MIEDO Y MENSAJE: HOMILÍAS DE LOS DOMINGOS

October 2, 2017 | Autor: J. Younis Hernández | Categoría: Teachers’ and Students’ Perceptions of the Ideal Teacher
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Descripción

MIEDO Y MENSAJE: HOMILÍAS DE LOS DOMINGOS

Cuando un sacerdote se pronuncia desde la doctrina católica sobre algún aspecto de la realidad social (homosexualidad, pobreza, familia, política) siempre hay un sentido político e ideológico que subyace al discurso religioso. En un país de tradición católica como España, el peso que la iglesia ha tenido sobre el espacio público y las cuestiones de Estado, ha tenido un enorme peso en las representaciones simbólico-culturales de los ciudadanos de este país. No hay que irse muy lejos para comprobar incluso las injerencias en las decisiones del gobierno del país, como son las manifestaciones contra la ley del matrimonio homosexual o, más recientemente, la homilía del Cardenal Rouco Varela en los funerales de Estado por la muerte de Adolfo Suárez, donde aludñia

1. Introducción

Qué son las homilías
Qué iglesias o parroquias hemos seleccionado para nuestro estudio
Quiénes escuchan las homilías (edades, sexo, clase social…)
Tiempo medio de la homilía
Edad aproximada del sacerdote

2. Qué forma tiene el sermón (estructura del relato)

2.1. Estructura narrativa de Greimas
2.1. Análisis estructural de Román Gubern

3. Qué contenido tiene el sermón (semántica del relato)

De quiénes (actores) se habla en los sermones, quiénes son los sujetos acerca de los cuales se predica algo.
Sobre qué se habla, cuál es el tema principal de la homilía: cuál es el objeto social de la homilía. Por ejemplo: la homilía versó sobre la violencia en el hogar, pobreza, familia, hermandad, el mal en el mundo, las drogas, la soledad, los ancianos, los jóvenes, etc.
Qué valores transmite el sermón (conjunto de enseñanzas, mensajes o consejos que se transmiten con ánimo de influir)
Qué conflictos principales y secundarios plantea
Cómo indica que hay que resolverlos, a través de qué actitudes y/o comportamientos quiere cambiar o corregir
Qué efectos emocionales busca suscitar la homilía: miedo o temor, tristeza, alegría, rabia, amor…
En cuanto a la emoción de nuestros miedos o temores:
¿A qué temores de la vida apunta principalmente el sermón?: Todos tenemos ansiedades, temores o miedos que nos han asaltado alguna vez. No existe el miedo en abstracto, siempre está en relación con algo. Están los miedos metafísicos como el miedo a no ganar el cielo, a perder el favor de Dios, el miedo a ir al infierno, miedo a pecar, el miedo a que la propia vida no tenga sentido o sea una vida sin valor (existencialismo), o miedo al castigo de Dios, etc. Pero también el sermón puede tratar miedos más mundanos y sociales: a perder nuestro empleo, a no tener suficiente comida o dinero, el miedo a no tener éxito, a perder nuestra posición en la sociedad, el miedo al dolor y a la enfermedad, a ser dominados, a no conocer jamás lo que es el amor o a no ser amados, a perder a nuestra esposa/esposo o a nuestros hijos, el miedo a la muerte, a vivir en un mundo sin confianza, miedo a la vejez, etc. Siempre hay temores de fondo en cualquier sermón y la homilía consuela, da consejos, indicaciones, recursos simbólicos para afrontar tales temores, aparte de la palabra consoladora de Dios, claro.




