Resucitado. Y, en tercer lugar, es anticipación esperanzada del cumplimiento de las promesas divinas. Si consideramos a Cristo orante, el Oficio divino es verdadera prolongación y participación de su misma oración en el tiempo y en el espacio, continuidad histórica de la oración aprendida en el seno del Padre, completada con la plegaria aprendida en las rodillas de la Madre en Nazaret y que animó a Cristo en su ministerio mesiánico y en el tránsito pascual29. Por otra parte, la Iglesia ha visto en la oración litúrgica, en determinados momentos del día, la santificación y la oblación del tiempo. Cada una de las horas viene a ser como el signo sacramental de una vida ofrecida, de un sacrificio perenne, teniendo en cuenta que toda la existencia cristiana tiene una dimensión cultual, es decir, puede y debe convertirse en un culto espiritual, auténtica leitourghía, mediante la cual se ofrece en servicio de amor a Dios y a los hombres. No sólo se santifica el tiempo, se hace también una oblación de ese valor antropológico que es el tiempo dedicado a orar. De este modo, se testimonia el primado de Dios, tanto por el hecho de consagrarle los momentos más importantes de la jornada como por vivirlos para él con un sentido de gratuidad. En definitiva, la plegaria de las horas, a modo de laus continua, ha sido el cauce a través del cual generaciones de creyentes se adentraron en el espíritu más genuino de la Navidad cristiana. El advenimiento del misterio indica la «plenitud de los tiempos»30, el cumplimiento de las promesas, la entrada de la presencia de Dios «en el país del olvido»31… esa plenitud es Jesús; no ya palabras del Verbo, sino el Verbo del Padre en Persona32. Sólo cabe admirar y contemplar un nacimiento ante el cual toda palabra humana se torna insuficiente:

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Christe, redemptor omnium, / Ex Patre, Patris Unice, / Solus ante principium / Natus ineffabiliter33. [¡Oh Cristo, redentor de todos, / Hijo único, salido del Padre, / Tú solo, antes del principio, / Has nacido de modo inefable!]. ñ

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BIBLiOG|aFÍA Ci¤aDA

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