Mercados y mercaderes en los siglos XVI y XVII. Una Historia Global

June 7, 2017 | Autor: D. Alonso GarcÞia | Categoría: Economic History, Early Modern History, Global History, Merchant networks
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Descripción

MERCADOS Y MERCADERES EN LOS SIGLOS XVI Y XVII. UNA HISTORIA GLOBAL

Introducción

Fue a principios del siglo XV cuando el almirante chino Zhen He inició una serie de expediciones al mando de imponentes armadas. A lo largo de sus siete viajes bordeó el sudeste asiático, alcanzó Sumatra, continuó por la India, desembarcó en Ormuz (Irán) y, ya bordeando África, llegó hasta la zona de Tanzania. Sus medios fueron impresionantes: las atarazanas chinas construyeron miles de barcos, en los que se embarcaron unos veinticinco mil hombres, cuyo objetivo no era otro que 1

hacer valer la influencia de la China Ming por vías comerciales y diplomáticas a miles de kilómetros. A principios de agosto de 1492 Cristóbal Colón partió hacia un destino que fue muy diferente al que él mismo pensaba. Su flota, si es que puede denominarse como tal, era tan sólo de tres barcos y menos de cien hombres, nada que ver con la imponente fuerza china de Zhen He. Paradojas de la Historia, fueron los viajes del Almirante genovés los llamados a cambiar el mundo. A partir de aquellos momentos se aceleró un proceso de interdependencia mutua a escala planetaria en condiciones de integrar todos los continentes, acaso con la excepción de la Antártida. Por contra, durante la segunda mitad del siglo XV el imperio chino había iniciado una fase de retraimiento hacia sus propias fronteras como reacción al empuje mongol. En cualquier caso la existencia de aquella gran armada oriental demuestra que existía un proceso de difusión de las relaciones humanas que no tenía que ser necesariamente occidental. En ello, cómo no, influyeron condicionantes políticos. Los imperios o, para ser más exactos las formaciones políticas pluriterritoriales, tuvieron un impacto de primer orden en la configuración de un orden económico nuevo en la historia del planeta. Comenzando por el Imperio Otomano, fuerza en auge hasta el último tercio del siglo XVI, que tuvo como hito señero la conquista de Constantinopla en 1453. El Imperio Otomano no sólo refleja la pujanza de un determinado tipo de sistema político urdido en torno al sultán; su expansión se puede relacionar con dos hechos. Por un lado, forma parte de un momento de aumento de influencia de la religión islámica en Europa, África y Asia. Asimismo, la tolerancia del imperio otomano hacia otras religiones y la relativa autonomía de los poderes locales facilitaron su expansión. El auge del imperio otomano tendría importantes repercusiones en la creación del primer sistema global en tanto la ruptura de las tradicionales vías comerciales entre Europa y Asia -la ruta de la Seda- fue un acicate más en la búsqueda de rutas alternativas para el comercio de las especias y otros productos como perfumes o porcelanas. No puede ser casual que justo en aquellos momentos las expediciones ibéricas coincidiesen con la expansión de otros poderes y religiones. A partir de aquellos momentos los portugueses establecieron un sistema de factorías en las costas africanas (Angola, Mozambique) hasta llegar a la India (Calcuta) e incluso mantener presencia en Japón mientras que los españoles irrumpieron con insospechada fuerza en las tierras alcanzadas por Colón y los otros conquistadores. ¿Por qué un libro sobre comercio y redes mercantiles de los siglos XVI y XVII en la era de internet? En un mundo, el nuestro, donde rige la inmediatez y en el que todo discurre a enorme velocidad, el papel del historiador ayuda a dar 2

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sentido a elementos que quizás por cotidianos parecen no tener precedentes. La sociedad del conocimiento no sólo se nutre del aprendizaje de elementos técnicos o del estudio de dinámicas del tiempo presente. Para dar sentido a la realidad global en la que nos movemos es necesario se consciente de su perspectiva histórica. Geminiano Montanari, en el tratado Della moneta escrito en 1680, nos dejó un aserto célebre gracias a que fue incluido por C. Marx en su Crítica de la Economía Política. Sus palabras no dejan de sorprender por su actualidad, pues bien podrían haber sido pronunciadas al tiempo que se escriben estos renglones: “Las comunicaciones de los pueblos entre sí están tan difundidas por todo el globo terrestre que uno podría casi decir que el mundo entero es una sola aldea, donde tiene lugar una feria permanente de todas las mercancías y en la que cualquier hombre con dinero, sin salir de su lugar, puede aprovisionarse y disfrutar de todo lo que produce la tierra, los animales y el trabajo humano”.

