Método, Sistema y Sujeto. Análisis comparativo de Lyotard y Jameson.

July 6, 2017 | Autor: M. Barba Magdalena | Categoría: Posmodernidad
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Descripción

MÉTODO, SISTEMA Y SUJETO. Comparación de dos interpretaciones de la posmodernidad.

Resumen El presente trabajo tiene por objeto la comparación de La condición posmoderna, de Lyotard, con Ensayos sobres el posmodernismo y El posmodernismo revisado, de Jameson. La densidad conceptual de los textos señalados es tal que cualquier comparación que se pretenda satisfactoria habrá de proceder mediante la propuesta de un bajo número de conceptos y problemas muy concretos y presentes en ambos textos. Los conceptos y problemas que nosotros usaremos como ejes para la comparación son el método utilizado por cada autor, la noción de sistema que dicho método arroja y el sujeto supuesto en ella. Explicitaremos, en primer lugar, el lugar de cada uno de estos temas en cada autor, para poder compararlos después de forma sistemática. Por último, ofreceremos una conclusión crítica sobre alguna idea aparecida.

Lyotard Que la pregunta prefigura siempre la respuesta es un conocimiento presente en el acervo filosófico. Empecemos, pues, por interrogarnos acerca del método seguido por Lyotard, estudiemos cómo estudia este autor. Por método entendemos el procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla. Ahora bien, digamos ya que, en la medida en la que la pregunta condiciona la respuesta, las diferencias entre Lyotard y Jameson en lo que respecta a la cuestión del método empleado en el estudio de la posmodernidad no constituirán únicamente una lista sistemática de diferencias en el procedimiento, sino que arrojarán un concepto de posmodernidad parcialmente desemejante.

Lyotard nos obsequia con la gentileza de dedicar explícitamente una sección a la aclaración del método seguido en su estudio de la posmodernidad. El objeto de estudio inmediato, a través de cuya caracterización van a desprenderse las ideas clave que caractericen a la posmodernidad, es el saber en las sociedades informatizadas. Con saber señala Jameson la concepción del mundo en su más general sentido, aunque siempre bajo la forma del discurso. Pero saber no hace referencia al conocimiento, si con este término hemos de entender únicamente el tipo de discurso que produce la actividad científica, sino que la ciencia queda englobada dentro del saber, sin identificarse con él. La ciencia es un conjunto de enunciados denotativos que describen objetos, que pueden ser verdaderos o falsos, y para cuya aceptación se imponen ciertas condiciones de observación y de admisión por parte de la comunidad de expertos. Pero el saber no designa únicamente un conjunto de enunciados, sino que, como término que designa el proceso de la conceptualización en general, denota ante todo una constelación de habilidades, de prácticas. En las palabras de Lyotard, No consiste en una competencia que se refiera a tal tipo de enunciados, por ejemplo cognitivos, con exclusión de los otros. Permite al contrario actuaciones con respecto a varios objetos del discurso: conocer, decidir, valorar, transformar…De ahí resulta uno de sus rasgos principales: coincide con una amplia de las competencias, es la forma única encarnada en un asunto compuesto por los diversos tipos de competencia que lo contribuyen1. De este modo, por saber vamos a entender una acumulación, por medio de la experiencia seleccionada y atesorada por una comunidad humana mediante criterios culturales, de prácticas, habilidades, competencias, que entran en juego de forma natural cuando el miembro de una comunidad concreta se encuentra ante una situación concreta. Con esta idea, queremos enfatizar especialmente que la constitución fundamentalmente práctica del habérselas con las cosas ha de llevarnos, de manera forzosa, a admitir que toda forma concreta de saber, ya sea como conjunto de enunciados o en cualquiera de sus posibilidades, tiene siempre la impronta de la sociedad en la que nace, de la cultura que la genera y la utiliza; y, por tanto, a la hora de evaluar las posibilidades de legitimidad a las que pueda aspirar toda forma de 1

LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra. P. 18

saber, habremos de enfrentar los problemas con los que nos compromete el que nuestra propia evaluación esté ella misma restringida por la práctica social que la constituye. Lyotard considera dos formas generales que el saber adopta: en primer lugar, el saber narrativo, que es la forma de saber presente de forma natural en el pensamiento cultural, es decir, originalmente social, universalmente humano. El saber narrativo se caracteriza por ilustrar mediante relatos las competencias que la sociedad que es el caso fomenta o proscribe. Además, a diferencia de la ciencia, que limita su discurso a los enunciados denotativos, el saber narrativo emplea un amplio abanico de tipos de enunciados. La última característica del saber narrativo que nos interesa, aunque no por ello la menos importante, es la función “legitimante” de los relatos del saber narrativo: los relatos ostentan autoridad por el mero hecho de ser los relatos de la comunidad, esas formaciones discursivas en las que la comunidad se ve reflejada y con referencia a los cuales actualiza constantemente las prescripciones heredadas. En esta actualización, los relatos del saber narrativo no pierden nunca su autoridad, y, por tanto, resulta irrelevante una exigencia de legitimidad tal como la que la ciencia occidental, desde Francis Bacon, hace al conocimiento, es decir, el saber narrativo no establece la indiferencia hacia los idola como criterio de la aceptación de los relatos: muy al contrario, los idola, presentes tanto en el relato, que es una práctica social, como en la práctica social en general, que se piensa a sí misma en los términos del relato cultural, proveen toda la base que se necesita para aceptar los relatos. Es así como debemos entender a Lyotard cuando escribe que Hay, pues, una inconmensurabilidad entre la pragmática narrativa popular, que es desde luego legitimante, y ese juego de lenguaje conocido en Occidente que es la cuestión de la legitimidad, o mejor aún, la legitimidad como referente del juego interrogativo. Los relatos, se ha visto, determinan criterios de competencia y/o ilustran la aplicación. Definen así lo que tiene derecho a decidirse y a hacerse en la cultura, y, como son también una parte de ésta, se encuentran por eso mismo legitimados2.

