Medios en tiempos de guerra: un análisis evolutivo de la gestión de la información en los conflictos bélicos. De Vietnam al Golfo.

June 30, 2017 | Autor: Guilermo Borella | Categoría: Comunicacion Social, Periodismo, Comunicación y cultura, Relaciones Internacionales
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Medios en tiempos de guerra: un análisis evolutivo de la gestión de la información en los conflictos bélicos. De Vietnam al Golfo. Guillermo Borella

¡Ah, la realidad, la realidad! Roberto Arlt, Los siete locos

Introducción Desde fines del siglo XIX, el desarrollo de los medios de comunicación de masas ha venido influyendo de manera creciente en los enfrentamientos bélicos, desempeñando un papel decisivo en el devenir de las guerras. Ya sea como mecanismos de propaganda de apoyo o, por el contrario, como ejes de cohesión de una resistencia anti bélica, la gestión de la información sobre los conflictos se fue volviendo un asunto primordial para los Estados y sus ejércitos, preocupados por mantener los consensos civiles en torno a las contiendas, evitando la consolidación de la disidencia. En vistas de la importancia que reviste esta dimensión informativa sobre los conflictos, el análisis estará centrado en la evolución de las coberturas periodísticas de las guerras, especialmente la intervención norteamericana en la Guerra de Vietnam y el Golfo. Estas contiendas, cabe resaltar, constituyeron puntos de inflexión en términos de su cobertura mediática, abriéndose con ellas nuevos paradigmas en la relación entre los medios de comunicación y los poderes militares nacionales. Todo esto se tradujo en el diseño de estrategias para la gestión de la información por parte del poder militar, las cuales fueron determinando las posibilidades de cobertura mediática de las guerras hasta el día de hoy, poniendo en juego la transparencia en el acceso a la información. Como se verá, la evolución de la jurisprudencia recogida a partir del papel que jugó el periodismo en los sucesivos conflictos, les permitió a las autoridades militares controlar la información cada vez con mayor eficacia, siempre con el objetivo claro de conservar la opinión pública a su favor, apoyando los esfuerzos bélicos. Se parte de la hipótesis de que la capacidad de comunicación por parte de los medios, determinada por las estrategias de acceso a la información formuladas por los poderes militares en cada conflicto, impactó en forma directa sobre la definición de los acontecimientos bélicos estudiados. Finalmente, cabe recordar que los avances tecnológicos y las invenciones alcanzadas en consecuencia, serán recuperados por la prensa a partir del siglo XIX: desde la fotografía al cine,

pasando por la radio y la televisión. La aparición de estos soportes tan novedosos repercutirá sobre la dinámica del tratamiento informativo de las guerras, abriendo las puertas a la contaminación de la realidad percibida por parte de la sociedad. Se destacan aquí nociones como “propaganda”, “guerra psicológica” y “desinformación” que, si bien no son nuevas, su potencial se verá alterado.

Algunas nociones básicas: propaganda, desinformación y acción psicológica En tiempos de guerra, la relación entre medios y defensa se manifiesta con claridad ya que la necesidad de información que tiene una sociedad, que está directa o indirectamente involucrada en un conflicto bélico, se multiplica. Asimismo, la percepción que tiene el ciudadano medio sobre estos acontecimientos, especialmente cuando tienen lugar en territorios geográficamente distantes, se realiza necesariamente a través de la información difundida por la prensa. De este modo, los contenidos transmitidos por los medios en contextos bélicos adquieren un papel totalizador: la versión válida de la realidad es la que se transmite a través de esos canales, conformando a su vez grandes dificultades para que los ciudadanos puedan obtener otra versión de los hechos. Así, María Teresa La Porte sostiene que “en una sociedad en la que el conocimiento de lo público se adquiere a través de la información de los medios de comunicación, importa tanto lo que las cosas son, como el modo en que se presenten a través de éstos” (La Porte, 1999: 79). En consecuencia, las valoraciones y tomas de posición que los medios expresen respecto a cada conflicto, generará en la opinión pública una actitud determinada frente a ellos. Las políticas de comunicación llevadas a cabo por las instancias gubernamentales en las guerras son claras discípulas de estas dinámicas, especialmente teniendo en cuenta que los países que se encuentran en guerra precisan del consenso de la propia opinión pública. Esto se busca a través de la comunicación, y es aquí donde emerge la propaganda. La guerra, sostenía Claude Von Clausewitz, es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario. No obstante, para lograr imponerse, necesariamente se debe recurrir a un instrumento que, muchas veces, es más eficaz que otras armas: la propaganda. Según Alejandro Pizarroso Quintero, la propaganda debe ser entendida no sólo como “la necesidad de obtener el apoyo de la propia retaguardia, manipulando a la propia opinión pública,

