Memoria en el habitar de la arquitectura moderna: Unidad Vecinal Portales Santiago de Chile, 1955 - 2010

May 25, 2017 | Autor: F. Márquez Belloni | Categoría: Anthropology, Arquitectura, Antropología, Urbanismo, Arquitectura Moderna
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Descripción

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LATIN AMERICAN PERSPECTIVES, Issue XXX, Vol. XX No. XXX, Month 201X, 1–19 DOI: 10.1177/0094582X16682780 © 2016 Latin American Perspectives

Memoria en el habitar de la arquitectura moderna: Unidad Vecinal Portales Santiago de Chile, 1955 - 2010

The Memory of Inhabiting Modern Architecture Villa Portales, 1955–2010

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Resumen

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La Unidad Vecinal Portales es un ícono de la arquitectura moderna y la planificación urbana de los años 50 y 60 en Santiago de Chile, encarna el proyecto político e institucional de la época que buscaba responder a la necesidad de establecer equilibrios –precarios– en un sistema económico y político frágil y tensionado. Este hecho es crucial para comprender su propuesta socioespacial y el modelo de administración que lo acompaña, pero particularmente para comprender la crisis que sufre a lo largo de la historia social y política en que se inscribe. A través de los relatos de sus habitantes se busca trazar las relaciones entre el proyecto (social y espacial) y la experiencia cotidiana del espacio, a lo largo de sus cincuenta años de existencia en la historia reciente de nuestro país. Se plantea que el deterioro de la calidad de vida de sus residentes y del proyecto habitacional que se observa hoy en día se inicia en los años 80, con los cambios en el papel del Estado introducidos por la dictadura militar y en la privatización de los servicios públicos y la seguridad social, y en este caso concreto, con el fin de la Caja de Previsión de Empleados Particulares. Sin embargo, a pesar de la impronta impuesta por estas medidas, la comunidad supo hacer de este espacio un lugar de resistencia y resignificación a partir del sentido de pertenencia que les dio tanto la arquitectura como la historia.

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Palabras clave: vivienda en colectivo, memoria, arquitectura moderna, Chile.

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Villa Portales is an icon of modern architecture and urban planning of the 1950s and 1960s in Santiago de Chile. It embodies the political and institutional project of the time, which sought to respond to the need to establish a balance—although tenuous— in a fragile and strained economic and political system. This fact is crucial to understanding its sociospatial objective, the administrative model it employed, and especially the crisis it has endured. The testimony of current Villa Portales dwellers points to a deterioration of its residents’ quality of life beginning in the 1980s with the changes in the role of the state introduced by the military dictatorship, the privatization of public services, and the termination of the Caja de Previsión de Empleados Particulares (Private Employees’ Pension Fund). Despite all this, the community was able to make this space a place of resistance and new meaning based on the sense of belonging arising from its architecture and its history.

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Introducción

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Suele decirse que la Unidad Vecinal Portales o Villa Portales, esta pieza de la expansión urbana metropolitana de Santiago que rompe con la arquitectura tradicional del área central de Santiago y a la vez con las casas aisladas de los suburbios de los 40, es un proyecto emblemático de la

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arquitectura y urbanismo modernos en Chile. Construido en pleno auge del modelo de industrialización sustitutiva, este conjunto suele asociarse también a un proceso de reorganización de las instituciones del Estado ad hoc a este modelo, que intentó vincular trabajo asalariado, servicios públicos y previsión social. Corresponde así a un momento en que la producción habitacional pública estuvo vinculada a las cajas de previsión social de los trabajadores asalariados. Pero ¿qué significó y significa actualmente esta Unidad Vecinal para sus habitantes? ¿Cuál fue la interpretación local de esta arquitectura y este urbanismo? ¿Cómo se la habita, ocupa e interpreta hoy en día, a 50 años de su construcción?

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Este artículo, que se inscribe en el marco de la antropología urbana y la historia arquitectónica, avanza hacia la comprensión de los cambios ocurridos en proyecto social y espacial que el conjunto representó a lo largo de sus cincuenta años, a partir del juicio y la experiencia de vida de sus habitantes. Su habitabilidad y el significado cultural de su arquitectura constituyen conceptos centrales para poner en cuestión el significado social de la obra, teniendo en cuenta que, como señala el arquitecto Raposo (2012: 2-5) el proyecto arquitectónico de Villa Portales no fue construido a partir de los requerimientos sociales generados desde la experiencia de vida de los habitantes, sino de su programa formal.

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Villa Portales hoy presenta un importante deterioro en su fisonomía y materialidad, pero aun es fuente de orgullo y reconocimiento para sus habitantes. En tanto unidad habitacional del proyecto de desarrollo de mediados del siglo XX, expresa la preocupación de las políticas públicas de aquellos tiempos por la calidad de vida y el desarrollo urbano. A diferencia del desarrollo inmobiliario impulsado por las políticas neoliberales ulteriores, que mediante el subsidio delegaron la producción de la vivienda de interés social a un mercado inmobiliario basado en los mercados de suelo, la desregulación y la máxima rentabilidad a corto plazo, Villa Portales se pensó ‘en y para’ la ciudad, las instituciones responsables tuvieron en cuenta para su edificación “[…] el hecho de constituir este terreno la única superficie de gran extensión ubicada cerca del centro de la ciudad y dotado en su proximidad con múltiples servicios” (Braun,1962: 36). Ello explica que, en parte, continúe siendo considerada un caso ilustrativo del proyecto urbanístico y arquitectónico de su tiempo. Ciertamente parte significativa de sus cambios son atribuibles al impacto de circunstancias históricas y políticas del entorno social, sin embargo justamente esta impronta y el reconocimiento del que goza entre sus residentes son prueba de la vigencia y solidez de la obra y el proyecto social que encarnó.

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El método de investigación

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Muchos trabajos se han escrito sobre la Unidad Vecinal Portales, celebrándola como uno de los ejemplos emblemáticos de la arquitectura moderna en Chile (Braun, 1962; Moscoso, 1968; Eliash y Moreno, 1989; Bonomo, 2009; Chateau, 2000; Raposo, 2012; Duque, 2015). Esta investigación sin embargo, se sitúa desde la perspectiva del habitar que configura, a lo largo del tiempo, un modo de ser y estar en la ciudad.

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La investigación que sirve de base a este artículo se vale de un enfoque cualitativo e interdisciplinario. La arquitectura, el urbanismo y la antropología dialogan a lo largo de toda la investigación y aportan en la elaboración de conceptos e instrumentos. Así, por una parte, la investigación se aboca a revisar la información secundaria del contexto: investigaciones, archivos de prensa, censos, documentos, boletines, fotografías y planimetría. Paralelamente, se reúnen relatos de la vida y genealogías de vecinos y familias antiguas. Los relatos biográficos permiten rescatar los testimonios de vida de los habitantes, sus experiencias y percepciones en torno a las transformaciones de la edificación y el espacio público, así como de la identidad con el lugar, las relaciones cotidianas y los vínculos sociales y políticos con la sociedad chilena en su conjunto. Estos relatos permiten comprender también cómo, a lo largo de los años las identidades se construyen en diálogo estrecho con su hábitat y cómo ello incide en el curso que 2

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toma la vida vecinal y el propio patrimonio arquitectónico. El trabajo etnográfico, que implica la observación y descripción de los lugares, permite registrar la vida cotidiana y festiva en las plazuelas, las sedes comunitarias, los jardines y el comercio. Estas descripciones se alimentan de relatos y fotografías aportadas por los vecinos y vecinas con ocasión de reuniones de conversación y escritura colectiva.

