Memoria de los dioses antiguos: el discurso de José de Acosta sobre las religiones indígenas en Nueva España y Perú en C. Battcock, S. Botta (curadores), Acerca de la (des) memoria y su construccción en Mesoamérica y Andes, Ediciones Quivira, México 2015, pp. 90-114.
Descripción
Clementina Battcock y Sergio Botta Coordinadores
Acerca de la
(des)memoria y su construcción en Mesoamérica y Andes
Ediciones Quivira Colección Historia
Battcock, Clementina ; Botta, Sergio, (coordinadores). Acerca de la (des)memoria y su construcción en Mesoamérica y Andes / Introducción de Clementina Battcock y Sergio Botta. Primera edición digital. México : Quivira, 2015 Colección Historia ; 1
Mesoamérica ; Andes ; Memoria ; Recuerdo
© 2015 Los autores
© 2015 Ediciones Quivira Excelsior 239, 07870, México, D. F.
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso o digital, sin el permiso escrito del autor y del editor.
ISBN 978-‐607-‐9153-‐17-‐5
Programado y editado en México
Memoria de los dioses antiguos. El discurso de José de Acosta sobre las religiones indígenas en Nueva España y Perú Sergio Botta Sapienza Università di Roma, Italia. La naturaleza "antropológica" de la obra de Acosta En la primera Edad Moderna, con el desarrollo de los descubrimientos geográficos,1 en el mundo europeo reapareció una sistemática reflexión sobre la alteridad religiosa.2 En el curso de los numerosos encuentros con culturas diferentes, el conocimiento religioso del Viejo Mundo tuvo que repensar sus categorías teológicas y elaborar nuevos instrumentos para observar, conceptualizar y clasificar las creencias y las prácticas religiosas que se venían descubriendo.3 Sobre todo en el curso de la “conquista espiritual”4 del Nuevo Mundo, los misioneros fueron los principales agentes de circulación de saberes que permitían, por un lado, interpretar a través de un lenguaje religioso estructurado la diversidad de las culturas indígenas y, por el otro, vehicular los conocimientos producidos en el contexto americano hacia el Viejo Mundo, donde dieron vida a nuevas formas de reflexión sobre la universalidad de lo religioso.5 Por consiguiente, la producción discursiva dedicada a los sistemas religiosos indígenas de la Nueva España y de Perú en el curso de la época colonial representa una etapa fundamental de cada proyecto de arqueología de las categorías histórico-‐religiosas6: un detenido análisis de estos discursos en la primera Edad Moderna puede mostrar la trascendente continuidad entre los leguajes misioneros y los de las ciencias religiosas. Es evidente pues que, en esta línea de investigación, no se considerará significativo el rescate de los saberes misioneros sobre las culturas indígenas (que, por supuesto, representan fundamentales conocimientos para los especialistas de las culturas prehispánicas), sino sobre su función como dispositivos coloniales utilizados para comprender y dominar las formas de alteridad religiosa encontradas en las Américas. En este contexto, pues, será necesario observar los datos que se puedan recuperar a través de una lectura de las fuentes primarias sobre las religiones indígenas, así como los procesos de inclusión de estos materiales en la elaboración colectiva de una nueva reflexión moderna sobre la naturaleza de la religión. En sentido particular, este acercamiento al problema arqueológico se enfocará, como caso de estudio, sobre una etapa central en la creación de una “teoría del politeísmo”7 que nació y se desarrolló en la esfera de las discusiones eruditas y anticuarias europeas a partir de las últimas décadas del siglo XVI.8 Uno de los elementos relevantes de esta perspectiva de investigación es el hecho de que esta fase de la discusión europea representó una etapa fundacional de aquella metodología de análisis de tipo comparativo que será definida, tras unos siglos, “historia de las religiones”.9 En esta perspectiva, a través de la figura del jesuita José de Acosta,10 se tratarán de mostrar algunos elementos de una específica producción discursiva que se desarrolló durante la última etapa del siglo XVI y que marcó un relevante cambio en el punto de vista de los cronistas europeos. La lectura de la obra de Acosta, entre otras de la misma etapa, permite observar el cambio de las estrategias misioneras a partir de un interés meramente “etnográfico” (es decir, aplicable a contextos locales para la extirpación de la idolatría) que caracterizó las primeras décadas de la conquista espiritual, hacia una perspectiva “antropológica” (que trata de explicar la especificidad de las religiones indígenas en un marco global) que, a su vez, caracterizó la nueva y más amplia dimensión política de la impresa colonial ibérica.11