sino también como un arma que, proyectando los conflictos a través de los medios, es capaz de influir y modificar la percepción de otras opiniones públicas no directamente implicadas y la del adversario” (Pizarroso Quintero, 2008: 4). La persuasión organizada u organización del consenso, que es como Harold Laswell define la propaganda, contribuye al sometimiento de los hombres a un modelo social imperante en el que la violencia es siempre la “última ratio”. “Con la persuasión se mantiene tu propia moral y se mina la del enemigo (…) Todo fenómeno de comunicación lleva implícita una carga persuasiva, siendo la influencia su finalidad”, afirmaba el pionero de la psicología política (Laswell, 1927). Pero la persuasión no actúa sólo sobre la mente del hombre, sino que interviene especialmente sobre su corazón y sus emociones. Es por ello que la persuasión y la propaganda cuentan con una importante dimensión psicológica. Muchas veces por encima de la economía del armamento y de la misma estrategia, “la propaganda dirigida al propio bando, al adversario o a los neutrales, puede modificar el equilibrio de fuerzas a favor de quien mejor desarrolle estas técnicas” (Pizarroso Quintero, 2005, 3). Ahora bien, el uso de la mentira como técnica de persuasión es lo que se denomina desinformación. La propaganda no es siempre desinformación, mientras que la desinformación es siempre propaganda. Así pues, “un aspecto esencial de la propaganda se refiere a la desinformación, al uso de la mentira como instrumento de persuasión de masas” (Pizarroso Quintero, 2005, 4).

Manipulación mediática: algunos antecedentes históricos Guerra y propaganda son dos conceptos que han estado estrechamente unidos a lo largo de la historia. La guerra, que está en el origen de la humanidad, muestra desde lo más remoto formas y técnicas de propaganda que se han ido refinando con el paso del tiempo. La Ilíada de Homero y los registros de Heródoto sobre la Guerra del Peloponeso fueron los primeros “reportajes” sobre guerras. Los grandes héroes de la Antigüedad se han valido desde siempre de la propaganda como un fenómeno primitivo de desinformación. Leyendas mitificaban a los héroes propios en detrimento de los ajenos, y la construcción de estos mitos servía para levantar la moral de los propios combatientes.

Más cerca de nuestros días, estaría el caso de Napoleón Bonaparte, considerado un genio de la propaganda. Su mayor enemigo, Metternich, lo reconocía: “Para Napoleón, los periódicos son tan valiosos como un ejército de trescientos mil hombres y no vigilarían mejor el interior, ni provocarían menos pánico en el exterior, que media docena de gacetilleros a sueldo”.

