Memorial de la caída: Los peces todos (1997) de Ricardo Solís.

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Descripción

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Ramírez-Arballo


Entendiendo el prejuicio tal como lo define Gadamer: "En sí mismo 'prejuicio' quiere decir un juicio que se forma antes de la convalidación definitiva de todos los momentos que son objetivamente determinantes" (337).
Recomiendo particularmente la lectura de la introducción a On Modern Poetry From Theory to Total Criticism (xi-xxx).
Desde el punto de vista de los hechos constatables, se entiende.
En el apartado inicial llamado Los peces todos –Memoria de la casa materna- se incluyen referencias constantes a la biblia, tales como el diluvio, la postración ante el ídolo, babel y las plagas como maldición. (11-28)
Existe una sola referencia a la madre:
Mi madre alguna vez dijo.
Se nace para amar y maldecir,
para romperse los huesos
en cada muro de esta oscura estancia. (39)
Extraña apreciación materna: amar y maldecir, como si el hablante hubiera adquirido de ella esa condición paradójica de querer y odiar a una vez, de recordar escrupulosamente y negar la memoria invocando siempre la soledad, el solipsismo y finalmente el vacío.
La existencia misma del poemario es prueba de este deber personal de contarlo todo.
Por experiencia del lector me refiero al impacto psíquico, emocional y sensorial que la lectura de un poema produce en nosotros.
En el caso del símbolo entiendo que no se trata de un signo que de manera unidireccional apunta hacia un sentido específico que le corresponde de manera análoga, sino de un elemento significativo de doble dirección: por un lado señala hacia una realidad trascendente y, por el otro, se auto referencia. El símbolo, como bien nos enseña Gadamer, trasciende la esfera del logos e interpela el mundo de los sentidos. Un símbolo es lo que es y no se puede intentar modificarlo sin destruirlo. (110-111)
Por polisemia entiendo riqueza de sentido y no dispersión: convergencia y posibilidad interpretativa.
La nostalgia, de hecho, moviliza toda la obra, pero no se trata de una emoción cándida de intento de recuperación tanto como de un deseo de fuga; por otra parte, ese mecanismo nostálgico permite la construcción de la memoria, que es el eje troncal en Los peces todos. Al respecto, Wilson nos recuerda: "Nostalgia may facilitate continuity of identity, allowing people, through narrative and sometimes vicarious experiences, to 'place' themselves in time and space, yielding a sense of themselves as time travelers. (61)
Memorial de la caída: Los peces todos de Ricardo Solís.