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(AQUÍ Figuras 1a + 1b)

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Comprender Villa Portales

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Comprender la Unidad Vecinal Portales implica, entre otras cosas, situarse en los años 50 del siglo XX, no sólo en nuestro país, sino en el mundo. En esos años, los países latinoamericanos se encuentran –cada uno en sus particularidades– en pleno proceso de concentración urbana y de transformación de sus instituciones y de sus fuerzas productivas. En nuestro país, el proceso de urbanización iniciado tempranamente (entre 1880 y 1930) se había acelerado a partir de los años 30, con los efectos de la depresión mundial sobre la economía comercial y la crisis del salitre. La caída exportadora había generado una fuerte afluencia de trabajadores desocupados hacia las grandes ciudades y con ello, la formación de un proletariado urbano, una creciente diversificación de la estructura social en las ciudades y la consolidación de la actividad organizativa gremial y política. Ante esto y con el fin de asumir las crecientes demandas sociales con una capacidad económica reducida, el Estado buscará un proyecto de consenso: “a la presión de los grupos populares urbanos que se movilizaron contra la oligarquía y apoyaron el proyecto industrializador encabezado por el capital industrial, [el Estado] respondió por medio de legislación social, medidas destinadas a aumentar la demanda interna y a proteger la actividad industrial de la competencia externa” (Geisse, 1983: 128). De allí entonces la puesta en marcha del sistema de servicios públicos y protección social.

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Este modelo, que se proponía emancipar a los países de la dependencia económica externa, se inspira sin embargo, en las políticas públicas y en la influencia social y cultural de las sociedades europeas y norteamericana de posguerra. Durante los años 50, estas influencias traen consigo grandes promesas, entre ellas, la de una sociedad integrada en las clases medias a partir del pleno empleo. Una integración social que se daría mediante el acceso universal a la educación y al trabajo asalariado. Esta promesa tiene asociado un proyecto espacial que era a la vez su sustento y su reflejo: el de la arquitectura y el urbanismo modernos. Los grandes conjuntos habitacionales constituyen así una pieza representativa de ese proyecto de consenso y una promesa de ingreso a la experiencia de una condición de existencia social que difiere de las anteriores.

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En los años 50, Chile ya contaba con una institucionalidad capaz de asumir tales desafíos, con los profesionales calificados para darles forma y con una industria de la construcción competente para materializarlos. La población se concentraba en las grandes ciudades. Entre 1930 y 1952 Santiago duplica su población, al pasar de 696.200 a 1.436.500 habitantes. El Estado tiene que hacer frente al acelerado crecimiento estimulando la producción pública y privada de vivienda. Sin embargo, la diversificación de la estructura social en las ciudades y la formación del proletariado urbano darán lugar a políticas habitacionales de distinto carácter, según se trate de trabajadores asalariados o no asalariados. Enfrentará así, por una parte las «tomas de terreno» protagonizadas por pobladores a través de políticas de «Operación Sitio» (site and services) y por otra, la demanda creciente de vivienda por parte de obreros, empleados públicos y particulares, mediante conjuntos de habitación colectiva.

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Con el objetivo de incorporar a la construcción de viviendas económicas los aportes destinados a habitación retenidos de los salarios por las cajas de previsión, en 1943 se reorganiza la Caja

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de Habitación Popular creada en 1936 (Bravo, 1959), y se crea la Caja de Habitación dependiente del Ministerio del Trabajo (MINVU, 2004). En 1948 se dicta la Ley Pereira, que incluye incentivos tributarios a la construcción de viviendas económicas y a la creación de Sociedades Constructoras. Es así como la habitación masiva para trabajadores asalariados de los 50, se apoya en instituciones gremiales como las cajas de previsión que llevan años financiando y construyendo vivienda para empleados públicos y privados, a través de sociedades constructoras ad hoc asociadas a ellas. Paralelamente, en 1953 durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo se crea el primer Plan de Vivienda y la Corporación de la Vivienda, dependiente del Ministerio de Obras Públicas, entre cuyas funciones están el ejecutar, urbanizar, reestructurar, remodelar y reconstruir «barrios y sectores» (MINVU, 2004).

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La historia de la Unidad Vecinal Portales se inicia en 1954, cuando la Universidad de Chile decide vender los terrenos que ocupa la Facultad de Ciencias Veterinarias y Agronomía a la Caja de Empleados Particulares Empart. El 13 de abril de 1955, la Caja encarga el proyecto a tres Sociedades Constructoras de Viviendas Económicas Empart limitadas, las cuales construirán la primera etapa del conjunto entre 1958 y 1964, durante el gobierno de Jorge Alessandri.

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Desde este momento, la figura de la «unidad habitacional» de vivienda en altura inscrita en grandes paños urbanos será una referencia para los proyectos de vivienda masiva que a partir de 1959 formarán parte de una nueva generación de proyectos de vivienda colectiva en el país.

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El gobierno de Frei Montalva (1964 – 1970) otorgará un nuevo impulso a esta política con la promesa de llegar a construir 360.000 viviendas al fin de su período (MINVU, 2004). Es así como la Corporación de la Vivienda (CORVI), que hasta entonces se focalizaba en la producción de vivienda social, toma el control de los proyectos inmobiliarios de las cajas previsionales y comienza a construir viviendas para estratos medios. El Departamento Técnico de la Caja Empart pasa a pertenecer por ley al Departamento Técnico de la CORVI, aunque mantendrá su autonomía para realizar proyectos. Es en este contexto que se inicia la segunda etapa de construcción de la UVP, bajo la tuición de la CORVI, entre 1964 y 1968 (Bonomo, 2009).

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La Caja de Previsión de Empleados Particulares

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Más allá del diseño y construcción del conjunto residencial de la UVP, la Caja de Previsión de Empleados Particulares Empart se encargó de su administración hasta 1980. El papel institucional de la Caja es un antecedente esencial para comprender algunas de las determinantes sociales del proyecto de la UVP, más aún si entendemos que tras las cajas de previsión de empleados particulares y públicos, encargadas de administrar los fondos de retiro, descansaba parte del consenso social que el Estado requería para hacer frente a las reivindicaciones y presiones de los trabajadores organizados. Este modelo cambiará profundamente con la reforma previsional de 1980.

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La Caja de Empart cuenta, desde su creación en 1925, con la facultad de recaudar fondos individuales de retiro mediante el cobro de imposiciones y contribuciones voluntarias de empleados y empleadores. Estos fondos se destinan al pago de beneficios sociales como auxilio de cesantía, invalidez, pensiones de jubilación, viudez y orfandad, así como a los gastos administrativos propios de la Caja.