La prensa como factor activo de los conflictos bélicos. Los medios de comunicación masivos nacen a finales del siglo XIX y son el resultado de una doble revolución tecnológica: la invención de la linotipia y de la rotativa. Además, la prensa recuperó dos invenciones importantes, la fotografía y el telégrafo. Al poder acceder a información lejana en poco tiempo, a mediados del siglo XIX los medios comenzaron a enviar corresponsales de guerra, lo que, en la práctica, planteó nuevos problemas a los Estados. En 1854 durante la guerra de Crimea ya se ejerció la censura periodística cuando al británico Robert Fenton, el primer fotógrafo de guerra de la historia1, se le prohibió imprimir imágenes crudas del conflicto para no alarmar a las familias de los soldados. Paralelamente, la prensa escrita difundía crónicas detalladas desde el campo de batalla, lo que produjo serias reacciones del ejército inglés. Años más tarde, la acreditación de los reporteros ante las autoridades militares pasaría a ser obligatoria para los medios británicos (Albarrán de Alba, 2001: 2). Es difícil comprender cabalmente guerras como la intervención norteamericana en Cuba en 1898 sin la campaña de prensa que le precedió. William Randolph Hearst, el gran patrón de la prensa estadounidense (se cree que es el personaje que Orson Welles inmortalizó en su película Citizen Kane), movilizó todos sus periódicos para provocar la intervención de su país en la guerra de Cuba. Hearst había enviado a un reportero y a un dibujante a La Habana; éste último telegrafió a su jefe pidiéndole autorización para regresar, pues no había nada que informar. "Todo en calma. No habrá guerra", le explicó a Hearst. La respuesta del empresario periodístico es célebre: "Le ruego que se quede. Proporcione ilustraciones, yo proporcionaré la guerra". Entonces ocurre la explosión del navío norteamericano Maine, ocasión que EEUU aprovechó para declarar la guerra. Sería además la primera intervención militar en ser filmada.2

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Unos años antes Mathew Brady ya había fotografiado soldados durante la guerra de México con EEUU (1846-1848), pero eran fotografías de estudio, lo que destaca a Fenton es que él lo hizo en campo abierto. 2 El reportaje de la flamante compañía estadounidense Vitagraph Studios se llamó “Fighting with our boys in Cuba”.

En la Primera Guerra Mundial se comprobó que la primera víctima de un conflicto armado es la verdad. Esta guerra condujo a los gobiernos involucrados a tomar medidas extremadamente severas en relación a la prensa. Por primera vez, consideran que el estado de guerra les autoriza a controlar el contenido de la información difundida y, por ejemplo, nombran grupos de oficiales especializados, únicos acreditados para entrar en contacto con los periodistas. La prensa no tiene la oportunidad de informar debidamente y, entre otros impedimentos, los reporteros no pueden entrar en las trincheras hasta finales de 1917(Ramonet, 1997). Desde los años veinte un medio logra mayor alcance. Se trata de la radio, que narra la evolución de los conflictos, siendo la Guerra civil española su primer ensayo. En esa época, los Estados van a hacer de la radio un instrumento de propaganda. El monopolio estatal de los medios de comunicación mostró todo su potencial durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los medios se terminan de consolidar como factores activos de los conflictos bélicos. No por nada Josef Goebbels, jefe de propaganda de la Alemania nazi, dijo en su momento: “imaginemos que la prensa es un gran piano donde el gobierno puede marcar su compás”. La idea principal era que la guerra no sólo se gana en el campo de batalla, sino también cuando se conquista el corazón de la población, la retaguardia de aquellos que están en el frente combatiendo. De ahí que la dimensión informativa de las guerras fuera cobrando creciente importancia: para que los soldados sepan por qué están luchando y para que la población local apoye estos esfuerzos unívocamente, por lo que sólo tiene acceso a la versión oficial de la confrontación. Con el manejo de elementos de carácter emocional, aparecen elementos propios de la guerra psicológica. La caricaturización de la guerra se va convirtiendo en un efecto de esta tendencia, pasando a presentarse como un conflicto maniqueo en el que solo hay buenos y malos. La guerra de Corea fue la primera en la que la televisión tuvo un papel importante, ya que a principios de los años 50, cuando estalla el conflicto, la televisión era ya el medio dominante en Estados Unidos. No obstante, las severas restricciones que sufrió la prensa en este conflicto contrastaron con las imágenes que el público estadounidense contempló años después en Vietnam.

