México, cultura, guerrillas y el PRI

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Descripción

México, cultura, guerrillas y el PRI

Luego de un

convulso siglo XIX

que se desarrolló entre

guerras civiles e invasiones, México comienza el siglo XX con una revolución de la que se engendra un gobierno y un sistema político

que

se

establece

como

poder

hegemónico,

el

que

articula un discurso legitimador que tiene sus orígenes en la independencia de Hidalgo y en el triunfo del liberalismo. Sin embargo, la historia de México nunca cesó de parecerse a una novela tragicómica de aventuras, lo cual en el siglo veinte se volvió una locura: los políticos parecían personajes extraídos de

caricaturas,

cambios

mientras

económicos,

el

pero

una

pueblo rica

mexicano

sufría

transformación

graves cultural

cosntante. Precisamente de las particularidades de ese discurso, los cambios por los que pasó México y de la corriente literaria de

la

nueva

histórica

se

hablará

en

el

presente

apartado,

concretamente de las características que asume su interpretación de la independencia

entre los años de 1970- 1980, cuando renace

y

auge

cobra

particular

y

representatividad

la

nueva

novela

histórica. Si en el siglo XIX se esbozó el Olimpo de héroes nacionales por medio del trabajo de diversos historiadores, el siglo XX y los

gobiernos

ponerlos

emanados

éticamente

de en

la

revolución

práctica: 1

se

los

secundaron

para

transcribieron

sus

legendarios actos en libros de primaria, se erigieron magníficos monumentos y hasta se nombraron y renombraron calles y pueblos con nombres de mártires independentistas; por eso cada ciudad mexicana tiene una calle que se llama Morelos, otra Reforma, una plaza o monumento a Miguel Hidalgo. Al pasar de los años México alcanzó representatividad y trascendencia política e histórica tanto para sí como para los demás países: su cultura, su historia y su sociedad se perfilan como particulares, todo esto auspiciado principalmente por los gobiernos postrevolucionarios a partir de los años veinte. Sin embargo,

esa

representatividad

y

trascendencia

creó

un

inmovilismo social y cultural durante las siguientes décadas que condujo a la formación de distintos movimientos que señalaban esos límites y contradicciones, dando origen al surgimiento de diversos movimientos contraculturales. Ello condujo a que, en la década de 1960-1970, Díaz Ordaz (1911-1979) mandara a la armada mexicana a aplastar esas voces críticas y acribillar a un gran número

de

activistas

en

la

tristemente

recordada

noche

de

Tlatelolco, fracturando con ello sociopolíticamente a la nación. Otro tanto hicieron sus sucesores, Luis Echeverría y José López Portillo, para darle seguimiento a estos eventos atroces. El tiempos

régimen no

supo

hegemónico cicatrizar

que la

dominaba gran

al

herida

país

en

aquellos

revolucionaria

ni

atender cabalmente los factores que la promovieron. Fracturada 2

sociopolíticamente la nación mexicana, surge esa “efervescencia” en el arte, cultura, y, cómo no, aún más en los movimientos contraculturales. Posteriormente

a

incontable

cantidad

de

discursos

demagógicos, los movimientos civiles, comandados en su mayoría por jóvenes, supusieron que la mejor opción fue levantarse en armas por el gobierno represor, formando grupos guerrilleros que se instalaban en las sierras al estilo Che Guevara, aunque en otros casos también se efectuaba la guerrilla urbana, la cual incluía

los

bancarios,

secuestros

o,

con

de

palabras

personas más

importantes

categóricas

y

y

asaltos

eufemísticas,

“expropiaciones” (Ramírez 1992: 10). Me parece que Luis Echeverría fue el primer presidente que en realidad se acercó a los intelectuales. Echeverría estableció amistades

con

eruditos

y

artistas

mexicanos

de

alta

índole.

