Miguel Hernández y el sentido clasico de la poesia

May 22, 2017 | Autor: Lázaro Tello Pedró | Categoría: Poetry and Poetics, Anadiplosis, Epanadiplosis, Miguel Hernández
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Descripción

Miguel Hernández

y el sentido clásico de la poesía

Lázaro Tello Pedró

El siguiente análisis de texto reflexiona sobre la utilización de ciertos tropos literarios que fundan una nueva tradición lírica en una lengua

El cuchillo es un pájaro de yelo. Octavio Paz

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ice Roland Barthes: «a partir del momento en que el escritor dejó de ser testigo universal para transformarse en una conciencia infeliz (hacia 1850), su primer gesto fue elegir el compromiso de su forma, sea asumiendo, sea rechazando la escritura del pasado». El poeta español Miguel Hernández no sólo se siente heredero de la gran tradición de la poesía española, sino que se convierte en un continuador de ella. Aunque pertenece a otra generación, nació en 1910, se sube al estrado junto a la pléyade española de la Antología de poesía española que Gerardo Diego recogió el año 1927. PA L A B R I J E S 1 4 • J U L I O - D I C I E M B R E 2 0 1 5

Los años treinta vieron publicados Altazor (1931) de Vicente Huidobro y Residencia en la tierra (1933) de Pablo Neruda, dos libros que de verdad cuestionaban la herencia lírica española. ¿Qué obras han utilizado al cuchillo como motivo poético? Al instante pienso en el Martín Fierro. Uno de sus tantos mecanismos para crear el hecho estético es la novedad de la rima, porque allí cuchillo rima con carrillo, grillos, calzoncillos, ovillo, pillo, potrillo, cormillo (colmillo), coginillos, anillos, sencillo. Por ahora no tengo el ánimo para ver los recursos utilizados en el poema épico argentino, me reservo esa labor para un poema más pequeño. Se trata del que abre El rayo que no cesa (1934-1935) de Miguel Hernández: 53



1 Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida.

Lo primero que se nos revela como poético es la sujeción del adjetivo «carnívoro», adjetivo que anima lo inanimado, prosopopeya. A este cuchillo se le añade el carácter «dulce», carácter que tiene que ver con la tradición de la poesía en lengua española, que se opone a lo «homicida» (nos recuerda a Lope de Vega y su verso: «Hermosa Parca, blandamente fiera»). Viene en la tercera línea el verbo sostener, con lo latente, con eso que mantiene una amenaza. Un cuchillo alado, como aquel verso de Octavio Paz con el que se abrió el texto: «el cuchillo es un pájaro de yelo». Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea mi costado y hace en él un triste nido.

Aquella metáfora del pájaro ahora se concreta, y se concreta con un verbo común: «picotea», pero no dice «un pájaro picotea», sino que ahora hay una inversión de la metáfora o un retroceso, es decir hay un reconcilio con el sintagma iniciado de rayo que no cesa, vaivén entre pliegue y despliegue de metáfora. Nótese el participio caído; ya no está en sostén sino que ha caído y ahora daña, carcome el costado. Una de las actitudes más hermosas del hombre es la actitud de San Sebastián, ha dicho Federico García Lorca. Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas.

En esta estancia el tiempo se manifiesta desde lo antónimo, desde los valores semánticos contrarios, lo temprano y lo viejo, la edad temprana y la cana, que además riman, pero contrariamente. La sien como florido balcón, la sien como manifestación del paso del tiempo. «Canosas ya tengo las sienes / y blanquecina la cabeza», dice Anacreonte en un poema sobre la vejez. Nótese la anadiplosis de «y mi corazón, y mi corazón» del tercer y cuarto verso. Tal es la mala virtud del rayo que me rodea,

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que voy a mi juventud como la luna a la aldea.

Ya no es el carnívoro cuchillo, ni el rayo de metal crispado, es el simple rayo, ya semantizado y recargado de significado por los sintagmas anteriores, es la aureola de mala virtud que signa al poeta de desdicha. En esta estrofa, la comparación «como la luna a la aldea» nos revela el uso de cuatro sustantivos femeninos y uno solo masculino. La mala virtud, la luna; la juventud, la aldea. Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores de telarañas de mis tristezas recojo.