INTRO
Frente a Los peces todos me mueve una doble fuerza de atracción: la nostalgia y la escritura de vida. Ambas condiciones se encuentran presentes en este poemario de Ricardo Solís (Navojoa 1970) que me dispongo a discutir en las páginas que siguen. Me anima también, desde un punto de vista hermenéutico, experimentar un modelo de lectura dialógico en el que la intuición (hija de la experiencia) permita una lectura más libre y auténtica, alejada de los estereotipos críticos tan socorridos; no pretendo calificar de fenomenológica mi estrategia de lectura, aunque sin duda alguna este ascendente filosófico forme parte de ella. Más bien me gustaría indicar que ante un texto determinado, en este caso un poemario, me planto como un lector concreto, animado por mis querencias y mis prejuicios, por una historia de vida y de lecturas absolutamente intransferible; me gusta decir que lo que pretendo no es otra cosa que el ejercicio de una crítica total, a la manera de Robert Rowland Smith, una práctica de comprensión que se fundamenta en todo lo que soy, mi existencia entera y no solamente en la implementación de una serie de fórmulas teóricas que de modo mecánico debo utilizar aquí o allá para decir tal o cual cosa de una obra sobre la que aparentemente muestro interés: no me interesa la invisibilidad o la supuesta asepsia del análisis formal; por el contrario, deseo que quede bien claro que yo soy quien escribe estas cosas y quien busca comprender de cara a la siempre estimulante experiencia de la poesía. Descreo de la apropiación de estrategias pretendidamente científicas en el análisis literario, como también sospecho de las aproximaciones de eso que en común acuerdo denominamos Theory (aunque he de decir que me parece una vía crítica más próxima a mis pasiones e intereses intelectuales por la libertad que entraña). Entre el aparente rigor y el caos elijo el prudente juego, la curiosidad en la exploración, la verdad como coherencia personal y discursiva, el placer inigualable de leer y comentar en voz alta aquello que se ha leído. Si el poeta traduce su experiencia del mundo, el crítico traduce al traductor, como nos recuerda Beuchot (19); se aprovecha de la riqueza significativa del texto lírico para tramar de manera analógica una lectura particular. Si bien la crítica literaria académica descansa sobre recursos aproximativos formales o teóricos, me queda claro que más que un método es un arte en sí misma.
De más está decir que toda meditación sobre la literatura y el arte está condenada a las limitaciones propias del que piensa, que en mi caso no son pocas. Sin embargo, la experiencia de la reflexión siempre vale la pena porque abre puertas ahí donde solo había muros: se trata, así lo entiendo, de sembrar posibilidades humanas, lo cual no es poca cosa.
Pues bien, dicho todo lo anterior comienza el momento de las preguntas: ¿qué clase de texto es Los peces todos? ¿Quién o quiénes hablan en él y a través de él? ¿Qué función juega la memoria en la construcción de este poemario? ¿Cuáles son los límites que separan la imaginación y el recuerdo? ¿Es posible considerar esta obra como un texto autobiográfico? ¿Nostalgia de regresar o de recuperar lo perdido?
LUGARES Y COSAS
Debo comenzar aludiendo a la estructura del poemario: cincuentaiún poemas sin título repartidos en cinco secciones: Los peces todos –Memoria de la casa materna-; La soledad más próxima –Memoria del padre-; De ciertos oficios –memoria de los dos abuelos-; Pajarismos –Memoria de las tres abuelas-; Vieja canción –Memoria de la bisabuela-. Como se ve, existe una intención autoral de mostrar que la obra tiene una clara relación con el clan familiar, y en concreto con la evolución que este ha tenido a lo largo del tiempo. Uno anticipa como lector que está a punto de encontrarse con la genealogía de una estirpe.
Una de los rasgos más evidentes de Los peces todos es su condición de memoria colectiva, de sumatoria de personas, situaciones y escenarios del pasado que forman parte de la historia del hablante poético. Desde un aquí y ahora enunciativo se dirige la voz hacia el pasado para entresacar memorias sueltas cargadas de emoción y de lirismo; con estos materiales es que se va urdiendo la obra, entrelazando poéticamente referencias de una historia propia y comunal a la que un yo poético-historiador confiere un carácter que roza lo mitológico. En el primer poema de Los peces todos –Memoria de la casa materna- se dice lo siguiente:
Atroz fue la familia
nunca frágil cascarón de estrella
simplemente
pistilos encumbrados en su casta de ladrones
de hostiles y hábiles manos
perfectas para el castigo
Así lo escuché de contrabando
Querían mentir por su historia balbuciente
engañar a cuatrovientos
pulir en sus tropiezos la roca del camino
Pero nunca se pudo
Muchos transitaron la misma vía
muchos en franco frente
desasolvando el fondo en cada signo. (11)
Destaco esa escucha furtiva del hablante poético, que de esta manera se entera de los tiempos del origen: la pertenencia a una casta de hábiles malosos capaces de honrar con inteligencia sus pillerías, así fuera en los relatos y no en la vida real; sin embargo, lo que parece quedar, después de todo, no es sino una mentira evidente, un signo que sirve para pergeñar alguna identidad en medio de la perpetua confusión de la existencia. Es importante entender esto porque dicha ambigüedad, la incertidumbre entre lo cierto y lo veraz, sirve para darle unidad y consistencia a la obra. Si la memoria que el yo poético configura es falsa, al menos parece tener una función, la de convertirse en una evocación válida para todos los que la comparten:
La canción
-agreste de palabra-
tuvo a bien acariciar suavemente el oído
para hacerse lugar en la memoria
en la brisa de todos los días. (28)
Se parte de un pacto de construcción de memoria animado por la psique, por el deseo mental de saber qué fueron, qué son y cómo han llegado hasta el tiempo presente.
Quiero detenerme en la primera sección, Los peces todos –memoria de la casa materna-. A pesar de que el título nos haría pensar, como es natural, en una casa solariega, fuente y matriz de todas las historias, después de leer el texto comprendemos que esa "casa" original no es un sitio tanto como un estado, suerte de tiempo anterior al tiempo, cuna de las mitologías; en este caso, claro está, se trata de una mitología cerrada, particular de este tú plural que la voz poética refiere en casi todos los poemas de esta sección. Es como si desde un aquí enunciativo se dispusiera a contar el once upon a time o el érase que se era de los cuentos. Desde ese allá se va desgranando la relación de hechos que sucedieron y que desembocaron en este aquí y ahora en el que el yo poético se reconoce. Se trata claramente de la historia de una genealogía, pero muy alejada de los idealismos y los clichés de la nostalgia azucarada del melodrama autobiográfico. Aquello, el origen, fue oscuro y siniestro, un nacer en medio de tempestades, violencia y sinsentido: eso parece explicar la propia angustia del enunciante, atribulado por esa realidad a la que involuntariamente pertenece: "[M]e apropié de todos tus insomnios, / de todos los guijarros que dejaste / perdidos en cajones y alacenas". (41) No parece existir un carácter renovador en el hablante, algún cambio de rumbo que hable de un tiempo nuevo: las tempestades del ayer están condenadas a repetirse incansablemente. Trágicamente la estirpe es siempre igual a sí misma.
La atmósfera general de la obra es de oscuridad constante con irrupciones repentinas de la luz, aunque en ocasiones esa luz, como no podría ser de otra manera, trae consigo una nueva calamidad:
Volvían de su letargo los soles
plagados de langosta
y todo estaba
en su reposo de piedra
en su sueño de pálida mariposa. (26)
Esta saga familiar cae, como he dicho, de una antigua mitología de desencantados y se encarna en habitantes concretos del mundo, gente que deambula sobre el polvo y que se ve rodeada de objetos concretos como espejos, rocas, máscaras, arena, polvo, escombros, altares, manzanas, pétalos, basura, puertas, insectos, soles, plagas, astillas y una larga cadena de sustantivos que no delinean con precisión un escenario tanto como funciones simbólicas específicas, como en el caso del caracol y la arena, imágenes diseñadas para referir al tiempo, siempre circular y envolvente:
Pródiga era la arena en caracoles
horadados de nostalgia […]
[Y] dijeron,
-amorosos como eran-
que el vacío era el legado de la estirpe. (12)
Si el tiempo es circular, las memorias que contiene son vacías, insustanciales o claramente absurdas. Esta es una idea que se repite como un motivo recurrente a lo largo del poemario: un estar aquí porque sí, carente totalmente de sentido; esto hace que el yo poético sea prácticamente incapaz de desarrollar algún tipo de empatía, salvo en alguna ocasión que comentaré más adelante. Mientras tanto, el recuento de la historia del clan va del tono bíblico de "la caída" a los trazos gruesos con que se representan el padre o los abuelos, hasta llegar a la figura meridiana de la genealogía: la bisabuela, mujer que es capaz de reintegrar la condición humana al mundo natural, cerrando los ciclos de la agonía en la tierra. Si como he dicho antes, la vaciedad era la seña más distintiva de la estirpe, se trata de un vació que merece la pena ser cantado:
La canción
-agreste de palabra-
tuvo a bien acariciar suavemente el oído
para hacerse jugar en la memoria
en la brisa de todos los días. (2)
El enunciante, que ha asumido el papel de cronista de su raza, asume su tarea y continúa la marcha.
LA GENTE
Si en los orígenes las voces y los cuerpos no admiten una definición, tras la caída la humanidad es conciencia encarnada en alguien: el padre, los abuelos, las abuelas y la bisabuela; existe además una muy breve referencia a la madre. Todos vistos desde la perspectiva del yo poético que establece un eje relacional yo-tú que desde mi punto de vista añade valor a su oficio de comentador de la familia. Vienen muy a cuento unas palabras de Paul John Eakin:
Ethical determinations become more complex, however, if we conceptualize identity as a relational rather than autonomous, for such a model makes it more difficult to demarcate the boundaries of the self upon which a privacy-based ethics of the person can be founded. Against the autonomous moral agent posited by ethical theory I want to set the relational self that is frequently portrayed in contemporary autobiography and memoir. (160)
Esta es precisamente la característica del discurso biográfico que adopta el hablante poético en Los peces todos, una voz que se reconoce juez y parte en el devenir de los sucesos retratados poéticamente.
La aparición de la gente o, mejor dicho, la alusión concreta a ellos, ya no como simple masa humana apiñada en un horrendo paraíso sino como personas insertadas en la historia, otorga (a partir de la sección llamada La soledad más próxima –Memoria del padre-) un carácter de proximidad entre ese tú plural y el yo que enuncia. Esta sección se ve enmarcada por dos epígrafes de Paul Auster y de Félix Daujare que apuntan a la soledad y la infancia respectivamente. Esta es una sección caracterizada por el tono airado del enunciante. Pareciera que esa soledad que es el padre es el depositario de una ira antigua, contenida, que gracias al poema consigue materializarse. Se trata de un: Centro, muda y asolada isla (33), de una: Soledad de arrecife,…(34). Existe un dedo acusador que señala al padre como una nulidad maligna con la que, como era de esperarse, el propio hablante poético se identifica: [M]ueren de arena semillas de mi mal / (este mal que tú eres) (34).
El padre es el vínculo directo con esa tradición anterior. El padre es el que llega cargado de historias, el depositario de ese mundo antiguo del que brotan todas las voces pesadillescas:
Viniste a contarme historias una vez.
Bajo la lengua llevabas
recuerdo,
saetas tristes de sol envenenadas,
puntas de lanza
melladas por memorias antiguas, feroces,
docenas de ángeles desnudos y sin rostro,
demonios en harapos
y un par de manos torpes. (37)
El emisario de todo lo ocurrido es el padre, que no solo engendra fisiológicamente sino que además reproduce en la mente y el corazón del hablante las oscuras historias del pasado. La repulsa es total y a pesar de que se reconoce en él y en sus fabulaciones, preferiría que el mundo fuera de otro modo o que, lo más probable, simplemente no fuera:
Porque se suele decir
que se tienen los pies para huir de los recuerdos.