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A partir de 1952 la Ley faculta a las cajas para invertir los excedentes de estos beneficios en: a) la construcción de casas de habitación aisladas o en colectivos, con objeto de entregarlas a sus imponentes, para lo cual podrán adquirir sitios eriazos y urbanizarlos; b) el otorgamiento de préstamos con garantía hipotecaria a sus imponentes para adquirir o construir casas de habitaciones; c) la adquisición o construcción de edificios institucionales propios; d) el otorgamiento de préstamos de auxilio a sus imponentes. De este modo, pueden adquirir terrenos, urbanizarlos y construir vivienda en ellos, convirtiéndose en gestoras de proyectos inmobiliarios. Con estas atribuciones pueden abocarse a resolver lo que en su momento el Boletín Empart señala como “el más grave problema que afecta al empleado particular: el de

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Sin embargo, ya desde fines de los años 60 los sectores ligados al gran capital, debilitados política y económicamente por las conquistas sociales que limitaban su capacidad de acumulación, comienzan a desinteresarse en el modelo del Estado benefactor, que en su versión criolla proveía servicios públicos con el fin de mantener los equilibrios precarios del consenso social necesario para el rodaje de la industria nacional. La movilización política y militar que conduce al golpe de estado de 1973 abre el camino a la financiarización y apertura de la economía a los intercambios internacionales, al repliegue del Estado ante las leyes del mercado y a la privatización de los servicios públicos. Se inicia así un profundo cambio en el sistema institucional que llevará, entre otros, a la creación del sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y el desmantelamiento de las instituciones que hasta ese momento asociaban la dotación de vivienda con la previsión social de los asalariados (Cortés, 2010), entre ellas la Caja de Empart. Bajo el argumento de la ineficiencia del sistema previsional existente, en 1980 se crea el nuevo sistema de administración privada de los fondos de pensiones [AFP].

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Sociedades constructoras de viviendas económicas

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Entre los objetivos establecidos para la creación de estas sociedades estaban el reducir costos aplicando economías de escala en la compra de materiales de construcción, el aumentar la rapidez y eficacia en la construcción en la medida que se tratase de empresas con experiencia, y el asegurar al mismo tiempo, una mejor calidad de la edificación. Se constituyen entonces 13 Sociedades Constructoras de Viviendas Económicas Empart. La Caja financia y administra la operación inmobiliaria y las empresas construyen los proyectos diseñados por sus arquitectos.

la habitación” (Boletín Empart: 1953). Con tales atribuciones, la labor de la Caja de Empart en materia de producción y administración de vivienda es enorme, tanto así que los vecinos la consideran como una de las entidades más prolíferas en la construcción de vivienda en Chile.

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El estatus de empleado particular

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Para acceder a una vivienda construida por la Caja era necesario contar con el estatus de «empleado particular». Según el Artículo 2º del Código del Trabajo vigente en 1959, este correspondía a: “toda persona que en virtud de un contrato prestara servicios remunerados a un empleador y en cuyo trabajo predominara el esfuerzo intelectual sobre el físico” (Editorial Jurídica de Chile, s/f).

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Para la prestación de servicios la Caja contaba con una serie de instituciones de derecho privado que dependían de ella: el Servicio Médico Empart, la Compañía de Seguros Empart y las Sociedades Constructoras de Viviendas Económicas Empart Ltda. Según la Ley Pereira de 1948, estas últimas tenían por objeto la compra de terrenos y su edificación con casas o edificios de departamentos, los cuales eran traspasados a la Caja de Previsión de Empleados Particulares y a sus afiliados después o durante el proceso de construcción.

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La Unidad Vecinal como unidad autónoma en la ciudad

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Esta figura englobante de las prestaciones sociales se asimila a la idea de la «Unidad Vecinal» entendida como una unidad urbana con relativa autonomía de su entorno, localizada a una distancia recorrible a pie del resto de la ciudad, pero que se distingue de ella en su forma y estructura. Una unidad que incluye en su interior “todos los servicios de utilidad pública y las condiciones requeridas por la familia media para su comodidad y desarrollo adecuado dentro de las proximidades de su vivienda” (Perry, en Bonomo, 2009: 50), y que promete con ello un espacio de identificación e integración interna, y a la vez, un lugar privilegiado y distintivo en relación con su entorno.

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“La idea de la Villa era algo así como el concepto de barrio autocontenido, [...] que dentro de cada manzana tenía negocios, que la gente no se tuviera que movilizar mucho para adquirir cosas básicas.” (Vecina, 25 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Efervescencia social y espacios comunes (1955– 1970)

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Los años cincuenta y sesenta son tiempos de debate y agitación que hablan de las profundas transformaciones políticas y sociales que se gestaban al interior de la sociedad chilena. Eran los años de compromisos políticos y organizacionales, de la promoción popular, las juntas de vecinos, las primeras tomas de terreno, el mundial de fútbol, la llegada de la televisión. Eran tiempos de participación en partidos, organizaciones sociales y de base. Este clima propició la emergencia de una naciente clase media que vislumbraba la mejoría de sus condiciones de vida bajo el amparo del sistema de protección social, iniciado hacía varias décadas. El nacimiento de Villa Portales está signado por la impronta de un país que despierta al compromiso político:

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“Mis padres deben haber llegado a fines del 63, eran tiempos de mucha conmoción política, de mucha agitación política. Para mis padres la Villa representó un sueño, un ascenso social, porque vivíamos bastante hacinados. Yo tenía 18 años, estaba estudiando periodismo, estaba muy preocupado por el compromiso político. Yo era un joven integrante de la Juventud Demócrata Cristiana, con un idealismo, con una entrega, con una intensidad que vivía la juventud. No pueden imaginarse la carga emocional, de compromiso ético que había en aquella época. Equivocado o no, pero

Esta condición de autonomía en la cercanía y distinción dentro de la ciudad tradicional, que caracteriza la unidad vecinal, asociada en el caso de la UVP a una arquitectura de notable calidad tanto por su plástica moderna como por su materialidad, contribuyeron a generar entre sus habitantes un sentimiento de pertenencia.

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había un compromiso muy grande. Eran tiempos de confrontación política, año sesenta y cuatro Frei se impone abrumadoramente a Salvador Allende, uno la revolución en libertad, y el otro, la revolución socialista. Frei Montalva se impuso con el apoyo de Estados Unidos y hubo toda una conjura contra Allende. Muchos de los que apoyábamos en aquella época a Frei Montalva, de la patria joven, éramos inocentes, éramos cándidas palomas que no sabíamos de esas cosas y lo apoyamos de todo corazón.” (Vecino, 68 años, entrevista, Santiago, 2011)

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El año 1964 es electo presidente Eduardo Frei Montalva, candidato de la democracia cristiana que enarbola la promesa de la Revolución en Libertad. La propuesta es la de un cambio de las estructuras sociales, pero si bien se enunciaba como revolucionaria, esta propuesta no buscaba más que integrar las conquistas sociales en el marco del modelo económico e institucional en curso, sin cuestionar sus bases. Con la promulgación de la Ley de Juntas de Vecinos en 1968, se legalizan los centros de madres y se multiplican las organizaciones comunitarias. Ello, unido al proyecto de la Reforma Agraria, habla de una época de efervescencia y cambios, pero al mismo tiempo de convocatoria a adherir a la institucionalidad vigente.

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Un lugar soñado

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Los primeros recuerdos de los habitantes de Villa Portales confirman que los sacrificios y anhelos de una vida mejor toman forma en este lugar. Siendo tan distinto de sus lugares de procedencia, las familias concuerdan en que Villa Portales y sus jardines representan todo lo que podían desear como modo de vida en la ciudad. En Villa Portales la arquitectura era sólida, moderna, elegante –al decir de algunos–, los jardines amplios y los árboles generosos. Era una isla que se levantaba en el centro de la ciudad de Santiago, aportando a sus residentes lo necesario para continuar sus proyectos de progreso y consolidación social.