Por ende, en el análisis de la etapa del discurso colonial que se desarrolla en la obra de Acosta, será necesario reconocer importantes novedades, ya que la obra del jesuita marca una época en la interpretación del Nuevo Mundo. En primer lugar, desde la mirada de esta investigación, la reflexión de Acosta muestra un decisivo avance de una metodología a través de la cual fue posible comparar entre ellas las religiones de Mesoamérica y de los Andes. El análisis se centrará, por razones de espacio, exclusivamente en la Historia Natural y Moral de las Indias. Se trata de una obra extremadamente importante desde el punto de vista de esta investigación. De hecho, ésta no representa simplemente un claro avance en el conocimiento de las Américas, sino también en la difusión de estos conocimientos en el Viejo Mundo. La obra, publicada en 1590, fue rápidamente traducida al italiano, francés, alemán, latín, etc. De esta forma, la Historia no imprimió solamente un cambio radical en las estrategias jesuitas. La obra de Acosta originó y difundió en Europa una imagen del Nuevo Mundo que representó la piedra de toque durante décadas y se conservó hasta el nacimiento de las ciencias religiosas. El contexto global de los discursos sobre la religión en la Historia natural y moral de Las Indias En la Historia, se puede apreciar el uso de una teoría de la religión que ya se había producido a través de la aplicación de una noción cristiana de divinidad, que había sido retomada de la literatura veterotestamentaria y apologética cristiana por los primeros cronistas misioneros en el Nuevo Mundo.12 Sin embargo, una primera consecuencia de la novedosa perspectiva de Acosta se puede notar, por ejemplo, en el hecho de que esta noción de divinidad, se desarrolló como una nueva forma de aquel enfrentamiento que se había producido en el curso de la historia antigua entre distintos sistemas religiosos: se reproducía, pues, en la obra de Acosta, aquel encuentro entre la cultura judeo-‐cristiana y los paganos. Empero, en la reflexión del jesuita, esta forma de retomar la historia polémica del enfrentamiento contra el paganismo no ofrecía solamente un instrumento para juzgar de forma excluyente a los indígenas. Por el contrario, Acosta utilizaba aquella producción apologética como forma literaria para favorecer la inclusión conceptual de la diversidad religiosa indígena. Una de las consecuencias de este análisis se manifestará en la posibilidad de mostrar cómo no solamente la aplicación de una mirada cristiana hacia las prácticas y creencias indígenas puede producir falsos planteamientos epistémicos, sino también que la concepción de politeísmo que a veces se utiliza para pensar a la religiosidad de los pueblos antiguos tendría que ser re-‐pensada críticamente a la luz de los procesos coloniales en los cuales fue producida al comienzo de la Edad Moderna. Al mismo tiempo, la distancia que separa la obra de Acosta de los acontecimientos de la Conquista (tanto de Nueva España como de Perú) nos pide observar cuidadosamente la producción del jesuita. Sería peligroso pensar que se puedan encontrar en su obra sólo los resultados del rescate de conocimientos indígenas olvidados, de los cuales Acosta quiere mostrar el carácter racional y positivo. Sin embargo, en su obra se puede valorar cómo la recuperación de la memoria prehispánica representa, sobre todo, un recurso conceptual y político. De la misma manera, cabe notar como la más importante novedad en la representación de las deidades indígenas proporcionada por Acosta se encuentra en las herramientas retóricas que permiten la inclusión de estas creencias en una imagen cristiana de la alteridad y en una historia global de la religión. Como ya hemos notado, en este sentido, la obra de Acosta pertenece a una etapa avanzada de la actividad misionera, ya que revela el colapso de las perspectivas utópicas y manifiesta la necesidad de un cambio radical en las estrategias evangelizadoras.13 Por distintas razones, la perspectiva de Acosta es muy original. La Historia contiene muchos elementos de continuidad temática respeto a las obras de los misioneros previos; pero también presenta elementos importantes de discontinuidad y sobre todo soluciones originales en la interpretación de las religiones indígenas. Desde el punto de vista de la continuidad, se puede apreciar