Esto, insistimos, se dijo ya en 1680. ¿Acaso no merece la pena asomarse a los orígenes de lo que hoy somos? Cierto es que el mundo actual no puede compararse al de los siglos XVI y XVII, pero esto no invalida que fue precisamente en aquel momento –al menos en nuestra opinión- cuando tomaron cuerpo situaciones tan actuales como la existencia de mercados globales, el valor bursátil de sociedades transnacionales o técnicas contables que en esencia hoy siguen siendo válidas. La extensión de las relaciones políticas, económicas o socioculturales entre diferentes continentes desde 1492 vino a consolidar un proceso que había empezado en los últimos siglos de la etapa medieval y en el que entraron en juego factores globales. Había aparecido la imprenta, existía un intenso sentimiento de cruzada, estaban mejorando las embarcaciones, las técnicas de navegación y la cartografía, todo ello junto grupos sociales afanados en aplicar novedades a un mundo que en esencia era conservador. La expansión del mundo no fue sólo obra de los reyes, sino parte de un proceso en el que resultó esencial la participación de particulares que vieron en el enriquecimiento un modo de promoción social. Han sido muchos los historiadores que han insistido en la creación de una economía-mundo durante el siglo XVI. Recordemos en este punto las obras pioneras de F. Braudel e I. Wallerstain. De algún modo Europa, África y Asia mantenía contactos comerciales desde hacía muchísimo tiempo; ahora se añadiría América para crear unas estructuras con capacidad para influir sobre buena parte del orbe conocido. Cierto es que dicho proceso no debe verse desde una óptica lineal, sino más bien atendiendo a esquemas de crecimiento polinuclear, con muchos centros de atracción de la actividad económica y sin que necesariamente debamos buscar que una única zona del mundo era la que lideraba este proceso de 3

globalización económica. También es cierto que el crecimiento polinuclear convivió se nutrió de la interacción de espacios, de modo que no puede descontextualizarse lo ocurrido en una determinada región del planeta con procesos que se estaban dando en otros lugares. Los siglos XVI y XVII constituyeron un momento muy importante en la extensión e interrelación de fronteras apenas conocidas anteriormente. Este hecho, que en definitiva augura la creación de la aldea global en la que vivimos, se manifestó en diferentes campos de acción: se produjo la difusión de enfermedades que diezmaron poblaciones en América, hubo emigraciones masivas, se exportaron cultivos hoy comunes, las materias primas se hicieron más abundantes en muchos mercados, se tuvo conocimiento de nuevos idiomas o costumbres e incluso la política y la religión experimentaban modificaciones en función de lo acaecido en otros continentes. Si hoy se habla de globalizaciones antes de globalización, ya en aquella época hubo múltiples campos en los que la relación y la interdependencia a escala planetaria comenzó a ser un elemento evidente. Las palabras de Montanari a las que hacíamos referencia anteriormente constituyen una excelente muestra de la internacionalización que alcanzó el capitalismo mercantil en los siglos XVI y XVII. Las posibilidades en torno a las prácticas comerciales se multiplicaron exponencialmente en términos de productos e instituciones que permitieron una mayor integración de mercados y, quizás lo más importante, cambios culturales que permitieron dar sentido a estos aspectos. Se ha insistido en no pocas ocasiones en que la mayor parte de los intercambios eran locales o se circunscribían a un radio de acción limitado. Pero esta realidad, que por lo demás hoy sigue siendo una constante, se integraba e interrelacionaba con la llegada de bienes originados en otras partes del mundo, para las cuales hacían falta ópticas globales en su puesta en los mercados. El proceso de globalización no fue una sucesión de estadios sino la superposición de secuencias en las que conviven lo anterior y lo novedoso (Mazlish, 2006: 12), de modo que no hay contradicción entre economías vinculadas a la mera subsistencia y formas innovadoras en economía que nos hacen ver en aquella época los precedentes últimos de la nuestra. Quizás si tuviésemos que buscar una diferencia esencial en relación qué está ocurriendo en la actualidad es que hoy funcionamos como una unidad a tiempo real y a escala planetaria, cosa que no ocurría en los primeros estadios de la edad global, donde la dimensión y percepción del tiempo eran muy distintas a las actuales. Si hay un campo en el que se manifestó en toda su extensión la interrelación entre diferentes partes del mundo, este no fue otro que el del comercio internacional. La puesta en valor de los intercambios a larga distancia constituye una de las líneas esenciales de análisis de la economía de época moderna desde hace mucho 4