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Villa Portales era ante todo la evidencia de que el modelo de bienestar –o bien la promesa de él–representado en este caso por la Caja de Previsión de Empleados Particulares (Empart) los protegía, los reconocía y velaba –con sus servicios de reparaciones, jardinería, administración, seguridad, consultorio– por la consolidación de los sueños de sus familias. La Caja no sólo administraba los espacios públicos sino también los equipamientos vecinales (Ríos, 1959; Rodríguez, 1956; Urrejola, 1964). Se trataba de una institución que extendía sus servicios desde una autoridad central hasta el vecindario. Además del personal administrativo, en el año 1968 la UVP contaba con cerca de 140 trabajadores, entre los que había jardineros, porteros, personal de aseo, gasfiteros, carpinteros. Los costos de administración se financiaban con los gastos comunes que se descontaban directamente del sueldo de los propietarios de las viviendas (¡Quiubo Vecino!: 1967, 1968)1

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(AQUÍ Figura 2)

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Los relatos de este primer encuentro con la Unidad Vecinal Portales están llenos de imágenes y alegorías: “era preciosa; era lo más lindo que había; todo muy bien pensado, una de las mejores ideas; una villa como de enanos, una cosa como de cuentos; la villa era una maravilla; bonita y extraña” (Vecinos y Vecinas, entrevista colectiva, Santiago, 2011).

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Los primeros habitantes

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El proyecto de Villa Portales acogió en sus inicios a 1869 familias en 1500 departamentos y 360 casas, distribuidos en 19 blocks y 14 plazuelas respectivamente. Todos los jefes de hogar se encontraban afiliados a la Caja de Previsión de Empleados Particulares. En ella encontramos una gran diversidad trabajadores –independientes o asalariados, de pequeñas o grandes empresas, de casas comerciales o industrias–, con muy diversas profesiones u oficios –choferes, sastres, técnicos, vendedores, contadores, jefes de bodega y administrativos– que llegan a convivir a un mismo block o plazuela. Había también oficios que hoy parecen extinguidos

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como litografistas, telegrafistas o cinematografistas. Muchos eran también compañeros de trabajo de grandes compañías como Lan Chile, Philips, Chilectra, Compañía de Teléfonos de Chile o de la misma Caja de Empart (Boletín Empart, 1955). En los relatos de los primeros habitantes el trabajo y el oficio son elementos estructurantes de la identidad.

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“Mi padre era, y lo digo con un tremendo respeto y cariño, un empleadito digamos, un autodidacta que es una cosa muy importante, y que hoy día no se estila. Hoy día tú vas a plantar una papa y tienes que tener un diploma para plantar una papa, pero era un hombre muy autodidacta, tanto en su profesión como técnico en radio y después en televisión. Era un hombre muy culto. Mi padre terminó trabajando en la Philips Chilena, pero toda su primera etapa fue empleado de pequeños negocios, radiotécnico se llamaba en aquella remota época en que las radios se reparaban.” (Vecina, 40 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Los relatos cuentan que los primeros habitantes de Villa Portales provenían de distintas partes de Santiago. En su mayoría de barrios antiguos del centro y sus alrededores. Barrios de casas grandes con paredes de adobe, piezas amplias y oscuras, patios interiores, fachadas continuas. La Caja de Empart daba preferencia a las familias numerosas, las familias de siete o diez miembros eran frecuentes en Villa Portales. A pesar de ello, los matrimonios que llegaban eran relativamente jóvenes. Muchas de las familias estaban compuestas por una madre dueña de casa y un padre trabajador, sin embargo había también mujeres incorporadas recientemente al mundo laboral. Estos elementos le otorgan una impronta a los primeros años de la convivencia vecinal.

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Unidad Popular, jardines y política (1970–1973) A fines de los años 60, los discursos y las acciones se radicalizan. La política se vuelve el referente que une o separa a las personas. Villa Portales no está ajena a esta atmósfera. En el marco de la campaña presidencial la Villa es visitada por los candidatos Salvador Allende, socialista, y Radomiro Tomic, demócrata cristiano.

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“El sesenta y nueve empieza a notarse un quiebre, se notaba claramente que veían venir la posibilidad de un gobierno de la Unidad Popular. En el mismo diario “Quiubo Vecino” había gente que opinaba en contra de uno u otro, descalificaciones. Teníamos al lado el teatro de la Universidad Técnica. Entonces algunos actos se empezaban a hacer ahí; empezaron a aparecer artistas populares con canciones de protesta. Fue sintiéndose en el país, no solo en la Villa, una tónica de cambios, de aspiraciones. Era un discurso que no era de la Villa, traspasaba la Villa, las noticias, los diarios, la televisión. En las reuniones de junta de vecinos fueron apareciendo los discursos más encendidos, así como « ¡ah este es UP! », «No, éste es momio». La etiquetación de las personas nos fue como separando, pero yo no creo que haya sido algo particular de la Villa, yo creo que era más allá de eso, fue en el país.” (Vecino, 39 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Se cuenta que los centros de madres organizan una proclamación para Salvador Allende en el marco de su campaña presidencial. El 4 de septiembre de 1970 es elegido presidente. El período del gobierno de la Unidad Popular es recordado en la Villa como un tiempo de tensión entre vecinos. Recuerdan que las posiciones políticas fueron radicalizándose, el racionamiento y los problemas de abastecimiento de alimentos fueron mermando la convivencia al interior de la vecindad. Sin embargo, a pesar del clima de polarización política que se vivía en el país, precisamente en estos años se organizan trabajos colectivos y voluntarios. Así, en medio de un país conmocionado, vecinos y vecinas de distinta posición política –con importante participación de las juventudes comunistas– diseñaban y construían sus áreas verdes. A pesar de las diferencias ideológicas Villa Portales seguía siendo ese espacio amable al cual habían llegado años antes.

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(AQUÍ Figura 3) 8

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El 8 de julio de 1971, a las once de la noche, un terremoto de magnitud 7,7 en escala de Richter sacudió la zona central de Chile. El impacto sobre la arquitectura de Villa Portales fue premonitorio. A la luz de la memoria actual, para muchos vecinos y vecinas fue el anuncio del derrumbe de un proyecto habitacional y social.

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“Ahí como que empezó el descalabro de la Villa, porque ese temblor fue tremendo, fue muy fuerte, fue en julio, muy fuerte, de noche, y al ver al día siguiente las copas [de agua] quebradas…Yo creo que fue fantasmagórico ver eso, porque era un derrumbe que mostraba que ya nunca iba a ser igual, y eso duró mucho tiempo, la copa así caída.” (Vecino, 48 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Dictadura, temor y encierro (1973 – 1989)

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El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 no sólo terminó con el proyecto socialista, sino que fracturó la sociedad chilena y todos los relatos históricos construidos hasta ese momento (Salazar y Pinto, 2002; Garcés, 2003). Se suprimieron las libertades y se reprimieron los actos comunitarios; también se desató un proceso de empobrecimiento y desempleo masivo. El horizonte de aquellas familias, para quienes la buena calidad de vida parecía al alcance de la mano, se convirtió en un desesperado intento por no caer en la miseria y por protegerse del contexto represivo. Durante más de 16 años, el golpe y el terrorismo de Estado provocaron una profunda crisis en sus sueños y proyectos. Junto a sus aspiraciones de movilidad social, perdían también el sentido de pertenencia a la sociedad nacional. El miedo, la vergüenza y el encierro hicieron progresivamente su trabajo y por muchos años inmovilizaron a hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos2.