Localizar si se expresan en el sermón, directa o indirectamente, estos tres importantes miedos:
a) Miedo al cambio: no sabemos cómo manejar situaciones nuevas o diferentes para enfrentarnos a ellas, tenemos miedo de equivocarnos o al qué dirán, miedo a perder el control, miedo a elegir algo que no sabemos bien cómo es, miedo a perder algo con el cambio y que es importante para nosotros aunque ganemos otras cosas, el cambio es perder algunas antiguas seguridades y ver posibles peligros si adoptamos nuevas ideas, comportamientos, valores, normas o cualquier otra cosa con la que funcionábamos hasta la fecha, etc.
b) Miedo al futuro: Este miedo consiste básicamente en una falta de confianza ante el futuro, que aparece imaginado con dificultades y problemas, erizado de peligros y situaciones dolorosas que no estamos seguros de soportar. ¿A qué tememos, pues, según el sermón? ¿Dónde radica esta falta de confianza, esa inseguridad? Qué clave explicativa propone el sermón: por ejemplo, puede ser que mantenga que no tenemos miedo porque nos falte confianza en el futuro, sino que la causa es que no confiamos en nosotros mismos. Luego están los miedos;
c) Miedos metafísicos: estos miedos sólo se dan en las personas muy religiosas; por ejemplo, el miedo a ir al infierno (miedo a pecar) o el miedo a que la propia vida no tenga sentido o sea una vida sin valor (existencialismo)..., o miedo al castigo de Dios.

Qué normas de conducta propone
Qué principales motivos sociales indica o expresa
Cuando explica las causas de los acontecimientos o comportamientos, qué atribuciones realiza
Qué creencias ideológicas sustentan su visión del mundo
Qué ideal o estilo de vida sugiere


4. Conclusiones: los mandatos culturales en el sermón católico
¿Qué lugar podemos concluir que ocupan los miedos en los sermones? Para responder tenemos que fijarnos en el concepto de mandato cultural, que es un concepto muy utilizado en la teoría social feminista, aunque no únicamente, para aludir a lo que se espera que debieran desear las mujeres para ser mujeres y los hombres para ser hombres. Nosotros lo readaptamos a este contexto de análisis de los sermones como "mandato normativo", concibiéndolo como un concepto analítico que abarca las órdenes y mensajes, que, bajo la forma de normas, se dirigen a controlar (y a coaccionar) al sujeto para que cumpla con ciertas conductas valoradas como deseables para un determinado fin (el amor al prójimo, la cercanía a dios, la caridad, la pureza del cuerpo, la castidad, etc.)
Un mandato cultural emanado de los católicos es . Si observamos el mandato de la virginidad en el catolicismo, su meta o fin era llegar virgen al matrimonio, aunque el fin último es la divinidad, estar muy cerca de dios a través de esta renuncia a los placeres del cuerpo es el grado más sublime de la vida religiosa. De hecho, el nacimiento de Cristo de una virgen da cuenta de la importancia de la virginidad en la cultura católica (aunque sea un mandato de muchas culturas, es especialmente valorada por los cristianos católicos) Y el propio celibato sacerdotal, junto a las santas que dieron su vida por no perder su virginidad, da cuenta de que se trata de un mandato cultural central para los fines del cristianismo.
Los mandatos normativos se traducen en el cumplimiento de lo que debe ser, de lo que se espera que la gente (y no solo los que van a misa) piense, sienta y haga (cómo debe comportarse) en las relaciones con los demás (lo que incluye a Dios). Los mandatos son tareas asignadas a la humanidad para que haga tal o cual cosa, para que en sus relaciones sociales con los demás contemple tales o cuales posibilidades, de modo que lo que haga, piense o sienta sean una expresión de lo que ES (identidad) y, lo que Es, es a la vez producto de mandatos que le han dicho quién es (por ejemplo: cristiano, bondadoso, amoroso, altruista, servicial, católico, hermano de tu prójimo, criatura de dios, etc.) En la práctica, las personas actuamos la identidad que, durante nuestra socialización, nos ofrece el marco cultural de normas y valores transmitidos como mandatos que debemos cumplir.
Ahora bien, todo mandato conlleva sanciones y controles para su cumplimiento. Una posibilidad es meter miedo a la gente, como cuando se habla del temor de dios o del infierno. La imaginería de los miedos ya nace en el relato de Adán y Eva, a quienes se prohibió comer del árbol de la ciencia, del bien y del mal bajo amenaza. Un mandato que, al ser desobedecido por los ocupantes del paraíso, fueron expulsados de él.
Los mandamientos de la ley de dios son mandatos normativos, o, si se prefiere, mandatos culturales o sociales. El mandato normativo básico del catolicismo es obedecer los mandamientos de la ley de dios, pero también predicar por el mundo la buena nueva, el mensaje de Jesús:"Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca".. Sobre los siete pecados capitales también se lanzan mandatos culturales, como cuando se habla del pecado de la gula y el mandato cultural transmite que la belleza está en la delgadez. Y podemos observar el mandato de "creced y multiplicaos" o el de dominar la tierra. En resumen, la multiplicación y el dominio fueron los primeros mandatos del Señor sobre la humanidad.