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tiempo. No fueron pocos los teóricos o viajeros que dejaron interesantísimas relaciones sobre cualquier parte del mundo, quienes entre la admiración y las dudas morales buscaron entender cómo se estaba organizando económicamente el planeta. El propio Adam Smith, fijó el comercio internacional como el escenario principal de su mano invisible, dotando de identidad propia como objeto de estudio el campo de los intercambios a larga escala. A partir de ahí el comercio entre países o continentes ha sido uno de los objetos de estudio clásicos entre economistas e historiadores interesados en describir sus orígenes. Lo que ha cambiado en los últimos tiempos ha sido la interpretación y enfoque de los procesos de interconexión que caracterizan a la First Global Age, por utilizar un término en boga en el mundo académico estadounidense. Hasta hace no demasiado tiempo, se entendía que el comercio internacional era una realidad de Occidente en la que otros continentes tuvieron un papel secundario o pasivo. Buena parte de los manuales de Historia Económica continúan presentando un fuerte sesgo eurocéntrico a pesar de que no fue hasta la Revolución Industrial cuando Europa pasó a ser el indiscutible dominador del mundo. En los siglos XVI y XVII los europeos jugaron un papel dinamizador en tanto fueron ellos los que irrumpieron masivamente en la vida de los otros continentes. Fue un papel dinamizador, decimos, pero no de autoridad absoluta ya que tuvieron que lidiar con espacios muy distantes, con realidades que no conocían y con mundos, como el asiático, que presentaban unos mayores índices de actividad orientada a servicios, finanzas y comercio. Nuestro reto en este libro pasa pues por analizar el mundo del comercio de los siglos XVI y XVII desde una óptica de Historia Global. La Historia Global es una de las tendencias historiográficas que está sumando más adeptos en los últimos tiempos. Los precedentes últimos de esta tendencia de análisis se pueden llevar hasta Tucídides y Heródoto, pasando por otros muchos autores cuyo sujeto histórico eran las civilizaciones. Ahora bien, no será hasta los años setenta y ochenta del siglo XX cuando la disciplina comience a categorizarse y a dotarse de un corpus teórico propio que la identifica como campo de estudio. Recordemos brevemente alguna de las características de la Historia Global: *El objeto de análisis no es una ciudad, un determinado país o una región en concreto, sino la interrelación y convergencia de todos ellos a escala planetaria. Dicho de otro modo, “la historia global constituye la puesta en escena y la convergencia de las historias locales con propósitos globales” (Fanzio Vengoa, 2009: 316). La historia global no es un modo de hacer “historia total”, en el sentido de Braudel, sino que pretende integrar los análisis locales dentro de esquemas más amplios. Tal apuesta estaría muy cercana al término glocalismo, cuyo lema popu5

lar sería el “piensa en global y actúa en local” que tanto se escucha- que se emplea hoy en día para definir algunas de las dinámicas de la globalización. *Aunque son términos similares, una diferencia entre la World History y la Historia Global es que esta última parte del supuesto que cualquier acción que se desarrolle en un escenario concreto tiene o puede tener influencia sobre el conjunto en su totalidad. Es el conocido como “efecto mariposa”. El objeto de estudio no son las dinámicas entre estados o formas políticas, sino las relaciones sociales a escala global. *El proceso de globalización, como ya hemos apuntado, se dio en diferentes campos (cultural, económico, ambiental, religioso, etc.) que se encontraban conectados entre sí, de modo que el enfoque no puede ser nunca estrictamente económico. Los análisis de Historia Global se centran en un determinado campo, pero integrándolo siempre en una realidad más amplia. *El sistema no responde al control de un centro ni a un diseño previo, sino que el capital circula por todo el mundo. En consecuencia, la extensión de la economía-mundo no fue el triunfo de Occidente ni dependió en exclusiva de un único continente, sino que más bien fue la confluencia de un buen número de elementos que irán apareciendo a lo largo de estas páginas. En un manual reciente sobre los orígenes del Mundo Moderno se recoge la siguiente afirmación: “La otra característica notable del sistema mundial del siglo XIII es que funcionaba sin que hubiera una fuerza central de control o dominio. Para quienes creen que el sistema mundial moderno se desarrolló bajo el dominio de un único estado o grupos de estados, la idea de un que sistema pueda funcionar sin un centro que lo controle es un tanto novedosa. Desde luego, detrás de cada uno de los circuitos comerciales había un grupo predominante -los italianos en el sistema europeo, los árabes en el circuito de Oriente Medio y los chinos en el circuito de Asia oriental-, pero ninguno de esos grupos controlaba todo el sistema, de manera que no se servían de la fuerza para mantener el flujo de bienes, si bien los gobernantes ofrecieron protección a los comerciantes, las caravanas o los barcos en distintos lugares. De hecho, la mayoría de los gobernantes reconocía el valor del comercio, sobre todo cuando podrían gravarlo y, por consiguiente, lo estimulaban y protegían: no querían matar la gallina de los huevos de oro intentando tomar por la fuerza los bienes de los comerciantes de otra parte del mundo” (Marks, 2007: 59)

El libro que ahora presentamos no está concebido para especialistas. Está pensado principalmente como una introducción para estudiantes o interesados en la materia que se encuentran en los primeros estadios de conocimiento sobre los orígenes de la economía global. La Historia Global se ha ido dotando en estos años de sus propios programas académicos, revistas especializadas, institutos de investigación, etc. pero aún no son excesivos los textos en español entendidos en 6