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“Nos allanaron a todos aquí, nos tocó ver a los milicos, se metían, eran súper impertinentes, quebraban los vidrios, los quebraban con las escopetas…Entonces nos marcó. En la adolescencia no podías salir porque había toque de queda. Si salías (si tus papás te daban permiso) te tenías que quedar afuera. Con mis hermanos mayores muchas veces salíamos juntos a fiestas porque nos juntábamos todos, los primos… Nos juntábamos a tocar guitarra, pero los milicos siempre nos restringían, siempre con miedo. Nuestra adolescencia no fue como la de los cabros de ahora, siempre fue con miedo porque hasta una hora podías estar; y si veían mucha gente, sobre todo con un poncho, eras comunista. Entonces todo eso ayudó a empezar a luchar por que se acabara todo ese sistema de represión.” (Vecino, 53 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Después del golpe militar nada fue como antes. En la Villa, vecinas y vecinos fueron espectadores aterrados y silenciosos de la violencia que se imponía en el país así como en la Universidad Técnica del Estado situada en los predios colindantes, que fue cañoneada y ametrallada el mismo 11 de septiembre3.

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“El Golpe de Estado marcó a la Villa, fue un desastre total, se produjo la enemistad total. Ya no nos saludábamos, se produjo un encerramiento de los vecinos, ya no había comunicación, ya no fue igual después del golpe. Después de eso ya no fue lo mismo. Yo describo esto como un proceso desorientador. Porque entre los vecinos, en una comunidad, si hay unión, comprensión, buenos hábitos de convivencia se logran muchas cosas; incluso sin que se recurra a las autoridades, las pequeñas cosas las va resolviendo uno como vecino. Eso es una de las cosas fundamentales qué debiera existir, comprensión entre los vecinos, ayudarse entre los vecinos, pero ya no existió. El Golpe produjo eso, una falta de amistad total. Antes había una identificación de las personas en cuanto a sus credos políticos y religiosos, trabajábamos todos juntos por algo que era para todos, eso se acabó y ya no nos mirábamos con confianza sino que con recelo, eso se acabó.” (Vecino, 65 años, entrevista, Santiago, 2012)

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La vida cotidiana no volvió a ser la de antes. Se cuenta que los vecinos y vecinas se apuntaban y acusaban entre sí. La desconfianza entró a la Villa. Las puertas de las casas y departamentos antes abiertas o sin pestillo, se cerraron con llave. Las pasarelas que unían los bloques fueron clausuradas impidiendo la circulación y el encuentro en el vecindario. Los niños no salieron a jugar, a las reuniones programadas nadie llegó y los campeonatos de fútbol se suspendieron. Al poco tiempo la cesantía comenzó a extenderse. Aún le llaman, con mucha razón, «hambre con corbata». El buen vestir de los vecinos era un intento desesperado por encubrir y resistir al progresivo empobrecimiento. La pobreza rondaba y los procesos de privatización e individualismo, tan caros al modelo neoliberal, comenzaron a ser parte de sus vidas.

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La incursión del modelo neoliberal y el fin de la Empart

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En los años ochenta la sociedad chilena es testigo de un proceso de reformas estructurales que se implementan de manera concatenada: la apertura de la economía al comercio exterior, la imposición de un nuevo código laboral, la privatización de la seguridad social, la creación de las instituciones prestadoras de salud (Isapres) y la introducción del mercado en la educación. En 1980 se crea el nuevo sistema de pensiones, y con él se cierran las cajas de empleados y sus servicios.

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“En el año 1981 salió la ley de la AFP y el que no se cambiaba lo amenazaban «si no te cambias vas a quedar afuera». Entonces, la gente asustada e ignorante del tema, porque era una cosa nueva, ¿qué hizo? nos cambiamos. Después todas las cajas se refundieron en el INP. Hoy existe mucha que gente siguió en el INP y salió más favorecida que los de la AFP. Hay gente de la Villa que recibe pensiones bajísimas.” (Vecino, 64 años, entrevista, Santiago, 2012)

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Con el cambio del sistema previsional entra en crisis el sistema de administración dependiente de la Caja de Empart. El año 1979 la Caja entrega la administración de la Villa Portales a la junta de vigilancia formada por representantes de cada block4. La responsabilidad queda en manos de la propia comunidad, fuertemente empobrecida y debilitada para hacerse cargo del mantenimiento de esas grandes estructuras y espacios públicos. A pesar de la buena voluntad, la falta de experiencia, la escala del conjunto habitacional y la falta de recursos crean un escenario adverso para una administración autogestionada por la comunidad. Paulatinamente ello deriva en una desmotivación por participar y en un progresivo debilitamiento de las prácticas de apropiación de los espacios comunes.

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“Ahí empezó el lío que no se pagaba el agua, que nos cortaban el agua a todo los edificios y ahí empezaron algunos edificios a autoadministrarse. Como estaba a cargo de administradores que no eran administradores, porque para administrar tienes que tener estudios de administración para hacerlo bien, empezaron a hacer las cosas mal y comenzaron a desunirse. Ahí la gente empezó a autoadministrarse por edificio. Fíjate que cuando administraba la Caja no recuerdo que mi mamá haya tenido que ir ella a pagar una cuenta de agua, parece que se lo descontaban de la planilla o algo así. Pero esto vino después cuando dejó de administrar la Caja, ahí empezamos con el lío de que había que pagar el agua y la gente no estaba acostumbrada.” (Vecina, 61 años, entrevista, Santiago, 2011)

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En síntesis, el sistema de previsión social en el que reposaba al proyecto de Villa Portales, sufre quiebres en sus principios fundantes: el trabajo estable de sus asignatarios se precariza; el modelo de seguridad social se privatiza, el estatus social del empleado particular pierde relevancia como categoría identitaria, los proyectos vecinales tienden a homogeneizarse en la pobreza y la administración conjunta desaparece.

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La resistencia y el descontento

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En los años 80 la violencia era cosa de todos los días. Durante largo tiempo las vecinas y vecinos fueron protagonistas o espectadores de las protestas que hoy son parte del recuerdo de toda una época 5. En ellas, la arquitectura ofrecía un escenario unificador en los llamados puentes o circulaciones elevadas.

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“Aquí se organizaban protestas, era generalizado, se hacía notar la Villa Portales. Adentro de los departamentos se tocaban cacerolas, llegaba a retumbar esto. Se hacían velatones en los puentes, se cortaba la luz, los chiquillos ahí se juntaban, tenían montoneras de piedras. Era gente de aquí, pero era mucho estudiante, y ellos sabían que los íbamos a acoger. Si venía un chiquillo corriendo le abríamos la puerta, a nadie se le iba a ocurrir dejar un chiquillo afuera. Yo creo, mirándolo desde ahora, que ellos se sentían muy protegidos por nosotros.” (Vecina, 70 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Además del compromiso con la lucha para derrocar el régimen y recuperar la democracia, las protestas eran vividas como una actividad arriesgada y peligrosa, pero lúdica a la vez. Algo de libertad y alegría había en ese enfrentamiento, que tenía como telón de fondo la convicción de una comunidad que protegía a su gente y a los estudiantes que allí se refugiaban. Así lo rescata la memoria de los vecinos. (AQUÍ Figura 4) Las protestas son parte de un movimiento social más amplio. En la Villa funcionaban varios partidos, la participación política conformaba un entramado a nivel local y nacional, en el cual la Villa tenía sus representantes. En estos años la política estaba vinculada con el trabajo comunitario, una forma de acción política que combinaba el trabajo social, el trabajo cultural y el trabajo político con la coordinación de protestas:

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Hasta entrados los 80, la Iglesia –todavía bajo la autoridad del Cardenal Silva Henríquez– tiene un papel central en el resguardo de los vecinos frente a la violencia de la dictadura y en el apoyo a las protestas. Aunque la comunidad católica siempre fue importante en Villa Portales, durante la década de los 80 su protagonismo creció. El departamento 305 –residencia de sacerdotes jesuitas– se convirtió en refugio, en lugar de acogida y protección de la comunidad, “una parroquia ambulante” decían las vecinas. Allí se realizaba un arduo trabajo solidario que la Iglesia defendía con fuerza ante las presiones del gobierno militar y los miedos y prejuicios de la propia comunidad villaportalina. Con el apoyo de una serie de sacerdotes que pasaron por Villa Portales durante esta época6 las comunidades cristianas emprenden iniciativas como los comedores infantiles o los «Comprando Juntos» (asociaciones informales para el

“El MDP fue el Movimiento Democrático Popular. Nació al alero de la Iglesia, porque la Iglesia era la que protegía lo que tenía relación con los movimientos sociales. Entonces el Movimiento Democrático Popular tiene que haber nacido en el año 80. Íbamos a la iglesia Padre Hurtado a las reuniones de las comunas. Ahí se hablaba de estrategias para “joder los pollos” a la dictadura. Ahí no se hablaba de armas, sino de dar vuelta los basureros. Pinochet quería mostrar un país limpio, nosotros mostrábamos que éramos cochinos y dábamos vuelta los basureros. Y después aquí en la Villa en la época de los 80, participé en la Iglesia formamos grupos de apoyo cuando los sindicalistas hacían huelgas de hambre. Ni siquiera eran sindicalistas porque en esa época no se hablaba de sindicatos. Entonces ahí se empezó a trabajar en apoyar las huelgas de hambre, de trabajar con gente mucho más pobre que uno, levantar casas, hacer mucho trabajo voluntario. Y esto también hizo que empezara el trabajo político en la Villa porque la mayoría de los dirigentes políticos de una u otra manera estaban arraigados en la comunidad cristiana.” (Vecino, 48 años, entrevista, entrevista, Santiago, 2012)

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consumo). Hacia fines de los 80, bajo la autoridad de Juan Francisco Fresno, la Iglesia cambia su rumbo para focalizarse en la orientación pastoral y abandona esas tareas, tanto en la Villa como en el resto del país. Aun así, en varias poblaciones -como La Legua, La Victoria, José María Caro y Villa Francia- los sacerdotes continuaron con su vocación obrera y apego a la Teología de la Liberación.

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Memoria y patrimonio (1990 – 2000)

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A fines de la década de los 80 se visualiza el fin de la dictadura, y con ello el fin de una época de represión. Sin embargo, el modelo neoliberal y la institucionalidad que lo resguarda, permanecen y se consolidan en el período siguiente nombrado como la «transición a la democracia».

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“Después cuando llegó la democracia nos dio como un «uf!», pero de agotamiento… los vecinos dejamos de hacer muchas cosas, de ser fuerza, porque en esa época del gobierno militar, a todo nivel, en la oficina, en el trabajo, en el colegio, tu no sabías con quien estabas hablando, no sabías si con el que estabas conversando era realmente el que decía que era o era un «sapo». Y aquí pasaba lo mismo. Para las elecciones del SI y el NO7 aquí fue una fiesta, era un ánimo de alegría. La gente «¡hoolaa!» «¡salud!» «¡salud tía!», el abrazo, la sonrisa, era un «gracias a Dios todo va a terminar». Así fue, no hubo nada especial, era la alegría. Al otro día más curaditos en la calle, un ambiente como de alegría, todos festejando «¡ganamos!».” (Vecino, 52 años, entrevista, Santiago, 2011)

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Los años 90 en la Villa comienzan con entusiasmo, se siente la necesidad de recuperar lo que se había perdido. Se confía en que las cosas cambiarán y se distiende la protesta. Sin embargo con el paso de los años, las familias habían cambiado, eran menos numerosas y se habían empobrecido.

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Para 1982, si el Censo (INE, 1982) contabilizaba un total de 1919 familias y 8290 habitantes, el del año 2002 contabilizaba 1878 familias y 6020 habitantes. Si en 1982 los hogares eran fundamentalmente nucleares (48,8%) y extensos (29,2%), en 2002 ambos habían disminuido (42,7%) los nucleares y (23,2%) los extensos, mientras los hogares monoparentales habían aumentado significativamente (de 5,1 a 17,3%). Y si el año 1982, 67% estaba compuesto por parejas con hijos, hacia 2002 estas habían disminuido a 57%. Aun así Villa Portales continuaba siendo habitada fundamentalmente por sus propietarios (1982, 68%; 2002, 62%). A su vez 23% de los jefes de hogar vivía allí desde su origen, 38% desde más de 10 años y sólo 28% hacía cuatro o menos años. Estudios más recientes (OSUAH, 2010) indican que en la Villa sólo 18% de sus habitantes es mayor de 60 años, 61% tiene entre 19 y 59 años, y 21% es menor de 18 años.

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Con respecto al nivel educacional del jefe de hogar, el Censo muestra un aumento especialmente en la enseñanza escolar completa (1982, 28,8%; 2002, 39,6%), y en la educación técnica universitaria en 1992 (32%).

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A fines de los años noventa, las prácticas organizativas resurgen. Frente a los proyectos de ley que buscan favorecer la inversión inmobiliaria en los terrenos de la Villa, se crea la coordinadora de organizaciones sociales Defensa de Villa Portales. A fines de los 90 se instala la preocupación por tomar el control de la copropiedad o propiedad común del suelo y se consolida la importancia de defender el barrio frente a la presión inmobiliaria.

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Ante el deterioro de los espacios comunes, las organizaciones trabajan rescatando plazuelas. Sin embargo mientras crece la sensación de inseguridad en la ciudad y en el país, se cierra el acceso a pasillos y escaleras, y se levantan cercos entorno a los jardines contiguos a las casas y departamentos en planta baja y se va limitando la libre circulación por la Villa. Si bien en 12

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períodos anteriores se habían cercado algunos espacios comunes para garantizar el cuidado los jardines, ahora los motivos son otros: miedo al robo, a la mendicidad y al abandono de los

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(AQUÍ Figuras 5a + 5b)

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Sin embargo el uso indiscriminado de cercos ha generado un nuevo paisaje y es hoy fuente de conflicto entre vecinos pues responde a intereses dispares: en algunos casos son defendidos como el único medio para mantener áreas verdes y jardines, y evitar el abandono y la inseguridad en el nivel de suelo; en otros, responden a la necesidad de seguridad que exigen los vecinos que han envejecido; pero también los hay que son objeto de usufructo indebido de terrenos comunes con fines privados. Esto, crea tensiones y contribuye al deterioro de las relaciones cotidianas.

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Yo creo que [la Villa] ha cambiado en el sentido que las personas se relacionan menos, ciertas personas son las que se siguen relacionando. No hay tanto diálogo como había antes. Por ejemplo, antes con un vecino que tenías confianza, llegabas y entrabas a su casa. Había relaciones más cercanas. (Vecino, 32 años, entrevista, Santiago, 2012)

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Aun así 98% de los vecinos dice conversar y compartir con sus vecinos, siendo los lugares más frecuentados los kioscos, negocios (61%) y plazas (30%) (Observatorio UAH, 2007).