EJEMPLOS DE HOMILÍAS
Homilía del domingo 12 de junio del 2005. Parroquia de San Fernando de Maspalomas.
Ejercer la fe en el mundo de hoy verdad implica respuestas a menudo son pesimistas, negativas… Cuántas veces hablando de este tema, refiriéndonos quizás a gente que nos rodea; cuando hablamos de los jóvenes, o de la sociedad en general, habremos oído o incluso hemos dicho esta expresión: no hay nada que hacer… esto cada vez parece que va de mal en peor…Y esta visión que se "pinta", contrasta con la de Jesús, Él dice: La mies es abundante pero los trabajadores son pocos, es decir, el problema no es de falta de trigo, sino de falta de segadores, por eso Añade: Rogad pues al Señor de la mies, que mande trabajadores a su mies. Procuremos centrarnos hermanos y hermanas en esa forma de ver las cosas que tiene Jesús, ensanchemos nuestras perspectivas de futuro como las que Él nos propone, impregnémonos del espíritu sereno del evangelio de hoy.
Debemos en primer lugar prestar atención a nuestro corazón. La misión nace en el corazón de Jesús, el cual al observar, al hacer un análisis de la realidad, al ver a la multitud de gente extenuada y abandonada, se compadece de ellos. Si no compartimos esta piedad profunda, no tendremos impulso misionero. Tenemos pues que cambiar nuestro corazón, como primer paso para apoyar una comunidad cristiana más dedicada hacia fuera, más evangelizadora, más misionera. ¿Y de qué se compadece Jesús? ¿de la pobreza?, ¿de la enfermedad?, sí desde luego, él pasa haciendo el bien, nos lo ha dicho el evangelio curando toda clase de dolencias, curando a muchos hombres y muchas mujeres de cuerpo y de espíritu. Pero el evangelio de hoy apunta además a una cuestión más radical, dice que se compadecía de la gente porque los veía extenuados y abandonados, como ovejas que no tienen pastor, es decir, Jesús se compadece del fondo de la persona. No aspira solo a ofrecer un pequeño consuelo, nos quiere hacer justos y por eso dará la vida como nos lo ha explicado la carta de Pablo a los cristianos de roma en la segunda lectura.
Las generaciones actuales de cristianos hemos ganado una sensibilidad social, nos preocupa más que en otras épocas las injusticias, la pobreza, el tercer y cuarto mundo, y este es un hecho ciertamente positivo, evangélico, una gracia de Dios. Pero podemos preguntarnos ¿Nos duele suficientemente que tantos hermanos nuestros hayan abandonado la eucarística dominical, y que tantos otros hayan perdido o medio perdido la fe que tanta desorientación y Jesucristo y su evangelio sean tan desconocidos, y en definitiva que tantos vivan como abandonados, como ovejas que no tienen pastor?...¿Qué podemos hacer por ellos?. La pregunta que me hago yo, y que me gustaría que nos hiciéramos entre todos. Por ello, por los que no están, porque no queremos evangelizar por el afán de ser una multitud. Hoy en día quizás el evangelio no es para grandes masas, sino para pequeños grupos, no es el afán de ser más para llenar las iglesias, para tener éxito, por el número, la cantidad… sino para compartir ----, la felicidad de conocer el amor que nos tiene Dios, y esto es muy importante. Nosotros queremos hacer herencia del evangelio de Jesús, de su buena noticia, de ese encuentro personal con el Dios que nos salva a través de Jesucristo y yéndonos no nos podemos salvar a nosotros mismos. Esta experiencia en cierta manera, si a nosotros nos llena, si a nosotros nos concede la paz, si a nosotros nos hace más felices, esta paz impagable que nos da el poder del cielo. El Señor es mi pastor, El Señor es mi consuelo, El Señor es mi amigo, sin el Señor no puedo vivir. Por eso Jesús llama a sus discípulos y los hace apóstoles, es decir, enviados. Él que es el enviado del Padre, envía también a la iglesia a sus amigos, al grupo de los apóstoles, a la misión. Y hemos escuchado en la narración evangélica, los nombres de los primeros doce apóstoles: Simón llamado Pedro, Andrés, Santiago y Pablo, Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, Simón y Judas Iscariote. Sobre el fundamento de estos apóstoles, Jesús levantará su iglesia y la enviará a segar. Su iglesia es nuestra iglesia, y todos nosotros, cada uno según su criterio y su carisma, somos también enviados a evangelizar.
Hermanos y hermanas, nos lo dice hoy el Señor "Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca". No nos guardemos la buena noticia para nosotros solos, seamos siempre fieles a la misión, al mandato, al envío del Señor, y acreditemos con los signos que el mismo evangelio nos ha confiado. Curemos, resucitemos, purifiquemos y libremos de todo mal.
Que así sea.



