Mentalidades premodernas: ¿una causalidad intencional, mágica y egocéntrica?

June 20, 2017 | Autor: Julio Monterroza | Categoría: Medioevo, Causalidad, Sobre la sociedad primitiva - Hallpike, Psicogénesis
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Descripción

Mentalidades premodernas: ¿una causalidad intencional, mágica y egocéntrica? Universidad Nacional de Colombia J. Monterroza Morelo

La interacción del hombre moderno con otras culturas, contemporáneas o no a él, ha permitido el planteamiento de un problema trascendental en la comprensión del ser humano: las figuras del mundo construidas en diferentes culturas se revelaron, en ocasiones, como no discernibles por parte de la otra cultura en interacción. Así lo anota, por ejemplo, Arón Guriévich, en Las categorías de la cultura medieval, con respecto al hombre medieval: “¡No hay nada que exprese mejor la distancia que tal incomprensión!” 1 . De hecho, se tiene la impresión, ante las fuentes, de estar ante otro mundo distinto. Es esta sensación la que conduce las investigaciones de Lucien Lévy-Bruhl 2 y Arón Guriévich, arriba citado. Se está, esencialmente, ante la pregunta: ¿cómo piensan (operaciones discursivas del pensamiento/cuadro-modelo del mundo) personas de sociedades premodernas? Estas, como dijimos ya, se han revelado como diferentes en su forma del ver el mundo; sin embargo, dichas diferencias no son atribuibles, simplemente, a los contenidos específicos transmitidos lingüísticamente: hay incidentes, como el relatado por Lévy-Bruhl, en que un colono europeo y un nativo discuten sobre si es cierto o no lo que ocurre en un sueño y, no obstante, la discusión está condenada al fracaso, puesto que ninguna de las partes es realmente capaz de entender a la otra. Por tanto, la investigación se hace inaplazable. La forma en que está constituida la figura del mundo –en adelante usaré este término–, y no solamente las ideas específicas a que esta da lugar, se encuentra en la mira de las dos investigaciones; ¿cómo es, pues, esta “figura del mundo”? El estudio de Lévy-Bruhl presenta el mundo de los primitivos como espiritualizado, poblado de intenciones, influido constantemente por potencias místicas, donde la simple

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Pág. 32. Arón Guriévich, Las categorías de la cultura medieval (Madrid: Taurus Humanidades, 1990) Lucien Lévy-Bruhl, La mentalidad primitiva (Buenos Aires: La Pléyade, 1972)

acción de hablar y pensar tiene consecuencias sobre el mundo natural 3 , donde los antepasados no solo hacen parte del grupo social, sino que juegan un papel preponderante en sus “representaciones colectivas”, donde la propia colectividad constituye el centro de las representación espacial, y la representación temporal no es unidireccional (la noción de simultaneidad no es tan intransigente como la moderna, de manera que dos cosas pueden sentirse simultáneas sin serlo, o incluso invertirse su relación antes-después/causacausado). Haré ahora un breve resumen de la figura del mundo descrita por Guriévich, por lo demás parecida, antes de continuar. Este es un mundo en el cual no hay una clara diferenciación entre la palabra y la idea y el mundo objetual; donde no hay diferencia alguno entre “lo concreto y lo abstracto”; donde se confeccionan documentos con el objetivo de moldear, y no falsear, la realidad; no se establece una diferencia clara entre infancia y adultez (póngase atención sobre las consecuencias que ello comporta en la comprensión de la diferencia de las exigencias sociales hacia niño y adulto); donde el resultado de un proceso judicial depende de la observancia de procedimientos y la superación de pruebas (ordalías) duelos entre las partes; donde no se tenía una estandarización precisa de las medidas temporales y donde las medidas espaciales “con el mismo nombre” no eran uniformes, equivalentes; donde ni siquiera el hecho de morir era permanente, con una frontera difusa entre la vida y la muerte. Trataré ahora de ocuparme de los dos trabajos en su conjunto. Salta a la vista la aseveración de Guriévich sobre el mundo medieval cristiano, según el cual el mundo es un sistema regido por Dios. Con todo, Guriévich no deja nunca de hacer notar a su lector que la estructura de semejante causalidad rectora del mundo no se debe al cristianismo: el mundo, desde los bárbaros, se presenta como objeto de intenciones extramundanas, donde los animales y los objetos inanimados tienen, a los ojos de los sujetos, intenciones (a manera de ejemplo, traigo a colación el señalamiento de Guriévich de juicios contra animales, que eran sometidos a las pruebas y fórmulas corrientes para determinar su inocencia y, en 3

Se hace necesario discutir aquí la noción de mundo natural: no hablamos de una naturaleza que se presenta al sujeto secularizada, despojada de intenciones y con una constitución interna y controlable, en el sentido moderno de la palabra. El primitivo actúa sobre la naturaleza en un formato social: se comunica con ella y supone a la naturaleza agente a la manera humana. Así, la “naturaleza” en el primitivo aparece representada siempre de forma que se puede confundir con la alteridad de una relación social ego-alter.