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El desafío urbano

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La decisión de construir un conjunto habitacional de gran escala a escasa distancia del centro, en los predios vecinos a la Quinta Normal, uno de los parques emblemáticos de la ciudad, fue en sí un desafío de ruptura y continuidad con la ciudad tradicional. Villa Portales se erigió en su momento como una «isla de modernidad dentro de la ciudad existente», como lo evocan algunos de sus habitantes, un proyecto que participa del discurso progresista del Estado y de la promesas de integración social que sostenían el frágil consenso político de la época.

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Inspirados en los principios de la arquitectura moderna —y bajo la influencia que tuvo el movimiento moderno y el mismo Le Corbusier en los arquitectos chilenos de la época—, pero atentos y sensibles a las condiciones locales, los autores del proyecto, Bresciani, Valdés, Castillo, Huidobro formularon una propuesta urbana y arquitectónica radicalmente distinta a todo lo conocido en Santiago y en Chile hasta ese momento. Más adelante, aquello que era una propuesta y una apuesta se traduciría en un modo de vida totalmente nuevo.

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A escala de la ciudad, la idea era inscribir la Villa en un contexto de urbanidad mayor, es decir, al construir la UVP en forma tal que sus áreas verdes fuesen la prolongación del parque de la Quinta Normal y tuviesen el carácter de espacio público en una superficie 31,6 ha por una parte, y por otra, vincular a este conjunto el predio de la Universidad Técnica del Estado, actual Universidad de Santiago (Revista Chile Construye, 1961).

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(AQUÍ Figura 6)

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En cuanto a la arquitectura del conjunto, las particularidades de su diseño dejaron huella en la memoria colectiva de los residentes como parte de una experiencia única y compartida. Tal como se lee en los relatos, esas particularidades podrían resumirse, en primer lugar, en el tratamiento de las agrupaciones de la edificación que permite reconocerse como vecino en distintos niveles de sociabilidad, mediante una serie de combinaciones: en el espacio de proximidad, agrupaciones de viviendas unifamiliares de uno o dos pisos se disponen en torno a plazoletas; en la escala intermedia, estas se enmarcan por bloques de cuatro pisos a la manera de micromanzanas; la sucesión de estas micromanzanas constituye unidades mayores organizadas en torno a los grandes ejes verdes y una explanada destinada a acoger

espacios públicos, “hubo que refugiarse en los cercos” señalan los vecinos.

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equipamientos deportivos, educativos, de culto, y un centro comercial, para finalmente configurarse un todo enmarcado por bloques de mayor altura, a la escala del conjunto. En segundo lugar, están las áreas verdes que organizan las continuidades desde la microescala del jardín y las plazoletas hasta el conjunto de la macromanzana. En tercer lugar están las circulaciones, en el proyecto original todos los recorridos al interior de la villa son peatonales y se organizan en dos niveles: en el nivel cero se sumergen en el verde allí el transeúnte se relaciona con la planta baja habitada de casas y departamentos por medio de plazuelas y jardines. En el nivel superior, el conjunto está conectado por una red de pasarelas que aprovechan la pendiente para conectar los edificios en tercer piso, al mismo tiempo que permiten tomar la distancia necesaria para tener una mirada de espejo con la ciudad, apreciar la unidad del conjunto y sus parques inmersos en la ciudad tradicional y en el paisaje circundante, y a la vez, entenderse como distintos. Las calles vehiculares se mantienen en el perímetro del conjunto y solo una atraviesa completamente el terreno para dar acceso a la explanada destinada a equipamientos, algunas vías secundarias permiten solo el acceso a estacionamientos. Un cuarto rasgo distintivo se refiere a la arquitectura monumental y el uso de los materiales en fachadas, circulaciones elevadas y cajas de escalera que enmarcan las vistas de la ciudad y hacen la transición con ella.

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Estas características del diseño del conjunto y sus sentido social son reconocidas por sus habitantes a lo largo del tiempo:

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“La Villa tiene un sentido; fue construida con sentido. El sentido era que los vecinos se toparan, que los vecinos se saludaran. Por eso, los pasillos largos hacia afuera; por eso tenemos las terrazas, que no tenían rejas. [...] La Villa, el hecho que [...] los blocks y las casas simularan las manzanas, las cuadras, y que tuviéramos como un patio grande todos, era para que los vecinos se hablaran, se comunicaran...” (Vecina, 54 años, entrevista, Santiago, 2011) “Entonces era un conjunto bastante bueno, según los antiguos vecinos; que era, aquí en Santiago..., era emblemático; era un concepto nuevo. Había departamentos, había casas, y dentro de los departamentos había plazuelas. Era un concepto nuevo en Chile. No existía el concepto de colocar una plaza o plazuela entre grupos habitacionales, [...] Después el proyecto original tenía que sobre las casas de la Villa, había puentes -las pasarelas-. De eso hay fotos en Internet...”. (Vecino, 68, entrevista, Santiago, 2011)

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Hoy el significado patrimonial que Villa Portales adquiere a ojos del Estado y sus gestores culturales abre perspectivas diferentes y a menudo contradictorias. Los discursos patrimonialistas la observan con nuevas preocupaciones, a menudo ajenos a la historia de sus habitantes. Para muchas vecinas y vecinos la valoración erudita de su arquitectura es la confirmación de que el proyecto fue pionero. Para otros, el discurso y las políticas patrimonialistas son una bofetada ante las evidencias del deterioro y abandono del lugar, vienen a ahondar la percepción de un proyecto abortado. Para los vecinos organizados las propuestas patrimoniales de la Villa Portales hacen temer por su futuro. La sombra de los procesos de gentrificación, el acecho de las inmobiliarias y el creciente interés del gobierno municipal por la densificación de sus espacios, hacen mirarlas con cierto escepticismo y sospecha.

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Sin embargo, a unos y otros, el discurso patrimonial les reafirma que habitan en un lugar privilegiado que por tanto requiere ser resguardado por ellos mismos. En estos términos, la idea de patrimonio se levanta como una alerta que apela a un ejercicio más activo de

Con todo, la UVP fue un proyecto inconcluso. Con el traspaso de responsabilidades desde la Caja Empart hacia la CORVI, en la explanada central de la Villa no se llegan a construir los edificios previstos para albergar los servicios comunitarios como el jardín infantil, las canchas deportivas, el centro cívico y la plaza mayor.

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empoderamiento e identidad territorial ante las acciones de agentes públicos y privados. Son las paradojas del reconocimiento patrimonial.

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A modo de conclusión. El poder de habitar

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En este artículo nos hemos propuesto vincular el análisis de un proyecto habitacional emblemático en nuestro país -no sólo por su propuesta urbanística y arquitectónica, sino por el proyecto sociopolítico que encarnó- con la memoria y las experiencias de sus moradores a lo largo de 50 años, para dar cuenta, -a través del devenir de ese microfragmento singular de nuestra sociedad y de nuestra ciudad- de la huella dejada en ese proyecto y sus protagonistas por los cambios sociopolíticos y económicos de nuestra historia reciente.

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Se trata entonces de una relación tripartita donde el cruce entre proyecto y experiencia de vida del habitante nos permite leer el devenir de esta unidad vecinal en su dimensión social y espacial, pero éste no puede comprenderse sin el contexto sociopolítico que le acompaña y a menudo determina el curso de su historia y futuro (Raposo, 2012: 22). Este relato no puede sino hacerse a múltiples voces, donde lo propiamente proyectual es leído desde memorias polivalentes y donde confluyen lo político, lo arquitectónico, lo cotidiano, lo natural, lo institucional, lo ciudadano e identitario. La consideración de estas múltiples dimensiones permite comprender distintas aristas del habitar que una y otra vez se contextualizan y apropian de modos diferenciados el lugar.