Porque se tiene entendido
que el sueño sólo nutre fantasmas agotados. (36)
En sus "carnes", el hablante poético lleva la maldición que le concierne y que paradójicamente lo anima: el deber de contarlo todo. Me gusta pensar que más que un "retrato de familia" Los peces todos es una confesión desesperada.
Además del padre, aparecen como parte de esa legión de desencantados los "dos abuelos", las "tres abuelas" y "la bisabuela", de quien me ocuparé en detalle debido a la importancia que posee en este juego de voces, de historias y de olvidos.
LA MEMORIA DE LOS SENTIDOS
La memoria, casi no tengo que decirlo, es una selección de recuerdos, una antología de experiencias previas que consiguen hacerse presentes en el plano consciente y que, en el caso concreto de la escritura de vida, se "montan" en un texto: son los motivos de aliento expresivo que deben ser traducidos a un sistema de signos específico, en el caso de la poesía, palabras. Cuando el poeta calla, siente, y es esa involuntaria experiencia del mundo que en él encarna lo que moviliza, por utilizar un símil mecánico, el proceso de escritura, que es siempre proceso de imaginación. En el caso concreto de Los peces todos hemos visto que el enunciante asume como herencia funesta un conjunto de historias de antes que deben ser no solo preservadas sino también transmitidas: la escritura no solo concierne ahora a una primera persona plural de la que el yo-poeta es vocero.
Hablar de los sentidos es hablar del mundo: nada de lo que es vida en nosotros escapa a esas cinco vías precisas de interacción con la realidad. Partiendo de esta idea me propongo a hacer un recuento de expresiones sensoriales y de este modo tratar de realizar una lectura de este poemario como conjunto de percepciones.
Son la vista y el oído los sentidos que con mayor frecuencia se manifiestan en Los peces todos. No olvidemos que el origen de esta crónica familiar es una escucha furtiva de las historias mentirosas que constituyen el principal legado familiar: /Así lo escuché de contrabando/ (11).
El oído es una suerte de depositario o la vía a través de la cual lo que fue, convertido ya en memoria, se cuenta, es decir, se verbaliza y de este modo se preserva. Aun más, esa palabra o decir es elemento de comunión entre todos los miembros de la estirpe:
Comunión era palabra
voz desencantada en los comunes padeceres
signo estéril y confuso
intraducible como una burbuja en el vidrio. (14)
El canto es inútil e intraducible, carente de sentido; sin embargo ha de servir para cantar y comentar el absurdo consciente en el que todos se encuentran inmersos. Se escuchan y se sienten partes de un mismo grupo, una sociedad dispersa entre la bruma de su condición humana:
Así removieron todo escombro
y desgastaron de asombro su gota última
reubicaron sus islotes
para escucharse mejor en la niebla
para gozar su babel
fragmentada en parvadas de cuervos distraídos. (15)
La comunicación es inútil pero no así la comprensión, que nace de un entendimiento no racional sino ontológico de la condición humana. En medio de la mendicidad más hiriente y la imposibilidad para establecer vínculos afectivos y efectivos, la familia tiene al menos ese parloteo como testimonio de lo que han sido en medio de la devastación y el absurdo cotidiano. Se trata de un nosotros anclado en la fealdad y el caos, en el ruido y el aspaviento: es mucho más que silencio y mucho menos que canción.
Además de la palabra, es la vista el sentido -como casi siempre, en la vida y la poesía- que mayormente es referido. El mecanismo de visualización consiste en la formación de imágenes que generan en nuestra percepción un referente más o menos definido, aunque no debe descartarse el hecho de una imagen impermeable a toda posible traducción, una imagen que esté, para bien o para mal, condenada a la mera experiencia del lector. Si tal es el caso, no debe desestimarse la imagen por su escasa o nula referencialidad; debe asumirse como parte de esa geografía poética que el autor se encuentra elaborando. Si bien la imagen puede encontrarse desprovista de significación, es imposible que se encuentre vacía de sonoridad, de carga psíquica y emocional, lo que no es poca cosa en poesía. Sin embargo, lo que a mí me interesa particularmente en este ensayo es indagar sobre la construcción simbólica presente en Los peces todos. Veamos.
El símbolo posee la capacidad de estimularnos sensorialmente y llevarnos a una esfera ausente en la lectura: existe referencialidad trascendente, ciertamente, como en el signo, pero no ha de darse esta sin determinada construcción "visible" que interpele nuestros sentidos. Sin símbolo no habría poesía porque esta es en sí misma simbólica, es decir, es polisémica y se reboza a sí misma. En crítica literaria, toda tradición formalista o inmanentista es necesariamente una pérdida porque partiendo necesariamente de la estructura lingüística, el poema se cumple en una esfera no material sino relacional, humana y por ello mismo compleja. No se puede estudiar el fuego ignorando el calor y la luz que nos provee.
¿Qué símbolos, pues, son los que aparecen en Los peces todos? Sin afán alguno de crear una lista definitiva, me atrevo a señalar los siguientes como los más recurrentes y con una clara función significativa –y sensorial- en el contexto de la obra: roca, manos, arena, aguas, burbuja, escombros, marionetas, basura, soles, isla, espejo, fantasmas, noche, rostros, huesos, árboles, sangre, flor, semilla. Todas estas imágenes abonan a crear un relato, una historia con principio y final: la saga familiar de la sombras. Gente caída de la gracia paradisiaca en un mundo agreste y oscuro, condenados a la soledad, la incomunicación y la falta de empatía: seres insulares en un océano de aguas oscuras y noches eternas donde muy de vez en cuando se asoma un rayo de sol. En este mundo de pesadilla las personas son marionetas rodeadas de escombro y basura, rocas y espejos vacíos, burbujas que apenas sugieren una forma, se disipan en la nada. La gente, la estirpe no son otra cosa que rostros que parecen máscaras, seres descarnados y agónicos que a tientas se reúnen y separan. Sin embargo y en medio de este escenario decadente hay una posibilidad de redención, que no es dada por lo nuevo sino por lo viejo: la bisabuela. Ser de naturaleza mítica, es el puente entre el paraíso y el mundo, entre la fábula y la historia.