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LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra. PP. 20 - 21

A lo largo de esta sección, se verá cada vez con mayor claridad la pertinencia de señalar la dimensión práctica y cultural de todo habérselas con, incluido todo conjunto de enunciados denotativos.

Las sociedades informatizadas a las que Lyotard refiere su estudio sobre el saber son, paradigmáticamente, las sociedades occidentales en su desarrollo posterior a los años 50, década en la que Europa se reconstruye desde los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Esta fase, que, en la opinión general, abarca hasta nuestros días, es lo que se conoce como era post – industrial, o, si hemos de incluir la dimensión cultural, era posmoderna. Una caracterización más satisfactoria de cómo concibe Lyotard estas sociedades se abordará en la sección que estudie la noción de sistema. Los criterios que Lyotard utiliza para el estudio del saber en las sociedades informatizadas, y para, a través de este objeto, caracterizar la era posmoderna, se derivan de la consideración del estado en el que se encuentra la cuestión de la legitimidad en el momento actual. Para ello, Jameson emprende un relato de cómo esta cuestión se ha desarrollado en la Modernidad. La Modernidad ostenta dos formas generales de legitimidad del discurso: el discurso jurídico, y el conocimiento científico. Occidente se define, asegura Jameson, por el hermanamiento de estos lenguajes. Sin embargo, hermanamiento no implica reducción, y de hecho, encarar la cuestión de la legitimidad desde el punto de vista de lo que es justificable para el lenguaje jurídico (lo cual implicará opciones políticas) arroja resultados diversos de los que resultan de encararla desde el punto de vista de lo que es justificable para el lenguaje científico. De este modo, la Modernidad significó un campo de batalla para la confrontación entre los partidarios de cada uno de estos discursos. El discurso jurídico, o político, sostenía que son los pueblos el sujeto de la ciencia, que es en los pueblos, en las creencias que sostienen y en el beneficio que buscan, donde debe buscarse aquello que mide la legitimidad o ilegitimidad de una operación científica. El sujeto en general es, pues, un héroe de la libertad, antes que un héroe del

conocimiento, y la ciencia ocupa el lugar de alumbrar el camino de los pueblos, cuando no el de herramienta en el sentido más utilitario. El discurso de la justificación del conocimieno científico, en palabras de Lyotard, encuentra en principio su legitimidad en sí mismo, y es él quien puede decir lo que es el Estado y lo que es la sociedad. 3 Este es el tipo de discurso al que Lyotard asimila la tradición filosófica moderna. El sujeto del saber, para este discurso, no es el pueblo, sino el espíritu especulativo. La ciencia positiva y el pueblo sólo son sus “formas brutas”, sus derivados, tal vez las formas históricas de las que se sirve – identificamos en esta idea una clara ascendencia hegeliana. De este modo, no se justifica el conocimiento por su uso práctico, sino que los partidarios de que la justificación del discurso científico es la forma paradigmática de la legitimidad en general recurren a argumentos que fundamentan la validez del discurso dentro del discurso sí mismo. Pero debemos distinguir este tipo de auto – fundamentación del que ostentan los relatos culturales. La diferencia radica en que la justificación del discurso científico, durante la Modernidad, recurre a argumentos para justificar su valor de conocimiento referencial, mientras que los relatos culturales escapan a la lógica de la justificación en sentido científico. Siguiendo a Cassirer, podemos decir que los relatos culturales, los mitos, se contentan con poseer un objeto. Ahora bien, como quedó establecido anteriormente, todo conjunto de enunciados se enmarca en un saber. Consecuentemente, los discursos jurídico – político y filosófico – científico acusan su naturaleza cultural. Es decir, sirven al estudioso como un espejo mágico, donde se fija la imagen del rostro del pueblo que lo utiliza. De este modo, los discursos comentados deben invitarnos, no sólo a hacer inventario de los argumentos a favor y en contra de los que dispusieron, sino a considerarlos como la manera en la que la Modernidad, como cultura, se entendía a sí misma. Y, tratándose de discursos que buscaban establecer la legitimidad de una vez para siempre, apuntalarla contra el horizonte de la Historia, bien se entiende que Lyotard los califique de como meta –

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LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra. P.30

relatos. Según esta idea, la Modernidad como práctica cultural fue una fábrica de prácticas culturales orientadas a ordenar toda práctica cultural posible. Pero ninguno de los meta –relatos modernos tiene ya lugar. La producción de meta – relatos es ella misma una empresa desterrada a la memoria, como resultado de la deriva intelectual. Desde el siglo XIX, se han sucedido los procesos de deslegitimación. Podemos identificar tres: en primer lugar, la reiterada exigencia de verdad a la exigencia científica de verdad. Ante los traspiés y la desorientación sufridas por el discurso de legitimación tradicional ante esta pregunta, surge un segundo proceso de deslegitimación, el de argumentar que el lugar de la ciencia no es forzosamente el lugar de todo discurso. Dicho de otra manera, La ciencia juega su propio juego, no puede legitimar a los demás juegos de lenguaje. Por ejemplo, el de la prescripción se le escapa. Pero ante todo no puede legitimarse a sí misma como suponía la especulación4. Por último, la comunidad científica se ha visto constantemente reordenada en el transcurso de las revoluciones científicas acaecidas desde Galileo hasta el presente, lo cual imprime una concepción historicista de la parcelación del conocimiento. Es decir, no hay manera de establecer disciplinas, lo cual equivale a definir objetos de estudio, sin temer a cada paso que un nuevo descubrimiento vaya a disolverlas en favor de un nuevo ordenamiento. ¿Cuál es, por tanto, el lugar que ocupa la palabra “legitimidad” en la posmodernidad, en el espacio histórico que hereda los desengaños de la Modernidad? Ocupa el lugar de poner de relieve la naturaleza de saber de todo discurso. Todo discurso