el uso sistemático de las fuentes que se habían producido a lo largo de las primeras décadas de la historia colonial, y que ya constituían un corpus importante de conocimientos sobre las religiones indígenas. Esta continuidad en la interpretación de los hechos religiosos se refleja también en la recuperación de la literatura apologética y patrística de la cual se reconocía la “autoridad conceptual”: es decir que los dispositivos contenidos en las Sagradas Escrituras representaban las herramientas eficaces que socorrían a los misioneros en la obra de evangelización. Éstas representaban también los instrumentos conceptuales para resolver los problemas de traducción intercultural y responder a las preguntas teológicas sobre la naturaleza de los sistemas religiosos prehispánicos. Sin embargo, las discontinuidades y las soluciones originales propuestas por Acosta se revelan mucho más sugerentes. En esta perspectiva, su obra representa “un claro avance en metodología”.14 Un primer elemento de novedad se puede notar en el reconocimiento de la pluralidad de pueblos, de las lenguas, y sobre todo también de las religiones indígenas de América: de hecho, el jesuita es uno de los primeros (junto con el domínico Bartolomé de Las Casas, por supuesto15) quien aceptó la diferencia religiosa como un hecho positivo (es decir afuera de lecturas excluyentes). Por consiguiente, la obra de Acosta constituye también una meta-‐reflexión (es decir, una reflexión crítica) sobre la idea de misión que generó una nueva teoría de la práctica evangelizadora en las Américas. El cambio de la perspectiva de Acosta representa también una tentativa de contestar a los desafíos que se producían a partir del encuentro con las culturas indígenas. En esta perspectiva, la obra de Acosta produce un necesario re-‐pensamiento de la noción de idolatría que se transforma desde un dispositivo pensado para vehicular un juicio negativo, hacia un “lenguaje” complejo utilizado para promover la inclusión de las culturas indígenas en un modelo universal de la religión. En este contexto, la obra de Acosta representa el punto de llegada de una larga reflexión sobre las religiones prehispánicas y sobre los dioses, que había empezado con los trabajos etnográficos novohispanos llevados a cabo por los frailes franciscanos (por ejemplo los de Olmos y Motolinía) y por cronistas andinos, como Cieza de León, que había pasado por la enciclopedia de Sahagún y las obras de los grandes dominicos como Las Casas, y llegó a perfeccionamiento con las recopilaciones publicadas a finales del siglo XVI y al principio del XVII, entre las cuales destacan la obra del mismo Acosta, de Juan de Torquemada, de Gerónimo de Mendieta, de Garcilaso de la Vega, entre muchísimos otros. Este progreso en la perspectiva de Acosta representa el ineludible producto de un cambio histórico. Efectivamente, en aquella etapa de la trayectoria de la monarquía católica, se estaban multiplicando los encuentros con las diferentes civilizaciones del mundo, así en las Américas como en Asia. El auspiciado proceso de “mundialización” –o mejor dicho de occidentalización del mundo– favorecía pues la circulación planetaria de hombres y bienes, pero también de objetos culturales; así que la monarquía católica ibérica se volvió un teatro de observación para los cambios de las condiciones de posibilidad de los enunciados que hubieron formado el discurso global sobre la religión al principio de la época barroca. Los dioses indígenas en la Historia natural y moral de Las Indias En la Historia natural y moral de las Indias, las antiguas civilizaciones de los mexicas y de los incas se encuentran en aquella categoría que contenía a los pueblos racionales que habían alcanzado el nivel más alto de desarrollo en ausencia del mensaje cristiano:16 Porque siendo el maestro de toda la infidelidad el príncipe de las tinieblas, no es cosa nueva hallar en los infieles, crueldades, inmundicias, disparates y locuras propias de tal enseñanza y escuela; bien que en el valor y saber natural excedieron mucho los antiguos gentiles a estos del Nuevo Orbe, aunque también se toparon en éstos, cosas dignas de memoria; pero en fin, lo más es como de gentes bárbaras que fuera de la luz sobrenatural, les faltó también la filosofía y doctrina natural.17
