¿Mestizaje o transculturación? / Mestizo or transcultured?

July 1, 2017 | Autor: A. Castillo Pérez | Categoría: Identity (Culture), National Identity, Concepts, Transcultural Studies, Mestizaje
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Descripción

¿Mestizaje o transculturación? Una indagación sobre la pertinencia de usar el término transculturación en el estudio de algunos autores fundadores de literaturas nacionales Alberto Castillo Pérez1

Introducción Es la mirada de un alemán, Alexander von Humboldt, la que con más claridad retrata el conflicto que unos años más tarde serviría como acicate para la Independencia política de la Nueva España. Humboldt realizó un viaje entre 1803 y 1804 por algunas regiones que hoy conforman México y tuvo especial interés en observar el comportamiento de sus habitantes. Cuando escribe sobre los españoles criollos, refiere que preferían ser llamados americanos, mientras los peninsulares rechazaban que se les llamara gachupines. Ahí estaba el germen de una identidad que se había conformado a lo largo de muchos siglos y que en la literatura novohispana ya era palpable, aunque el pensamiento de aquella época no tuviera un especial interés en señalar sus diferencias explícitamente. La idea de Nación era reciente en Europa y ya se extendía en América hacia la época que relata Humboldt en su Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España. El surgimiento de las naciones americanas obliga a sus habitantes a definirse, a tomar decisiones relacionadas con ideas de Nación y Estado, en las que casi nunca intervinieron todos sus grupos sociales. Los indígenas de los países que hoy llamamos latinoamericanos fueron sistemáticamente excluidos del debate e 1

Maestro en Letras Mexicanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Master of Arts Spaanse Taal en Cultuur por la Universiteit van Amsterdam. Cursa estudios de Doctorado en Estudios Humanísticos en el Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México. Contacto: castillocultura@ gmail.com

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incluso diezmados, como sucedió en el Caribe, Argentina y Uruguay. Después de todo, las luchas por la independencia fueron financiadas por los criollos que se negaban a seguir soportando el peso de las decisiones tomadas en España, especialmente tras la implementación de las llamadas reformas borbónicas, que los limitaban en sus derechos e intereses. No es difícil comprender que en aquel momento la religión y la lealtad al gobernante considerado legítimo formaran el núcleo de la identidad del pueblo. Una vez ganada la independencia de España, las flamantes naciones americanas debieron enfrentarse a lo largo de todo el siglo xix, a problemas de la más diversa índole, desde elegir la forma de gobierno hasta la forma en que administrarían su territorio y bienes. Sin embargo, en todos los casos, la base criolla sobre la que estaba edificada la administración de las colonias permaneció prácticamente intacta, no sin conflictos y roces entre los grupos que buscaban hacerse con el poder. Ya avanzado el siglo xx, el filósofo Samuel Ramos mencionará en El Perfil del hombre y la cultura en México, obra de 1934, respecto a la cultura mexicana del siglo xix, que está “a merced de la anarquía y la guerra civil, [por lo que] no es posible ni el sosiego ni la continuidad en el esfuerzo”.2 Las culturas en contacto no habían permanecido incólumes y no existía un término exacto que definiera la especificidad de los habitantes de la antigua Nueva España, quizás el término “americanos”, que llamó la atención a Humboldt sea la que en ese momento señalaba su diferencia, aunque, evidentemente dejaba de lado a la población de origen no español, es decir a los criollos a los que nos hemos referido antes.

El término transculturación En 1940 el antropólogo cubano Fernando Ortiz propuso el término transculturación para “expresar los variadísimos fenómenos que se originan en Cuba por las complejísimas transmutaciones de culturas que aquí se verifican”.3 El neologismo explicaría mejor que otras palabras: las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturation, sino que el proceso implica tam2

Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, México, Espasa Calpe, 1999, p. 22. Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1940, p. 93.

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bién necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que podría decirse una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación.4