es

entendido, en la posmodernidad, como una práctica cuyos principios ni son extrapolables a los de cualquier otro discurso, ni ostentan una validez que vaya más allá de ser la práctica en la que se reconoce un sujeto concreto. Los meta – relatos han muerto, y su muerte la certifica Lyotard; nos queda la tolerancia teórica y ética hacia la multitud inagotable de hábitos culturales surgidos de la cabeza y de las manos de los seres culturales.

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La herramienta de análisis teórico que, en esta tesitura histórica e intelectual, nos es posible usar sin caer en los errores de la Modernidad, es la de los juegos del lenguaje. La idea de juegos del lenguaje señala que las diversas categorías de enunciados son especificadas por reglas que determinan su uso en una comunidad determinada. Debemos señalar tres aspectos de esta idea: En primer lugar, las reglas de los enunciados no les son inherentes, sino que se fundan en el contexto social, fuera del cual carecen de sentido. Además, cada enunciado debe entenderse como una “jugada” en el juego del lenguaje, como una distribución de significados que se efectúa, en principio, según las reglas; una jugada que no cumpla las reglas prescritas, no es parte del juego. Por último, y en la medida en la que las reglas del juego del lenguaje son, ellas mismas, “jugadas”, una presión suficiente contra los límites de un juego del lenguaje concreto, un número suficiente o suficientemente poderoso de jugadas proscritas en una dirección determinada pueden abrir hueco a nuevos tipos de usos, redefiniendo el juego del lenguaje, sin que nadie pueda establecer prescripciones autorizadas desde un meta - relato. Pues en esto consiste la posmodernidad: en el rechazo a creer en perspectivas privilegiadas. En suma, el método de Lyotard consiste en caracterizar la posmodernidad - entendida como espacio histórico resultante de la deslegitimación de las aspiraciones de la Modernidad - a través de la concepción del saber - entendido como la naturaleza práctica y cultural que reside en la base de toda concepción de la realidad - en términos de juegos del lenguaje - entendidos en términos de los usos significativos prescritos por una comunidad, pero en continuo movimiento - , lo cual, en virtud de la prefiguración de la respuesta que contiene toda pregunta, habrá de arrojar una imagen concreta del sistema social de la posmodernidad, que estudiamos a continuación.

Entendemos por sistema un conjunto de cosas que relacionadas entre sí ordenadamente contribuyen a un determinado objeto5. El sistema social es el conjunto de principios y circunstancias que definen una realidad humana concreta, definida por 5

http://lema.rae.es/drae/?val=sistema

la reunión de un conjunto de personas que comparten, en lo fundamental, las instituciones que organizan la vida común. La posmodernidad es, como sistema social, la realidad humana surgida de la descomposición de la Modernidad. En esta sección, pretendo mostrar la imagen del sistema de la posmodernidad que se deriva del método que Lyotard emplea para estudiarla. El método de Lyotard se basa en la noción de los juegos del lenguaje. El habérselas con las cosas es entendido como una serie de prácticas culturales cuya legitimidad no rebasa, en última instancia, la auto – referencialidad; las prácticas culturales son entendidas como prácticas de significación: todo habérselas con las cosas se inscribe forzosamente en un marco concreto que dota de significado mediante la prescripción de reglas de uso. En la medida en la que esto se acepte, el sistema social de la posmodernidad debe ser entendido como un juego del lenguaje más, es decir, como un tipo de práctica cultural significante en concreto. El tipo de juego del lenguaje que el sistema social de la posmodernidad representa se define mediante tres características: En primer lugar, define a la posmodernidad el haber recogido los procesos de deslegitimación surgidos en el seno de la Modernidad, que descubren toda concepción del mundo, todo proceso cognitivo, como un saber. En segundo lugar, la mercantilización como forma de interacción social principal. En la medida en la que, en virtud de la noción de juegos del lenguaje, toda práctica social es significante, que la mercantilización sea la forma de interacción social principal quiere decir que las cosas son concebidas bajo la forma de mercancías – idea de clara ascendencia marxista. El saber es empleado como cantidad de información disponible para el uso, el beneficio y el intercambio, lo cual irá en detrimento del antiguo valor de formación del espíritu que se le confería al saber. Además, la mercantilización del saber lo convierte en un recurso estratégico de primer orden, con lo que cabe esperar que los actores políticos más importantes entren en conflicto por poseerlo, como en otro tiempo hicieron por el territorio. De entre esos actores, los Estados irán perdiendo importancia en base a dos factores: en primer lugar, el surgimiento de actores privados con poder económico suficiente como para rivalizar con los Estados