Es evidente, por ende, que Acosta trataba de escribir, en primer lugar, una crónica que pudiera ayudar a los evangelizadores, pero también rescatar a los indígenas a los ojos de los europeos y liberarlos de la influencia del demonio.18Sin embargo, el proyecto comparativo de Acosta se muestra muy diferente con respecto a lo de sus predecesores. En laHistoria, la imagen de los pueblos indígenas podía servir para entender la naturaleza de las formas religiosas de todas las comunidades idolátricas. La experiencia americana constituía una forma de laboratorio: Acosta no utilizaba a los antiguos para explicar a las religiones indígenas, sino que utilizaba la memoria viviente de los pueblos amerindios para reflexionar sobre la naturaleza del pensamiento de todos los pueblos que no fueron cristianos, en cualquier momento de la historia y en cualquier lugar del espacio. Los indígenas representaban un caso ejemplar para estudiar al hombre que no conocía el cristianismo y que pudiera ser utilizado en la perspectiva global de la acción jesuítica: la escritura de una historia global de las diferencias. En esta dirección, la obra de Acosta presenta una separación de la historia en dos espacios conceptuales completamente distintos y determinantes. Es decir, la doble nominación de la historia como “natural” y “moral”, que permite defender el orden universal de las cosas que se manifiestan en el mundo, un orden que, obviamente, es de naturaleza divina. La historia natural de las Américas (que Acosta presenta en los Libros I, II, III y IV) proporciona una revisión de todas las tesis cosmológicas de los antiguos, un re-‐pensamiento complejo de la geografía clásica y medieval. Sin embargo, desde la perspectiva de este trabajo, el elemento más original en la obra de Acosta queda en el hecho de que este proyecto naturalista no posee simplemente un intento descriptivo. De hecho, la investigación de Acosta no es simplemente “científica”, sino que sigue siendo “teológica”: el sistemático recorrido de la diversidad natural americana es necesaria para reafirmar la unidad del diseño divino. En los libros siguientes se dirá de ellos lo que pareciere digno de relación, y porque el intento de esta historia no es sólo dar noticia de lo que en las Indias pasa, sino enderezar esa noticia al fruto que se puede sacar del conocimiento de tales cosas, que es ayudar aquellas gentes para su salvación, y glorificar al creador y Redentor, que los sacó de las tinieblas oscurísimas de su infidelidad, y les comunicó la admirable lumbre de su Evangelio.19
Así pues, será evidente que la historia moral, que es el lugar de las diferencias culturales y de las costumbres, no será el espacio de la absoluta libertad de los pueblos. La universalidad de las reglas divinas que gobiernan la historia natural se reproduce en la sumisión del contexto mundano y de la escandalosa historia de la diversidad moral. De hecho, las facultades racionales y el libre albedrío sólo permiten al hombre encontrar la verdad del diseño divino inscripta en la misma historia natural. Por ende, cabe notar como la religión constituye la piedra angular de toda la historia moral, el código principal para la interpretación cristiana del mundo. Por esta razón, Acosta le dedica el primero de los tres libros de la Historia moral (el quinto), mientras que lo demás son los que describen al gobierno (libro 6) y a la historia política (libro 7). En esta parte de la obra de Acosta (al contrario de lo que ocurre en el De Procuranda Indorum Salute), los pueblos de Mesoamérica y de los Andes, que tenían recta razón y formas civiles de vida, fueron ubicados en el nivel más alto del esquema tripartido que había sido propuesto hace años por los teólogos de la escuela de Salamanca: Si alguno se maravillare de algunos ritos y costumbres de indios, y los despreciare por insipientes y necios, o los detestare por inhumanos y diabólicos, mire que en los griegos y romanos que mandaron el mundo, se hallan o los mismos u otros semejantes, y a veces peores.20
Las consecuencias de la propuesta de Acosta (que Anthony Pagden ha definido “etnología comparada”21) son trascendentes en el desarrollo de la perspectiva misionera. En primer lugar, a través
de la estructura de la “historia moral”, Acosta propone la idea de que cada cultura tiene que poseer las mismas representaciones de las culturas occidentales: es decir, cada nación tiene que tener política, derecho, escritura, y sobre todo religión. En segundo lugar, Acosta construye una grilla conceptual de primer nivel a través de la cual produce una clasificación de la diversidad humana y religiosa: la clasificación de los bárbaros según tres distintos niveles. Esta taxonomía funciona en una doble perspectiva: de un lado, en una perspectiva horizontal, a través de la homología estructural de todas las representaciones que deberían pertenecer al mismo nivel, y, del otro, en una perspectiva vertical, que propone la idea de que el desarrollo de las representaciones de cada pueblo debería seguir el mismo camino histórico. Desde el punto de vista de la religión, este esquema se manifiesta en una progresiva forma de acercamiento hacia la verdadera comprensión de lo divino, que por supuesto se manifiesta en el punto de vista cristiano. De hecho, Acosta convierte el esquema taxonómico del Libro de la Sabiduría (que todos los misioneros