ocasiones, eran también condenados). En realidad, lo que cambia con la cristiandad, en este sentido, es el depósito de la intención: ya no hay varios espíritus (por lo menos no en la doctrina oficial; extrapolar semejante síntesis a todos los medievales haría inexplicables, por ejemplo, los juicios citados contra animales) tras lo que ocurre, sino que se tiende a atribuir los fenómenos a un espíritu único, rector del mundo: Dios. El hecho de la percepción premoderna de una causalidad intencionada queda confirmado con el contraste de los resultados de Guriévich con los obtenidos por Lévy-Bruhl. El texto sobre La mentalidad primitiva, sobre todo en el capítulo sobre “las potencias invisibles”, deja muy en claro el hecho de que el mundo es percibido como poblado de intenciones. Así, por ejemplo, ninguna persona creerá que la muerte de, digamos, el jefe de su tribu, se debió a un proceso fisiológico (o parecido): el hecho es interpretado como la prueba de que “las potencias invisibles” habían decidido su muerte, o incluso como prueba de que alguna persona la había deseado. Ya habíamos dicho que en los medievales estudiados por Guriévich no existe una frontera clara entre, por un lado, la idea y la palabra y, por otro, el mundo objetual. Fenómenos que para la mentalidad secular moderna son entendidos como debidos a la constitución interna del mundo, como la muerte, son atribuidos directamente a intenciones, sobre las que además se influye por medio de mecanismos mágicos, como lo son, en estos casos, hablar y pensar. Tenemos, pues, que la causalidad en la figura premoderna del mundo está fuertemente ligada a la noción de intenciones causantes en tanto actuantes (a la manera humana) de los sucesos experimentados. Y, sin embargo, ello no explica por sí mismo la posibilidad de ejercer influencia sobre dichas intenciones por medio del pensamiento y el habla: la causalidad, pues, es intencional, pero no solo intencional. Ocupémonos, pues, de la manera en que se influye sobre el mundo; es decir, de la manera en que se influye sobre los seres intencionados que, de una u otra forma, rigen y participan del mundo o fracciones de él. Los reyes taumaturgos, de Marc Bloch 4 , constituye un ejemplo estupendo al respecto. Aunque menciones de taumaturgia aparecen también en la investigación de Guriévich, es mucho mejor la investigación de Bloch para concentrarse en la explicación mágica de ciertos fenómenos a los ojos del hombre medieval. El hombre 4

Marc Bloch, Los reyes taumaturgos (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1984)

medieval se figura que hay personas específicas quienes, debido a la posición que ocupan en el mundo (seguramente decidida por una intención extramundana), poseen más o menos poder de actuar sobre e mundo; el esquema es algo distinto al del primitivo, donde cualquiera con su pensamiento puede atraer o alejar la lluvia, o incluso matar gente. Sin embargo, pese al reconocimiento de la propia impotencia mágica frente a las escrófulas, personas de todo el occidente medieval creerán que otras personas con mayor poder pueden influir mejor sobre las tales, y en ese sentido hacen esfuerzos dirigidos a ser tocados por los reyes de Francia e Inglaterra, e incluso por personas específicas que, de no ser por casualidades (como ser el séptimo hijo varón de una racha de siete hijos varones), no tendrían semejante poder. Tenemos pues, tanto en el Medioevo como entre los pueblos primitivos registrados por Lévy-Bruhl, la creencia arraigada de que ciertas intenciones fuera y dentro del mundo pueden actuar sobre el mundo, y sobre todo sobre el mundo directamente experimentable. Por parafrasear a Guriévich, el límite más extenso de lo que preocupa a los sujetos que tenemos en la mira, tanto primitivos como medievales, es “el terruño”. En resumen, el mundo es concebido como poblado de intenciones, que actúan sobre el mundo por medio de mecanismos mágicos. Dichas intenciones no son por completo extrahumanas, pero pueden serlo. Así, hay espíritus de la naturaleza, de los ancestros o, incluso, un único espíritu divino, y estos están siempre actuando sobre el mundo; sin embargo, esto no excluye la posibilidad de que personas de mayor o menor poder pueden también, por mecanismos mágicos, actuar sobre el mundo, en ocasiones meramente pensando. Sin embargo, la estructura de la acción mágica no cambia por más sofisticado que sea el detonante mágico de tal acción; sea que se desee que pare la lluvia, sea que se hagan rituales específicos alrededor de figurillas o sea que se hagan sesiones de taumaturgia el día del sacre, lo que tenemos en frente son hombre y mujeres tratando de actuar sobre el mundo por medio de mecanismos mágicos, normalmente referidos al pensar, hablar y establecer contacto. Dichos mecanismos son claramente ineficientes: no hay registros de que caiga la lluvia, muera la gente o se curen las escrófulas puesto que alguien lo deseó. Además de la obligada mención de la “insensibilidad a la experiencia”, que expresada así parece muy

intransigente, tenemos el registro de un egocentrismo del mundo. El sujeto que desea se pone a sí mismo en el centro del mundo a tal punto de creer que, por simple acción de su deseo, es posible alterar “el curso de los acontecimientos”. ¿Estamos, pues, ante una causalidad egocéntrica, además de mágica e intencional? Creo que es perfectamente posible si no entendemos por “ego” al individuo, sino al individuo en su grupo social, tal cual también es esta la medida predilecta de las representaciones espacio-temporales, del terruño. En otras palabras, el propio yo, el nosotros, aparece en el centro de las figuras premodernas del mundo.

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