Menéxeno, entre el maleficio y el remedio.

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Descripción

Introducción
La oración fúnebre, discurso de Atenas; Sócrates, el veneno más sutil de la ciudad. Confrontándolos el uno al otro, el Menéxeno opone al discurso cívico las astucias ambiguas de una palabra confusa, pues Sócrates es antes de cualquier cosa un verbo aporos
Nicole Loraux, Socrate contrepoison de l'oraison funèbre.

El presente trabajo tiene como objetivo analizar el diálogo del Menéxeno con base en la lectura que Derrida realiza de otros diálogos en La farmacia de Platón. Este ensayo conciliará el mecanismo del farmacon que el filósofo francés describe, con el término "hechizo" o "discurso hechizante" utilizado por Sócrates en el diálogo ya citado.
La relevancia de este análisis radica en el hecho de que el discurso fúnebre es visto por Platón como "[…] alabanzas [que] matizando el lenguaje con las más hermosas palabras […] hechizan nuestras almas". Esta visión del discurso fúnebre como distorsionador de la realidad es lo que da pie a interrogarnos si el discurso en sí es malo o bueno, ya que en otros diálogos se le atribuye al discurso socrático una cualidad positiva y, a la vez, "mágica": por ejemplo, en Banquete, Alcibíades reconoce ser poseído por las palabras de Sócrates.
Por lo anterior, nos encontramos con un término (el discurso hechizante) en el que se dibujan dos polos opuestos que Platón pretende separar y discriminar; no obstante, el polo excluido amenaza con desestabilizar dicha discriminación. Bajo la noción de farmacon, Derrida hace ver en La farmacia la manera en la que Platón busca regular estos términos bivalentes; sus observaciones se extienden por todo el corpus platónico con tal de dar cuenta de estas operaciones de exclusión y reintegración.
La pregunta que motiva este análisis es: ¿de qué manera se puede concebir el mecanismo del farmacon en el Menéxeno? Nuestra hipótesis propone que es posible rastrear dicho mecanismo si acudimos al "discurso hechizante". Sin embargo, esta noción recibe en el Menéxeno una connotación únicamente negativa, por lo que acudiremos a Banquete para restaurarle las dos valencias (negativa y positiva) al discurso hechizante y así hacer posible el espacio en el que su inestabilidad hace insegura cualquier pretensión reguladora.
Por lo tanto, el trabajo será dividido en dos partes: la primera expondrá la bivalencia que el término "discurso" obtiene en los dos diálogos mencionados más arriba, mientras que la segunda mostrará cómo es que, una vez delimitada la oración fúnebre, regresa lo excluido por esta delimitación.
Precisiones: la ambivalencia del discurso como hechizo y su delimitación.
Las oraciones fúnebres (epitaphios logoi) son, según Sócrates, discursos hechizantes por los que la imagen de la ciudad se ve deformada. Los efectos deformantes que produce este tipo de discurso se pueden dividir en dos dimensiones: la atribución de cualidades que no se poseen, y el estado de encantamiento al que subsume a su auditorio. Sin embargo, el maleficio del hechizo no se detiene aquí, sino que se extiende hasta la manera en la que la oración fúnebre es compuesta, pues:
Cada uno de éstos [los oradores] tiene discursos preparados y, además, improvisar sobre temas de esta clase no es tan difícil. Si fuera preciso hablar bien de los atenienses ante los peloponesios […] se necesitaría de un buen orador que convenciera y se ganara la aprobación del auditorio, pero cuando se compite ante aquellos a quienes se elogia, no cuesta mucho parecer que se habla bien.
Ahora bien, ¿por qué Sócrates neutraliza el maleficio de la oración fúnebre? Menéxeno desafía a Sócrates con tal de que éste le demuestre que, efectivamente, componer un epitaphios logoi no es tarea difícil. El filósofo acepta el reto y entonces reproduce una de las oraciones que aprendió de Aspasia. Por lo tanto, la acción que Sócrates realiza al recitar el discurso de Aspasia es de ex-posición: pone de relieve que el epitaphios logoi puede ser elaborado por cualquiera (pues Aspasia "se había enterado de lo mismo que tú [Menéxeno] dices, de que los atenienses se disponían a elegir al orador"), y también reluce la re-composición en que consiste la creación de este tipo de discurso (pues "[Aspasia] juntaba algunos restos de este discurso [de Pericles]"). Sin embargo, la reproducción que ex-pone Sócrates no tiene nada más la función de "sacar a la luz"; si Sócrates ex-pone, es decir, "pone fuera" el maleficio de la oración fúnebre, lo hace para retener sus efectos y así tener a la vista el mal que éstos pueden causar. Exposición y retención son, por tanto, procesos de una operación neutralizante que se puede advertir desde el momento en que Sócrates habla de las consecuencias de escuchar la oración fúnebre.
Sin embargo, la palabra-oración-discurso tiene "otro polo" más allá del que es ofrecido por Sócrates en el Menéxeno. La palabra (o logos) es eso que, ofreciéndose como veneno en el diálogo citado, puede volverse remedio. Dicho de otra manera, el discurso que en el diálogo mencionado es expuesto como un hechizo maléfico, tiene posibilidades de ser un "hechizo purificador" en otros diálogos. Entonces, ¿qué puede desprenderse de lo anterior? Ofrezcamos un ejemplo para concluir que el discurso es, como el farmacon, un elemento que pretende ser aprovechado como diferenciador. En el segundo apartado se señalará las consecuencias de esta operación diferenciadora.