Señalaba líneas arriba que la bisabuela debe comprenderse como un personaje meridiano capaz de dar sentido al caos. Mujer cantora, viene al mundo para cumplir una profecía: "eras de pálidos soles / que anunciaron tu venida en la memoria de los viejos". (73) Criatura capaz de leer los signos de los tiempos: "Descubrías el alfabeto del cielo / la lengua de tus muertos / y el escondite de la claridad que huía por la tarde (74) Ser proveedor que se dona a los demás, que pare y sana, que habla con las criaturas de los montes: encarnación total de la naturaleza de la que un día, el primer día de los calendarios, la estirpe fue descuajada. Más antigua que la vida, la bisabuela se sorprende por el tráfago de la modernidad, un puro delirio que no hubo de comprender jamás:
Veías llegar la luz encerrada en vidrio y gruesos hilos negros
el fuego preso en cápsulas metálicas
las cajas orquestales
la veloz y sonora carreta sin mulas
el arado sin bueyes
y el parlante aparato que operaban con los dedos. (78)
Finalmente la bisabuela se descubre mortal, lo cual fue una sorpresa para todos:
Eras para morir
y nadie lo sabía
para brotar de nuevo en boca de los vivos
y arrullar con tu voz sus pesadillas (79)
¿Cómo no entender Los peces todos como un cuaderno de poesía que apunta a lo íntimo y a lo público, lo privado y lo social, lo cronológico y las mitologías? En la estirpe estamos todos, hacinados en este valle de lágrimas según la oscura perspectiva de la voz poética. La esperanza-bisabuela muere, pero resucita, no podía ser de otra manera, en la palabra que es memoria y canto de los que fueron.
EL SER QUE HABLA
Una de las preguntas que retóricamente lanzaba páginas atrás tiene que ver con la configuración del hablante poético. Entender la perspectiva que narra o canta es fundamental para entender los matices y variantes del texto. En el caso de este libro, la configuración de ese hablante se establece con base en un juego de referencias pronominales: ellos, yo y un yo-tú. Se trata, pues, de un yo no individuado sino de carácter dialógico. En relación a la autiobiografía, Eakin señala lo siguiente:
We tend to think of autobiography as a literature of the first person, but the subject of autobiography to which the pronoun "I" refers is neither singular nor first, and we do well to demystify its claims. (43)
Si bien lo que analizo es un conjunto de poemas, es absurdo negar el elemento autobiográfico en un libro como Los peces todos. Aplico por extensión esta idea de una primera persona plural y relacional, lo que genera un juego de espejos enfrentados de cuya tensión alcanzamos como lectores a delinear tan solo algunas características.
En el primer apartado, Los peces todos –Memoria de la casa materna-, el yo nombra a un ellos que permanecen en lo lejano, en el génesis de la familia. Se relata básicamente el origen incierto del clan, causado por una caída o separación del estado natural; es imposible no relacionar esto con la cosmovisión gnóstica, que consideraba la existencia una desgracia provocada por el demonio, que había creado la materia para contener la chispa divina separada del todo inmutable. La existencia no era entonces para los gnósticos más que una cosa maligna, una falla cósmica.
En los restantes apartados la perspectiva va del yo al tú en alusiones directas a cada uno de los personajes de este álbum de familia. Como se ha dicho ya, la alusión es incluso interpelación y dura crítica, aunque también deambula por los páramos de lo anecdótico.
Partiendo de la idea de que el poema es un acto comunicativo, Los peces todos comunica un estado de conciencia personal de orden existencial, una larga reflexión de un ser entre los demás, que describe y cuestiona; es decir, se trata de una voz que se encuentra inmersa en un proceso auto reflexivo. Busca el entendimiento y como parte de esa indagación introspectiva precisa contar la historia; conviene recordar que contar es una de los mecanismos de la memoria. Me gustaría ahora detenerme en dos conceptos que me parecen decisivos para comprender el signo del hablante: visión de mundo y perspectiva frente a la obra. Por visión de mundo entiendo la mirada sintética, el compendio activo de la experiencia particular de cara a la heterogeneidad del devenir de las cosas del mundo. Más aún, creo que ese compendio o síntesis se expresa en una actitud que predispone para el vivir "de algún modo". La visión del mundo es una elección personalísima y un acto de auto definición; no es de extrañar que venga al caso ahora mismo para tratar de dibujar el rostro de ese hablante cuya voz conocemos, pero cuya apariencia se nos escapa. En la vida, la visión de mundo determina las prácticas del individuo, pero en la poesía, esa visión de mundo selecciona el temple emocional y la imaginación de una obra.
En Los peces todos, el yo poético -creo que a estas alturas habrá quedado debidamente demostrado- se plantea una empresa de doble propósito: la recuperación testimonial del pasado y la crítica de ese colectivo humano al que pertenece. Anímicamente hablando, impera a lo largo y ancho de la obra un estado de escepticismo y desencanto frente a la vida, un talante trágico: todo lo que fue habrá de repetirse, y eso que fue no es lo mejor ni lo más agradable. La soledad, el solipsismo y la pobreza como destino de la tribu.
En cuanto a la perspectiva, no hablo solamente de la parte técnica o mecánica de la escritura, es decir, del uso de la primera, segunda o tercer persona, como ya he explicado previamente. Quiero referirme en concreto a la distancia entre el yo y el discurso, en el grado de envolvimiento o pertenencia a aquello que se canta; me queda claro que el hablante poético (él mismo lo declara) se siente parte de ese colectivo familiar que pretende describir. Sin embargo, no estamos en presencia de una aprobación acrítica o sentimental, por el contrario, en todo momento observamos una tensión resignada, de repulsa y forzada aceptación de un destino propio aunque compartido. El yo poético no es capaz de crear agencia personal: depende de la circularidad del tiempo y de la carne en los que se encuentra atrapado. Participa de la historia pero se encuentra determinado por los designios de su raza.