Homilía del domingo 8 de diciembre del 2002. Parroquia de San Francisco Javier
¿Por qué si Dios nos ama nos suceden cosas malas? Ciertamente, Dios nos ama... y nos ama mucho, muchísimo más de lo que podemos imaginarnos, pues nos ama infinitamente. Pero sucede que a veces creemos que Dios no nos ama, porque no nos ama como nosotros creemos que nos debe amar.
En realidad lo que sucede es que estamos pensando igual que cuando éramos niños y nuestros padres no nos daban todo lo que queríamos. Y eso era motivo de protesta y reclamo. O estamos actuando igual a cuando nos prohibían una actividad y también protestábamos. O como cuando nos causaban un dolor necesario para curar una enfermedad: una medicina desagradable, un tratamiento doloroso, etc. ¡Cómo protestábamos y nos oponíamos a esas cosas "malas", que en realidad eran "buenas"!
Dios también es Padre. Y es un Padre infinitamente más amoroso e infinitamente más sabio que nuestros padres terrenales. Sólo Él sabe lo que más nos conviene. Y a veces las cosas que consideramos "malas" son todo lo contrario: muy buenas. Tal vez mucho mejores que las que consideramos "buenas".
No podemos medir las cosas de Dios con medidas terrenas, sino con medida de eternidad. Dios sabe mucho mejor que nosotros. Si nuestros padres sabían lo que más nos convenía cuando éramos niños, ¡cómo no confiar en que Dios es el que sabe lo que nos conviene a cada uno!
El problema es que los planes de Dios son a largo plazo, a muy largo plazo, a plazo de eternidad. Y nosotros queremos reducir a Dios a nuestro plazo que es muy corto, muy cortico. Queremos reducir a Dios a esta vida terrena, que es muy cortica, si la comparamos con la vida en la eternidad.
Para poder comprender, aunque sea un poquito, los planes de Dios tenemos que comenzar a ver nuestra vida aquí en la tierra con anteojos de eternidad. Así, tal vez, podamos comenzar a comprender cómo los planes de Dios sí tienen sentido y cómo las cosas que creemos "malas" no son tan malas, sino buenas.
¡Cómo nos cuesta aceptar un sufrimiento, una enfermedad! Y en el plan de Dios mucho bien proviene del sufrimiento. Veamos a Jesucristo: su sufrimiento nos trajo la salvación. Por la muerte de Cristo todos tenemos derecho a una vida de felicidad plena y total para toda la eternidad.
Por cierto, no fue así al comienzo. Dios no creó a los seres humanos para el sufrimiento. Pero al oponernos a Dios por el pecado, entró el sufrimiento al mundo, así como la muerte y las enfermedades. Y Dios que es infinitamente bueno, cambia las cosas "malas" en buenas, cambia el sufrimiento en ganancia... para la vida eterna.
El sufrimiento es un misterio. Como todo misterio no es posible explicarlo satisfactoriamente. Sólo lo comprenderemos después de esta vida. Allá en la eternidad comprenderemos los planes de Dios mucho mejor que ahora. Mientras tanto, confiemos en Dios. El es el que sabe.