En el Banquete, Alcibíades elogia a Sócrates definiéndolo como un Marsias. No obstante, la diferencia del filósofo con respecto al sileno está en que el primero hechiza con palabras. Otra peculiaridad del hechizo socrático estriba en que es el único capaz de avergonzar al joven ateniense. Ahora bien, los efectos descritos anteriormente parecen situar el hechizo socrático en la misma clasificación maléfica de la oración fúnebre; sin embargo, el elogio que pronuncia Alcibíades reconoce la necesidad de Sócrates, pues éste, además de ser el único capaz de irritarnos por la esclavitud a la que estamos sometidos, nos señala lo que debemos hacer. Por lo tanto, el hechizo socrático también deforma; pero la deformación que ocasiona apunta no a la producción de imágenes que nos re-presentan lo que no somos, sino que se dirige a indicarnos cómo debemos ser, es decir, lo que aún no somos pero que estamos invitados a ser. El polo positivo de la palabra hechizante también se apoya sobre las posibilidades de ocasionar efectos distorsionantes, pero estas distorsiones difieren con respecto a las que son elaboradas por la palabra hechizante de la oración fúnebre; la distorsión del hechizo socrático pretende depurarnos.
En virtud de lo anterior se dibujan dos posibles valencias de la palabra: la palabra contaminante que en Menéxeno es enmarcada por la oración fúnebre pues exalta y distorsiona la imagen del ateniense, y la palabra socrática que, si bien, también hechiza y, por ende, distorsiona, se encamina más bien a purificar. En el marco de esta bivalencia se acreditan las oposiciones que dan lugar a dos tipos de discurso diferentes; uno de ellos (la oración fúnebre) es, sin embargo, seccionado para exponerlo y neutralizarlo. El próximo apartado analizará qué es lo que retorna de este proceso de diferenciación.
La imposibilidad de discriminación del hechizo
Semejante operación no resultaría posible si el fármaco-logos no cobijase en sí mismo esa complicidad de valores contrarios, y si el fármacon en general no fuese, antes de toda discriminación, lo que, dándose como remedio, puede corromper(se) en veneno, o lo que dándose como veneno puede resultar ser remedio, puede aparecer después de administrado en su verdad de remedio […] Es más bien [el fármacon] el medio anterior en que se produce la diferenciación en general, la oposición entre el eidos y su otro.
La cita anterior expone el mecanismo por el que el fármacon funciona: a pesar de los intentos de Platón (o Sócrates) por aprovecharlo en uno de sus lados, el farmacon aún amenaza con volverse en contra de esta pretensión reguladora. Sustraído de todo sentido, el fármacon permanece inestable e inalterado; su amenaza contaminante o su posibilidad remediadora continúan latentes, pues el fármacon se trata de "una fuerza cuyos efectos se dominan mal, de una dínamis siempre sorprendente para quien quisiera manejarla como amo y como súbdito". Este mecanismo se calca también en la palabra hechizante: como ya fue establecido, la palabra es un hechizo que bien puede señalarnos nuestro deber (reconociendo así su necesidad), o bien puede deformarnos con atributos que no poseemos. En este último caso se apoya la delimitación de la oración fúnebre en el Menéxeno; luego, hace falta ver qué es lo que transgrede dicha demarcación.
La palabra por la que se crea la oración fúnebre que pronuncia Sócrates, es una palabra repetitiva: del discurso de Péricles al discurso de Aspasia –que no es más que una re-elaboración del anterior–, se traza un camino de huellas de una palabra que no pertenece a ninguno de sus oradores. Esta palabra se encuentra entonces disponible para que el orador la reajuste a sus discursos; por lo tanto, se trata de una palabra que adviene fácilmente, justo como Sócrates nos había prevenido que las oraciones fúnebres se componen. El retorno de lo excluido se encuentra en este punto porque, para neutralizar los males de la oración fúnebre, Sócrates recurre a ocasionarlos cuando se somete a la manera en la que la oración fúnebre tiene que ser compuesta. La imposibilidad de neutralizar en su totalidad el hechizo de la oración fúnebre, radica en que ésta puede degenerarse; para ex-poner su mal y neutralizarlo, Sócrates tiene que recitar la oración fúnebre tal y como ésta suele ser elaborada, es decir, en lo que el filósofo ateniense advierte como su maleficio.
Conclusiones
El mecanismo de farmacon se puede rastrear en el Menéxeno en la palabra "discurso", cuando Sócrates adjetiva este término como "hechizante", refiriéndose de esta manera a la oración fúnebre. Empero, en este diálogo sólo se puede rastrear su valencia de "hechizante", que vendría a ser negativa puesto que distorsiona la imagen de la ciudad; pero no se encuentra su otra valencia, la positiva. Ésta la encontramos en el Banquete, donde Alcibíades describe el discurso de Sócrates como mágico a la vez que purificador. Esto nos permitió ilustrar la inestabilidad que atañe a la noción de discurso para fijar así un punto desde el cual realizar una interpretación derrideana.
Una vez localizadas ambas valencias del discurso, se explicó cómo regresa en el Menéxeno lo excluido, es decir, el discurso hechizante, ya que cuando Sócrates expone el polo negativo de este término, lo rescata en cuanto comienza él mismo a reproducir el discurso que Aspasia había elaborado.