Pero esto no fue una mera acción innovadora en la presidencia, también tuvo sus razones maquiavélicas que consistían en limpiar aún más su apariencia y la de su partido, ya que comprendió que después de la tragedia del 68, la situación social, cultural y económica en México estaba gravísima, así que dejó que el arte, pensamiento

e

investigación

sobresaliera

en

su

gobierno,

cultivando a un “México ilustrado”. En cuestión de la cultura, el Excelsior abrió un importante espacio que supuso un gran paso al breve progreso sociológico 3

mexicano que se desarrolló por este medio. La cultura, como se ha dicho, es de gran importancia, de gran valor, es la que abre puertas

a

nuevas

artes,

a

nuevas

filosofías,

costumbres

y

disfraces. Aunque fue una excelente idea el espacio cultural que permitieron en Excelsior, era obvio que este en algún momento se volvería el enemigo de Echeverría y todo lo que representaba el Partido Revolucionario Institucional, ya que la actitud crítica de Excelsior “más tarde le acarreó (a Echeverría) problemas con el gobierno y la iniciativa privada, que en más de una ocasión lo sometió a boicots para doblegarlo. Pero a principios del sexenio nada de eso ocurría aún y el periódico era un éxito” (Ramírez 1992: 19). Y más problemas surgieron cuando uno de los más grandes intelectuales que México

tuvo levantó su pluma y papel para

criticar cada aspecto de Echeverría y de su partido político: Daniel Cosío Villegas (1898-1976), quien denunció “el tapadismo, la corrupción, la demagogia, la esquizofrenia (el gobierno por un lado y el pueblo por el otro) y calificó al sistema mexicano como 'una Disneylandia democrática'” (Ramírez 1992: 20)1. Pero, desafortunadamente, esta, si es que se puede denominarla de esta manera, “noble tregua” no duró mucho. 1

No obstante, como suele pasar en la vida política y de la farándula, un evento curioso pasó cuando Cosío invitó al presidente Luis Echeverría, junto con su esposa, a comer a su casa, donde surgieron diálogos amenos, sin ningún conflicto alguno. Se dice también que ahí mismo se autorizaron los fondos para la elaboración de La historia de la Revolución Mexicana, con una cuantiosa cantidad de volúmenes (1992: 20)

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Un problema que México vivió y que se acrecentó con la presidencia de Echeverría, fue el ejido: un fracaso. Como desde a finales de su candidatura y principios de su presidencia, Echeverría trató de limpiar el pasado del PRI, quiso emular a grandes héroes de la revolución y la política; en el caso del ejido, con astucia, se hizo pasar por un Lázaro Cárdenas, con su “segunda etapa de la reforma agraria”, que por supuesto fue uno de

muchos

otros

“desarrollismos”

que

fantasmagóricamente

efectuaba el PRI y sus correligionarios. De esta manera, la corrupción y despotismo pervivió afablemente en el campo: como era de suponerse desde un principio, Echeverría ni pudo ni quiso arreglar la situación tan precaria por la que sufría el campo: la

corrupción

neolatifundistas,

estaba

profundamente

disfrazados

de

enraizada.

pequeños

Los

propietarios,

atesoraban muchas propiedades y las mejores tierras de sistema de riego, y, por supuesto, se llevaban grandísimas ganancias, mientras,

por

otro

lado,

los

ejidatarios

y

los

obreros

se

quedaban más pobres, creando una gran emigración hacia USA, la cual todavía persiste. Mientras las guerrillas aumentaban tanto en la sierra y en la ciudad, las protestas de estudiantes y maestros no se dejaron esperar: en Monterrey y Ciudad de México hubo muchos paros y protestas por las nuevas leyes y reformas que, más que un bien plausible,

llevaron

paulatinamente 5

al

caos

nacional.