Homilía del domingo 13 de febrero del 2000. Parroquia de Montaña Cardones
¿Por qué Dios permite que triunfen los malos? Está bien decir que Dios "permite", porque Dios nunca puede causar el mal, ya que El es infinitamente perfecto e infinitamente bueno. Dios es la Bondad y la Perfección mismas.
Ahora bien, en la Voluntad de Dios podemos apreciar dos formas: una activa, mediante la cual Dios causa todo el bien que vemos, y una pasiva mediante la cual permite que se suceda el mal ... y lo permite sólo para sacar un mayor bien.
Dios no quiere el mal ... solamente lo permite. Y lo permite porque Dios hizo a los seres humanos libres. Ser hombre o mujer significa ser libre, porque Dios quiere que lleguemos a El en libertad. Ser libre significa que podemos escoger libremente el bien y también escoger libremente el mal. Con la libertad existe entonces la posibilidad del mal.
El problema está en que los hombres y mujeres de todos los tiempos -desde Adán y Eva hasta hoy- hemos mal usado ese regalo tan valioso que Dios nos dio: la libertad.
Pero el mal en el mundo no es fruto de la Voluntad de Dios, sino del mal uso que el ser humano ha hecho de la libertad que Dios le dio.
 Al dejarnos llevar por el orgullo, el egoísmo, la mentira y por tantas otras seducciones del Maligno, crecen, entonces, la maldad, la injusticia, el desamor, la violencia y todos los demás males que vemos en nuestro entorno y en el mundo entero.
Pero Dios no quiere esto. La Voluntad activa de Dios es que todos los seres humanos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la Verdad. El mal se sucede porque nosotros, los seres humanos, escogemos el mal. Dios simplemente permite que tomemos esa terrible opción por el mal. Y cada opción por el mal que tomamos cada uno de nosotros va causando otros males en el mundo.
Sabemos que Dios puede sacar -y de hecho saca- bien de cualquier mal. El problema es que a veces nos cegamos y vemos sólo el mal y los males causados por el mal. Por estar tan alejados de Dios no podemos apreciar su actuación sacando bien del mal.
El mejor ejemplo de este tipo de actuación divina es nuestra redención. Esta ha sido el mayor bien sacado del peor mal: la muerte injustísima de Jesucristo, el Hijo de Dios, fue causa de nuestra salvación eterna.
Cierto, muchos males parecen no recibir su castigo aquí en esta vida. Pero tenemos que estar seguros que, siendo Dios también infinitamente justo, en el tribunal de la eternidad quedará todo en orden.
Es decir, el Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios. Ese día conocerá toda la humanidad cómo Dios dispuso la historia de la salvación de la humanidad y la historia de cada uno de nosotros para nuestro mayor bien, que es la felicidad definitiva, perfecta y eterna en la presencia de Dios en el Cielo. Se conocerá cómo los diferentes males y sufrimientos de las personas y de la humanidad los ha tornado Dios para Su gloria y para nuestro bien eterno. Mucho de lo que ahora en este mundo se considera tonto, negativo, incomprensible, se verá a la luz de la Sabiduría Divina.
"El día que Yo actúe', dice el Señor de los Ejércitos... entonces verán la diferencia entre los buenos y los malos, entre los que obedecen a Dios y los que no lo obedecen. Ya viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y malvados serán como la paja. El día que viene los consumirá, dice el Señor de los Ejércitos, hasta no dejarles ni raíz ni rama. Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el Sol de Justicia, que les traerá la salvación en sus rayos" (Mlq. 3, 13-20).
Es así como la presencia del mal en el mundo es un misterio que sólo quedará explicado en la otra vida, en el Juicio Final