habían utilizado hasta aquel entonces para explicar los errores de los idólatras americanos) en una forma de teoría proto-‐evolucionista. Así que las tres categorías de idolatría, que en la literatura apologética corresponderían a tres pueblos antiguos, ya no se localizan en el espacio (caldeos, egipcios, griegos), sino que se distribuyen a lo largo del tiempo, es decir en un desarrollo histórico en el cual la primera etapa de desarrollo religioso es representada por la de la adoración de fenómenos naturales, la segunda, por la adoración de animales y la última, por la adoración de ídolos antropomorfos. Es la creación de un sistema de comparación entre todos los pueblos bárbaros del mundo, un modelo taxonómico de las distintas formas culturales. En el análisis de la barbarie indígena, Acosta sigue reproduciendo, por supuesto, los juicios tradicionales en contra de las formas de vida religiosa de los idólatras. Esto le sirve para imponer un orden lógico (por supuesto, desde el punto de vista cristiano) a las costumbres indígenas, que todavía muestran las huellas de una gran confusión conceptual. Por ejemplo, se puede notar en las palabras de Acosta el gran escándalo producido por la exagerada proliferación de ídolos: un topos de la literatura misionera que se encuentra, por ejemplo, ya en la obra de Motolinía.22 A este tono cualquier cosa que tenga extrañeza entre las de su género, les parecía que tenía divinidad, y hasta hacer esto con pedrezuelas y metales, y aún raíces y frutos de la tierra, como en las raíces que llaman papas hay unas extrañas, a quien ellos ponen nombre llallahuas, y las besan y las adoran. Adoran también osos, leones, tigres y culebras, porque no les hagan mal.23
Sin embargo, Acosta no se detiene simplemente en un juicio excluyente, sino que trata de proponer una interpretación de las extrañas formas de veneraciones que se encuentran entre los indígenas a través del esquema evolutivo que acabamos de describir. Para hacer esto, Acosta produce una grilla conceptual de segundo nivel con la que trata de describir todas estas formas particulares de idolatría que se encuentran entre los pueblos mesoamericanos y andinos. En esta dirección, cabe notar como, en el segundo capítulo del libro quinto, Acosta encuentra las señales de una primera anomalía conceptual y describe dos tipos diferentes de idolatría. La idolatría, dice el Sabio, y por él el Espíritu Santo, que es causa y principio y fin de todos los males, y por eso el enemigo de los hombres ha multiplicado tantos géneros y suertes de idolatría, que pensar de contarlos por menudo era cosa infinita. Pero reduciendo la idolatría a cabezas, hay dos linajes de ella: una es cerca de cosas naturales; otra cerca de cosas imaginadas o fabricadas por invención humana. La primera de estas se parte en dos, porque o la cosa que se adora es general como sol, luna, fuego, tierra, elementos, o es particular como tal río, fuente o árbol, o monte, y cuando no por su especie sino en particular, son adoradas estas cosas, y este género de idolatría se usó en el Pirú en gran exceso, y se llama propiamente guaha. El segundo género de idolatría, que pertenece a invención o ficción humana, tiene también otras dos diferencias: una de lo que consiste en pura arte e invención humana, como es adorar ídolos o estatua de palo, o de piedra o de oro, como de Mercurio o Palas, que fuera de aquella pintura o escultura, ni es nada ni fue nada. Otra diferencia es de lo que realmente fue y es algo, pero no lo que finge el idólatra que lo adora, como los muertos o cosas suyas que por vanidad y lisonja adoran los hombres. De suerte que por todas contamos cuatro maneras de idolatría que usan los infieles, y de todas convendrá decir algo.24
En la propuesta de Acosta, el primer tipo de idolatría es representado por la veneración de los elementos naturales. Esta forma de idolatrar a la naturaleza puede encontrarse de tipo general (la adoración del sol, de la luna, del fuego, de la tierra y de los elementos) o de tipo particular (ríos, fuentes, árboles, montes). La segunda forma de idolatría era, en cambio, representada por la veneración de los verdaderos ídolos; a la vez, esta forma también se distinguía en dos tipos. Había, por un lado, la veneración de ídolos productos de pura arte o invención humana y también había, por el otro, la veneración de lo que realmente fue y es algo, por ejemplo los muertos y los antepasados. El elemento trascendente que se encuentra en este breve párrafo de la obra de Acosta es el hecho de que esta grilla conceptual de segundo nivel representa no sólo la imitación sino también la re-‐ actualización de uno de los esquemas taxonómicos