Por

si

fuera poco, Echeverría cometió un gran error al recrear, la “segunda etapa de Tlatelolco '68”, otra matanza de estudiantes, maestros y demás civiles en 1971 dentro de la Ciudad de México: con el pretexto de que la protesta era “ilegal”, envió tanto a fuerza

paramilitares

como

al

ejército

a

combatir

a

los

estudiantes. A pesar de los tantos fraudes, masacres e involuciones entre Díaz Ordáz y Echeverría, México tuvo un gran auge cultural desde los

principios

comenzando

con

de la

los

años

“canción

sesenta

de

hasta

protesta”;

los

además,

setentas, en

México

empezaron a surgir las famosas “peñas” que eran pequeños cafés o bares donde cantaban famosos de este género, así como Óscar Chávez,

Margarita

Bauche,

Julio

Solórzano,

Gabino

Palomares,

Margie Bermejo, el Negro Ojeda y Gerardo Tamez (1992: 30). En cuanto a la literatura y el teatro, en los setenta el teatro fue un éxito con Emilio Carballido y Vicente Leñero –con Leñero

véase

su

importancia

de

su

obra

Los

albañiles,

que

también la escribió como una breve novela y la trasladó a la cinematografía.

Por

otro

lado,

también

de

igual

importancia

estaba la narrativa, la novela, que era abundante, tanto que se produjeron obras sin mucho valor literario, en las que, sin embargo,

estaba

el

germen

de

una

etapa

de

gran

relevancia.

Además, “el hecho de que mucha gente escribiese sensibilizaba, humanizaba y desmitificaba a capas importantes de la sociedad, 6

aunque,

muchos

saturación

escritores

de

literatos

desertaban

en

México”

su

profesión

(Ramírez

1992:

por

la

74).

Sin

embargo, aseveraciones erráticas llegaron a crear el pensamiento de que “tanto escritor en México era algo dañino” (Ramírez 1992: 74), ya que ésto bajaba el nivel de calidad literario. Así que, con sus subidas y bajadas, los años setenta en

la

creación

literaria

y

musical,

ya

fueron fructíferos que

había

una

gran

necesidad de expresión cultural -y en casi todo el mundo-, y era “justo y necesario” por la matanza de Tlatelolco en 1968 y las que

le

siguieron.

Era

tiempo

de

edificar

a

otro

México

y

desmitificar “al otro” que el sistema había creado. Así, aparte de guerrillas y conflictos entre estadistas del mismo

partido

contexto

que

“revolución

político, comienza

en

a

literaria”,

el

siglo

XX,

desarrollarse, que

ya

no

nada

determinada

surge más

una se

por

el

especie

de

fijaba

en

la

formación de un ejército de escritores, sino en la combinación de formas estéticas que se fueron desarrollando en el Occidente, el enfoque antropológico en las múltiples obras y el rescate de antiguas costumbres, como también la crítica sobre la historia original,

o

en

otras

palabras,

la

historia

oficial,

y

las

constancias e inconstancias políticas por las que pasaban los países latinoamericanos (Aínsa 2003: 53). En este marco surge un conjunto de autores que escribieron novelas históricas con un toque

humorístico,

con

sátiras 7

y

parodias

del

pasado

latinoamericano,

adjuntas

a

la

carnavalización,

o

solamente

novelas que desmitificaban actos solemnes de héroes patrióticos intocables. A esta tendencia literaria que trascendió a los años setentas y ochentas se le empezó a considerar como nueva novela histórica -o novela histórica contemporánea, para diferenciarla de sus manifestaciones durante el siglo anterior- por críticos que percibieron su unidad y constancia ética y estética como el uruguayo Ángel Rama, el neoyorkino Seymour Menton, los mexicanos Juan José Barrientos y José Emilio Pacheco, y el venezolano Alexis

Márquez

Rodríguez,

entre

otros,

quienes

fueron

los

primeros en investigar este subgénero y defenderlo como tal. La estructura novelesca de la nueva novela histórica dinamita creencias y valores establecidos a través de una reescritura anacrónica, irónica y paródica, cuando no irreverente. En el intersticio deliberado de la “segunda escritura”, de la parodia surge un sentido nuevo, un comentario crítico sobre lo peculiar de una textualidad asumida donde la historia puede ser tanto una epopeya de mitos degradados, un drama o una comedia y, en algunos casos, una “epopeya bufa” o una demoledora visión sarcástica.(Aínsa 2003: 100-1)

En

este

contexto,

surge

y

se

refuerza

la

nueva

novela

histórica que representaban a los héroes de las revoluciones de México -ya la de 1810, ya la de 1910-, humanizándolos o, incluso destrozándolos. En pocas palabras, México estaba redefiniéndose, necesitaba quitarse ese sabor amargo que su desarrollo histórico le dejaba y, además, la globalización poco a poco hacía ver sus efectos dentro de la república mexicana.