El siglo xix mexicano es referido continuamente como un periodo de imitación, así lo hace Samuel Ramos en su obra mencionada, un tiempo en el que el afán de incorporar lo mejor de otras culturas lleva al mimetismo involuntario de formas que nada tienen que ver con la realidad social y política del país. Hasta hoy en día, la literatura mexicana decimonónica, es vista con cierto desprecio por considerarse que carece de grandes plumas y originalidad. En el último tercio del mencionado siglo, México se ve marcado por la influencia de Inglaterra y Estados Unidos en lo económico. Por otra parte, Francia se convierte en el faro cultural de las clases letradas que visten, viven, comen y leen al estilo galo. El afrancesamiento literario también es palpable, y su saturación conseguirá años más tarde que se pugne por la creación de una literatura nacional. ¿Podría servir el término transculturación para comprender mejor lo que sucedía culturalmente en el siglo xix mexicano? Quizás sí, si pensamos como Malinowski que “es un proceso en el cual siempre se da algo a cambio de lo que se recibe; es un “toma y daca”, como dicen los castellanos. Es un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e independiente”.5 Así pues, no se trata de una imitación que deje inerme a aquello que pretendidamente imita, sino la formación de algo nuevo. ¿Resulta el mestizaje también en algo nuevo? ¿Cuál es entonces la diferencia entre mestizaje y transculturación? Hacia 1900, un periodista y escritor de origen indígena, Ignacio Manuel Altamirano, fue uno de los primeros en orientar su obra a los valores que consideraba nacionales. Refiere Francisco Sosa que Altamirano admiraba la literatura sudamericana (no señala específicamente cual), porque en ella se revelaba “mucho mejor que en las producciones mexicanas, no sólo el santo amor a la patria, sino también el de todo lo que a ella se refiere, Altamirano despertó en la generación a que él pertenecía y en la llamada a reemplazarla, el entusiasmo por lo asuntos de pronunciado color nacional”.6 4

Ibid., p. 96. Bronislau Malinowski, “Introducción”, en Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, p. 5. 6 Francisco Sosa, “Prólogo”, en Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, Espasa Calpe, México, 1955. p. 10. 5

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Por paradójico que parezca, Altamirano es considerado indígena y no mestizo, pese a que su identidad se había modificado desde el momento en que su lengua era la española y su ropa y cotidianeidad, la de los jóvenes citadinos que tenían la posibilidad de frecuentar los medios académicos. Sucede lo mismo con Benito Juárez, a quien hasta hoy en día se señala como ejemplo de un presidente indígena, pese a que fue acriollado culturalmente. Sus ropas, pensamiento y visión de país fue, sin duda alguna, la de un modernizador del siglo xix, que no representaba problema alguno para las élites económicas. Todo lo anterior deriva en el problema de la denotación racial del término mestizaje y sus connotaciones culturales. Son mestizos los seres de razas mezcladas, los perros, los gatos, los humanos. Eran mestizos los hijos de españoles e indígenas de la Nueva España y Perú, así lo atestiguan las pinturas de castas realizadas en la Nueva España en el siglo xviii por artistas como Miguel Cabrera o Andrés de Islas. Para la historiadora del arte Ilona Katzew,7 se trata de una invención del mestizaje. No resulta aventurado pensar que esta invención es producto de la necesidad de referirse a algo que estaba ahí y no tenía un nombre aceptable para la sociedad. El término descastado sobreviviría al de casta, del que indudablemente se deriva; es mencionado por Samuel Ramos para referirse a los que renunciaban a su vínculo nacional, lo rechazaban o lo negaban. Claro que este vínculo privilegiaba lo temático o el color local, dejando de lado las tradiciones culturales. Resulta llamativo pensar que además de la mencionada variante de casta sólo los términos mestizo y mulato sobrevivieron al tiempo. En diversas lenguas, como el inglés, por ejemplo, “mestizo” alude precisamente a una mezcla racial. Ni siquiera las constantes referencias (especialmente desde las posturas oficiales en México) al “mestizaje cultural” han conseguido que la acepción más extendida del término sea la de mezcla cultural. La carga semántica racial tiene connotaciones dignas de recalcarse. Incluso en diversas lenguas de origen germánico8 existe alguna variante de “mestizo” (que es un término culto), pero en su lugar se utiliza la palabra bastard. La referencia a lo ilegítimo, indigno y excluido no requiere mayor explicación. En opinión de Antonio Cornejo Polar: el concepto de mestizaje, pese a su tradición y prestigio, es el que falsifica de una manera más drástica la condición de nuestra cultura y literatura. En 7

Véase I. Katzew, La pintura de castas, representaciones raciales en el México del Siglo XVIII, Madrid, Turner, 2004. 8 En alemán, Halbblut; en neerlandés y sueco, mestis.