retomados por el Libro de la Sabiduría (de los capítulos 13-‐15). El objetivo del tratado del Viejo Testamento era describir a los diferentes tipos de idolatrías para mostrar todos los posibles errores en el camino hacia el verdadero Dios. Este mismo modelo ya había sido aplicado por muchos misioneros en los primeros años después de la Conquista, sin embargo nadie lo había hecho con el cuidado que se encuentra en la obra del jesuita. En el pensamiento de Acosta, eso representa una respuesta taxonómica en contra de la confusión idolátrica. No se trata simplemente de negar a la pluralidad de los ídolos, sino que también se debe reprimir la agregación de representaciones y prácticas que, al interior del modelo taxonómico, deberían pertenecer a niveles diferentes del desarrollo cultural y religioso. Sin embargo, una de las consecuencias fundamentales del modelo de Acosta se manifiesta en una forma de “corrección” del Libro de la Sabiduría, ya que en aquel contexto no se habían manifestado las formas de veneración de las “cosas particulares” que Acosta encuentra entre los pueblos indígenas: se trata de una verdadera invención de la forma indígena de idolatría.25 El problema es que, con razón de su extrañeza, esta escandalosa forma de venerar a cosas tan particulares no cumplía con el modelo teórico que Acosta estaba tratando de construir. Por ende, Acosta necesitaba conciliar los dos niveles de sus grillas conceptuales. De acuerdo con el primer nivel del sistema taxonómico, los mexicanos y los peruanos pertenecían a la tercera categoría de los bárbaros y por lo tanto deberían adorar a ídolos personificados, es decir a dioses. Todas las formas de veneraciones representadas a través de la grilla de segundo nivel, se deben conformar con esta etapa del desarrollo de la idolatría. Por esta razón, todas las veneraciones particulares se explican a través del modelo euhemerístico, según el cual el origen de los ídolos mexicanos y peruanos siempre se produce a partir de la adoración de niños muertos, de miembros de la familia, de los antepasados.26 Por ende, esta regla general de personificación euhemerística podía reafirmar la pertenencia de los indígenas a la tercera categoría de los bárbaros, a pesar de todas las formas excepcionales que Acosta no podía entender y ni siquiera reconocer. Cualquiera sea la forma exterior de su idolatría (incluso la veneración de los hechos naturales), su sentido solo se puede explicar, y se debe explicar, a través de las formas personificadas que son dignas de los más altos niveles de desarrollo racional: Del primer género de idolatría de cosas naturales y universales: “Después del Viracocha o supremo Dios, fue y es en los infieles el que más comúnmente veneran y adoran, el sol, y tras él esas otras cosas que en la naturaleza celeste o elemental se señalan, como luna, lucero, mar, tierra. Los Ingas, señores del Pirú, después del Viracocha y del sol, la tercera guaca o adoratorio, y demás veneración, ponían al trueno, al cual llamaban por tres nombres, Chuquilla, Catuilla, Intiillapa, fingiendo que es un hombre que está en el cielo.27
Para concluir, se puede apreciar como en la construcción de la imagen de los dioses indígenas, Acosta renuncia a la analogía explícita con el Mundo clásico (que había sido el método comparativo de Las Casas). En cambio, el jesuita prefiere repensar la función taxonómica del modelo apologético para ofrecerle una capacidad de penetración en sentido “horizontal” (es decir, a través de una cuidadosa descripción detallada de todas las formas de idolatría: la segunda grilla), pero también ofrecer una capacidad descriptiva de nivel “vertical” (a través de la colocación proto-‐evolucionista de todos los
pueblos del mundo). Este modelo proporciona un repertorio “coherente” de las divinidades de México y de Perú, como formas personificadas de todas las diferentes veneraciones que se encuentran en el mundo indígena. Todavía no existe en el pensamiento occidental la noción de “politeísmo”, que aparecerá a finales del siglo XVI en el Viejo Mundo, sin embargo, esta preocupación sobre la naturaleza de los sistemas religiosos del Nuevo Mundo juega un papel fundamental para las reflexiones europeas. Las deidades que se inventan en la obra de Acosta aparecen, por supuesto, como productos de discursos coloniales. Esta noción de divinidad no es el resultado del rescate de una categoría “etnográfica” o “émica”, sino también representa la imposición de una manera cristiana de pensar la realidad. Afortunadamente, los modelos teóricos siempre son falibles y la identificación taxonómica de la veneración de cosas particulares, que Acosta tiene que introducir en