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Una conclusión de esta investigación dice relación con la percepción de pérdida de dominio o expropiación que se instala progresivamente sobre las relaciones de vecindad y por ende, sobre las decisiones que atañen a su territorio. En otros términos, sobre el poder de habitar, el ejercicio de soberanía en el lugar. Una soberanía construida sobre la base del mérito del trabajo (la condición de empleado) y el derecho ejercido por el salario y la mutualización de esfuerzos (la retención de un porcentaje de las cotizaciones para el pago de la vivienda y administración del conjunto). Una soberanía significante, construida sobre la base de una identidad singular dada por el hecho de habitar un proyecto inédito, que cambia la vida y goza de un sello distintivo en la ciudad por su arquitectura y su magnitud. Una soberanía que se ejerce también por su inscripción en la ciudad, entre la universidad y el parque, en pleno centro y en contraste con la ciudad tradicional. Sobre todo una soberanía construida sobre la experiencia cotidiana de la cohabitación en ese lugar singular.

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Tres son los hitos que mermaron este poder sobre el territorio: uno, 1973, el golpe militar, la represión y la Villa en estado de sitio, con la consecuente desarticulación interna de las relaciones de vecindad, la desconfianza, el temor y el abandono progresivo de los espacios públicos; represión y temor que se extendió hasta fines de los ochenta. Dos, 1981, el fin de la Caja de Empart como administradora, el deterioro de los espacios públicos, la crisis económica, el empobrecimiento y la apropiación individual de los espacios comunes. Tres, 1993, el traspaso administrativo de la unidad vecinal desde el municipio de Santiago —comuna más rica en recursos y simbólicamente más cercana al proyecto original— al municipio de Estación Central; se pierde así la filiación a su territorio comunal de pertenencia y además, el subsidio de agua para el riego de los espacios públicos, lo que consolida apropiación por los vecinos de las áreas verdes contiguas a sus viviendas.

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Ya desde 1973, con la pérdida de sociabilidad y de las relaciones de confianza, se reconoce un deterioro de la identidad y de los principios de distinción que vinculaban a los habitantes fundadores del lugar. Sin embargo, con una comunidad debilitada todavía la administración centralizada daba garantías de cohabitación. Pero es en los años 80, con la incursión de las medidas de corte neoliberal en el sistema de la seguridad social, que se produce el quiebre en la soberanía de la comunidad sobre la Villa. Hemos visto cómo la privatización del sistema de

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administración de fondos de pensiones y el cierre de sus instituciones -como la Caja de Empartmerman en la comunidad la posibilidad de tomar en sus manos el futuro y el destino de su hábitat. Ciertamente esta constituye la gran fractura de los villaportalinos; los relatos así lo señalan.

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En dos décadas, el modelo de administración de la UVP fue abandonado y la gestión delegada a sus propietarios sin mediar estrategias que les permitieran asumirla. A pesar de los esfuerzos de organización que hacen los residentes en torno a la Unidad de Administración, los resultados son insuficientes. No obstante la diversificación de las escalas espaciales –y sociales– en que se organiza el conjunto, la comunidad no logra apropiárselas, no sólo en lo que se refiere a su administración sino tampoco en las prácticas cotidianas y significativas.

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El paisaje identitario, esto es el significado del espacio en tanto lugar cargado de sentido, se empobrece en el filo de los años. La percepción de suciedad, abandono y deterioro de los espacios públicos y de los edificios son evidencia de ello, ante lo cual las estrategias individuales se multiplican sin lograr resultados satisfactorios para la comunidad, por el contrario, muchas veces tensionando la convivencia entre vecinos.

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Frente al desconcierto de la incapacidad para generar las condiciones de una administración autogestionada, las vecinas y vecinos renuncian a identificarse con la Villa en su conjunto, resisten a sus enormes proporciones y se construyen espacios intermedios apropiables para producir sus lugares. Allí se encuentra una clave que toda política debe mirar con detención: las estrategias que desarrollan los vecinos para acomodarse lugares de vida dentro de este universo deteriorado, abandonado e inseguro cuando se lo observa desde el exterior. Las etnografías sugieren la existencia de microestrategias organizativas y de acondicionamiento del espacio, que crean intersticios y espacios intermedios que logran dar forma y estructura a las relaciones entre lo público, lo colectivo y lo privado en la microescala de proximidad, y recrear identidades también en la microescala social, al punto que sus habitantes declaran no sentirse inseguros en la Villa. Los jardines que en muchos casos han sido recortados del espacio común, son un intento desesperado, en especial de las vecinas, de hacerse de un lugar bello y cuidado.

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Los problemas de Villa Portales están lejos de ser exclusivamente internos a ella. Las dificultades que allí se viven, dicen relación también con las necesidades de recuperar o construir vínculos de pertenencia y reconocimiento con el Estado y con la sociedad en su conjunto. Reconocimiento de su historia, de su valor patrimonial y del fuerte arraigo de sus habitantes, más allá de los ejercicios de control y ordenamiento urbano y arquitectónico que desde precarios programas “participativos” impulsados por el Estado, no hacen sino distraer y violentar a sus habitantes. Finalmente, recuperar la Villa Portales, es mucho más que un ejercicio de salvataje patrimonial, es también devolver a esta esforzada clase media que la conforma, el reconocimiento y el sitial que se merece en una sociedad y una ciudad que durante décadas los ha olvidado.

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Referencias

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Notas 1

En 1966 aparece el boletín quincenal Quiubo Vecino para informar en un lenguaje sencillo y amable.

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La vecina Lastenia del Carmen Lastra muere por impacto de bala el 12.09.1973 estando en su departamento.

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El 11 de septiembre la Universidad Técnica fue ametrallada. Profesores y estudiantes fueron obligados a

tenderse en la avenida que colindaba con Villa Portales. “Los vecinos deben habernos visto desde detrás de sus visillos, porque al menor signo de movimiento los militares disparaban sobre puertas y ventanas. Los vecinos parece que creyeron que todos estábamos muertos, y de allí provino el rumor de que en la universidad se había producido una matanza de varios cientos de personas”. (Carlos Orellana, profesor UTE, 2008) 4

En 1985 Villa Portales pasa de la comuna de Santiago a la recién creada comuna de Estación Central. Para

los vecinos este cambio es desfavorable porque pierden en términos de la calidad de los servicios municipales. 5

La muerte del joven vecino Claudio Paredes, por la explosión de una bomba molotov en un departamento a

mediados de los ochenta, es recordado como el segundo hito más importante luego del golpe militar. 6

Dos días después del golpe, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile emitió una

declaración marcada por la confianza en los militares. Sin embargo, a un mes del golpe militar se crea el Comité Pro Paz que ayudó a refugiados y perseguidos políticos, con el Cardenal Silva Henríquez, arzobispo de Santiago, a la cabeza. Luego se creó la Vicaría de la Solidaridad. Entre 1973 y 1988 presentó unos 9.000 cargos de violación de la Constitución. (Ulloa, 2005; Strassner, 2006) 7

El 5 de octubre de 1988, el Régimen Militar convoca a un Plebiscito Nacional. El resultado fue un 44,01%

por el SI y 55,99% por el NO al General Pinochet; ello significó la convocatoria de elecciones democráticas.

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