en términos de dominio del saber; en segundo lugar, los Estados serán percibidos por el resto de actores, con cada vez mayor intensidad, como un obstáculo, un elemento de opacidad, en base a la ideología de la transparencia en el intercambio mercantil de la información – puesto que los Estados pueden regirse por motivos muy distintos que los que dan cimento al sistema de mercado. Como consecuencia, La transformación de la naturaleza del saber puede, por tanto, tener sobre los poderes públicos establecidos un efector de reciprocidad tal que los obligue a reconsiderar sus relaciones de hecho y de derecho con respecto a las grandes empresas y más en general con la sociedad civil6. Por último, las economías de la posmodernidad son las economías postindustriales, caracterizadas por un alto grado de tecnificación en todas las áreas de la vida. La tecnología que define mejor el espíritu dela posmodernidad es, según Lyotard, la informática. Los progresos tecnológicos logrados en este campo del conocimiento inciden profundamente en la naturaleza del saber y contribuyen en buena medida a su mercantilización, ya que facilitan su transformación en cantidades de información mediante la creación de sofisticadas bases de datos de gran poder comprehensivo, hasta el punto de que, siempre según Lyotard, ya no va a aceptarse un conocimiento que no sea traducible en cantidades de información, y, por tanto, los productores del conocimiento van a dirigir sus esfuerzos a traducir sus objetos de estudio y sus conclusiones a un lenguaje de máquina7. La mercantilización y tecnificación son procesos que alcanzan todas las esferas de la realidad posmoderna; definen su espíritu hasta el tuétano. Además, observamos cómo estos procesos de índole más material que argumental contribuyen poderosamente al apuntalamiento de los procesos de deslegitimación sufridos por la Modernidad, ya que el universo del conocimiento se convierte en una multitud de flujos de información en constante movimiento e intercambio, y producidos e impulsados desde una muchedumbre de lugares diferentes. No hay de facto una estructura capaz de ordenar a las demás, y ello refuerza la idea de que no puede haberla de iure. El sistema de la posmodernidad se retroalimenta, porque se armoniza mediante la constante 6 7

LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra.7 LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra.6

diferenciación. Frente a Marx, Lyotard postula un tipo de sistema que no puede ya producir enterradores, un tipo de sistema que, por su propia inercia, sólo puede producir aliados. Como resultado, el sistema de la posmodernidad tiende a una constante disolución de la centralización, a una constante creación de multiplicidad y diferencia. Una tarjeta postal de Nueva York, el hogar de una infinita muchedumbre cosmopolita, es acaso la imagen más acabada del sistema de la posmodernidad. En tanto que juegos del lenguaje, las instituciones dependen, para mantener su identidad concreta, del respeto a una serie de prescripciones, pero pueden ser modificadas si se “juega” en otra dirección con suficiente énfasis. Una institución, en tanto que “juego del lenguaje”, se distingue de la conversación, en principio, en que impone restricciones suplementarias a la admisibilidad de enunciados pronunciables en su seno, además de promocionar tipos de enunciados (por ejemplo, enunciados de oración dentro de las iglesias, de mando dentro de los cuarteles del ejército…) Pero la institución no es algo externo a los juegos del lenguaje: debe ser pensada, más bien, como un producto, como un efecto de un juego del lenguaje. Los límites de la institución, como los de la conversación, pueden ser desplazados mediante estrategias performativas; por ejemplo, pueden llegar a admitirse las reivindicaciones dentro del cuartel si los mandos aceptan discutir con los soldados. Toda práctica puede ser definida desde el principio, y la mercantilización del saber, junto con su materialización en un flujo inagotable de información por obra dela tecnificación, facilita en gran medida la re-significación de las prácticas culturales, al reforzar la capacidad de “jugar” en otras direcciones. Así, o deseable es que los bancos de datos no estén en manos de instancias únicas o últimas, sino abiertos al público, de forma que puedan ser utilizados en las jugadas. De este modo, las conversaciones, las jugadas, nunca se asientan, dado que siempre hay información disponible a la que se puede recurrir y que se puede oponer a la posición pactada. La interacción social vendrá entonces regulada por el deseo de que el sistema considere siempre la diferencia particular y por la predisposición personal a cambiar, a evolucionar. Como resultado,

Se apunta una política en la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido.

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Finalmente, analizamos el sujeto. Por sujeto nos referimos, evidentemente, al tipo general de agente humano, agente de acción y de perspectiva sobre el mundo, que prefigura el sistema social de la posmodernidad tal como lo plantea Lyotard. El sujeto es eso que se mueve y piensa por voluntad propia. Cuando hablamos del sujeto de un sistema, hablamos de qué formas de moverse y de pensar por voluntad propia corresponden a esta o aquella forma concreta de organizar los elementos de la realidad. El sujeto de la posmodernidad que Lyotard describe se caracteriza, en primer lugar, por ser una encrucijada de flujos constantes de información. En consecuencia, las identidades, en la medida en la que son constituidas por prácticas significantes, están sometidas a una constante reconfiguración, o, como mínimo, experimentan una incesante tendencia al cambio. El sujeto de la posmodernidad parece no ser sujeto ninguno; parece que lo único que se puede señalar del sujeto posmoderno es la fragilidad de su consistencia, lo cual equivale, en lo práctico, a estar dispuesto de antemano a desplegar un arsenal de matices toda vez que se señale un tipo social, antropológico, psicológico…concreto como representante de la posmodernidad. Además, ya hemos reconocido la naturaleza estratégica de toda institución humana, en la medida en la que es constituida por un conjunto de prácticas significantes que pueden modificarse si se juega en otras direcciones; en este sentido, la identidad propia también se nos revela, al menos parcialmente, como una cuestión de voluntad. Sirva, para ilustrar esta idea, el que la relación de las personas con el saber ha cambiado: el sistema educativo parece menos empeñado en formar el espíritu que en dotar a las nuevas generaciones de un capital inicial con el que emprender la vida propia en un mundo en el que todo cambia de manos. De esta manera, también uno mismo cambia de manos, poniendo a voluntad el cuerpo propio en manos de esta o esta otra identidad. Las culturas urbanas, y la adolescencia como mercado cultural, son un espléndido campo de trabajo para el estudio de la posmodernidad. 8

LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra. P. 52

Digamos aún algo más acerca de este sujeto movedizo: en virtud de su carácter nómada, se explica que los valores promocionados en la posmodernidad en cuanto a ordenamiento de la vida en común van a ser la justicia, entendida como respeto a la diferencia, y la provisión de herramientas para el cambio. Ahora bien, ue la posmodernidad se defina en términos de consideración de la diferencia hace superfluo darle cabida a un sujeto contestatario en sentido estricto, ya que la rebeldía, el inconformismo o, incluso, la disposición favorable a la revolución, son o justas reivindicaciones de respeto hacia una diferencia aún no reconocida (piénsese en los movimientos por los derechos civiles en los años 60), o reminiscencias de cualquier ideología anterior: en ambos casos, restos de la Modernidad, destinados a irse apagando según se extienda el reconocimiento a la diferencia. Para la posmodernidad, un sujeto verdaderamente revolucionario sólo puede serlo uno profundamente reaccionario, al estilo de un fanatismo religioso o un conservadurismo anacrónico – sujetos que no vemos cómo podrían crecer en un mundo posmoderno con sus bases materiales – mercantilización, tráfago incesante de los flujos de información, tecnificación – bien asentadas.

Es fundamental estar en posesión de los flujos de información, y es esta capacidad de posesión la que define, en la modernidad, a las clases dominantes. Según Lyotard,

Digamos, para ser breves, que las funciones de regulación y, por tanto, de reproducción, se les quitan y se les quitarán más y más a los administradores y serán confiadas a autómatas. La cuestión principal se convierte y se convertirá más aún en poder disponer de las informaciones que estos últimos deberán tener memorizadas con objeto de que se tomen las decisiones adecuadas. La disposición de las informaciones es y será más competencia de expertos de todos los tipos. La clase dirigente es y será cada vez más la de los «decididores». Deja de estar constituida por la clase política tradicional, para pasar a ser una base formada por jefes de empresa, altos funcionarios, dirigentes de los grandes organismos profesionales, sindicales, políticos, confesionales.

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Por último, subrayemos que los elementos sociales que Lyotard trae a colación para ilustrar el sujeto de la posmodernidad son los Estados, los grandes agentes

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LYOTARD, J.F (1987) La condición posmoderna. Cátedra. P. 15

económicos…en fin, “sujetos sistémicos”.10Esto puede explicar la falta de interés por la experiencia personal de la posmodernidad.

Jameson Si nos hemos visto forzados a ser prolijos en la exposición del método de Lyotard pero austeros en su concepto de sujeto, respecto de Jameson se invierten las tornas: su método es bastante más común, por lo que no requiere que nos detengamos con tanto cuidado, mientras que el concepto de sujeto que postula es más rico y sustancioso. Comencemos.

El método que emplea Jameson para el estudio de la posmodernidad acusa la impronta marxista al distinguir, a efectos interpretativos, dos dimensiones: la de las formas económicas dominantes, y la de las tendencias artísticas más destacadas, sirviendo, estas últimas, para expresar la experiencia que se tiene del mundo posmoderno. La experiencia de la posmodernidad, y la posmodernidad como cultura, es situada en el rol de la expresión humana, inteligible, de un sistema económico. Sin embargo, llama la atención la parvedad del tratamiento de la dimensión de las relaciones económicas, que, adscribiéndonos a la jerga marxista tradicional, llamaremos estructura. Sorprende, en efecto, que no se ofrezcan datos de la estructura de la manera en la que los marxistas acostumbran. El mercado, por ejemplo, es tratado como un concepto del que se requiriesen condiciones de validez. Este tratamiento es ciertamente insatisfactorio: lo que suele esperarse de un análisis materialista en el sentido marxista del término es un estudio acabado de las formas económicas dominantes en una sociedad en relación a cómo reproducen el sistema de clases que es el caso, para, seguidamente, establecer correlaciones, más o menos fuertes, entre dichas formas económicas y los aspectos culturales más relevantes. Jameson, en cambio, no se explaya ni en el estudio de la estructura, ni en explicitar las correlaciones, señalando apenas que

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Con este término, no pretendemos señalar que los individuos, las personas, no cumplan un rol sistémico - de hecho, ¡qué gran importancia sistémica tiene la experiencia de las personas en la posmodernidad; a través del mercado! -, sino que buscamos resaltar el tamaño y el carácter activo y dominante de estos agentes, que son los que, en mayor medida, controlan los flujos de información.

Lo que ha ocurrido es que la producción estética actual se ha integrado en la producción de mercancías en general.11

Señala también que la cultura posmoderna es la expresión cultural de una nueva ofensiva de dominio global por parte de EEUU. Tal vez sea en el comentario del nuevo significado de la ciudad donde con más claridad se establezcan correlaciones entre la materialidad de la posmodernidad y la subjetividad que produce y acoge. Frente a esta carencia, destaca la importancia del comentario artístico y de las características de la experiencia subjetiva que deriva de ahí. De hecho, la palabra “posmodernismo” es usada en el sentido de “post-vanguardismo”, un término perteneciente a la historia o la teoría del arte. Su intención, sin embargo, no es la de describir el carácter de nuestro tiempo, como una tendencia artística, sino como un

Cambio cultural sistémico.