el modelo de Libro de la Sabiduría, aparece como una señal del fracaso hermenéutico de la interpretación misionera. El pensamiento cristiano solo puede reconocer a las facultades racionales de aquellos pueblos que personifican a la dimensión sagrada, es decir, que producen divinidades. Acosta en realidad no puede creer que los indígenas establezcan realmente relaciones sagradas con cosas particulares. Así que, en la recuperación de la memoria indígena, el observador cristiano puede registrar las anomalías, pero no puede aceptar su significado. Por lo tanto, esta memoria recuperada sólo sirve para cumplir con sus proyectos conceptuales y políticos. Bibliografía Abulafia, David, The Discovery of Mankind. Atlantic Encounters in the Age of Columbus, New Haven, Yale University Press, 2008. Acosta, José de, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, Dastin, 2002. Alcina Franch, José, “Introducción y notas”, en José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, Historia-‐16, 1987, pp. 7-‐44. Ames, Glenn J., The Globe Encompassed: The Age of European Discovery (1500-‐1700), Pearson Education, New Jersey, 2008. Baudot, Georges, Utopie et Histoire au Mexique. Les premiers chroniqueurs de la civilisation mexicaine (1520-‐1569), Toulouse, Editions E. Privat, 1976. Bernand, Carmen, Serge Gruzinski, De l’idolâtrie: une archéologie des sciences religieuses, Paris, Editions du Seuil, 1988. Borgeaud, Philippe, Aux origines de l’histoire des religions, Paris, Seuil, 2004. Botta, Sergio, “El politeísmo como sistema de traducción. La obra misionera de Toribio de Benavente Motolinía frente a la alteridad religiosa de la Nueva España”, Guaraguao. Revista de Cultura Latinoamericana, vol. 28, núm. 12, 2008, pp. 9-‐26. _____, “Dioses del Viejo y del Nuevo Mundo. El discurso sobre las divinidades indígenas en la obra de fray Juan de Torquemada”, en Pilar Máynez (ed.), El mundo indígena desde la perspectiva actual. Vol. II. Una aproximación multidisciplinaria, Editorial Destiempos, México 2013, pp. 100-‐121. _____, “La ausencia de los dioses taíno. Sobre el fracaso hermenéutico de la obra de Ramón Pané”, Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, vol. 57, núm. 2, 2013, pp. 161-‐187. _____, “Towards a Missionary Theory of Polytheism: The Franciscans in the face of the Indigenous Religions of New Spain” en Sergio Botta (ed.), Manufacturing Otherness. Missions and Indigenous Cultures in Latin America, Cambridge Scholars Publishing, Newcastle upon Thyne, 2013, pp. 11-‐36. Burgaleta, Claudio M., José de Acosta (1540–1600): His Life and Thought, Chicago, Loyola University Press, 1987.
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Notas
1 Sobre la naturaleza global de los “descubrimientos”, véanse, entre muchos, Glenn J. Ames, The Globe Encompassed: The Age of European Discovery (1500-‐1700), Pearson Education, New Jersey, 2008; y Charles H. Parker, Global Interactions in the Early Modern Age, Cambridge, Cambridge University Press, 2010. 2 Véase, por ejemplo, la reflexión sobre los antecedentes de la Conquista, en David Abulafia, The Discovery of Mankind. Atlantic Encounters in the Age of Columbus, New Haven, Yale University Press, 2008. Sobre la primera etapa del discurso sobre la alteridad religiosa en las Américas, véase Sergio Botta, “La ausencia de los dioses taínos. Sobre el fracaso hermenéutico de la obra de Ramón Pané”, Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, vol. 57, núm. 2, 2013, pp. 161-‐187. 3 Sobre el problema de la religión en perspectiva global en la Edad moderna, véanse, por ejemplo, Serge Gruzinski, Les quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation, Paris, La Martinière, 2004 y Samuel J. Preuss, Explaining Religion: Criticism and Theory from Bodin to Freud, Oxford, Oxford University Press, 1996. 4 Robert Ricard, La conquête spirituelle du Mexique. Essai sur l’apostolat et les méthodes missionaires des ordres mendiants en Nouvelle-‐Espagne de 1523-‐24 à 1572, Paris, Institut d’Ethnologie, 1933. 5 En esta perspectiva, me parece sugerente la propuesta de Sabine MacCormack, “Limits of Understanding: Perceptions of Greco-‐Roman and Amerindian Paganism in Early Modern Europe”, en Karen Ordahl Kupperman (ed.), America in European Consciousness, 1493-‐1750, Chapel Hill-‐London, University of North Carolina Press, 1995, pp. 79-‐129. 6 Carmen Bernand, Serge Gruzinski. De l’idolâtrie: une archéologie des sciences religieuses, Paris, Editions du Seuil, 1988. 7 Para una introducción general sobre el problema del politeísmo, véase Burkhard Gladigow, “Polytheismus und Monotheismus. Zur historischen Dynamik einer europäischen Alternative”, en Manfred Krebernik, Jürgen von Oorschot (eds.), Polytheismus und Monotheismus in den Religionen des Vorderen Orients, Münster, Ugarit-‐Verlag, 2002, pp. 3-‐20. 