La guerra de Vietnam: un punto de inflexión mediático Esta guerra representó un acontecimiento fundamental que marcó un punto de inflexión en la cobertura mediática. La guerra de Vietnam supuso la confirmación de la madurez del medio televisivo. La presencia de la televisión, proporcionando imágenes casi instantáneas de la guerra, producirá efectos fuertemente contradictorios en la población norteamericana. La cobertura periodística del conflicto estará marcada por dos fases: la primera, de apoyo, y la segunda, de fuerte rechazo y crítica. Los medios de comunicación se desplazaron a Vietnam desde el comienzo del conflicto. Aunque el gobierno norteamericano no ejercía un control directo de los medios, la situación en cuanto a la cobertura periodística era más que satisfactoria para los intereses oficiales: la mayoría de los reporteros no salían de sus hoteles en Saigón, considerando como importantes solamente los informes oficiales diarios3. La autocensura ejercida por la prensa estadounidense estaba entonces a la orden del día. Sin embargo, la situación no podía durar mucho. Las cosas comenzaron a cambiar con la prolongación de la guerra. A partir de la Ofensiva del Tet, que marcó el comienzo del fin de la contienda, como también el final de las prácticas en favor del gobierno de todos los medios. Las imágenes de las acciones bélicas, que comenzaron a difundirse cada vez con mayor frecuencia, causaron gran impacto en el público4, dándose una ruptura entre el Gobierno (Ejército) y la opinión pública. “La mentalidad de los años sesenta transformó unas imágenes que, en gran medida, se querían propaganda de la guerra, en verdaderos bumeran contra el Gobierno y la guerra, de buena parte de la población, especialmente entre los jóvenes” (Restrepo, 2003: 117). La parte final de la guerra constituyó un ejemplo típico de cómo los medios de comunicación pueden despegarse de la influencia estatal, siendo realmente independientes y mostrando la realidad más cruda de los crímenes de guerra (Flores, 2007: 220). Por primera vez, el juego de dominó en la relación entre el Gobierno (Ejército) - medios de comunicación - opinión pública se

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Los más cínicos de los periodistas solían llamar a estos comunicados «las mentiras de las cinco» por la hora en que se distribuían, pero seguían publicándolas sin cuestionar demasiado (Flores, 2007: 216). 4 Existen fotografías célebres, como la de la niña corriendo después de echado el napalm. Nadie podía pensar que ése era el enemigo que ponía en peligro la existencia de EE.UU. Para empeorar las cosas, la ejecución pública de un sospechoso vietcong, a quien el jefe de la policía de Saigón, Nguyen Van Ngoc Loan, disparó un tiro en la cabeza sin juicio previo ante las cámaras, dejó atónitos incluso a los más duros (Ramonet, 1997).