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efecto lo que hace es ofrecer imágenes armónicas de lo que obviamente es desgajado y beligerante, proponiendo figuraciones que en el fondo sólo son pertinentes a quienes conviene imaginar nuestras sociedades como tersos y nada conflictivos espacios de convivencia.9

El término transculturación, por el contrario, tiene la virtud de hacer énfasis en lo cultural y en el movimiento que atraviesa algo y lo conecta. Visto como transcultural, el trabajo de Altamirano tendiente a generar una identidad nacional por medio de imitación, ya sea de fuentes europeas o sudamericanas, en su entorno criollo o acriollado, permite comprender que su cultura indígena no sólo fue modificada por el colonialismo, sino que también tocó y cambió un todo al que se podría llamar cultura hispánica. La preocupación por producir una literatura nacional adquiere una nueva dimensión, profunda, politizada y dialógica cuando, como se ha mencionado arriba, se observa a la luz del término transculturación. Sin embargo, no debemos olvidar que, como señala Liliana Weinberg –en referencia a los ensayos interpretativos, pero sin duda aplicable a la literatura en general– que nuestros autores “partían de un sentido fuerte de la historia, la cultura, la literatura, de modo que su trabajo no coincide ni con la moderna ‘escrituralización’ de la realidad ni tampoco con la noción de una razón débil”.10 Es probablemente en los espacios que quedan abiertos tras dejar atrás la supuesta estabilidad del mestizaje, donde se pueden encontrar esos “tomas y dacas” de los que habla Malinowski. Estos espacios permitirían detenerse en el énfasis en los seres humanos como portadores de la cultura y frecuentemente víctimas del cambio cultural que, en palabras de Millington, 11 propone Ortiz. La cuestión de la literatura como productora de identidad nacional no fue privativa de México sino algo compartido por todos los países latinoamericanos. De hecho la independencia obligó a cada una de las flamantes naciones a enfrentar el asunto de la identidad y a debatir acerca de un yo nacional frente al otro extranjero. Del mismo modo la lengua, las instituciones, las tradiciones literarias, e incluso políticas, obligaban a los escritores a mirar hacia ultramar, quizá con una sensación de estar exiliados de Europa y de sentirse un poco 9

Antonio Cornejo Polar, “Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas”, Apuntes. Revista Iberoamericana, Vol. LXVIII, 2002, pp. 867-870. 10 Liliana Weinberg, “Ensayo y transculturación”, en Cuadernos Americanos, Vol. 96, 2002, p. 45. 11 Véase Mark Millington, “Transculturation: Contrapuntal Notes to Critical Orthodoxy”, Bulletin of Latin American Research, Vol. 26, núm. 2, abril 2007, pp. 256-268.

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extranjeros en una tierra que ahora era su patria, como expone Perrone-Moisés con respecto a los nacionalismos literarios.12 La nueva nacionalidad empujó a muchos escritores a cometer un parricidio no deseado y a abominar de su propia tradición literaria. Esto es palpable en el repudio hacia los españoles, provocado más por cuestiones políticas que por razones culturales, y que arraigó fuertemente en Argentina (e incluso en México) hasta entrado el siglo xx. La literatura es un campo especialmente importante para la construcción de la identidad nacional porque, parafraseando a Perrone-Moisés, sirve para constituir una conciencia de nación y esto explicaría, al menos parcialmente, que tantos presidentes latinoamericanos hayan sido también escritores. Desde la distancia que da el tiempo, ya en pleno siglo xxi nos es posible entender que esos escritores fundaban una artificiosa identidad nacional desde las letras. De ahí que sea tan importante revisar lo que estos autores fundacionales crearon, el valor de su trabajo “no consiste sólo en reduplicar lo real, como una mala fotografía de aficionado. En el arte hay un doble movimiento: una retirada fuera del mundo y un retorno al mundo”.13 Visto así, los escritores que vivieron la etapa del nacimiento de un país incidieron en la construcción de una identidad nacional a través de la producción de obras que buscaron una especificidad local. A su vez, la obra devuelve una imagen al nuevo compatriota invitando a la identificación o bien dando pautas de lo que es pertenecer al grupo, ahora ya diferenciado. Un buen ejemplo de lo anterior, en el que se ve además un intento por atraer un pasado cultural, es Vicente Riva Palacio, escritor y dramaturgo muy afamado en el xix, quien en su relato Xicotencatl, describe así al personaje tlaxcalteca: Era Xicoténcatl, el jefe de aquel ejército, un joven hijo de uno de los ancianos más respetables entre los que componían el senado de Tlaxcala […] De formas hercúleas, de andar majestuoso, de semblante agradable, sus ojos negros y brillantes parecían penetrar, en los momentos de meditación del caudillo, los oscuros misterios del porvenir, y sobre su frente ancha y despejada no se hubiera atrevido a cruzar nunca un pensamiento de traición, como un pájaro nocturno no se atreve nunca a cruzar por un cielo sereno y alumbrado por la luz del día.14 12 Véase Leyla Perrone-Moisés, “Machado de Assis e Borges: nacionalismo e cor local”, Vira a mexe nacionalismo-paradoxos do nacionalismo literário, São Paulo, Brasil, 2007. 13 Liliana Weinberg, “Ensayo y transculturación”, p. 41. 14 Vicente Riva Palacio, “Xicotencatl”, Biblioteca Virtual Universal. Fuente electrónica: [Consulta: 6 de abril, 2014].