8 Giuliano Gliozzi, “The Apostles in the New World: Monotheism and Idolatry between Revelation and Fetishism”, en Francis Schmidt (ed.),The Inconceivable Polytheism: Studies in Religious Historiography (History & Anthropology, vol. 3), London-‐Paris-‐New York, Harwood Academic Publishers, 1987, pp. 123-‐148; Francis Schmidt, “Naissance des polythéismes (1624-‐1757)”, Archives des sciences sociales des religions, vol. 59, núm. 1, 1985, pp. 77-‐90; Francis Schmidt, “Polytheisms: Degeneration or progress?”, en Schmidt, The Inconceivable Polytheism, pp. 9-‐60; Jonathan Sheehan, “Thinking about Idols in Early Modern Europe”, Journal of the History of Ideas, vol. 67, núm. 4, 2006, pp. 561-‐570. 9 Véanse Philippe Borgeaud, Aux origines de l’histoire des religions, Paris, Seuil, 2004 y Guy G. Stroumsa, A New Science. The Discovery of Religion in the Age of Reason, Cambridge, Harvard University Press, 2010. 10 Para una biografía del jesuita, véanse, José Alcina Franch, “Introducción y notas”, José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, Historia-‐16, 1987, pp. 7-‐44; Francis Ivanhoe, “El padre José de Acosta, cronista de Indias”, Historia Mexicana, vol. 17, núm. 1, 1967, pp. 126-‐145; Claudio M. Burgaleta, José de Acosta (1540–1600): His Life and Thought, Chicago, Loyola University Press, 1987; León Lopetegui, El P. José de Acosta y las Misiones, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, CSIC, 1942. Edmundo O’Gorman, “Prólogo” en José de Acosta,Historia Natural y Moral de las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1962, pp. XI-‐XCV. 11 Sobre este tema, véase Sergio Botta, “Dioses del Viejo y del Nuevo Mundo. El discurso sobre las divinidades indígenas en la obra de fray Juan de Torquemada”, en Pilar Máynez (ed.), El mundo indígena desde la perspectiva actual. Vol. II. Una aproximación multidisciplinaria, Editorial Destiempos, México 2013, pp. 100-‐121. 12 Sergio Botta, “Towards a Missionary Theory of Polytheism: The Franciscans in the face of the Indigenous Religions of New Spain” en S. Botta (ed.), Manufacturing Otherness. Missions and Indigenous Cultures in Latin America, Cambridge Scholars Publishing, Newcastle upon Thyne, 2013, pp. 11-‐36. 13 Sobre las primeras etapas de la acción misionera en las Américas, véanse, entre muchos otros, Georges Baudot, Utopie et Histoire au Mexique. Les premiers chroniqueurs de la civilisation mexicaine (1520-‐1569), Toulouse, Editions E. Privat, 1976, y Sabine MacCormack, Religion in the Andes. Vision and Imagination in Early Colonial Peru, Princeton, Princeton University Press, 1991. Sobre este superamiento, véase David Mauricio Adriano Solodkow, Etnógrafos coloniales. Alteridad y escritura en la Conquista de América (siglo XVI), Frankfurt-‐Madrid, Vervuert-‐Iberoamericana, 2014, pp. 397-‐457. 14 Benjamin Keen, La imagen azteca en el pensamiento occidental, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 131. 15 Sobre el reconocimiento positivo de las creencias indígenas en la obra de Bartolomé de Las Casas, véase otra vez Carmen Bernard y Serge Gruzinski, op. cit., así como Tzvetan Todorov, La conquête de l’Amérique. La question de l’autre, Paris, Seuil, 1982. 16 Por el contrario, como es sabido, en el De procuranda indorum salute el juicio de Acosta no es todavía tan favorable. Para la reconstrucción del problema de la barbarie de las civilizaciones amerindias, véase Anthony
Pagden, The Fall of Natural Man: The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology, New York, Cambridge University Press, 1982. 17 José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, Dastin, 2002, p. 298. 18 Sobre las interpretaciones demoniacas en el Nuevo Mundo, véase Jorge Cañizares-‐Esguerra, Católicos y puritanos en la colonización de América, Madrid, Marcial Pons, 2008. 19 Acosta, op. cit., p. 297. 20 Ibid., p. 298. 21 Pagden, op. cit., pp. 146-‐197. 22 Véase, sobre el tema, Sergio Botta, “El politeísmo como sistema de traducción. La obra misionera de Toribio de Benavente Motolinía frente a la alteridad religiosa de la Nueva España”, Guaraguao. Revista de Cultura Latinoamericana, vol. 28, núm. 12, 2008, pp. 9-‐26. 23 Acosta, op. cit., p. 308. 24 Ibid., pp. 301-‐302. 25 Nicola Gasbarro, “Il linguaggio dell’idolatria. Per una storia delle religioni culturalmente soggettiva”, Studi e Materiali di Storia delle Religioni, vol. 62, núm. 1, 1996, pp. 189-‐221. 26 Véase el Libro de la Sabiduría 14, 12-‐21.
27 Acosta, op. cit., p. 304.
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