Nicole Loraux, "Socrate contrepoison de l'oraison funèbre. Enjeu et signification du Ménexène", en L'antiquité Classique, tomo 43, fasc. 1, 1974. p. 172. La traducción es nuestra.
Menéxeno, 235a.
Cf. Ibid., 235a-235c.
Ibid., 235d.
Cf. Ibid., 236b
Idem.
A lo largo del ensayo utilizaremos indistintamente estos términos.
Cf. Jacques Derrida, "La farmacia" en La diseminación, [Trad. del francés de J. Martín Arancibia], 7ª edición. España, Espiral/Ensayo, 1997, p. 189. Hemos reformulado una cita que se encontrará más adelante en este ensayo.
Cf. Banquete, 215b y 215c8.
"Efectivamente, cuando le escucho [a Sócrates], mi corazón palpita mucho más que el de los poseídos por la música de los coribantes, las lágrimas se me caen por culpa de sus palabras, y veo que también a otros muchos les ocurre lo mismo." Ibid., 215d9-215e1.
Cf. Ibid., 216b-216c.
J. Derrida, loc. sit.
Ibid., p. 144.
Cf. Ibid., pp. 176-179. Tal como se transcribe en el texto de Derrida, la palabra utilizada en griego antiguo para hablar de 'hechizo' era farmacon.
Vid. p. 2.


Menéxeno: entre el maleficio y el remedio Alvarado Grecco, Daniel Salvador
Jorge Olmedo, Minerva

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