CONCLUSIONES PARCIALES
Los peces todos es un poemario sumamente consciente de su estructura y de sus fines. Solís ha sido capaz de asumir una tradición, de incorporarla a su mirada poética y, lo más importante, de convertirla en sustancia en su obra: universaliza de este modo lo anecdótico. En Los peces todos resuenan los ecos del mito de la caída, es decir, de la crisis fundacional de la humanidad, como bien nos recuerda Steiner:
We have come to realize that myths are among the subtlest and most direct languages of experience. They re-enact moments of signal truth or crisis in the human condition. But mythology is more than history made memorable; the mythographer –the poet- is the historian of the unconscious. This gives to the great myths their haunting universality. (173)
El mito esencial que articula toda la obra, el de la caída, si se piensa bien, no es otra cosa que la profunda nostalgia de un tiempo anterior a todo tiempo, edad dorada y geografía del placer perpetuo que fueron perdidas debido a los trágicos mecanismos de la encarnación; si bien este mito ha servido para articular religiones, su impronta en el arte y la poesía no es menor. El malestar que percibimos en el yo poético es una auténtica decepción cósmica, una crisis personal y comunitaria que entraña el desgano ante una vida que se considera en sí misma una pérdida y una absoluta maldición. La búsqueda de la eternidad se encuentra ligada a la tragedia del tiempo presente, siempre arrojado hacia delante donde nos espera el abismo que es la extinción de la conciencia personal de ser y estar. Construir una memoria es de algún modo luchar contra las ineluctables fuerzas de la vida, que son también las de la muerte, y esto, no me cabe ahora la menor duda, Ricardo Solís lo sabe muy bien.


OBRAS CITADAS
Beuchot, Mauricio. Tratado de hermenéutica analógica: hacia un
nuevo modelo de interpretación. México: Itaca, 2000. Print.

Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método I: Fundamentos De Una
Hermenéutica Filosófica. Trans. Ana Agud Aparicio and Rafael De Agapito. 8va ed. Salamanca: Sígueme, 1999. Print.

Solís, Ricardo. Los Peces Todos. 1ra ed. Hermosillo: Instituto Sonorense De Cultura, 1997. Print.

Smith, Robert Rowland. On Modern Poetry: From Theory to Total
Criticism. London: Continuum, 2012. Print.

Steiner, George. Language and Silence; Essays on Language,
Literature, and the Inhuman. 1st ed. New York: Atheneum, 1970. Print.

Wilson, Janelle L. Nostalgia: Sanctuary of Meaning. Lewisburg: Bucknell UP, 2005.
Print.






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