tornó determinante. Como recuerda Ignacio Ramonet, “en ningún país del mundo, hasta entonces, los medios de comunicación habían denunciado el comportamiento de sus propios soldados durante el desarrollo de la guerra” (Ramonet, 1997). El problema fue que el aparato gubernamental norteamericano aún no controlaba el medio televisivo como para determinar el contenido de las noticias que llegaban a los hogares (Suarez Candel, 2009: 3). Por ello es muy difundida la idea de que para Estados Unidos fue una guerra que podía haberse ganado en el campo de batalla pero que se perdió en los salones de las casas. Probablemente la derrota se debió a razones estratégicas militares, pero esencialmente se pensó que la desmotivación de la opinión pública produjo también la del Estado Mayor. Este supuesto rol que jugó el periodismo para que la guerra terminara propició un acalorado debate. A propósito de esto, el politólogo Samuel P. Huntington aseguraba en 1975 que "el desarrollo del periodismo televisado ha contribuido a minar la autoridad gubernamental, e incluso el patriotismo, al punto de convertirse en agente de la derrota” (Huntington, 1996: 167). ¿Fueron los medios de comunicación los responsables de la derrota militar de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam? Esta es la pregunta que se formuló hace algunas décadas el profesor de la Universidad de California, Daniel Hallin, en un trabajo donde controvierte no sólo la tesis conservadora de que la ausencia de control sobre los medios de comunicación fue lo que minó el esfuerzo estadounidense en Vietnam, sino el “mito” de que la cobertura de la televisión fue lo que causó que el público norteamericano se volviera contra la guerra. Esto es, el mito de que toda guerra televisada conduce inexorablemente a la pérdida del apoyo del público, como más tarde se refutaría con la intervención militar en el Golfo Pérsico, donde se consolidaría una nueva modalidad de gestión comunicativa de la guerra, basada en las consignas: ¡no más Vietnams!, ¡no más cuerpos muertos ni imágenes de sufrimiento! (Bonilla y Montoya, 2003: 76). Vietnam no solamente sirvió de gran laboratorio para ensayar nuevas armas, sino que también ayudó a probar la capacidad de la televisión de traer a las casas de todos los habitantes el «nuevo espectáculo» de la guerra (Flores, 2007: 226). Su efectividad en este campo quedó demostrada sin lugar a dudas. Fue también una muestra de cómo los medios, presionados por sectores económicos y sociales y con su información y fuentes manejadas por el Estado, pudieron justificar una guerra que luego ellos mismos volvieron injusta.

El Golfo: de perros guardianes a falderos Tras la derrota estadounidense en Vietnam, las lecciones recogidas por parte de los Estados Unidos sirvieron de enseñanzas que luego fueron reflejadas durante la guerra del Golfo Pérsico de 1990/1991, ocasión en la que el gobierno norteamericano buscó revertir los errores cometidos veinte años atrás, adoptando así una nueva estructura de acceso a la información: los combat pools, una idea tomada de la experiencia inglesa en la Guerra de Malvinas5. Estados Unidos necesitaba asegurarse de que quedaría atrás el fantasma de Vietnam y, para ello, procuró tomar las medidas necesarias para crear en la opinión pública una sensación de confianza. Para lograr tal efecto, debía “vender” la guerra como una acción limpia. ¿Cómo conseguirlo? Mediante el manejo estratégico de los medios masivos de comunicación masiva. En este caso, a diferencia de Vietnam, el Estado demuestra haber aprendido a explotar la funcionalidad de los medios. Es aquí cuando emerge como aliado del gobierno la cadena de televisión norteamericana CNN. En efecto, la guerra del Golfo vino a mostrar el máximo potencial de la televisión para transmitir un evento bélico. Este acontecimiento constituyó uno de los primeros ejemplos de guerra televisada, hasta el punto que Bernard Cohen afirma que este conflicto “muestra la importancia de la televisión como medio de comunicación y su papel en la definición de las relaciones entre los medios y las elites políticas en la política exterior” (Cohen; 1994). Como observa Suarez Candel: “Si en Vietnam la televisión había jugado el rol de transmisor de los hechos, en la Guerra del Golfo, la televisión, como medio comunicativo, genera/crea el mensaje” (Suarez Candel, 2009: 7). De este modo, la imagen del Golfo corresponde a una imagen totalmente controlada, manipulada y filtrada. Así, el tratamiento estuvo caracterizado por un férreo control sobre el material que debía publicarse, especialmente el audiovisual (Torres Soriano; 2009: 13) En este sentido, una de las cuestiones más delicadas del conflicto del Golfo fue el control de la imagen. Era considerado el material más peligroso por su carácter evidente y explícito. Por ello 5