La «sal del alma» se nos presenta veladamente hasta que aparece la «sal del ojo». Si la sal del ojo es la lágrima, signo de dolor y padecimiento, ¿cuál será la palabra para representar a la sal del alma, al llanto del alma, al remordimiento y malestar del alma? En lo que refiere a la construcción de imagen, vemos la geometría de la telaraña convertirse en arquitectura de la tristeza. Añádase la epanadiplosis que caracteriza la estancia: el inicio y el cierre con el verbo en presente, «recojo». ¿A dónde iré que no vaya mi perdición a buscar? Tu destino es de la playa y mi vocación del mar.

Lo mineral ha parecido durante el poema en el metal del cuchillo, el rayo, la luna, la sal y ahora la playa y el mar, que justamente representa la perdición, el desgaste, la erosión. Ahora bien, véanse los caracteres masculino y femenino contrapuestos por las palabras «playa» y «mar». El mar es el hombre que embiste con su espuma furiosa la playa. Una excelente disertación sobre lo masculino y lo femenino se puede encontrar en el libro de Gaston Bachelard, La poética de la ensoñación, capítulo «Animus-Anima»: «un hombre y una mujer hablan en la soledad de nuestro ser». Descansar de esta labor de huracán, amor o infierno no es posible, y el dolor me hará a mi pesar eterno.

En la poética de Hernández el dolor y la pena son el pan de cada día: «pena con pena y pena desayuno / pena es mi paz y pena mi batalla». La prolongación de PA L A B R I J E S 14 • J U L I O - D I C I E M B R E 2015

la pena se logra con la sobre adjetivación de «labor/ de huracán, amor o infierno» que ocupa dos versos. El dolorido sentir de Garcilaso y el molde de la forma arquitectónica de Quevedo configuran El rayo que no cesa (palabras de Cano Ballesta). Pero al fin podré vencerte, ave y rayo secular, corazón, que de la muerte nadie ha de hacerme dudar.

Conjunción o ampliación del ave y el rayo. Donde parece todo haber sido vencido por el dolor, San Sebastián o Jacob se levanta para luchar y vencer: «al fin podré vencerte». Sigue, pues, sigue cuchillo, volando, hiriendo. Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía.

El encabalgamiento del segundo verso en «Algún día» es violento; el cuchillo de El rayo que no cesa ha partido el verso. Aparece finalmente una hipálage, que califica al tiempo y no a la fotografía, y que además funciona como rima. Del cuchillo de Miguel Hernández olemos su acero de cocina, sentimos el movimiento amenazante en las manos de un orillero, y es un cuchillo cósmico que brilla en el cielo como rayo. He utilizado tecnicismos que un estudiante aprende en clases o en ediciones comentadas de poesía. Para el poeta el nombre de los tropos no importa, lo que de verdad importa es su utilización con maestría en el engranaje del poema. Hay retóricas que hacen del lenguaje humo, y otras que extraen luz de lo brumoso. Los tropos utilizados por Hernández no hacen más que pensar que la retórica ha servido felizmente como vehículo de la creación literaria. En este poema inicial de El rayo que no cesa se revela un conocimiento de la tradición clásica de la poesía española, se compone y descompone lo que se escribe. Creo, como Barthes, que no hay lenguaje escrito sin ostentación. Miguel Hernández escribe consciente del pasado que las palabras refieren, pero desde la invención de un nuevo sitio evade cualquier comparación. Pareciera que ha recogido el cuchillo y se ha zanjado una posición, la de ser quien convierte a la tradición en otro peldaño más alto.

Lázaro evita la vida grave y prefiere vivir dentro de un esdrújulo. Busca amigos para discutir sobre matices gramaticales y sentimentales en poesía. PA L A B R I J E S 1 4 • J U L I O - D I C I E M B R E 2 0 1 5

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