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El autor se toma una serie de licencias poéticas con respecto a la forma de organización indígena al señalar que sus miembros formaban parte de una República y hablar, como en el párrafo expuesto arriba, de un “Senado” y de un caudillo. Es este tipo de formulaciones lo que ha provocado un rechazo casi generalizado a mucha de la producción literaria del siglo xix. Sin embargo, pensado en términos de transculturación, la mirada hacia lo que se lee se transfigura y termina siendo una reapropiación, quizás más una reinterpretación de elementos actuales para convertir al pasado histórico en una entidad legible y valorada. Bien podríamos pensar, como lo hace Liliana Weinberg respecto a Ortiz en su Contrapunteo cubano que la manera de referirse a lo que le ocupa es una forma “de presentación, pero también de indagación, una herramienta interpretativa que le permite acceder a un público más amplio que el especializado”.15 E incluso que hay en Riva Palacio una “lectura” de la historia “como si fuera un texto y su ‘lectura’ de los textos como si fueran representaciones clave de la historia, en una doble referencia que prefiere enfatizar la posibilidad de intercomunicación entre literatura e historia”.16 Esto último no resulta descabellado aplicarlo tanto a Altamirano como a Riva Palacio, si pensamos que se trató de políticos escritores o quizás, haciendo el juego del contrapunteo, escritores políticos.

Ensayistas transculturados En Argentina, ya entrado el siglo xx, Jorge Luis Borges exploraría inicialmente lo local a partir de la lengua, paisaje y costumbres locales, quizá en busca de construir una literatura nacional; sin embargo abandonaría pronto esta intención para posteriormente defender la universalidad de temas y formas en su trabajo. En El escritor argentino y la tradición el mencionado autor comenta: no sé si es necesario decir que la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva; también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países. Sin ir más lejos, creo que Racine ni siquiera hubiera entendido a una persona que le hubiera negado su derecho al título de poeta

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Liliana Weinberg, “Ensayo y transculturación”, p. 43. Ibid., p. 44.

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francés por haber buscado temas griegos y latinos. Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses, y si le hubiesen dicho que, como inglés, no tenía derecho a escribir Hamlet, de tema escandinavo, o Macbeth, de tema escocés. El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo.17

Borges es, sin duda alguna, el autor hispanoamericano que más libertad ha ejercitado con respecto a la geografía y tradiciones de los temas tratados en sus textos. Es imposible definir en unas cuantas palabras sus intereses, ya que su lectura cuidadosa evidencia influencias y estudios cada vez más sorprendentes y en ocasiones pareciera que no se le hubiese escapado ninguna tradición cultural del mundo. Beatriz Sarlo sostiene que “el tono nacional no depende de la representación de las cosas sino de la presentación de una pregunta: ¿cómo puede escribirse literatura en una nación culturalmente periférica? La obra de Borges envuelve este problema que pertenece al núcleo de las grandes cuestiones abiertas en una nación joven, sin fuertes tradiciones culturales propias, colocada en el extremo sur de lo que fueron los dominios de España en América, tierras finales que fueron la sede del virreinato menos rico, que tampoco pudo exhibir, como otras naciones latinoamericanas, grandes formaciones indígenas precolombinas”.18 En 1932, el mexicano Alfonso Reyes, quien vivía entonces en España, fue obligado por las circunstancias a definir lo nacional frente a lo extranjero, cuando un joven periodista de Monterrey, Pérez Martínez, lo cuestionó públicamente a través del periódico El Nacional, acerca de su interés por los temas extranjeros. La respuesta de Reyes, un tanto airada, permitió sin embargo conocer su opinión respecto al tema de la literatura nacional y su idea de lo específicamente mexicano: “La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal, pues nunca la parte se entendió sin el todo”.19 Reyes utiliza en este texto el término “descastado”, igual que Ramos, para explicar que no se puede confundir con “universal”. Unos párrafos adelante ensaya una 17

Jorge Luis Borges, “El escritor argentino y la tradición”, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, p. 270. 18 Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas. Fuente electrónica: [Consulta: 11 de mayo, 2014] 19 Alfonso Reyes y Héctor Pérez Martínez, A vuelta de correo, México, UNAM/Universidad de Colima, 1988 p. 38.