8

Conforme la literatura sobresalía a nivel latinoamericano como un movimiento o corriente atractivo a nivel mundial, el boom, dentro de cada país tuvo sus funciones específicas con la nueva novela histórica hispanoamericana: y es que era necesario retroceder

en

el

tiempo

para

preguntarse

en

qué

y

cómo

han

surgido tales cuestionamientos ontológicos que la historia ha sobrellevado. Además, la agotante idea de que la modernidad es connotación del progreso, la cual inspirada por el desarrollo científico y tecnológico desde la Ilustración y luego con el Positivismo, en el contexto de la posmodernidad

chocan2, ya que

engendra una crisis generada por la creciente conciencia del deterioro ecológico, sociológico y epistemológico mundial, así que

México

necesitaba

esa

introyección

para

analizarse,

segmentarse y reconfigurarse (Barrientos 2001: 18), tal como lo hizo Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de López y sus demás novelas sobre la Revolución mexicana; sólo que en el caso de Los pasos, aterriza el principio oficial de la historia mexicana, la insurrección de Miguel Hidalgo, idea clarividente en el caso de México: si se tiene que empezar con algo, pues, es necesario comenzar con el principio, desde la génesis mexicana, la cual ha sido cuestionada desde sus inicios por historiadores tomados por

2

Es válido reemplazar “posmodernidad” por “contemporaneidad”, aunque cada una sea debatible, las dos acepciones son adecuadas, a mi parecer, en la totalidad hispanoamericana.

9

rebeldes intelectuales, cosa que en el siglo XX se hizo toda una moda hasta en la actualidad. Conforme la nueva novela histórica se desarrollaba en México –y en Latinoamérica, en general-,

cada tradición literaria y

cultural

momentos

nacional

consideraba

perfiló

fundacionales

los y

que

debían

históricos ser

que

releídos

y

redefinidos: en el caso de México, la independencia, la reforma y

la

revolución

fueron

las

etapas

que

se

asumen

como

fundacionales y que, por lo tanto deben ser replanteadas, como así lo muestra Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de López y Los relámpagos de agosto, sólo que en el caso de aquélla centra su atención en el origen que la historia liberal oficial reconoce y establece

para

México,

esto

es

la

insurrección

de

Miguel

Hidalgo. Por

eso

México

antes

pasó

por

múltiples

explosiones

-

modernidad-, pero en el siglo XX, hasta en el XXI, pasaba por implosiones –posmodernidad-, de afuera hacia adentro (ídem). Por eso no sabemos si somos contemporáneos o posmodernos; por eso no sabemos

si

somos

priístas,

panistas,

perredistas

o

de

otro

partido político; por eso no sabemos si venimos del axolote, o del guajolote o de dioses mexicas o de dioses griegos; por eso, hemos vivido en un México que se refuncionaliza cada cierto tiempo

y

rebuscarse

necesita y

del

arte,

reencontrarse.

historia En 10

este

y

literatura

caso,

los

para

orígenes

revolucionaros como el de la insurgencia de Miguel Hidalgo, es un festín de íconos míticos que deben de ser reubicados cada cierto tiempo, sea por un partido político o trascendencia del razonamiento humano, para afinar el instrumento ontológico que llamamos el Ser, y en este caso, el Ser mexicano. México vivirá siendo un espejismo del pasado y morirá siendo una ilusión del presente. Apuntando siempre hacia el frente.

Bibliografía

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Aínsa, Fernando. Narrativa hispanoamericana del siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto. España: Prensas Universitat Zaragoza, 2003. Barrientos, Juan José. La nueva novela histórica hispanoamericana. Cd. de México: UNAM, 2001. Pons, María Cristina. Memorias del olvido. México: Siglo Veintiuno Editores, 1996. Ramírez Gómez, José Agustín. Tragicomedia mexicana, tomo II. Cd. De México: Espejo de México, 1992.

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