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El sistema de la posmodernidad, por tanto, consistirá en la imbricación de estos dos aspectos, la estructura, por un lado, y la cultura y la experiencia subjetiva por otro. Respecto de la estructura, Jameson insiste varias veces en que el posmodernismo consiste, ante todo, en un modo de producción que destaca por la mercantilización. Ahora bien, Jameson lanza una dura crítica a los que defienden el mercado como un modo de “consumo”, lo cual apuntaría a que la manera en la que las cosas llegan a ser, en la posmodernidad, depende de una relación libre entre sujetos mediada por la figura legal del contrato y con el auxilio técnico del dinero; muy al contrario, sostiene Jameson, el mercado no se fundamenta en la libertad:

en su acepción general, el mercado como concepto rara vez tiene que ver con la elección o la libertad, puesto que éstas nos llegan determinadas de antemano, ya se trate de nuevos modelos de coches, de

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JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 27 JAMESON, F. (2012). El postmodernismo revisado. Abada Editores. P., 20

juguetes o de programas de televisión: no cabe duda de que seleccionamos entre ellos, pero apenas puede decirse que tengamos voz ni voto cuando escogemos uno.

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El mecanismo de mercado enmascara un modo de producción que, de hecho, es lesivo para la libertad. No hay que buscar las razones de su prestigio en los beneficios que pueda reportar ni en los argumentos a favor de su validez: al parecer de Jameson, ni los unos ni los otros pueden hallarse o admitirse. Por tanto, las razones del éxito del mercado deben indagarse en otro terreno:

…hay que hablar de los mercados reales tanto como de metafísica, psicología, publicidad, cultura, representaciones y aparatos libidinales.

Es decir, el mercado es un elemento que forma parte de ese universo que, de una forma muy simple, llamamos el aspecto cultural de la estructura de la posmodernidad. Como tal, se encuentra en el centro de lo que Jameson llama la “des - diferenciación de campos”: las fronteras, todas las fronteras, todo lo que da contorno y finitud, se desvanece en el aire. Pero en la ausencia de todo proyecto colectiv, no ve Jameson el fin del sustento de las ideologías dominantes, sino, precisamente, el terreno rivilegiado para la imposición en masa de unas ideas concretas. En la posmodernidad, ya no hacen falta todos los dispositivos que, antiguamente, se requerían para imponer unas ideas. La posmodernidad, por así decir, sale barata: no se precisa invertir un gran esfuerzo en erigir el discurso que legitime las políticas económicas que constriñen nuestras vidas. Jameson ostenta una visión del modo de producción de la posmodernidad en extremo crítica, al que acusa de atrocidades:

…el “camino campestre” de Heidegger ha sido irremediable e irrevocablemente destruido por el capitalismo tardío, por la revolución verde, por el neocolonialismo y la megalópolis, que construye sus supercarreteras sobre los antiguos campos y so- lares vacíos y convierte la “casa del ser” de Heidegger en condominios, o en edificios paupérrimos, infestados de ratas y carentes de calefacción.

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De la misma manera que un estudio de la experiencia posmoderna que no trazase correlaciones con el modo de producción que la produce y dota de contenido sería un 13 14

JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 202 JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 59

estudio cojo, no puede uno pronunciarse acerca de la posmodernidad sin pronunciarse también sobre el capitalismo tardío – expresión y concepto que Jameson recoge de Mandel, junto con la categorización de la historia de las sociedades industriales en torno a máquinas, siendo la posmoderna la era del ordenador. En este punto concuerdan Jameson y Lyotard: la cibernética es un rasgo de identidad de nuestro tiempo, determinante en lo material y en lo subjetivo.

En suma, Jameson busca afrontar la articulación entre la estructura y la parte cultural y de experiencia subjetiva del sistema de la posmodernidad desde una perspectiva marxista clásica. No obstante, debemos destacar que, frente a lo prolijo del tratamiento de la experiencia subjetiva, ni el concepto de estructura goza de una explicitación dentro de la teoría de Jameson, ni se la trata de forma sistemática. Además, traza, en rigor, únicamente dos correlaciones entre estructura y cultura o experiencia subjetiva: una en torno al mercado, que ya hemos comentado, y otra en torno a la ciudad, que comentaremos en la sección acerca del sujeto. Por último, debe tenerse en cuenta que estas singularidades bien pueden deberse a la “des – diferenciación de campos” que Jameson señala como rasgo de la posmodernidad: en este tiempo, cultura y economía, sujeto y objeto se solapan sin tregua, y, por ello, un estudio que se base en la diferenciación de dimensiones y posterior elaboración de correlaciones puede no hacerle justicia. Lo que la posmodernidad ata en la tierra, Jameson no lo desata en el cielo. También hay aquí una coincidencia en los estudios de Jameson y Lyotard: la naturaleza de la posmodernidad es tal que se la puede abordar mediante un único concepto, o mediante un único tipo de conceptos; la diferencia fundamental estriba en que, en el primero, este tipo único de conceptos se reduce a aseverar la igual importancia del análisis de la economía y el de la cultura, diferenciados en otra parte, en virtud de la des – diferenciación de campos, mientras que, en el segundo, este tipo único de conceptos, los juegos del lenguaje, reciben un trato más amplio, y constituyen desde el principio una única categoría para analizar tanto la validez argumental como la realidad del tiempo posmoderno. Así, nos damos cuenta de que el análisis de Lyotard no es únicamente un análisis de la posmodernidad: es él mismo un análisis posmoderno.