Las lecciones de Vietnam condujeron al gobierno británico a establecer otra forma de relacionarse con la prensa. En la guerra de Malvinas, Londres seleccionó a un grupo de reporteros bajo su criterio y aquellos medios que asistieron fue bajo protección del Ejército británico, del que recibían informaciones que luego se retransmitirían al resto de los medios (Ramonet, 1997).

el acceso de los fotógrafos a la zona militarizada fue una de las cuestiones que contó con mayor número de restricciones. A diferencia de Vietnam, aquí no se registraron ejecuciones frente a las cámaras ni muertos y sangre en la pantalla. Solamente impersonales visiones de explosiones de edificios, tanques en movimiento, aviones despegando y helicópteros patrullando. El enemigo no se ve ni muerto ni vivo, y ni siquiera los propios soldados son protagonistas: están ocultos detrás de máscaras y blindajes. El Pentágono demostraba haber aprendido a gestionar los medios de comunicación a través de la elaboración de una estrategia muy acertada para sus intereses: se trataba de crear una estructura de acceso a la información, cuya razón de ser y justificación fuese la peligrosidad del conflicto. Se organizó una estructura de tutela de los enviados especiales de los medios de comunicación. Se les daban "facilidades" para instalarse en hoteles que, no por casualidad, se encontraban en Arabia Saudita, a cientos de kilómetros del frente de combate. Esta medida, argumentaban, se tomaba para "protegerlos" de cualquier peligro. Asimismo, se efectuaban sorteos para decidir quienes tendrían acceso al campo de batalla. Tras esta selección, se procedía a efectuar la "excursión" por los lugares "noticiables". El corresponsal de guerra italiano Giovanni Porzio, recuerda al respecto: “Los pocos periodistas incluidos en los combat pools éramos transportados en helicópteros en visitas guiadas a lugares de muy escaso interés. De hecho, se trataba de una forma de censura dirigida a impedir el libre acceso a la zona de operaciones” (Porzio; 1992). Finalmente, como parte de esta estrategia se debía crear una figura enemiga que justifique la acción militar y mantenga limpia las conciencias. Si en la Segunda Guerra Mundial habían sido los Nazis; en Corea y Vietnam, el Comunismo; ahora el enemigo a destruir era Saddam Hussein. Sin duda, el personaje más mencionado durante el conflicto. Se dio de él una imagen totalmente demonizada, buscando configurarlo como el antihéroe.

Algunas conclusiones La experiencia brindada por las guerras analizadas marcó una evolución en la que los ejércitos pasaron a considerar a los medios de comunicación, no ya como la amenaza a sus intereses belicistas (como sucedió en Vietnam), sino como un elemento clave que podría ser usado en su favor. El caso más paradigmático fue la Guerra del Golfo, la guerra mediática por excelencia, en

la que los medios de comunicación jugaron un rol clave, ya no como el vehículo de los movimientos anti bélicos de los 60, sino por el contrario, como un actor de propaganda funcional a los intereses norteamericanos. El llamado “efecto CNN” simbolizó esta nueva lógica, marcando un nuevo paradigma en la relación prensa y ejército. No obstante, el “efecto CNN” no habría tenido lugar de no ser por la globalización de la información que se dio gracias a los rápidos avances tecnológicos de la época, que tuvieron la ocasión de mostrar su alcance con la Guerra del Golfo. La comunicación de masas, tal y como existe en nuestros días, es una característica esencial de las guerras contemporáneas. Como ha quedado demostrado, el manejo de la comunicación y de la opinión pública ha sido, a lo largo de la historia, un elemento indispensable de los conflictos armados. Naturalmente, el desarrollo de los medios de comunicación ha incrementado su papel en las guerras. Sin embargo, los conflictos más recientes pueden ser también entendidos como “fenómenos mediáticos”, es decir, como hechos inseparables de su representación en los medios. En este sentido, la Guerra del Golfo constituyó un punto de inflexión, inaugurando un paradigma en términos de cobertura periodística que se verá perfeccionado en la invasión a Irak de 2003.

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