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clave de acercamiento. Además, hemos procurado darle un sesgo de actualidad historiográfica tanto por el enfoque historiográfico como por el peso que hemos otorgado a factores relacionados con la sociología del mercader. En los dos primeros apartados del libro, que incluyen los primeros ocho capítulos, se analizan mercados, regiones y productos por continentes desde una perspectiva más o menos clásica. Nos ha parecido pertinente incluir un hiato muy claro en 1565-1580 ya que en esos momentos comenzó una nueva etapa en la formación de la economía global. No olvidemos que se creó una Monarquía que aunaba el imperio hispánico y el portugués, se comenzó a organizar el comercio directo entre Asia y América y las potencias atlánticas comenzaron a asomarse a espacios a los que anteriormente no llegaban. También en África se produjeron cambios internos por aquellas fechas: el mundo Shongay entró en declive. Recordemos asimismo que la década de 1640 fue muy importante por el fenómeno revolucionario en Europa y, especialmente, por la caída de la dinastía Ming en China. La tercera parte del libro, desarrollada entre los capítulos ocho al trece, se centra en definir e interpretar el fenómeno de las comunidades mercantiles, caracterizadas durante aquella época por su marcado carácter transnacional. Esto se explica por la orientación que en buena medida viene adquiriendo la actual historia del comercio, cuyo objetivo último se centra en analizar quiénes fueron los protagonistas del comercio antes que en elementos estrictamente institucionales o económicos. Es ahí donde se han desarrollado términos que hoy resultan muy conocidos entre los historiadores a la hora de definir el papel de las comunidades mercantiles, tales como cross-cultural trade o diáspora, los cuales nos ayudan a analizar elementos como el papel de la solidaridad familiar, los límites del paisanaje, la religión, cuestiones cercanas a la identidad y el funcionamiento de las redes de comercio a partir de los lazos entre sus protagonistas. A continuación, ya en el apartado cuarto, incluimos un capítulo sobre Ciencias de la Complejidad y su posible viabilidad para el estudio de las redes de comercio en época moderna. Dicho enfoque, al menos bajo nuestro punto de vista, se muestra como una prometedora forma de entender y no sólo describir que sucedió en los orígenes de la economía-mundo. El último capítulo cubre alguno de los aspectos más íntimos en la vida del mercader, aludiendo a ejemplos de su cultura material, religiosidad, formas de organización y cómo todo ello afectaba a ese aspecto esencial que es la información de carácter privado y también mercantil. Un libro de estas características tiene límites evidentes. Uno de los problemas de la Historia Global y en parte también de la Historia Comparada reside en que se debe realizar un importante esfuerzo de selección y presentación de contenidos. Estas páginas no escapan a tal realidad. Por ejemplo, cuando en nuestro caso se analizan las comunidades mercantiles no significa que fuesen las únicas sino sólo 7

alguna de las más destacadas, intentado incluir grupos que no fuesen europeos –la diáspora armenia, los Wangara o ejemplos de castas indias dedicadas al comercio-, sin que el acercamiento deje de ser meramente epidérmico. A lo largo del libro hemos renunciado a profundizar en campos o temas que merecerían un mayor detenimiento a cambio de extender nuestra mirada a todo el mundo conocido en los siglos XVI y XVII, aun a sabiendas que habrá puntos que nos hemos dejado en el tintero. Nos reconforta pensar que al menos estas páginas puedan servir para despertar el interés del lector, quien siempre puede acudir a una bibliografía específica centrada en sus temas de interés. Para finalizar, permítanme recordar alguna de las muchas personas que han contribuido que este ensayo sobre comercio y mercaderes de los siglos XVI y XVII llegue a buen fin. Comenzando por mis estudiantes, que no dejan de sorprenderme positivamente. En el proyecto DynCoopNet aprendí mucho más de lo que se pueda reflejar en cualquier libro. Mención especial merecen Ana Crespo, “Jack” B. Owens y Antoní Picazo, con quienes he tenido el privilegio de acercarme a los arcanos de comercio en época moderna. H. Casado, M. Asenjo, A. Marcos Martín, F. Negredo y C. Álvarez Nogal siempre me han honrado con su amistad y su profesionalidad. Al profesor E. Martínez Ruiz y a la editorial Síntesis les agradezco la confianza que desde un primer momento depositaron en este proyecto. Learn & Enjoy me permite aplicar algo así como el “aprender haciendo”. El reconocimiento más íntimo está reservado a mi familia, especialmente a Laura, Daniel e Iván, a los que sencillamente les debo todo. Ningún libro puede compensar las horas hurtadas a su compañía, aunque ellos, pacientemente, lo compensen con sus mil formas de entender la vida.

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