Por último, estudiamos el sujeto que Jameson preconiza para la posmodernidad, y lo hacemos, siguiendo a nuestro autor, a través de las formas artísticas dominantes en la posmodernidad. En comparación con el arte precedente, el posmoderno muestra los siguientes rasgos: Jameson indica que vivimos en una época de “populismo estético” como resultado de la disolución de toda barrera entre la alta cultura y la cultura de masas. Dicho de otra manera, las masas han ingresado en el universo social de la cultura como espectadores y consumidores, consolidando la naturaleza mercantil adquirida en la Modernidad y provocando que la producción artística parta con la intención de satisfacer al mayor número de potenciales consumidores. A consecuencia de este cambio de interlocutor, la obra artística desarrolla características que nos sirven para reflejar el carácter del sujeto posmoderno. En primer lugar, la obra de arte posmoderna destaca por ser superficial: está hecha de tal forma que no se puede remitir su contenido a un contexto vital. Al comparar los Zapatos de campesino Van Gogh con los zapatos que pinta Warhol, Jameson dirá de estos últimos que son un conjunto de objetos inertes que cuelgan del lienzo como un haz de nabos.

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Los zapatos de Warhol no expresan un sentimiento, una actitud contenida, envuelta, canalizada a través del dibujo y de la pintura. En comparación con El grito de Mucnh, en el que todos los elementos de la pintura contribuyen a expresar un sentimiento, apelando directamente al espectador, los zapatos de Warhol no interpelan al espectador de ninguna manera. Esto es lo que Warhol llama el “ocaso de los afectos”, la sustitución de las emociones diferenciadas por un grado mayor o menor de intensidad en la recepción sensorial, acaso matizado levemente con un toque de euforia. De este modo, …conceptos como los de la angustia y alienación (y las experiencias a que corresponden, como El grito) ya no son adecuados en el mundo de los postmoderno.

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JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 31

Con la falta de profundidad y de sentimiento está relacionada la sustitución de la ironía por el pastiche, esto es, la falta de la conciencia de que hay algo imitado tras la imitación que lo deforma. Mediante esta acusación, Jameson propone un sujeto que vive de la imitación y que no esconde rostro alguno bajo la máscara que se construye. El historicismo, la imitación de estilos pasados a través de los estereotipos propios, es sintomático de esta naturaleza. Pero en esta representación el pasado se oculta menos que el propio presente, ocultamiento que, según Jameson, indica la incapacidad de las sociedades posmodernas para representar su experiencia actual. Traigamos a colación, en este punto, la cuestión de la ciudad. Como se indicó previamente, encontramos en el comentario de Jameson a la ciudad en la posmodernidad una de esas correlaciones entre la materia o la estructura del sistema y la cultura y experiencia subjetiva correspondientes que cabe esperar de un análisis marxista. Según nuestro autor, la ciudad ha sufrido en la posmodernidad una mutación de la cual no podemos dar cuenta aún, dado que no hemos desarrollado un aparato perceptivo adecuado – entiéndase por”aparato perceptivo” no un conjunto de disposiciones

meramente

neuronales,

sino

fundamentalmente

afectivas,

epistemológicas y pragmáticas que hagan dela ciudad un espacio comprensible, abarcable, habitable, propio. No han evolucionado a la par, aevera Jameson, el espacio urbano y el ser humano que lo habita; por lo tanto, la nueva arquitectura… viene a ser como un imperativo para que creemos nuevos órganos, para que ampliemos nuestros sentidos y nuestro cuerpo a nuevas dimensiones aún inimaginables y quizás imposibles en última instancia.

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A este respecto, Jameson comenta el Hotel Bonaventura como paradigma del espacio urbano: es una mini – ciudad que busca sustituir a la ciudad y no relacionarse, en lo posible, con la ciudad en la que se encuentra: rechaza la ciudad. La ciudad se ha hecho, en buena medida, algo ajeno e incomprensible, un lugar de tránsito para las fuerzas mecánicas, donde los seres humanos caminan de un punto a otro, siempre de paso, en el espacio dejado por los rascacielos y los coches, con el neón hiriendo los sentidos y las líneas rectas cuadrando el espacio en todas partes, 16 17

JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 35 JAMESON, F. (1984). Ensayos sobre el posmodernismo. Libros Tauro. P. 66

hasta elevar, día a día, el porcentaje de los enfermos psíquicos. Esta imagen de la ciudad, sin duda pesimista en extremo, la representa bien el género del cyber – punk, que, desde Blade Runner hasta obras menos conocidas como Ghost in the Shell, muestran de forma invariable el conflicto entre la muchedumbre de minúsculos cuerpos humanos, insignificantes cada uno de ellos, y el caos metálico en el que se ha convertido la ciudad: una inacabable extensión de falta de espacio, de humo, de construcciones que se yerguen amenazantes muy por encima de donde llega la vista, como si morásemos en las ruinas de una civilización anterior, o en un mundo de dioses que no piensan en nosotros. Reapropiarse de un lugar vacío en medio del espacio habitado se antoja una utopía mucho menos verosímil que las maravillas técnicas con las que la ciudad cyber-punk seguirá engordando y llenando el aire de líneas rectas y de crujidos de metal y de destellos de vallas publicitarias digitales. El sujeto posmoderno se encuentra en esta misma situación: su ciudad no es suya18. Finalmente, una categoría central en la teoría de Jameson es la sustitución del tiempo por el espacio, en el sentido de que la realidad se experimenta como una infinita superposición de imágenes - que bien podrían ser intercambiables, en virtud del fenómeno de la superficialidad -, mientras que 19

la diferencia – un fenómeno temporal – ha dado paso a la identidad y la estandarización.

Las “políticas de la diferencia”, ese pragmatismo de la posmodernidad, se revela así como la fachada de un proceso de estandarización interna. Pero en ese proceso de estandarización se pierde la capacidad de ordenar la secuencia de diferencias en torno a una narrativa coherente, es decir, no se logra experimentar la realidad como un discurrir coherente: el pasado y el futuro son desplazados en favor de un presente continuo. A modo de mera ilustración, Jameson recoge la idea lacaniana de la esquizofrenia como una ruptura de la cadena significante para ofrecernos una imagen patológica del sujeto posmoderno.