Homilía del 31 de marzo de 2014. Cardenal Rouco Varela, en el funeral de Estado por Adolfo Suárez
1.- Los restos mortales de nuestro hermano Adolfo (q.e.g.e.) descansan ya en el Claustro de la Catedral de Ávila, la ciudad de Teresa de Jesús, aquella santa castellana que "moría porque no moría". Morir por el verdadero amor y morir amando de verdad es señal inequívoca de la fecundidad de una vida comprendida y cumplida a la luz del Misterio de Aquél que "murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5,15). El Misterio de Cristo, Hijo del hombre e Hijo de Dios, es el Misterio del Amor de Dios al hombre, el Misterio del amor más grande, del que hacemos memoria en esta celebración eucarística por nuestro querido hermano Adolfo, cuya vida al servicio de España nos resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano. Al avivar los recuerdos de su larga, limpia y generosa trayectoria en esta hora de la prueba decisiva, que es la muerte, y al hacerlos presentes en la memoria eucarística, ¿no se nos impone el convencimiento de que a él también le apremiaba el amor de Cristo, del que hablaba San Pablo a los fieles de Corinto? Su familia, sus queridos hijos y nietos, dirán sin vacilar: ¡que sí!
2. Su plegaria es hoy nuestra plegaria, la plegaria de la Iglesia en España. ¡Es la plegaria de España! Lo confirman la presencia en esta Santa Misa de Sus Majestades los Reyes, de sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los representantes de las más altas instituciones del Estado, de numerosos fieles, ciudadanos de Madrid y procedentes de otros lugares de la geografía patria, y de los que están siguiendo la ceremonia por las pantallas de televisión. Son el eco y el testimonio emocionado de profundos y nobles sentimientos de aprecio, estima y gratitud sinceras para con aquella persona que sirvió a los españoles con rectitud y fortaleza ejemplares en uno de los momentos más cruciales y delicados de su historia contemporánea. Es la nobleza de corazón de tantos creyentes y de tanta gente sencilla y de buena voluntad que se expresó espontáneamente desfilando en largas e interminables colas ante su cadáver para rendirle un último homenaje de reconocimiento a su persona y que se manifiesta, sobre todo ahora, en la oración por él y, ¿cómo no?, también por España. El Papa Francisco nos ha llamado reiteradamente la atención sobre el valor de la fe del pueblo sencillo para acertar en el discernimiento de lo que hay de verdad y de bien en las personas y en los acontecimientos que marcan los caminos de la historia. Es esa conciencia sana de las almas sencillas la que ha atisbado y juzgado con acierto que, para comprender y valorar el significado más profundo de lo que sostuvo la vida y de lo que ha sido la muerte del que fue Presidente del Gobierno Español durante casi un lustro, D. Adolfo Suárez, no se pueden olvidar las palabras de Jesús cuando aseguraba a sus discípulos: "que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
3. "No valoramos a nadie según la carne" (2 Cor 5,16), decía San Pablo de sí mismo. La tentación de juzgar la vida de las personas y de la propia existencia "según la carne" es muy poderosa. Había vencido incluso al propio Pablo, "el Apóstol de los Gentiles", a la hora del reconocimiento de quién era y de qué significaba Cristo para él y para el hombre de todos los tiempos y lugares. "Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne –confiesa él–, ahora ya no" (2 Cor 5,16). Huir del juicio según la carne para juzgar según el Espíritu es lo que nos posibilita la imprescindible apertura de la mente y del corazón para admitir y aceptar nuestra deuda con nuestro hermano Adolfo, llamado ya por el Señor de la vida y de la muerte a su presencia, y para enfrentarnos honradamente con las consecuencias personales y colectivas que debiéramos extraer de la experiencia de las circunstancias tan complejas, duras y dolorosas que enmarcaron su vida y rodearon su muerte. Mirando al bien de España, a su presente y a su futuro:
- La concordia fue posible con él. ¿Por qué no ha de serlo también ahora y siempre en la vida de los españoles, de sus familias y de sus comunidades históricas? Buscó y practicó tenaz y generosamente la reconciliación en los ámbitos más delicados de la vida política y social de aquella España que, con sus jóvenes, quería superar para siempre la guerra civil: los hechos y las actitudes que la causaron y que la pueden causar.
- Su vuelta a una vida de familia más intensa, dedicada al cuidado tierno y sacrificado de la esposa y de los hijos, después de la retirada dolorosa de la vida pública, y el asumir el largo tiempo de la propia enfermedad, humanamente hablando tan oscuro, haciendo propio el dicho de Jesús –"El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna" (Jn 12,25)– nos han dejado un testimonio ejemplar y, en su prolongado silencio, una advertencia elocuente de cuáles son y deben ser los auténticos y fundamentales valores, los absolutamente necesarios, si se aspira a edificar un tiempo nuevo para la esperanza de nuestra sociedad y de cualquiera otra. En una palabra, si se quiere vivir, y ayudar a vivir a sus jóvenes generaciones en libertad, justicia, solidaridad y paz.
- La forma sobrenatural de su aceptación y de su vivencia del sufrimiento en la difícil y heroica temporada de la enfermedad de su hija y de su amada esposa y en los años crueles de la propia, que él asumió enteramente, hablan de un hombre de arraigada y profunda fe cristiana, muy consciente de que siguiendo y sirviendo a Cristo hasta la Cruz estaría con Él y con sus hermanos, amando en el tiempo y en la eternidad. "El que quiera servirme –decía el Señor– que me siga, y donde esté yo, allá también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará" (Jn 12,26). ¡Una buena y hermosa lección para los católicos de esta España de hondas raíces cristianas llamados con urgencia histórica a ser y servir de fermento de nueva humanidad en medio de sus conciudadanos, afrontando humilde y valientemente el compromiso del amor cristiano con la sociedad y con el pueblo al que pertenecen!
4. Son –¡somos responsables!– de que una gran tradición espiritual, que ha configurado en decisiva medida la historia del alma de España –¡su historia interior!–, no solo no se pierda, sino que renazca como esa "nueva criatura" de la que hablaba San Pablo a los Corintios: "El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado" (2 Cor 5,17). Sí, para nuestro hermano esperamos y pedimos fervientemente al Señor Resucitado que lo nuevo, la verdadera y eterna gloria, haya comenzado ya y que la inmarchitable novedad de Cristo vuelva a florecer en España. El Papa Francisco nos ha puesto a los católicos ante el desafío de ser "Iglesia en salida". Lo seremos si estamos dispuestos a ser testigos fieles y consecuentes de lo que el Beato Juan Pablo II llamaba "el Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona humana y el Evangelio de la Vida (que) son un único e indivisible Evangelio" (cfr. "Evangelii Gaudium", 19 y ss.; y "Evangelium Vitae" 12).
5. La Virgen María, la Madre del Señor y Madre nuestra, que ha engendrado en su seno purísimo al Hijo de Dios para que "el hombre viejo" pudiera transformarse en "un hombre nuevo", llamado a su Gloria, quiera acompañar nuestra plegaria en esta Eucaristía por nuestro querido hermano Adolfo y por España: ¡Ella que es la Madre del Amor Hermoso. Amén

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