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importante definición: “La literatura mexicana es la suma de las obras de los literatos mexicanos”.20 Del mismo modo que Borges, Reyes rechaza el color local como forma privilegiada de establecer lo mexicano: “Porque tampoco hay que figurarse que sólo es mexicano lo folklórico, lo costumbrista o lo pintoresco. Todo esto es muy agradable y tiene derecho a vivir, pero ni es todo lo mexicano, ni es siquiera lo esencialmente mexicano. La realidad nacional reside en una intimidad psicológica, involuntaria e indefinible por lo pronto, porque está en vías de clarificación”.21 No es casualidad que tanto Borges como Reyes sean grandes ensayistas y su mención en este texto obedece a que justamente desde el ensayo ambos desarrollaron un proceso de transmigración de textos e ideas extranjeras para transformarlos en algo nuevo. En palabras de Weinberg, “a través de la construcción del ensayo, encuentra una nueva forma de afiliación y un nuevo lugar simbólico en el cual insertarse, desde donde pensar su mundo a la vez que pensarse a sí mismo en él”.22 Esto resulta evidente tanto en Borges como en Reyes, el primero con un gran interés en los autores ingleses, el segundo empeñado en legitimar la cultura clásica griega como parte de su propia cultura. Así, se antoja preguntarse si “¿será el propio ensayo de interpretación una forma “transculturada”, marcada también por la heterogeneidad, la tensión y el conflicto?”.23

A modo de conclusiones Mirar objetos lejanos temporal y culturalmente con categorías lejanas y ajenas bien puede parecer un acto injusto. Se trata, sin duda alguna, de un hecho que trae consigo el riesgo de olvidar las especificidades históricas con gran facilidad. Es, sin embargo, un riesgo ineludible para quien intenta explicar un pequeñísimo fragmento de la experiencia humana. La única forma neutral de observar el entorno es con una mirada que se emite y recibe con absoluta familiaridad. De esto no se obtendría sino una constatación plena de lo que se observa. Sabemos sin embargo que un fenómeno así no es lo usual. Más bien ocurre lo

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Idem. Ibid., p. 39. Liliana Weinberg, Op. cit., p. 43. Ibid., p. 47.

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contrario: la mirada modifica lo que toca y es co-creadora tanto de eso que llamamos realidad, como de lo que consideramos arte u objeto de estudio. De ahí la importancia de la herramienta conceptual con la que se aborda un fenómeno. Como hemos visto, las categorías conceptuales son como los instrumentos con los que descomponemos en piezas un artefacto para entender cómo está hecho y de qué piezas se compone. Si el desarmador es muy grande o no corresponde a la cabeza del tornillo, podemos terminar frustrados ante nuestra incapacidad de accionar. En algunos casos, el resultado puede ser incluso un mueble roto o la imposibilidad de reconstruir el sentido de lo que hemos descompuesto en sus partes. En los autores que hemos expuesto brevemente, el término transculturación parece ser útil y capaz de movilizar conflictos y tensiones propias de sus culturas, hecho que no ocurre si los colocamos bajo la lupa de la categoría de mestizaje. Esto invita a utilizar conceptos que movilicen lo que de otro modo permanece estático, con una cualidad de ídolo de piedra al que se puede mirar con asombro o incluso horror, pero jamás cuestionar en su fijeza. El sobrevuelo sobre algunos autores fundacionales de literaturas nacionales, así como de otros cuya mirada es universalista, utilizando la categoría de transculturación propuesta por el antropólogo cubano Fernando Ortiz parece ser fértil; y es, sin duda, un término a considerar en cualquier estudio cultural, incluso por encima de otros tan en boga como el de hibridez, que ha generado una gran cantidad de estudios. Se trata además de una migración del término del campo del análisis cultural al análisis literario, en una suerte de interdisciplina que nos permite profundizar en aspectos pertinentes. Desde luego, es importante no creer que un término será la solución a todos nuestros problemas de investigador. Conviene recordar lo que nos dice Cornejo Polar respecto a las herramientas conceptuales: “ninguna categoría crítica devela la totalidad de la materia que estudia y –sobre todo– la categoría en cuestión corresponde a un orden de distinta índole con relación a esa materia”.24

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Antonio Cornejo Polar, “Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas”, p. 868.

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