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Puede verse una recomendable representación de esta idea de la ciudad según el cyber-punk en una escena musical de la película Ghost in the Shell 2: Innocence en este link: https://www.youtube.com/watch?v=3IGTiFuDjTI A mi juicio, también se busca mostrar la pervivencia del misterio humano, del festival religioso…eso sí, relegado a los barrios industriales. 19 JAMESON, F. (2012). El postmodernismo revisado. Abada Editores. P. 30

En conclusión, el sujeto posmoderno es un sujeto fragmentado, tal vez incapacitado para la tragedia y para el amor – en la medida en la que sean formas de profundidad emocional -, educado en la farsa e incapaz de organizar su experiencia de la realidad como una secuencia de diferencias, de forma que todo es siempre lo mismo, de forma que el mundo se abre ante él como un abanico de posibilidades que sólo se distinguen en la intensidad con la que afectan, como en la canción What shall we do now de Pink Floyd: What shall we use to fil the empty spaces Where waves of hunger roar? Shall we set out across this sea of faces In search of more and more applause? Shall we buy a new guitar? Shall we drive a more powerful car? Shall we work straight through the night? Shall we get into fights? Leave the lights on? Drop bombs? Do tours of the East? Contract diseases? Bury bones? Break up homes? Send flowers by phone? Take to drink? Go to shrinks? Give up meat? Rarely sleep?

Keep people as pets? Train dogs, race rats? Fill the attic with cash? Bury treasure? Store up leisure? But never relax at all With our backs to the wall.

Comparación Una vez explicados el método y los conceptos de sistema y de sujeto por cada autor, podemos emplearlos como ejes para la comparación. Aunque ya hicimos más arriba un comentario a la diferencia en cuanto al método empleado, podemos añadir el que Lyotard realice una transición de la cuestión de la legitimidad del discurso al empleo del propio discurso para analizar el sistema de la posmodernidad, mientras que en Jameson no aparece esta preocupación por su propio método: la legitimidad de éste habrá de jugarse en otro lugar. Sin embargo, Jameson sí hace un breve comentario al aspecto intelectual de la posmodernidad, subrayando que los discursos posmodernos buscan la singularidad como crítica a la institución. Finalmente, si arriba destacamos hasta qué punto el estudio de Lyotard se encuentra inscrito en la posmodernidad, no podemos dejar de destacar que el de Jameson también surge de la conciencia de pertenecer a un sistema, del que, sin embargo, considera posible y legítimo separarse para criticarlo. En cuanto al sistema, tal vez sea Lyotard el que piense con más profundidad en torno a la naturaleza de la merantilización en la posmodernidad al tratarla como una cuestión de flujos de información multiplicados a cada momento por la tecnología. Además, les dota de un poder casi ontológico, al reconocerles su papel en la constitución dela identidad. En Lyotard, sin embargo, hay un punto débil que no encontramos en Jameson. Éste consiste en que a la vez reconoce a los Estados y los grandes agentes

económicos como los que controlan los flujos de información, y “pide” que se abran las bases de datos. Se trata de una ingenuidad sorprendente que no encontramos en el ánimo crítico de Jameson, quien, frente a la idea de que la multiplicación de los flujos de información, junto con los procesos de deslegitimación discursiva, potencia la emancipación respecto de estructuras rígidas como las de la Modernidad, sospecha que tras ello se esconde un sistema de dominación, aunque bien sofisticado. Por último, respecto de las diferencias en torno al distinto concepto de sujeto presentado, debemos destacar, fundamentalmente, que todo gira, en ´última instancia, en torno a si hay una autenticidad del sujeto, o si la determinación de un núcleo de personalidad auténtica es un ejercicio destinado a fracasar en lo teórico – puesto que no hay ningún lugar desde el que señalar una legitimidad incondicionada – y a dar lugar a reflejos autoritarismos en la práctica. Tomada como un proyecto emancipatorio, la teoría de Lyotard busca liberar al sujeto de cualquier identidad preconcebida mostrando que el significado surge de una práctica cultural; por ello, la posmodernidad será lesiva para la identidad en la medida en la que conserve reflejos de imponer verdades. En este sentido, la crítica de Jameson al sujeto posmoderno parece esconder un concepto de sujeto auténtico del que, sin embargo, no nos dice nada.

Conclusiones críticas En esta última sección, quiero poner en tela de juicio la teoría de Jameson de la fragmentación del sujeto posmoderno y de su incapacidad para ordenar la realidad en una secuencia coherente de diferencias, por parecerme más interesante que la teoría de Lyotard, cuyas ideas sobre la justificación discursiva requerirían una discusión mucho más amplia y cuyas conclusiones acerca del mundo en que vivimos pueden desmentirse fácilmente mediante datos empíricos. No puede admitirse, sin más, una idea como “fragmentación”, dado que la organización temporal, la narratividad, constituyen condiciones ineludibles del pensamiento. Puede argumentarse con el historicismo señalado por Jameson que sólo

percibimos el pasado a través de estereotipos muy marcados, y que la experiencia no se organiza en torno a secuencias de diferencias dadas en el tiempo. No busco probar, punto por punto, la pertinencia o impertinencia de estas ideas: lo que señalo es, más bien, que hablar de “fragmentación” es engañoso, y que es mucho más útil, muchos más fructífero para el análisis del sujeto posmoderno admitir que siempre hay un ordenamiento, una narrativa. Lo que hay que preguntarse no es si el sujeto posmoderno está fragmentado o centrado, sino cómo logra su estar centrado.

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